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La «leona» ibérica del Zaricejo (Villena) y su contexto arqueológico

José M.ª Soler García





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La reciente aparición de la ya célebre «Dama de Baza» y su repercusión popular, han reavivado el interés por la plástica ibérica, y es ésta una buena ocasión para recordar que en el Museo de Villena existe también una hermosa cabeza femenina, muy similar en factura, aunque menos lujosa, que la de Baza1, y una pieza animalística de la que dimos somera cuenta en una breve nota publicada en el núm. 3 del periódico mensual «Villena», correspondiente al mes de marzo de 1968, la cual tuvo, como es lógico, muy limitada difusión. Llevaba por título aquel artículo «La "leona" ibérica del Zaricejo», y en él nos limitábamos a relatar las circunstancias del hallazgo y a publicar una fotografía de aquella pieza, reproducida después en un reportaje acerca del Museo de Villena publicado por Francisco G. Seijo en el diario «La Verdad», de Alicante, el 29 de septiembre de aquel mismo año. Del hallazgo se hizo también eco el diario alicantino «Información» en su número del 10 de febrero de 1968.

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De las relaciones entre el yacimiento ibérico del Zaricejo y el poblado de «Terlinques», de la Edad del Bronce, nos ocupamos en colaboración con Eduardo Fernández Moscoso, en el estudio de este último yacimiento que dimos a conocer en el núm. 10 de los «Papeles del Laboratorio de Arqueología», de la Universidad de Valencia, en 1970.


Situación

El Zaricejo (Lám. I) es un valle cuaternario que se extiende entre el anticlinal triásico que atraviesa el término de Villena de Norte a Sur y cuyas elevaciones principales en esta zona son los cabezos de «Jordán» y de «Terlinques», y la sierra del «Castellar» al Oeste, así llamada por las ruinas de unos muros de piedra que se conservan en la meseta superior y que ya se consideraban muy antiguos en 1575, pero que no han suministrado hasta ahora más que algunos vestigios medievales.

Es el Zaricejo una cuenca hidráulica alimentada por las sierras del Oeste e independiente de la del Vinalopó, de la que la separa la citada sierrecilla triásica.

Una importante empresa, la Sociedad del Canal, adquirió gran parte del valle para el aprovechamiento de las aguas subterráneas intensamente explotadas desde hace siglos y de las que se surten todavía algunos pueblos de la cuenca baja del Vinalopó. La Sociedad, que adquirió también una de las fincas del Zaricejo, procedió a roturar sus terrenos para la plantación de frutales en gradas escalonadas hacia los cabezos del Este.

En la terraza sexta, a contar desde el camino de Salinas a Caudete, que pasa por delante de las fincas, se formaba hacia el centro un leve altozano, hoy ya aplanado, que descendía hacia el Norte. El 25 de enero de 1968, cuando el joven José Ángel Revert efectuaba labores de arado mecánico en dicho altozano, desenterró la escultura, de la que el propio encargado de la compañía, D. Bernardo Conca Amorós, nos hizo entrega el mismo día de su aparición con una celeridad digna del mayor encomio. Nos complace destacar esta actitud del señor Conca, quien ha prestado un inestimable servicio a la Arqueología española, no sólo con la entrega inmediata de la pieza, sino con la interrupción momentánea de los trabajos agrícolas   —69→   para que pudiéramos explorar cómodamente los terrenos en que apareció.

Desgraciadamente, estos terrenos, profundamente removidos (Lám. I, B), no permitían ya una metódica excavación, y hubimos de limitarnos a observar detenidamente el trabajo de las potentes máquinas agrícolas puestas a nuestra disposición por el Alcalde de la ciudad, D. Pascasio Arenas López, y a recoger los materiales que iban poniendo al descubierto y los que se encontraban esparcidos por la superficie del yacimiento.

Digno de destacarse es el hecho de que toda la extensión explorada por las máquinas se hallaba exenta de piedras, de las que sólo encontramos un informe montón justamente en la zona en que la escultura apareció. El resto eran tierras arcillosas rojizas, entre las que, de vez en cuando, a unos cincuenta centímetros de profundidad, podían observarse manchas oscuras cenicientas, que alguna vez contenían fragmentos cerámicos con pintura geométrica.

Según nos informó el propio Sr. Conca, las piedras que anteriormente habían ido apareciendo durante la roturación, se depositaban en dos lugares distintos: uno al Sur de las terrazas, en el hondo que forma un reguero que desciende desde los cabezos orientales, y otro, al Norte, cerca del camino que conduce al Zaricejo por la carretera del Puerto en su desviación desde la Curva de la Acequia del Rey. El examen de estos montones de piedras sólo nos ha proporcionado dos fragmentos de molinos de orejas en el agrupamiento meridional del citado reguero.

Un metro al oeste del punto en que la escultura se hallaba y a su mismo nivel, aparecieron otros molinos circulares cuya posición puede verse en la Lám. I, C.




Interpretación del yacimiento

Las consecuencias que hemos podido extraer de todas estas observaciones, realizadas con nuestro habitual equipo de colaboradores Miguel Flor, Enrique y Pedro Domenech Albero y José Serrano, son escasas y aún contradictorias, por lo que a la naturaleza del yacimiento se refiere.

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Ni la cantidad de piedras extraídas ni la situación de las pocas que aún permanecían dudosamente «in situ» autorizan a pensar en un poblado de viviendas rectangulares similar a cualquiera de los ya conocidos. Por otra parte, la gran extensión que pudo explorarse con mayor cuidado, incluso fuera de los límites de las tierras roturadas, no puso al descubierto resto alguno de aquellas posibles viviendas. Si el poblado existió realmente, tuvo que ser arrasado en su totalidad, cosa menos difícil, dada su cómoda situación en un transitado valle, que en los situados en alturas fortificadas.

Cabe también la posibilidad de que se trate de una necrópolis de incineración, avalada por las manchas cenicientas con cerámicas pintadas y aun por la misma escultura. Pero, aparte de que estas manchas cenicientas pueden también corresponder a simples hogares y de que en los poblados ibéricos las vasijas pintadas no son exclusivas de las sepulturas, existen esparcidos por el yacimiento multitud de fragmentos de grandes ánforas y de vasijas ordinarias que en otros poblados son de uso común, y abundan también las piedras de molino que no podemos considerar como ofrendas funerarias.

Una tercera hipótesis, la más plausible sin duda, es la de un poblado de llanura totalmente arrasado con su necrópolis de incineración, de la que la «leona» pudiera ser el simbólico guardián, convenientemente emplazado sobre el montón de piedras que apareció en sus inmediaciones.

Quede todo ello en el terreno de las simples conjeturas, sin base firme en qué apoyarlas, y limitémonos a presentar los materiales recogidos, que nos sirven, cuando menos para fijar con bastante seguridad la cronología del yacimiento.




Los materiales

Mencionemos, en primer lugar, tres fragmentos cerámicos claramente asignables al complejo neolítico-bronce (fig. 1.ª, números 1, 3 y 4), uno de ellos totalmente liso, otro con cordón en relieve, y el tercero, con restos de un mamelón de aprehensión. A la caída del altozano, fuera ya del núcleo principal de yacimiento ibérico, apareció una punta de flecha de talla bifacial, cruciforme, de sílex blanquecino, fraccionada en su extremidad   —71→   aguda (fig. 1.ª, núm. 2). Todo ello ha llegado al yacimiento ibérico rodado, sin duda del vecino poblado de «Terlinques».

Los materiales propiamente ibéricos son los siguientes:

Ánforas y grandes vasijas:

No son infrecuentes los fragmentos de grandes vasijas de paredes gruesas, colores amarillentos y boca estrecha con ligero reborde aplastado (fig. 3.ª, núms. 5 y 7). Algunos de estos fragmentos se presentan con franjas de un leve resalte finamente acanalado (fig. 3.ª, n.º 6), circunstancia ya observada en algunas ánforas de tipo púnico del «Puntal de Salinas». A estas ánforas pertenecen algunas grandes asas, redondeadas o con ancho surco longitudinal.

Cerámicas acanaladas:

No escasean los fragmentos de cerámicas con superficie ondulada (fig. 3.ª n.º 3) o con acanaladuras más o menos anchas (fig. 3.ª núms. 2 y 4). En algunos ejemplares, los surcos paralelos alternan con relieves regularmente aplanados (fig. 3.ª, n.º 1). Suelen ser también estos tiestos de color amarillento o rosado y cocción uniforme.

Ollas de pasta ordinaria:

A diferencia de las anteriores y de las cerámicas pintadas, que suelen ser de arcillas finas bien levigadas, estas ollas, tan abundantes aquí como en el «Puntal de Salinas», son de pasta poco cuidada, con numerosos cristales blancos como desgrasante, paredes no muy gruesas y superficies porosas y granulosas. Suelen ser de color siena o gris más o menos oscuro, de tamaños diferentes y formas muy similares a la que presentamos como ejemplo de nuestra figura 4.ª. Por su pasta deleznable se fragmentan con facilidad.

Más cuidada de pasta y factura es la ollita con asas de nuestra fig. 5.ª n.º 1, de color amarillento, bien alisada en el exterior y ondulada en la cara interna.

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Vasos de cerámica gris:

De esta especie, tan debatida en cuanto a su origen, sólo hemos recogido los tres fragmentos que presentamos en nuestra fig. 5.ª, núms. 2, 3 y 4. En el del núm. 2, la pasta es oscura, casi negruzca. Algo más clara la del núm. 3 y de un color ya siena la del núm. 4. En todos ellos, las superficies son de un color plomizo, con cierto pulido brillante en las partes mejor conservadas.

Cerámica con decoración pintada:

Son muy abundantes, y se caracterizan por su pasta fina y bien cocida, hasta el punto de que son relativamente raros los fragmentos que presentan la clásica franja gris emparedada entre las rojizas o sienas de las superficies.

En un gran porcentaje, la decoración es simplemente lineal, en franjas paralelas de muy diferente anchura que alternan en la misma pieza, tanto en la superficie externa como en la interna. Muchas veces, esta pintura, de un rojo vinoso, se fija sobre un engobe amarillento que salta con facilidad. Por esta circunstancia, es de suponer que muchos fragmentos que hoy se presentan lisos, estuvieran también pintados en su origen figs. 6.ª, 7.ª y 8.ª).

Con esta decoración de franjas se combinan, en algunos ejemplares, otros temas geométricos de líneas paralelas onduladas, puntos y trazos gruesos o semicírculos y sectores concéntricos, de todos los cuales presentamos diversos ejemplos en nuestras figs. 7.ª núm. 4, 9.ª, 10.ª y 11.ª. Algunas de estas vasijas presentan asas sencillas o de doble y triple nervadura. En algunos ejemplares alternan con las franjas pintadas cordones en relieve (fig. 9.ª núms. 2 y 5), y en otros, se observa una diferente gradación de color en las líneas paralelas, no sabemos si accidental o voluntariamente buscada.

En cuanto a las formas principales, nos remitimos a las que hemos podido reproducir en nuestros dibujos, que no presentan novedades respecto a las de otros yacimientos ya conocidos.

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Cerámicas de barniz negro:

Sólo hemos podido recoger dos fragmentos de pasta rosada y barniz negro brillante. Se trata en ambos de fragmentos de pies, uno de ellos con la característica uña en el borde de apoyo (fig. 2.ª, núm. 1). El otro pie, redondeado, alcanza hasta el fondo del vaso, en el que puede observarse un estriado de ruedecilla (fig. 2.ª, núm. 2). Por su tamaño, pueden pertenecer a páteras «precampanienses» de la forma 21, como las que abundan en el «Puntal de Salinas» o en la «Bastida de Mogente».

Lo que no hemos visto, hasta ahora, es fragmento alguno «de figuras rojas», tan abundantes en Salinas, ni de cerámica «Sigillata», y es curioso que un trozo de ésta última apareciera en las laderas de «Terlinques» como hallazgo esporádico.




Otros objetos

Fusayolas:

Se recogieron los dos ejemplares de la Lám. III. Uno de ellos es bitroncocónico de base aplanada y su pasta, pardusca en la base, se hace más clara en el cono superior. Mide 2'5 cm. de altura y 3 de diámetro máximo.

El otro es de forma lenticular, pasta negruzca con abundantes partículas blancas, y presenta en una de las superficies un estriado radial que no llega al orificio central. Mide 4 cm. de diámetro por 2,5 de espesor.

Caracoles perforados:

Recogimos docena y media de estos moluscos, todos con una perforación circular a escasos milímetros de la boca. Son de una especie todavía común en la comarca: los llamados por los campesinos «caracoles serranos» (Lám. II B).

Nos hacía presumir la aparición de estos moluscos perforados el hecho de haberlos encontrado antes en otros dos yacimientos ibéricos de la comarca: el del «Puntal de Salinas» (Lám. II, A), y el de la «Sierra de San Cristóbal» (Lám. II, C), separados ambos por una distancia cronológica de un par de siglos, a juzgar por sus cerámicas pintadas, geométricas en el «Puntal» y con motivos florales o animalísticos en «San Cristóbal».

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Aparentemente, este tipo de moluscos perforados pueden interpretarse como cuentas de collar, pero hay varios hechos que parecen oponerse a esta suposición. Uno de ellos es que, en el «Puntal de Salinas», cuya necrópolis pudimos explorar y que habremos de publicar con todo detalle, no apareció ninguno de estos caracoles en las sepulturas, bien dotadas alguna de ellas de cuentas de barro o de pasta vítrea, entre otras cosas.

En una de las viviendas del poblado observamos, en cambio, un hecho singular. La vivienda era de planta rectangular y poseía en su centro un banco o poyo aislado, construido con piedras y tierra. Entre el poyo y la pared meridional había un hogar circular, de aproximadamente un metro de diámetro, con un amontonamiento de carbones y cenizas y, entre éstas, más de un centenar de caracoles perforados todos en el mismo sitio. El hecho curioso es que, entre el poyo central y la pared opuesta, en el piso libre de cenizas y carbones, había un par de centenares de estos mismos caracoles sin perforación alguna.

Sometemos este hecho a la consideración de los estudiosos en espera de que alguien encuentre la explicación satisfactoria que nosotros no hemos sabido hallarle.

No deja de ser también extraña la ausencia de este tipo de caracoles perforados en ninguno de los yacimientos ibéricos bien excavados si nos atenemos a la bibliografía que hemos podido consultar y a las gestiones personales con algunos colegas.




La escultura

En este ambiente arqueológico apareció la cabeza escultórica de que ahora nos vamos a ocupar.

La abundancia de escultura de animales en el área levantina meridional de la cultura ibérica es bien conocida. Baste recordar, y no a título de inventario exhaustivo, el «grifo» de Redován; las dos «esfinges» y la «bicha» de Agost; los «toros» de Guardamar y de Rojales; la «bicha» de Balones; el desaparecido «toro» de Sax, y los fragmentos de Elche y de la Albufereta, todos ellos localizados, como se ve, en la provincia de Alicante.   —75→   Pero a este ambiente pertenecen también, si prescindimos de arbitrarias divisiones administrativas, los «ciervos» de Caudete, la «leona» de Bocairente y, más al Norte todavía, la «bicha» de Balazote y muchos otros ejemplares de las provincias de Albacete y de Valencia.

Las mismas denominaciones que se dan a muchas de estas esculturas, «esfinges», «grifos», «ciervos» y, sobre todo, «bichas» ya indica lo difícil que es determinar las especies de animales representados, muchos de ellos realmente fantásticos, pero en el caso de Villena, no creemos pueda ponerse en duda que se trata de una verdadera «leona», pese a su estado de fragmentación antigua. Ello puede comprobarse más claramente en el lado izquierdo, que es el mejor conservado, con su oreja aplastada sobre el cráneo y su robusta mandíbula, finamente labrada (Lám. IV).

Tiene, sin embargo, una particularidad que la distingue de sus congéneres conocidas, y es la curvatura antianatómica de sus molares superiores, de los que conserva cinco, separados del único que posee en la mandíbula inferior por un hueco cuadrado del mismo tamaño que los molares. Quizá el artista quiso representar así la violencia con que el animal apresaba algo entre sus fauces, como parece demostrar un trozo curvo que, partiendo de la única muela inferior, llega hasta la primera de la mandíbula superior, como puede observarse en nuestras láminas IV y V.

Con la finura general de labra en cráneo cuello, orejas y mandíbula, contrastan el esquematismo y rigidez faciales. La nariz se reduce a un simple relieve recto que se bifurca casi en ángulo recto para formar las cejas, que terminan junto al inicio de las orejas.

Perfectamente labrados conserva los ojos, con pupilas almendradas y rodeadas de unos finos párpados en relieve, cuyo espesor aumenta hacia la parte superior. Visto por el lado izquierdo, que está bastante mutilado (Lám.VI) el perfil de la cara parece antropoide.

En conjunto, la pieza es de buena factura, y está labrada en una pieza caliza blanquecina, recubierta de una pátina rojiza que le dieron las tierras arcillosas en que estuvo enterrada.

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Mide en lo conservado 34 cm. de largo, 34,5 cm. de altura y 25 de anchura o espesor. La longitud de las orejas es de 13 cm. con el orificio aricular a 2 1/2 de cm. de la ceja. El cráneo, oval, presenta tres estrías paralelas, a 3 centímetros una de la otra.




Cronología

Si nos atenemos exclusivamente a los materiales recogidos, únicos verdaderamente válidos, ya que los ausentes, y más en un caso de exploración irregular como el presente, pueden conducir a errores de interpretación, por la decoración geométrica de las vasijas y, sobre todo, por los dos fragmentos «precampanienses» de barniz negro, el yacimiento entra de lleno en el Grupo III de Tarradell2, que es el de los poblados «antiguos» de la civilización ibérica que desaparecieron tras una corta vida. En este grupo se incluyen los de «La Bastida», de Mogente; «Covalta», de Albaida; «El Puntal» de Salinas; «El Puig», de Alcoy; «La Mola de Torró», de Fuente la Higuera, «La Mola», de Agres, y, como más interesantes para nuestro objeto, el «Cabezo Lucero», de San Fulgencio, la «Loma de Galbis», de Bocairente, y el «Pixocol», de Balones, que han proporcionado también esculturas animalísticas.

La fase final de todos estos poblados, que es naturalmente la de superficie, puede fijarse, casi con toda seguridad, en la segunda mitad del siglo IV antes de J. C., y a esta fecha pertenece, sin duda, el poblado y la «leona» del Zaricejo de Villena.

(Dibujos del autor. Fotos Soler e Iñíguez)



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Fig. 1

Fig. 1-. El Zaricejo. Cerámicas de la Edad del Bronce y punta de flecha de sílex.

Fig. 2

Fig. 2-. El Zaricejo. Dos fragmentos "precamparienses" de barniz negro.

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Fig. 3

Fig. 3-. El Zaricejo. Cerámicas acanaladas (núms. 1 al 4) y trozos de ánforas (núms. 5 al 7).

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Fig. 4

Fig. 4-. El Zaricejo. Olla de pasta
ordinaria, de color siena.

Fig. 5

Fig. 5-. El Zaricejo.

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Fig. 6

Fig. 6-. El Zaricejo. Cuencos con decoración de franjas pintadas. El núm. 2, con
un pequeño orificio cerca del borde.

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Fig. 7

Fig. 7-. El Zaricejo. Bocas ibéricas de vasijas pintadas.

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Fig. 8

Fig. 8-. El Zaricejo. Fondos de vasijas ibéricas pintadas.

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Fig. 9

Fig. 9-. El Zaricejo. Cerámicas ibéricas con decoración geométrica. En los núms.
2 y 5, la pintura alterna con cordones en relieve.

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Fig. 10

Fig. 10-. El Zaricejo. Cerámicas ibéricas con decoración geométrica.

Fig. 11

Fig. 11-. Bocas y fragmentos ibéricos con decoración geométrica.
El núm. 4, de color gris con decoración marrón.

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Lámina I

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Lámina II

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Láminas III y IV

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Láminas V y VI







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