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ArribaAbajoHaití en Mayra Montero: un acceso mágico

José Luis de la Fuente



Universidad de Valladolid

Como es sabido, la obra de Mayra Montero se ha movido entre las islas del Caribe. Nacida en La Habana (1952), vive en Puerto Rico y su obra novelística se desarrolla mayoritariamente en Haití. Hasta el momento cuenta con obras como La trenza de la hermosa luna (1987), finalista del premio Herralde; Del rojo de su sombra (1992); La última noche que pasé contigo (1991), finalista del premio La Sonrisa Vertical; y Tú, la oscuridad (1995), que es su última novela hasta que pronto vea la luz Como un mensajero tuyo, en la que parece que sí situará a su ciudad natal como centro de su escritura301. Su obra destaca precisamente por ese motivo, porque a pesar de ser una autora cubana que escribe desde lejos de su país, no se ha ocupado hasta el momento de la realidad de su isla, y, en cambio, como Carpentier, ha regresado a Haití como lugar en el que descubrir los orígenes africanos y la conciencia histórica caribeña.

Su obra, como digo, se desarrolla fundamentalmente en Haití, pero ocurre además que, desde ese ómphalos, sus historias y sus personajes realizan movimientos centrífugos hacia el exterior o de manera centrípeta regresan a la mitad de La Española como centro original al que deben retornar por cualquier motivo. Sea como fuere, Mayra Montero ha afirmado que entiende «el Caribe como un todo, como una unidad. No son sólo islas separadas, son un conjunto de sensibilidades, tradiciones y casi una manera de ser»302. Por eso, en La trenza de la hermosa luna, Jean Leroy ha de volver de Jamaica a Haití, porque llamado por su amigo Papá Marcel, debe regresar para conocer su muerte y la de los hounganes303, y para   —210→   presenciar los últimos tiempos del dictador Duvalier. Por eso, en La última noche que pasé contigo, Celia y Fernando recorren el Caribe, de San Juan a Martinica, pasando por Charlotte Amalie, Antigua, Guadalupe y Marie Galante, y en ese viaje de madurez recorren su pasado sexual y nuevas sensaciones, pero sobre todo advierten la proximidad de eros a thanatos en esas islas del Caribe. De cualquier forma, esos paseos son infaustos en todas las novelas. El carácter utópico que parecen poseer ciertas islas o lugares concretos, o su esencia como lugar en el que cumplir unos objetivos que marca cada viaje -porque cada viaje es huida y búsqueda- queda frustrada siempre en cada una de las cuatro novelas. Moverse, viajar o cambiar de lugar en ese entramado que es el Caribe, sirve de poco; Haití o cualquier otro centro absorbe a los individuos y los devora en sus ritos ancestrales y en sus relaciones violentas.

Ese es uno de los componentes fundamentales de los mundos narrativos de Mayra Montero: la tremenda fusión o adyacencia entre el eros y el thanatos. Fernando, en La última noche que pasé contigo, se obsesiona por un posible infarto mientras disfruta de su infidelidad en el crucero caribeño, sólo interrumpido por un cadáver fortuito; Jean Leroy, en La trenza de la hermosa Luna, debe renunciar definitivamente a su amor por Choucoune con la muerte de Papá Marcel, pues ella marchará con un hombre decrépito a quien no debe quedarle mucho tiempo de vida; en Del rojo de su sombra, entre unas extrañas relaciones sexuales de algunos protagonistas, finalmente la mambo304 Zulé muere a manos del bokor305 Similá Bolosse; en Tú, la oscuridad, como en las anteriores, domina el ambiente desolador de la dictadura duvalierista o sus consecuencias y la terrible presencia de los tonton macoutes, pues mientras que los dos protagonistas -el occidental y el haitiano- recuerdan su pasado en sendos diálogos que estructuran la obra, de los mismos discursos surge la desolación terrible del infierno de la violencia haitiana. Además, la rana que buscan -la Eleutherodactylus sanguineus o Grenouille du sang- simboliza en último extremo la conciencia ecológica306 del herpetólogo occidental y los restos tradicionales de la cultura haitiana, desmantelada de gagás307 y houmforts308 con el fin de la dictadura, como la propia rana, que acabará pereciendo náufraga en el océano, acompañada del herpetólogo y su ayudante.

La misma estructura de las novelas es muestra de esa duplicidad. Esto ocurre en La última noche que pasé contigo y en Tú, la oscuridad, donde más visible se hace esa dualidad de vida/muerte. Ambas novelas presentan una serie de capítulos que se rompen con la inclusión de otro tipo de texto. En la primera son unas cartas de la abuela del protagonista Fernando que cuenta pormenores de las relaciones sexuales con una amante del pasado; en la segunda, son referencias a revistas como Froglog y National Geographic Magazine donde se anotan las últimas extinciones de especies anfibias. Pero, además, junto a esta doble vertiente en torno a la que gira la historia de ambas novelas, resulta que son alternativas las secciones y presentan a cada uno de los dos protagonistas   —211→   de las novelas en el acto de recordar su pasado y relacionarlo con los acontecimientos más presentes.

La estructura hace referencia, por tanto, a esos dos mundos en las dos últimas novelas, mientras que en las otras dos la relación es mucho más lineal y unitaria, dado que dependen mucho más de la historia haitiana, alrededor de la cual giran los acontecimientos de las novelas. En las otras obras, la doble estructuración se produce en diferente forma pero alcanza similares consecuencias, pues por medio de otros procedimientos se regresa al otro tiempo. Este es el mecanismo estructural fundamental, la exposición de dos tiempos alejados que acaban fundiéndose en el presente de la ficción y que se advierte en diferentes formas, pues ya puede notarse a nivel tipográfico como en las dos novelas citadas, ya, como en las otras, por medio de otros mecanismos como son los recuerdos de los personajes, las marchas voluntarias del narrador o la inclusión de algún mecanismo que activa la memoria involuntaria del objeto del discurso.

Por lo que se refiere a la muerte, ha de tenerse en cuenta que el vudú es también una inmersión en el mundo de los muertos. Fernando en La última noche que pasé contigo teme el infarto y en la novela aparecen constantemente las vinculaciones entre eros y thanatos, hasta el punto de que el viaje se convierte en una especie de barca de Caronte que va recorriendo islas hasta que llega a la isla final, a la Marie Galante, en la que parece reposar el alma del enamorado de Julieta -la amante de Fernando- y ex-amante de Celia -la esposa del mismo Fernando-. Por otra parte, la respuesta sexual de cada personaje es bien diferente, ya que a la mujer la muerte le excita eróticamente mientras que al esposo le provoca un cierto temor pues la vincula al hecho de acabar muerto por un súbito infarto. En Del rojo de su sombra, el descenso a los infiernos es más evidente en muchos momentos. Así, Zulé «quería ver el paisaje natural de todos los difuntos» [72] y este descenso viene indicado [74, 121, 161] hasta que llega «a las negruras invencibles del Mayombe» [75]. Son las almas de los zombies, los muertos vivos que se levantan un día para regresar de inmediato al infierno [107].

Junto a esa valoración de la vida y la vinculación de la muerte al sexo, aparece en todas sus novelas otro elemento que define perfectamente a las sensaciones de Haití y las otras islas del Caribe. Son los olores, porque Haití y su religión responden a un mundo de sensaciones, donde nada se ve sino que se siente y se huele; que penetra por el alma como por un resquicio. La muerte, como la vida misma, se sienten como penetración de un mal olor. Por eso las relaciones sexuales huelen, los muertos despiden su hedor y el ambiente desprende muy extrañas sensaciones que recogen los órganos nasales. Otras sensaciones más humanas quedan reducidas o relegadas al poder extremo que posee el olfato de los haitianos protagonistas u otros isleños que pululan por las novelas de Mayra Montero. El mar, el sexo, los cuerpos, la muerte, la sangre, todo huele en Haití y en las islas, pero es en Haití, en el centro religioso y político nuclear antillano donde esos olores se convierten en síntoma de la presencia del más allá que habita en la vida. En La trenza de la hermosa luna se lee:

Y Jean Leroy pensó que Haití tenía una sola cosa que no había encontrado en ninguna de esas islas grandes y pequeñas por las que había transitado. Tenía su propio olor. La gente olía en esas tierras de una forma especial, y las casas, las calles, los mercados también despedían su propio vaho intermitente, su aroma a veces sulfurado,   —212→   muy a menudo indescifrable. Incluso el mar, que se abombaba en la bahía, esparcía por el aire una hedentina dulzona y mancillada que nunca había podido hallar en ningún otro puerto del Caribe [188].



En La última noche que pasé contigo se señala que «la gente viene al mundo predestinada a sostenerse en cosas intangibles, en olores que recurren...» [102]. Esta es tal vez la atracción que ejerce Haití y en cuyos linderos mágicos y orillas -como Papá Luc en Del rojo de su sombra [69]- se olfatea el fin del mundo o los mundos particulares que acaban en las variadas embarcaciones que usa Caronte cuando vaga por esa contemporánea versión del infierno. Esa puede ser la función de los olores: presentar la animalización de una realidad que tan sólo es aprehensible por sus fragancias y hedores y mostrar el auténtico camino hacia la frontera de un infierno, cuyo acceso mágico viene marcado por olores de lo más variado.

Junto al amor hay que tener en cuenta la música, en todas ellas, pero sobre todo en La última noche que pasé contigo y en Tú la oscuridad que son las novelas que mayor semejanza estructural presentan. La música de los boleros, en la primera, marca el desarrollo de toda la obra, cuyos capítulos llevan el título de célebres boleros; en la segunda, es una canción la que da título a la obra: «Tú, la oscuridad que envuelve el espíritu de aquellos que ignoran tu gloria» [239]. Metafóricamente, se refiere al mundo haitiano que parece agotarse según está desapareciendo la rana que buscan y que, al fin, maléficamente perece con el hundimiento del barco. Las otras dos novelas también cuentan con un importante papel de la música, ya sea como conjuro en los gagás y en las proximidades de los bateys309 o como marco exterior y rumor sobre el que se desarrolla la acción de la obra. La música es, generalmente, conjunto consciente o incitador de la magia, de la reunión de los cuerpos, en el caso de los boleros, o como incitadora de un variado tipo de sortilegios y ensalmos, porque la música, como el sexo y los olores, se convierte en uno de los mecanismos fundamentales para acceder al lado mágico, aproximarse al otro confín y tal vez alcanzar la otra orilla, desde la que pocos que se acercan pueden regresar.

En definitiva, en el Haití de Mayra Montero se rompe el tópico idílico e incluso utópico que durante siglos ha predominado en las letras occidentales. En la actualidad, el enfoque estrecho y directo nos muestra varios espacios marcados por el utopismo falso de unas islas donde únicamente domina la violencia, la voracidad humana, la superstición y la locura. El estatismo de los personajes -inmersos en su religión animista y en la dictadura duvalierista- impide su mejora, pero no sólo en Haití sino en los breves recorridos que realizan por otras islas del Caribe. Cada isla es el límite de un infierno y cada intento de escapar se convierte en el personaje en una muerte prematura que de forma terrible manejan los barones de aquellos misteriosos agentes de la muerte que son los loases310. Los olores y la música marcan el ritual órfico, que permite el acceso a la otredad infernal que subyace dramáticamente en el mismo centro del Caribe.