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- IX -

     CUÁN perecederas y miserables, dice el poeta, son las cosas de la vida, y qué instable es la fortuna para los humanos! Sólo Allah es eterno, y sólo Él es Inmutable!... Pero �así como ha concedido sus beneficios en lo pasado, los concederá clemente en lo que está por venir� a sus elegidos!

     Tal pensaba el Sultán en su impaciencia, esperando el regreso de su alada emisaria. Tal pensaba consumido por ardiente afán, y dominado por honda preocupación invencible, mientras el tiempo, lento y majestuoso, como símbolo de la eternidad divina, discurría impasible, sin que los ojos del Amir, entre las avecillas que surcaban de todas partes el espacio, distinguieran el sosegado y rápido vuelo de aquella a quien había confiado su corazón, y de quien aguardaba como las plantas el rocío bienhechor de la mañana, palabras de esperanza y de consuelo!

     Cercana estaba ya la hora de adh-dhojar(14), y todavía el Príncipe continuaba en su puesto. El sol, penetrando por entre los calados de los arcos que dan paso al Patio de la Alberca en el alcázar, llegaba casi hasta los pies del Príncipe para saludarle risueño; bullía la multitud en la calle que aprisiona con su pretil el Darro paralelamente a la colina roja, y del frontero Albaicín y de la ciudad, llevaba el aire hasta los oídos del joven el eco de esos mil rumores que denuncian la vida en una población tan importante como lo era la celebrada corte de los Jazrechitas.

     Juzgándose la más infeliz de las criaturas, Abd-ul-Lah, lleno de despecho, herido profundamente en su amor propio, y perdidas las esperanzas, dejose ganar por la cólera ante aquel inexplicable silencio.

     �Cómo dudar ante la evidencia?... Como todas las mujeres, más que ellas aún, Aixa había jugado con su corazón para burlarse después sangrienta mente! Aquellas palabras impregnadas de celestial encanto, y que resonaban tan dulcemente en el corazón de Mohammad, eran falsas!... Bien había dicho el Profeta (Allah le bendiga!): �Oh hombres! Pensad que sólo las promesas de Allah son ciertas!... No os dejéis seducir por los halagos del mundo!...� Su presencia en el Serrallo; aquella madre en cuya busca había impetrado el auxilio del Sultán; la aventura misteriosa del jardín; la pasión de que decía sentirse inflamada por el Príncipe... todo mentira!... Todo engaño!... Todo sugestiones infernales de la protervia y de la ambición inicua de Seti-Mariem! Todo urdido para perderle y causar su muerte, sin duda alguna!...

     Como un ensueño agradable, como una fantasía que seduce por un momento el corazón y lo inunda de alegría, cual si procediese del alto Allah, cuando procede de las sugestiones del demonio, quedaría para él el recuerdo de aquella mujer en cuyas palabras había neciamente confiado, y que sólo ambicionaba, quizás por vil metálica recompensa, alejarle del camino derecho para conducirle luego a alguna siniestra emboscada, donde sus enemigos le harían perder la existencia...

     Fuera toda vacilación... Indigno sería de un hombre de espíritu, y sobre todo de aquel a quien la mano del Todopoderoso había colocado como cabeza y guía de los fieles musulmanes en Granada, el dejarse ganar por seducciones de tal especie... La misericordia de Allah era inmensa, y ella haría que se desvaneciese de su imaginación exaltada aquel fantasma, y se borrasen de su corazón para siempre aquellos dulces sentimientos que habían sido su único deleite durante un tiempo, tan leve antes, tan largo ahora, que tocaba las amarguras del desengaño!

     Así pensaba el joven Abd-ul-Lah en su despecho, apartándose violentamente del ajimez y decidido a olvidar para siempre a aquella cuyas angustias y cuyos dolores no había penetrado. En balde fue, no obstante, que pretendiese escuchando a sus guazires en el consejo distraer su espíritu con los arduos negocios del reino: su atención, como reprochándole, estaba siempre fija en la misma idea, que, tenazmente aferrada, no le permitía momento de reposo.

     Porque �y si después de todo se engañaba?... �Y si era verdad el amor que Aixa le había jurado?... �No se había convencido, por las informaciones del cadhí, de que la aventura de aquella noche en que fue herida la joven, no había sido preparada por ella? �No podía la sultana Seti-Mariem haber sorprendido su billete?... Sí: eso debía ser. Aquel rostro angelical, no era el rostro de una aventurera, y no mentía; no mentían aquellos labios tan puros... Alguna causa superior, por él desconocida, era sin duda lo que había impedido que Aixa contestase a su billete... Acaso la paloma se habría extraviado... Quizás, si Seti-Mariem la había sorprendido, hubiese cruel y sanguinaria mente cumplido sus amenazas para con la doncella... Pero sólo Allah, el sabio, el conocedor de todas las cosas, era quien únicamente podía saberlo...

     Cortando la palabra a uno de sus guazires, se levantó febril en el consejo y despidió a sus ministros, quienes no acertaban a explicarse en su señor (�Allah le haya perdonado!) aquellas genialidades desconocidas.

     Mandó después buscar al arráez de sus guardias, en quien tenía singular confianza, así como también al katib, y con ellos, devorado por la impaciencia, se dirigió a la casa de su amante.

     �Cómo le palpitaba el corazón al aproximarse! Al cruzar el Darro por el puente que unía la colina roja con la ciudad, vio a muchos vecinos del barrio de la Rambla ocupados en la tarea de desalojar de sus moradas el agua que las había inundado por la noche y durante las primeras horas de aquel día; pero no se detuvo, y dejando atrás impaciente a sus dos servidores que caminaban en pos de él en silencio y a buen paso, llegó por fin delante de aquel portón, que tantas veces se había para él abierto, como se abren las puertas del paraíso para aquellos de quienes Allah no se ha separado, y han seguido en vida el camino derecho de su salvación eterna!

     �Ay de la sultana, si había osado tocar a un solo cabello de Aixa!... En su poder tenía el Príncipe desde su advenimiento al trono, al príncipe Ismaîl, hijo de Seti-Mariem, y hermano suyo por consecuencia. No sin motivo le había hecho habitar la Torre, a que después dieron nombre los nassaríes (Allah los maldiga!) de Torre de las Damas(15); tomaría represalias en el joven, y de esta manera la sultana no tendría más remedio que devolverle la mujer a quien adoraba.

     Mientras tanto, el portón se abría, y por él impetuosamente se lanzaba Mohammad, seguido siempre de Abd-ul-Malik y de Ebn-ul-Jathib, que habían logrado incorporársele.

     Sin detenerse un punto, cruzó el jardín y subió las escaleras que al aposento de Aixa conducían; reconoció frenético el edificio de todos lados; pero en balde: todo estaba desierto. Hizo llamar al portero, personaje en quien hasta aquel momento no se había fijado nunca, pero era mudo de nacimiento, y no pudo por consiguiente obtener de él noticia alguna. Tornó frenético a sus pesquisas, ya desesperado; y al propio tiempo que el katib le presentaba el cuerpo ensangrentado de la paloma, hallado en uno de los rincones del jardín, el Príncipe por su parte descubría una arquilla de marfil, peregrinamente labrada, donde en lugar de la alhenia, del cohol y de los perfumes que en ella debía haber guardado Aixa, encontraba todos los billetes que por conducto del ave mensajera había él enviado todas las tardes a la joven.

     Entre ellos, arrugado, estaba también el último, que ésta había tenido tiempo de ocultar en aquel sitio.

     Entonces el Amir lo comprendió todo, reconociendo la mano de su madrastra Seti-Mariem; entonces comprendió la injusticia con que había sospechado de Aixa, y la causa de su silencio.. Oh! Si en lugar de la desconfianza que le había ganado aquella mañana, hubiese seguido el primer impulso de su corazón, corriendo entonces al lado de la joven!...

     Tenía aún el ave, ya fría, pendiente del cuello el bolso de terciopelo, y para el Príncipe era indudable que la sultana se había apoderado del billete con que Aixa contestaba al suyo.

     Poseído de mortal desesperación, y conociendo la mano que le hería, juró Mohammad tomar venganza de sus enemigos implacables; y en tanto que daba orden a Abd-ul-Malik para que permaneciese en aquel sitio,-con el alma destrozada y respirando odio hacia los que le arrebataban su ventura, tornó a su alcázar de la Alhambra.

     Allí, hacía ir a su presencia al prefecto de policía, comunicándole la resolución que había adoptado, al propio tiempo que encargaba al mexuar, ejecutor de sus justicias, que apoderándose del príncipe Ismaîl y de su hermano Caîs, los redujese a prisión en una de las torres del Al-Hissan, que se extendía a la parte de poniente del alcázar.

     En los momentos mismos en que el Sultán, juzgándose juguete de las supuestas veleidades de Aixa, se apartaba del ajimez desde donde le había mandado su último mensaje; cuando, muda de espanto y de sorpresa la niña veía de improviso surgir ante ella a la Sultana, caer la paloma herida por los sicarios de ésta, y desaparecer desdeñosa a Seti-Mariem de la azotea, después de haber llenado su alma de desconsuelo,-apenas si la pobre niña tuvo alientos para darse cuenta de lo ocurrido, y volver vacilante a su aposento.

     Sumida en tristes cavilaciones, y siniestramente impresionada, en vano pidió lágrimas a sus ojos, los cuales, secos y ardientes, giraban en sus órbitas; en balde trató de reunir sus pensamientos, y de invocar la protección de los genios invisibles. Derribada sobre los almohadones de un sofá, si tuvo tiempo para ocultar el billete de su amado en la arquilla donde depositados guardaba cuantos de él había recibido, no lo tuvo para tomar determinación alguna, después de que Seti-Mariem había descubierto el medio por el cual se comunicaba con el Príncipe, y se había apoderado del escrito en que ella daba a Mohammad conocimiento de la trama infernal de la sultana.

     Poco después de haberse encerrado en aquella estancia, aparecían en ella dos hombres desconocidos, los cuales, sin que la joven pudiera ofrecer aniquilada resistencia alguna, se apoderaban de su persona por la fuerza, y utilizando el camino secreto de la alhenia, conducíanla por orden de Seti-Mariem a un aposento subterráneo y húmedo, donde la abandonaban casi sin sentido, cerrando antes cuidadosamente la puerta.

....................................

     Era ya esa hora incierta de la tarde en que las sombras, avanzando cada vez más intensas, disputan su imperio al día moribundo, hora indecisa, sin color ni vida, que difunde melancolía singular e indefinible en el espíritu, y en que, como las imágenes de un sueño, todo va poco a poco borrándose y perdiéndose entre las cenicientas oleadas precursoras de la noche.

     De vez en cuando, e interrumpiendo el silencio respetuoso y lleno de majestad del crepúsculo, acompasadas, lánguidas como un lamento, resonaban en los aires las voces del muedzín, convocando desde la cima del levantado alminar de las mezquitas a los fieles para el assalah de al-magrib, cuya ora era; y el idzan(16), repetido en todos los tonos, parecía la oración verdadera elevada por la población en masa a los pies del trono del Omnipotente.

     Las calles de la ciudad iban poco a poco quedando desiertas y en silencio, destacando a modo de manchas negras los escasos transeúntes sobre los enlucidos muros de las casas.

     A la falda del Albaicín, en una de las miserables y estrechas callejuelas que van a morir al Darro, como resto de antigua fortificación, ya abandonada,-conservábase aislado y enhiesto aún, denegrido torreón cuadrangular, desmochado y en ruinas, que parecía próximo a derrumbarse bajo su propia pesadumbre. Crecían entre la argamasa de sus muros las parietarias; y el jaramago tomando triunfante posesión de aquel despojo de las edades, coronábale orgulloso de exuberantes penachos, que le daban aspecto pintoresco. Morada de nocturnas aves, nadie habría seguramente sospechado que allí ninguna criatura humana se albergase; mas cuentan las historias, que por los escombros de aquel resto deforme, vagaba el espíritu infernal, asegurando que por entre las muchas grietas de los carcomidos muros, y por las estrechas saeteras de los mismos, solía verse por la noche, en pos de inciertas claridades, salir espesas y negruzcas humaredas de olor acre y nauseabundo, que apartaban las gentes del contorno.

     Daba el vulgo al torreón nombre de Torre de Ax-Xaythan, y con efecto, en el recinto estrecho de la misma, sentado sobre un pequeño taburete de cuero de Fez, y apoyada en ambas manos la cabeza, que cubría una toca de seda bastante usada,-a la tenue claridad de un candil colgado de las grietas del muro, hubiera podido la noche indicada verse un hombre de avanzada edad y aspecto repugnante, sumido en grave y profunda meditación delante de un tablero sobre el cual se hallaban dibujadas varias y cabalísticas figuras.

     De rostro moreno y facciones huesosas y pronunciadas, formaba singular contraste la blancura de su luenga y revuelta barba con lo oscuro del miserable traje que vestía, no pareciendo, en medio de aquella estancia, rodeado de sombras, y cercado de retortas y otros utensilios esparcidos sin orden por el suelo, sino maléfica visión o espectro, más que persona humana. Abandonado encima del tablero, veíase un compás mohoso de hierro; y en medio de su abstracción, aquel ser extraño pronunciaba de tiempo en tiempo frases entrecortadas e ininteligibles, como un conjuro.

     La débil luz del candil, rojiza y oleosa, derramábase oscilante y sombría por los muros del mezquino aposento, dando fantásticos relieves a las excrescencias desordenadas e irregulares de los mismos, las cuales proyectaban confusamente siniestras sombras, de intensidad y de figura distintas a cada bocanada de viento que penetraba del exterior por los mechinales y las estrechas saeteras, fingiendo formas extravagantes, y descubriendo de vez en cuando singular mezcla de signos y cartones extraños, alimañas y pergaminos, que llenaban por todas partes las paredes.

     En uno de los rincones de la estancia, blanqueaba a intervalos sobre el negro fondo de aquellos, con horrible expresión, la descarnada osamenta de un esqueleto; y a su lado sobresalía cierta especie de tarima de aliceres, ahumada y medio derruida, sobre la cual, y al fuego activo de las brasas, hervían diversas vasijas y retortas, arrojando en espirales sofocante y denso humo, que difundía en torno singular ambiente.

     Al cabo de largo espacio de silencio, interrumpió el miserable anciano sus meditaciones; y dejando sobre el tablero el compás que había tomado nuevamente entre sus manos, alzose con lentitud de su asiento y se dirigió con tardo paso a la tarima de azulejos.

     -Eso es!-exclamó contemplando con deleite una de las vasijas.-Nada hay imposible para Xaythan, como no hay para él nada oculto en las entrañas de las criaturas...

     Y tomando otra vez asiento en el taburete, tornó a sus meditaciones, trazando líneas y midiendo ángulos en el tablero de que había vuelto a apoderarse.

     -Sí, eso es,-decía a cada línea que trazaba sobre la arena con nerviosa mano.-Eso es!... No logrará ahora ese maldito engendro libertarse, y como su padre, caerá también cuando menos lo espere y lo presuma, quedando así cumplida mi venganza! Su figura se desvanece apenas señalada, y su nombre aborrecido no deja huella alguna... El momento está cercano!

     Sumiose en pos en profundo silencio, sin dejar de seguir sus trazas preocupado, cuando interrumpiéndole a deshora, resonó en la estancia metálico ruido, a cuyas vibraciones se levantó del taburete, con más celeridad de la que podía esperarse de los años que aparentaba.

     -Ya está aquí,-dijo...; y con efecto, breve tiempo después, y sin que al parecer hubiera en aquel recinto pavoroso entrada, al dudoso fulgor del candil, dibujose en uno de los lados de la torre el bulto oscuro de una persona, completamente oculta entre los pliegues del ropón que la envolvía.

     Avanzó en silencio al medio del aposento; y desembarazándose allí del solham, apartó a un lado con rápido ademán el velo que encubría su rostro, exclamando al mismo tiempo:

     -Ciertamente, Abu-x-Xakar, que no esperarías mi visita ni a esta hora ni en este sitio.

     -Te equivocas, sultana,-respondió el miserable.-Para mí nada hay oculto, y ha rato que te espero, porque sabía que habías de venir.

     -Luego �sabes también...-replicó Seti-Mariem, porque ella era,-sabes ya que nuestra empresa ha fracasado?...

     -No lo ignoro, sultana. No hay para mí secretos en la tierra-dijo el anciano.

     -�Oh! Es preciso concluir... �Sí!... �Es necesario que ese hombre perezca!... Si tus brazos no vacilaran y fuesen todavía fuertes como en otro tiempo... �Pero es inútil!

     -Bien sabes, Seti-Mariem, que si no titubeé un solo momento en ejecutar tus órdenes, exponiéndome a una muerte cierta por satisfacer nuestra venganza, tampoco, siendo necesario, vacilaría hoy en librarte de ese mancebo, a quien persigue nuestro odio. Pero no es aún preciso. Conviene antes apurar los recursos de mi ciencia, y ellos, así como han logrado hasta aquí nuestros deseos, acaso mejor que mi gumía, sabrán desembarazarnos a tiempo de nuestros enemigos.

     -�Allah te oiga!-exclamó Seti-Mariem.-Pero mejor mil veces que tus filtros fue tu mano certera, cuando cayó a tus golpes Yusuf, el enemigo de nuestra dicha, el padre de Mohammad... �Maldígale Allah!... �Por qué vacilas, cuando tan cercano es el momento de que se colmen tus esperanzas? �No estás aún satisfecho? o �quieres todavía prolongar esta vida miserable, que arrastras desde la muerte de Abu-l-Hachich? Si nuestro hijo Ismaîl ocupase el trono de Granada, �qué más podrías apetecer teniendo el amor de Seti-Mariem, que no te olvida?

     -�Calla, sultana, calla!...-murmuró Abu-x-Xakar.-�Aún no ha sonado la hora de la venganza! Cuando la implacable fortuna te arrancó de mis brazos, para llevarte a los del padre de Abd-ul-Lah, juré exterminar la raza de los tiranos, y no olvides que sé cumplir mi palabra. Podrán pasar los años, encanecer mi barba, flaquear mi cuerpo; pero lo que siempre subsistirá en el fondo de mi corazón, será el odio jurado a los Al-Ahmares. Vive, pues, tranquila, que yo velo por ambos.

     -Entre tanto-prosiguió después de algunos momentos de silencio, encaminándose hacia la tarima de azulejos donde hervían las vasijas allí colocadas,-aquí tienes la ponzoña que ha de poner término a nuestra obra... �Oh! �No hay miedo de que escape, porque no existe sustancia que altere este veneno, una de cuyas gotas bastaría para que en un instante pasase el as-sirath(17) quien lo probara!

     Y el anciano sonreía, mientras apartaba del fuego una de aquellas vasijas, y con el mayor cuidado removía el líquido contenido en ella.

     Breves momentos duró esta operación, y al postre, valiéndose de un extraño aparato, del fondo de la vasija mencionada extrajo una hermosa fruta, que no parecía sino arrancada en aquel instante del árbol.

     -�He aquí nuestro vengador!-dijo, avanzando hacia la sultana, quien atentamente había contemplado los movimientos del anciano.

-�Quiéralo Xaythan el apedreado!-exclamó aquella.

     -No lo dudes, Seti-Mariem-replicó su cómplice, envolviendo cuidadosamente la hermosa fruta en un trozo de perfumado alhame.-Pero no te descuides-prosiguió mudando de tono;-la noche avanza, y es preciso que el nuevo sol salude, al levantarse, la obra de nuestro odio.

     -Tienes razón!-dijo la sultana.-Es preciso que el nuevo sol sea testigo de nuestro triunfo, y que nuestros desvelos alcancen el término apetecido!... Pero es para ello necesario que me ayudes: que contribuyas con tu esfuerzo a que nuestros afanes y nuestras esperanzas se cumplan, y que esa despreciable criatura en cuyas manos está la satisfacción de nuestros designios, se someta también a ellos dócilmente...

     -No temas,-replicó Abu-x-Xakar sonriendo de un modo repugnante.-Nada pueden sus artes conmigo, y ella misma caerá en la red que cree prepararnos... �Oh! Conozco sus intentos... Sé que trata de hacer traición a tus mandatos, pero no me inquietan por manera alguna sus maquinaciones, de que ha de ser víctima a pesar suyo... �Cree Aixa, por ventura, que habré de retroceder, cuando llevo andado ya casi el camino?... �Crees tú misma, que no ambiciono salir de este recinto en que me ahogo, y recoger el fruto de mi venganza?..: Cuán engañada vives si otra cosa has pensado, sultana! Si mi cuerpo ha envejecido, si surcan mi faz acusadoras del tiempo las arrugas, si mi barba es blanca cual la nieve del Chebel-ax-Xolair, habrás de verme el día del triunfo como en aquellos días felices en que, ajenos del peligro que nos amenazaba, gozábamos juntos y olvidados las delicias del paraíso... Volverán, sí, volverán aquellos días! Recobrará mi tez la juvenil tersura, mis ojos el brillo atenuado, mi cuerpo la fortaleza perdida, y mientras el genio que me protege no me abandone, viviré siempre joven a tu lado! Ya verás, ya verás, Seti-Mariem: tú misma, que aún conservas por mis filtros y mis esencias prodigiosas los encantos de tu hermosura, te sentirás renacer a nueva vida: discurrirá por tus venas y por las mías la sangre hirviente de la juventud pasada, y la mano de malaq-al-maut será impotente para nosotros, sonriéndonos eterna primavera!

     -No retardes,-prosiguió,-ese feliz momento, y pues la suerte nos favorece y ayuda, acabemos de una vez!

     -Que Thagut nos proteja!-exclamó estremeciéndose de emoción Seti-Mariem al escuchar las palabras del anciano.-El día en que tus promesas se realicen, el día en que mis sueños se cumplan, y esa perpetua primavera nos sonría, �qué habrá de importarnos ninguna de las delicias del paraíso, si todas juntas habremos de gozarlas eternamente?-Y mientras ocultaba entre sus ropas la envenenada fruta, y echaba sobre sus hombros el solham, volviendo a cubrirse el rostro con el al-haryme, dirigía a Abu-x-Xakar provocativa sonrisa, quizás pensando en lo lisonjero del porvenir que a sus ojos presentaba lleno de halagos el miserable siervo del infierno.

     Poco después, desaparecía en las sombras; y entregándose de nuevo a sus maleficios, dejábase caer el viejo sobre el taburete, bajo el vacilante fulgor que arrojaba el candil en aquella medrosa estancia.



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- X -

     EN tanto que Aixa, presa de mortal zozobra y dominada por extraños presentimientos al darse cuenta de su situación, se había a su inquietud abandonado sin reserva dentro del lóbrego aposento a donde fue por las gentes de la sultana conducida, invocando fervorosa la protección de Allah el Omnipotente y el auxilio de los buenos genios,-la noticia del arresto del príncipe Ismaîl, como torbellino desenfrenado del huracán deshecho, corría por Granada, y caía sobre el Alcázar de Saîd cual rugiente exhalación, produciendo singular estrago, y llevando consigo la desesperación y el pánico, en medio del asombro que ocasionaba.

     El Sultán había aquella vez ganado por la mano a sus enemigos, y tal muestra de energía inesperada, era segura señal y como presagio de más graves medidas. Hacíase pues preciso por consiguiente acudir a la defensa y procurar desarmarle y adormecerle, a fin de que el golpe, con tanta habilidad preparado, le hiriese cuando aún no hubiera tenido tiempo de pararlo. Para el triunfo de las tenebrosas intrigas que Seti-Mariem urdía en secreto, la persona de aquel niño, a quien hasta entonces había mirado Abd-ul-Lah con fraternal afecto, era de todo punto indispensable; y urgía, antes que nada, no ya sacarle solamente de la prisión, sino del poder del Amir, que en él tendría siempre un arma, para esgrimirla con éxito contra las ambiciones de su madrastra.

     Dado lo excepcional de las circunstancias, no se ofrecía sino un medio a fin de conseguir el primer objeto, y la sultana, careciendo del derecho de elección, no vaciló un instante: la libertad de Aixa, y la vida de la joven, respondían con efecto de la libertad y de la vida de Ismaîl; por esta causa pues, cuando de regreso de su visita a Abu-x-Xakar, Abu-Sald daba conocimiento a Seti-Mariem de la medida tomada para con su hijo por el Sultán,-sin detenerse un punto, y comprendiendo desde el primer momento de dónde partía y a dónde iba encaminado el golpe, resolvíase a volver a Granada, cuyas puertas no habían sido cerradas todavía, y utilizando siempre la comunicación secreta, hacía personalmente poner en libertad a Aixa, mandando que fuera conducida a la casa por donde tenía entrada el subterráneo, y cuya humilde apariencia, por el lugar en que se alzaba, ya a la otra orilla del Darro, no podía infundir sospecha a nadie.

     Así que la joven se halló en presencia de la Sultana, sin darle ésta tiempo a hablar, colocó delante de ella sobre una mesilla una hoja de papel, y alargándole el calam, exclamó con acento breve e imperioso, que no admitía réplica:

     -Escribe!

     -�Qué quieres y a quién quieres que escriba, cuando apenas sé trazar el santo nombre del Omnipotente?...-preguntó la niña.

     -No importa: es preciso que el Sultán reciba esta misma noche el billete que voy a dictarte, como ha recibido ya otros tuyos, y que ignore siempre lo que hoy ha sucedido... Tú te encargarás de fraguar a tu antojo la historia que mejor te parezca para explicarle la muerte de la paloma y tu desaparición, y cuenta tuya será el tranquilizarle... Escribe pues!

     Acomodose sin voluntad para resistir la joven en el almohadón que había inmediato a la mesa, y tomando el calam que Seti-Mariem: le ofrecía, a la luz escasa del candil de cobre que ardía oleoso, se preparó a obedecer, diciendo:

     -Comienza.

     Breve fue el billete: Aixa en él citaba a Mohammad. para la siguiente noche.

     Cuando hubo terminado, entregó a la sultana el escrito, y alzándose de su asiento, muda, con pasividad extraña, aguardó a que aquella mujer dispusiese de ella.

     -Volverás de nuevo a tu morada-dijo la madre de Ismaîl-pero no olvides que la menor indiscreción que cometas, será causa de tu muerte. Mañana, antes de la hora en que ese maldito que se dice Príncipe de los muslimes en Granada, venga a tus brazos, mañana volveremos a vernos... Nada de resistencia a mis mandatos, nada de oposición a mi voluntad; porque de todos modos está escrito que Abd-ul-Lah ha de morir, y a pesar de tus esfuerzos, se cumplirá su suerte.

     Bajó Aixa la cabeza en silencio, y comprendiendo que era en vano tratar de conmover aquel corazón de roca, dio dos pasos hacia la puerta del aposento, donde aparecieron los servidores de Seti-Mariem que hasta allí la habían conducido, y que acompañándola a través de las desiertas calles de la ciudad, cruzaron el río por uno de los puentes que sobre él se tienden, y penetraron con ella en la morada donde tantas penas y tantas alegrías había al propio tiempo experimentado.

     Allí, en cumplimiento de las órdenes del Sultán, encontraba a Abd-ul-Malik, el arráez de la guardia personal del Príncipe, quien desde por la tarde permanecía en su puesto, y quien al reconocer a Aixa, apresurábase después de cumplimentarla, a dirigirse al alcázar de los Beni-Nassares, comprendiendo la inquietud en que el Amir estaría, y el placer que habría de proporcionarle con nueva tan de su agrado como lisonjera, mientras Aixa se recogía a su aposento, extenuada y triste, y convencida de que no era posible para ella luchar con la sultana.

     Bien hubiera querido Abd-ul-Lah, a cuyas manos hacía poco había llegado la misiva de la joven, correr al lado de ésta en su impaciencia, mucho más aún, cuando el arráez le daba noticia del regreso de Aixa; pero cediendo a los ruegos de Abd-ul-Malik y prometiéndose para el siguiente día asistir a la cita de su amada, desistió de su propósito, y aquella noche derramó sobre él en larga vena la benevolencia de Allah placenteros ensueños, como en señal de su protección manifiesta.

     No sucedió de igual suerte a Aixa: acongojada y triste, veía con temor aproximarse el cercano día, dando vueltas sobre su lecho, sin encontrar descanso para el cuerpo y sin hallar paz tampoco para el espíritu. El decaimiento, la postración de ánimo que la señoreaban, eran completos; y aunque revolvía en su cerebro mil proyectos e ideas confusas, ninguno de los primeros le parecía realizable, así como tampoco ninguna de las segundas le prometía lo que anhelaba.

     Podía, es verdad, burlar acaso la vigilancia de que era objeto, huyendo de aquella casa como otras muchas veces lo había ya pensado; quizás lograría salvar al Príncipe de las asechanzas de Seti-Mariem; pero volvería de nuevo aquella mujer funesta a tejer sus redes con mañosa astucia, y entonces �quién podría salvar a Mohammad, si ella no estaba allí para lograrlo?... No: era preciso destruir para siempre aquellos enemigos, y ella era la única persona capaz de lograrlo.. �Quién profesaría al Amir cariño igual al suyo?... �Quién resistiría como ella las rudas pruebas a que la sultana la había sometido?... Era pues indispensable que continuara viviendo en aquella casa; que penetrase los planes de la ambiciosa princesa, y que los destruyese, condenándola a la impotencia para siempre.

     Pero urgía también que el Sultán estuviera prevenido, y no hallaba recurso alguno para ello... La muerte está más cerca de la criatura, que la pestaña del ojo, dice el sabio; pero también ha dicho que el que corre abandonando la vida a la esperanza, no se detiene hasta su muerte!...

     Por esta razón Aixa, sin perder la confianza en la protección de Allah y en la de los ángeles buenos, comprendía la necesidad de tomar un partido, y de obrar sin pérdida de momento. Así, con lentitud mortificante, vio penetrar por las celosías del aposento las primeras azules tintas del alba; así, oyó el pregón del salah de asobhi; así, como el despertar de un cuerpo gigantesco, llegó hasta ella el rumor de la población, y así la hallaron los primeros rayos del sol, que cual lluvia de ad-dinares relucientes, caían sobre el pavimento filtrándose por entre las entrelazadas celosías.

     Saltando entonces del lecho, cubriose a toda prisa con recia alcandora de lana, ciñó a su cabeza una toquilla, e indecisa, vacilante, sin que aún hubiera acudido a su cerebro ninguna idea salvadora, ni le hubiese ocurrido medio para comunicar con el Sultán antes de que llegase la hora de la cita, subió como el día anterior a la azotea, y cual entonces, sus ojos erraron por el espacio vagamente, contemplando al fin, como labradas en coral, las rojizas fortificaciones de la Alhambra.

     Si Allah, que ha dado al pensamiento la facultad inapreciable de suprimir el espacio, hubiese concedido al cuerpo igual virtud, cuán presurosa habría tendido sus alas, y navegando por aquel inmenso azulado océano, que la luz del sol llenaba de dorados reflejos, hubiera volado a los brazos de Mohammad, le hubiera en sueños sorprendido, y quedo, muy quedo, como susurro de la brisa, hubiera murmurado en los oídos del Sultán aquellas dulces palabras embriagadoras que constituyen toda la felicidad para los amantes. Luego, entre caricias, le prevendría de cuanto contra él se tramaba; y fuerte con la justicia y con la protección divina, sabría él imponer castigo a los malvados...

     Si, a lo menos, aquel ave inocente que hendía los aires orgullosa, conociendo la importancia de su cargo cual mensajera del amor, no hubiera sido cruelmente sacrificada por Seti-Mariem, podría poner sobre aviso al Príncipe; pero ella la había visto caer mortalmente herida por traidora flecha, y aquellos ojuelos encendidos, que parecían ser reflejo de la pasión ardorosa del Sultán, se habían apagado para siempre! Si ella pudiera sobornar a sus guardianes!... Pero el portero, esclavo etíope, era sordo-mudo de nacimiento, y sólo comprendía las miradas de su ama; las doncellas que la servían, en medio de las atenciones que para con ella guardaban, eran incorruptibles, como lo había ya una vez experimentado... Ni podía, cual las demás mujeres, concurrir al baño público, ni recorrer las huertas frondosas de Granada, ni abandonar aquella verdadera prisión en que se encontraba!... Conocedora del secreto de la alhenia, la idea de utilizar aquel subterráneo, por donde había sido conducida el día anterior a un calabozo, y desde el cual la noche precedente fue llevada a una casa desconocida, había acudido en varias ocasiones a su imaginación...

     Quizás aquel sería el único camino... �Cómo antes no se te había ocurrido?... Sí; no había que vacilar: aprovecharía la primera ocasión oportuna, y antes de que el sol hubiese recorrido la mitad de su carrera, huiría por allí y vería al Príncipe... Su plan estaba ya concertado, y sólo la extrañaba que antes, durante el insomnio de la noche anterior, no se le hubiese ocurrido aquella idea.

     Así pensaba, abstraída completamente, cuando al levantar los ojos que había hasta entonces tenido fijos en una de las macetas que engalanaban la azotea, advirtió la insistencia con que en torno de ésta, y dando giros en el aire, volaba una paloma, negra y solitaria. Ignorando los usos de la corte, no sabía la doncella que el Sultán poseía multitud de aquellos animales, dóciles y amaestrados, cuyo destino era el de servir de emisarios en la guerra; pero extrañando las evoluciones a que el ave se entregaba, ya abatiendo el vuelo hasta tocar casi con las alas el piso yesoso de la azotea, ya remontándolo hasta la altura,-llamola con un grito, y no sin sorpresa advirtió que el animal se acercaba a ella sumiso y obediente. Entonces fue cuando sus ojos repararon en que pendiente del cuello, como el otro, llevaba un bolso igual, y desatándole agitada y presurosa, halló en él un billete del Príncipe.

     La alegría de Aixa fue inmensa... �Cómo dudar de la providencia de Allah?... Bien manifiesta estaba ante sus ojos. Leyó con avidez el escrito, en que el Sultán pintaba sus zozobras del precedente día, refiriéndole cuánto había sufrido en su ausencia, y cuanto había pasado; y conmovida hasta el fondo de su corazón, bajó a su estancia presurosa y dejó correr el calam sobre el papel. Siguiendo el consejo que el Príncipe le daba, cuando volvió a la azotea, depositó ambos billetes en el bolso que la paloma traía; y acariciándola cariñosamente, la impulsó en los aires en dirección de la Alhambra, y siguió su vuelo con la vista por largo espacio de tiempo.

     Cuando al llegar la noche el Sultán acudiese a la cita, vendría prevenido: aquella vez la paloma no había encontrado obstáculo en su camino, y bogaba serena por la región del viento. En aquel billete, escrito por Aixa con suma rapidez, no sólo le daba cuenta la niña de los siniestros planes de la sultana, sino que le recomendaba al propio tiempo que no acudiese a la cita, mientras no llevase consigo un talismán poderoso y un contraveneno.

     Tranquila respecto al porvenir, Aixa descendió a su aposento, y allí permaneció las largas horas del día, satisfecha de sí propia, y fortaleciendo su espíritu entre lágrimas bienhechoras de esperanza, con la de que su enamorado, advertido ya del peligro que le amenazaba, sabría evitarlo diestramente.

     En tal disposición de ánimo se hallaba, cuando persiguiendo siempre sus funestos designios, alzaba sigilosamente Seti-Mariem, al caer la tarde, el bordado tapiz que cubría la entrada de la estancia, y sin que la joven advirtiera su presencia, avanzaba como fatídico fantasma, resbalando suavemente por las marmóreas losas del pavimento.

     Gozándose de antemano en la sorpresa de Aixa, hacía algunos instantes que a su lado sonreía la sultana; y hubieran sin duda permanecido ambas mujeres de esta suerte más tiempo todavía, si la implacable perseguidora del Amir no hubiese roto bruscamente el hilo de las meditaciones de la joven, arrancándola con sus palabras del mundo superior a que la habían arrebatado sus abstracciones.

     -�Qué piensas, esclava?-preguntó con desabrido acento, colocándose ya resuelta delante de ella-�Por qué han derramado lágrimas tus ojos, cuando es sólo el dulce fluido del amor lo que deben derramar esta noche, para que caiga en tus brazos embriagado tu maldecido amante?

     Extremeciose la joven al sonido de aquella voz, y abriendo los negros, grandes y expresivos ojos, clavolos con repugnancia en el rostro de la sultana, aunque sin desplegar los labios-, pero al ver cerca de sí a su mortal enemiga, que siempre se aparecía cual evocación malévola; al comprender que era llegado el momento tan temido por ella,-frío sudor inundó su cuerpo, y no halló su lengua palabra alguna con qué articular una respuesta.

     Bien revelaba en la palidez de que se cubrió su semblante, y en el círculo azulado que rodeaba sus hermosos ojos, lo profundo de la agitación de que era en aquellos momentos presa: como la víctima olfatea al verdugo, y el cervatillo, perdido en el bosque, olfatea al cazador que acecha el momento de lanzar sobre él el mortífero dardo, así Aixa instintivamente conocía que había para ella sonado la hora decisiva, y temblaba a pesar suyo, cual tiembla el ave presa en la red, y la gacela herida que ve acercarse al que es causa de su muerte.

     No era ciertamente un misterio para Seti-Mariem lo que pasaba en el alma de la doncella; por eso sonreía con insolente satisfacción, recreándose en el daño que producía y más aún en el que pensaba causar, pues aquella vez, y de un solo golpe, iba a dar muerte a dos corazones, que por el amor y para el amor vivían.

     -�No contestas?.... Sin duda-prosiguió con tono sarcástico-pides a tu amor recursos para salvar a tu amante! Pero es inútil tu empeño! Está decretada la muerte de Mohammad, y morirá! Morirá! �Lo oyes?... El ángel confidente de Allah, ha calculado ya los días que le restaban de vida, y en estos momentos se dispone a borrar su nombre execrado del libro de los vivientes, porque se está cumpliendo el término prefijado!... Y después que la muerte del que usurpa a mis hijos la herencia que el justo Allah les tenía destinada, haya satisfecho todos mis deseos, y colmado todas mis esperanzas,

no será tan cruel contigo como para negarte el derecho de que te reúnas con él en el Paraíso!

     Tan terrible amenaza produjo en Aixa nerviosa sacudida pero recobrando con titánico esfuerzo ante el peligro la serenidad que estaba muy lejos de sentir, obligó a sus labios a que ensayaran una sonrisa, y murmuró:

     -Es en balde, sultana, que pretendas llenar de más negros horrores mi espíritu. Allah, que bendice desde alárxe(18) la pasión que tú quisiste encender en mi alma, sabe y conoce todo! El amor del Príncipe, a quien tanto odias, es para mí cien veces preferible a la existencia que me has hecho insoportable!

     -Por el mismo Allah que invocas, esclava miserable, �qué me importan a mí los sentimientos de tu alma?-respondió Seti-Mariem con desprecio-�Qué me importas tú, vil instrumento?... �Piensas que por ventura he venido ahora para ser confidente de tus amores?... �No te se alcanza la razón de mi presencia hoy en este sitio?... �No sabes que eres tú la causa de que mi hijo Ismaîl (�Allah le bendiga y le proteja!) se halle preso en poder del hombre a quien aborrezco y cuya muerte ansío?... Sella el labio imprudente, y oye con atención cuanto voy a decirte, porque es ya tarde para enjugar tus lágrimas, y esta es, si Allah quiere, la última vez que has de verme!

     -He jurado obedecerte-contestó Aixa,-y pues nada hay que pueda resistirte, no verás en mí un solo momento de vacilación... Ya lo sabes... Yo acallaré la voz de mi corazón, ahogaré mis sentimientos, ya que Allah lo quiere y me abandona; porque después de ésta, que aborrezco, hay, como tú has dicho, señora, otra vida de goces inefables en el Paraíso, hasta donde no habrán de llegar tus persecuciones... Impondré silencio a mi lengua: no temas que ella revele a Abd-ul-Lah la inicua trama de que es víctima inocente... No temas que mis lágrimas delaten tus infames proyectos... Ya lo ves -añadió conteniendo sus sollozos,-no lloro, y va a morir aquel a quien amo, aquel por quien daría hasta la última gota de mi sangre!...

     -Basta ya de lamentos!-gritó llena de coraje Seti-Mariem al escuchar las sentidas palabras de la muchacha.-Y pues me ofreces cumplir las órdenes que te tengo dadas-prosiguió presentando a Aixa la emponzoñada fruta que la tarde anterior le había entregado el odioso cómplice,-aquí tienes otra vez el único medio que ha de proporcionarte, con la libertad que hace tanto tiempo anhelas, una vida tranquila y sosegada... Cuida que, a pesar de tus protestas de fidelidad, no fío en tus palabras, y que �ay de ti, si por acaso el Príncipe llegase a sospechar alguna cosa antes de probar esa fruta! �Ay de ti, infeliz esclava, porque no perdonará a ambos mi coraje!... �Crees, desventurada, que no hay en el mundo otra cosa que tu amor?-continuó después de breve pausa �Te juzgas tan necesaria como para que tu obstinada negativa pueda salvar la vida de tu amante? Brazos hay esforzados en Granada que a una señal mía hundirán en el pecho de Abd-ul-Lah el arma homicida; pero yo no quiero sangre.. -Quiero que muera en tus brazos; quiero que muera gozando los placeres prometidos en la otra vida a los fieles musulmanes, y morirá a pesar de todo y sobre todo!

     Las últimas palabras de la sultana, pronunciadas con tono incisivo y frío, penetraron como afilado puñal en el corazón de la infortunada doncella, trayendo a su memoria cuanto había noches anteriores contemplado entre sueños angustiosa; y llena de ansiedad, no atreviéndose a levantar del suelo la mirada, turbia por el llanto, guardó silencio breves instantes.

     Había en tanto cerrado la noche, y no se escuchaba otro rumor que el de los comprimidos sollozos que Aixa procuraba en vano contener delante de su odiosa enemiga.

     Al cabo, en medio del silencio, resonó sobre el pavimento de la calle ruido de pasos precipitados, y poco después un silbido prolongado y tenue dejose oír fuera del recinto de la casa.

     Al escucharle, sintió Aixa correr por sus venas frío mortal, sus ojos se cerraron involuntariamente, y sus labios, obedeciendo a la voluntad, negaron la salida a un tierno suspiro que pugnaba por escapársele del pecho.

     La sultana, al mismo tiempo, enrojeció de ira; y poniendo sobre los hombros de la muchacha entrambas manos, exclamó a su oído:

     -Voy a ocultarme, porque quiero gozar con la agonía de ese pobre necio; pero antes, por última vez quiero recordarte que es la muerte el premio de los traidores; y que si tus ojos o tu voz descubren a mi enemigo �maldígalo Allah! el peligro que le amenaza, antes que puedas apercibirte, pereceréis ambos a mis manos, pues ambos estáis en mi poder, y nadie existe que pueda salvaros de mi cólera. Tiembla, esclava, y no trates de engañarme! �Mi venganza será terrible!

     Y colocando sobre un precioso tabaque de plata la fruta emponzoñada, corrió a ocultarse en la disimulada alhenia, desde la cual podía ver cuanto en el camarín ocurriese.

     Ya era tiempo, porque los pasos de Abd-ul-Lah resonaban cerca del aposento, y no tardó en aparecer en él, gallardo, risueño, lleno de amor y de esperanzas como nunca.

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