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El intercambio universitario. -Los literatos españoles en América


Parece (Videtur, decía siempre Santo Tomás en todos los párrafos de su Summa, y en todos los tiempos que corren es más cuerda aún la palabra esta), parece, pues, que el intercambio universitario, tratándose de Francia y España, y sobre todo de España y las Américas de habla castellana, da admirables frutos.

Que la madre Patria envíe a América un Rafael Altamira, un Miguel de Unamuno; que México envíe por ejemplo a otros países un Ezequiel Chávez; que mande el Uruguay un José Enrique Rodó: todo esto está muy bien. Cada país tiene sus adelantos propios, característicos, digámoslo así; sus métodos, sus adaptaciones, sus hallazgos pedagógicos. Aun cuando la corriente de las nuevas ideas se hubiese derramado igualmente sobre todas nuestras entidades hispanoamericanas -lo cual no es cierto ni podía suceder-, resultaría siempre que la fecundación habría sido diversa según las condiciones especiales de cada tierra. Muchas veces acontece que un país menos avanzado que otros puede, sin embargo, enseñarles algo, en virtud de estas adaptaciones especiales de frutos sui géneris producidos por su savia peculiar. De allí que el intercambio universitario sea utilísimo aun entre países de muy desigual cultura. Valdría la pena de intentarlo únicamente para saber cómo aplican otros países tales y cuales métodos experimentales que nosotros conocemos de sobra, pero que hemos seguido a nuestro modo.

Pero si tal intercambio es indispensable, ¿pasa lo mismo con las conferencias de literatos? La cuestión es de gran actualidad ahora que Blasco Ibáñez ha ido a la Argentina y piensa ir a México, y vale la pena de ser consultada. Oigamos, desde luego, lo que de ella piensa el ironista Martínez Ruiz, el pequeño filósofo español, el ex-travieso y enseriado Azorín:

«El hecho de que un novelista popular vaya a América a pronunciar unos discursos en un teatro -dice Azorín- ha llenado de admiración a los periodistas. Se han dicho muchas cosas sobre ello; se han fundado admirables esperanzas relativas al porvenir de nuestra patria en el continente americano.

»A mi parecer, las cosas se han sacado un poco de quicio. Las letras españolas son... lo que son en la actualidad y están... como están. ¿Pero puede decirse que Fulano o Mengano es el embajador de las letras españolas en América? Todo esto es algo infantil; en la llamada república literaria ni hay presidente ni ministros ni embajadores. Cada cual representa lo que es y nada más. Cada cual es lo que es y no otra cosa. Un escritor a quien le han propuesto hacer un viaje y dar por tal cantidad unas conferencias, puede aceptar el trato y marchar a América y hablar en un teatro. Pero esto será un hecho individual; ni tendrá en ello nada que ver la literatura nacional, ni tal literatura podremos considerarla representada en dicho escritor. Ahora, después de esto, cabe considerar quién es el conferenciante y lo que exactamente, sin hipérboles ni ficticios entusiasmos, representa en la literatura nacional.

»Puede darse el caso de que vaya a América un escritor verdaderamente meritísimo; pero puede también suceder que no marche a las Repúblicas americanas sino un escritor meramente «popular», «renombrado». Si el escritor de verdadero mérito no es «popular», es muy difícil que sea llamado para dar conferencias en los teatros; lo que se desea en este caso (caso puramente industrial) es que vaya allá un literato de gran nombradía, muy conocido, muy ensalzado por los periódicos. De otra manera, siendo un artista conocido sólo y gustado por un grupo de espíritus selectos e independientes, ¿cómo iba a ser negocio el llevarle a América? ¿Quién iba a llenar el teatro?».

*  *  *

Ciertamente que este asunto debe considerarse de dos modos: como negocio y como arte; pero yo opino? con la venia del amigo Azorín, que el hecho de que una empresa gane llevando un escritor popular a América, no significa que el viaje de este escritor deje de producir frutos. En primer lugar, ¿en qué forma sino en ésta irá un escritor a las Repúblicas americanas a dar conferencias? ¿Pretende Azorín que por su cuenta y por acendrado amor al arte haga el viaje? Pero si los escritores populares de España, como Blasco, necesitan apoyarse en empresas editoriales poderosas para dar conferencias en América, los exquisitos, los que sólo conocen la crema de los elegidos, los santos de cenáculos íntimos, ¿cómo podrían excursionar al Nuevo Continente?

Por otra parte, no se trata de irnos a mostrar a los intelectuales americanos los hombres que más valen en España. Nosotros los conocemos de sobra. Se trata de conquistar masas, de hacer labor de propaganda mental, de unificar el idioma, de enlazar todas las manos que se tienden de uno y otro lado del mar, y esto no pueden hacerlo los exquisitos, esto lo hacen los populares, no los Valle Inclán, sino los Blasco Ibáñez.

Ya está mandado retirar ese desdén por los hombres que aciertan a conquistar a las almas simples. Los exquisitos son ingratos para con ellos, porque merced a ellos existen, como existe la crema merced a la leche.

Claro que ha de ser muy conveniente y muy útil como lo dijo arriba, que vayan a América Unamuno y Altamira; pero es muy útil y conveniente también que vaya Blasco Ibáñez.

Además, para repetir las palabras que Azorín oyó de boca de un argentino, «los españoles hablan de América como los franceses de España». Pero no los españoles cultivados y exquisitos; esos lo saben todo; saben hasta los nombres de las capitales de cada República, y suelen estar convencidos de que ya somos gente de razón y aun de que ejercitamos con cierta frecuencia la facultad de pensar. Los que suelen saber menos son los escritores populares, así de España como del Extranjero, y por allí se leen novelas en que la pobre etnografía y la geografía misma de nuestros países andan Dios sabe cómo. Y esos libros populares son los que nos hacen más daño; ya que hemos convenido en que los libros exquisitos no los leen más que las dos o tres personas exquisitas que hay en cada país, que vayan, pues, a América los escritores populares. Es posible que mañana Blasco, incitado por las reminiscencias de su viaje, escriba alguna novela sobre América, y es posible, asimismo, que en esta novela revele un conocimiento mejor de nosotros que el que los franceses revelan de los españoles.