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«La nueba ortografía racional»


Ha aparecido en Madrid un libro español, impreso con ortografía fonética, o sea con la «nueba ortografía razional».

Se llama «Pasado, presente, porbenir de la abiazión: Teoría práctica del buelo. Primera obra ke se escribe con ortografía natural».

Esto de primera obra será en España, pues en nuestra América, especialmente en Chile y en México, abundan los libros y opúsculos impresos con la «nueba ortografía». Precisamente viene a mi memoria un trabajo a mí dedicado por mi amigo don Aurelio González Carrasco (González Karrasko mejor dicho) y que apareció en las columnas de El Imparcial.

De todas suertes bueno está que en España empiecen a preocuparse de este asunto, en mi concepto más importante que la difusión del Esperanto.

Entendámonos primero en nuestro propio idioma y busquemos después medios de entendernos con los ultrafronterizos.

Emile Faguet, en un travieso artículo publicado en días pasados, a propósito de los moralistas, que en su concepto, no sirven de nada, afirmaba que hay dos ortografías: la de las costumbres y la de las palabras, y que con ambas acontecen dos cosas: 1.º, que nadie las sabe; 2.º, que todo el mundo quiere reformarlas.

Tiene razón de sobra Faguet. Nadie sabe la ortografía; pero en el caso actual se trata precisamente de reforzarla para aprenderla. La tal reforma no nos hará escribir mejor. Bien sabemos que los admirables autores del siglo XVII ortografiaron sus obras lo peor que pudieron, lo que no impide que éstas se-an inmortales, pero en aquellos tiempos no era mal visto eso de escribir buelo o vuelo, por ejemplo, y ahora, en esta época de las «buenas formas», poco nos importa la vaciedad del concepto con tal que vaya con el uniforme ortodoxo.

Un crítico español muy leído, refiriéndose a la ortografía fonética del «Pasado y presente de la abiación», al principio de estas notas citado, hace las siguientes sensatas observaciones:

«En general, toda ortografía es fonética. Los signos ortográficos corresponden o han correspondido a sonidos. La inmensa mayoría de las palabras se escribe, en castellano, como se pronuncia. Hay, sin embargo, en la escritura, letras que no corresponden ya a sonidos, o variedad de signos para expresar el mismo sonido. Las variaciones entre la pronunciación y la escritura obedecen a la historia de las palabras. Como es natural, la pronunciación varía más que la escritura, y elementos que mueren se transforman o se simplifican en la primera, subsisten y permanecen en la segunda, conservando al vocablo su fisonomía histórica o algunos rasgos de ella. De ahí nace la ortografía etimológica, que tiene casi siempre antecedentes fonéticos más o menos lejanos y acaso procedentes de otras lenguas.

«Evidentemente, la ortografía evoluciona en sentido fonético. Poco a poco se va reduciendo el elemento etimológico y se van simplificando los signos de la escritura para asignar a cada sonido un signo invariable. Cualquiera que vea escrituras y textos impresos del siglo XVII, y los compare con documentos actuales, observará que la ortografía presente es mucho más sencilla. Hasta el siglo XVII puede decirse que la ortografía es anárquica y varia. Sirvan de ejemplo las letras i e y. La y griega ha sido usada como vocal en muchos de los casos en que hoy se emplea la i, y ésta empleada como consonante en casos en que ahora se usa la y. El deslinde se ha operado respecto de la i, que en la actualidad se emplea sólo como vocal; pero todavía la y se usa como vocal en contados casos, cual el de la conjunción copulativa. La tendencia de la ortografía es a uniformar y a simplificar las formas de la escritura.

Ahora bien, el señor Andany y los que como él piensan, están muy de acuerdo con esa evolución de la ortografía; pero quieren acelerarla, implantando desde luego una escritura en que no haya para cada sonido más que una letra y en que cada letra responda a un sonido. Esto es lo difícil de la reforma. No hay duda de que si en un país la Academia, si por ventura la hubiese, y los principales escritores se concertaran para dar un golpe de Estado gramatical e implantasen la nueva ortografía, al cabo de poco tiempo se habría aclimatado, y las gentes encontrarían mayor facilidad para escribir. Pero no hay que engañarse, suponiendo que con esto quedaría resuelto de una vez para siempre el problema. La pronunciación varía antes que la escritura, y al cabo de tiempo volvería a haber en ésta elementos muertos, elementos históricos que no se corresponderían exactamente con los sonidos. Sería menester revisar de tiempo en tiempo la ortografía, como se revisan ciertos Códigos, y esta operación resultaría harto difícil, porque las variaciones de la pronunciación no son uniformes.

»Por eso, la ortografía etimológica no es tan artificial como parece, y la ortografía mixta de etimológica y fonética tiene su razón de ser, aunque sea más difícil y aparentemente menos lógica que la escritura fonética por completo. La pronunciación es variable y tiene poca fijeza. El h, por ejemplo, es sonido en algunas partes de España, y en otras no. La diferencia entre la v y la b tiene base fonética en algunas localidades y en otras carece de ella. Po eso la reforma ortográfica no puede hacerse precipiadamente por procedimientos dictatoriales, como lo que empleó Pedro el Grande para europeizar a lo moscovitas.

»De propósito he dejado aparte el argumento estético. A algunos les parece que perderían las palabras, al escribirse la nueva ortografía, su fisonomía propia, adquiriendo una bárbara y fea catadura o un seco aspecto de fórmulas matemáticas. Mas ésta e una ilusión del hábito y del uso. Al poco tiempo nos acostumbraríamos a la nueva escritura y la actual nos parecería entonces arcaica y oscura. Sin duda para las personas de letras serán siempre más interesantes las formas ortográficas en que la historia de las palabras haya dejado invisibles huellas; pero el lenguaje es de todos, y la comodidad de la mayoría pesa más en tal negocio que el placer de los doctos.

»En resumen: la ortografía que preconiza y practica el señor Andany es como un anticipo de lo que será verosímilmente la ortografía de lo porvenir, mas esta transformación se hará lentamente y será punto menos que imposible que desaparezcan del todo los elementos etimológicos, porque lo fonético se va convirtiendo en etimológico con el tiempo, por virtud de las variaciones prosódicas. No hay que olvidar que si la pronunciación es principalmente de origen popular, porque el uso común domina en ella, la escritura es de origen letrado y erudito. El pueblo, principalmente, ha hecho la pronunciación castellana; pero la ortografía la han hecho gramáticos, escritores, humanistas, impresores, gentes que tenían presente el latín y el griego y se guiaban por razones literarias y por el uso de los doctos».

Para concluir estas observaciones debo manifestar que los hispanoamericanos andamos mucho más necesitados que los españoles de una ortografía natural y simple.

El español más palurdo sabe que zapato se escribe con zeta y que en escepticismo hay una ese y dos ces: nosotros, es decir, los andaluces y nosotros, no lo sabemos, y sólo a fuerza de educar la mano logramos que ésta acabe por saberlo y maquinalmente escriba con corrección. Nos urge, pues, que las palabras se escriban como las pronunciamos.

Cierto que en lo de la zeta tendremos que buscar un modus vivendi con España, ya que para nosotros es una letra muerta, inútil, estorbosa, que se nos atraganta a cada paso; salvo en tal o cual palabra que la ha menester para presentársenos con su peculiar fisonomía y pergeño, como caza, aunque ni en ésta es indispensable. En efecto, con decir «casería» basta casi siempre, y en ciertos casos con la supresión o el uso del reflexivo se aclara todo, ya que decimos: «se anda casando» o anda casando, y así de las otras palabras en que parece reina absoluta la última letra del abecedario.