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La isla posible

Congreso de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos



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La Isla posible

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Todas las islas del mar las hizo el viento,
Pero aquí, el coronado, el viento vivo, el primero,
Fundó su casa, cerró las alas. Vivió...


Pablo Neruda                


A fines de marzo de 1998 se reunió en la Isla de Tabarca (Alicante) el III Congreso de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos. La sede singular del encuentro fue una pequeña isla situada frente a la costa alicantina, a media hora marítima desde Santa Pola y a una hora desde Alicante, en los barquitos habituales. La islita, fortificada parcialmente en el siglo XVIII, tiene un pequeño pueblo con graves deterioros urbanos y una amenaza especulativa actual que no hace otra cosa que degradarla. Un poblamiento en el XVIII, procedente de otra isla llamada Tabarka en Túnez, dejó en la Tabarca alicantina una estela de tunecino-genoveses que llegaron buscando aguas más tranquilas1. El espacio es de un kilómetro y ochocientos por trescientos metros en sus lugares más anchos.

Nosotros, a lo largo del año 1997, estuvimos buscando en la tranquilidad de la Isla la posibilidad de reunir un Congreso que acogiera a los integrantes de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos: un centenar de personas aproximadamente que, por entonces, respondía a la casi totalidad de profesores e investigadores sobre la América Literaria que había en las universidades españolas, junto a algunos de procedencia europea y latinoamericana.

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En reuniones previas (con el entonces Presidente de la Asociación y con el Secretario de la misma, los profesores Teodosio Fernández y Francisco Tovar; y con Sonia Mattalía, de la Comisión Directiva), acordamos la reunión en Tabarca y el título de la convocatoria, que surgió como una broma: más de uno nos había dicho en los meses anteriores que era imposible reunir cómodamente un congreso en aquel espacio, cuya infraestructura inicial era un pequeño hotel donde no podían alojarse ni la cuarta parte de los asistentes. «La isla posible» significó, sobre todo inicialmente, eso: se alquilaron casas, restaurantes e, incluso, se obtuvo autorización del Obispado para reunir en la Iglesia -una de las raras iglesias de arquitectura militar y fortificada de la Comunidad- las sesiones plenarias, desestimándose esta posibilidad cuando nos dimos cuenta del riesgo que suponían para la supervivencia de los todavía escasos hispanoamericanistas españoles unos tejados y una estructura gravemente deteriorados. Un accidente podía hacer más daño al hispanoamericanismo español que el que le hicieran en el pasado algunos maestros y similares que no vamos a nombrar.

El motivo de «la isla posible» sirvió también para muchas cosas en aquel 1998. Al año hispanoamericanista le suponíamos innumerables redundancias: Filipinas y, sobre todo, Cuba iban a ser producto de una reflexión acompañada por Congresos varios en los que «el 98» sería el motivo dominante. Partir de las islas en las que terminó un imperio nos podía permitir abrir el motivo a todos los sueños literarios que, en la tradición hispanoamericana, se habían nutrido de islas y, a partir de ellas, podíamos abrir el congreso además a símbolos correlativos que permitieran que, quien no tuviese una isla a mano, participase metaforizando su intervención en la isla-ciudad, la isla-eros, la isla-utopía, el símbolo de la Última Thule, la isla-salvación... o cualquier transformación simbólica que fuese posible. Hubo hasta quien pretendió hablar del Padre Isla y la persecución del Fray Gerundio en América, pero el Comité Científico desestimó su engañosa propuesta.

El resultado de aquel encuentro es el que el lector tiene en sus manos: las más de sesenta ponencias que allí se leyeron a lo largo de tres apretados días, que fueron auspiciados por la Consellería de Cultura de la Generalitat Valenciana, el Ministerio de Educación y Ciencia, el Ayuntamiento de Alicante, la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), que volcó generosa contribución, la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos y, por supuesto, la Universidad de Alicante, que aportó además un seguimiento por Internet de las sesiones con imágenes y extractos diarios de las mismas.

Fue una experiencia para todos y no vamos a reflexionar en esta nota introductoria sobre el conjunto de islas, obras, símbolos y metáforas que construyen en las páginas que siguen una nueva inmersión en un tema universal: Ítaca, la Atlántida, la Utopía... son símbolos mayores de nuestra cultura, entrelazada también a relatos como los de Las afortunadas de Herman Melville, La isla del tesoro de Stevenson, o el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, por citar tres ejemplos paradigmáticos. Las «islas de tierra firme» americanas son aquí un recorrido en el que era inevitable el peso de Cuba y sus escritores insulares, Puerto Rico y sus representaciones históricas y literarias, Haití, o las islas nerudianas, desde Capri a la falsa Isla Negra; junto a poetas-islas, ciudades-islas, ínsulas sagradas, o la misma revista española Ínsula que también cabía en la reflexión.

Ofrecemos por tanto una guía de recursos y autores sobre la insularidad en la literatura hispanoamericana, que tiene el valor de identificar un espacio desde el que es posible reflexionar sobre el argumento. Nuestra pequeña isla mediterránea fue la oferta. Si se   —15→   hubiera planteado la reflexión desde un lugar de la meseta castellana, o desde las cumbres del macizo central, o desde los valles pirenaicos... seguramente no habría sido lo mismo. Habría faltado ese aliento en el que la ponencia se junta con el vuelo de las gaviotas, o con la llegada de un barco a un pequeño puerto, o con un recorrido amaneciente hacia ese cementerio marino que está en una esquina de la isla. Habrían faltado aquellas sensaciones que hacen de la isla un lugar imprescindible para hablar de la literatura sobre las mismas. Aunque estas sensaciones no se reflejen en la prosa académica de un congreso, nosotros queremos pensar que, de forma indeleble, quedan en la memoria no académica de los congresistas.

Carmen Alemany Bay - Remedios Mataix Azuar - José Carlos Rovira

Primavera de 2000.





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