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ArribaAbajoEl Inca Garcilaso y las lecciones del naufragio (Comentarios reales, libro I, cap. VIII)

Joaquín Roses



Universidad de Córdoba

En los años inmediatamente anteriores a su trato voluntario con la Parca, Séneca escribió sus Epístolas a Lucilio. En una de ellas, retomando una máxima de Epicuro, condena a quienes ante la proximidad de la muerte se disponen a iniciar nuevas empresas: «¿Qué cosa hay más vergonzosa que un viejo que comienza a vivir?». Afortunadamente, quien había de morir en 1616 en la misma ciudad que vio nacer a Séneca despreció altivamente esta sentencia. En el siglo XVII, un hombre con más de cincuenta años era ya un viejo. A esa edad publicó el Inca Garcilaso de la Vega su primera obra, la Traducción de los Diálogos de amor de León Hebreo (1590). Luego vendría La Florida (1605), y con setenta años cumplidos aparece en Lisboa, en los talleres de Pedro Crasbeeck, la Primera parte de los Comentarios reales (1609). Con independencia saludable de la veracidad historiográfica fustigada con cierta razón por Menéndez Pelayo la obra más ambiciosa del Inca funciona como un discurso literario (hasta las obras pretendidamente históricas lo son); un texto complejo que ha venido otorgando a los lectores y a los críticos (personajes que a veces coinciden) innumerables sugerencias.

Sin detenernos en su peculiar concepción histórica que, por otra parte, hay que determinar en función de unos contextos coetáneos, y no mediante anacrónicas proyecciones de nuestra episteme, los Comentarios reales revelan, de entrada, una elegante calidad expresiva; algo que cualquier lector del Inca podía haber percibido ya veinte años antes, en su traducción de León Hebreo, como bien supo destacar Menéndez Pelayo, quien situó el estilo del texto en español por encima del original italiano. Pero, junto a su depurada índole estilística, la obra nos ofrece en coherencia con la fabulación del Renacimiento un despliegue de la ficción deleitosa que la aproxima notablemente a modalidades narrativas frecuentadas por el propio Inca y rastreables en su biblioteca: las llamadas   —530→   misceláneas. Como la literatura no exige la presencia simultánea de emisor y receptor, como nos permite hablar más allá de las fronteras inapelables, los Comentarios reales se leyeran como se leyeran en el siglo XVII son para nosotros una lección perenne sobre las transferencias de los universos culturales a los textos, una clave hermenéutica de primer orden para clarificar los procesos y conflictos históricos.

Desde que se iniciara y consolidara durante todo este siglo que ahora termina el moderno campo crítico sobre el Inca, la bibliografía ha crecido con la desmesura que lo hacían las hortalizas en América, y los Comentarios reales se asemejan a ese monstruoso rábano del Valle de Cuzapa de «tan extraña grandeza que a la sombra de sus hojas estaban atados cinco caballos»; un libro tan intrincado como grueso era el rábano, «que apenas lo ceñía un hombre con los brazos», pero igual que la raíz comestible «tan tierno» que «comieron muchos de él»894. Como me gustan los rábanos y la literatura, le daré un mordisco al capítulo VIII del libro I de los Comentarios reales, y confío en no tomar el rábano por las hojas. Si así fuera, esperaré pacientemente a que alguien, tras leer las páginas que siguen, exclame para sus adentros: «¡Y un rábano!».

En los capítulos inmediatamente anteriores al que nos ocupa, el Inca se ha demorado en el examen de algunos topónimos, lo que revela, junto a las «Advertencias acerca de la lengua general de los indios del Perú» que pone al frente de sus Comentarios reales, la obsesión del cuzqueño por la precisión filológica, no tanto por razones lexicográficas, sino por considerar a la palabra instrumento de interpretación de la realidad. El inca como demostró con rigor Alberto Escobar895 se constituye en intérprete no de un vocablo a otro, sino de un universo cultural a otro, y considera el lenguaje como la primera vía de acceso al mundo, origen, por tanto, de malentendidos y desencuentros si predomina la imprecisión. Coherente con esos principios, dedica tres capítulos (IV-VI) a la deducción, autoridades y matizaciones sobre el nombre «Perú», el nombre que los españoles han dado a su tierra. En el capítulo VII, el Inca sigue indagando sobre los nombres impuestos (es la expresión que utiliza) a otros lugares geográficos, y a propósito de una isla señala:

La isla Serrana, que está en el viaje de Cartagena a la Habana, se llamó así por un español llamado Pedro Serrano cuyo navío se perdió cerca de ella (y él solo escapó nadando que era grandísimo nadador y llegó a aquella isla, que es despoblada, inhabitable, sin agua ni leña, donde vivió siete años con industria y buena maña que tuvo para tener leña y agua y sacar fuego: es un caso historial de gran admiración, quizá lo diremos en otra parte), de cuyo nombre llamaron la Serrana aquella isla y Serranilla a otra que está cerca de ella, por diferenciar una de otra.



En su análisis de los relatos interpolados en los Comentarios reales, Pupo-Walker rastreó las diversas denominaciones empleadas por el autor para referirse a las distintas formas de la narrativa breve. El Inca distingue entre «fábulas» (en recuerdo de las del   —531→   mundo clásico), «antigüedades» o «fábulas historiales» (relativas al pasado incaico) y «cuentos» o «casos historiales» (referentes a episodios de la Conquista) 896. En el párrafo anterior, estamos ante la última de las modalidades: Garcilaso anuncia el relato de un suceso pretendidamente histórico que en principio denomina «caso historial».

No tardará mucho en cumplir su promesa. El capítulo VIII del libro I de los Comentarios reales se titula «La descripción del Perú». Se divide en dos partes nítidamente diferenciadas: en los párrafos iniciales encontramos la descripción geográfica del Perú, mediante la exposición más o menos neutra de sus dimensiones, accidentes y límites en los cuatro puntos cardinales; pero la mayor parte del capítulo está reservada al relato sobre el naufragio de Pedro Serrano; es el fragmento que nos interesa y que resumiré brevemente.

Pedro Serrano, tras naufragar, llega a una minúscula isla desierta. En un primer momento, no encuentra nada en ella que le asegure la supervivencia; pero, al día siguiente, paseando por la isla, halla algo de marisco crudo que le sirve de alimento; luego, con un cuchillo que él siempre llevaba en la cintura, arremete contra varias tortugas, se bebe su sangre, y seca su carne al sol para comerla. En los caparazones vacíos recoge agua de lluvia para poder beber. Una vez cubiertas sus necesidades primarias, aplica su ingenio a sacar fuego frotando unas piedras con su cuchillo; cuando lo consigue, tiene que mantenerlo vivo con hilachas de su camisa, hierba, madera de navíos naufragados, y otros restos marinos, y con las conchas de las tortugas termina construyendo una choza que también defiende el fuego de las llovedizas. A los dos meses, queda completamente desnudo, y no encuentra modo de protegerse del sol. Así transcurren tres años, durante los cuales ve pasar algunos barcos que, pese a sus señales de humo, no lo recogen. El personaje está ya completamente transformado: por un proceso de adaptación al clima, el vello del cuerpo le ha crecido extraordinariamente y la barba y el cabello le pasan de la cintura.

Al cabo de esos tres años, otro náufrago aparece en la isla. Cuando ambos se ven quedan espantados: Serrano porque cree que ha visto al diablo en figura humana, el otro porque cree que lo ha visto en su verdadera apariencia. Los dos huyen en direcciones opuestas, hasta que mediante la palabra se reconocen como cristianos, se abrazan, lloran y se cuentan su pasado. Comienza la vida en comunidad, para lo cual se reparten las tareas, pero pronto terminan riñendo. Poco después, conscientes de su estupidez, se reconcilian, y así viven durante otros cuatro años.

Tras este tiempo, un navío que pasaba cerca de allí los rescata. El narrador concluye su relato informándonos de la suerte que corre cada uno de los personajes. El náufrago innominado muere en el mar mientras regresa a España. Pedro Serrano, tras desembarcar en la península, visita al Emperador en Alemania, quien le hace la merced de cuatro mil pesos de renta. Pero, antes de llegar al Perú para disfrutar de la recompensa por sus fatigas, muere en Panamá.

En este «caso historial» se relata un supuesto episodio de la conquista que, hasta donde he podido comprobar, ningún otro cronista ha recopilado. El Inca, tras haberlo denominado «caso historial» en el capítulo anterior, se refiere a él como «suceso» y al   —532→   final del mismo como «cuento». El relato está gobernado por una voluntad expresiva inequívoca y un afán irrefrenable de fabulación. Para Pupo-Walker, se trata de «una narración compleja de obvia estirpe literaria y que el Inca elaboró con notable esmero»897. Esa complejidad y ese esmero constructivo y expresivo serán los componentes que reclamen especialmente nuestra atención. Lo de la estirpe literaria es más confuso. Aunque Pupo-Walker afirma más adelante que este relato emana de «convencionalismos literarios bien conocidos» y dedica dos páginas a su análisis, en ningún momento aclara en qué familia literaria pueden rastrearse las fuentes del episodio. Se limita, por un lado, a señalar concomitancias muy generales con la novella de aventuras, como el hecho de que el personaje sufra infortunios y tropiezos; y, por otro, consigna tan sólo que la alusión final de Garcilaso a un informante, quien ha oído la historia de los propios labios de Pedro Serrano, es un recurso similar a los empleados por los novelistas italianos del XVI, cuando al principio de sus relatos afirmaban: «Non sono favole ma vere istorie»898. Como comprenderán, el recurso es tan antiguo como el mundo. La tradición literaria de la que procede el esquema esencial del relato sigue, por tanto, sin conocerse, porque es muy posible que la fábula derive realmente de un incidente histórico899.

La secuencia narrativa expuesta linealmente, sin modificaciones temporales obedece a un esquema básico: un náufrago sobrevive en una isla desierta gracias a su habilidad; pasado un tiempo, un nuevo náufrago se encuentra con el primero y ambos viven juntos hasta que son rescatados. En la literatura universal, la manifestación literaria por antonomasia de esta secuencia narrativa es una novela del siglo XVIII, Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. El primero en apuntar esa obvia similitud fue Aurelio Miró Quesada en su clásico estudio del año 1948900. José Juan Arrom aporta más tarde algunos datos que avalan la posible influencia de este capítulo de los Comentarios reales en la novela: Defoe no sólo había estado en España, sino que la obra del Inca fue tempranamente traducida al inglés, concretamente en 1625. Además, la isla de Robinson Crusoe se sitúa en el Atlántico, como la Serrana901. En cualquier caso, las estructuras y resultados ideológicos de ambos textos son, como veremos, radicalmente distintos: Robinson Crusoe representa el triunfo de un ideal utilitarista en condiciones extremas, lo que conlleva que el deseo de dominación y orden aplicado a lo inhóspito se proyecte también al acompañante del héroe, Friday. De ese modo, la jerarquización social propugnada por la ideología de la época   —533→   queda garantizada. El planteamiento del Inca es opuesto, pues ambos personajes son presentados en pie de igualdad. Volveremos sobre este asunto.

Ahora nos interesa más rastrear las posibles fuentes literarias utilizadas por el Inca. En la literatura medieval española, el origen del cuento puede fecharse en el siglo XII, en que aparece la Disciplina clericalis, primera adaptación, en este caso al latín, de la materia cuentística oriental. En el siglo XIII, se traducen ya al castellano los cuentos árabes más difundidos, y se recopilan en colecciones como el Calila e Dimna y el Sendebar. El Libro del Conde Lucanor, junto a los diversos exemplarios castellanos del XIV y del XV clausuran el corpus del relato breve en la Edad Media. En ninguno de los textos mencionados he podido encontrar un claro precedente de la historia de Pedro Serrano. Me he detenido, incluso, en el examen de algunos cuentos originales árabes que pudieron ser conocidos en la península, pero ninguno de ellos ofrece similitudes notables con el relato del Inca.

Los únicos textos medievales que presentan cierta afinidad con el «caso historial» del Inca son dos: la Risãla de Ibn Tufayl, obra arábigo-andaluza del siglo XII, más conocida por el nombre con el que pasó a Occidente desde su primera traducción del árabe al latín, El filósofo autodidacto; y un fragmento del Poema de Santa María Egipciaca902. En ambas obras, un personaje alejado del mundo durante mucho tiempo, al encontrarse con otro ser, huye pensando que es el diablo, y ambos tienen que recurrir al rezo de oraciones para reconocerse903.

El filósofo autodidacto es la historia de un personaje que vive desde niño en una isla desierta; sobrevive gracias a su habilidad y mediante la experimentación y la inteligencia va descubriendo el mundo, hasta que termina creando su propio sistema filosófico y religioso. Ya desde el siglo XVII, se apuntaron las similitudes entre este texto y los primeros capítulos de El Criticón de Gracián. Como en el caso del Inca, el principal escollo era cronológico: la primera traducción del libro de Ibn Tufayl al latín fue realizada en 1671904, veinte años después de que apareciera la primera parte de El Criticón. El enigma fue resuelto por Emilio García Gómez, quien en un magistral ensayo demostró que las coincidencias entre ambos textos procedían de una fuente común: un olvidado cuento popular titulado Cuento del ídolo y del rey y su hija, que había sido recogido en un manuscrito morisco del siglo XVI depositado en la Biblioteca del Escorial905.

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¿Pudo ese cuento influir en el cap. VIII del libro I de los Comentarios Reales? Pese a que en estos casos nada puede afirmarse rotundamente, existe esa posibilidad. La transmisión mediante lectura directa parece muy improbable: no tenemos constancia de que el Inca supiera árabe, y aunque pudiera haberse asesorado del influyente y erudito círculo de amigos jesuitas en Córdoba, el acceso al manuscrito o a una copia del mismo estaría muy restringido. La vía de transmisión debió de ser oral. Si Gracián pudo llegar a tener conocimiento del cuento árabe a través de su continuo trato con los moriscos aragoneses, ¿pudo el Inca, que participó mucho antes en las luchas contra los moriscos en las Alpujarras, oír el relato en alguna de esas campañas? Como afirmaba García Gómez, la fecha del manuscrito no es, ni mucho menos la de composición del cuento, el cual:

se trata, sin duda, de uno de los innúmeros relatos antiquísimos que por el hilo conductor del Islam, y acomodados y transformados al gusto árabe, llegaron a España desde el remoto Oriente.906



Nada nos impide pensar que el cuento se difundiera oralmente también en el siglo XVI. De ese modo pudo (es sólo una posibilidad) llegar a oídos de Garcilaso, como llegaría más tarde a oídos de Gracián.

Otra posible vía de transmisión de la fábula sería la novella italiana o los repertorios folklóricos españoles del XVI. Como demostró José Durand, el Inca era lector de los autores italianos, en su biblioteca existían numerosos libros italianos, algunos de ellos sin identificar, y colecciones de relatos breves como la Primera parte de las Cien novelas de Giambattista Giraldi. Entre las misceláneas, Garcilaso poseía el Jardín de flores curiosas, de Antonio de Torquemada y la Silva de varia lección, de Pedro Mexía; y no es extraño que hubiera manejado tanto El patrañuelo, de Juan de Timoneda, como la Floresta española, de Melchor de Santa Cruz. En ninguno de estos textos he podido hallar precedentes claros de este episodio. Ante la débil e indemostrable hipótesis de que el relato de Pedro Serrano proceda de una fuente oral morisca, y a falta de pruebas más concluyentes, debemos sopesar la posibilidad de que el relato de Pedro Serrano tenga realmente un origen histórico y fuera oído por Garcilaso de la boca de su pariente Garci Sánchez de Figueroa, quien a su vez se lo había oído al mismísimo Pedro Serrano. Pero no nos engañemos. Fuera cual fuera el punto de partida, el cuentecillo posee, como afirmó José Juan Arrom, una «deliberada intención estética» y un «hondo sentido filosófico»907. Al análisis de esas implicaciones pretendo dedicar las páginas finales.

El capítulo VIII del libro I de los Comentarios reales se sostiene por sí mismo como pieza de incomparable calidad expresiva y narrativa. Entre los configurantes externos destaca a simple oído el ritmo de la prosa, una de las más sobresalientes cualidades de la escritura del Inca que traduce a la perfección los equilibrios, paralelismos e intensificaciones de la mejor prosa renacentista. La organización morfosintáctica no sólo   —535→   es armónica, sino que sirve a los propósitos de la narración: la adjetivación es precisa, y limitada a los estudiados remansos descriptivos para no entorpecer el desarrollo medular de la acción. El diseño temporal se apuntala, como es obvio, en el empleo del pretérito perfecto simple, lo que no impide la utilización dosificada del imperfecto una vez que el lector es instalado en el presente de la fábula; huyendo de la confusión cronológica, el Inca demuestra en este fragmento un uso metódico de los conectores temporales, que marcan con claridad las transiciones de un motivo a otro, ya que son empleados en proyección casi geométrica en consonancia con la evolución del relato desde la escena al sumario: «primera noche», «amaneció», «los primeros días», «dos meses», «tres años», «cuatro años». En la distribución léxica, se subraya el dominio de campos semánticos concretos, que se despliegan en una variedad controlada. A este respecto, y enlazando ya con el examen de las estructuras retóricas, conviene acentuar el valor cohesivo de ciertos términos, los cuales dotan al pasaje de unidad conceptual: es el caso de la pareja de antónimos «consuelo/desconsuelo», que más allá de la función caracterizadora de los personajes mediante sus sentimientos, unifica párrafos distantes a través de repeticiones estratégicas: «donde se halló desconsoladísimo», «quedaba tan desconsolado», «quedó algún tanto consolado», «quedaban tan desconsolados». Dichas reiteraciones predominan en todo el capítulo, y amplían su campo de influencia desde la palabra a estructuras sintagmáticas más complejas: «como él decía», «casi lo mismo dice» (en un cotejo magistral por su toque humorístico entre la fuente de información oral y la corroboración científica); repetición del adjetivo «pequeñas»; «se halló», «no halló»; «muerte», «muerto»; repetición de «desventura». Este recurso, que pretende trasladar al nivel expresivo las dualidades semánticas del relato, adquiere categoría arquitectónica en la reiteración de dos secuencias en las que se repiten ordenadamente los mismos motivos mediante idénticos procedimientos sintácticos. Como clausura a las cuitas en solitario de Pedro Serrano, el Inca nos dice:

Con este trabajo y cuidado vivió tres años, y en este tiempo vio pasar algunos navíos; mas aunque él hacía su ahumada, que en la mar es señal de gente perdida, no echaban de ver en ella, o por el temor de los bajíos no osaban llegar donde él estaba y se pasaban de largo. De lo cual Pedro Serrano quedaba tan desconsolado, que tomara por partido el morirse y acabar ya.



Esta secuencia ordenada (tiempo transcurrido, navíos, ahumadas, fracaso, desconsuelo y deseo de muerte), se reitera punto por punto en el siguiente fragmento:

y en ella vivieron otros cuatro años. En este tiempo vieron pasar algunos navíos, y hacían sus ahumadas; mas no les aprovechaba, de que ellos quedaban tan desconsolados, que no les faltaba sino morir.



Con dicha duplicación, no sólo se persigue una cohesión estructural del cuento, sino que en pie de igualdad y equilibrio se aplica al bloque textual que recoge la experiencia en comunidad de los dos náufragos el mismo tratamiento expresivo que definía la experiencia en solitario de Pedro Serrano. Esa correspondencia armónica tan del gusto neoplatónico en que había crecido el pensamiento del Inca aparece ratificado inmediatamente   —536→   después de los dos pasajes citados con otro paralelismo sintáctico al principio de sendos párrafos posteriores: «Al cabo de los tres años», «Al cabo de este largo tiempo».

Las consideraciones anteriores evidencian el funcionamiento inseparable de recursos expresivos y estrategias constructivas. En el ámbito de éstas últimas, sería preciso determinar el porqué de la inclusión de este relato y sus posibles funciones. Parece indudable que su primera utilidad es de tipo técnico, por cuanto como podemos comprobar en otras páginas de los Comentarios reales sirve de enlace entre varios capítulos de esta obra voluminosa y de compleja lectura. Si atendemos a la declaración del propio autor, el episodio cumple una función de relleno «para que este capítulo no sea tan corto». Pero hay que leer con ojos de Argos esta justificación, pues quien haya frecuentado los Comentarios reales podrá confirmar que otros muchos capítulos son incluso más breves que la descripción del Perú que antecede al naufragio de Pedro Serrano908. Por otra parte, El Inca, conocedor de todos los trucos narrativos de estirpe clásica ya estaban en Herodoto que la literatura italiana supo actualizar en el siglo XVI, es plenamente consciente de la necesidad de acudir a este tipo de recursos para diversificar los valores tonales de su texto: una obra excesivamente densa y prolija en la que sería plomizo mantener siempre una misma entonación. En cualquier caso, estas explicaciones técnicas no satisfacen el examen de las últimas causas: habrá que indagar en otros niveles para encontrar respuestas más rentables. Porque a lo largo de toda su obra, los silencios de Garcilaso pueden ser descifrados a través de estrategias irónicas muy precisas de las que el propio autor hace callada gala: no sería el primer caso de los Comentarios reales en que se enuncia sotto voce una crítica a los procedimientos de conquista y organización en el Perú, una denuncia plenamente instalada ya en la edad barroca, matizada por tanto a estas alturas del proceso histórico por el desengaño y el pesimismo más acusados.

Tanto los recursos narrativos como las intenciones ideológicas se manifiestan también en el status del narrador. Pese a la transmisión oral del episodio histórico, nos hallamos ante un narrador omnisciente. Pero sería empobrecedor no ver más allá de esa categoría. Teóricamente, la voz en tercera persona exigiría un distanciamiento de los hechos relatados; nada de eso ocurre en este relato, por cuanto la participación del narrador es interesada, calificativa y hasta interpretativa, algo que puede observarse desde las primeras líneas, pero que adquiere sublimidad en la exposición explícita de diversos comentarios sobre la actitud de los personajes. De otro modo no puede entenderse el arranque de la aventura:

A Pedro Serrano le cupo en suerte perderse en ellos, y llegar nadando a la isla donde se halló desconsoladísimo, porque no halló en ella agua ni leña, ni aun yerba que poder pacer, ni otra cosa alguna con que entretener la vida, mientras pasase algún navío que de allí lo sacase, para que no pereciese de hambre y de sed, que le parecía muerte más cruel que haber muerto ahogado, porque es más breve.



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Los comentarios del narrador aparecen menos encubiertos en otros pasajes, como cuando califica el desconsuelo de Pedro Serrano: «tan afligido como se puede imaginar que estaría un hombre puesto en tal extremo», o cuando se siente en la necesidad de explicar empíricamente las lluvias en la isla: «porque toda aquella región, como es notorio, es muy lluviosa». Del mismo modo, se ve en la obligación de justificar la habilidad y el ingenio del náufrago con la siguiente afirmación: «Con esta imaginación, como hombre que había andado por la mar, que cierto los tales en cualquiera trabajo hacen mucha ventaja a los demás, dio en buscar un par de guijarros que le sirviesen de pedernal, porque del cuchillo pensaba hacer eslabón». En ocasiones, esos comentarios inciden en la descripción minuciosa de algunos de los objetos empleados por Pedro Serrano: «hizo hilas de un pedazo de la camisa muy desmenuzadas que parecían algodón carmenado, que le sirvieron de yesca».

Pero, sin duda, es en la caracterización de los personajes donde el Inca revela toda su maestría. A los lectores de La Florida no les resultará nueva la preocupación de Garcilaso por la construcción del personaje. Pedro Serrano se configura ya desde el capítulo VII en que se anuncia el relato como un individuo de recursos («gran nadador») que justificarán su supervivencia. Para empezar por el principio, su nombre es el primer indicio de su personalidad y no lo perdamos de vista una de las claves hermenéuticas de este cuento. Yo no sé si el tal Pedro Serrano fue realmente un personaje histórico, pero su nombre posee resonancias simbólicas inequívocas: la piedra y la montaña o la piedra en la montaña. Su transformación física, su proceso de adaptación, nos recuerda parcialmente la sobrecogedora metamorfosis de Álvar Núñez, tal y como él mismo lo relata en sus Naufragios. Pero este personaje halla su contrapunto necesario en otro náufrago; por esa vía, el Inca que ha reiterado su gusto renacentista por la dualidad en el nivel expresivo del relato eleva esa categoría a principio constructivo e ideológico, en consonancia con sus dos linajes, en coherencia con sus dos tradiciones. Otros capítulos de los Comentarios reales ratifican este modo de proceder; recordemos a este propósito otro de los cuentecillos más sabrosos: el relato de los melones que aparece en el libro IX. En el caso del naufragio de Pedro Serrano, la dualidad no es ni un capricho constructivo ni una marca cultural, sino un instrumento absolutamente cardinal para el desarrollo de su programa ideológico.

En el relato de Pedro Serrano, la organización de los contenidos obedece a una secuencia lineal de motivos que, debido a su encadenamiento lógico, pasan a la tradición literaria del náufrago. El Inca estructura ordenadamente la tristeza del náufrago, la búsqueda de alimento y de agua, la obtención del fuego y la construcción de la choza. Con la desnudez del personaje penetramos en otro ámbito semántico, el de la transformación progresiva de su aspecto físico, motivo que Garcilaso va a saber rentabilizar ideológicamente909. Del mismo modo, es fundamental para los propósitos didácticos y críticos del   —538→   cuzqueño la aparición del segundo individuo, lo que le permite exponer tácitamente sus reflexiones acerca del encuentro con el otro y la vida en comunidad. En ese proceso, como en toda la obra del Inca y en su concepción de la historia y de la Conquista, la palabra adquiere un protagonismo decisivo. El desenlace, inesperado y sorprendente, debe ser interpretado a la luz de las restricciones de sentido anteriormente expuestas, sólo comprensibles desde los presupuestos irónicos que rigen la construcción del episodio.

Fuera cual fuera el punto de partida, el Inca ha sabido actualizar a unas condiciones históricas concretas un tema de raigambre universal, y armado de ironía ha sugerido cotejos con situaciones históricas inmediatas. El naufragio, como situación límite en que se ponen a prueba las facultades del individuo, es formalizado dualmente en este relato para mostrar el ejercicio del descubrimiento del otro y de la convivencia en una comunidad de intereses. Los ingeniosos recursos de Pedro Serrano para la supervivencia, que revelan un estado de individualismo económico, nos remiten con insistencia sibilina a la organización económica de subsistencia característica de la cultura inca. Asistimos, desde que Pedro Serrano pone el pie en la isla, a un planteamiento ecológico de la historia, que termina transformándose en una reflexión sobre las miserias y grandezas de la naturaleza humana en colectividad.

El espacio textual en que se inscribe el relato ratifica nuestra lectura. En la primera parte del capítulo se ha descrito el territorio peruano con especial hincapié en sus dimensiones. Frente al Perú, la isla Serrana sólo tiene «dos leguas en contorno». En ese microcosmos o microutopía, inhóspito por naturaleza, hay lugar para todo, desde la vida en soledad hasta la convivencia; también es zona de conflictos. La comprensión de sus minúsculas dimensiones y el establecimiento en ellas de una convivencia limitada a dos seres humanos no deja, en ningún momento, de resultar difícil y complicada. Ese pequeño lugar desierto nos obliga a reflexionar sobre las relaciones humanas en ámbitos más extensos y poblados, como el Perú, donde la búsqueda de una relación armónica (otra vez León Hebreo) no se da ya entre dos personalidades distintas, sino entre dos culturas. Nada puede improvisarse entre unos límites tan extensos cuando en una isla que es un punto en el mapa hay que medir las palabras y los actos.

La lección es pesimista, y de ello nos habla el desenlace, pues en diverso grado ninguno de los dos personajes, tras el esfuerzo sostenido de una convivencia de cuatro años, puede seguir existiendo fuera de la isla. Igual que el Perú, como nos recuerda Garcilaso en el capítulo IV de este mismo libro I, Pedro Serrano ha dado nombre a una nueva realidad que antes de que él llegara no lo tenía, y ahí radica la intensidad del premio: en esa isla ha obtenido su verdadera recompensa: muere sin disfrutar de la merced que le hace el Emperador porque el lugar de la riqueza se hallaba en el diminuto paraíso de su corazón, allá donde los incas guardaban la memoria, por eso, tal vez, llegó a pensar en algún momento de su estancia solitaria que si pudiese sacar fuego «no le faltaría nada».