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Capítulo IV

El humor de Don Quijote


Para componer historias y libros de cualquier suerte que sean, es menester un gran juizio y un maduro entendimiento; dezir gracias y escrivir donaires es de grandes ingenios.


III, 69, 5-9                


El humor del Quijote es el aspecto menos estudiado de la obra. Aunque unos cervantistas han mantenido con firmeza que los primeros lectores la percibieron como una obra cómica, y que tal era el deseo de Cervantes344, ha habido poca discusión sobre lo que es o pretendía ser gracioso345. Este olvido se explica sólo parcialmente por el hecho de que Don Quijote se ennoblece a medida que el libro avanza. Sus causas son numerosas.

Una es que aunque se examinan muchos temas en Don Quijote, el humor no figura entre ellos. Con frecuencia se nos dice que se hace o dice algo gracioso, y los personajes ríen, pero aparte de calificar el pasaje humorístico de locura, necedad, disparate, o algún término similar, apenas hay análisis o discusión del humor en la obra. Hay tres explicaciones posibles de esta omisión. En primer lugar, es difícil hablar sobre el humor en presencia de los personajes a cuyas expensas se produce, y uno de estos personajes casi siempre está presente. En segundo, la creación de humor no era un tema importante ni polémico. Era la capa de azúcar o (en otra metáfora del Siglo de Oro) el cebo usado para pescar al lector. Lo que podía o debía causar risa no era tan importante para Cervantes como los valores morales o la instrucción literaria que quería ofrecer a sus lectores. Finalmente, los personajes serios que discuten cuestiones importantes -los que no forman parte del vulgo- raramente son los que se ríen de Don Quijote (ni de Sancho). Le tratan con respeto, consideran que sus disparates son concertados (II, 376, 12-13), producto de un «boníssimo entendimiento»346, y distinguen entre sus prudentes palabras y sus disparatadas acciones347.

La falta de consideraciones sobre el humor en el libro -el que nos anime a reír pero no a meditar sobre nuestra risa- es sin duda una razón por la que los especialistas han eludido el tema del humor de Don Quijote. Otra razón es el prejuicio entre los eruditos contra el humor, que ni es moderno ni está limitado a los estudios hispánicos. (Se remonta a las figuras del payaso y del bufón, de baja condición social, y quizás a la pérdida, antes de la Edad Media, de las observaciones de Aristóteles sobre la comedia.) El humor, como señalan los estudiosos, es un tema difícil, y se considera poco provechoso348. Los eruditos inevitablemente prefieren tratar de cuestiones serias.

Un factor todavía más significativo que influye en el estudio del humor de Don Quijote es el cambio cultural. Los libros de humor, incluso todo tipo de humor verbal publicado, son cosa del pasado. Hoy se compra un libro para informarse, conmoverse, animarse o entretenerse, pero no para reír. No hace falta. En la actualidad el humor abunda. El periódico nos lo trae a la puerta todos los días. La televisión y las películas están llenas de humor, y parece que lo tratan mejor que las cuestiones serias -quizás porque son medios visuales-. Los libros humorísticos que se publican hoy son recopilaciones de material publicado en otros medios; el autor de novelas cómicas, el P. G. Wodehouse, Evelyn Waugh, Jerome K. Jerome o Álvaro de Laiglesia ha desaparecido.

El cambio cultural, sin embargo, ha afectado incluso la percepción del humor de una obra. El humor es especialmente propenso a debilitarse con el paso del tiempo. Está unido, quizás inevitablemente, a las circunstancias en que se creó, y cuanto más sofisticado es, también es más efímero. El humor superficial de la farsa es más o menos universal, así pues la escena nocturna en la posada (capítulo 16 de la Primera Parte) todavía se la considera divertida. Pero para comprender el humor que surge de lo que es incongruente y ridículo hay que saber lo que sería congruente y sensato349. Si hay que explicar estas cosas, «no se entiende» el chiste y se pierde gran parte del humor.

El mejor humor es, por tanto, perecedero, y es tan difícil para el especialista estudiarlo a varios siglos de distancia como para el lector apreciarlo. Sin embargo, si Don Quijote fue considerado durante mucho tiempo un libro cómico, si frecuentemente nos dice que contiene burlas y que Don Quijote y Sancho hacen reír a la gente hasta que revientan350, su humor es un tema de estudio necesario.

En el capítulo anterior dije que el humor de Tirante lo blanc había sido en parte el modelo del de Don Quijote, y señalé que los pasajes comentados sugieren que Cervantes creía que el humor surge del contraste entre lo que ocurre y lo que el lector piensa que sería lo adecuado. Sin embargo, Cervantes no habría considerado a Tirant como modelo fiable porque su humor, en su opinión, no era intencionado. Además, Cervantes se preocupaba menos por lo que se había hecho que por lo que podía o debía hacerse; en otras palabras, le interesaba la teoría, el «arte cómico» (Persiles, II, 19, 10). No se había escrito mucho sobre el humor, pero un teórico abarcó lo suficiente para incluirlo. La Philosophía antigua poética de López Pinciano no sólo proporciona un tratamiento sistemático, sino que es el único estudio del tema que es probable que Cervantes conociera351. Además, el tratamiento del médico vallisoletano refuerza lo que Cervantes pudo haber tomado de Tirant.

La risa, explica López Pinciano, se encuentra en dos cosas: «obras y palabras» (III, 33 y 43), en las cuales se encuentra «alguna fealdad y torpeza» (III, 43); «lo ridículo está en lo feo» (III, 33). Cervantes encarna esta teoría creando dos personajes físicamente poco atractivos y sin gracia, y hace que uno de ellos, Don Quijote, sea el representante de las acciones cómicas, y el otro, Sancho, el representante de las palabras cómicas. Aquél, cifra de todos los caballeros andantes352, hace cosas divertidas porque está loco, y éste, cifra de los escuderos353, dice cosas graciosas porque es simple354. La división no está bien definida, pues en ocasiones ambos dicen cosas graciosas y hacen cosas disparatadas, y Don Quijote se vuelve menos loco y Sancho más juicioso355. Pero esta distinción entre los dos, el uno hombre de acción, y el otro hombre de palabras, es frecuente en el texto. Así es «la locura del amo y la simplicidad del criado» (II, 56, 11-12; también III, 53, 21-23), «las locuras de don Quixote... [y] las sandezes de Sancho» (IV, 65, 3-4), «las locuras del señor [y] las necedades del criado» (III, 53, 30-31), «embista don Quixote, y hable Sancho Pança» (III, 74, 32-75, 1), y en una descripción del libro en su conjunto, «las hazañas de don Quixote y donaires de Sancho»356.

Según López Pinciano, es difícil definir el humor; «la risa es risa» (III, 32), y sus causas son numerosas (III, 32 y 33). La división entre «obras y palabras» es en realidad sólo la forma en que están divididas «las más cosas del mundo» (III, 33). Sin embargo, finalmente concluye que «lo principal de lo ridículo... consiste en palabras» (III, 45), y eso bien puede ser un motivo por el que el humor verbal, y el papel de Sancho, son cada vez más importantes en Don Quijote: «muchas gracias no se pueden dezir con pocas palabras» (III, 374, 21-22) es el comentario del duque sobre la locuacidad de Sancho. La evolución de Sancho también se explica por la importancia que López Pinciano concede a los simples, puesto que son «unos personajes que suelen más deleytar que quantos salen a las comedias» (III, 59). «Es la persona más apta para la comedia de todas las demás» (III, 60), pues con semejante personaje puede incluirse todo tipo de discurso ridículo.

Podríamos continuar con este análisis de los comentarios de López Pinciano sobre el humor, señalando la presencia en Don Quijote de ejemplos de los tipos de humor que menciona, como las etimologías357, preguntas y respuestas358, y suspiros359. Pero creo que se puede llegar a una conclusión: Don Quijote refleja el pensamiento de López Pinciano sobre el humor. El origen de su humor es, por tanto, «lo feo», y esto require el conocimiento de lo atractivo para su entendimiento360.

Más que analizar el humor de Don Quijote en términos de recursos específicos como donaires y disparates, intentaré explicar los cambios culturales y literarios desde la época de Cervantes, y presentar Don Quijote como Cervantes quería que se viera: un libro de caballerías burlesco. Desde esta perspectiva podemos entender que los joviales dijeran «vengan más quixotadas» (III, 74, 32), que Felipe III comentara, al oír a alguien riendo ruidosamente, «aquel estudiante, o está fuera de sí, o lee la historia de Don Quijote»361 y que Tomás Tamayo de Vargas describiera a Cervantes como el autor más festivo de España362. Me centraré en el protagonista Don Quijote porque es más problemático, dando menos importancia al humor de Sancho, que ha sido más estudiado363.

El protagonista de un libro de caballerías era siempre joven, apuesto y fuerte. Don Quijote es viejo y feo (I, 50, 1-3; II, 150, 15-16); monta un caballo que no sólo es viejo sino que «parecía de leño» (II, 290, 6)364. Su casco, medio hecho de cartón (I, 53, 29-30), está sujeto por cintas, y tiene que beber con una paja cuando el nudo no puede deshacerse365. Más que de ser hábil con la espada, se precia de saber hacer jaulas y palillos de dientes366. En lugar de un rey o un emperador, un ventero le arma caballero, y una prostituta367, no una virgen, le ciñe la espada.

Alonso Quijano cree neciamente que basta escoger nombres nuevos para él y su caballo, su dama y sus amigos para convertirse en caballero368 o pastor369. Sin embargo, el nombre que escoge, Don Quijote de la Mancha, es poco digno. El título de «don», que no le corresponde, es pretencioso370, y «Quijote» utiliza un sufijo despreciativo y cómico371. La parte final de su nombre, sin embargo, es la más cómica.

Los caballeros andantes literarios eran de reinos extranjeros, cercanos (Inglaterra, Gales), o exóticos (Tracia, Hircania). Viajaban por pintorescas partes del mundo, como China, África del Norte y Asia. A menudo visitaban países como Inglaterra y Grecia que durante largo tiempo se asociaron con la literatura caballeresca. Como se ha dicho en el capítulo 2, Cervantes consideraba que España era un escenario muy apropiado para un libro de caballerías, pero Don Quijote es de una de las regiones menos atractivas, y viaja por ella: la árida y poco poblada llanura de La Mancha, que da origen a su nombre. «La Mancha» es un chiste constante en Don Quijote; de ahí las referencias a sus «anales» (I, 60, 3), «archivos» (I, 32, 13; II, 402, 5) e «ingenios» (I, 126, 13), que se reúnen en la academia ridículamente denominada «de la Argamasilla»372, «lugar de la Mancha» (II, 402, 15-16). Don Quijote es famoso «no sólo en España, pero en toda la Mancha» (II, 54, 22), y Dulcinea debe de ser «la más bella criatura del orbe, y aun de toda la Mancha» (III, 398, 7-9; véase también III, 159, 10-14). Una mancha era, naturalmente, algo que un caballero debía evitar a toda costa.

Los caballeros andantes de los libros de caballerías iban acompañados de respetuosos jóvenes aspirantes o admiradores de la caballería. Don Quijote escoge, como «muy a propósito para el oficio escuderil de la cavallería» (I, 77, 15-16), un campesino de mediana edad, infeliz en su matrimonio373, cómicamente montado en un asno374, quien al principio no es más que un glotón gordo, locuaz, codicioso, estúpido e ignorante.

El concepto que tenía Don Quijote de la caballería es una deformación de la ya distorsionada caballería andante de los libros de caballerías. Las hazañas son un paso hacia un fin amoroso; quiere ser útil, pero especialmente a las mujeres; la caballería, en resumen, significa para él servir a las damas375. Este parecer, que es ahora el estereotipo de la caballería, ha llegado a la cultura moderna por medio de Don Quijote376. Ningún tratado de caballería -no existen tratados de caballería andante- respalda esta interpretación377, ni tampoco refleja adecuadamente los libros de caballerías españoles378.

Las mujeres que más quiere servir, y por quienes quiere ser servido, son doncellas (vírgenes). Don Quijote está fascinado por la lascivia de algunos libros de caballerías que, especialmente los de su favorito Silva379, están llenos de doncellas que desvisten al caballero (IV, 68, 16-31), lo bañan desnudo (II, 372, 25-26) y se entregan a él «rendida[s] a todo su talante y voluntad» (II, 316, 21-22; también II, 389, 25-26). (El canónigo criticó la ligereza de las mujeres como un ejemplo de la falta de verosimilitud de los libros de caballerías [II, 342, 4-7], y ya he citado el pasaje en que los ataca por ser «en los amores, lascivo[s]».) Don Quijote introduce en el romance de Lanzarote, que para él es una historia lasciva (I, 167, 28-168, 8) y una de sus favoritas, una referencia gratuita a las doncellas que sirven al caballero380, y en su descripción de la Edad de Oro, el elemento más importante es que las doncellas «andavan... por donde quiera» (I, 149, 12-14). Cuando realmente cree, «de todo en todo», que es un caballero andante (III, 377, 11-15) es cuando las doncellas le sirven en el palacio ducal381. Es la realización de sus sueños, que sólo había podido satisfacer imaginando que unas rameras eran doncellas (I, 61, 25-30). En su fantasía sobre la vida de caballero que cuenta a Sancho, el centro de atención está en la hija del rey, una doncella (I, 291, 2); en la historia que cuenta al canónigo las únicas personas que encuentra el caballero son doncellas, que le reciben, le sirven y se sientan junto a él. Y todas son hermosas (II, 370, 22-373, 24). No es extraño que Don Quijote parezca irritarse por su compromiso con Dulcinea que él mismo se ha impuesto382.

Podría decirse en defensa de Don Quijote que mientras su autor favorito es el lascivo Silva, su caballero favorito y guía de su conducta es el relativamente casto Amadís383. Sin embargo, demuestra todavía más el mal uso que hace de los libros de caballerías al no tener en cuenta que, aunque tarde, Amadís se casa -Esplandián es su «hijo legítimo» (I, 96, 25)- y renegando del matrimonio como fin384. Pronto olvida la profecía burlesca del barbero, que Don Quijote y Dulcinea se casarán y tendrán hijos (II, 327, 14-27).

Don Quijote parodia aún más el amor de los libros de caballerías porque no utiliza ningún criterio en su servicio a las mujeres. No le importa a qué clase de mujer sirve; el caballero, según Don Quijote, debe servir a todas las mujeres, «qualesquiera que sean» (I, 349, 18)385. Ni tampoco es necesario que las mujeres le pidan ayuda, como hacen Micomicona y la condesa Trifaldi. Impondrá su ayuda a quienes no la necesitan, como la «princesa» del capítulo 8 de la Primera Parte; después de impedir que los cabreros sigan a Marcela, que no quiere saber nada de los hombres, la sigue él386.

Don Quijote también desfigura los libros de caballerías cuando dice que era «forçoso» para un caballero tener a una dama387; para que nos demos cuenta de su error, en el mismo libro se lo señala388. Es verdad que todos los protagonistas, y la mayoría de los caballeros secundarios, amaron a una o más damas. Sin embargo, si estaban enamorados, amaban a una dama de su misma clase social. Alonso Quijano escoge a una campesina, y piensa para ella un nombre tan ridículo como el suyo, «que no desdixesse mucho del suyo» (I, 56, 23); Dulcinea del Toboso es la pareja apropiada para Don Quijote de la Mancha389. Aunque se nos diga al principio que Aldonza es «de muy buen parecer» (I, 56, 17-18), pronto nos enteramos de que tiene una voz fuerte y de que huele y se porta como un hombre (I, 363, 13-15 y 20-25; II, 66, 8). Probablemente Sancho escoge a una «soez labradora» como «Dulcinea»390, quien resulta que también huele y se porta como un hombre (III, 138, 19-24; III, 139, 26-27), debido a cierto parecido391.

Don Quijote esboza «dos cosas solas» que «incitan a amar más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama» (I, 366, 14-15). La mujer que elige para idealizarla no sólo carece de lo primero, sino que también carece, mucho más desastrosamente, de la otra atracción femenina. La virtud de Aldonza Lorenzo, cuyo nombre ya es vulgar392, es frecuentemente puesta en duda. El Caballero del Febo, en su soneto introductorio (I, 46, 10), pone al lector en buen camino cuando dice que sólo por Don Quijote podría decirse que Dulcinea es casta. Sancho, que nos recuerda que «suelen andar los amores y los no buenos desseos por los campos como por las ciudades» (IV, 342, 1-3)393, está entusiasmado por la «nada melindrosa» Aldonza394, quien se burla de todos395, y le gustaría ir a verla enseguida, pues no la ha visto desde hace tiempo (I, 364, 3-4); este entusiasmo bien puede tener algo que ver con los celos de su mujer, de los que se queja396. No tenemos que creer a Don Quijote cuando dice que los padres de Aldonza la han educado, como a Marcela (I, 160, 3-4), con «recato y encerramiento» (I, 363, 4-6); Sancho nos dice que aparece en la parte más visible del pueblo, el campanario, y difunde sus deseos a más de media legua de distancia (I, 363, 20-25).

El propio Don Quijote confirma los fallos de Aldonza en este aspecto básico. Compara el amor que siente por ella con el de una alegre viuda por un «hombre soez, baxo e idiota» (I, 365, 3-25; adaptado). Alaba ridículamente, junto con las parte visibles de su cuerpo, sus partes íntimas397. Dice que para él es suficiente pensar que es honesta (I, 366, 7-9), y está dispuesto a jurar que «está hoy como la madre que la parió»398. Sus apreciaciones no borran el impacto que produce su comparación con las dos mujeres que, para los españoles del Siglo de Oro, eran, después de Eva, las peores de todos los tiempos: Helena, cuyo adulterio provocó la destrucción de Troya, y La Cava, por cuyo comportamiento sexual los moros ganaron España399. De esta forma El Toboso será famoso por Dulcinea (III, 404, 18-25).

Don Juan hace a Don Quijote la pregunta más ofensiva que se puede hacer a un enamorado: si su dama estaba «parida»400, «preñada» o «en su entereza» (IV, 250, 26-27). Sin embargo, no podemos dejar este comentario con la explicación que Don Juan ha leído el libro de Avellaneda. Sancho nos dice que Aldonza tiene «çagales» (I, 363, 22). No son sus empleados (serían de su padre, si eso es que lo eran), y las connotaciones pastoriles de la palabra «zagales» confirman que son sus amantes. En la España del Siglo de Oro, sólo una clase de mujer tenía varios amantes; de aquí la sorpresa de Sancho al saber que Dulcinea, «Emperatriz de la Mancha» (I, 84, 5-6), es en realidad Aldonza. La mujer que Don Quijote ha elegido para adorar, «de quien él un tiempo anduvo enamorado» (I, 56, 18), que Sancho conoce bien (I, 363, 13), pero a quien Don Quijote nunca ha hablado401, es, en términos de Avellaneda, «una...», incluso «una grandíssima...» (I, 47, 5)402.

Aunque crea que todas las mujeres solteras sienten interés por él, y el «rechazarlas» parece satisfacerle mucho, en realidad los demás contactos de Don Quijote con mujeres no tienen más éxito. La primera mujer que toca su mano (II, 285, 28-29) lo deja maniatado (II, 286, 6-9); otra canta su caspa en verso (IV, 75, 16). Incluso a Maritornes, tan repulsiva que haría vomitar a cualquiera que no fuera mulero (I, 212, 20-21), Don Quijote tiene que cogerla y no soltarla. No es nada sorprendente, pues, que la honestidad sea su principal virtud (IV, 69, 5-7), ni que él sea «el más casto enamorado... que de muchos años a esta parte se vio» (I, 38, 20-22); «al cabo de mis años», reflexiona para sí, «nunca he tropeçado» (IV, 114, 4-5). Convierte su incapacidad en una virtud con una nueva distorsión, que ha llegado a la cultura inglesa procedente de Don Quijote: que su amor, necesariamente casto, es platónico403.

Hay muchas otra formas en que Don Quijote embrolla y parodia y a los caballeros andantes literarios y sus seguidores. Siguiendo insensatamente lo que ha leído en sus libros, ilustra una de las características de la caballería literaria que Cervantes más desaprobaba: sólo luchará con los que él cree que también son caballeros, de acuerdo con lo que incluso él llama «las leyes del maldito duelo»404. Se ridiculiza su clasificación de los caballeros como un grupo aparte405. El ataque es clarísimo cuando no quiere ayudar a alguien que ha sido atacado por «gente escuderil» (II, 299, 6), el ventero Juan Palomeque (capítulo 44 de la Primera Parte).

Los protagonistas de los libros de caballerías, sin embargo, consideraban el combate como último recurso. Amadís, modelo de Don Quijote, era «tardo en airarse y presto en deponer la ira» (III, 48, 18-19). El combate ineludible tenía unos fines similares a los que Don Quijote esboza en el discurso sobre las armas y las letras (II, 198, 8-11) y en el pronunciado a los rebuznadores (III, 346, 26-347, 8): restablecer las reinas a sus tronos, ayudar a los reyes a rechazar a los enemigos, eliminar las amenazas al orden público. Los soberanos que necesitaban ayuda a menudo pedían los servicios de los caballeros.

A finales del siglo XVI España, y especialmente Castilla, era «tierra... pacífica» (I, 166, 29-30)406. El cautivo, el propio Cervantes, y Fernando de Saavedra, el gallardo español en la obra que inicia las Ocho comedias, emprenden, muy adecuadamente, actividades caballerescas de importancia nacional fuera de la Península. Don Quijote, sin embargo, nunca considera una empresa semejante407. Al quedarse en España, debe buscar ocasiones de combate, y forzar inocentes a luchar. Deseoso de «meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras» (I, 119, 18-20), ataca ejércitos de ovejas, molesta a mercaderes pacíficos, y libera a criminales, a resultas de lo cual tiene que huir de la «Santa Hermandad» (I, 316, 15-318, 2). En su loco afán de gloria también ataca a molinos de viento, cueros de vino y títeres. Sus simulacros de actividades caballerescas no son inocentes: deja a un personaje con una pierna rota (I, 253, 21), a otro herido (I, 311, 19), y a un arriero con su cabeza «en quatro pedaços» (I, 72, 24-26; adaptado). Andrés ruega a Don Quijote que no le complique su vida con más ayuda (II, 77, 25-32).

Los caballeros literarios no tenían miedo. Don Quijote se asusta por el ruido de maquinaria accionada por agua (I, 275, 28-30), y el texto sugiere que no sólo teme a la Santa Hermandad, sino que miente acerca de su temor (I, 316, 23-317, 15). El narrador lo llama cobarde cuando no ayuda a Juan Palomeque (II, 299, 13). Deja a Sancho en peligro cuando huye de los rebuznadores (III, 349, 11-17; III, 350, 7-11).

Los caballeros (III, 229, 20-25), e incluso los cabreros (I, 154, 9-14) sabían hacer medicinas con sustancias corrientes. La del cabrero es eficaz (I, 164, 2-4), pero el remedio que prepara Don Quijote le hace vomitar y produce diarrea a Sancho (I, 222, 23-224, 11).

Como el cautivo, los caballeros andantes eran humildes y no buscaban la gloria, más bien la evitaban. Como los soldados, la conseguían con sus numerosas hazañas. Don Quijote quiere que su fama sea eterna408, quiere conseguirla rápida y fácilmente409, y le gusta alardear410. Mientras los caballeros a menudo ocultaban su identidad411, Don Quijote anuncia la suya a los que no la piden412; el narrador nos especifica que era «vanaglorioso»413.

Los caballeros se alojaban en castillos. Don Quijote duerme en ventas, y no paga. Roba la bacía de un barbero, se la pone en la cabeza y afirma que es un yelmo famoso. Deja que Sancho se apropie de la silla del barbero.

Es en este momento cuando Don Quijote proclama su honradez (I, 287, 15-21), una reivindicación en conflicto tanto con sus acciones como con sus palabras. Se esperaba que un caballero se adhiriera a unas normas morales tan altas, que no podía mentir nunca («las órdenes de cavallería... nos mandan que no digamos mentira alguna», I, 360, 5-7); incluso la palabra «mentís» significaba un desafío a duelo414. Los normas de conducta de Don Quijote, sin embargo, no son tan altas. En el primer capítulo se nos dice que «sobre todos [los caballeros andantes literarios] estava bien con Reinaldos de Montalván, y más quando le veía salir de su castillo, y robar quantos topava» (I, 52, 27-30). Un poco más tarde dice que él es este caballero francés deshonroso (I, 107, 16-17), «más ladrón... que Caco» (I, 98, 25), «amigo de ladrones y gente perdida» (III, 49, 30-31)415. Don Quijote desfigura el propósito de la caballería cuando la entiende como medio para adquirir bienes materiales416. Los caballeros andantes recompensaban a sus escuderos con territorio obtenido por herencia, y muy en segundo lugar por matrimonio417; la lucha por afán de lucro es la antítesis de la caballería418.

El entusiasmo de Don Quijote por los criminales es, pues, una ridícula deformación de los principios de la caballería. Además de los galeotes, con quienes hace amistad, encuentra un alma gemela en Roque Guinart, un ladrón conocido (IV, 272, 27), buscado por el virrey419. Con él, prendido de su caballeresca «nueva manera de vida»420 e impresionado por la fama de Roque (IV, 260, 6-8) y por sus «buenas y concertadas razones» y «buen discurso» (IV, 269, 7 y 10), Don Quijote se olvida de su propio principio, que cada uno es hijo de sus obras421. Las obras de Roque no concuerdan con sus palabras; además de robar, mata ante los ojos de Don Quijote (IV, 273, 3), y no se contenta con vengarse, sino que quiere vengar a los demás422. Don Quijote podría estar con él trescientos años (IV, 274, 7-9).

Los argumentos y explicaciones sofistas de Don Quijote son otra fuente de humor, así como de admiración. Presenta la naturaleza de la bacía del barbero como si fuera una cuestión de gustos: «esso que a ti te parece bazía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa» (I, 356, 6-8). Si está en una jaula en un carro de bueyes, y no podía ser un encantamiento, «podría ser que con el tiempo se huviessen mudado [los encantamientos] de unos en otros» (II, 358, 21-23). Creyendo que está cuerdo, dice que es mucho más virtuoso, «la fineza de mi negocio», actuar locamente sin causa: «bolverse loco un cavallero andante con causa, ni grado ni gracias; el toque está desatinar sin ocasión» (I, 354, 9-12). Y así lo encontramos cabeza abajo, con sus ropas cayendo, «descubriendo [en las palabras honestas de Cervantes] cosas, que, por no verlas otra vez, bolvió Sancho la rienda a Rozinante» (I, 372, 11-13).

¿No son ésas «las [más] estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden» (I, 210, 31-32), las «mayores que pueden imaginarse» (III, 128, 10)? ¿No son suficientes para dar «gusto general a todo el mundo» (IV, 273, 26-27; también IV, 22, 17-18)? ¿No es, con su casco de cartón, bebiendo con una paja, «la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar» (I, 63, 30-31)? Cervantes creía que podía abrirse el libro al azar y siempre encontrar algo cómico (I, 130, 7-9).

No sólo es Don Quijote un héroe burlesco, su historia es un libro burlesco. Los sabios autores ficticios de los libros de caballerías españoles eran hombres juiciosos, cristianos o simpatizantes con la cristiandad. Los manuscritos se habían conservado cuidadosa y honorablemente423. La historia de Don Quijote es contada por un perro de autor (I, 133, 4-5; también III, 67, 25), un moro, hecho que le entristece cuando lo sabe, pues «de los moros no se podía esperar verdad alguna; porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas» (III, 60, 28-61, 1). Este moro es un narrador incompetente, que constantemente da detalles innecesarios424. Su historia se vende como papel viejo (I, 129, 26-27). Otros textos acerca de Don Quijote se descubren en una caja de plomo, no de oro (II, 401, 21).

Don Quijote teme que su historiador morisco incluya «alguna indecencia» que perjudique «la honestidad de su señora Dulcinea» (III, 61, 2-5). Ya hemos visto como se trataba a Aldonza/Dulcinea, pero hay muchos más elementos ofensivos. En la historia de Don Quijote hay abundantes referencias al cuerpo, de larga tradición en el humor425. En Don Quijote la gente huele426, igual que los animales427. Tienen chinches428. Orinan429 y defecan430. Las mujeres tienen la menstruación, o más bien, no la tienen las mujeres encantadas (III, 294, 6-10), de la misma manera que los encantados no hacen sus necesidades (III, 296, 13-14). Las mujeres solteras que no son honestas quedan embarazadas431, resultado lógico de la lujuria que no vencen ni los animales432 ni algunos personajes menos refinados433. El asno de Sancho suspira per anum, lo que su dueño y Don Quijote interpretan como un buen augurio434. ¿He de añadir que la inclusión de tal material en un libro de caballerías, en cuyo noble mundo nunca se encuentra, es muy cómica?

El personaje perfilado es el protagonista burlesco de una obra burlesca, y no presta atención al lado positivo de Don Quijote. Pone de relieve a Don Quijote tal como es en la Primera Parte, que he citado más frecuentemente que la Segunda Parte.

El Don Quijote del siglo XVII, y el del propio Cervantes, era principalmente la Primera Parte. Los lectores de aquella época tuvieron una experiencia que nosotros no podemos tener: estuvieron diez años con sólo la Primera Parte, no identificada como tal y dividida en cuatro partes, sugiriendo que era una obra completa, más que parte de una más amplia. Estos primeros lectores no sabían que habría una continuación, pues la promesa al final de la Primera Parte de que habría una era convencional y significaba poco.

En los diez años que separaron la publicación de la Primera y Segunda Parte, Don Quijote había entrado a formar parte de la cultura española435. Había inspirado el Caballero puntual de Salas Barbadillo y el Entremés de los romances436, así como la continuación de Avellaneda, y Guillén de Castro había escrito una adaptación teatral437. Tanto Don Quijote como Sancho se habían representado en festivales populares. Los lectores llegaban a la Segunda Parte con una orientación hacia la Primera Parte, y en especial al principio de la Primera Parte, de la que nosotros carecemos438. No esperaban ni deseaban un cambio en los personajes, concepto literario con el que estaban poco familiarizados.

Puede que fuera eso lo que Cervantes quería; es Cide Hamete, alabando a Alá, quien quiere que los lectores olviden la Primera Parte (III, 110, 5-15). Las palabras de Sansón, «nunca segundas partes fueron buenas» y «de las cosas de don Quixote bastan las escritas» (es decir, en la Primera Parte; III, 74, 27-29), parecen mucho las opiniones de Cervantes. Ataca continuamente las «innumerables» e «infinitas» continuaciones de Amadís439, y tampoco dio su aprobación a la continuación de Belianís (Partes III-IV)440. En el «escrutinio de la librería», además de atacar las obras de Feliciano de Silva, continuador de Amadís, el cura también condena la Diana segunda441 y las continuaciones de Ariosto442. En el Parnaso (45, 32-46, 4) se ataca una continuación de Lofrasso. Al final de la Primera Parte Cervantes prometió a sus lectores que, si era bien recibida, escribiría no una continuación, sino otras obras443, y trata con humor la posibilidad de escribir una continuación de la Primera Parte. Ya he mencionado la continuación de La Galatea que nunca concluyó, y al parecer nunca escribió la segunda parte del «Coloquio de los perros», prometida en el texto (III, 152, 3-9).

Aparte de la queja que hay al principio del capítulo 44, porque no podían incluirse «novelas sueltas ni pegadizas» en la Segunda Parte, limitación que encontraba molesta444, y la aparente convicción de que un «puntualíssimo escudriñador de los átomos» (IV, 140, 7-8) se había encargado de que no se encontraran incoherencias, no hay pruebas de que Cervantes considerara la Segunda Parte muy distinta de la Primera Parte, y, mucho menos, superior. Cervantes nos dice en los prólogos de las Novelas ejemplares y de la Segunda Parte de Don Quijote (escritos, naturalmente, durante y después de la composición de la Segunda Parte, respectivamente) que lo que tenemos en la Segunda Parte es «don Quixote dilatado». En el prólogo de la Segunda Parte añade que la segunda parte está «cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera» (III, 31, 26-28). Apoyan estas afirmaciones diversas voces que observan que Don Quijote y Sancho, tal como aparecen en la Segunda Parte, son los mismos que en la Primera Parte445.

La respuesta de los lectores de Cervantes -como se ve por la historia de la publicación- sugiere que consideraban la Segunda Parte inferior. Hubo ocho ediciones de la Primera Parte anteriores a la publicación de la Segunda Parte, pero sólo cuatro de la Segunda Parte sin la Primera. Robles, el editor oficial, publicó tres ediciones de la Primera Parte, pero sólo una de la Segunda, y no publicó nunca una edición de las dos partes juntas. En el inventario que se hizo al fallecer Robles, ocho años más tarde, aparecieron muchos ejemplares sin vender de esta única edición de la Segunda Parte446. Lo mismo podría decirse del Quijote que del Guzmán de Alfarache: la publicación de la Segunda Parte anuló o redujo drásticamente el interés por el libro, del que no hubo ediciones desde 1617 a 1637.

Por supuesto, el interés por las obras de Cervantes se diluyó por la publicación casi simultánea del Parnaso, las Comedias, o incluso más por el Persiles, que, aunque transitorio, fue un gran éxito, y especialmente por las Novelas ejemplares, la obra de Cervantes que en la España del siglo XVII fue más popular que Don Quijote447. Pero quizás la reacción de los lectores era simplemente que la Segunda Parte no les gustaba tanto como la Primera; querían más humor, querían ver «embestir» (III, 74, 32) a Don Quijote, y en la Segunda Parte lo hace menos.

La Segunda Parte no es tan divertida como la Primera. Desde el principio hasta la llegada al castillo de los duques, tiene muchas características de la Primera Parte. Todavía se trata la veracidad de la literatura caballeresca448, y todavía se encuentran los motivos y arcaísmos caballerescos, tan comunes en la Primera Parte449. Don Quijote continúa con sus acciones disparatadas, atacando títeres, entrando en una cueva llena de murciélagos, buscando a Dulcinea y suponiendo, sin el menor fundamento, que el mundo le ofrece aventuras a cada paso. Un barco en la orilla del Ebro «derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y combidando a que entre en él... porque éste es estilo de los libros de las historias cavallerescas» (III, 359, 2-8; compárese con III, 45, 28-46, 7). Don Quijote con suero bajándole por la cara, preguntándose si su cerebro se está fundiendo (III, 210, 11-16), es el ridículo Don Quijote que conocemos de la Primera Parte450.

Naturalmente, Don Quijote, al final de la Segunda Parte, es pocas veces divertido. De modo significativo, en los pasajes que hablan de la Segunda Parte de Avellaneda, hay la queja que Sancho aparezca «no nada gracioso» (IV, 250, 6; IV, 382, 9-383, 5), pero la distorsión de la que Don Quijote se lamenta es que se le describía «ya desenamorado de Dulcinea del Toboso» (IV, 248, 6-7). Don Quijote en estos capítulos finales es desde luego más «el más valiente y el más enamorado y el más comedido [señor] que tiene el mundo»451 que «[e]l más gracioso loco que hay en él» (IV, 321, 28-29). Hace pocas cosas; sus aventuras son tan poco geniales (o en términos de Cervantes, faltas de invención) como ser atropellado por toros (IV, 239, 30-241, 16) y después por cerdos (IV, 346, 24-347, 27), de las que nadie se ríe. Ahora su castidad es consecuencia no de incapacidad sino de la virtud452, y su cuerpo pero no su espíritu es derrotado por el Caballero de la Blanca Luna (IV, 318, 6-12). Don Quijote, en vez de causar admiración453, se admira de lo que los demás hacen454, nos dicen que todavía es loco y divertido455, pero no es ni lo uno ni lo otro.

No es sólo la perspectiva de Don Quijote la que se derrumba en estos capítulos finales. Sancho, habiendo aprendido humildad al ser gobernador de su isla, quiere ser de nuevo gobernador (IV, 290, 28-29), mandar y ser obedecido (IV, 298, 13-14), y habiendo superado anteriormente su codicia456, le interesa de nuevo el dinero (IV, 372, 23-28; IV, 375, 3-8). Aunque Sancho ha llegado a poseer una gran sabiduría natural, estamos de nuevo ante el Sancho original, cuya sabiduría proviene de lo que le han enseñado457.

Los duques, cuando proyectan una nueva burla, son censurados por Cide Hamete (IV, 363, 25-29), quien se ha transformado de moro mentiroso en paladín de Don Quijote y «flor de los historiadores» (IV, 276, 25). Sansón se ha portado de forma censurable en toda la Segunda Parte, burlándose del protagonista, de su ama de llaves, de Sancho, y compartiendo con Roque Guinart un reprobable deseo de venganza (III, 192, 26-28). Muestra una falta de aprecio por Don Quijote cuando lo llama, en un epitafio, «el espantajo y el coco del mundo» (IV, 404, 29-30). Sin embargo, pretende estar lleno de «buenos pensamientos» y movido por la «lástima» a ayudar a Don Quijote a recobrar su cordura (IV, 320, 23; IV, 321, 22), que, sin embargo, de alguna forma ya no es deseable (IV, 321, 26-32; IV, 399, 4-10). Roque Guinart es un asesino proscrito, pero rehúsa tomar dinero para sí mismo (IV, 271, 20-26), y lleva a cabo el deber más importante de un líder: proporciona justicia a sus hombres458. Finalmente, tenemos en el último capítulo un ataque gravísimo a los libros de caballerías, que sorprende y desconcierta al lector, pues no habían sido criticados en cuarenta capítulos.

La confusión de la sección final de la Segunda Parte tiene una explicación obvia. Cervantes estaba sorprendido y dolido por la continuación de Avellaneda y su ataque contra él en el prólogo. Se refiere repetidamente al libro de Avellaneda en los últimos capítulos459, dándole, irónicamente, una vitalidad que nunca hubiera tenido sin los ataques cervantinos. En estos capítulos parece que los principales propósitos de Cervantes fueron defender su concepción de Don Quijote y Sancho e insistir, en contra de cierta evidencia, en que Avellaneda no los representaba como él lo había hecho. También quería poner al descubierto que Avellaneda era un historiador falso e impedir que escribiera más. Estos factores, junto con una gran prisa por completar y publicar su continuación y desplazar la de Avellaneda, explican suficientemente su confusión.

¿Y la sección central de la Segunda Parte, la visita al castillo de los duques? Ésta es la sección más larga de la Segunda Parte y de toda la obra, con «las mejores aventuras que en esta grande historia se contienen» (III, 420, 19-21). En ella Don Quijote y Sancho todavía son cómicos, aunque menos; los lectores nos preguntamos si es conveniente reírse de ellos.

El que todos los personajes menos uno se rían del protagonista, y que éste (el eclesiástico) se presente en términos tan negativos, es una clara prueba de que la intención de Cervantes era que riéramos en estos episodios. No hay ironía en la declaración que estas «burlas que llevassen vislumbres y apariencias de aventuras» (III, 421, 10-11), que dieron «que reír a los duques, no sólo aquel tiempo, sino el de toda su vida» (IV, 45, 32-46, 2), son las mejores aventuras del libro. Sin embargo son «mejores» sólo en el sentido que están más elaboradas460. Ciertamente no son las más divertidas.

Su humor no está tan logrado por dos motivos. El primero es que no es creado por sus víctimas, y los fallos propios son mucho más divertidos que cualquier cosa que alguien pueda hacernos. Es divertido que una persona haga algo ridículo, pero es más divertido que alguien sea ridículo sin que se dé cuenta. Cuando hay un autor de la burla la víctima no es ridícula, sino ridiculizada. En términos de Cervantes, se han separado la admiración y la risa. Los duques y sus empleados consiguen aquélla; Don Quijote queda sólo para provocar la risa como blanco de sus bromas.

Los incidentes más divertidos en el palacio de los duques son los que provocan Don Quijote y Sancho. Entre ellos están las sorprendentes interpretaciones erróneas de las aventuras creadas para ellos: el que Don Quijote no se diera cuenta que no era un honor que le lavaran la barba, que las damas barbudas, una de las cuales utiliza un final de palabra masculino (IV, 8, 22-24), son en realidad hombres, que el caballo que se mueve tan suavemente que parece que no se mueva, no se mueve (IV, 39, 1-4; IV, 70, 5-7) y la absurda descripción que hace Sancho de lo que había visto montando Clavileño (IV, 43, 6-45, 26). También incluyen la conducta de Sancho que molesta a su amo: su impropia preocupación por su asno y la historia que narra, ambas en el capítulo 31.

Un segundo motivo por el que estos episodios no son tan humorísticos como Cervantes creyó que serían es que la corrección exige que la víctima del humor de algún modo se lo merezca461. En la Primera Parte, el orgullo y los errores de Don Quijote, y la codicia de Sancho, hacen que sus infortunios y apuros sean consecuencias satisfactorias462. Pero aquí es distinto. Sancho es menos codicioso, más modesto y más prudente. Don Quijote ya no causa daño a los demás, y, si no es humilde, por lo menos no es tan ridículamente vanidoso. Los duques son, de diversas maneras, unos personajes menos admirables que él. Viven a costa de dinero prestado y de trampas (IV, 119, 29-30). Por este motivo pedir al duque que desempeñe el deber más importante de un gobernante, el de hacer justicia463, es «pedir peras al olmo» (IV, 169, 3-4); la justicia que el duque afirma administrar (IV, 170, 4-8) claramente es de burlas. El duque es vanidoso (III, 425, 12-16), y le gusta el poder (IV, 48, 17-20), lo cual indica su imperfección moral. Su mujer es presumida y vengadora464; confunde a Sancho acerca de la realidad465. Como el diablo («Coloquio de los perros», III, 214, 22-23), hablan con «razones torzidas y de muchos sentidos»466. Por lo tanto su diversión a costa de Don Quijote y Sancho es censurable. Son ellos quienes «reciben su merecido»; nos agrada leer que Sancho, cuando es gobernador, frustra sus intenciones humorísticas, y que, contrariamente a sus deseos, Don Quijote y Tosilos no llegan a «hazerse pedaços» (IV, 217, 9; adaptado)467.

Pero otro tanto puede decirse de ellos: si no administran sus tierras, tampoco Don Quijote cuida de la suya468; si hablan con «razones torzidas», también lo hacen otros personajes, narradores y el mismo Cervantes469. Los duques tratan a Don Quijote y a Sancho con gran cortesía. Don Quijote pasa con ellos sus días más agradables, y Sancho recibe su «ínsula» y como consecuencia gana algo mucho más precioso, conocimiento de sí mismo. Los duques tienen cuidado de que Don Quijote no se dé cuenta de que es objeto de sus burlas (III, 396, 17-21). Sus burlas son correctas, sin dolor o daño a terceros470. Cuidan de no dañar a Don Quijote (IV, 210, 16-19; IV, 211, 29-212, 4), y lo sienten cuando una burla termina mal, un «mal suceso»471. Cuando Don Quijote los deja está bien alimentado, descansado y más rico que cuando llegó472, y en posesión de un método imaginario para deshacer el imaginario encantamiento de Dulcinea. Incluso Teresa ha recibido valiosos regalos, y lo que valora más, prestigio en su pueblo. ¿Cómo podemos decir que esta gente, que no son admirables ni mucho menos, no han actuado inocente o incluso positivamente?

Lo que tenemos aquí es ambigüedad, que no era ninguna virtud en la época de Cervantes. Si centramos nuestra atención en la complicada estructura de las aventuras creadas por los duques, y dejamos a un lado la cuestión de si Don Quijote merece ser ridiculizado -es decir, si interpretamos los episodios superficialmente- no hay ningún problema; ésas son las mejores aventuras del libro, y deberíamos reír. Pero en el fondo son, en el mejor de casos, inquietantes, y pueden ser muy perturbadoras.

Esta ambigüedad se remonta a mucho antes de la visita a los duques. Como han señalado Mandel y otros antes que él, Don Quijote es en todo el libro un personaje más interesante, más sabio y más digno, que la gente cuerda con la que se relaciona473. Incluso en la Primera Parte, Don Quijote es moralmente superior a los que se divierten con él, como Maritornes y la hija del ventero474. Cuando otros personajes describen la realidad -la bacía y la silla- con mentiras, y se produce una riña, parece que Don Quijote tiene razón cuando para la lucha, valiéndose de «persuasión y buenas razones» (II, 301, 7-8), y explica que el diablo ha hecho que la venta parezca el campo de Agramante475. Aunque el contexto sea de burla, su amor gana en nobleza cuando señala que hay muchos precedentes de su dama imaginaria, y que su creencia o fe en Dulcinea es la consideración más importante (I, 365, 26-366, 28). El resultado de la combinación de su orgullo y egoísmo (II, 282, 28-283, 20) con su inclinación por la «idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que ay en el mundo» (II, 282, 26-28)476, es igualmente ambiguo. Su ambigüedad se ve incluso en la primera salida, ya en los capítulos 2 y 3, cuando inspira temor al ventero y a los arrieros (I, 62, 15-17; I, 73, 25-27), y logra ganarse el respeto y el tratamiento apropiado de las rameras de la venta (I, 75, 5-30).

En la primera mitad de la Segunda Parte, mientras el texto nos dice que Don Quijote era «un loco de atar» (III, 132, 9), también nos dice que era extremadamente prudente, más que ningún otro personaje; según Sancho y la sobrina de Don Quijote, sabía «no sólo tomar [un] púlpito en las manos, sino dos en cada dedo y andarse por essas plaças a qué quieres, boca» (III, 276, 20-23; III, 94, 9-12; I, 245, 10-12). Le mueven nobles principios, por los cuales está dispuesto a sacrificarse -al contrario de, por ejemplo, Diego de Miranda- en resumen, quiere «hazer bien a todos y mal a ninguno» (III, 391, 3-4).

En la Segunda Parte, Don Quijote tiene éxitos en su misión caballeresca. Ayuda a un personaje que realmente lo necesita, Basilio (III, 271, 13-272, 24). Derrota a Sansón Carrasco, y es más feliz estando loco que Sansón cuando está cuerdo (III, 192, 7-9). Aunque le tengan que recordar su obligación de ayudar a las mujeres que lo merezcan, sin su intervención la hija de Doña Rodríguez no habría tenido perspectivas de matrimonio, de lo cual tanto ella como su madre están «contentíssimas», y Tosilos también está satisfecho (IV, 217, 15-18).

Sin embargo, un episodio de la primera sección de la Segunda Parte presenta la ambigüedad del protagonista muy claramente porque apenas tiene conexiones con otros episodios. Se trata de la relativamente poco estudiada aventura del león477, que fue tan importante para Don Quijote que cambió lo que llamaría su nombre apelativo478 del despectivo «Cavallero de la Triste Figura»479 a «Cavallero de los Leones». Sancho, quien ha expuesto coherentemente las fantasías caballerescas de Don Quijote, describe a su señor desafiando a los leones como «no... loco, sino atrevido» (III, 213, 13-14). Como lo hace en toda la Segunda Parte, Don Quijote se encomienda correctamente primero a Dios, y después a su dama480; el narrador nos cuenta, sin ironía, que tenía «maravilloso denuedo y coraçón valiente» (III, 216, 28-29)481. Por esta aventura el rey oirá hablar de Don Quijote (III, 220, 30-32). El razonamiento de Don Quijote nunca es más inteligente: es correcto que los encantadores no puedan quitar «esfuerzo y ánimo» (III, 220, 26-27). El paralelismo que establece con el torero (III, 222, 7-10) es válido, y su argumento de que la temeridad es preferible, y más fácil de remediar, que la cobardía (III, 223, 19-224, 3), está, en palabras de Diego de Miranda, «nivelado con el fiel de la misma razón» (III, 224, 6-7), y le lleva más tarde a comentar que las palabras de Don Quijote «borran y deshazen sus hechos» (III, 227, 22-23).

El análisis que hace el leonero del resultado (que el león tenía la oportunidad de luchar, pero la rechazó, dando a Don Quijote la victoria) es improvisado (III, 218, 28-219, 5). Sin embargo, ha ocurrido algo significativo, o más precisamente, ha dejado de ocurrir. Los leones son los más grandes que se han llevado a España (III, 212, 9-15). Además, están hambrientos, su cuidador les debe dar comida pronto (III, 212, 17-20), y teme que le ataquen sus mulas (III, 214, 9-14). Sin embargo, el león macho, cuyos ojos son feroces (III, 218, 7), no sólo se niega a atacar y a comerse a Don Quijote, sino que ni siquiera sale de su jaula. Y un animal es incapaz de los engaños que los hombres nos infligimos.

El texto no explica qué ha ocurrido, pero podemos suponer con seguridad que hay una explicación, puesto que las cosas no ocurren por casualidad: «no ay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos» (IV, 328, 26-29)482. La explicación de Don Quijote seguramente sería que el resultado de su desafío al león era la voluntad de Dios, ¿y cómo podemos no estar de acuerdo?

Sin embargo, el episodio todavía molesta. Cide Hamete nunca parece más distante que en su alabanza de Don Quijote, hiperbólica pero despectiva (III, 217, 3-21). El problema está en el dato citado anteriormente, la descripción que hace el narrador del resultado de lo que llama la «jamás vista locura» de Don Quijote. El león, irónicamente calificado de «generoso» y «más comedido que arrogante», «no haziendo caso de niñerías ni de bravatas... bolvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quixote» (III, 218, 13-19). Esto es incompatible con la conducta del mismo Don Quijote, y con los comentarios que hacen los personajes sobre él.

Quisiera solucionar el principal problema interpretativo de Don Quijote y conciliar la orientación textual hacia la risa con las cualidades positivas y los verdaderos logros del protagonista483. «En verdad que no te he [de] dar este contento» (III, 27, 8-9). Creo que no puede hacerse. La intención del autor es que los lectores se rían de Don Quijote en todo el libro, excepto en el último capítulo. Sin embargo, antes del final, incluso mucho antes, va convirtiéndose en un personaje más digno, menos loco, más virtuoso, y menos gracioso. Hasta cierto punto se ha sacrificado el humor para dar provecho, como se discute en el capítulo siguiente. Sin embargo, en conjunto, no puedo encontrar ningún plan que rija la irregular evolución de Don Quijote, o pruebas de que Cervantes se preocupara por las contradicciones en el texto que publicó o incluso, en muchos casos, que fuera consciente de ello.

Es posible, sin embargo, explicar en términos generales los orígenes del problema. Es difícil mantener un personaje negativo, y más aún a un protagonista negativo, y la dificultad es mayor cuanto más largo es el libro; los autores, especialmente uno tan preocupado por la caridad como Cervantes484, llegan naturalmente a sentir simpatía por sus personajes, quererlos o por lo menos «entenderlos». Don Quijote, además, no era un personaje cualquiera; era uno que guardaba extraordinarios paralelismos con el autor, uno que, más que ningún otro personaje de La Galatea o el Persiles encarnaba las fantasías de Cervantes.

Había, naturalmente, diferencias fundamentales entre ellos: Don Quijote era soltero y Cervantes estaba casado, Don Quijote era un terrateniente rural y Cervantes un burócrata viajero, pero esencialmente urbano, Cervantes era un patriota cristiano485 y Don Quijote veía la caballería como una ayuda a particulares486, Cervantes era al mismo tiempo autor y lector mientras que Don Quijote nunca se guió por sus fantasías de autor, y Cervantes era cuerdo mientras Don Quijote era loco. Sin embargo, los paralelos sorprenden. Los dos eran discretos e ingeniosos, no eran jóvenes487, habían leído mucho y conocían una gran variedad de temas488. Ambos eran hidalgos de medios modestos489; ambos eran de Castilla la Nueva490. Ambos montaban rocines491 y ninguno de los dos tenía todos los dientes492. Ambos tenían «bigotes grandes» y «nariz corva»; Cervantes tenía un «rostro aguileño» y Don Quijote una «nariz aguileña» (III, 175, 25-26; Novelas ejemplares, prólogo, I, 20, 18-23).

Ambos estaban favorablemente dispuestos a la vida de armas, y cada uno se veía a sí mismo «más valiente que estudiante» (I, 383, 14). Viajaban por España, y creían que eran líderes incomprendidos493, y se alababan a sí mismos y a la humildad simultáneamente494. Cada uno se consideraba «artífice de su ventura»495, pero había aprendido paciencia en las adversidades496; ambos recibían dinero de la nobleza. Fueron amenazados con la excomunión (capítulo 1, nota 67). Sabían un poco de italiano y podían citar a Ariosto497; tenían nociones de árabe498. Eran aficionados al teatro499, que, creían, tenía que mejorar500. Ambos vivían con mujeres, pero no con su esposa, en sus respectivas casas (en Valladolid, en el caso de Cervantes). Tenían opiniones firmes sobre muy distintos temas, y tenían valores parecidos501. Ambos, naturalmente, conocían bien los libros de caballerías.

Lo que sigue no está bien documentado, pero son, sin ironía, conjeturas verosímiles. Tanto Cervantes como Don Quijote creían en la importancia de la honestidad502. A ambos les gustaba el silencio503, y cada uno creía que era «cortés y amigo de dar gusto a todos» (III, 198, 22). Ambos simpatizaban con el sacerdocio504, y admiraban la vida ascética505. Ambos creían que Amadís de Gaula era el mejor libro de caballerías, y que Belianís de Grecia tenía muchas partes buenas506; en el capítulo 1 propuse que Cervantes pensaba, igual que Alonso Quijano, escribir una continuación de su última obra. Ambos eran «algo curioso[s]», fatigados por sus «desseos de saber cosas nuevas» (III, 306, 15-16); a los dos, sin embargo, les costaba dormir507. Ambos tenían una «memoria... grande» (III, 259, 10), y ambos aprendían acerca de sí mismos y acerca del mundo, observando y meditando sus observaciones. Ambos padecían algo de melancolía y disfrutaban con la literatura que la hacía desaparecer; ambos tenían gran afición por los libros, y tenían una biblioteca508. Ambos disfrutaban con la naturaleza, pero no tenían ningún interés por la agricultura. Puede que ambos hubieran tenido una enfermedad renal509; ambos consideraban a los niños una carga. Ambos preferían viajar a quedarse en casa, y tenían más contacto con los caballos y los mulos que con perros y gatos; ambos preferían el campo a la ciudad. Ambos querían ayudar a su país, y deseaban autoridad para poder poner sus ideas en práctica510; ambos sentían nostalgia por tiempos pasados511. Ambos admiraban la caballería (aunque la entendían de forma distinta), y creían que su resurgimiento era deseable512. Ambos eran cristianos «nuevos»513. Los dos creían que eran excelentes, y deseaban la fama, pero tenían dudas, fomentadas por la indiferencia o la hostilidad de la sociedad. Por eso, se sorprendieron por el éxito de la Primera Parte, y estaban más confiados al principio de la Segunda Parte.

Algunos de estos paralelismos pueden ser accidentales o sin importancia, pero no todos. Llegamos a la conclusión que Don Quijote, más que ningún otro personaje, refleja al autor514. Si dejamos a un lado sus acciones locas y destructivas, que se concentran en la Primera Parte, Don Quijote es un personaje totalmente admirable. Sólo tendríamos que añadir algunos calificativos a su autodescripción de «valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos» (II, 374, 2-4), y cuestionar si todas estas características pueden atribuirse a su reencarnación en un caballero andante, como cree515. El verlo de esta forma explica en gran parte el aumento de su talla y sus ingeniosos razonamientos. Está loco, pero también es inteligentísimo.

Hay un precedente fascinante, en una obra de la que ya hemos hablado mucho, de un personaje que representa, hasta cierto punto, el autor, pero está equivocado, confuso y descaminado. Esta figura es El Pinciano, uno de los tres participantes en los diálogos de la Philosophía antigua poética, de El Pinciano516. El Pinciano es el personaje que necesita que sus vecinos más eruditos, Fadrique y Hugo, le iluminen; es el que pregunta y los otros responden. Ha oído hablar de Aristóteles y Cicerón, pero no los entiende (III, 33); tiene algunos conocimientos, pero no los suficientes (III, 79); está confuso (III, 98); no entiende (III, 103); saca conclusiones ridículas de sus ingenuas interpretaciones de Aristóteles517. Sin embargo, a pesar de eso, es el que hace preguntas inteligentes, es el buen observador que va directamente a los puntos débiles de los argumentos de sus interlocutores, con el ejemplo que les cuesta explicar. Su semejanza con Don Quijote es manifiesta.

En verdad, mientras que en la Primera Parte la sabiduría de Don Quijote es fuente de sorpresas (II, 62, 15-21; II, 361, 17-23), en la Segunda Parte sus dos facetas son tema de comentarios explícitos. Muy al principio (III, 40, 9-44, 24) se cuenta la historia del hombre de la casa de los locos de Sevilla, que creía que estaba cuerdo, que hablaba y escribía con gran sensatez, pero «al cabo disparava con tantas necedades, que en muchas y en grandes igualavan a sus primeras discreciones»; lo mismo puede decirse de Don Quijote. La descripción del personaje secundario más sabio de la Segunda Parte, el Caballero del Verde Gabán, es bien conocida: Don Quijote era «un cuerdo loco y un loco que tirava a cuerdo» (III, 221, 15-16), opinión repetida por su hijo («un entreverado loco, lleno de lúzidos intervalos», III, 231, 22-23) y el narrador («las entremetidas razones de don Quixote, ya discretas y ya disparatadas», III, 237, 19-21). Por los primeros consejos de Don Quijote a Sancho, cualquiera lo consideraría una «persona muy cuerda y mejor intencionada», pero en los segundos «mostró tener gran donaire, y puso su discreción y su locura en un levantado punto»; «a cada paso desacreditavan sus obras su juizio, y su juizio sus obras», sintetiza el narrador (IV, 55, 4-15). Los que lo encontraron en la venta «quedaron admirados de sus disparates, como del elegante modo con que los contava. Aquí le tenían por discreto, y allí se les deslizava por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre las discreción y la locura» (IV, 251, 11-16).

El texto ofrece una explicación: el vínculo entre el humor y la inteligencia. Cervantes lo indica en primer lugar con Dorotea, quien es a la vez «discreta» y «de gran donaire» (II, 50, 5-6); sigue inmediatamente con la primera alusión a su propio genio cómico (II, 62, 5-13), y con la revelación de la discreción de Sancho518. En la Segunda Parte, sin embargo, este aspecto se repite en diversas ocasiones. «Las gracias y los donaires, señor don Quixote, como vuessa merced bien sabe, no assientan sobre ingenios torpes», dice la duquesa519. «No puede aver gracia donde no ay discreción», añade Cide Hamete (IV, 65, 31-32). El mismo Don Quijote dice que para ser bobo se debe ser excepcionalmente discreto (III, 69, 9-11). Sus locuras de la Primera Parte se convierten en discretas locuras en la Segunda Parte520.

Un motivo todavía más importante para la creación de la faceta extremadamente buena de Don Quijote era provocar la risa y la admiración con su contraste con la faceta extremadamente loca. En términos de Cervantes, es el contexto positivo de un personaje admirable y agradable lo que hace destacar la palabra o la acción que produce humor; como dice López Pinciano, no es exactamente «lo feo» lo que es divertido, sino «alguna fealdad».

Podemos llegar a esta conclusión por el trato semejante que se da a Sancho. Si Don Quijote es un cuerdo loco, Sancho es un tonto discreto521. En el mismo discurso, Don Quijote dice que Sancho «duda de todo y créelo todo» -no podría pedirse una declaración más explícita de una caracterización contradictoria- y que es «uno de los más graciosos escuderos que jamás sirvió a cavallero andante»; «el pensar si es simple o agudo causa no pequeño contento» (III, 404, 27-405, 1). La duquesa relaciona los aspectos positivos de Sancho, el humor y la inteligencia: «de que Sancho el bueno sea gracioso lo estimo yo en mucho, porque es señal que es discreto» (III, 374, 12-14).

En el texto se presenta el contraste de la personalidad de ambos en términos muy similares, por lo que podemos llegar a la conclusión que las facetas opuestas de los dos personajes tienen la misma función. Sancho «se despeña del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia» (III, 154, 27-28; adaptado), y Don Quijote «se despeña de la alta cumbre de su locura hasta el profundo abismo de su simplicidad» (III, 37, 18-20; adaptado). «Parece que los forxaron a los dos en una mesma turquessa.»522

Lo que tenemos que sacar en claro de todo eso es que Don Quijote es un personaje sumamente positivo, no sólo «el más delicado entendimiento que avía en toda la Mancha» (I, 92, 9-10), sino también un hombre de acción culto y sensato, el personaje más positivo que Cervantes podía crear, un personaje muy parecido a él mismo. Al mismo tiempo, el texto nos dice muchas veces y después nos recuerda que nos lo ha dicho523, en el tema de la caballería está loco, increíblemente loco, «rematadamente loco» (IV, 322, 3), «el mayor loco del mundo» (III, 227, 21), una combinación que asombra a los que encuentra. Es precisamente porque un hombre tan admirable tenía «el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo»524, que expresaba con locuras que «llegaron... al término y raya de las mayores que pueden imaginarse» (III, 128, 9-10), que iba a ser «el más gracioso... hombre del mundo» (IV, 273, 14-15).

Algunos lectores, naturalmente, encontraron a Sancho más gracioso (III, 65, 29-31; III, 394, 26-30), por cuyo motivo se amplió su papel. Al principio de este capítulo se mencionó una posible explicación: que las palabras, que pueden ser más variadas que las acciones, son intrínsecamente más graciosas. Pero me gustaría sugerir una explicación más: que Sancho también es más gracioso porque sus dos facetas contrastan más dramáticamente; es más contradictorio y menos coherente.

En Don Quijote existe cierta coherencia, por más contradictoria que sea su personalidad. Es coherente en su visión de sí mismo como caballero andante, sometido a ciertas reglas, amando a su dama, intentando ser útil, y cerrando los ojos ante el conflicto entre el mundo fantástico de sus libros y el mundo real en el que vive. Coherentemente basa su vida y su filosofía en lo que ha leído, y, como ya se ha dicho, está loco hasta el último capítulo, aunque su locura va disminuyendo lenta y sutilmente.

Sancho, sin embargo, es mucho menos coherente, pues Cervantes pretendía que fuera más gracioso. Podemos concluir por la manera como Sancho es tratado que Cervantes prefirió el humor a la coherencia en la caracterización. Lo modifica fácilmente, mucho más que Don Quijote, haciéndolo juicioso o estúpido, entendido o ignorante, según como le convenga para el humor. Descrito en la misma forma superlativa que su amo, es «uno de los más solenes mentecatos de nuestros siglos» (III, 108, 4-5). Sancho no ha leído nunca un libro de caballerías (I, 138, 9-11); desconoce la caballería (I, 232, 22-23), tanto que cree que hay arzobispos andantes (I, 382, 23-27) y que un soberano puede vender a sus súbditos (II, 41, 19-31). Sin embargo, de repente habla con su amo utilizando un bello lenguaje caballeresco (I, 136, 17-23; I, 262, 29-263, 31), con una campesina a la que llama Dulcinea (III, 136, 6-15), y con la duquesa (III, 370, 1-15)525. Sabe citar romances a Doña Rodríguez de Grijalba y a Don Quijote526, contar historias muy adecuadas (III, 386, 1-14) y rivaliza con Don Quijote en comparaciones (III, 153, 32-154, 5), pero utiliza proverbios «a troche moche» (IV, 58, 12), aunque alguna vez los usa genialmente527. De hecho, sólo los emplea excesivamente o mal con los personajes que los encuentran graciosos (la duquesa)528 o fastidiosos (Don Quijote).

Al contrario que otra gente de su pueblo529, Sancho sabe en la Primera Parte que una ínsula está rodeada de agua530. Es más gracioso, sin embargo, si la ínsula que en realidad «gobierna» está en tierra firme, y así en la Segunda Parte ignora este elemental hecho geográfico (IV, 196, 6-16); del mismo modo, utiliza con seguridad la expresión «Santiago, y cierra España» (III, 76, 22), pero más tarde desconoce cómicamente su significado (IV, 230, 1-7). Sancho servirá a Don Quijote «fiel y legalmente» (III, 107, 25), pero seis capítulos más adelante encontramos que sus servicios durarán sólo hasta que lleguen a Zaragoza531, y entonces nos enteramos que le servirá hasta la muerte (III, 412, 27-29). Es «prevaricador del buen lenguaje» (III, 244, 15), pero puede aparecer con la brillante acuñación de «vaziyelmo» (II, 304, 4). Tanto Don Quijote como el narrador lo describen como tonto532. En su pueblo todos lo ven como un porro533, y él se aplica estos términos a sí mismo (IV, 389, 21-22; III, 416, 29), añadiendo que tiene un «ruin ingenio» (III, 416, 22). Ni ve las intenciones de las «ridículas ceremonias» (IV, 78, 30) de Barataria ni se da cuenta de que Pedro Recio de Agüero se burla de él (IV, 97, 4-100, 14). Sin embargo es lo suficientemente listo para darse cuenta de que el suicidio de Basilio es falso (III, 270, 10-11), para observar el divertido error en el discurso del diablo (III, 428, 17-20), y para hacer preguntas inteligentes, aunque burlonas del primo (III, 279, 23-280, 30). Aunque sea analfabeto (I, 138, 10-11, y en muchas frases posteriores), sabe tanto que parece que haya estudiado534, y tiene conocimientos de la composición de libros (III, 75, 10-14) y del teatro (III, 149, 2-11) a los que nunca hubiera podido acceder en su lugar, pero es tan ignorante que cree que, si fuera noble, sería adecuado que su propio barbero le siguiera en público (I, 297, 24-27), y no sabe identificar como galeras los «bultos» con «pies» que se mueven en el mar (IV, 276, 10-11). Pone de manifiesto la hiperbólica retórica de Don Quijote cuando, casi a la perfección, repite sus palabras después de la identificación de los batanes (I, 276, 19-27), pero pronto nos dice que tiene tan mala memoria que a menudo olvida su nombre (I, 367, 14-16), y nos reímos de él cuando destroza la carta de Don Quijote para Dulcinea (I, 380, 24-381, 14); su «buena memoria», no deja de señalarnos el narrador, causó «no poco gusto» al cura y al barbero (I, 381, 15-16). Es lo suficientemente estúpido para partir para El Toboso para encontrar a Dulcinea allí, aunque se haya acabado de enterar que es en realidad Aldonza Lorenzo, de su mismo pueblo (I, 377, 16-17). Al principio de la Segunda Parte es lo suficientemente listo para darse cuenta de que buscarla allí es una pérdida de tiempo, e inventar su encantamiento. No obstante, es lo bastante estúpido para que la duquesa le convenza de que el encantamiento que él mismo ha inventado es real, y acceder a darse 3.300 golpes para darle fin.

Gracioso, desde luego. Coherente, no mucho. Naturalmente, hay cierta coherencia en Sancho. A lo largo de todo el libro le interesa la comida, desea el bienestar físico, y nos divierte con sus palabras. Sin embargo Cervantes nos muestra que prefiere el humor a la coherencia del personaje poniendo en boca de los personajes palabras que nunca dirían, si quisiera que fueran coherentes. Don Quijote, que cree que Dulcinea es la mujer más maravillosa que se haya creado, «nunca» la compararía con Helena y La Cava. Sancho, que no tiene ninguna razón para enojar a su amo y teme su cólera (I, 285, 3), «debería saber» que no se debe comparar sus pensamientos con el estiércol (III, 154, 12-14) o inventar detalles tan ofensivos sobre Dulcinea (II, 64, 11-67, 32; III, 111, 20-112, 5). Doña Rodríguez, la «dueña de honor» de la duquesa (IV, 112, 23-25), es llamada «veneranda» por Don Quijote (III, 380, 32) y «reverenda» por el narrador535. Sin embargo, Cervantes no sólo la presenta sorprendente y cómicamente ignorante536, sino que pone en su boca la línea más obscena de todo el romancero537, le hace discutir su falta de virginidad (III, 454, 5-8), y comparar lo que cubre su cuerpo con lo que cubre un muladar538.



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