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La asamblea de la enseñanza en Valladolid


Más de una vez he hablado a ustedes de la Junta reformista de Instrucción Nacional, y en mi informe anterior anunciaba la gran Asamblea que debía efectuarse en Valladolid el día 12 de abril.

En esa fecha tuvo efecto verificativo, a las cuatro de la tarde, y en el Paraninfo do la Universidad, ante concurrencia nutridísima, y presidida por el alcalde de Valladolid, rodeado de catedráticos de las Universidades, Institutos y Escuelas Normales de León, Ávila y Salamanca.

El alcalde, señor Romero, dijo algunas afectuosas palabras de salutación a los asambleístas, y habló en seguida el ex rector de la Universidad, señor Alonso Cortés.

Envío a ustedes abundantes recortes, que les darán amplios detalles de lo que fue esta importantísima Asamblea, llamándoles especialmente la atención hacia tres documentos que reproduzco en seguida, y que son: una carta del eminentísimo Ramón y Cajal y dos discursos: el primero, de Ortega y Munilla, y el segundo, del ilustre químico Rodríguez Carracido:

Carta del señor Ramón y Cajal:

Señor don José Ortega Munilla.

Estimado amigo: Abrumadoras ocupaciones me impiden tomar personalmente parte en esa Asamblea de, los amantes de la cultura nacional. Excusado es decir que me asocio cordialmente a la noble labor emprendida por ustedes, y que me hallo en absoluto identificado con el espíritu y tendencias del Congreso.

Harto conoce usted mis opiniones. Como usted y todos cuantos se preocupan del porvenir de la patria, pienso que el infalible remedio de nuestros males y decadencias está en la difusión e intensidad de la cultura. «Difusión cultural» en las masas para crear ese ambiente de amor y de entusiasmo, sin el cual no brota o se malogra el sabio incomprendido, e «intensidad cultural» en los intelectuales, y singularmente en el profesorado superior, para que produzcamos ciencia original, fecunda en aplicaciones a la vida, rica en promesas de prosperidad y bienandanza.

Sólo la ciencia puede enriquecer y engrandecer a las naciones pobres. Agotada la geografía política, quedan aún, convidándonos a gloriosas hazañas, las luminosas tierras del espíritu. El mundo es todavía un enigma; las ciencias distan mucho de su ideal perfección; bríndannos las fuerzas naturales océanos de energía compensadora de la pobreza de nuestro suelo. El filón asoma por todas partes. Laboremos.

Mas para que el éxito corone la redentora empresa, menester es crear plena conciencia de nuestro atraso, ansia general de reforma y renovación; es preciso desperezar la indiferencia y la rutina, estimular y asociar a la obra común a los partidos políticos y a los más ilustres estadistas; hay que recordar incesantemente a los gobiernos la urgencia de dotar a la enseñanza oficial, en todos sus grados, de los recursos indispensables. Misión inexcusable del Estado es multiplicar las escuelas y los maestros, crear Laboratorios y Bibliotecas modernas, mejorar las condiciones morales y sociales del profesorado superior, atender a la doble misión pedagógica de instruir y educar, estableciendo al efecto, en Institutos y Universidades, internados decorosos (superiores a los de las corporaciones privadas), donde, bajo la dirección de instructores ilustrados, sean simultáneamente cultivadas la inteligencia y el corazón, el cuerpo y el espíritu, y donde, en fin, con altas miras políticas, se inocule hondamente en el educando amor ferviente a la patria, y fe robusta y sin desmayos en los altos destinos de la raza.

A conseguir tan hermosas aspiraciones, o mejor dicho, a crear el ambiente social necesario para alcanzarlas, responde la importantísima Asamblea de Valladolid. Por eso, merecerá de todos los buenos españoles sinceros y entusiastas plácemes. Quiera Dios no se malogren en la indiferencia hidalgos y patrióticos empeños, por cuyo logro hace fervientes votos su afectísimo amigo y admirador, S. Ramón y Cajal.

Algunos párrafos del discurso del señor Ortega Munilla:

«Nos congregan, señores, un triste sentimiento y una obligación inexorable: el sentimiento de ver cómo el más grande problema de cuantos perturban el alma española -el de la enseñanza- sigue abandonado de las iniciativas oficiales y pasan los gobiernos y se suceden en el mando los hombres de las más contrarias doctrinas, sin que le dediquen la atención preferente que su urgencia reclama; y ese abandono determina en nosotros la obligación ineludible de acudir con la humilde súplica y, si necesario fuera, con el enérgico requerimiento ante todos aquellos a quienes compete hoy y puede competir mañana el régimen de la nación.

No hay sobre el planeta un pueblo culto que no dedique celoso cuidado a sus organismos docentes. Hasta aquellas minúsculas naciones mediatizadas, cuya independencia está sujeta a las altas combinaciones y aun a los bajos caprichos de la diplomacia, aumentan sin cesar la cifra de sus presupuestos de Instrucción Pública. Y por ser afrentosos para España, no quiero apuntar datos comparativos de los que resulta que somos la única excepción en esa campaña de nobles emulaciones por ver quién hace más y más pronto y mejor para el remedio de la peste negra de los entendimientos, que se llama barbarie. Las cifras de la estadística escolar de España son aterradoras. Sólo una pequeñísima parte de los ciudadanos sabe leer y escribir. Sólo una minoría exigua tiene la costumbre de leer. La inmensa mayoría de la masa nacional no ha pasado por la escuela, y eso basta a explicar la decadencia que nos lleva al abismo. De tal suerte se, ha ejercido aquí la tutela del Estado en lo que atañe a la enseñanza, que la cultura es un fenómeno esporádico, y la ignorancia, endemia dominante y persistente.

Un pueblo sometido a tal vergüenza puede considerarse el más desdichado de todos. ¿Cómo han de ser respetadas las leyes, si el ciudadano no puede conocerlas por la lectura? Así, a la acción no ejercida por un maestro que no existe, en una escuela que nunca se estableció, ha de suplir el golpe férreo del castigo para que el orden público no se altere. Es que las muchedumbres ignorantes son rebaños y a los rebaños no se les conduce sino con la piedra que sale de la honda o con el duro garrote del pastor.


En uno de los interesantes estudios que se han leído esta tarde se demuestra que no hacen falta nuevas iniciativas de gobierno para que se modifique con gran beneficio el estado presente de la incultura nacional. De haberse cumplido la ley que hace tantos, tantos años fue votada por el Parlamento español y sancionada por la reina Isabel II -ley que obliga al glorioso recuerdo de su autor, don Claudio Moyano-, existirían en España «diez mil» escuelas más de las establecidas. Sólo en Madrid hay «cinco mil niños» que no pueden recibir enseñanza por no haber en la capital de la nación locales suficientes a la instrucción primaria.


Me acompañaron desde la jornada inicial maestros de diversa doctrina filosófica; y cuando por primera vez nos congregamos los fundadores de la Junta Reformista de la Instrucción Nacional, nos acompañó el docto catedrático, tan respetable por su ciencia como por sus virtudes sociales, don Matías Barrio y Mier, y nos expresó su adhesión en una carta para nosotros memorable el insigne profesor de Metafísica de la Universidad Central don Nicolás Salmerón y Alonso. Así pudimos decir en nuestra convocatoria al profesorado:

«Queremos constituir un organismo independiente de la acción oficial, perdurable y activo, que vele por los intereses de la cultura patria y congregue las voluntades y los esfuerzos de cuantos en el profesorado y en otras esferas de la vida intelectual aspiren al progreso, formando así una legión poderosa que influya en la obra de los gobiernos y del Parlamento, a fin de que se incorporen a las leyes las reformas que el adelanto mental de la patria exige.

Trátase de una empresa nacional, por lo que deben colaborar en ella los hombres de todas las escuelas, sin exclusión de ninguna. Todos los intereses sociales, así los políticos como los mercantiles, se organizan para defenderse. Sólo los intereses de la enseñanza, los más altos de todos, carecen de esa organización, y así se ven de maltratados por la frivolidad y la ignorancia.

Necesario es que nos agrupemos cuantos anhelamos el mejoramiento intelectual de la raza.

Hay que ejercitar una campaña incansable para que la mente nacional tenga como la primera de sus preocupaciones la enseñanza de los ciudadanos, para que el aula esté rodeada de los mayores prestigios, para que no se regateen al maestro los elementos indispensables de su ministerio.

Hay que reconcentrar la atención de los españoles en este problema de la cultura, hay que convencerles de su importancia y hay que hacer sentir en todas las esferas de la vida el peso de esta sentencia: si no somos un pueblo culto, seremos un pueblo sacrificado.

Esta aspiración es unánime entre nosotros, pero esa unanimidad se dispersa como la luz no recogida por la pantalla. Y es necesario, es urgente, es vital el que tantos nobles esfuerzos, tantas útiles enseñanzas y tantos sabios ejemplos se reúnan y se metodicen, incorporándose a una obra común, de incansable persistencia, por la que se procure sanear el entendimiento español, hoy enfermo de rutina y de barbarie.

Tales son los propósitos que hoy nos reúnen. Cuarenta y siete organismos funcionan en otras tantas poblaciones correspondiendo a esta iniciativa. Al acto de hoy seguirán otros y la persistencia del propósito se evidenciará más cuanto más recias sean las dificultades que se nos opongan. La noble hospitalidad que Valladolid nos concede es tanto más digna de gratitud cuanto que no se mezcla con ningún interés local o político. Aquí encontramos la primera y la más entusiasta acogida. Por eso hemos venido a Valladolid, al pueblo generoso a quien un día saludó diciendo que era el hijo mayor de la madre patria desvalida.

En esta gloriosa ciudad lanzamos por primera vez el grito de alarma, seguros de ser oídos en todo el ámbito de la hispánica tierra. ¿Habremos de seguir siempre enclavados en el pantano de la ignorancia nacional? ¿No podremos algún día salir con raudo empuje en demanda de las altas cimas de la cultura? ¿Quedarán vencidas por siempre esas legiones de maestros que en Universidades, Institutos y Escuelas luchan hoy sin esperanza por el generoso afán del esplendor de España?... Antes de que tantos elevados espíritus se entreguen al pesimismo, habrá que aportar los medios de lucha. No nos cansaremos tan pronto, que merezcamos el desprecio que corresponde a los débiles y a los inconstantes».

*  *  *

Discurso del señor Rodríguez Carracido:

El eminente catedrático y académico pronuncia un elocuentísimo discurso que produce honda impresión en los oyentes y que obtiene reiteradas muestras de aprobación y de aplauso.

Síntesis de su magnífica oración:

«En este acto han hablado no sólo los aquí presentes, sino también los que allá en diferentes comarcas de España coinciden en sentir con vehemencia el ansia de satisfacer el hambre intelectual que año tras año, y sin esperanza de remedio, tiene, postrada la mentalidad de nuestro pueblo, condenándolo a la extinción de toda iniciativa, o a las peligrosas alucinaciones de colocarse súbitamente en las cimas sin escalar las pendientes que a ellas conducen.

El propósito aquí manifestado degeneraría en mezquina maniobra si lo adscribiésemos a un partido político, cualquiera que éste fuese: conservador o liberal, reaccionario o avanzado. Nuestra empresa es política, en cuanto este calificativo se refiere al arte de gobernar a los pueblos, pero no en el sentido de la bandería de luchas personales encaminadas a la conquista del poder. Fuera de toda parcialidad, es entre los problemas de la vida nacional el más fundamentalmente político, porque, en último término, aquéllos se resuelven en cuestiones pedagógicas.

Si la agricultura y la industria no prosperan entre nosotros como en otros países más adelantados, lo inmediato es investigar cómo se da la enseñanza de aquellas materias a las gentes que obtienen tan espléndidos resultados.

Si la política sólo produce manifestaciones de garrulería, igualmente procede averiguar cómo se da la enseñanza de las ciencias sociales que a tal esterilidad conduce.

Hoy, la cultura no puede ser mera ornamentación de oradores y escritores, sólo instruidos para deslumbrar al público con el caudal de su erudición y la brillantez de las metáforas su labor ha de ser más profunda y, por consiguiente, más trascendental, penetrando en lo íntimo del espíritu y modelando sus facultades para instituir un perfecto consorcio con la realidad a la manera de artífice hábil que llega a identificar los medios de trabajo a su propio organismo. Pecado capital de nuestra raza es la falta de fe en la Ciencia, quizá originada por la tradición puramente ornamental de la enseñanza que en su desvío de la realidad no pudo inspirar la convicción de que el saber es poder, porque la sabiduría transmitida fue sólo verbal, y ésta es tan inservible en el curso de la vida como un cauce ante el desbordamiento de un río. La verdadera cultura es formación psíquica, y aun diría psicofísica, la cual, por proceso evolutivo, a la manera del organismo que se ensaya en el ejercicio de nuevas funciones, va adquiriendo, como obra del propio esfuerzo, los órganos correspondientes.

Instruir es perfeccionar el mecanismo de la vida social, y tendiendo a este fin en todos los países cultos acrecienta, de año en año, el presupuesto de la enseñanza. La vida nacional, en sus varios aspectos, y en su conjunto, es como una industria regida por consideraciones económicas. Toda tacañería en la calidad de la maquinaria es ruinosa, porque sus imperfecciones aparecen incalculablemente multiplicadas en escasez y tosquedad de la producción.

Como en el trabajo fisiológico precede el estímulo nervioso a la concentración del músculo, en la Fisiología social los actos deben secundar las órdenes de la mentalidad directora. Sin el influjo del nervio casi invisible, el músculo sería una masa blanda, incapaz de realizar esfuerzo alguno, y sin las corrientes de la cultura científica, difundidas por el cuerpo social, la industria humana no hubiera podido enseñorearse de las fuerzas naturales y estaría sumida, como en parte aún está entre nosotros, en el miserable estado del período precientífico.

El hombre sólo productor de kilográmetros tiene un valor mínimo, al mismo tiempo que da la mayor carestía posible a las unidades mecánicas de su trabajo. La cultura científica invierte estos términos pidiendo mayor desarrollo mental, el del maquinista de un tren de mercancías respecto al del mozo de cuerda. Watt redimió a millones de braceros y los ennobleció, exigiéndoles en vida cerebral la proporción en que los descargaba de vida muscular.

Como se dice en el acta de nacimiento de esta Asociación, hay que hacer sentir en todas las esferas de la vida el peso de esta sentencia: «si no somos un pueblo culto, seremos un pueblo sacrificado», porque la cultura científica dignifica al individuo y dignifica a las naciones, dándoles la respetabilidad que afirma su independencia. Bélgica, Holanda y Dinamarca, no obstante su pequeñez territorial, tienen en su prestigio la fuerza de que carecen Turquía y Marruecos, y la mentalidad de sus cultísimos habitantes es más fuerte que el blindaje de los acorazados que pudieran tener para defenderles de extrañas intervenciones.

Hay que reconocer que la Providencia ama mucho a España, porque mucho la castigó por su resistencia a la adopción de los nuevos métodos de enseñanza; y si la Junta que celebra su primer acto público en esta venerada Universidad, anuncia la hora de que el castigo va a cesar porque empieza la enmienda, consolidando asociaciones que perseverantemente demanda el acrecimiento del presupuesto de Instrucción pública, la posteridad otorgará a esta sesión, con mejores títulos que a otras, el calificativo de «sesión histórica», porque en ella se han sentado las bases inconmovibles sobre las que España ha de ir edificando el alma digna de encarnar en una potencia de primer orden».

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He citado estas tres piezas (oratorias las dos últimas), porque abundan en ideas sanas prácticas, especialmente el discurso del señor Carracido, y muestran las nuevas y vigorosas orientaciones de la mentalidad española.

Baldomero Argente, uno de los periodistas mejor informados de la Península, califica con razón la Asamblea celebrada en Valladolid de «la iniciativa más completa y mejor orientada de cuantas florecieron en los últimos años, e irrefragable declaración de que la conciencia del país se preocupa y tantea en las sombras». «Esta Asamblea -añade- ha sido en España una equivalencia de la información parlamentaria para la reforma de la enseñanza, abierta en Francia hace algunos años. Ha llegado a idénticas conclusiones sobre las deficiencias de organismos, procedimientos y resultados docentes, y ha mostrado en los informadores igual indecisión y vaguedad respecto de los modos y fines de su reforma. Constituye, en fin, un indeleble timbre glorioso en el historial público de Ortega Munilla, su iniciador y casi su apóstol».

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Por mi parte entiendo que, sea cual fuere la indecisión y vaguedad de la Asamblea, ya significa mucho su sola celebración y la simpatía con que ha sido vista por todos los españoles.

Muestra sobre todo una cosa que vale la pena de tener en cuenta, y es que la iniciativa de tales o cuales núcleos, independientes del Gobierno, se sustituyen voluntariamente, espontáneamente a la del Estado que no puede hacerlo todo, y emprende con denuedo la obra magna de la educación nacional.