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Los conservatorios de declamación


El ilustre autor dramático Brieux, de la Academia Francesa, analizando el reglamento y las funciones del Conservatorio de París, se queja de que aquellas reglas que rigen para la Música no convienen en manera alguna a la Declamación, y observa que en el Conservatorio la música es todo, y el arte dramático, nada.

A propósito de esto hace algunas consideraciones que me parece oportuno traducir, porque tienen aplicación en buena parte a nuestro Conservatorio.

«Desde que se creó el Conservatorio -dice Brieux- todos sus directores han sido músicos: Cherubini, Auber, Ambroise Thomas, Theodore Dubois y Gabriel Fauré.

Sea cual fuere la gloria de un músico, sea cual fuere su competencia en armonía, no está calificado para dirigir estudios de Arte Dramático.

Se puede comprender a Bach, Beethoven y Wagner y ser incapaz de juzgar las aptitudes de los intérpretes de Racine, de Corneille y de Emile Augier.

Imaginad lo contrario: que a un literato se le confiase la dirección de los estudios musicales: ¡qué griterío, qué protestas de los compositores, los instrumentistas y los cantantes! ¡Y tendrían razón!

Ahora bien: puesto que tendrían razón, imitémosles y pidamos resueltamente, hasta que se haya practicado, la separación de la Música y del Arte Dramático.

Que se deje por tanto a monsieur Gabriel Fauré la dirección del Conservatorio de Música y que se cree al lado una Escuela de Arte Dramático, cuyo director sea un hombre del oficio, un hombre de Teatro, que haya hecho en el Teatro sus ensayos, que sepa hablar la lengua de todo ese pequeño mundo del teatro, que pueda gobernarlo, que admire lo clásico y guste al propio tiempo de las obras modernas.

Este hombre, ¿es posible encontrarlo?

Antes de que se realice esta reforma esencial, es inútil pensar en mejoras necesarias; porque las reformas nada son si el que está encargado de llevarlas a cabo no las ha deseado.

Entonces, y solamente entonces, se podrá discutir sobre los medios útiles para asegurar a la Escuela de Arte Dramático profesores asiduos, trágicos para la tragedia y cómicos para la comedia.

Se dará a esos profesores, de nuevo, el sitio que jamás debieron perder en las comisiones de examen. Se reconstituirá el Jurado, compuesto exclusivamente de hombres de teatro. Se prepararán algunas representaciones dadas por los discípulos en matinées, los jueves, en la sala de espectáculos de la Escuela, teniendo como público a los educandos de los liceos -sin críticos y sin periodistas. Se estudiará la creación de bolsas de viaje que permitan a los mejores alumnos ir a Londres, a Munich, a Berlín, a Viena, a Roma, a Atenas.

Se harán otras mil cosas que serán excelentes...

*  *  *

Monsieur Brieux no dice cuáles son algunas de estas mil cosas... pero con las que ha mencionado bastarían para formar un programa muy completo y muy fructífero.

En mi concepto, las tres cosas esenciales entre las que él apunta, son:

1.º Los hombres de teatro para dirigir el Conservatorio o el anexo del Conservatorio que se destine a la Declamación, como decimos nosotros.

2.º Las representaciones frecuentes, sobre todo aquellas que se dan ante los alumnos de las escuelas.

3.º Las bolsas de viaje.

En cuanto a la primer circunstancia, no necesita comento.

Es claro que resulta absurdo en demasía que un músico dirija a los aspirantes a artistas de verso; se necesita exclusivamente un actor. Hasta el señor de la Palice pensaría, así.

En México se ha solido echar mano de los poetas que recitan bien, para profesores del Conservatorio.

Yo los juzgo, en ocasiones, necesarios, porque los actores saben a veces declamar, pero no recitar, y hay bellezas en el teatro, en el teatro moderno sobre todo, sea poético o prosaico, que se pierden en absoluto con la declamación.

Pero es claro que si un actor reúne, las dos aptitudes de declamador y recitador, si sabe mover su voz en ese admirable registro medio, en que están los matices más delicados, las inflexiones más varias y el secreto de las emociones más sutiles, de las sensaciones más elegantes, mejor que mejor.

El teatro poético de hoy: El cuento de Abril, de Valle Inclán, por ejemplo, declamado se desnaturalizaría en absoluto. Necesita toda la suavidad de tono, toda la elegancia de dicción, todo el aterciopelado que cabe en el registro medio.

Y lo propio digo del teatro moderno de costumbres, del diálogo fino de los actuales comediógrafos franceses.

En cuanto a la segunda circunstancia, a las representaciones frecuentes, convencidos nos hallamos todos de que sin ellas no puede haber estímulo posible.

Un Conservatorio de Declamación, un anexo, una clase, lo que se quiera, se muere de agotamiento sin matinées teatrales.

Todo lo que fuera de, esto se haga es vano.

Por eso cuando usted, señor ministro, se sirvió confiarme el reclutamiento y formación de un grupo de jóvenes que pudiesen fundar más tarde el teatro mexicano, la comedia nuestra, insistí con tanto calor en la frecuencia de las representaciones.

Y está bien que éstas se den para los compañeros de las escuelas y liceos, almas nítidas, que tienen entusiasmos nuevos, ingenuos, y, por lo mismo, eminentemente estimuladores. Y está bien que no asistan críticos ni periodistas, cuyas crónicas, o inflamarían a los alumnos de vanidad precoz, o los desalentarían en absoluto.

Queda el tercer capítulo: el de las bolsas de viaje. Éstas se forman, como usted sabe, de muy diversas maneras, y en tal asunto podía servir buena parte del Reglamento que rige en nuestro Conservatorio para las pensiones-premios.

Con una subvención relativamente modesta; con producto de funciones dadas por los alumnos a beneficio de tan noble objeto; con un tanto por ciento de recargo a las entradas de los teatros; con una pequeña tributación anual de los alumnos mismos, podría acaso formarse un fondo que permitiese al mejor discípulo del año viajar por aquellos centros de Europa en que pudiere depurar y perfeccionar sus aptitudes.

Basten por ahora estos apuntes, que son a modo de breve cimiento de lo dicho por Brieux, y ya oportunamente insistí sobra asunto de tan reconocida importancia.