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ArribaAbajoIslas singulares: Amazonas y Jauja

Rosa Pellicer



Universidad de Zaragoza

En la imaginación de los hombres, la isla es un territorio capaz de contener todas las maravillas y los prodigios, a la vez que es el escenario adecuado para todo tipo de idealizaciones. A una isla sólo se puede acceder por mar, es un espacio geográfico cerrado, un lugar libre de toda corrupción de las condiciones de vida primigenias. Las islas facilitan la ubicación imaginaria de lugares paradisíacos, como ocurre en las primeras representaciones del Nuevo Mundo, a la vez que son receptáculo de todas las maravillas situadas anteriormente en el océano Índico. Pero no son sólo insulares las localizaciones más o menos precisas del Paraíso, o de la Fuente de la Eterna Juventud, sino otros mitos relacionados directa o indirectamente con los «paraísos terrenales» y con el oro.

En las primeras informaciones sobre el Nuevo Mundo encontramos descripciones fabulosas y fantásticas sobre la existencia de tierras, productos, habitantes, enmarcadas en la idea de la gran fertilidad y riqueza de los suelos, y en las que pueden vivir seres con diversos grados de monstruosidad, que son indicio de esas riquezas. Si las tierras son descubiertas y exploradas, los recuerdos más o menos fabulosos de unas primeras noticias pueden permanecer latentes, y servir para justificar tanto determinadas acciones políticas (podemos recordar la instrumentalización del mito de las Hespérides en Oviedo), como la necesidad de una acción integradora, expresada claramente por Pérez de Oliva cuando afirmó que Colón «partió de España, al año siguiente de la primera navegación, a mezclar el mundo y a dar a aquellas tierras estrañas forma de la nuestra» (Pérez de Oliva, 53-54).

Como señala Lestrignant, «La périphérie et le centre, l'extérieur et l'intérieur définissent la tension d'un espace gouverné par une antithése morale. En fait [...] l'île est «creuse»» (Lestrignant, 24). Esta antítesis la encontramos en las amazonas y en la Tierra de Jauja, que se muestran claramente como inversiones de lo establecido, y en muchas ocasiones aparece la isla «hueca», la caverna muestra un interior deleitoso, opuesto a lo escarpado de sus límites con el mar. Las amazonas o los gigantes tienen cuevas con innumerables   —456→   riquezas a las que no se puede acceder; en las distintas versiones de Cucaña, las cuevas contienen tesoros de distinto tipo. Las nuevas tierras descubiertas son contempladas en muchas ocasiones como contrarias al Viejo Mundo, los «antípodas». Así aparece claramente en El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón, donde Lope de Vega insiste en que Colón va a ir a buscar «la gente opuesta», «hombres opuestos / a nuestros pies» (Lope de Vega, el Nuevo Mundo..., 85, 86), pese a la incredulidad del Duque de Sidonia que niega la existencia de los antípodas, y de cualquier habitante en la zona intertropical, él confirma su misión profética:


[...] el cielo
me inspira lo contrario,
y me muestra que hay gente
y que este nuestro polo tiene antípodas


(Vega, El Nuevo Mundo..., 102-103)                


A estas consideraciones generales, hay que añadir que en la transmisión de los mitos y leyendas del descubrimiento perdura la idea de insularidad. Se ha dicho con frecuencia que al no encontrar en las islas descubiertas las maravillas anunciadas, su búsqueda continuó en tierra firme, se trasladó al continente, primero al norte y luego al sur. Esto es cierto, pero se podría añadir que aún en tierra firme los espacios del mito son aislados758. La idea de que los prodigios suceden en islas perdura de tal forma que lo que en un principio se localiza -a veces muy concretamente- en tierras continentales, con el paso del tiempo se convierte en una isla, como veremos que ocurre con la tierra de amazonas o la tierra de Jauja. En este proceso no se puede olvidar la influencia de la literatura caballeresca y de obras como las de Ariosto, Tasso, El Persiles en las que aparecen islas fabulosas de Alcina, Armida y Auristela, respectivamente; la Isla de Venus de Os Lusiadas, o, por no alargar la nómina, la Isla de la Inmortalidad de El Criticón, a la que los peregrinos finalmente llegan.


Amazonas, pigmeos y gigantes

La leyenda de las mujeres guerreras y su persistente búsqueda por todo el Nuevo Mundo, comienza por el diario de viajes de Colón, se transmite por los escritos de Pedro Mártir, continúa en Pigafetta, Oviedo, Carvajal y muchos otros, prolongándose hasta prácticamente el siglo XVIII. En el tema de la mujer guerrera se mezclan los recuerdos clásicos y medievales con ciertas realidades indígenas, estudiadas entre otros por Alonso del Real, no siempre fáciles de discernir en cada caso. El mito de las amazonas ha sido lo suficientemente estudiado como para insistir en él. Lo que ahora nos interesa es la relación de estas mujeres siempre entrevistas, casi siempre inaccesibles, con el espacio aislado. Ya Juan de Mandeville situó imprecisamente a estas mujeres poderosas más allá de la tierra de Caldea: «Esta isla de amazonas es cercada de agua, sino en dos partes donde   —457→   hay dos entradas de la dicha tierra» (Mandavila, 102) y Marco Polo había dado cuenta de una isla Masculina, habitada sólo por hombres, y otra Femenina, sólo por mujeres. Por su parte, Pigafetta oye noticias acerca de una isla de las mujeres, Ocolora, cerca de Java, «a las que fecunda el viento; cuando paren, si es varón le matan inmediatamente; si es hembra, la crían; matan a los hombres que se atreven a visitar su isla» (Pigafetta, 137).

La localización insular vuelve a aparecer en Colón al mencionar la isla de Matinino, muy cercana a la de los caribes. En la reticente y libre relación de Pedro Mártir, además de la referencia clásica, aparece claramente uno de los motivos que suelen acompañar a estas mujeres sin hombres y que incitará su búsqueda, la posesión de grandes riquezas:

Comenzó a verse por el Septentrión cierta isla grande, y los que en la primera navegación y habían sido llevados a España y librados de los caníbales afirmaron que aquella isla la llamaban sus habitantes Madanina (sic), que la habitan mujeres solas. En el primer viaje habían tenido los nuestros noticias de esta isla. Se ha creído que los caníbales se acercaban a aquellas mujeres en ciertos tiempos del año, del mismo modo que los robustos tracios pasaban a ver a las amazonas de Lesbos, según refieren los antiguos, y que de igual manera ellas les envían los hijos destetados a sus padres, reteniendo consigo a las hembras. Cuentan que estas mujeres tienen grandes minas debajo de la tierra, a las cuales huyen si alguno se acerca a ellas fuera del tiempo convenido; pero si se atreven a seguirlas por la violencia o con asechanzas y acercarse a ellas, se defienden con saetas, creyéndose que las disparan con ojo muy certero. Así me lo cuentan, así te lo digo. A esta isla no pudieron los españoles acercarse por el viento aquilón que de ella soplaba, pues ya seguían el sudeste (Mártir de Anglería, 20).759



El mito de las amazonas, algo olvidado después del viaje de Colón, reaparece en Cortés, que en 1518 recibió órdenes detalladas de Diego Velázquez antes de emprender su conquista, entre ellas está el descubrimiento de la tierra de las amazonas (Leonard, pág. 60). En la cuarta carta (1524), Cortés escribe al Emperador acerca de la relación de Cristóbal de Olid, en la que se da cuenta de la relación que hicieron unos nativos de la provincia de Ciguatán sobre la existencia de «una isla toda poblada de mujeres [...] muy rica de perlas y oro» (Cortés, pág. 302). Leonard cita también el testimonio de Nuño de Guzmán que también trató de hallar una isla de las amazonas en la misma zona (Leonard, págs. 65-66). Por su parte Oviedo (II, pág. 330) escribe que los españoles, malos conocedores del significado de la palabra «amazona», llamaron así a una isla cercana a la de Cozumel, a la vez que demuestra sus conocimientos sobre las amazonas clásicas, al igual que Pedro Mártir, al que parece que sigue muy de cerca (Lerner, pág. 14), mientras que otros testimonios muestran la influencia del libro de Montalvo, Las Sergas de Esplandián760.

Como vemos, la búsqueda de la isla de las amazonas y de sus turbadoras riquezas se trasladó con los conquistadores del Atlántico al Pacífico y un poco más tarde, al sur, al   —458→   igual que otras maravillas nunca encontradas. Durante la expedición de Orellana, a fines de 1542, los españoles recibieron noticias del reino de las amazonas localizado en una isla del río al que darán nombre. Al mismo tiempo que los expedicionarios de Pizarro, otros españoles creen encontrar a estas mujeres más al sur. En 1543, en la relación de Hernando de Ribera volvemos a encontrar noticias sobre estas escurridizas mujeres, sus costumbres habituales y sus grandes riquezas (Relación, págs. 307-308). Años más tarde, Ulrich Schmidt publicará su relato sobre la expedición por el Río de la Plata y vuelve a situar a las ricas amazonas en una isla. En la misma fecha, los españoles en la difícil conquista de Chile son informados por los indios de la existencia del cacique Leuchengorma, cincuenta leguas más adelante de donde se encontraban. Escribe Zárate:

Y los indios deste Leuchengorma dijeron a los españoles que cincuenta leguas más adelante hay entre dos ríos una gran provincia toda poblada de mujeres, que no consienten hombres consigo más tiempo del conveniente a la generación; y si paren hijos los envían a sus padres, y si hijas, las crían. Están sujetas a este Leuchengorma; la reina de ellas se llama Gaboimilla, que en su lengua quiere decir «cielo de oro», porque en aquella tierra diz que se cría gran cantidad de oro; y hacen muy rica ropa, y de todo pagan tributo a Leuchengorma (Zárate, 485).



De los anteriores testimonios se desprende, como ha sido señalado, la relación entre las amazonas, el agua y las riquezas. Ahora nos interesa el hecho de que en la mayoría de los casos estas inalcanzables mujeres tengan su territorio «aislado», ya sea en una isla del mar o en una formada entre dos ríos, siendo siempre inaccesible761. El mito de las amazonas clásicas es tratado por extenso en Pedro Mexía y retomado por Antonio de Torquemada. Es curioso que en los dos autores, aunque no se relacionen directamente a estas mujeres con otros seres no menos interesantes como ocurre en muchas relaciones, al hilo del discurso aparecen los pigmeos. En el caso de Torquemada, que a diferencia de Mexía recoge noticias del descubrimiento, menciona la información de Pigafetta sobre la existencia de pigmeos orejones en una isla al otro lado del estrecho de Magallanes:

...se hallaron en una isla unos hombres pigmeos, aunque diferentes en la hechura, porque tenían las orejas tan grandes como todo el cuerpo, y que sobre la una se echaban y con la otra se cubrían, y que eran velocísimos en el correr y que, aunque él no los vio, porque era dejar de la derrota y el viaje que la nao hacía, que esto era público en todas las otras islas, y que los marineros daban testimonio de ello (Torquemada, 138-139).



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Las informaciones del italiano sobre los pigmeos orejones del estrecho y otros encontrados en la isla de Aruqueto (Pigafetta, 135) fueron recogidas también por Oviedo (I, 226 y II, 118)762. La cercanía de las poblaciones de las amazonas y los pigmeos aparece en la Relación de Hernando de Ribera y en el Paraíso en el Nuevo Mundo Antonio de León Pinelo sitúa en islas cercanas extraños pobladores: amazonas, pigmeos y «antípodas», aunque no dé crédito a estas noticias763. Como señalan J.M. Cacho y M.J. Lacarra, «Dejando de lado el posible trasfondo real de algunas de estas observaciones, no conviene olvidar la estrecha vinculación entre las regiones acuáticas (islas o cercanías de río), los pobladores fantásticos (amazonas, grifos, pigmeos) y los tesoros auríferos» (Cacho, Lacarra, 105).

La popularidad de las amazonas hizo que pasaran al teatro; el primero fue Lope de Vega con Las mujeres sin hombres (1621), que no está situada en el Nuevo Mundo, sino en una imprecisa Grecia. Pero en la dedicatoria a Marcia Leonarda se hace eco, algo imprecisamente, de las mujeres guerreras encontradas en América: «yo las hallo en Virgilio y en todos los autores, y no sólo en aquellos tiempos, sino tan cerca de nuestra edad que en el viaje de Magallanes fueron vistas, si no mienten las relaciones de Sebastián del Cano y de Gonzalo de Oviedo» (Vega, Las mujeres..., 277). Como es tradicional, las amazonas de Lope viven a orillas del mar y del «Tremodonte aurífero» (403), su ciudad, atacada por Hércules, dentro de sus fuertes murallas es un jardín, con lo que cumple con requisitos de la «insularidad». Así, dice Menalipe a Antiopía: «¿Cómo estás de esa suerte entre las flores / deste jardín, que a los de Chipre iguala...» (415).

Tirso de Molina, que aprovecha fuentes comunes a Lope de Vega y de quien tal toma el nombre de su amazona Menalipe, sitúa a las amazonas en las Indias, aunque falseando la historia del descubrimiento del río que acabó llevando su nombre. Tirso tiene que justificar la presencia de tan instruidas amazonas en el Nuevo Mundo, así que pone en labios de Menalipe el itinerario seguido desde Escitia al Perú. En esta comedia hecha de encargo se insiste en que su modo de vida es una inversión, una suerte de «mundo al revés»764.


Aquí Naturaleza
el orden ha alterado.
que por el orbe todo ha conservado,
pues las hazañas junta a la belleza (Molina, 338).



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La tierra donde viven las belicosas mujeres a las que se enfrentan Carvajal y Gonzalo Pizarro no se explicita más que en título de la comedia, pero a lo largo de ella son numerosas las referencias a las arenas, su relación con los ríos y, sobre todo, sus abundantes riquezas. El orden natural invertido por el modo de vida de estas mujeres sin hombres vuelve a lo establecido por medio del amor y del matrimonio, a la vez que las rendidas amazonas ofrecen sus riquezas a los españoles. Ruega Menalipe a Gonzalo Pizarro:


Admíteme por su esposa;
derogáranse mis leyes,
juzgáranse venturosas
a tus pies estas provincias;
diamantes que al sol se opongan
te rendirán esos cerros;
perlas, almas de sus conchas,
a montes la plata pura;
el oro a cargas que brotan
esos ríos, esas fuentes;
esmeraldas, pluma, aromas,
y un alma nunca rendida
que dueño te reconozca (Molina, pág. 344).765



Si la creencia en una isla de mujeres solas se mantuvo durante tanto tiempo en la época del descubrimiento y pasó a la literatura, lo mismo podemos decir de otros seres con no menos prosapia: los gigantes. La existencia de éstos estaba unida a la convicción de que en las regiones frías y cercanas al polo los hombres eran de mayor tamaño, mientras que los pigmeos, en buena lógica, debían estar en las regiones ecuatoriales. Los gigantes de la mitología grecorromana y de los libros de caballerías formaban parte del universo mental de los europeos. Además, frente a otros seres extraños, la talla gigantesca ofrecía la ventaja de la verosimilitud. Ya Marco Polo había mencionado la isla de Tanguibar, cercana a la de los cinocéfalos, donde vivían hombres gigantescos. A Vespucci debemos el primer testimonio sobre los gigantes; en la segunda ocasión en que los encontró se trataba de una isla poblada de hombres y mujeres enormes, y por ello fue bautizada «Isla de los Gigantes».

Pero los gigantes que más impresionaron fueron los de la Patagonia, vistos por los expedicionarios de Magallanes. No es necesario recordar las conocidas noticias de Pigafetta y su enorme difusión, así como los testimonios de otros cronistas; lo que aquí interesa es señalar cómo un mito localizado en tierra firme, la Patagonia, se traslada en la imaginación literaria a un espacio insular. Para ello podemos considerar la Vida del escudero Marcos de Obregón de Vicente Espinel. Dentro de las aventuras del Dr. Sagredo se encuentra el descubrimiento del estrecho de Magallanes. En su camino hallan muchos   —461→   monstruos en las abundantes islas: monstruos marinos, extraordinarias sierpes y otras «muchas monstruosidades» (Espinel, 243). A un lado del estrecho, encuentran a «unos hombrecitos pequeños de estatura -porque en la otra parte son altísimos y membrudos» (245). Efectivamente, al otro lado encuentran una isla escarpada de muy difícil acceso, a la que llama «isla inaccesible» (248). En ella descubren un gran ídolo semejante a un cíclope, y se produce un primer encuentro con dos gigantes también con un solo ojo, que encierran en una cueva a los españoles. De los sucesos ocurridos en esta isla de los gigantes sólo señalaré el episodio en que, una vez liberados del cautiverio, medio muertos de hambre y de sed, encontraron una cueva llena de alimentos, que recuerda las delicias alimentarias del País de Jauja. Con el mantenimiento que obtuvieron en la Isla Inaccesible les bastó «para dar una vuelta al mundo» (267):

Al fin entramos en la cueva, muy ancha y clara por de dentro y con muchos apartamientos, donde había cecinas de pescado y carne suavísimas, muchos tasajos bien curados, y una fruta más gorda y más sabrosa que avellanas de que usaban en lugar de pan, y otros muchos mantenimientos, de que cargamos el barco (Espinel, pág. 255).



Al final del episodio, aunque no esté relacionado directamente con él, aparece el tema de las amazonas, referencia casi obligada siempre que se trata de alguna de las singularidades de los habitantes del Nuevo Mundo. Finalmente, Gracián en la enumeración de seres prodigiosos vistos por un criado en El Criticón, durante su recorrido por «todo el mundo», y siempre «por tierras de mi rey», incluye, entre otros a «los gigantes en la tierra de fuego, los pigmeos en el aire, las amazonas en el agua de su río» (Gracián, 335).




La isla de Jauja

Un proceso claro de lo que podríamos llamar «insularización» de los mitos es el de la tierra de Jauja. La fama de esta región del Perú se remonta a las exploraciones de Pizarro en 1533 y a algunos historiadores que describieron el valle y la ciudad de Jauja. En general se describe como una tierra hermosa, templada y rica, como leemos en la relación de Francisco de Jerez: «Este pueblo de Jauja es muy grande y está en un hermoso valle; es tierra muy templada, pasa cerca del pueblo un río muy poderoso; es tierra abundosa» (Jerez, 341). Algunos historiadores, como Zárate y Oviedo al narrar el episodio de la busca del capitán de Atahualpa Chillicuchima, que se suponía estaba en el pueblo de Jauja con grandes riquezas, se limitan a nombrar la provincia o la ciudad sin dar ningún tipo de descripción (Zárate, 478, Oviedo, 68). Por su parte Cieza de León, en el capítulo LXXXIV titulado «Que trata del valle del Jauja y de los naturales dél...», que al final del capítulo anterior había calificado de «hermoso», señala, como hacen otros, la numerosa población de zona y los edificios de la ciudad. Más que en la bondad del clima y la feracidad de la tierra insiste en las riquezas de los incas y en la abundancia de metales preciosos en la ciudad, que estaban ausentes en la relación de Jerez. Escribe Cieza:

Por este valle de Jauja pasa un río, que es el que dije en el capítulo de Bombón ser el nacimiento del río de la Plata. Terná este valle de largo catorce leguas, y de ancho cuatro, y cinco, y más, y menos. Fue todo tan poblado, que al tiempo que los españoles   —462→   entraron en él, dicen y se tiene por cierto que había más de treinta mil indios, y agora dudo haber diez mil [...]. En todas estas partes había grandes aposentos de los ingas, aunque los más principales estaban en el principio del valle, en la parte que llaman Jauja, porque había un grande cercado donde estaban fuertes aposentos y muy primos de piedra, y casa de mujeres del sol, y templo muy riquísimo; y muchos depósitos llenos de todas las cosas que podían ser habidas. Sin lo cual, había grande número de plateros que labraban vasos y vasijas de plata y de oro para el servicio de los ingas y ornamentos del templo (Cieza, 432).



Pero la fama del valle de Jauja se debe sobre todo a la asimilación con un paraíso alimentario largamente imaginado, cuyo rasgos se conservaron en algunas tradiciones populares. Como señala François Delpech, en la leyenda de la tierra de Jauja, el sentido de «paraíso de los glotones» y el de «país imaginario» se mezclan inextricablemente, y se fusiona con el País de la Cucaña, del que Jauja es una de sus variantes y pierde sus características reales (Delpech, 1980: 79-80). Al «paraíso alimentario» se unen, generalmente, otros motivos como el del oro, la fuente de la juventud, y ser un lugar de otros placeres. Por otra parte, no hay que olvidar que algunas de las características del País de la Cucaña y de su versión española de la Tierra de Jauja corresponden a la imagen del «mundo al revés», como ha estudiado F. Delpech (1979), de igual modo que otros mitos que reaparecen en el descubrimiento del Nuevo Mundo. Evidentemente, esta leyenda es una variante laica de la búsqueda y localización del Paraíso Terrenal, al que están indisolublemente unidas la mayor parte de las fabulaciones del descubrimiento. Es ocioso volver a recordar las primeras imágenes paradisíacas de las Antillas transmitidas por Colón y divulgadas por Pedro Mártir766.

Curiosamente, los primeros habitantes de la ciudad de Jauja consideraron que el lugar era bajo todos los conceptos desfavorable: tenía un clima frío, que impedía las cosechas, no se criaban bien los animales, etc. Es decir, para ellos era lo contrario al «paraíso alimentario» y de «placeres» en el que pronto se metamorfoseó el valle peruano. En 1534, Francisco Pizarro visitó la población de Jauja y, ante el descontento de los vecinos, accedió a trasladarla a un lugar más cercano al mar. Bernabé Cobo transcribe los autos que figuraban en el libro de la fundación de Lima, donde se exponen las razones de la petición:

...dijeron que su parecer es: que según la calidad de la tierra, así por ser fría y de muchas nieves y falta de leña, por tenerla lejos, y ansí mismo por estar cuarenta leguas   —463→   de la mar y el camino muy despoblado y malos pasos, y muy áspero y de muchas nieves, donde los caballos no pueden caminar con carga para se proveer los vecinos de esta dicha ciudad, de más del mucho daño que han recibido y reciben los naturales por traerlos cargados con bastimentos [...]

Otro sí, es muy gran prejuicio y falta a los vecinos y pobladores de esta dicha ciudad que en ella ni en sus términos ni en ninguna parte de la Sierra se pueden criar puercos, ni yeguas, ni aves, por razón de las muchas frialdades y esterilidad de la tierra; y porque hemos visto por experiencia a muchas yeguas que han aquí parido, morírseles las crías; demás de no poder haber madera para solamente hacer las casas de moradas, si no fuese con mucho trabajo para los naturales de la tierra...» (Cobo, pág. 284).



Al final de la transcripción del documento, Cobo rectifica la primera impresión de los primeros pobladores y señala que en su inexperiencia de la calidad de esas tierras, no apreciaron sus calidades, e insiste en su extraordinaria abundancia y, dato nuevo, la benignidad del clima permite recobrar la salud perdida:

...con todo eso, no quiero dejar de advertir, como en alguna de las razones que alegaron aquellos pobladores y primeros vecinos de aquella ciudad, manifiestamente se engañaron, por razón de la poca experiencia que tenían de la calidad de la tierra, como fue en las tachas que al sobredicho valle de Jauja pusieron: de que era estéril, y que no se criaban bien en su comarca caballos, puercos y aves, pues vemos hoy todo lo contrario, porque es muy abundante en trigos y de todo género de granos, legumbres y frutos, así de la tierra como de los de España, y en especial es tan grande la copia de puercos y gallinas que en él se crían, que gran parte de lo que deste género se gasta en esta ciudad de Lima se trae de allí, y su temperamento es tan sano y regalado que muchos van de esta ciudad a cobrar salud y a convalecer a aquel valle (Cobo, 285).



Desde el trabajo de Miguel Herrero, se viene señalando que fue Lope de Rueda el primero que recogió en el terreno literario del tema de Jauja. En el paso La tierra de Jauja dos ladrones hurtan la comida a un tonto, distrayéndolo con «aquellos contecillos de la tierra de Jauja», que hablan de sus «maravillas» (Ripodás, 5). En este texto Rueda sólo se alude a la comida lista para ser tomada. Por su parte, Barahona de Soto en los Diálogos de la montería alude también a estos cuentos que remiten al festín, estando también ausentes otros subtemas como los árboles o las cuevas cargados de ropa, y las riquezas que aparecen en el paso de Lope de Rueda y en otros textos: «No debéis vos haber oído lo que se cuenta de la tierra de Jauja, donde dicen que vive la fortuna, y están las calles empedradas con huevos y confites, y corren ríos de vino y miel, y las perdices asadas se vienen volando a la boca con tortillas en los picos, diciendo a las gentes: «Comeme, comeme» (Barahona de Soto, 37). En el entremés de Luis Quiñones de Benavente, El talego-niño, se sitúa de forma imprecisa en las Indias un lugar de abundancia culinaria y de riquezas, hacia el que piensan dirigirse los hambrientos personajes del entremés, que remite a Jauja767. Finalmente, para no alargar la nómina, en la comedia La Arcadia de   —464→   Lope de Vega, Cardenio da cuenta de un paño en el que se ven maravillas propias de la tierra de Jauja, a las vistas anteriormente se suman las «ninfas»768.

Pero es en la literatura de cordel, de pliegos sueltos, donde volvemos a encontrar la tierra de Jauja y es significativo que en los casos consultados aparezca convertido el valle en isla. En el Romancero general de Durán, en la «Sección de romances vulgares que tratan de asuntos imaginarios» se recoge el titulado «La isla de Jauja». Miguel Herrero señala que la causa del cambio puede estar en que este romance es una versión del que aparece en El entretenido (1673), de Antonio Sánchez Tortolés con el título de «Isla fabulosa», elaborado según el patrón del paso de Lope de Rueda (Herrero, 153). Anteriores a este romance son las coplas anónimas tituladas «El venturoso descubrimiento de las ínsulas de la nueva y fértil tierra de Jauja, por otro nombre Mandrona», recogidas por Daisy Ripodás. En ellas se habla del descubrimiento de una isla llamada «Jauja o Mandrona» hecho por el capitán Longares de Sentlom y de Gorgas, en 1616. En estas coplas aparece claramente el tema del mundo al revés, con el castigo para el que trabaja, al lado de las maravillas culinarias, las riquezas, árboles que dan vestidos, pero están ausentes las «diez doncellas / vestidas de azul y blanco, / tan bizarras como hermosas» que acompañan al recién llegado a un rico palacio, para servirle y obedecer, y cambian cada mes o cada quince días del romance «La Isla de Jauja». En las coplas aparece también el motivo del sueño, ausente en los demás textos considerados, y común a otros Países de Cucaña, al lado del resto de los placeres mencionados:


y el dormir que allí se trata
es de espacio
y en riquísimo palacio,
y el que ronca más doblado
es tenido por honrado (Ripodás, 13).



En los romances no aparece ninguna fuente de la juventud, pero leemos en el romance «Isla de Jauja»:


Vívese allí comúnmente
lo menos seiscientos años
sin hacerse jamás viejos,
y mueren de risa al cabo (Durán, 393).



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En el romance «La isla de Chacona», «por otro nombre Cucaña», sólo aparecen los motivos del paraíso alimentario y amoroso, y al igual que los demás textos vistos las «seis mozas», que atienden a sus habitantes «cada semana nos quitan / estas seis y nos dan otras» (Ripodás, pág. 70). Al final, tanto de los romances como de las coplas, se insta tanto a los «caballeros» y «pobres hidalgos», como a todo tipo de truhanes que abandonen España y se dirijan a Jauja convirtiéndose en un mito compensatorio.

La conversión del valle y la ciudad peruanos de Jauja en un país de Cucaña es una de las cristalizaciones de antiguos mitos y leyendas que tienen en común un carácter paradisíaco, como los relacionados con los mitos de la Edad de Oro, el Buen Salvaje, o el mismo Paraíso Terrenal, a la vez que se relaciona con el mundo al revés. A diferencia de otros mitos relacionados con el descubrimiento del Nuevo Mundo, hemos visto que las descripciones de los historiadores parecen objetivas, insisten en la fertilidad de la tierra, pero no hay en ellas elementos suficientes para convertir ese lugar en un país imaginario. Señala Delpech la posible analogía entre la Tierra de Jauja con el mito guaraní de la «Tierra sin mal», produciéndose una serie de contaminaciones imaginarias y míticas entre culturas, del mismo modo que puede que sucediera con la existencia de El Dorado, de las Amazonas o de la Fuente de la Juventud769. La transformación posterior en un espacio insular puede deberse a la tendencia que venimos consignando de trasladar a las islas, reales o imaginarias, todos los prodigios imaginables, aunque en este caso sepamos desde el principio que se trata de «cuentecillos» de Jauja.




Bibliografía citada

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