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La instrucción primaria en España


En 1319, don Enrique II expidió en la ciudad de Toro una pragmática en la cual ordenaba que los maestros no fuesen presos ni molestados por ninguna razón ni causa; que los justicias y escribanos saliesen a recibirlos a las puertas de las audiencias cuando tuviesen algún pleito y que no les hiciesen pagar derechos en causa alguna; que, por último, disfrutasen de cuantas gracias y privilegios gozan los duques, marqueses y condes.

Como se ve, don Enrique: «Rey de España la muy gruesa , que por fechos de gran nombre conquistó tan rica fuesa», según rezaba su epitafio, debido, si mal no recuerdo, a Jorge Manrique, sabía muy bien lo que traía entre manos, y merecía por este hecho haber sido en los actuales tiempos soberano del país más culto de la tierra. ¡Quién le hubiera dicho empero al gran bastardo que cinco siglos más tarde, es decir, lo suficiente para civilizar cinco mundos, un sucesor suyo, Fernando VII, cerraría las Universidades, prefiriendo a ellas la apertura de la escuela de tauromaquia de Sevilla!

Así fue, en efecto, y como para preparar el advenimiento de Fernando VII, ya en las postrimerías del siglo XVIII había en España 317.423 niños y 553.579 niñas en edad escolar que no recibían instrucción alguna, sin contar el enorme resto de adultos.

Cierto que un siglo más tarde, en 1897, los 317.423 niños analfabetos se habían reducido a 92.184; pero, en cambio, las 553.579 niñas analfabetas sólo se habían reducido a 419.018. De 1897 a 1906, año de gracia que vamos acabando, de seguro que sería mucho suponer que los niños analfabetos se hubiesen reducido a 80.000 y las niñas a 400.000; pero aun suponiéndolo, tendríamos que hay todavía en la Península cuatrocientas mil niñas y ochenta mil niños que no van a la escuela estando en edad de ir.

Como se ve, la situación, es bastante análoga a la nuestra, empeorada allá por la difícil penetrabilidad mental de la raza indígena; pero la nuestra tiene de bueno que va corrigiéndose a grandes pasos, en tanto que en España se corrige con una extremada lentitud. En efecto, bastaría para darse cuenta de esta lentitud una comparación.

En España hace un siglo las tres quintas partes de los niños llegados a la edad escolar no recibían instrucción alguna, mientras que en la actualidad el número de los mismos que no va a la escuela es sólo una séptima parte, refiriéndonos sólo a los varoncitos, ya que, como hemos dicho, hay cuatrocientas mil niñas en estado y condición de aprender que no aprenden.

En la India hace apenas sesenta años no había más que 150.000 niños que fuesen a las escuelas. En la actualidad, ¿sabéis cuántos van? Cuatro millones. Estableced ahora si os place la proporción.

Pero ¿es irremediable esta situación en España? No por cierto: todo el que ausculte con alguna atención este país advertirá que sus palpitaciones se aceleran, que sus energías aumentan. España adelanta, España encuentra de nuevo su camino. Marcha aún con cierta timidez, con cierto recelo; pero marcha, y como ha concluido por conocerse a sí misma, por no forjarse vanas ilusiones, por darse cuenta exacta de sus fuerzas, ya ningún espejismo la detendrá en su ruta.

Es mucha carga para un país tener un gran pasado. Cuesta mucho trabajo caminar hacia el porvenir con una gran historia a cuestas. Frecuentemente hay que volver la vista hacia atrás; y el ejemplo de los abuelos, la influencia de los hechos y de las situaciones análogas a las que se nos siguen presentando suelen destruir las mejores iniciativas y los más firmes propósitos. La tentación de volver la cara hacia atrás es poderosísima... y hay peligro de convertirse en mujer de Loth, como en la comedia de Eugenio Sellés.

¿De qué depende la lentitud en el avance de la instrucción primaria en España? Parte de la, tenaz intromisión de la Iglesia en la enseñanza; parte de la falta de fe en la escuela; parte de las pésimas condiciones a que se hallan sometidos los maestros.

Don Eduardo Vincenti, en un trabajo premiado en concurso abierto por El Imparcial, dice, sintetizando elocuentemente el actual estado de la cultura española:

«Reina una deplorable unanimidad respecto a nuestros organismos de enseñanza, y así es que nadie discute y todos afirman que instruimos poco, que no educamos nada, que el maestro no obtiene fruto alguno de su trabajo, que la decadencia intelectual es un hecho, y que se impone la total reforma de toda educación nacional.

»Todos, ante el fracaso de la familia, de la Iglesia, del Municipio y del Estado, y después de proclamar que la enseñanza es una función social, piden que el Estado intervenga siquiera sea por modo transitorio, porque al lado del derecho del padre está el del niño, y unidos a los deberes de la familia los del Estado; porque los seres sociales nacen para vivir en el mundo a la vez que en el seno del hogar, y, por tanto, la humanidad tiene derecho a saber si se lo envía un individuo perturbador o un elemento de progreso y de paz.

»No hay más organismo con fuerza y elementos propios para el ejercicio de tan alta función, que el Estado o la Iglesia; así, pues, uno de éstos debe ser el representante de la sociedad y el ejecutor de sus aspiraciones, y descartada la Iglesia por propia declaración, al decir Jesucristo: «Mi reino no es de este mundo» (Ioan XV, 14, 36); y no aviniéndose a su espiritualismo, ni a la rigidez de su conciencia, ni de sus cánones la investigación científica queda sólo al Estado; a esta entidad tenemos, por tanto, que dirigirnos.

»La organización de la enseñanza tiene que partir de arriba, empezar por la cúspide, y por tanto en el Ministerio tiene que iniciarse la reforma; y para esto, deberá encomendarse aquélla a personas de gran autoridad, creando al efecto tres centros directivos, extraños a la política, consagrado cada uno de ellos a distinto grado de la instrucción pública, y con el general objetivo de redactar las bases de la ley que sustituya a la de 1857.

»La red oficial es tupida; tenemos cuanto tienen todos los países civilizados y, sin embargo, no tenemos nada, porque todo muere en la Gaceta y nadie se cuida de averiguar si se cumple lo mandado.

»Partiendo, pues, del hecho de que no se puede organizar el Estado sino por medio de la educación, y de que no se puede organizar la educación sino por medio del Estado, entendemos que la nueva organización de la enseñanza demanda, para poder llevarla a cabo en buenas condiciones, partir de las siguientes premisas:

»Primera. Creación de tres Direcciones técnicas en el Ministerio de Instrucción Pública, o sea: de enseñanza primaria, de enseñanza secundaria y superior, y de Bellas Artes y escuelas especiales, que serán desempeñadas en comisión por personas de relevante mérito y de reconocidas aptitudes pedagógicas.

»Segunda. Presentación a las Cámaras de las bases de una ley de instrucción pública y prohibición absoluta a los ministros de alterar aquéllas por decretos una vez desarrolladas; y

»Tercera. Reorganización del Consejo de Instrucción Pública».

Respecto de la falta de fe en la escuela que se advierte en España, y de la cual hablábamos al principio, es muy lógica si se atiende al abandono en que la escuela misma se ha dejado. Hay, según el referido señor Vincenti, 18.000 maestros con menos de 1.000 pesetas anuales de sueldo no obstante el rápido encarecimiento de la vida en España. Estos 18.000 maestros sirven 18.000 escuelas que no cuentan para la compra de material escolar más que con tres pesetas mensuales; tocan a cada maestro 84 alumnos, a los cuales tienen que enseñar en ciento cincuenta días de cada año, pues el resto son, por uno o por otro concepto, días festivos o de reposo, y por último, como una masa sombría que obscurece el horizonte de la nación, el 64 por 100 de los españoles no sabe leer, y hay millón y medio de niños que vagan por las calles y los campos. Añádase a esto el pésimo estado de los edificios que sirven para escuelas, su cubicación defectuosa, su falta de aseo, de mobiliario, etc.

Ante tal estado de cosas, hay sin embargo muchos españoles patriotas y cultos que no desmayan y que piensan continuamente en la difusión nacional y rápida de la instrucción primaria, base de todo edificio de cultura.

Don Eduardo Vincenti propone en su estudio a este respecto, las siguientes reformas:

«Creación anual de 1.000 escuelas según vayan saliendo de las nuevas Normales los futuros maestros, con el fin de que concurran los niños que hoy no pueden asistir a las escuelas por falta de aquéllas, pues sin aumentar antes el número de escuelas, de maestros y de locales, no se puede plantear el precepto de fa ley de 1857 sobre la enseñanza obligatoria.

»Crear 5.000 escuelas de un golpe en el presupuesto sin maestros ni locales, es continuar el descrédito de la escuela.

»Cursos temporales para los 'actuales' maestros, con el fin de darles una preparación breve o intensiva en algunos meses, especie de instrucciones concretas (como se hizo en Francia en los cursos complementarios del Museo Pedagógico).

»Aumento de los sueldos de los maestros en términos que les permitan dedicarse con más fervor a la enseñanza, partiendo de un mínimum de 750 pesetas para los actuales, y fijando en 1.000 los que disfrutarán los procedentes de las nuevas Normales, con el fin de que sueldos y personal estén a la misma altura.

»Aumentar todos los sueldos de a mil pesetas, atraería las animosidades de los contribuyentes; el aumento debe, pues, venir en las condiciones ya citadas, no por la voluntad de un ministro.

»Creación de las escuelas de 'párvulos' según el sistema Froebel, en la capital de cada región, ínterin no pueden establecerse en todas las capitales de provincia. Hoy tenemos una en Madrid como si fuese un objeto de arte, de lujo.

»Organización de las escuelas especiales de 'adultos' para concluir rápidamente con los analfabetos, por lo menos en todos los pueblos mayores de diez mil habitantes».

En efecto, para comprender la inmensa necesidad de estas escuelas de adultos, bien organizadas, hay que advertir que sólo existen 80.000 niños y 400.000 niñas en edad escolar, que no van a la escuela en España; los niños todos no dan sino un 15 por 100 de la cifra de analfabetismo, que es, como decíamos, de 64 por 100; es decir, que el 49 por 100 restante está constituido por analfabetas adultos!

Resulta, pues, que, como en España, y según las frases del autor del estudio a que hemos venido refiriéndonos, «el soldado, el jurado, el elector y el labrador, ejercen sus funciones sin conciencia de lo que hacen, y es, por tanto, la verdadera masa nacional una masa totalmente inadecuada, es menester que entre la escuela primaria para niños de cuatro a doce años, y los centros superiores enclavados en las capitales, se creen escuelas rurales, complementarias de perfeccionamiento, para que el patriotismo, la moral (lecciones hoy de memoria en la escuela), tengan en aquéllas un desarrollo práctico, vivo, que eduque el espíritu, el corazón y la voluntad.

»Estas escuelas, añade, podrían ser de campesinos en el invierno, pues los trabajos del campo lo permiten más fácilmente; la enseñanza, más que por asignaturas, debería ser por conferencias y adecuada a cada localidad.

»Adultos y campesinos no pueden someterse a los cánones fijos, petrificados, uniformes, del programa, de la legislación, del título, etc.

»Respecto al maestro, debe ser el mejor que se encuentre, con o sin título, maestro público o libre, esto poco importa; lo que importa es que no sea la escuela de adultos una institución para aumentar los sueldos de los actuales maestros, que dan o no la enseñanza, y que si la dan, se limitan a enseñar a leer y escribir como pueden y saben, y muchos (sin título), ni pueden ni saben».

Con respecto a los libros y programas de estudios, el señor Vincenti dice:

»Urge publicar la ley marcial escolar, dejando sin efecto todas las declaraciones de «libros útiles para la primera enseñanza», hechos por Consejos y ministros. Someter a reglas fijas los que en adelante se utilizasen, para evitar se copien y extracten unos a otros, y para que se enseñe más con ejemplos que con definiciones. Gramática y catecismo (ambos adaptados a la escuela y revisados los últimos por el Consejo) y vocabulario, bastan.

»La educación no está en el libro de texto, ni en el programa; está en el método, en la acción, en la habilidad del profesor, en su poder de crear y dar vida a la personalidad naciente.

«El programa ideal sería una hoja en blanco en que el maestro escribiese los signos de cada alumno».

La instrucción debe seguir la ley del desenvolvimiento natural del niño, y así el dibujo debe ser estudiado como un verdadero lenguaje teniendo en él cada niño un medio voluntario de impresión y de expresión.

Antes que las reglas del lenguaje, hay que conocer las palabras; nada de Ética o Derecho en las elementales, y mucho en cambio de Agricultura, dejando aquellas enseñanzas con nociones de Física para las superiores, o sea para niños de diez a catorce años.

«Trabajos manuales, pero sin especializar el aprendizaje, ni darles carácter científico, porque sobran fórmulas, tecnología y clasificaciones; téngase en cuenta que los niños en su mayoría van a vivir en el campo, no en las fábricas, y que esos trabajos degeneran en farsas y ridiculeces cuando no están bien dirigidos, debiendo servir en primer término como una gimnasia de la mano y representar un homenaje al trabajo.

»Se pide la enseñanza de la agricultura en los cuarteles y escuelas, y sólo aplausos merece esto, pero francamente, disertar ante soldados o niños sin el arado, ni el campo, ni la granja, nos parece dedicarse a inventar la oratoria agrícola.

»El campo escolar debe ser una verdadera escuela práctica de enseñanza agrícola, dando a cada niño una parcela de terreno para que la cultive, abone, siembre, etc, y haciéndole cuidar uno o más árboles; uniendo esto a una exposición teórica, sencilla, bien al practicar un injerto, bien al podar, etc, se conseguirá más que hablando de lo que producen España y otros países por hectárea (los oyentes no saben qué es esto de hectárea).

»La escuela debe incluir en su programa la educación física, representada por los paseos, viajes y colonias escolares, iniciadas en España con carácter más privativo que oficial. Conviene pasear a los niños frente a la realidad, hacérsela observar, y a la vez hacerles disfrutar del aire y de la naturaleza toda.

»Las colonias en verano, el mar o la montaña y los paseos y visitas los jueves y domingos, serán la mejor lección que pueden recibir.

»La educación religiosa debe seguir al cuidado de la Iglesia (Concilio de Trento) dejando a salvo la autoridad del padre y la conciencia del maestro».

Hasta aquí el señor Vincenti. Nosotros, por nuestra parte, quisiéramos añadir que una de las cosas que más han influido en el atraso de la instrucción pública en España ha sido la inestabilidad de los gobiernos.

Acaba, por ejemplo, de caer el Ministerio López Domínguez, y con él se va el ministro de Instrucción Pública, don Amalio Jimeno, hombre de buena voluntad que había empezado ya a hacer algo en pro de la reorganización de las escuelas de adultos.

¿Seguirá el que venga sus huellas? Es muy difícil, porque cada ministro tiene su programa y el amor propio suficiente para creer que este programa es el mejor.

Para fijarse un programa práctico, para conocer bien el estado mental de un país, para llegar a una legislación efectiva y oportuna, se necesitan un tiempo y una calma que es imposible encontrar en lo furtivo de esos ministerios, cuyos cambios afectan, no sólo a los ministros, sino aun a los subsecretarios y a veces a otros empleados que tienen que retirarse a fin de que el Gobierno que viene después disponga de puestos suficientes para contentar a sus amigos y saldar sus compromisos de partido o simplemente de bandería.

El personal docente, por otra parte, deja mucho que desear. La precaria situación, ya clásica en España, a que se condena todo aquel que ejerce el magisterio, no es precisamente un estímulo ni para reclutar buenos maestros ni para estimularlos ni para moralizarlos. Cada cual tira a salir del paso como puede.

La falta de material escolar retrasa indefinida mente la familiarización del maestro con los nuevos métodos y procedimientos pedagógicos.

No está muy lejos de España Alemania, donde infinidad de jóvenes destinados al profesorado podrían ir a estudiar la pedagogía moderna, especialmente el sistema froebeliano; pero el presupuesto de Instrucción Pública no permite un procedimiento amplio de pensiones para este fin.

Por último, la iniciativa privada, el patriotismo de los ricos, que en otras partes, en los Estados Unidos especialmente, producen tan admirables resultados en lo que ve a la instrucción pública, en España (como en México, helas!) se orientan hacia inútiles fines religiosos. Hay aquí muchos ricos, más de los que se cree, pero casi ninguno de ellos sería capaz de dejar su fortuna para edificios escolares, para bibliotecas, para material de enseñanza, para dar premios o retiros a los maestros de Instrucción Primaria que se distingan, para pensionar profesores y alumnos en el extranjero, para crear museos científicos, para abrir concursos de libros diversos. Aquí como en México, casi todos aquellos que no tienen herederos siguen dejando sus capitales para las llamadas fundaciones piadosas, especialmente para iglesias y conventos, como si no fuera más piadoso civilizar al mundo!

En fin, a pesar de estos obstáculos, con muchos de los cuales hemos tenido también en México que librar descomunales batallas, la España nueva surge lenta pero seguramente al lado de la España vieja. La amputación de las colonias ha podado a la nación, que reconcentra ahora sus energías en el propio solar, y el conocimiento sincero de sus necesidades va haciéndola curarse de males que, en suma, han sido triste patrimonio de todos los pueblos y de los cuales se desembarazará la madre patria con un vigoroso esfuerzo de su aún potente y lozana voluntad.