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Capítulo V

El provecho de Don Quijote


El fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente.


II, 344, 32-345, 2                


Libros de cavallerías, los que tratan de hazañas de cavalleros andantes, ficciones gustosas y artificiosas de mucho entretenimiento y poco provecho.


Sebastián de Covarrubias539                


Cervantes, naturalmente, no hubiera introducido alusiones sexuales en su obra si hubiera pensado que iban a «induzir a quien l[a] leyera a algún mal deseo o pensamiento» (Novelas ejemplares, prólogo). A resultas de incluir prostitutas en sus obras, por ejemplo, el lector se sentiría menos inclinado a acudir a ellas, pues son o repugnantes y presumidas540, o poco honradas; los alcahuetes son «gente idiota y de poco entendimiento» (I, 304, 16)541.

Sin duda, Cervantes creía firmemente que la literatura tenía que ser didáctica, que no solamente tenía que entretener y producir un placer estético, sino que también tenía que educar. Era el provecho lo que el deleite había de facilitar. Este punto de vista está expresado en las discusiones literarias que hay en Don Quijote; Márquez Torres, Valdivielso y Cetina lo mencionan en sus aprobaciones; está ejemplificado en las otras obras de Cervantes542 y es mencionado en sus prólogos. Uno de los mayores defectos que Cervantes veía en los libros de caballerías anteriores era que no ayudaban al lector a ser mejor543. Naturalmente, Don Quijote iba a ofrecer lo que faltaba en esos libros.

Una lección que Cervantes quería que el lector aprendiera de Don Quijote era que no leyera más libros de caballerías, o por lo menos que los leyera adecuadamente, dándose cuenta de que son sólo un entretenimiento, no historias verdaderas o guías de conducta. Además de incluir largas discusiones sobre los defectos del género y comentar las deficiencias de muchos libros y las excelencias de muy pocos, Cervantes ilustra los efectos que su lectura produce. Muchos de sus lectores ficticios tienen graves problemas544. Dorotea y Luscinda, por ejemplo, han perdido su virginidad. Cardenio, abandonado como Amadís a una desesperación poco cristiana y a la abulia, ha perdido su razón545. Los libros de caballerías enseñan a Maritornes que las relaciones sexuales, aun entre personas que no están casadas, son muy placenteras (II, 81, 24-32), y de ellos la hija del ventero, «semidoncella» como Maritornes (II, 282, 17) aprende cuán cruel es hacer sufrir a los hombres (II, 82, 1-26). Hacen que el ventero se olvide de su mujer546, y le hacen desear seguir el ejemplo de Don Quijote e imitarlos (II, 81, 14-17; II, 85, 21-22). Sólo los personajes religiosos, el cura y el canónigo, disfrutan de los libros de caballerías con impunidad547. El seglar ideal, Diego de Miranda, los evita por completo. Es el hidalgo rural y soltero el que los devora apasionadamente, pierde la razón, los dientes, que valen más que diamantes (I, 246, 26-27), y, final y trágicamente, su vida.

Sin embargo, los hombres necesitan recrearse. Hacen falta medios para llenar las horas de ocio: «No es possible que esté continuo el arco armado, ni la condición y flaqueza humana se pueda sustentar sin alguna lícita recreación»548. En Don Quijote, donde, significativamente, no se leen libros de caballerías, se ofrecen muchas alternativas. Se pueden escuchar las aventuras que cuenta un veterano de Lepanto sobre su cautiverio en Argel549; se dice con frecuencia que conversar y escuchar historias, así como cantar, son actividades placenteras550. Hay «juegos de axedrez, de pelota y de trucos» (II, 86, 24) en la boda de Camacho. Los bailes honestos proporcionan placer, y Sancho se divierte con «bolos» y con el juego de naipes «triunfo embidado» (III, 425, 27-28), aunque la mayoría de los juegos de naipes no son más que juegos fraudulentos y fuentes de riñas551. Incluso se puede pasar el tiempo creando una «nueva y pastoril Arcadia», como se hace en el capítulo 58 de la Segunda Parte, y como Don Quijote propone en el capítulo 73.

Los ejercicios de Diego de Miranda son la caza y la pesca; se sugiere la mejor manera de cazar552. (La caza también era un ejercicio de Alonso Quijano [I, 50, 4 y 16] antes de que sus lecturas de los libros de caballerías le dejaran «güero el juizio» [I, 355, 20]). Los ociosos cultos pueden leer libros de historia (II, 83, 32-84, 18; II, 363, 17-364, 3), o la Biblia (II, 363, 15-17). Pueden, si la seleccionan cuidadosamente, leer literatura (capítulo 6 de la Primera Parte), y todos pueden disfrutar de la lectura en voz alta (el «Curioso impertinente»), aunque haya pocas obras satisfactorias en español (III, 201, 21-26). Sin embargo, con las «comedias que aora se representan» (II, 347, 5-352, 21), no vale la pena ir al teatro.

Sin embargo, Cervantes tenía otras cosas, más importantes, que enseñar a sus lectores que cómo llenar sus horas de ocio; es probable, como ha sugerido Mandel con respecto a Don Quijote553, que otro motivo por el que Cervantes dotó a Don Quijote y Sancho de características positivas, haciéndolos a ambos tan contradictorios, fue que instruyeran al lector. Don Quijote, naturalmente, tiene mucho que decir al lector acerca de los sufrimientos, aportación y fama del soldado. Aunque el mensaje está parcialmente oscurecido por la cuestión de la caballería andante, sin duda es Cervantes quien habla cuando Don Quijote dice que «no ay otra cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego a su rey y señor natural, especialmente en el exercicio de las armas» (III, 309, 18-22)554.

La enseñanza más explícita de la obra, no obstante, se encuentra en los consejos que Don Quijote da a Sancho acerca de cómo gobernar (capítulos 42 y 43 de la Segunda Parte, completado por su carta en el capítulo 51). Mientras que la segunda parte de su consejo es producto de su «locura», y por lo tanto cómica, la primera es el producto de una «persona muy cuerda» con un «claro y desenfadado entendimiento», como nos señala el narrador (IV, 55, 5-15). En palabras de Sánchez y Escribano, tenemos en la Segunda Parte «un doctrinal de gobernantes embutido en la novela»555. Evidentemente Cervantes había pensado en los problemas del gobierno, y seguramente había hablado y leído sobre ellos. Comprendía las cargas de los dirigentes: «los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones»556; se les molesta, como a Sancho, con «muchos advertimientos impertinentes», y los que los dan esperan recompensas (III, 37, 8-38, 13; también, III, 90, 28-91, 5). El comentario de Sancho es «los juezes y governadores deven de ser, o han de ser, de bronze» (IV, 123, 13-15). Sólo el corrupto duque disfruta con el poder (IV, 48, 17-20), y cree, bajo un pretexto que Sancho no acepta, que un gobernador tiene tiempo para cazar (III, 425, 2-26).

Como esta preocupación por el gobierno aparece mucho más claramente a finales de la Segunda Parte, quizás pueda atribuirse a la relación de Cervantes con el virrey de Nápoles, el conde de Lemos, de quien quería ser secretario. Cervantes, sin embargo, había querido ser gobernador desde mucho antes (Astrana, IV, 455); hay cierta amargura en el comentario de Don Quijote de que son los estudiantes, no el soldado, los que «como llevados en el buelo de la favorable fortuna... los hemos visto mandar y governar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas y su dormir en una estera en reposar en olandas y damascos» (II, 194, 27-195, 1).

De hecho, Cervantes había visto «ir más de dos asnos a los goviernos» (III, 420, 9-10), mandar el trabajo a los subordinados (II, 374, 32-375, 6), pero dejar sus cargos con más riqueza que la que tenían cuando llegaron (IV, 184, 17-20)557. La duquesa escribe a Teresa que es difícil encontrar a un buen gobernador (IV, 144, 27-28), pero su carta no es sincera, y ni lo ha buscado ni siquiera quizás sabe en qué consiste ser un buen gobernador. Lo que nos enseña Sancho gobernador es que cualquiera, incluso un pastor de cabras (IV, 172, 22-26), puede ser un gobernador excelente; (IV, 166, 29); «por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno governador... el toque está en que tengan buena intención y desseen acertar en todo» (III, 405, 12-17; también II, 375, 12-19)558. «Los oficios y cargos graves, o adovan, o entorpecen los entendimientos»559 «los que goviernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juizios» (IV, 84, 23-25; también IV, 62, 19-20).

Sancho es un gran gobernador porque tiene buen natural y buena intención, y es caritativo560, cualidades que atraen naturalmente la ayuda divina561. Si España tuviera gobernadores tan buenos como Sancho, sus problemas se solucionarían fácilmente. En Don Quijote hay numerosas referencias a estos problemas, grandes y pequeños562. Entre ellos figuran la mala literatura, que puede remediarse con unas simples medidas legales (II, 352, 21-353, 20), concursos literarios y universidades poco honestos (III, 228, 24-30), aunque éstas no parecen haber preocupado demasiado a Cervantes, editores sin escrúpulos563, el sistema legal burocrático y corrupto564, médicos ignorantes (IV, 100, 1-3), venteros ni honrados ni cristianos565, ociosos566, e incluso grupos aparentemente tan inofensivos como los ermitaños (III, 305, 13-25; III, 306, 26-32). Cervantes, como el cura y Don Quijote, seguramente tenía la intención de ofrecer soluciones a tales problemas a «quien pueda remediallo[s]» (I, 304, 26-27; II, 87, 2-4); mientras tanto, pondrá sobre aviso a sus lectores.

Las reformas más importantes, sin embargo, son las que uno lleva a cabo en sí mismo (véase IV, 387, 7-9), y así, en la parte juiciosa del consejo que Don Quijote da a Sancho, encontramos recomendaciones que sólo pueden dirigirse al lector: primero temer a Dios, principio de la sabiduría (también III, 262, 32-263, 2), y después conocerse a sí mismo, «el más difícil conocimiento que puede imaginarse» (IV, 51, 9-10)567. Como aprende Sancho, debe aceptarse el papel que Dios ha dado a cada uno, sin desesperarse, como Amadís, Grisóstomo o Cardenio, ni rebelarse contra la voluntad de Dios, sino aprovechando las oportunidades que Él otorga568.

Hay otra lección importante, además de la anterior. El que aparezca frecuentemente es una reacción a los libros de caballerías569, y por esta razón la examinaremos con cierto detalle. Es el tema de las relaciones con el sexo contrario, la importancia del matrimonio y de la honestidad.

Cervantes no tarda en presentar uno de los efectos más perjudiciales de la mala literatura en los lectores fácilmente impresionables: les propone la deificación de la persona amada. Eso es encarnado en Don Quijote: substituye el servicio a Dios por el servicio a las mujeres, y dice que Dulcinea es «señora absoluta de su alma» (II, 284, 18-19)570. Creer en ella es un acto de fe (I, 84, 15-25), y las ofensas a ella son blasfemias, dichas por excomulgados571. Dulcinea es «única señora de mis más escondidos pensamientos» (I, 213, 4-5) y «único refugio de mis esperanças» (III, 364, 17); de ella espera favores que son «más que milagrosos» (III, 127, 18). En la Primera Parte se encomienda a ella en lugar de encomendarse a Dios antes de entrar en combate (I, 115, 20-22; I, 125, 7-10), pues su dama, y no Dios, es según él la fuente de su vigor572. Don Quijote ora durante su penitencia y desea confesarse, lo que su ama le recomienda (IV, 395, 1-2), sólo porque son «cosas de Amadís»573. A pesar de su amistad con un cura ni se confiesa ni oye misa, como hace Diego de Miranda o el histórico Gran Capitán todos los días574, y sólo pide al cura el ensalmo que restituye la barba (II, 45, 8-14). La Virgen María no es un símbolo religioso, sino una dama a la que hay que servir (II, 392, 28-394, 31). No hace caso de la iglesia que domina El Toboso (III, 123, 14-16), y busca, en cambio, el inexistente palacio de Dulcinea.

Incluso Sancho observa que el servicio de Don Quijote a las mujeres tiene un carácter religioso (II, 72, 9-20), y que se evita su ira venerando a Dulcinea como si fuera una reliquia (II, 61, 18). Vivaldo (I, 170, 25-171, 4), sin embargo, quien le acompaña al entierro del también poco cristiano Grisóstomo (I, 155, 18-27), le indica que esta conducta es errónea y huele a gentilidad. Grisóstomo, como Don Quijote, no amaba sino que adoraba a su dama575; su historia muestra «el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone» (I, 178, 19-22).

La consecuencia perfecta del amor es naturalmente el matrimonio; el discurso de Don Quijote sobre el matrimonio, al que llama «el fin de más excelencia de los enamorados» (III, 274, 24-25; adaptado), merece el mayor elogio de Sancho. «[El que] es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apazible con quien acompañarse» (III, 242, 8-11). El matrimonio es un sacramento576. Los personajes no religiosos que son felices o están casados o buscan el matrimonio como la expresión adecuada de su amor y pasión. El juicioso Diego de Miranda está casado, con una mujer de «sólito agrado» (III, 225, 26), y es feliz; su hijo soltero está desorientado. Antonio Moreno, «cavallero rico y discreto, y amigo de holgarse a lo honesto y afable» (IV, 279, 6-7), también está casado con una mujer quien recibe a Ana Félix con «mucho agrado» (IV, 313, 7-8). Los duques y Doña Rodríguez se presentan mucho más favorablemente que la soltera Altisidora, que es, como Angélica, «más antojadiça que discreta» (IV, 361, 1; III, 50, 15-17), «más desenvuelta que recogida» (IV, 120, 18; adaptado). Los hombres que no son felices en su matrimonio, como Sancho, o los que no están casados ni buscan el matrimonio, como Don Quijote y Sansón Carrasco, son los que dejan sus casas, para enfrentarse con infortunios que nos diviertan y edifiquen.

Cuando la novela deja de centrarse en Don Quijote y Sancho, es para examinar las relaciones entre hombres y mujeres577. El matrimonio es un tema fundamental en el «Curioso impertinente», sobre el que contiene muchos consejos. Marcela ilustra la necesidad que tienen las mujeres hermosas de casarse, pues la belleza naturalmente atrae578, y como es esquiva (I, 190, 26), Marcela causa más daño que la plaga (I, 162, 10-12)579. Cardenio y Dorotea, el mozo de mulas, la hija de Doña Rodríguez y otros, todos muestran la manera correcta y la equivocada de solicitar un hombre a una mujer, o una mujer a un hombre. Esta forma, naturalmente, no es el método «caballeresco» de Don Quijote, quien es partidario de visitar a una muchacha por la noche, usando una tercera -así defiende la alcahuetería580 - y casarse con ella «robada o de otra cualquier suerte que sea»581. También vemos cuál es la mejor manera de tratar los problemas si surgen, y se presentan muchos problemas. Incidentalmente aprendemos muchas lecciones, como: «el amor en los moços por la mayor parte no lo es, sino apetito» (I, 341, 3-5), «el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento» (III, 242, 2-4), y que «promessas de enamorados... son ligeras de prometer y muy pessadas de cumplir» (IV, 169, 15-17)582. La adecuada elección de la pareja es objeto de cierta atención; hay alusiones pesimistas en las observaciones de Don Quijote que «es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle» (III, 242, 6-7), y que el matrimonio es «un lazo, que si una vez le echáis al cuello, se buelve en el nudo gordiano» (III, 242, 19-21). Aunque los padres deberían controlar la elección de su hija, porque «tal avría que escogiesse al criado de su padre»583, deberían tomarse en cuenta sus deseos (I, 161, 11-13), y entre candidatos similares «era bien dexar a la voluntad de su querida hija el escoger a su gusto, cosa digna de imitar de todos los padres que a sus hijos quieren poner en estado»584.

¡Cuán a menudo se nos dice en Don Quijote que las mujeres son virtuosas, que los hombres tienen pensamientos castos, que el amor está dirigido al matrimonio! Cada vez que se presenta a un personaje tal, una voz, ya sea del mismo personaje o del narrador, indica su honestidad. Se observa la misma inquietud en el lenguaje del libro; a pesar de las referencias a las funciones corporales discutidas en el capítulo anterior, se presentan siempre con eufemismos y circunlocuciones, y los personajes sólo usan palabras groseras, como «puta» y su derivado «hideputa», cuando están coléricos585 o nerviosos (como en II, 421). De esta manera el libro es alegre sin bajezas, pues encontramos «ruzio», en sustitución de asno (III, 419, 9-11), «suspiros»586, «rameras» (I, 66, 2), «del partido» (I, 60, 16), «refocilarse» (I, 194, 17-18; I, 209, 7), «yazer» (I, 211, 7), «yogar» (II, 327, 19; IV, 86, 2), «lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha» (IV, 85, 14-15), «hazer aguas mayores o menores» (II, 357, 10), «dessaguarse» (I, 224, 1), «lo que otro no pudiera hazer por él» (I, 271, 18-19), «lo que no se excusa» (II, 357, 19), «un poco de ruido, bien diferente de aquel que a él le ponía tanto miedo» (I, 272, 9-11), «hueles, y no a ámbar» (I, 273, 1-2), «lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra» (I, 148, 22-23), «las partes que a la vista humana encubrió la honestidad» (I, 174, 8-9), y «cosas, que, por no verlas otra vez, bolvió Sancho la rienda a Rozinante» (I, 372, 12-13), en lugar de otras formas más vulgares de referirse a las mismas cosas o actos587.

Éstos, más uno que se mencionará dentro de poco, son los principales temas de provecho en Don Quijote. Sin embargo, las enseñanzas del libro no terminan con ellos. Aunque son más abundantes en la Segunda Parte, puesto que Cervantes ya no tenía que atacar tanto a los debilitados libros de caballerías (IV, 406, 11-13), del mismo modo que Cervantes creía que se podía abrir el libro al azar y encontrar humor, es difícil abrir la obra y no encontrar afirmaciones concisas que han de ayudar al lector en su vida diaria o a ser mejor. Estos comentarios son tan variados como la vida misma: «las tristezas no se hizieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado se buelven bestias» (III, 142, 18-20); «pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado» (IV, 178, 4-6); «el cielo... tiene cuidado de socorrer a los buenos, y aun a los malos» (I, 392, 2-3; del mismo modo, I, 245, 4-9); «siempre dexa la ventura una puerta abierta en las desdichas para dar remedio a ellas» (I, 202, 15-16; también en Persiles, I, 208, 30-209, 1). El abundante uso de refranes, «sentencias breves» (II, 204, 24-25; IV, 57, 19-20; IV, 342, 25), guarda una estrecha relación con ello; la afirmación de Don Quijote, «no ay refrán que no sea verdadero» (I, 281, 19-20), sigue inmediatamente al primer refrán de Sancho588. El propio libro ilustra algunos de los refranes: «quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda» (III, 357, 5-6) bien puede aplicarse a Alonso Quijano, y Aldonza es el ejemplo viviente, al revés, de «la muger honrada, la pierna quebrada y en casa» (III, 86, 1-2; IV, 138, 29-30; también III, 425, 19-20). En el mismo libro se señala la pertinencia a Don Quijote y Sancho de los refranes «dime con quién andas, dezirte he quien eres» y «no con quien naces, sino con quien paces» (III, 132, 12-14; III, 296, 23-25; IV, 346, 11-15), y en la destrucción de la biblioteca de Don Quijote «se cumplió el refrán... de que pagan a las vezes justos por pecadores» (I, 107, 31-32)589.

Toda esta enseñanza era para asegurar que Don Quijote dejara al lector «alegre con las burlas, enseñado con las veras, admirado de los sucessos, discreto con las razones, advertido con los embustes, sagaz con los exemplos, airado contra el vicio y enamorado de la virtud» (II, 351, 14-18)590. Cervantes, en su propia opinión, había escrito «el más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se aya visto» (III, 68, 18-19). Al ofrecer su libro, entretenido y educativo, esperaba que ya no hubiera más interés por los antiguos libros de caballerías. Había expuesto sus deficiencias, y proporcionado una alternativa591.

Hay, sin embargo, un área básica en la que el provecho del libro no se corresponde con la intención de Cervantes. Desde Américo Castro se acepta que la naturaleza de la realidad es, en Don Quijote, una cuestión central, más fundamental que la veracidad de los libros impresos. Predmore ha señalado la frecuencia y el cuidado con que el libro distingue entre las cosas que son verdad, las que por inferencia deben serlo, y las que sólo parecen serlo592. Varios personajes, y no sólo Don Quijote, luchan con el hecho de que las apariencias pueden engañar y que el mundo a menudo no se corresponde con afirmaciones o ideas preconcebidas acerca de él. El Caballero del Bosque y su escudero resultan ser Sansón Carrasco y Tomé Cecial, para sorpresa de Sancho. El Caballero del Verde Gabán, quien cree que no hay caballeros andantes, encuentra a un hombre que dice serlo. Parece que Basilio se ha suicidado, pero no lo ha hecho. El cura y Sansón Carrasco encuentran a un embajador que les da la increíble noticia que Sancho es gobernador, y para confirmarlo presenta cartas de una condesa y valiosos regalos. Un bastón contiene dinero. Un vagabundo que Sancho no reconoce resulta ser Ricote, su vecino y amigo exiliado. Antonio Moreno muestra una cabeza que parece estar encantada. Hay muchos ejemplos, pero «la dificultad de tomar decisiones en un mundo de realidades cambiantes no libera a los hombres de la responsabilidad de tomar tales decisiones»593. La naturaleza de la realidad no está nunca en duda, pues Cervantes explica cuidadosamente los engaños; como ha dicho Parker, «todo se puede explicar por causas naturales: en cada caso son los hombres, y no las cosas ni los animales, los que engañan»594. Pero desde el punto de vista de los personajes del libro -que es nuestro punto de vista cuando dejamos de ser lectores- las cosas no son tan sencillas595.

Se nos especifica la forma de encontrar la verdad: es «la... experiencia, madre de las ciencias todas» (I, 281, 21-22). Con frecuencia se menciona el valor de la experiencia, que según Don Quijote «no te dexará mentir ni engañar» (III, 196, 5-6). Es la fuente de los refranes596. Como se ha señalado (pág. 153), es por «muchas experiencias» que sabemos lo que se necesita para ser un buen gobernador, quien puede beneficiarse de «la esperiencia que dan los años» (III, 66, 6). Del mismo modo, «la experiencia» enseña que «la solicitud... trae a buen fin el pleito dudoso» o, en la guerra, la victoria (II, 319, 28-320, 3). Por «la experiencia» puede comprobarse si son ciertas las pretensiones de «la destreza de la espada» (III, 245, 16-247, 24); de ella se aprende la táctica (II, 211, 26-28) y pone a prueba la armadura (I, 54, 9-10). «La experiencia» muestra «quán mal cumplían los libres las palabras que davan en el cautiverio» (II, 230, 25-27), y «que la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu» (II, 14, 24-27). Éste es el método por el que Sancho evalúa las declaraciones de su amo: es por la experiencia (II, 400, 12-14), es decir, por los golpes a sus espaldas597, su «vomitar» (I, 286, 1-2), y especialmente el manteamiento598, que determina, en la Primera Parte, que las descripciones de la realidad hechas por su amo no son exactas599.

Desgraciadamente, esta técnica tiene limitaciones. Da resultados distintos a distintas personas: la experiencia de Don Quijote con el bálsamo es distinta de la de Sancho (I, 222, 21-223, 23). El barbero no puede convencer a los demás que su silla de montar es una albarda y no un jaez (II, 309, 19-21), saber que ha adquirido por la «verdad» y la «experiencia»600. Se puede simplemente tomar el fenómeno inadecuado para la adquisición de experiencia (III, 363, 17). Tampoco se puede determinar la verdad de lo que uno dice que percibe: cuando Sancho afirma, en el capítulo 10 de la Segunda Parte, que ve a la bella Dulcinea, o cuando Don Quijote dice que ve y oye ejércitos en lugar de ovejas, no hay forma de verificar sus asertos. Del mismo modo, es imposible comprobar las intenciones (véase IV, 326, 1). La gente puede decir que es católica y actuar consecuentemente (véase IV, 305, 27-30), pero es imposible saber lo que hay en sus corazones. Un autor puede saber lo que pasa en la cabeza de un personaje (véase IV, 22, 10-12), pero sólo Dios, autor de nuestras vidas y del gran libro que es el mundo601, puede ver en el interior de la mente de una persona.

Desde la perspectiva del individuo las consecuencias son todavía más serias. ¿Cómo se puede estar seguro de que lo que uno percibe es la realidad? En el libro se exploran casos en los que ello se pone en duda: enfermedades mentales y sueños602. Podría pensarse que se puede creer en lo que se toca (III, 146, 28-29), o en lo que se ve (III, 362, 25-27), pero esto falla; se puede estar soñando, pero recibir la misma información sensorial -tacto, vista- que cuando se está despierto (III, 287, 10-18; III, 297, 15-17)603. ¿Cómo se puede estar seguro, entonces, de que se está despierto? Y si se puede estar loco, pero, como Don Quijote, creer que se está cuerdo, ¿cómo podemos estar seguros de que estamos cuerdos? Tal como se formulan, no hay respuestas a estas preguntas; Cervantes se enfrentó a un problema ontológico fundamental, lo que él calificaría de laberinto. La única forma de proceder es examinar la propia conciencia y valorar todas las pruebas, considerando la credibilidad de lo que se ve y de lo que se nos dice. Esto es, desde luego, lo que hace Don Quijote604.

Esta ya confusa situación empeora cuando se le añade la existencia de lo sobrenatural, que también interesaba a Cervantes605. Los encantamientos, entrelazados como están en el libro con la caballería, con Dulcinea y con muchas de las aventuras, son el tema de discusión más frecuente en Don Quijote, y el primero que los libros de caballerías metieron en su cabeza (I, 52, 6-10)606. Según Don Quijote, los encantadores pueden hacer que la información sensorial sea engañosa (III, 176, 16-24).

Sin embargo, a pesar de todas las discusiones sobre los encantamientos, a pesar de todas las veces que se le dice a Don Quijote que los encantamientos no pueden explicar sus desgracias, nadie dice nunca que los encantadores y los encantamientos no existen, ni tampoco Don Quijote menciona a los encantadores, cuando se arrepiente de sus errores en el último capítulo. Desde luego hay encantadores; Mauricio, un «christiano cathólico, y no de aquellos que andan mendigando la fee verdadera entre opiniones» (Persiles, I, 84, 29-31), y el personaje que más se parece a Cervantes en el Persiles607, explica cuidadosamente que existen («los ay», Persiles, I, 117, 28)608. La existencia de los encantadores está documentada en la Biblia, «que no puede faltar un átomo en la verdad» (III, 49, 1-2)609. Sus poderes son limitados: a menos de que sea por envenenamiento no pueden retener a las personas, puesto que no pueden forzar la voluntad, que es libre (I, 304, 31-305, 9; «El licenciado Vidriera», II, 84, 30-32; Persiles, I, 217, 1-5). No pueden controlar el tiempo, pues sólo puede hacerlo Dios; por lo tanto las historias en las que los personajes hacen largos viajes en períodos de tiempo imposiblemente cortos entran en conflicto con la doctrina católica610. Tampoco pueden los encantadores cambiar la naturaleza de las cosas611. Sin embargo, la razón, que según el evidente y comprensible parecer de Cervantes, debería explicar las cuestiones religiosas, es incapaz de explicar estas limitaciones. Así como no puede demostrarse a un no creyente que la religión cristiana es correcta (II, 99, 7-24), no puede demostrarse a Don Quijote, como descubre Sancho, que los poderes de los magos son limitados; las discusiones acerca de lo sobrenatural sólo pueden resolverse invocando a un poder sobrenatural (es decir, la fe).

Aunque los encantadores no pueden cambiar la naturaleza de las cosas, lo que sí pueden hacer es, a nivel personal, todavía más desastroso: pueden cambiar la apariencia de las cosas. «Todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos; no quiero dezir que las mudan de en uno en otro ser realmente sino que lo parece, como lo mostró la experiencia en la transformación de Dulcinea», dice Don Quijote (III, 364, 12-17; véase también II, 355, 9-22, y III, 196, 4-16)612. Lo mismo dice Mauricio: «la fuerça de los hechizos de los maléficos y encantadores... nos haze ver una cosa por otra» (Persiles, I, 117, 27-29). En el «Coloquio de los perros» se identifica como la ciencia llamada tropelía (III, 211, 8-9)613.

Estamos realmente ante un dilema. Así como es imposible convencer a Don Quijote de que está en un error, también es imposible determinar si lo que vemos es la realidad o es producto de las deformaciones de un encantador. Tras el examen del problema ontológico que presenta el soñar, en el episodio de la cueva de Montesinos, nos encontramos, solo unos capítulos más adelante, con la más clara declaración sobre los encantamientos de toda la obra. No podemos alcanzar conocimientos fiables; como dice Don Quijote en el mismo capítulo, «todo ese mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras» (III, 366, 32-367, 1). Parece que éste es el punto en el que Cervantes dejó a un lado la Segunda Parte de Don Quijote614.




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Capítulo VI

Don Quijote, un clásico. La insuficiencia de la interpretación cervantina


No hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante, buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querría, porque de ciento que se encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas.... Pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos, atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreción, sin pagar ofrecido sea al diablo el maravedí.


II, 400, 6-19                


Como cristiano que soy católico, no lo creo; pero la esperiencia me muestra lo contrario.


Persiles, I, 60, 17-19                


En los capítulos anteriores he reconstruido la idea que Cervantes tenía de Don Quijote y quería que sus lectores también tuvieran: un libro de caballerías burlesco, que exponía los fallos de las obras anteriores de este género con ejemplos y discusiones, y proporcionaba a los lectores información y consejos que podían beneficiarles. Cervantes esperaba que los lectores de Don Quijote, a consecuencia de su lectura, escogieran libros mejores y leyeran con espíritu más crítico. Consecuentemente llevarían vidas más virtuosas, especialmente al observar las reglas divinas en sus relaciones con el sexo opuesto, y serían más patrióticos. Me gustaría explicar, para acabar, que la opinión de Cervantes acerca de su libro es en la actualidad poco importante, y, ya que se trata de un clásico, por qué tiene que ser así.

Sin embargo, es preciso aclarar que no intento predecir el futuro, sino simplemente explicar el pasado y el presente. En concreto, no intento formular una teoría general sobre lo clásico -que por sí mismo es un concepto inestable615 - según el cual puede confirmarse la grandeza de Don Quijote. Tomo su posición de clásico como punto de partida, y lo acepto así porque muchos lectores, de distintos países y épocas, han dicho que es una gran obra. Creo que Don Quijote se leerá mientras haya lectores y libros, pero no intentaré predecir por qué razones y de qué forma.

Para empezar, el valor de Don Quijote sólo está mínimamente relacionado con el provecho que Cervantes deliberadamente le confirió. Como he dicho en el capítulo 1, la creencia que un autor puede y debe incluir verdades morales ha desaparecido de la corriente principal de la literatura occidental. La ética, la filosofía y la religión se han separado de ella. El autor de literatura puede mostrarnos, pero ya no le es permitido decirnos cómo hemos de vivir.

La validez del provecho de Don Quijote está también restringida a su propia época. Algunas afirmaciones del libro, como «la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos» (IV, 224, 11-13), parecen tener una validez universal, pero muchas no, y en conjunto se basan en una visión católica del mundo que pocos lectores posteriores han compartido. Muchas afirmaciones son ofensivas, según los valores actuales: «hombre de bien, si es que este título se puede dar al que es pobre» (I, 110, 15-16; del mismo modo, III, 275, 9-10), «todo el honor de las mugeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene», «la muger es un animal imperfecto» (II, 103, 26-27 y 30-31), y otros comentarios misóginos616. Pocos aceptarían el apoyo total de Cervantes al matrimonio cristiano o su creencia de que la religión es el motivo más aceptable de combate (III, 346, 27-30). Aunque puede que alguna recomendación ocasional aún tenga su valor617, ya no nos sirven sus consejos a los dirigentes. La demostración que hace Cervantes de la capacidad gubernativa de un simple bienintencionado -y nunca nos explica cómo se conoce a éste- sólo puede aceptarse si se toma como postulado la asistencia divina.

La instrucción literaria que Don Quijote contiene, aunque sea importantísima para el especialista que quiera entender a Cervantes y sus obras, tampoco tiene validez en la actualidad. Los comentarios literarios tienen interés sólo mientras lo tenga la literatura que se examina. La mayoría de los libros e incluso de los géneros mencionados en Don Quijote sólo interesan hoy al historiador literario, y algunos sólo al cervantista.

En general, los problemas literarios que Cervantes enfoca en Don Quijote todavía existen. Aunque suele negarse, es evidente que los libros, el cine y la televisión influyen en la conducta, y eso exige una responsabilidad tanto a los consumidores como a los creadores. Todavía hay que distinguir entre la verdad y la mentira en obras supuestamente informativas. Pero las formas que toman estas cuestiones en Don Quijote son arcaicas, y oscuras para el lector corriente. Los libros de caballerías no constituyen un peligro, pues sólo perviven en la sombra de Don Quijote618. Se ha aceptado la historia fingida como un tipo de literatura y se le ha dado un nuevo nombre, novela; su verdad se distingue de la verdad histórica, y su apariencia de hechos históricos no engaña a nadie. La censura que Cervantes propone (II, 352, 21-353, 20) es repulsiva para nosotros, puesto que, con razón, somos reacios a emitir juicios sobre lo que debería y no debería publicarse, y mucho más a confiar estos juicios a otros. También relacionamos la libertad que tanto alababa Cervantes con la desaparición de la censura.

La creencia de Cervantes en las reglas, principios eternos según los cuales se escribe y valora la literatura, también es arcaica para nosotros. En parte eso es consecuencia de nuestra visión distinta del hombre; hemos perdido la fe en la perfectibilidad humana que reflejan los principios fijos. También es debido a que somos más tolerantes con las opiniones distintas a las nuestras; personas sensatas nunca han estado de acuerdo sobre qué es o qué debería ser la buena literatura. El éxito literario, ya sea inmediato o a la larga, no es previsible619. Los principios estéticos que pueden deducirse de la historia literaria son tan generales que resultan inútiles. Además, queremos creatividad en cualquier arte, incluido el literario, y la creatividad es inevitablemente más rebelde e irrespetuosa que obediente a los principios.

Por ende, el provecho de Don Quijote, tal como lo entendía Cervantes, no tiene mucha importancia hoy en día620. Tampoco la tiene el humor del libro. No es porque ya no necesitemos humor. Nuestros tiempos son, si no más, ciertamente no menos «calamitosos» (I, 129, 1; I, 280, 4) que los suyos, y el humor es una forma efectiva de aliviar la tensión resultante. Sin embargo, ya he sugerido que no necesitamos acudir a un libro del siglo XVII para encontrar humor, puesto que nos rodea. Y aunque la mayoría de los lectores encuentran pasajes que les hacen reír, una parte importante del humor sólo pueden descubrirlo los expertos, y es posible que otra parte haya desaparecido para siempre.

Además, el libro en conjunto no es tan gracioso como Cervantes quería que fuera; en ocasiones tenemos buenas razones para sentirnos incómodos con nuestra risa, o para no reír, no importa lo que los narradores o los personajes hagan o digan. El humor que contiene puede ser primitivo y crudo. Algunos pasajes no son más que payasadas: Don Quijote destruye la propiedad, Sancho es sacudido en una manta, y ambos reciben golpes y pedradas.

Es, por tanto, correcto considerar que el punto de vista de Cervantes acerca de su obra es incompleto e inexacto. De hecho, eso ha sido una gran suerte: si Don Quijote fuera lo que Cervantes quería que fuera, y nada más, hubiera gustado, como máximo, a sus primeros lectores, y hoy interesaría sólo a los historiadores de la literatura. Un clásico, para sobrevivir «la prueba del tiempo», debe gustar a muchas generaciones de lectores. Nadie puede saber lo que futuros lectores querrán de los libros, y por tanto el éxito de un autor a largo plazo siempre es accidental. Un clásico inevitablemente diferirá de lo que quiso hacer su autor. Como una forma indirecta de contestar la pregunta «¿Qué es, pues, Don Quijote?», intentaré identificar los verdaderos motivos por los que ha llegado a ser un clásico.

Un motivo por el cual el libro ha interesado a sucesivas generaciones de lectores, y que no ha sido suficientemente valorado, es sin duda el dominio que Cervantes tenía del lenguaje. Debido a ello, Don Quijote es uno de los libros más citados, y ha tenido una gran influencia en el español culto621. Su vocabulario amplio y pintoresco, su uso de estructuras sintácticas variadas e igualmente pintorescas, los distintos y opuestos niveles de lenguaje que se encuentran en el libro, el humor verbal, contribuyen en gran manera a que esta obra sea una continua delicia y a involucrarnos en las vidas y los problemas de los personajes.

Aunque las ideas lingüísticas y la influencia de Cervantes todavía tienen que estudiarse en profundidad, en sus obras hay muchas muestras de su interés por la lengua622 y de un concienzudo empleo de las palabras623. Sin embargo, tener interés por la lengua y conocerla no es lo mismo que usarla con maestría. No hay otras explicaciones de su habilidad más que las generales de inteligencia, esmero y práctica. Éste es uno de sus dones.

A Cervantes le hubiera encantado que encontráramos su estilo ejemplar y atractivo. Sin embargo, aunque él -como lectores posteriores- habrían considerado que el estilo era secundario con respecto al contenido de Don Quijote, ni él ni sus contemporáneos habrían percibido otros motivos que voy a sugerir como virtudes, incluso podrían haberlos considerado defectos.

Una razón del éxito de Don Quijote que no habría sido una virtud significativa en tiempos de Cervantes es que lo que describe es precisamente esta época y su país. Aunque la teoría de la novela estaba entonces en un estado demasiado embrionario para incluir este principio, un autor que describe el mundo que mejor conoce tiene cierto carácter que falta en la novela basada en la fantasía o en la investigación. Los detalles, la nota inesperada que nos convence de que el autor estaba realmente «allí» aparecen con naturalidad o no aparecen624.

El gusto moderno prefiere el mundo real; de aquí el gradual aumento de las obras que no son de ficción, en detrimento de la literatura, y el declive de la poesía. Se aplican los mismos valores en la selección de los clásicos: actualmente se prefiere Petronio a Heliodoro, Lazarillo a La Diana. Por el contrario, los lectores del siglo XVII se interesaban menos que lectores posteriores, y mucho menos que los lectores modernos, por el mundo real; cualquier examen de las publicaciones de la Edad de Oro revela que se prefería la fantasía a la realidad, la poesía a la novela, Dios a la ciencia.

Cuando los lectores desean una representación exacta del mundo, se prefieren obras en las que el autor describe su propio mundo. Éste es un factor significativo en las variaciones de la estimación de las obras literarias y en la canonización de algunas de ellas como clásicas; cuando la época de un autor se hace más lejana, el valor literario de una descripción exacta de estos tiempos -su poder de entretenernos e informarnos, de alejarnos de nuestras propias circunstancias- aumenta. Después de todo, la única época y lugar que un autor del pasado puede conocer mejor que nosotros son su propia época y lugar. Con el progreso de la ciencia nosotros podemos conocer mejor los países y las épocas alejadas del autor, con claras consecuencias estéticas. Para citar un ejemplo referente a Cervantes, hoy conocemos mucho mejor la historia medieval española, y una novela que tratara de este período, por verosímil que fuera en su época, hoy sería mucho menos convincente. Pero nunca podremos mejorar la descripción que hizo Cervantes de su propio mundo.

Además, quiso centrar su atención y describir precisamente aquella parte de su mundo que hoy es menos accesible: la gente común y su medio, las carreteras de Castilla la Nueva, las ventas. Puede que haya sido, como se ha especulado a menudo, porque sentía admiración y simpatía por ellos y creía que eran un tema adecuado para la literatura, que los lectores podrían aprender mucho de ellos. Aunque no desconocida, fue una actitud innovadora y poco corriente en su día, cuando la literatura, incluida una gran parte que está totalmente olvidada, se centraba mayoritariamente en la nobleza. Ya que ahora se acepta que la virtud no se hereda y que los accidentes del nacimiento no convierten necesariamente a las personas en temas apropiados para la literatura, el retrato convencional de una clase alta feliz y virtuosa ya no atrae. Pero raramente podemos conocer bien a la gente corriente de siglos anteriores, y su retrato literario es a la vez interesante y valioso; sus vidas llenas de problemas están más próximas a las nuestras.

El mundo descrito en la novela es también muy detallado, una ventaja más en la ficción realista. Don Quijote es un libro muy largo y denso. No importa cuántas veces se lea, es imposible conocerlo por completo; todo lector serio cree que nunca se termina su estudio. Don Quijote cubre un amplio territorio, trata de una forma u otra de «el universo todo» (IV, 65, 13), y tiene un gran número de personajes distintos. Sin embargo, esta variedad se ofrece dentro de un marco tranquilizador y cómodo.

Este marco es, naturalmente, Don Quijote y Sancho, sus viajes y sus aventuras. Una razón adicional del éxito de Don Quijote es que a pesar de su realismo y su atención al mundo de Cervantes, es una obra con un contenido esencialmente humano. Don Quijote nos presenta gente, más que España, literatura, ideas o aventuras. La novela consiste en gran parte en conversación, «sabrosa conversación» (III, 448, 22), y los lectores modernos coinciden en que las secciones en que no hay conversación son las menos satisfactorias, las aventuras más monótonas y el humor más superficial625. En el libro vemos a dos personas influyéndose mutuamente, y su relación es la más compleja que haya existido. Su relación cambia, de la de superior e inferior, de líder y seguidor, a dos compañeros que son inseparables, puesto que no sólo aprenden uno de otro, sino que se necesitan y complementan. No es ninguna distorsión hablar de su amor626. El libro sin los dos es inconcebible.

La singularidad y la importancia de la relación amorosa pero no sexual entre los dos protagonistas, reflejada en el «buen amor» de sus monturas (I, 288, 20-24; III, 155, 15-156, 7), no ha sido suficientemente reconocida. No hay ninguna otra obra, hasta que puede detectarse la influencia de Cervantes en la novela, que presente nada parecido. Cervantes, el autor de «los dos amigos»627, probablemente habría dicho que la sexualidad, que nos ha sido impuesta como resultado de nuestro pecado original, nos atormenta con su transitoriedad y enemista a los hombres628, incluso en el mejor de los casos interfiere en lo que es realmente importante en las relaciones interpersonales. En términos modernos, la sexualidad es lo más difícil de tratar en la literatura; lo que se puede tratar mejor es la parte no corporal de las relaciones humanas.

Don Quijote es, pues, un libro que se centra en las personas, y lo hace con cariño. Estos personajes no sólo tienen emociones que todos compartimos, parecen reales. Probablemente, como han propuesto varios eruditos, Cervantes se propuso crear una ilusión de realidad incorporando en su libro comentarios sobre otros libros, la Primera Parte entre ellos, e intercalando en su narración otras narraciones, algunas claramente ficticias (la «Novela del curioso impertinente») y otras «verdaderas» (la «verdadera historia» de Cardenio, II, 30, 5)629. Sin embargo, la verosimilitud de sus personajes no deriva de estas técnicas. Puede atribuirse parcialmente a sus detalladas descripciones y a la gran cantidad de información que se nos da en un libro muy largo.

Más importante es hasta qué punto Don Quijote y Sancho se parecen a nosotros. Igual que nosotros, tienen ambiciones y problemas. También son imperfectos; Cervantes los dotó de defectos, debido a su intención burlesca y a su deseo de verosimilitud. Don Quijote y Sancho tienen dos lados; sus innegables virtudes son contrarrestadas por graves defectos. Además, cometen errores, se sienten incomprendidos, y pierden su ecuanimidad, enfadándose y discutiendo. Ninguno de los dos se entiende a sí mismo o al otro completamente.

La ilusión de realidad que el libro y sus personajes proporcionan también es resultado de las sorpresas que el libro constantemente nos presenta. La acción no puede predecirse, y los presagios son escasos630. El que Sancho decida manear el caballo de Don Quijote o inventar el encantamiento de Dulcinea, que no concluya la historia que cuenta en el capítulo 20 de la Primera Parte, que su amo decida visitar la cueva de Montesinos o ir a Barcelona en lugar de ir a Zaragoza, todo eso, y mucho más, es inesperado. Con sus constantes sorpresas el libro también es como la vida misma631.

Otra nota realista e innovadora del libro, aunque desagradable, es su retrato de la condición humana. En contraste con los libros de caballerías, cuyos héroes eran jóvenes, los protagonistas de Don Quijote no lo son. Aunque la muerte se presente abiertamente ya al final, precedida por la derrota física ante un hombre más joven, subyace en gran parte del libro. Las discusiones sobre la fama, especialmente la póstuma632, la hostilidad de Cervantes, ligeramente encubierta, hacia algunos aspectos del catolicismo contemporáneo (capítulo 1, nota 67), sus deseos de veracidad en la literatura religiosa633, y el lenguaje de la dedicatoria y el prólogo de Persiles634, todo sugiere que la convencional promesa de una vida después de la muerte no le proporcionaba mucho consuelo. En las obras de Cervantes, el pensar es frecuentemente asociado con la desdicha635; los sueños, como dice Don Quijote después de salir de la cueva de Montesinos, pueden ser mucho más agradables que la realidad636, y la locura también (I, 354, 21-27)637.

Quizás éste sea uno de los motivos por los que las reacciones de los lectores han sido tan diversas. Los lectores mayores, que tienen más influencia y que determinan la fama definitiva de un autor, han reaccionado a un aspecto que para los más jóvenes es algo más distante. Como el mismo Cervantes ha dicho acerca de su obra, «los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran» (III, 68, 7-9)638. No obstante, no es ésta la única explicación de la diversidad de interpretaciones.

Como he sugerido, en algunos aspectos importantes el mundo ficticio de Don Quijote se parece al mundo real, y aunque sea el mundo de una España desaparecida, es aún de interés para muchos lectores, y tiene mucho en común con el mundo que habitamos todos nosotros. Es inevitable que tal obra sea objeto de interpretaciones contradictorias. No se está de acuerdo sobre Don Quijote como no se está de acuerdo sobre la vida. El Don Quijote que sufre alucinaciones debe permanecer en casa, y si no vuelve por voluntad propia, se le debe llevar a la fuerza, tal como se hace en el capítulo 46 de la Primera Parte. Pero el que el relativamente cuerdo Don Quijote de la Segunda Parte haga bien en continuar su misión depende de valores acerca de los cuales ni hay ni por el momento puede haber consenso, por mucho que se desee alcanzarlo. Don Quijote, a semejanza del mundo, es un gran rompecabezas literario, atractivo para los lectores modernos, a los que, como he dicho en el capítulo 1, les gusta «descifrar» un libro. Sin embargo, es un rompecabezas que no tiene solución.

Se han clasificado los intérpretes de Don Quijote según la postura que adoptan frente al protagonista. Mandel ha creado las etiquetas «duro» y «blando», términos que incitan a dar preferencia al primero. Simplificando excesivamente y convirtiendo en monolíticas interpretaciones que nunca lo han sido, agrupa bajo la primera etiqueta a todos los que consideran Don Quijote loco, desencaminado, y ridículo, y bajo la segunda, los que lo toman por un héroe admirable; la postura «blanda» se ha identificado, con excesiva simplicidad y por lo general despectivamente, con los románticos639. Aunque a menudo las discusiones sobre los tipos de interpretación de Don Quijote van acompañadas de condenas a una interpretación, es difícil estar de acuerdo. Podría creerse que los primeros lectores, cuyas interpretaciones eran principalmente, aunque no exclusivamente, «duras»640, habrían sido los mejores intérpretes. Su visión del mundo estaba más próxima a la del autor que la de los lectores posteriores. Estos primeros lectores no tenían que enfrentarse a la historia de las interpretaciones del Quijote, notable pero confusa; los lectores españoles también tenían en común con Cervantes la lengua y la cultura. Sin embargo, los primeros lectores, como se ha dicho en el capítulo 4, centraron su atención esencialmente en la Primera Parte.

Los lectores posteriores, aunque parten con la desventaja de su distanciamiento de los tiempos y de la cultura de Cervantes, la han compensado de sobra con un mayor esfuerzo. A diferencia de los primeros lectores, no solamente lo han leído sino que lo han releído, tomando notas, investigando las alusiones y el lenguaje; muchos de ellos, incluidos naturalmente los traductores, han leído el libro en castellano. Se han beneficiado de los progresos en el análisis literario y en la historia literaria, y son lectores más atentos y competentes641. Incluso valores éticos más elevados han afectado la interpretación del libro: si debe escogerse entre reírse de alguien o compadecerse de él, debería preferirse la segunda postura642.

Los lectores posteriores, en contraste con los primeros, han profundizado en todo el libro, y se supone que el final de un libro representa el propósito final del autor y su efecto, la impresión que debería dejar en el lector. Finalmente, Don Quijote casi nos grita que las cosas pueden no ser lo que parecen, que deberíamos mirar bajo la superficie, y que no siempre se dice la verdad. Incluso si Cervantes no lo quería -y creo que no lo quería- no debe culparse a nadie por usar esta información en la interpretación del libro.

Eso implica que la interpretación «blanda» no es una mayor distorsión que la «dura», probablemente incluso menor. En el texto hay muchas pruebas de ello: la sabiduría de Don Quijote, su conocimiento de sí mismo, que es cada vez mayor, sus admirables ideales, su noble espíritu, su abnegación y su aislamiento moral. Sin embargo, las pruebas no son del todo claras; si simplemente se tratara de una interpretación errónea y otra correcta, no habría controversia. En algunos episodios Don Quijote no es más que un payaso. En otros, la intención del autor es que nos riamos de él, pero que también lo respetemos. La conclusión combina su completa reforma con la afirmación de que el propósito del libro era atacar los libros de caballerías. Su evolución es tosca, irregular e incompleta, con dos pasos hacia delante y uno atrás, todo lo cual sugiere que esto ocurrió a pesar de, más que a causa de, el deseo del autor.

Don Quijote es, por ende, una paradoja, llena de contradicciones lógicas. Don Quijote es un loco inteligente, el más loco y el más inteligente de todos los hombres. Sancho es un simple prudente, excepcionalmente prudente y excepcionalmente simple; cree en todo y duda de todo, según su señor. Son iguales, pero también opuestos643.

Don Quijote es un héroe, es ridículo, y es ambas cosas simultáneamente. Es y no es una imagen del autor. Su amada es al mismo tiempo la puta Aldonza y la incorpórea Dulcinea. Cide Hamete, incompetente y poco fiable, es la flor de los historiadores, unido con Don Quijote y Cervantes, solos y «para en uno»644.

La historia de Don Quijote es a la vez fingida y verdadera. Nos dice clara e inequívocamente que su propósito es atacar los libros de caballerías, nos informa ampliamente de sus defectos, pero las descripciones de sus atractivos (I, 290, 1-294, 10; II, 343, 23-345, 8; II, 370, 22-374, 5) son mucho más seductoras y apasionadas que la presentación de estos defectos. Además, nos alejamos cada vez más de este tema y finalmente, excepto en el último capítulo, lo dejamos por completo. Puede interpretarse utilizando parte de los datos, pero no hay forma de alcanzar un todo coherente. La vigorizante y frustrante búsqueda de una única interpretación, de un orden que pueda imponerse en este universo ficticio, es quijotesca e imposible645. Un universo contradictorio y paradójico, que no puede interpretarse, es el colmo del realismo.

Hasta cierto punto la naturaleza paradójica de Don Quijote fue creada deliberadamente646. Se incluyen manifiestamente dos paradojas: la autobiografía de Ginés de Pasamonte, inconclusa porque su vida no se ha acabado647, y el problema que se le presenta a Sancho en el capítulo 51 de la Segunda Parte, en el que un hombre, que debe morir si jura en falso, jura que morirá648. (La forma como Sancho aplica el consejo de Don Quijote es significativa: opta por la misericordia.) Un capítulo (el 5 de la Segunda Parte) es calificado de «apócrifo» y las palabras de un personaje de «imposibles»649. Personajes ficticios hablan de libros (la Primera Parte de Cervantes y la Segunda Parte de Avellaneda) en los que ellos son los personajes, como si fueran historias verdaderas650. Don Quijote, negándose a entrar en Zaragoza, proporciona pruebas con las que demostrar la «mentira» del libro de Avellaneda (IV, 253, 10-12; IV, 255, 6-10; IV, 383, 16-23). Estos mecanismos son puras paradojas651.

Los temas de este libro y de otros escritos de Cervantes se formulan repetidamente en términos de «o... o», y a menudo son llevados al extremo. Siguiendo la tradición académica, Cervantes conceptualizaba los temas polarizándolos, «pon[iéndo]las en disputa», como dice en el prólogo de la Primera Parte652. Una afirmación es o verdad o mentira, sin un estado intermedio. Existe la honestidad y la inmoralidad, el Cristianismo y el Islam, las armas y las letras, la pobreza y la riqueza, la Edad de Oro y «nuestros detestables siglos». Los libros o son abundantes o escasos653, y los libros de caballerías, «aborrecidos» y «alabados» al mismo tiempo (I, 38, 6), son leídos por «los grandes y los chicos, los pobres y los ricos, los letrados e ignorantes, los plebeyos y cavalleros» (II, 370, 8-10; adaptado). Los hombres son amigos o enemigos (III, 60, 14), las mujeres buenas o malas (III, 276, 8-10). El amor «mira con unos antojos que hazen parecer oro al cobre, a la pobreza riqueza y a las lagañas perlas» (III, 243, 30-32)654. Un sabio amigo habría de «engrandecer [las cavallerías de Don Quijote] sobre las más señaladas de cavallero andante»; uno que fuera enemigo «aniquilarlas y ponerlas debaxo de las más viles que de algún vil escudero se huviesen escrito» (III, 60, 14-20). Incluso el Persiles «ha de ser, o el más malo, o el mejor [libro] que en nuestra lengua se haya compuesto» (III, 34, 13-14).

Hay cierto espíritu juguetón en eso, un deleite en los poderes de la mente, y la creación de paradojas era un tipo reconocido de entretenimiento mental655. Pero, en una nueva contradicción, también hay seriedad; los contrarios -verdadero y falso, caliente y frío, claro y oscuro, pasado y futuro, bueno y malo- son fundamentales para el lenguaje y para la filosofía. Las personas no son ni totalmente buenas ni totalmente malas: en las obras de Cervantes encontramos muchas veces su fascinación y su perplejidad por los criminales (galeotes, Roque Guinart, gitanos, la compañía de Monipodio), que a pesar de sus pecados poseen imaginación y virtud656. Tácita pero omnipresente, tenemos la fundamental división de las personas en varones y hembras, siempre paradójicamente buscando, pero sólo momentáneamente alcanzando, su unión en un solo animal del que míticamente descienden657. No hay que profundizar demasiado en la doctrina cristiana, y ni mucho menos tanto como suponemos lo hizo Cervantes, para que se nos presenten serias paradojas: libre albedrío y presciencia divina, supeditación de la razón a la fe, el hecho de que Cristo, nacido de una virgen, sea a la vez Dios y hombre, el que Dios sea una y tres personas al mismo tiempo, y sobre todo que seamos a la vez cuerpo y alma, animales y espirituales658. Cervantes seguramente se explicaba el que la gente tergiversara la verdad y escribiera historias falsas por la clásica paradoja cristiana de la existencia del mal659.

Armonizar estas contradicciones -entre otras cosas, casar al varón y a la hembra- es prerrogativa divina; Él es la armonía de los opuestos y la resolución de paradojas660. Sin embargo, el autor es un dios para sus personajes; según el canónigo, debería «facilit[ar] los imposibles» (II, 342, 23-24)661. Así Cervantes intentó crear personajes con una doble faceta. A veces, sin duda, lo hace deliberadamente; nos habla de las de Don Quijote y Sancho. Otros personajes, sin embargo, también la tienen: Maritornes y Roque Guinart, el duque y la duquesa, de hecho la mayoría de los personajes no religiosos del libro. No obstante, las combinaciones de opuestos, que a veces parecen tan accidentales como hechas a propósito, forman conjuntos que causan perplejidad. Cervantes, queriendo facilitar imposibles, nos ha dejado con una paradoja, un imposible.

Debemos aceptar que Cervantes se dio cuenta, al término de la Segunda Parte, que el libro que había terminado apresuradamente no respondía totalmente a sus intenciones. Contrariamente a sus expectativas, vio que Don Quijote, al aprender, también evolucionaba y se volvía más humilde, y era imposible no admirarlo. Contrariamente a lo que también esperaba, no era posible combinar la admiración por Don Quijote con la burla. En 1614-1615, cuando escribía los últimos capítulos de la Segunda Parte y atacaba a Avellaneda, Cervantes no creyó que fuera tan necesario atacar los libros de caballerías, que su Primera Parte ya había debilitado (IV, 406, 11-14). Debía de haber sabido por lo menos que no los había tratado en esta parte del texto; el ataque en el último capítulo es tan fuerte que cae por su propio peso.

Sin embargo, eso no significa que Cervantes, que fue «uno de los escritores más profundamente morales»662, se habría sentido satisfecho de que su obra haya generado un problema interpretativo del que se ha dicho «que no tiene precedente en la historia de la literatura»663. Sabía qué interpretación quería que los lectores le dieran y nos la dice; cuando en el texto se mencionan distintas interpretaciones, es con un ademán de molestia (III, 56, 30-57, 5; también I, 366, 26-28). Cervantes no quería que sus personajes evolucionaran, y mucho menos hasta el extremo en que lo hacen en Don Quijote. El resto de sus obras, en las que los personajes aprenden pero no evolucionan, confirman esta afirmación. ¿Cómo fue, pues, que escribió un libro tan distinto del que se propuso?

Afortunadamente Cervantes no abordó Don Quijote con la intención de escribir una gran obra. Tenía solamente un plan muy vago y escribía, en términos de Unamuno «vivíparamente»: seleccionaba las características de los personajes, la acción e incluso el impulso de la obra durante su composición664. La composición del libro, además, fue intermitente, y los períodos de actividad creadora se extendieron durante muchos años; como se ha dicho en los capítulos 1 y 4, Cervantes con toda seguridad «engendró» y probablemente empezó la Primera Parte en la década de 1590, y la Segunda Parte en 1605, pero ninguna fue completada hasta poco antes de su publicación665. Durante esos años Cervantes continuó leyendo y reflexionando, cambiando de parecer en cuestiones importantes: el papel del caballero andante, por ejemplo, que cambia de superfluo y obsoleto entrometido a imprescindible y sufrido soldado, adquiriendo connotaciones santas e incluso mesiánicas666. Los puntos de vista que, como éste, evolucionan son la razón fundamental de muchas de las contradicciones de la obra667.

La larga e intermitente composición de Don Quijote se agravó por la falta de cuidado, patente, por ejemplo, en la inconclusa historia de Eugenio y Leandra, en suspenso al final de la Primera Parte668, y en la utilización de material escrito anteriormente669. Más grave es que Cervantes no releyera el libro ni lo copiara antes de su publicación, aunque sí debió de releer el material escrito previamente, por lo menos en parte670. Parece que la revisión sólo consistió en añadir, suprimir y reordenar torpemente algunas páginas.

Los errores de la obra derivan inevitablemente de la falta de una segunda lectura y de revisión. Los más conocidos, como se indica al principio de la Segunda Parte (III, 70, 30-73, 22), donde se atribuyen poco convincentemente a los impresores (III, 341, 1-4), son las contradicciones que derivan de la supresión del robo y de la recuperación del asno de Sancho y del cambio de sitio del episodio de Grisóstomo y Marcela. El hecho de que se intentara corregirlos por pasajes que por vocabulario, estilo y contenido sólo puede ser la mano de Cervantes confirma que son errores671. Y el que las correcciones estén equivocadas, y el que en la Segunda Parte se comenten los errores dejados a pesar de las correcciones que se intentó hacer, confirman la falta de cuidado672. También se indica al principio de la Segunda Parte que no hay más referencias a los cien escudos que Sancho encontró en la maleta de Cardenio, irónicamente llamado «uno de los puntos sustanciales que faltan en la obra» (III, 71, 4-10).

Otro tipo de error son los diversos nombres de los personajes, siendo los más conocidos los de Sancho673 y su mujer. Aunque Cervantes juega con el verdadero nombre de Don Quijote, sugiriendo que las distintas formas que se encuentran en la obra son intencionadas (I, 50, 4-11), esta conclusión es insostenible. En el primer capítulo, nos dice que «queda dicho» que «tomaron ocasión loa autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se devía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron dezir» (I, 55, 8-12); no se había dicho nada de eso. Poco después encontramos que «devía de llamar... Quijana», cambiado a «Quijada» en la segunda edición (I, 89, 19-20; «Quejana también se cambia a «Quijana», I, 50, 9). Hacia el final de la Primera Parte afirma que desciende de Gutierre Quijada «por línea recta de varón» (II, 367, 3-4). Al final de la Segunda Parte su nombre, sin ninguna explicación, se convierte en Quijano con el «renombre» de «el Bueno», que antes no se había mencionado ni siquiera como una posibilidad.

No vuelve a hablarse del «mozo de campo y plaza» mencionado en el primer capítulo674. Habiendo llegado a la venta, «poco antes de anochezer» (III, 306, 23), los viajeros llegan allí una segunda vez, «a tiempo que anochezía» (III, 311, 14-15)675; en otra ocasión Sancho no podía dormir (I, 210, 19-22), pero inmediatamente después «aún dormía» (I, 214, 10). El bachiller Alonso López, víctima del ataque en la aventura del cuerpo muerto, deja la escena («se fue», I, 256, 15), después habla de nuevo y se va una segunda vez (I, 257, 29-258, 15). Inmediatamente después de anunciar que Sancho estaría ausente de la historia hasta su regreso a Sierra Morena (I, 372, 16), el narrador decide «contar lo que le avino a Sancho Panza» (I, 377, 14-15). Diego de Miranda pasa su vida con su mujer, sus amigos, y sus «hijos» (III, 201, 14), pero después resulta que sólo tiene un hijo.

Nos dice que Sansón Carrasco buscó al cura para discutir con él un plan para ayudar a Don Quijote (III, 101, 3-5); sin ninguna explicación, resulta que lo había discutido con el cura y con el barbero (III, 108, 28-29; III, 190, 17-21). El plan consistía en derrotar a Don Quijote y hacerle quedar en casa durante «dos años, o hasta tanto que por él le fuese mandado otra cosa» (III, 191, 4-7), pero cuando se pone en práctica sólo se le manda que se quede en casa durante «un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere mandado» (IV, 318, 16-17; IV, 315, 5-12; IV, 321, 4-6). Sansón aparece por primera vez en los capítulos 12-14 de la Segunda Parte como el Caballero del Bosque, antes llamado Caballero de la Selva, cuando se describe su vestimenta se transforma, sin ningún tipo de comentario, en el Caballero de los Espejos.

Durante el gobierno de Sancho, como acaba de mencionarse (nota 668), se nos dice que una decisión futura de Sancho es «pasada»; mientras Sancho siendo gobernador hizo «ordenanzas» que «hasta hoy» se observan y que le valieron el adjetivo «grande» (IV, 165, 30-166, 30), cuenta al duque y a la duquesa que no hizo ninguna (IV, 208, 19-22). Mientras que en la primera frase de la Segunda Parte se nos dice que es la «tercera salida de don Quijote» (III, 35, 5-6), al final nos encontramos con que Don Quijote estaba «imposibilitado de hazer tercera jornada y salida nueva; que para hazer burla de tantas como hizieron tantos andantes cavalleros, bastan las dos que él hizo» (IV, 405, 29-406, 1). No hay otra explicación que el no haber releído, revisado y pulido la obra676.

Es verdad que Cervantes, en general, no parece que haya revisado cuidadosamente677, y que también se han encontrado errores en otras obras suyas. Sin embargo, se mantiene la distinción de Don Quijote al respecto. No sabemos de ninguna otra obra (exceptuando, naturalmente, las Novelas ejemplares) en la que incorporara material escrito previamente. Los errores que se encuentran en Don Quijote son más numerosos y más graves678. Es la única obra de la que se sabe que sus errores fueron comentados por sus contemporáneos; los errores de sus demás obras se conocen por los estudios de cervantistas actuales679.

Ningún autor con ambiciones literarias publicaría hoy un libro sin revisarlo. Debemos recordar cuánto ha progresado la escritura desde los tiempos de Cervantes. Los materiales para escribir no solamente son mucho más baratos, sino que son mejores, por lo que la lectura y la escritura son más rápidas. Revisar un texto extenso, escrito a mano, requería mucho tiempo680, y hacer una copia en limpio todavía más. Ninguna de las dos cosas era posible mientras Cervantes se apresuraba a terminar la Segunda Parte, después de la publicación de la continuación de Avellaneda. Parece que Cervantes, antes de examinar la obra de Avellaneda, no tenía a su propio Don Quijote en gran estima, y ciertamente no esperaba que se le consideraría su obra más importante. Al fin y al cabo, era un libro escrito para el vulgo681.

Cervantes no podía perder mucho tiempo releyendo y puliendo Don Quijote, algo que no era esencial. Tenía 57 años cuando se publicó la Primera Parte, y su empleo limitaba el tiempo que podía dedicar a escribir. Aunque más tarde recibió el apoyo de mecenas, para entonces su salud era delicada682. Tenía mucho por escribir: el Persiles, el Parnaso, la mayoría de las Novelas ejemplares, gran parte de las Semanas del jardín y algo de la Segunda Parte de La Galatea; estaba también terminando el Bernardo y publicando su colección de obras de teatro.

Ha existido una resistencia natural a aceptar que una gran obra no esté pulida, y algunos errores de Don Quijote se han atribuido a motivos que no concuerdan con lo que sabemos de Cervantes por sus otras obras, y que son poco probables en un escritor de la Edad de Oro. Sin embargo, en la forma de Cervantes de redactar Don Quijote -con improvisaciones, sin una planificación cuidadosa ni revisión- está la esencia de la grandeza del libro683. Un Don Quijote pulido y coherente, en el que todo tuviera una explicación y que reflejara la intención del autor, habría sido mucho menos interesante684. No nos desconcertaría, es decir, no nos cautivaría intelectual y emocionalmente, y le faltaría gran parte de su encanto. Debido a que el libro fue escrito con improvisación, y no tenía más continuidad que la que la memoria de Cervantes podía proporcionar, y también debido a que no fue revisado, su inconsciente, que es lo que crea las obras maestras685, no estaba sometido a la habitual censura de la mente consciente. Toda su mente se incorpora al texto mucho más que en el resto de sus obras literarias. Aunque su intención era escribir un libro cuyos dos personajes principales fueran objeto de risa, se nota que llegó a sentirse muy incómodo con este propósito. Percibimos su creciente simpatía por Don Quijote y Sancho, su envidia y su parcial identificación emocional con ellos, sus propias reflexiones acerca de los problemas con que se encontraban y sobre los que discutían, su propio regocijo y finalmente desespero, para el cual Dios ofrecía la única salida. La complejidad de la obra, que, aunque no es infinita, excede a la resolución de nuestros instrumentos críticos, también refleja su mente686. No es sorprendente que esté llena de contradicciones y sea un gran enigma, puesto que cada persona lo es.

¡Y qué mente se revela en el libro! Cervantes luchó con problemas fundamentales; el que no los resolviera es más una indicación de la sinceridad de su esfuerzo que señal de fracaso. En el ejercicio de dos profesiones había viajado mucho; conocía no sólo gran parte de su país, sino también Italia, Argel y posiblemente también Flandes687. Había participado en la importante batalla de Lepanto, en la cual perdió el uso de la mano izquierda; había conocido el cautiverio en otra cultura, una fuga frustrada, el rescate y la libertad. También leía ávidamente, siendo ésta su principal diversión. «El que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho» (III, 321, 16-17; también Persiles, I, 194, 23-24). Pocos escritores de literatura creativa han tenido tantas experiencias o han leído tanto como él.

A pesar de sus lecturas y de sus experiencias, Cervantes, como sus personajes, se parece a nosotros en algunos aspectos fundamentales. Él, también, tiene ambiciones y problemas, y sus defectos nos atraen más que repelen, permitiéndonos no sentirnos amenazados por su genio porque, en una forma trivial, somos superiores688. Aunque el tono subyacente es optimista -que no es poca virtud- se pone alegre y triste, frustrado y exultante, recuerda y olvida. Está seguro de algunas cosas, confuso acerca de otras, y se pregunta qué sentido puede tener todo. Era especialmente confuso para él el que el mundo no se ajustara a descripciones culturalmente aceptadas. La virtud no estaba en correlación con la posición social. Una persona que merecía riquezas (él mismo) no las recibía689, y los que las obtenían con trampas no eran siempre castigados. Sus obras escritas según las reglas literarias fracasaban, y tuvo éxito un libro que consideraba mucho menos importante. Dios debía de tener un plan que daba sentido a todo eso, pero Cervantes no lo descubriría nunca.

En la medida en que Cervantes no escribió el libro que se propuso escribir, no tenía sosiego, y las contradicciones de Don Quijote en cierta medida reflejan las que su autor vivía. Naturalmente el texto no lo pone690, pero es la conclusión lógica por lo que escribió y por la información biográfica que tenemos. Las relaciones de Cervantes con las mujeres eran difíciles, y el indisoluble sacramento del matrimonio no le trajo la felicidad. No pudo resolver el conflicto entre sus responsabilidades y su deseo de vivir una vida que estas obligaciones no le permitían. Estaba dividido entre el respeto a la autoridad -literaria, política y religiosa- y sus sentimientos y compromisos. Disfrutaba con la literatura que por las normas de aquella época era defectuosa y perniciosa, y esta discrepancia le desconcertaba.

La «buena» literatura atraía a Cervantes intelectualmente, pero los libros de caballerías y la fantasía que presentaban, despertaban sus emociones. El éxito de Don Quijote puede atribuirse en parte a los elementos tomados de estos libros, que ofrecían, como hace Don Quijote, largos viajes, agradable compañía, diversidad de personajes y una sucesión de aventuras. La vida caballeresca de Don Quijote, una vez ha aprendido a no provocar las represalias del mundo, es muy agradable; aunque muchos de sus logros existan sólo en su imaginación, algunos son reales, y consigue sus objetivos en mucho mayor grado que si se hubiera quedado en casa, un «hidalgo sosegado» (I, 89, 21) cuidando de su hacienda. Viajar sin responsabilidades, ser útil y solicitado, vivir aventuras emocionantes y alcanzar la fama por sus esfuerzos, tener buenos amigos y no estar nunca solo a menos de que se quiera, no tener que ganarse la vida, ser recibido como invitado de honor por una clase social más elevada, ser solicitado por el sexo opuesto, conocer siempre el gozo de estar enamorado, estar seguro de las propias creencias y ponerlas en la práctica, ser el tema de un libro y gozar de eterna fama, ¿no es ésta la vida que todos quisiéramos tener? ¿Vale tanto, realmente, ser cuerdo?





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