Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo- XXIV -

Los tratados literarios


Ramiro de Maeztu, en estos últimos días, ha abordado un problema de alto interés hispanoamericano.

Francia, según se sabe, o sea la Sociedad de Compositores y Autores Dramáticos, de París, representada en Buenos Aires por un enviado especial y por el ministro plenipotenciario de la República, está gestionando cerca del Gobierno argentino la adhesión del país del Plata al régimen de tratados de propiedad intelectual que prevalece en las naciones europeas.

Si las gestiones de los franceses tienen éxito, los españoles conseguirán también que se respete su propiedad intelectual en Hispano-América (exceptuando a México, con el cual hay, según todos sabemos, un tratado de luengos años de fecha).

El régimen actual, según Maeztu, es mucho más perjudicial para España que para Francia, porque España es más bien un país importador que no exportador de productos culturales, mientras que Francia es un país exportador.

Los franceses se ven obligados a pagar derechos de propiedad intelectual por lo que importan y traducen, pero ese gasto lo reembolsan diez veces con lo que exportan y dan para traducir. Mientras que España, según Maeztu, se halla en el caso contrario. Tiene que pagar derechos por lo que traduce y por lo que importa: novelas, grabados, música, teatro, reproducciones artísticas, manuales, libros de ciencia, artículos de arte industrial, etc.

La única compensación posible a este desembolso, piensa Maeztu que debía hallar España en la América que habla español; pero no la halla, excepto, como dije, en México. Y así no es posible que florezca la producción mental española.

Debe, pues, por todos conceptos, hacerse, especialmente con la Argentina, un tratado de propiedad literaria y artística.

He aquí el anverso de la cuestión, perfectamente dibujado y expuesto. Veamos ahora el reverso, a saber: lo que piensan en la Argentina.

La Prensa, de Buenos Aires, ocupándose del asunto en uno de sus últimos números, dice: «En cualquier pacto de esta naturaleza entre los países europeos y los hispanoamericanos, iríamos a pérdida segura, porque encarecía irremediablemente la producción intelectual, de la que nos encontramos ávidos, dificultando la producción del libro y de las obras artísticas en general; no recibiríamos, en cambio, el más mínimo beneficio y nos inhabilitaríamos involuntariamente para utilizar en pro de la cultura los tesoros de la inteligencia extranjera.

»Hay un interés argentino, un interés americano en difundir la cultura por todos los medios posibles, poniendo la producción cerebral, que enseña y dignifica, al alcance de cuantos seres deseen obtenerla».

La Prensa, elogia en seguida el tratado hispanomexicano de propiedad literaria.

En su concepto, para la opinión argentina sería el único aceptable, porque aseguraría los derechos de los autores nacionales y extranjeros, pero a condición de que sus obras fuesen producidas dentro de la República.

*  *  *

Queda, por tanto, planteado el problema en términos elevados, y refiriéndose a él Maeztu dice en otra parte, con mucha independencia y alteza de espíritu por cierto:

«Mientras se trataba únicamente de intereses era difícil que un hombre delicado interviniese en ello. Los españoles sólo decían que les convenían los tratados; los hispanoamericanos contestaban que no les convenían a ellos. Ambos estaban en lo firme. Pero comprendo que Ángel Ganivet, con su hidalguía fundamental, se asquease de los argumentos españoles y proclamara en su Idearium español que no debíamos aspirar a cobrar en dinero la expansión de nuestro espíritu en América, sino regocijarnos desinteresadamente de que nuestra labor mental continuase influyendo sobre los pueblos de nuestra sangre».

Pero esto es elevar la cuestión del plano estrictamente mercantil al plano cultural.

«Si fuera cierto -dice Maeztu- que el actual régimen redundara en beneficio eminente para la cultura hispanoamericana, no tendríamos más remedio que bajar la cabeza.

»Pero no es así. El único beneficio que obtienen los hispanoamericanos es algún abaratamiento en la importación y traducción de ciertas obras de carácter popular, como novelas y piececillas de teatro que, por lo común, no se proponen esencialmente elevar el promedio cultural.

En cambio, ese abaratamiento dificulta en los países hispanoamericanos y en España la creación de cultura propia. Es evidente que, por ahora, los beneficiados con un régimen de tratados no serían los tratadistas, ni los ensayistas, ni los pensadores, ni los músicos de cámara, ni los sinfonistas, ni los poetas, sino unos cuantos escritores de literatura ligera. Pero el régimen de tratados haría posible la subsistencia de una literatura científica, seria, fundamental, española e hispanoamericana, que es lo que no tenemos, ni unos ni otros, y que es lo que forma la substancia cultural de un pueblo.

»La literatura importada, de aluvión, inexpresiva de nuestro estado de conciencia, vale poco. La literatura que influye sobre nosotros es la nuestra. Para el alma argentina vale más La gloria de don Ramiro, de Larreta, o La instauración nacionalista, de Rojas, que la lectura-pasatiempo de cuatrocientas novelas francesas. Unamuno ejerce mayor influencia sobre el alma española -y conste que mi antiunamunismo va en aumento- que Tolstoi, Anatole France y Bernard Shaw reunidos.

»El valor de mis correspondencias para La Prensa, Nuevo Mundo o Heraldo, no creo que dependa tanto de mi acceso inmediato a la vida política y literaria de Londres, como del punto de vista de un español, criado o educado en España, lleno de emociones españolas, en correspondencia y en trato personal constante con españoles e hispanoamericanos.

En resumen, un poco de cultura de propia creación vale cien veces más que un mucho de cultura importada. La cultura propia es, esencialmente, formativa; la cultura importada es, esencialmente, informativa.

»Pero la cultura propia hay que pagarla, no sólo porque es justo pagarla, sino porque como es dolor y esfuerzo, difícilmente se encontrará quien la produzca como no le obligue a ello la necesidad de ganarse la vida. El caso del hombre adinerado o del funcionario público que dedique la existencia a la formación y expresión de un ideario, será siempre excepcional y esporádico. Como el cura del pie de altar, así ha de vivir el autor del libro, si hemos de salir alguna vez, españoles e hispanoamericanos, de nuestra producción inconexa, desordenada, relejo de reflejos, satisfacción de vanidades, naderías...

»Un régimen de tratados favorecería de momento el arte popular en España, en perjuicio de algunos pocos impresores de Hispano-América. Ello me interesa poco. Pero luego favorecería también la producción española de mayor importancia. Y así sería posible que tuviéramos sinfonistas, periódicos artísticos, ensayistas, pensadores, etc. Ello favorecería a España en primer término, pero también a Hispano-América por la emulación ya existente entre los intelectuales de la lengua española de allende y de aquende el mar. Y, además, aceleraría el momento en que Hispano-América crease su producción propia, en competencia con la nuestra, al brindar a sus intelectuales el mercado de España».

*  *  *

¿Qué decir sino que abundo en las ideas de Maetzu?

Más aún: ¿no podría afirmar acaso que usted, señor ministro, abunda también en ellas? Es decir, que mucho antes de que Maeztu las expresara, ya usted, con su gran claridad de espíritu y de concepto, se servía manifestarlas a todos los escépticos que veían el tratado literario entre México y España como algo nocivo o inútil, cuando menos para nosotros.

Cierto es, por otra parte, que las ventajas de nuestro tratado serán mayores para México cuando todas las naciones de Hispano-América, o siquiera las más importantes, hayan pactado con la madre patria los suyos respectivos, pues entonces se iría elevando paulatinamente, así en España como en México, el nivel de las ideas que se cambiasen, tal como lo siente Maeztu.

El problema es de todos modos tan interesante, que me propongo volver sobre él en alguno de mis próximos informes.