Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo- XVIII -

El castellano en México. -Filología comparativa


En uno de los primeros informes que tuve la honra de dirigir a esa superioridad, hacía yo algunas observaciones con respecto a la pureza más o menos discutida del castellano en España, afirmando que, mientras en algunas regiones la mínima influencia extranjera habría permitido que subsistiese una especie de sedimento de la lengua del siglo XVII, llena aún de toda la elegancia, el carácter y el prestigio de la época, en otras el influjo francés era enormemente preponderante, sustituyendo infinidad de giros castizos por galicismos flamantes, a las veces menos expresivos que las construcciones indígenas. Es ésta una verdad de facilísima comprobación, a pesar de lo cual, los filólogos españoles, sean quienes fueren, no habrán de concedernos nunca que nosotros conservamos inmutables numerosas formas de elocución de extraordinaria pureza.

En efecto, yo, después de afanosas comparaciones y de pacientes análisis, me he convencido en absoluto de que si de algo se peca en América, especialmente en México, por lo que se refiere al idioma, es de arcaísmo. Claro que no me refiero ni a la juventud intelectual ni a la juventud que ejerce en la metrópoli y en algunas ciudades de provincia del Norte, como San Luis y Monterrey, sus actividades en la esfera comercial.

Dos grandes corrientes de extranjerismo tienden en la República a modificar nuestra lengua: la americana y la francesa. La americana afecta especialmente a la gente de negocios y a los industriales, ya introduciendo vocablos, giros, modismos que designan cosas, acciones y operaciones para las cuales no hay palabras en castellano, o ya sustituyendo a las expresiones autónomas otras que no siempre las reemplazan con ventaja.

La corriente francesa influye únicamente en el lenguaje de los intelectuales. Nos llega con los libros de París, exactamente como a los españoles, y con los libros se sigue alimentando. Ha modificado considerablemente el léxico y el estilo de la gente nueva, pero no ha perjudicado más que a los ignorantes, que adoptaban una recién venida palabra francesa sin conocer la equivalente castellana; pues en cuanto a los otros, a los instruidos, les ha aprovechado, dándoles medios de expresión, sólo donde no los había, y volviendo más maleables y ágiles su estilo y su pensamiento.

Pero fuera de estas dos grandes corrientes que a pesar de su fuerza no ejercen presión sino sobre dos reducidas clases sociales, la gran mayoría, la inmensa mayoría de los mexicanos, sigue expresándose en un idioma compuesto de algunas voces derivadas de los idiomas precolombinos y de infinitas voces arcaicas. En cierta ocasión don Benito Pérez Galdós me ponderaba el encanto de ciertas palabras usadas en México, que se remontan directamente a Don Quijote, o que tienen genealogías un poquito más antiguas. Yo le respondí que no se trataba sólo de ciertas palabras, sino de innumerables palabras. México fue conquistado justamente cuando comenzaba el apogeo del idioma castellano, cuando éste dejaba su pesada armadura y se volvía elástico, gracioso, cortesano, gallardo. Durante los siglos XVI y XVII todo el mundo escribía con elegancia. No sé qué prestigio había en la morfología de las palabras que no se transformaban sino para engalanarse y embellecerse.

Ese idioma fue el que heredamos de nuestros abuelos, ese idioma el que se quedó en nuestras apacibles regiones, incontaminado como la nieve de las montañas, ese idioma fue el que formó nuestro acervo definitivo y el que constituye aún nuestro elemento por excelencia de expresión.

Los españoles instruídos, cuando lo oyen, sonríen satisfechos y complacidos, embelesándose con los puros e ingenuos arcaísmos que suelen brotar, sobre todo de los labios del pueblo. Los españoles adocenados e ignorantes exclaman: «¡Pero qué mal se habla el castellano en América!».

A estos últimos y a mis compatriotas que sin darse cuenta hablan una lengua arcaica, sufriendo sin protestar los reproches de los doctos, va encaminado mi informe de hoy, con la esperanza de que no les falte paciencia para recorrer la larga lista de palabras con que voy a regalarles el oído.

Es común oír en México en las casas de comercio, y ver estampada en los libros de cuentas esta palabra: acarretos: «tanto por acarretos en el mes».

Un español moderno dirá acarreos o quizá transportes, pero acarreto es absolutamente castizo, con cierto leve dejo arcaico.

Nuestros rancheros dicen acetar por aceptar y conjugan aceto, acetas, etc.; todo el mundo sabe que aceto, conceto y otras palabras de esta laya, abundan en los clásicos. Dice nuestro vulgo: No te achaparres, se achaparró, en vez de decir: No te agaches, se agachó. No hay aquí disparate alguno, sino la aplicación de un vocablo caído en desuso casi por completo en España.

Nuestra gente de provincia dice: Estoy achacoso, estoy lleno de achaques, tomando esta palabra en su recto sentido, es decir, como sinónimo de enfermedad.

Son igualmente arcaísmos muy usados en México (arcaísmos, repito, que no disparates), todos estos que vais a leer:

Adormirse, por dormirse; adoctrinar, por doctrinar, agror, por agrura (siento un agror muy molesto); agüelo, por abuelo (anda a moler a su agüelo -absolutamente clásico).

Alivianar, por aliviar («aliviana la recua de ese peso»).

Anciano, por antiguo (esta casa es muy anciana); aparcero, por camarada; aparcera, por manceba; aquerenciado, por enamorado (dicen que me han de quitar -las veredas por donde ando -las veredas quitarán- pero la querencia cuándo!... cantarcillo popular).

Arrempujar, por empujar (¡No arrempujes! oía yo decir en la escuela).

Artimaña por maña, industria o destreza; asín y asina, por así; baluma, por balumba. (Está esto muy balumoso, dicen en Jalisco).

Benino, por benigno; colatín, por volantín (antiguamente volatín y bolantín eran lo mismo: una especie de cordel que servía para diversos usos; para pescar, por ejemplo). Los indios de México tenían una diversión muy atrevida y especial, a saber: la de girar alrededor de un gran poste, suspendidos de un cordel y vestidos de plumas de pájaros. Los más hábiles en el vértigo del giro, lograban mantener por algunos instantes la horizontal. Era natural que a los caballitos que al principio pendían de cuerdas, se les llamase bolantines, como con delicioso arcaísmo se les llama aún en muchas regiones de México, en tanto que en España se les denomina pintorescamente tío vivo; bonificar, por abonar o poner una cantidad en cuenta (se usa aún en el comercio, sobre todo en algunos Estados).

Carnicería. -En cambio en México se usa siempre el moderno carnicería, en vez del arcaico carnecería, que es tan común en las dos Castillas.

Catear. -Catear una casa. Registrarla, buscar algo en ella: se usa mucho en México.

Clavar-clararse, por engañarse. Me clavé! dícese aún en México, cuando cae uno en una trampa -en un engaño.

Cobertor, en su vieja acepción de colcha, usado en México, en vez de la palabra manta que se usa en Castilla.

Contradecidor, por contradictor. Muy usado por las clases bajas; convenencia, por conveniencia; chapado a la antigua, voz muy castiza, desusada casi por completo en España; chasquista, por petardista o estafador.

Desafuciar, por desahuciar (todavía se usa en el interior de México).

Descoger, por escoger (de uso frecuente en las rancherías).

Desconforme, sin conformidad con esta o aquella cosa.

Descorazonar(se) -desmayar, perder el ánimo (todos lo usamos).

Desfruncir, por desobedecer, desplegar, desarrugar.

Deturpar, por manchar, afear. -Término periodístico por excelencia.

Dotor, por doctor; efeto, por efecto; emprestar, por prestar-e, prestado, emprestador; enviejar, enviejarse, por envejecer; finchado, por hinchado (Fulano va por allí, está muy finchado).

Jabalín, por jabalí; mesmo, por mismo (clásico): ñublado, por nublado (usado en la mayor parte de los ranchos y haciendas); ñudo por nudo (ídem); obsequias por exequias; Otubre, por octubre; participio, por participación. Innumerables gentes, aun entre las ilustradas, usan en México este arcaísmo. «Yo no quiero tener (o tomar) participio en esto o aquello».

Perfeto, por perfecto (clásico); poderío, por fuerza o esfuerzo. («Hice poderío y medio por disuadirle», dícese en México; es decir, empleó un grande esfuerzo, hice un grande esfuerzo); usufruto, por usufructo: velador. -Nadie usa en España este vocablo para designar la mesa de noche. En México es muy usual, sobre todo en provincia. Velador era, en efecto antaño, una mesita redonda o cuadrada, que se ponía cerca del lecho. Generalmente tenía un solo pie.

Antes de terminar esta ya larga lista, que no comprende, sin embargo, más que tales o cuales de los innumerables arcaísmos usados en México, especialmente por nuestro pueblo, aprovecharé la oportunidad para advertir a determinados aristarcos que, cuando los modernistas usábamos palabras como aurifebrista por orífice, pucela, por doncella, veneficio por maleficio, etc, no incurríamos en galicismo alguno, sino que desenterrábamos sencillamente vocablos que habían caído en desuso sin razón, pues, o eran muy bellos, como los dos primeros, o no tenían sustitución exacta, como el último.

Si ha habido quien consulte Diccionarios y procure de más buena fe en América conocer el admirable caudal de nuestra lengua, ha sido, sin duda, ese bicho tan calumniado por los tontos, que se llamó modernista o decadente.

...Pero como no es objeto de este informe la defensa de tal o cual escuela literaria, sino la rehabilitación de algunas de nuestras palabras y formas de lenguaje, aquí pongo punto, reiterando a usted, señor ministro, las seguridades de mi más distinguida consideración.