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ArribaAbajo- XXXI -

De las nuevas orientaciones de la novela


Octavio Uzanne, el amable y sagaz escritor, ha llevado a cabo en estos días una información curiosa relativa a las corrientes literarias europeas de nuestro principio de siglo.

Según él y con él, en concepto de muchos grandes libreros parisienses, la decantada crisis del libro no existe.

Aún se lee y se lee mucho, si se tiene en cuenta que vivimos más de prisa, que los deportes de todo género han adquirido enorme ascendiente en las sociedades modernas, y que nuestros vagares son mucho menores que antaño.

Aún se lee, sí, señor: sólo que se leen cosas muy distintas de las que se leían hace diez años, quince años si os parece mejor.

Cierto importante librero de esos que saben percibir las menores pulsaciones del público, interrogado por Uzanne, respondióle:

-«Hay una gran diferencia entre nuestro público actual de compradores y el que teníamos que contentar hace unos quince años. Ya no se trata de la misma gente. En otro tiempo nuestra clientela se componía de eruditos reales o superficiales, o sea de aficionados más o menos bibliófilos, muy meticulosos, curiosos de ejemplares intactos o escogidos y de autores consagrados. Entonces había aún mandarines literarios, de cuyos libros se hacían tiradas enormes: 40, 50, 60.000 ejemplares y aún más. Algunos jefes de escuela quedaban aún en esa época en la República de las letras: Loti, Daudet, Anatole France, Verlaine, y los jóvenes revelados merced al Mercurio o la Revue de Paris, los provocadores de escándalo. Desde hace tiempo todo eso se ha nivelado. Ya no se conocen las tiradas de cien mil. Seguramente se venden menos ejemplares de un solo libro; quizá se vende más de la masa de las producciones nuevas, en un género más serio.

-¿Esta producción -preguntó Uzanne- es, sin embargo, excesiva? ¿No es cierto que aumenta y se exagera cada día?

-No podría yo negarlo. Es espantoso lo que se produce. Ya no se puede diferenciar a nadie. Los nombres conocidos se ahogan en la masa de los desconocidos. La novela abunda sobre todo y se desborda.

-¿Y se venden las novelas?

-Cada día menos, si no me engañan mis observaciones rectificadas, por lo demás, por las de mis colegas. El público parece fatigado por las obras de ficción. Hubo un momento en que, ayudado por una publicidad ingeniosa, el lector se dejó seducir; pero hoy ya no se deja engañar ni por el reclamo mejor disfrazado. Está cansado de toda esa literatura en que no se encuentra más que el amor, el adulterio, asuntos sexuales, psicologías femeninas, confesiones sin originalidad. La novela popular, en ediciones muy baratas, se vende aún como pan; pero el libro de imaginación, los cuentos, las novelas, los estudios pasionales, las psicologías refinadas, las aventuras de amor, «el 3 frs. 50», como decimos nosotros, se halla en el marasmo, en la decadencia. Todos los editores lo dicen. Se desea otra cosa, eso no interesa ya a nadie. Hay seguramente un krack de la novela». ¿Cuáles son las causas de estas nuevas orientaciones?

Los editores les asignan muchas. Hay quien se mete en honduras para analizar lo que existe dentro del espíritu de las muchedumbres.

Pero yo me digo: ¿para qué tanto trabajo inútil?

Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos. He aquí la vieja, la vulgar pero suprema razón de ésta y de todas las mutaciones del planeta. Un lugar común si queréis, mas por ventura, ¿no son lugares comunes las leyes todas del mundo una vez conocidas?

He dicho antes que los deportes dejan menos tiempo para leer: pero entendámonos. Dejan menos tiempo, no a los que usan de ellos racional y moderadamente, sino a esa sociedad frívola, snob, ultra-smart, que les dedica todas las horas libres del día, y esa sociedad, fuerza es decirlo, jamás ha leído mucho que digamos. No se trata de gente con quien puedan contar los escritores: no les resta ningún valor con su abstención. Los que usan, sin abusar, de los deportes, sí leen. Sólo que ya no leen novelas. Prefieren a las obras de ficción las obras de realidad.

Los deportes, por otra parte, en el sentir del librero interrogado por Octavio Uzanne, han creado una literatura técnica especial, que va enraizando en un mundo nuevo. Hay entre ella los mapas de las carreteras las guías prácticas, las publicaciones de viajes y de conferencias geográficas, etc.

Nunca se han vendido tantos libros de este género como ahora, y los editores que han sabido presentir los nuevos gustos se han enriquecido.

-¿No estima usted -pregunta Octavio Uzanue a su librero- que los grandes magazines ilustrados cuya boga persiste, la afición a los grandes diarios, más difundidos que antes y que dan a millones de lectores novelas, cuentos y dramas de apaches, frescos, de la víspera y puestos en escena por redactores que tienen estilo de folletinistas; no estima usted, digo, que todo ese papel impreso para la masa ha podido perjudicar al libro digno de tal nombre?

-Eso se dice y se repite; pero ¿puede usted creerlo verdaderamente? Esté usted seguro de que en todos esos decires hay una evidente exageración. Yo sé bien que se trata de la opinión general, pero quizá esta opinión ha sido falseada. El público que lee los periódicos o es un público aparte que no lee más que eso, o bien un público elegido que, se educa para el libro, inconscientemente, y que debe formarnos poco a poco un considerable contingente de compradores. Ese público se afina, se instruye, se da cuenta y va creando su juicio y su discernimiento. Percibe muy pronto que el tiempo pasado en la lectura de la mayor parte de las novelas es un tiempo irremediablemente perdido y sin provecho alguno. No tarda en convencerse de que las obras de gran reportaje sobre los países extranjeros, como los libros de Julio Huret, los cuadros de viaje a la manera de Pierre Loti, de Andrés Chevrillon y de tantos otros, las memorias auténticas, los recuerdos históricos, los estudios sobre el pasado artístico, pintoresco y mundano, o sobre el movimiento social; que los retratos literarios, y por último las memorias de hombres y mujeres célebres de otros tiempos, constituyen lecturas infinitamente más nutritivas, más reconstituyentes que las historias imaginarias que se parecen todas y en las cuales hay demasiada aventura. Debemos convenir en que los volúmenes de documentación histórica son de un precio muy elevado; pero eso no detiene a los compradores distinguidos, que cada día son más, cuando se trata de estudios científicos y de obras de vulgarización tales como las memorias.

Las de madame de Boigne, por ejemplo, tuvieron un verdadero éxito; el «1815» de Houssaye, las publicaciones de Frederic Masson sobre Napoleón y su familia, los grandes volúmenes sobre madame Du Barry por Saint André, sobre el duque de Morny por Lolliée, sobre Taillerand, los numerosos estudios de historia literaria de León Seche, todo eso se vende a maravilla y mil veces mejor que las novelas, no obstante que el precio es más elevado.

*  *  *

En suma, que las modernas orientaciones literarias son más definidas, más seguras, más nobles.

Ello obedece a la instrucción más sólida y perfecta que se da en las escuelas y al perenne escenario de la civilización en todo lo que tiene de sugestivo, y especialmente al ya familiar espectáculo de la máquina, cuyo organismo cada día nos maravilla por modo eminente.

El muchacho que sale de las escuelas superiores posee un bagaje tal que puede comprender el mecanismo extraordinario de la vida moderna.

Se apasiona por los adelantos de los cuales es espectador; desea contribuir a ellos y busca en los libros serios la explicación de lo que aún ignora.

Por otra parte: ¿Por qué la literatura, la novela sobre todo, ha de ser un mero pasatiempo, menos útil todavía que el tennis o el golf?

¿Por qué el literato, el novelista, no han de contribuir de una manera más directa, más efectiva, más substanciosa al movimiento cultural moderno?

Los novelistas profesionales tienen una indicación harto clara de las orientaciones actuales, si leen con reposo los párrafos de este informe.

Hay cien actividades literarias posibles fuera del esfuerzo novelesco que, por cierto, gasta más fósforo que el libro de literatura técnica.

¿Por qué no ir paralelamente a las exigencias de su época?

El escritor debe ser ante todo un ser actual, es decir, debe moverse en el medio ambiente en que se mueven los espíritus contemporáneos.