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La lectura desatada de Isidora Rufete

Ana González Tornero





La desheredada (1881) plantea el conflicto sobre la identidad de Isidora Rufete, joven aparentemente huérfana, que se educó con su tío don Santiago Quijano-Quijada, canónigo del pueblo manchego de Tomelloso, dedicado «a la caza, a la gastronomía y a la lectura de novelas» (Pérez Galdós, La desheredada 280). Este adoctrinó a su sobrina en la fe del expósito: la creencia de que ella y su hermano fueron abandonados por sus consanguíneos, miembros del marquesado de Aransis. Por eso, Isidora se propone recobrar el estatus que le corresponde. En sus pensamientos resuenan las enseñanzas del preceptor:

¡Cuántas veces, en las noches de invierno, él la embelesaba diciéndole que sería marquesa, que tendría palacio, coches, lacayos, lujo sin fin y riquezas semejantes a las de Las mil y una noches! Él la había enseñado a no trabajar, a esperarlo todo de una herencia, a soñar con grandezas locas, a enamorarse de fantasmagorías. Habíale llenado la cabeza de frivolidades, habíale educado en la contemplación mental de un orden de vida muy superior a su verdadero estado. Él, cuando ella se cansaba, le decía: «Tendrás coche.» Cuando ella trataba de arreglarse un vestidillo, le decía: «Tendrás veinte modistas a tus órdenes.» Decíale: «¡Qué palacio el tuyo!», y otras expresiones que encendían más y más en ella el volcán de ambición que ardía en su pecho...


(Pérez Galdós, La desheredada 463)                


Aunque la historia discurre por los cauces folletinescos, el aluvión de fantasías que influye en la conducta de la muchacha desborda los esquemas del género. A medida que se desarrolla su carácter, detectamos los estragos que causaron en ella la lectura y el encendido magín del canónigo. Dicha circunstancia puede analizarse desde la perspectiva de la comunicación literaria para determinar los mecanismos que indujeron a Isidora Rufete a la quijotesca confusión entre vida y literatura1.

El análisis del discurso señala la existencia de estructuras que generan figuraciones excesivas, realzan la ambigüedad del mensaje y suscitan múltiples interpretaciones. Así, los tropos desencadenan estrategias hermenéuticas que suplen vacíos de sentido y activan mecanismos connotativos. En La desheredada la imaginación de la protagonista recurre, por ejemplo, a fuentes evangélicas y a la metáfora por analogía para establecer puentes entre su experiencia y la de Cristo: «Dios nos protegerá. Las persecuciones, los martirios, son nuestras coronas por ahora...; pero esto ha de cambiar. ¿Quién sabe lo que pasará el mejor día? Yo he leído que los soberbios serán humillados y los humildes ensalzados» (Pérez Galdós, La desheredada 441). Isidora hace «descripciones internas» (Reyes 99) de sus impresiones a partir de «significados subjetivos» (Reyes 117) que manifiestan su punto de vista, pues el recurso metafórico permite, en palabras de Umberto Eco, «ver el mundo de manera distinta» (Los límites 169) e induce a suspender la concepción de la realidad para fabricar mundos posibles

como estados de cosas «reales» ... o como artificios culturales, objeto de estipulación o de producción semiótica ... Al ser un artificio cultural, un mundo posible no puede identificarse con la manifestación lineal del texto que lo describe. El texto que describe este estado o curso de acontecimientos es una estrategia lingüística destinada a suscitar una interpretación por parte del Lector Modelo.


(Los límites 218)                


Dado que en el mensaje literario se produce una doble codificación de rasgos denotativos y connotativos, la codificación connotativa revelará «lo que la significación tiene de particular para un individuo o grupo determinado dentro de la comunidad ... el contenido emocional de la palabra, sentido en una cultura dada y forjado por ella, está en la base del sentido connotativo. La existencia misma del hablante implica que toda palabra posee un sentido connotativo» (Dubois 140). El receptor, cooperativamente, adjudica al mensaje semas connotativos, sin embargo Isidora crea estados de cosas ajenos a su realidad.

Asimismo, distinguir las destrezas interpretativas ordinarias de las literarias requiere confrontar los conceptos de competencia lingüística y competencia poética. A la joven Rufete nada le impide la interacción conversacional, pero en el terreno de la comunicación literaria incurre en graves desviaciones de las pautas básicas porque confunde las redes estructurales y temáticas de los folletines que ha leído con los esquemas mentales a través de los que procesa el conocimiento. Ella misma lo explica:

¡Yo he leído mi propia historia tantas veces...! ¿Y qué cosa hay más linda que cuando nos pintan una joven pobrecita, muy pobrecita, que vive en una buhardilla y trabaja para mantenerse; y esa joven, que es bonita como los ángeles y, por supuesto, honrada, más honrada que los ángeles, llora mucho y padece porque unos pícaros la quieren infamar; y luego, en cierto día, se para una gran carretela a la puerta y sube una señora marquesa muy guapa, y ve a la joven y hablan, y se explican, y lloran mucho las dos, viniendo a resultar que la muchacha es hija de la marquesa, que la tuvo de un cierto conde calavera? Por lo cual, de repente cambia de posición la niña, y va a habitar palacios, y se casa con un joven que ya, en los tiempos de su pobreza, la pretendía y ella le amaba...


(Pérez Galdós, La desheredada 171-172)                


La decodificación folletinesca no exigía una esforzada competencia poética. Ahora bien, Isidora rompe el pacto narrativo al dejar de enmarcar lo que lee en el contexto ficticio. Un lector competente de novelas suspende la concepción de la realidad, se sume en la ficción y distingue la distancia que las separa. No ocurre así con quien enmarca literalmente la ficción

en un sistema complejo de necesidades, expectativas, gustos, lecturas, modelos de comportamiento, etc., que constituyen, en su conjunto, lo que Jauss ... llama el horizonte de expectativa del público, es decir, del fruidor. Además, por una serie de precondicionamientos bastante diversos ... el fruidor se «forma una idea» del libro, lo decodifica de acuerdo con algunos estereotipos, exige acaso hasta la solución de algunos problemas personales suyos.


(Marchese 200-201)                


De esta manera la protagonista de La desheredada construye un universo vicario sobre sí misma, sus orígenes y sus aspiraciones basado en las ficciones melodramáticas de su educación sentimental. Algunas mencionadas son Las mil y una noches, Los Girondinos, La imitación de Cristo o el Evangelio; y folletines que podría haber leído: Los misterios de París, La cruz del olivar, La Cigarra o Los desheredados (Gilman 115; Miralles XXX).

Para interpretar el discurso literario, el lector modelo fabrica y cree en los mundos posibles sugeridos durante el acto de la comunicación. Sin embargo las estrategias de Isidora Rufete son defectuosas e introducen en la vida los mundos posibles imaginados y sus horizontes de expectativas; la suya es una competencia poética «desafortunada» -en los términos en que el filósofo John L. Austin planteó la «doctrina de los Infortunios» (59)-, ya que detecta el discurso literario, pero desnaturaliza el enunciado leído y lo asimila como verdadero. Se trata de un caso extremo de «obra abierta» (Eco, Obra 73) donde el lector rebasa los límites del texto y rellena los «espacios en blanco» (Eco, Lector 76) modificando su sentido en clave biográfica.

Aparte de las dinámicas históricas del campo cultural, la producción artística depende de «modelos contextuales» o mecanismos «de control general en el proceso del discurso» que permiten seguir «la pista de nuestras intenciones y objetivos, nos informan de aquello que los receptores ya saben, de las relaciones sociales actuales y los participantes, dónde nos encontramos, el tiempo y la situación social» (Dijk, Ideología 38). Estos modelos se corresponden, en palabras de Jean Dubois, con códigos vinculados al «comportamiento lingüístico» porque

las condiciones sociales que deben tenerse en consideración para estudiar las relaciones existentes entre el comportamiento social y el comportamiento lingüístico es, a menudo, designado como el contexto social de utilización de la lengua. ... son los datos comunes al emisor y al receptor sobre la situación cultural y psicológica, las experiencias y los conocimientos de ambos


(146)                


Al considerar el comportamiento lingüístico íntimamente ligado al social, apreciaremos el sistema tendencioso de creencias que los folletines inocularon en Isidora Rufete. Por tanto, si el cariz pragmático del significado surge cuando se combinan subjetivamente los sentidos literal y contextual (Reyes 17), la comprensión de un texto provendría de los modelos mentales del lector y de «un significado global, susceptible de ser explicitado en términos de macroestructuras semánticas» (Dijk, «La pragmática» 175). Así pues, el discurso folletinesco contiene una serie de macroestructuras o significados globales que guían la competencia poética del lector, articulan la trama y podrían resumirse en varias proposiciones: «una joven excepcionalmente bella es abandonada por sus nobles parientes», «la adoptan personas humildes», «no se acostumbra a la miseria», «sueña con recuperar su estado anterior», «debe trabajar para sobrevivir», «se dedica a menesteres que cuestionan su decencia», finalmente la anagnórisis y la solución, «vuelve al seno familiar» y «contrae matrimonio».

Los productores de folletines, que conocían el perfil y los gustos del público, acotaban la significación del mensaje y pautaban las estrategias decodificadoras. Elaboraban obras que influían en los «modelos mentales» de sus lectores, sobre todo mujeres, e interferían en «el modo de percibir, entender o interpretar la realidad cotidiana», que es subjetivo y representa «la manera de ver y entender los acontecimientos» (Dijk, Ideología 31). No eran manuales de conducta, pero repercutían en la inteligencia emocional que procesaba hechos y conocimiento del medio. El desvarío de Isidora Rufete ocurre porque confunde los modelos mentales de la vida real y los mundos posibles de la ficción. Esta literatura, además del entretenimiento, fomentaba la estratificación social, por lo que las clases populares, quienes más la consumían (Botrel 111-155), recibían una enseñanza que disuadía de la imitación -el error cometido por Isidora Rufete- y reforzaba la aceptación del estatus como principio inmanente solo alterable en el plano metafórico. Los folletines no estimulaban la competencia poética, creaban un tipo de lector acrítico que buscaba la evasión sin atender a la forma o al trasfondo. El propio Galdós lo había advertido:

El público ha dicho: «Quiero traidores pálidos y de mirada siniestra, modistas angelicales, meretrices con aureola, duquesas averiadas, jorobados románticos, adulterios, extremos de amor y odio», y le han dado todo esto. Se lo han dado sin esfuerzo, porque estas máquinas se forjan con asombrosa facilidad por cualquiera que haya leído una novela de Dumas y otra de Soulié. ... El género literario en que se ocupan con algún resultado nuestros desdichados literatos, y el que sostiene algunas pequeñas industrias editoriales, es el de impresiones y de movimiento, cuya lectura ejerce una influencia tan marcada en la juventud del día, reflejándose en nuestra educación y dejando en nosotros una huella que tal vez dura toda la vida.


(«Observaciones» 125-126)                


A diferencia de la mencionada corriente, la narrativa galdosiana «incita a la reflexión» (Behiels 37) y recrea la «imagen de la vida» cuyo arte estriba en «reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisionomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea» (Pérez Galdós, «La sociedad» 220). Isidora ilustra este planteamiento: víctima del combate agónico entre realidad vivida e imaginada, acaba por asimilarlas tratando de resolver el conflicto. Su competencia poética sucumbe al determinismo, al trampantojo de la ficción y a la locura crematística. Según Pérez Galdós, las obras que reflejan el pulso vital de una sociedad paradójicamente hacen posible

un mundo de novela. En todas las imaginaciones hay el recuerdo, la visión de una sociedad que hemos conocido en nuestras lecturas: y tan familiarizados estamos con ese mundo imaginario que se nos presenta casi siempre con todo el color y la fijeza de la realidad, por más que las innumerables figuras que lo constituyen no hayan existido jamás en la vida, ni los sucesos tengan semejanza ninguna con los que ocurren normalmente entre nosotros. ... cuando leemos las admirables obras de arte que produjo Cervantes y hoy hace Carlos Dickens, decimos: «¡Qué verdadero es esto! Parece cosa de la vida. Tal o cual personaje parece que le hemos conocido».


(«Observaciones» 126)                


Por tanto, resulta crucial que La desheredada mane de la confluencia entre la realidad y la ficción de su protagonista. Y, más aún, que la novela, amén del tributo cervantino, las improntas dickensiana y balsaciana o la experimentación con las doctrinas de Émile Zola e Hippolyte Taine (Miralles XVII-XXV) sea trasunto de la vida y «espejo fiel de la sociedad» (Pérez Galdós, «Observaciones» 124). En la literatura del siglo XIX no es casual que el lector trastornado pertenezca al género femenino, así sucede en La Regenta, Madame Bovary o Anna Karenina. Dado que la mujer de posibles apenas contaba fuera del espacio doméstico y la de clase modesta vivía en la miseria, la lectura -íntima o compartida en voz alta- les permitía evadirse y proyectar sus ansias de realización. Esta circunstancia también suponía una transgresión que comportaba la condena moral y el rechazo social de muchas (Tsuchiya 139). De ahí la autenticidad de Isidora Rufete, que no representa, en palabras de Leopoldo Alas, «el tipo de la mujer que se pierde por el orgullo, por la concupiscencia del placer y la molicie, por los ensueños vanos», sino que «es una mujer de carne y hueso, que tiene todos esos vicios y defectos, y que se pierde por ellos, lo cual es muy diferente» (96). Isidora, como don Quijote, «lee el mundo para demostrar los libros» (Foucault 54), subvierte los códigos que dominan su existencia, se rebela contra el determinismo y se erige en un personaje vivamente moderno.






Bibliografía citada

  • Alas, Leopoldo. «La desheredada». Galdós, novelista, edición de Adolfo Sotelo Vázquez, Barcelona, PPU, 1991, pp. 85-96.
  • Austin, John L. Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona, Paidós, 2016.
  • Behiels, Lieve. «Las lectoras en los cuentos de Clarín. La lectura como instrumento de conocimiento de sí misma». Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, edición de Virginia Trueba, Enrique Rubio et al., Barcelona, PPU, 2005, pp. 35-44.
  • Botrel, Jean-François. «La novela por entregas: unidad de creación y de consumo». Creación y público en la literatura española, edición de Jean-François Botrel y Serge Salaün, Madrid, Castalia, 1974, pp. 111-155.
  • Dijk, Teun A. van. «La pragmática de la comunicación literaria». Pragmática de la comunicación literaria, compilación de J. A. Mayoral, Madrid, Arco/Libros, 1987, pp. 171-194.
  • ——. Ideología y discurso. Una introducción multidisciplinaria. Barcelona, Ariel, 2008.
  • Dubois, Jean, et al. Diccionario de lingüística. Madrid, Alianza Diccionarios, 1994.
  • Eco, Umberto. Obra abierta. Barcelona, Ariel, 1990.
  • ——. Lector in fabula. Barcelona, Lumen, 2000.
  • ——. Los límites de la interpretación. Barcelona, Lumen, 2000.
  • Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. México, Siglo XXI, 1991.
  • Gilman, Stephen. Galdós y el arte de la novela europea, 1867-1887. Traducción de Bernardo Moreno Carrillo, Madrid, Taurus, 1985.
  • Marchese, Angelo, y Joaquín Forradellas. Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria. Barcelona, Ariel, 2013.
  • Miralles, Enrique. Introducción. La desheredada por Benito Pérez Galdós, edición de Enrique Miralles, Barcelona, Planeta, 1992, pp. IX-LXXXI.
  • Pérez Galdós, Benito. «Observaciones sobre la novela contemporánea en España». Ensayos de crítica literaria, edición de Laureano Bonet, Barcelona, Península, 1999, pp. 123-139.
  • ——. «La sociedad presente como materia novelable». Ensayos de crítica literaria, edición de Laureano Bonet, Barcelona, Península, 1999, pp. 218-226.
  • ——. La desheredada. Edición de Germán Gullón, Madrid, Cátedra, 2012.
  • Reyes, Graciela. La pragmática lingüística. El estudio del uso del lenguaje. Barcelona, Montesinos, 1994.
  • Tsuchiya, Akiko. «Deseo y desviación sexual en la nueva sociedad de consumo: la lectura femenina en La Tribuna de Emilia Pardo Bazán». La mujer de letras o la letraherida. Discursos y representaciones sobre la mujer escritora en el siglo XIX, edición de Pura Fernández y Marie-Linda Ortega, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2008, pp. 137-150.


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