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«The Function of the Norm in Don Quijote», Modern Philology, 55 (1958), 154-163, en la pág. 157.



 

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Eso lo sugirió en el siglo XVIII el primer biógrafo de Cervantes, Gregorio Mayáns y Siscar, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, ed. Antonio Mestre, Clásicos Castellanos, 172 (Madrid: Espasa-Calpe, 1972), págs. 56-57.

Mayáns hizo lo que nadie más ha hecho: comparó la aprobación con otros textos de Márquez Torres, y afirmó que el lenguaje no era el mismo. Su sugerencia fue atacada, con razonamientos superficiales, por Navarrete, Vida, págs. 491-493; explica que el estilo de Márquez Torres, en la aprobación de 1615, no se parece en absoluto al estilo de un libro suyo escrito en 1626 porque «se dejó llevar de la corriente de los escritores de mal gusto que triunfó después de la muerte de Cervantes» (pág. 493).

La sugerencia de Mayáns está bien fundamentada. Era típico de Cervantes disfrazar su autobombo y cada apartado de la aprobación de Márquez corresponde a una observación hecha por Cervantes:

No hallo en él cosa indigna de un christiano zelo ni que disuene de la decencia devida a buen exemplo.... Su decoro y decencia En toda ella no se descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta, ni un pensamiento menos que católico (III, 68, 20-22)
Su bien seguido assunto para extirpar los vanos y mentirosos libros de Cavallerías, Llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos cavallerescos libros (I, 38, 4-5)
cuyo contagio avía cundido más de lo que fuera justo, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más (I, 38, 6-7)
como en la lisura del lenguaje castellano a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas (I, 37, 25-26)
no adulterado con enfadosa y estudiada afectación... toda afectación es mala (III, 331, 30)
guarda con tanta cordura las leyes de la reprehensión christiana, el averme reprehendido en público, y tan ásperamente, ha passado todos los límites de la buena reprehensión (III, 389, 20-22)
que aquel que fuere tocado de la enfermedad... se hallará, que es lo más difícil de conseguirse, gustoso y reprehendido. el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente (II, 344, 32-345, 2)
Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel de Cervantes assí nuestra nación como las estranas... España, Francia, Alemania y Flandes Dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impresso, y aun ay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluze que no ha de aver nación ni lengua donde no se traduzga (III, 62, 9-13)
El grande emperador de la China... me escribió una carta... porque quería que el libro que se leyesse [en su colegio] fuesse el de la historia de don Quixote (III, 33, 15-22)
General aplauso En estos como en los estraños reinos (IV, 406, 3)
General aplauso (III, 400, 19)
Certifico con verdad.... La verdad de lo que... digo (Centenares de ejemplos; véase mi Las «Semanas del jardín», págs. 37-41.)
Apenas oyeron... quando... Apenas oyó... quando (III, 37, 15; III, 306, 25-26; III, 306, 25-26; IV, 247, 25-26).
Para muchos otros ejemplos, véase la voz «apenas» en las concordancias incompletas del Quijote de Enrique Ruiz-Fornells [Madrid: Cultura Hispánica, 1976-1980).
La Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte désta Verá... el fin de la Galatea, de quien sé está aficionado vuesa Excelencia (Persiles, dedicatoria)
Era viejo, soldado, Lo que no he podido dexar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si... mi manquedad huviera nacido en alguna taberna.... El soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga (III, 271, 16-27)
hidalgo y pobre.... Estoy muy sin dineros (III, 34, 2-3)
Siendo él pobre, haga rico todo el mundo.... (Este tipo de oposición se discute en el capítulo 6.)
Toca los límites de lisongero elogio.... Si a los oídos de los príncipes llegasse la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja (III, 55, 26-28)
El pico del adulador Será forçoso valerme por mi pico (Novelas ejemplares, prólogo)

Elias Rivers ha estudiado la aprobación de Márquez Torres, pero sin tomar postura acerca de la intervención de Cervantes en su composición, «On the Prefatory Pages of Don Quixote, Part II», Modern Language Notes, 75 (1960), 214-221; E. C. Riley menciona con mayor apoyo la intervención cervantina en «Cervantes and the Cynics ("El licenciado Vidriera" y "El coloquio de los perros")», Bulletin of Hispanic Studies, 53 (1976), 189-199, en las págs. 194-195.



 

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I, 8, 10-12. Los paralelismos entre las continuaciones de Cervantes y Avellaneda no son, por ocasionales, menos sorprendentes. Hace tiempo que se considera que indican que uno de ellos tuvo acceso a la obra del otro antes de su publicación (sobre el tema, véase mi «El rucio de Sancho y la fecha de composición de la Segunda Parte de Don Quijote», traducción de Elvira de Riquer, en mi Estudios cervantinos (Barcelona: Sirmio, 1991), págs. 143-152, en la pág. 152, nota 17). Hay que añadir, sin embargo, que a Avellaneda le importaba más atacar a Cervantes que a los libros de caballerías.



 

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Daniel E. Quilter, «The Image of the Quijote in the Seventeenth Century», tesis, University of Illinois, 1962, págs. 88-90. Puede leerse el comentario de Matías de los Reyes en Carroll B. Johnson, Matías de los Reyes and the Craft of Fiction, University of California Publications in Modern Philology, 101 (Berkeley: University of California Press, 1973), pág. 220; el de Bartolomé de Góngora en su Corregidor sagaz, ed. Guillermo Lohmann Villena (Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1960), pág. 136; el de Luis Galindo en la «nueva edición crítica» de Rodríguez Marín, VIII, 269. Según Nicolás Antonio, «El Don Quijote de la Mancha, festivísima invención de un héroe, nuevo Amadís a lo ridículo, agradó tanto, que oscureció todas las bellezas de las antiguas invenciones de esta clase, que por cierto no eran pocas». (Citado de la traducción en la «Guía del lector del Quijote», págs. 11-169 de Justo García Soriano and Justo García Morales, en Don Quijote, 11.ª edición (Guía is dated 1946). [Madrid: Aguilar, 1966], págs. 11-169, la cita en la pág. 71.)



 

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«Sa lecture (si on la met à profit[)] sauuera la perte du temps, que plusieurs consomment à feuilleter les Romans fabuleux...» (César Oudin, trad. de Le valereux Don Quichotte de la Manche [Paris, 1625], «Au roy», sin paginar). «Opera gustosissima, e di grandissimo trattenimiento à chi è vago d'impiegar d'ozio in legger battaglie, desfide, incontri, amorosi biglietti, et inaudite prodezzi di Cavalieri erranti» (Lorenzo Franciosini, trad. de L'ingegnoso cittadino Don Chisciotte [Venetia: Andrea Baba, 1622-1625], portada de la Primera Parte).



 

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«Con tan pestíferos materiales, pudo el Autor del Amadís de Gaula hatraher los idiotas a su lectura. Y de ese Libro como de un Caballo troyano, salió toda la canalla de la descendencia de Amadís. Y si Dios y Cervantes no hubiesen atajado ese chorrillo, aun oy se multiplicarían esos ineptos, y perniciosos Libros» (Martín Sarmiento, primer historiador de la literatura española y autor del primer estudio de un libro de caballerías, «Amadís de Gaula», págs. 87-132 de su Noticia de la verdadera patria (Alcalá) de él [sic] Miguel de Cervantes, escrito en 1761 y publicado por primera vez por Isidro Bonsoms [Barcelona: Álvaro Verdaguer, 1898], pág. 103; es el mismo estudio presentado como inédito por Barton Sholod, «Fray Martín Sarmiento, Amadís de Gaula and the Spanish Chivalric "Genre"» Studies in Honor of Mario A. Pei [Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1972], págs. 183-199). Acerca de la postura similar de Riquer, véase la nota 45, supra; acerca de la de Clemencín, la introducción de su edición de Don Quijote (citado en la nota 47, supra), excelente estudio que bien merece leerse.



 

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Esto ya lo dijo Charles Jervas en 1742, según A. P. Burton, «Cervantes the Man Seen through English Eyes», Bulletin of Hispanic Studies, 45 (1968) 1-15, en la pág. 10. Poco después, Thomas Percy, primer coleccionista moderno de libros de caballerías, señaló que su desaparición afectaba la lectura de Don Quijote, y avisó acerca de una posible pérdida permanente de su sentido: «Como el gusto por estos Viejos Libros de Caballerías está, en nuestros días, totalmente desacreditado, de quinientos lectores ni uno ha visto una línea de estos libros, y por consiguiente deben de perder toda la fina ironía [ridicule] de Cervantes, y los pasajes más ingeniosos les parecerán oscuros e ininteligibles.

«El intentar suplir esta deficiencia sería, estoy convencido, muy aceptable al Mundo y cada día es más necesario, pues estos viejos Romances son cada vez más escasos y difíciles de encontrar. Dentro de poco estos libros se perderán y se olvidarán por completo, pues quién reimprimirá un libro que nadie va a leer; y cuando esto ocurra, los mejores trazos de Don Quijote se verán envueltos en una Oscuridad impenetrable.»

«Sería un Trabajo muy grato, y los Admiradores del ingenio y del humor estarían muy agradecidos a cualquier Persona competente, que se tomara la Molestia de leer cuidadosamente todos esos Volúmenes de Basura, para seleccionar y rescatar del Olvido, los pasajes e incidentes aludidos en Don Quijote» (pág. xi de una carta a Lockyer Davis, publicada por David Nichol Smith en su prefacio a la reconstrucción de las Ancient Songs chiefly on Moorish Subjects translated from the Spanish de Percy [London: Humphrey Milford, Oxford University Press, 1932], pág. xiii).

Una generación antes Martín Sarmiento había dicho lo mismo: «Quiso ridiculizar los libros de caballerías y no lo hiciera con acierto y gracia si antes no los hubiese leído y se hubiese familiarizado con ellos: así usa de nombres propios, de voces caballerescas y del estilo y expresiones que idénticamente se hallan en aquellos libros y con especialidad en los cuatro libros de Amadís de Gaula. Y como esos libros y los que siguieron son ya muy raros y muy pocos los han leído, por eso son muy pocos los que pueden leer a D. Quijote con todo el alma que en él puso Cervantes. Por esa razón no sería mal recibido el que algún curioso se dedicase a comentar la historia de D. Quijote con notas literales. No piense en eso el que no leyese antes a Amadís y a otros libros semejantes.» (Conjetura sobre la Ínsula Barataria, citado en Francisco María Tubino, El «Quijote» y la estafeta de Urganda [Sevilla: La Andalucía, 1862], pág. 22; casi el mismo texto en Sarmiento, Noticia, págs. 135-136.)

La postura de Sarmiento no era la oficial. Como señala Tubino, el primer editor erudito, John Bowle, muy influido por su amigo Percy, hizo lo que Sarmiento había recomendado e incluyó anotaciones en su edición. La Real Academia de la Lengua, al preparar su edición de 1780, mucho mejor conocida y recientemente reimpresa, decidió que estas anotaciones no eran necesarias (Armando Cotarelo Valledor, El «Quijote» académico [Madrid, 1948], págs. 14-15). Es inexplicable y criticable que se haya reproducido en facsímil la edición de la Academia, cuando no existen en España, según la bibliografía de José Simón Díaz, sino unos cuatro ejemplares de la edición de Bowle, mucho más merecedora de una nueva impresión.



 

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Con sólo una excepción, no se publicaron libros de caballerías desde 1605 hasta el siglo XIX. Esta única excepción, el Espejo de príncipes y caballeros, editado en Zaragoza en 1617-1623, puede explicarse, en parte, como una reacción a la mofa de Zaragoza y los aragoneses en la Segunda Parte de Don Quijote. (Véase mi «Cervantes, Lope y Avellaneda».)



 

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La siguiente discusión acerca del papel social de los libros de caballerías en la España de los siglos XVI y XVII representa un considerable refinamiento de la que ofrecí en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, capítulo 4.



 

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La novela española es tan rica y tan extensa que nadie ha escrito su historia. El último bosquejo, como lo llama su mismo autor, es de 1854; es el «Bosquejo histórico sobre la novela española» de Eustaquio Fernández de Navarrete. Éste es su comentario sobre el papel de los libros de caballerías en la sociedad española: «El libro de caballerías debe considerarse como la novela de costumbres de la edad media: las exageraciones están en los hechos que refiere, no en las ideas que enuncia; y aun en materia de hechos, no todos los que ahora nos parecen inverosímiles dejaban de tener ejemplos en la vida real de aquellos tiempos. Cuando vemos en la crónica de don Juan II de Castilla caballeros, cuya existencia no es dudosa, irse por esos mundos buscando aventuras, deseando encontrar con quien medir el esfuerzo de su potente brazo en los torneos, y damas a cuyas plantas rendir los trofeos de su victoria; cuando vemos a un sugeto tan grave como Diego de Valera... andar convertido de corte en corte en un matasiete; cuando vemos pasos de armas como el del Puente de Órbigo [se refiere al Paso honroso; véase nota 100, infra] donde centenares de caballeros de todos los países acudieron a romperse las cabezas y magullarse el cuerpo, por si era más o menos hermosa una dama, a quien la mayor parte de ellos no conocía; cuando todavía un siglo después miramos a Carlos V desafiar a singular batalla a Francisco I [de Francia], exponiendo sus reinos a quedar huérfanos [véase Pero Mexía, Historia del emperador Carlos V, ed. Juan de Mata Carriazo (Madrid: Espasa-Calpe, 1945), págs. 508-521; Cartas de batalla, ed. Antonio Orejudo (Barcelona: Promociones y Publicaciones Universitarias, 1993), págs. 175-201]; y cuando, lo que es más extraño, se nos presenta Felipe II, el príncipe de genio menos poético y especulativo que hubo jamás, haciendo en los regocijos con que le festejaron los Estados de Flandes el papel de caballero andante [véase, sobre la participación de Felipe II en las fiestas caballerescas, que después se descubrió que fue exclusivamente para complacer a su padre, Daniel Devoto, «Folklore et politique au Chateau Ténébreux», en Les Fêtes de la Renaissance. II. Fêtes et cérémonies au temps de Charles Quint, ed. Jean Jacquot (Paris: Centre National de la Recherche Scientifique, 1960), págs. 311-328, y la principal fuente de Devoto, Juan Calvete de Estrella, El felicísimo viaje del príncipe don Felipe (1552), Sociedad de Bibliófilos Españoles, 2.ª época, 7-8 (Madrid, 1930)], admiramos la verdad de estos libros y reconocemos su influjo. Al presente nos es imposible formar una idea cabal del que recíprocamente ejercieron estos libros en las costumbres y las costumbres en ellos.... Grandes cosas tenían que hacer aquellos siglos; el impulso debía de ser proporcionado. Sin la excitación febril que promovieron por aventuras, ¿hubiera habido muchos que confiándose a unos frágiles maderos se hubiesen entregado al Océano, sin norte ni guía en busca de nuevas regiones, ni se hubiesen expuesto a las hambres y peligros que experimentaron por explorarlas, ni acometer con pocas docenas de hombres imperios poderosísimos?» (págs. xxii-xxiii).



 
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