Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —80→     —81→  

ArribaAbajoReflexiones en torno a la cultura del exilio español de 1939

Alicia Alted Vigil (Departamento de Historia Contemporánea, Universidad Nacional de Educación a Distancia -UNED-, Madrid)



I.- Exilio e identidad

«Nosotros desarraigados, exiliados, apátridas: ¡Somos la prueba tangible de aquella tierra de España insumisa!». En clave poética Emilio Valls90 nos sitúa en el meollo de la problemática del exilio, de todo exilio que implica abandono voluntario o involuntario, pero en cualquier caso forzado, del país de origen. Esta salida obligada lleva consigo una imposibilidad de retorno o bien la claudicación de ideas y principios para hacer posible aquél. En cualquier caso, traspasada la frontera, el sentimiento de identidad se trunca porque las raíces se deben dejar atrás, ya no hay firmeza, seguridad porque el exilio lleva consigo desplazamiento, desarraigo, trasplante a un país que esté dispuesto a la acogida, también lleva en sí necesidad de depositar el bagaje vivencial y cultural en las fronteras de otra cultura que refleja la forma de vida y la visión del mundo de una sociedad diferente.

En esa transmutación entre lo que se lleva y lo que se encuentra, el exilio se convierte en una nueva forma de ver el mundo que puede llegar a ser profundamente enriquecedora al poner al exiliado en contacto con lo que de identidad universal, de común, tienen todas las culturas. Tratando de comprender el sentido del exilio a lo largo de la historia, a través del reflejo del mismo en el quehacer literario de algunos de los que lo vivieron, Claudio Guillén recoge unas palabras del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos: «Procuro ver el exilio -dice- no como una penalidad   —82→   política, como castigo o restricción, sino como algo que me ha obligado a abrirme al mundo, a mirarlo en toda su complejidad y anchura»91. Esta amplitud del horizonte de vida es un elemento recurrente en las culturas que se generan como resultado de una expatriación forzosa. Es una manera consciente o inconsciente de hacer frente al «destiempo»92 dentro del cual navega la vida de todo exiliado, pues no está ni aquí ni allá y estando aquí, siente nostalgia del allá perdido. Sin embargo, como náufrago que ve hundirse el barco con todo lo que de suyo había en él, su anhelo es encontrar «un puerto acogedor», en palabras de Vicente Llorens93.

Desde los albores de la historia hasta la actualidad se pueden ver proyectadas estas percepciones en los continuados exilios que se han producido por motivos políticos, religiosos o étnicos, junto a los desplazamientos migratorios debido a causas demográficas o económicas. Dos caras de un mismo proceso de desplazamiento que Arístide R. Zolberg dibuja como chemins de la faim, chemins de la peur, «porque, como señala, la multitud de motivos que han llevado a las poblaciones a lo largo de la historia a aventurarse fuera de su patria se reducen en definitiva a dos causas principales: la necesidad económica y la necesidad de seguridad»94.

Ningún exilio se puede estudiar como un fenómeno singular o aislado. Bien es cierto que responde a unas motivaciones específicas que se producen en el país de origen, pero sus anclajes están siempre enraizados en la historia anterior, incluso de siglos atrás, y esto es lo que en gran medida va a ayudar al exiliado en su   —83→   necesaria nueva vida. Así, el exilio español de 1939 responde al hecho histórico concreto de la derrota del régimen republicano en una guerra civil, pero no se puede entender la idiosincrasia de los exiliados y las características de las culturas de exilio que produjeron en los países en los que se asentaron, si no se conoce la realidad española del primer tercio de siglo, y yendo más lejos en el tiempo se ve que este exilio, que obedece a unas causas tiempo, eminentemente políticas con un no desdeñable componente religioso (no en balde la guerra para uno de los bandos en liza fue una guerra de Cruzada), tiene ya antecedentes cuando la nueva monarquía unificada de los Reyes Católicos decretó a fines del siglo XV la expulsión de los judíos reacios a convertirse a la religión católica. Después, en la segunda mitad del siglo XVI, fueron los protestantes de los Países Bajos y en 1609 los moriscos. Es en relación con el éxodo de los protestantes (cifrado en unas 175.000 personas) cuando se acuña el concepto de «refugiado» en su sentido actual95.

Estas migraciones políticas o religiosas masivas fueron acompañadas durante la Edad Moderna de migraciones individuales o de pequeños grupos de judeo conversos o de heterodoxos. En el siglo XVIII se produjo la expulsión de unos 4.000 jesuitas y a lo largo del siglo XIX, junto al continuo trasvase de una emigración económica hacia Ultramar, tuvieron lugar sucesivas salidas de emigrados políticos hacia Francia e Inglaterra, al socaire de los continuados cambios que se estaban produciendo96. Paralelamente a finales del siglo XIX tomaba cuerpo en Francia la   —84→   colonia de emigrados económicos españoles que en 1936 ascendía al cuarto de millón de personas97.

El encuentro de dos colectivos procedentes de un mismo país de origen en otro país es un aspecto importante que hay que tener en cuenta al acercarnos al estudio de cualquier exilio porque lo normal es que los exiliados tiendan a ir a países en los que, por razones de vecindad o de afinidad histórica, ya han sido frecuentes los intercambios. Así vemos como en Francia, México, Argentina, Venezuela, Chile, Cuba..., países todos ellos que acogieron a exiliados del 39, estaban asentadas de antiguo sendas colonias de emigrados económicos que reaccionaron de forma diversa ante los recién llegados, pero que, en cualquier caso, siempre contribuyeron a facilitar la integración de los que se quedaron. Trabajos publicados sobre los casos francés y mexicano ilustran acerca de ese fenómeno.

Con respecto a México, el proyecto de formación de un archivo de historia oral, auspiciado por el Instituto Nacional de Antropología, sobre el colectivo de refugiados españoles en este país contribuyó a revisar tópicos recurrentes en la historiografía sobre el tema. En relación con el punto en que estamos, se ha insistido en el carácter eminentemente conservador de la colonia de emigrados económicos, la mayor parte de cuyos miembros apoyó a los militares sublevados durante la guerra civil y se manifestó contraria a la acogida dispensada a los refugiados españoles por parte del presidente Lázaro Cárdenas. Sin embargo, este profranquismo no fue obstáculo para que los refugiados en este país recibieran ayuda de miembros de la colonia de residentes, en especial a la hora de buscar trabajo, tal y como se constata una vez más en las entrevistas.

Estos y otros aspectos son perfectamente extrapolables al caso francés en donde las relaciones entre los grupos de emigrados   —85→   políticos y económicos fueron fluidas con frecuentes matrimonios mixtos. De hecho a partir de los años cincuenta, cuando ya el exilio entró en una fase de definitiva consunción, muchos exiliados adquirieron la nacionalidad francesa o pasaron a tener el estatuto de emigrado económico. En cambio, el refugiado que mantuvo su compromiso militante en el exilio siempre tuvo clara conciencia de lo que le diferenciaba del emigrado económico. Pongamos algunos ejemplos:

Una hija de un exiliado de 1939, Gladis Carbailleira, recuerda: «Mi padre tenía relación con los gallegos que trabajaban con él y con otros españoles y los visitábamos, íbamos a comer, eran muy buenas personas (...), pero la idea profunda era que venían aquí [a Francia] para reunir ahorros y después volver a España y abrir un comercio». Y otro refugiado, Antonio Zapata, afirma con contundencia: «Nosotros podemos ser amigos de los emigrados, pero no podemos compenetrarnos con ellos, no tenemos la misma ambición (...). Ellos venían a hacer dinero y nosotros vinimos a Francia a la fuerza y nos hemos mantenido a la fuerza debido a los hijos, porque yo no me he adaptado todavía [la entrevista se grabó en 1993], yo no pienso más que en España, yo no me he adaptado al pueblo francés, yo me reúno con cuatro españoles que a lo mejor no piensan como yo...» Evidentemente este es un caso extremo de no integración. Un último testimonio incide en un aspecto significativo en relación con el tema objeto de estas reflexiones: «Nosotros, subraya Blanca Jiménez, hemos estado diez años trabajando muy firmes y con la idea de no tener nada más que un tenedor y un plato. Lo que más nos ha extrañado siempre es que los emigrados blancos que los llamábamos nosotros, españoles blancos [el emigrado económico], esos no han tenido nunca el deseo de volver a España. Cuando nosotros les hablábamos: no habéis ido a España desde el año 14, desde el año 16, que habían venido. No, no tenían pero ni necesidad de ver España ni necesidad de hablar español. Mientras que nosotros [los refugiados] nos hemos roto los cuernos por mantener la cultura   —86→   española dentro de lo poquito que hemos podido, mantener el idioma español y mantener el arte español, mantenerlo todo»98.

El sentimiento de identidad, de pertenencia a unas raíces, acompañan a todo exiliado político. Esta percepción es diferente en el emigrado económico como se ha podido ver a través de los ejemplos mencionados, ya que éste normalmente no corta los lazos que le atan a su país. Por ello la necesidad de reafirmar y mantener la conciencia de identidad no se manifiesta de forma tan aguda y urgente como en el caso del exiliado. El vehículo por excelencia que este último utiliza para esa preservación es la cultura porque ésta es la que le hace ser diferente frente a los ciudadanos del país de acogida. Pero el exiliado, sobre todo para quien el exilio tiene una duración temporal muy extensa, acaba adquiriendo la condición definitiva de exiliado permanente y, aunque participe en actividades de la cultura del país donde vive y recree la de su lugar de origen, siempre será un ser escindido porque nunca se reconocerá de forma plena en ningún lugar, aunque, como ya señalé citando a Roa Bastos, ese no ser permite más fácilmente proyectarse a otros mundos y empaparse de otras culturas, a la vez que se continua alimentando y enriqueciendo la propia en una relación de interculturalidad, pues al acercarnos a las culturas de estos exiliados españoles del 39 se ve como en ellas han acabado confluyendo distintas tradiciones culturales. Esto se puede observar sobre todo en escritores, artistas, filósofos... que reemigraron de Francia a América.




II.- Rasgos definitorios del exilio republicano español de 1939.

El siglo XX ha sido siglo de «desorden» de las identidades humanas»99, en palabras de Manuel Vázquez Montalbán. Nunca en la historia de la humanidad se han producido desplazamientos de   —87→   población del calibre de los provocados por los conflictos y enfrentamientos bélicos que han tenido lugar en esta centuria y continúan a un paso de su final. En este marco de constantes migraciones forzadas se sitúa el exilio de la guerra civil. Pero hay que tener en cuenta el carácter que presentó la guerra para entender la proyección que adquirió un exilio no muy extenso cuantitativamente si lo comparamos con otros exilios que se estaban produciendo de forma coetánea, pero si de fuerte impacto desde una perspectiva cualitativa.

La revolución de octubre de 1917 en Rusia había llevado al poder a un partido revolucionario, creando con ello la ilusión de que comenzaba la era de la revolución proletaria a escala internacional. Este espíritu es el que alentó la fundación entre 1919 y 1921 de los partidos comunistas nacionales y el que llevó a la formación de la III Internacional o Komintern encargada de dotar al movimiento obrero de una dirección unitaria en unos años en los que se estaba agudizando el proceso de radicalización de clases que llevaría, según convencimiento de muchos, a un inminente choque entre la clase proletaria y la burguesía. El fracaso de la creencia en la revolución inmediata unido a la crisis económica de finales de los años veinte, a la incapacidad de las democracias parlamentarias para dar una respuesta a los conflictos económicos y sociales y al auge de los movimientos de extrema derecha autoritarios o totalitarios, condujo a un cambio de estrategia de la Internacional Comunista que se proyectó en la creación de los frentes populares a partir de 1934 y, en un plano cultural, en la asunción por parte de los intelectuales europeos de una actitud de compromiso ante la realidad.

Atraídos por la literatura, el arte y el cine soviéticos los intelectuales de la izquierda se adhirieron al movimiento del realismo social que tuvo su expresión en Rusia en el movimiento del realismo socialista practicado por la Unión de Escritores Soviéticos desde 1932. Entre ese año y 1935 surgieron en diferentes países filiales de esa organización que se denominaron Asociaciones o Alianzas de Escritores Antifascistas, a la par que   —88→   intelectuales de distintos lugares viajaban por la Unión Soviética para contemplar in situ la práctica revolucionaria.100

Ese proceso tuvo su crisol en la España de los años treinta que se abría en abril de 1931 con la proclamación popular de la II República y se cerraba en abril de 1939 con la instauración de una dictadura militar. La llegada de la República generó grandes expectativas. Políticos, intelectuales, pedagogos, sindicalistas... estaban convencidos de que la educación y la cultura sacarían al pueblo español de su ignorancia y las reformas económicas y sociales le librarían de su opresión y miseria seculares. Sin embargo, esto pronto se frustró. El enfrentamiento ideológico entre derechas e izquierdas, la confrontación de clases y la radicalización política y sindical tuvo su explosión en la sublevación militar de julio de 1936, que en pocos días degeneró en guerra civil.

Las primeras derrotas militares que sufrieron los republicanos pusieron en evidencia la división que aquejaba a las izquierdas enfrentadas a dos concepciones contrapuestas, pues mientras los anarquistas querían hacer la revolución convencidos de que este era el camino para ganar la guerra, los comunistas proclamaban la necesidad de ganar la guerra y hacer la revolución después. Estos últimos fueron los que se impusieron con el apoyo de la URSS. La derrota del ejército republicano no hizo sino agudizar viejas divisiones que aquejaban a la izquierda en España y que se llevaron al exilio, contribuyendo en gran medida al fracaso político del mismo.

La Guerra Civil fue la primera guerra de ideas que estalló en una Europa traspasada por la necesaria toma de postura activa ante la realidad. El conflicto conmocionó a una gran parte de la opinión pública europea y americana. La mayoría de los intelectuales sintieron la guerra civil española como algo propio: significaba la defensa de las clases populares oprimidas, de la libertad y de la cultura contra el fascismo y el totalitarismo. La celebración del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura   —89→   en el verano de 1937 en Valencia, Madrid, Barcelona y París101 constituyó un hito en este compromiso de la intelectualidad que constituyó tuvo otra muestra de solidaridad en la formación de las Brigadas Internacionales.

Uno de los rasgos más definidores de este exilio de 1939 es su carácter plural, ya que no se puede hablar de un exilio sino de muchos debido a la diversidad en la procedencia geográfica, composición socio-profesional, adscripción política y sindical así como países de asentamiento de sus integrantes. En cuanto a la procedencia geográfica, el mayor porcentaje en Francia fue de catalanes y aragoneses. En el caso de la emigración a países hispanoamericanos el primer lugar lo sigue ocupando Cataluña seguido de Madrid donde tenía un fuerte peso el sector terciario. Esta distinta geografía hace que se hable de forma genérica del exilio de los republicanos españoles, pero también del exilio de los catalanes, de los vascos, de los valencianos, de los gallegos... En algunos casos estos exilios regionales presentan una personalidad propia ya que son el reflejo de una cultura que tiene como vehículo de expresión una lengua diferente al castellano.

El presidente de Colombia Eduardo Santos señaló en cierta ocasión102 que el exilio español de 1939 era el exilio de todo un pueblo ya que, junto a los restos de un ejército derrotado, salían del país los dirigentes de los grupos políticos y organizaciones sindicales de la izquierda, los representantes de los gobiernos central y autónomos y una población de mujeres, niños, ancianos... que abarcaba todo el espectro demográfico de un conjunto social. A esto se unía el hecho de que el grueso de los combatientes que fueron al exilio eran jóvenes que apenas habían iniciado su   —90→   actividad laboral en España. A este respecto recuerda Luis Menéndez, un antiguo exiliado que vive hoy en día en Pamiers, el Midi francés: «La media de edad de los republicanos españoles era muy baja. Más de la mitad cuando entramos en Francia no habíamos llegado a los veintitrés años y habíamos hecho mucha guerra, muchas huelgas, mucho no debate, lucha política o social, pero no teníamos las manos adaptadas ni a coger ni un martillo ni una lima»103.

En la actualidad no se sostiene la idea tantas veces repetida de la existencia de dos exilios (el francés y el americano) nítidamente diferenciados en función de la actividad profesional. Es cierto que una parte importante de quienes se quedaron en Francia procedían de los sectores agrícola e industrial (construcción y metalurgia sobre todo) y también el que a América, por las mayores facilidades que ofrecía la lengua, los rasgos culturales comunes o la posibilidad de encontrar trabajo, trataron de emigrar los intelectuales, dirigentes políticos y funcionarios de la administración, pero también lo es, como se ha visto, que en uno y otro continente se asentaron gentes de distintas adscripciones laborales.

Otro aspecto que hay que retener es que fue un exilio de la izquierda española, es decir, de republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas, que, en los momentos del éxodo, ya no integraban ese frente popular que ganó las elecciones en febrero de 1936. El desarrollo de la guerra y la posterior derrota abrieron profundas brechas entre esos grupos y en el seno de cada uno de ellos. Aunque en el exilio hubo tomas de postura y actuaciones coyunturales unitarias, cada grupo vivió de forma diferente su exilio tanto desde el punto de vista político como cultural.

Con respecto a los lugares de asentamiento, el país que acogió un mayor volumen de refugiados fue Francia. No obstante, de las 465.000 personas que atravesaron la frontera a finales de enero y principios de febrero de 1939, la mayoría retornaron a España. Un informe del gobierno francés evalúa su número en 140.000 a finales de 1939, pero esta cifra es baja porque había   —91→   personas que estaban indocumentadas y por tanto no sujetas a control. En cuanto a Inglaterra, durante la guerra había acogido a 4.000 niños vascos, después se instaló aquí un núcleo muy pequeño de exiliados, pero muy escogido desde el punto de vista intelectual. Por último, un tercer país europeo que acogió a republicanos españoles fue la Unión Soviética. A este país llegaron 2.967 niños en cuatro expediciones entre 1937 y 1938, además en estos años llegaron unos quinientos adultos en gran parte estudiantes para pilotos y marinos. En la primavera y verano de 1939 reemigraron desde Francia y el norte de África algo más de un millar de personas militantes del Partido Comunista Español. Algunos partieron después a países de la Europa del Este, pero el volumen fue pequeño. La presencia de exiliados en otros países europeos fue también muy escasa.

Para Francia los republicanos constituyeron un problema desde el primer momento tanto desde el punto de vista económico como de cara a una parte de la opinión pública que consideraba al rojo español como un extranjero «indeseable»104. Esto hizo que el gobierno francés alentara su repatriación a España o su reemigración a terceros países. Si exceptuamos México y en otro nivel Chile y la República Dominicana, los países de Hispanoamérica se mostraron en general poco receptivos, impusieron condiciones y establecieron criterios de selección para la admisión de refugiados. México fue el país que acogió un mayor número de republicanos, en torno a 22.000 entre 1939 y 1948 de procedencia socio-profesional diversa, como ya indiqué. Dentro de ella hay que destacar el grupo de intelectuales y políticos. Según ha señalado Javier Rubio, de los 197 diputados a Cortes que había en el exilio en 1945, 139 residían en América y de éstos 95 en   —92→   México105. Ello, unido a la situación bélica que asoló Europa entre 1939 y 1945, explica que fuera en este país donde se inició la reconstrucción de los órganos de gobierno de la República española en el exilio y de las estructuras orgánicas de los partidos políticos y organizaciones sindicales106.

Si nos referimos al caso concreto de Cuba, el volumen de refugiados en ese país tuvo una relevancia pequeña puesto que no sobrepasaron los doscientos. José Amor y Vázquez107 que residió en Cuba entre 1937 y 1946, señala un «total aproximado» de 86 escritores, artistas y profesionales liberales que pasaron por la isla en visita breve o en estancia algo más extensa. En un reciente libro sobre el tema del que son editores los investigadores cubanos Jorge Domingo y Roger González se considera que esta cifra peca por defecto108. Lo cierto es que, aunque las vinculaciones históricas entre Cuba y España hicieron que el primer país fuera considerado al principio como uno de los lugares de acogida por excelencia, acabó, no obstante, por convertirse en tierra de tránsito para la mayoría de quienes pasaron por él. Las causas de ese carácter transitorio fueron varias, la principal fue la difícil situación económica que atravesaba el país reflejada en las trabas legales que dificultaban el asentamiento, así como en posturas nacionalistas de rechazo hacia los que venían de fuera, como las que sufrieron algunos intelectuales españoles por parte de determinados sectores   —93→   de la Universidad. Al respecto hay que destacar que este exilio tuvo en Cuba un marcado carácter intelectual y profesional a diferencia de la emigración económica. Pero al margen de ello, estuvo la actitud abierta y receptiva de los intelectuales cubanos y de la población, al igual que de una parte de la colonia de emigrados económicos que contaban con instituciones pujantes como el Centro Gallego y el Centro Asturiano.

Como recuerda Gastón Baquero: «Entre los postreros años treinta y los primeros cuarenta, el escenario cultural habanero, con el grupo universitario al frente, se iluminó de manera extraordinaria con la arribazón de un grupo numeroso de peregrinos europeos de alta calidad. Los españoles eran para nosotros los menos extraños o extranjeros. La Habana fue en aquellos años una encrucijada de los caminos por donde lograban escapar de Europa los perseguidos por una u otra sinrazón o razón de barbarie. Usted podía tropezarse en la calle con un señor llamado Karl Vossler, con otro llamado Erich o con otro llamado Louis Jouvet, o Sergio Vermel, o Paul Aron. De pronto, en el tablón onomástico comenzaron a aparecer las Margaritas, las María, los José, los Claudio, los Fernando. Eran los republicanos españoles»109. El triunfo de la Revolución en enero de 1959 llevó a algunos de los exiliados españoles que habían permanecido en Cuba, a abandonar la isla. Otros decidieron quedarse colaborando en algunos casos de forma activa con el nuevo régimen. Por último, hubo exiliados de otros países de Hispanoamérica y de la Unión Soviética que se trasladaron a Cuba para colaborar en el proyecto revolucionario.




III.- Las culturas del exilio de 1939

El exilio republicano fracasó desde el punto de vista político, pero en contraposición generó unas prácticas culturales extremadamente ricas. Ahora bien, antes de seguir adelante se impone precisar que se entiende por cultura. En un sentido antropológico la cultura es todo objeto, acto o acontecimiento que   —94→   sirve de soporte a una representación, la cual no es otra cosa que la visión que cada miembro de una sociedad o de un grupo social tiene de sí mismo y de lo que le rodea. Esa visión la proyectamos en unas pautas y modos de comportamiento determinados que nos diferencian frente a los otros. En el seno de toda cultura se distinguen distintos niveles entre los que se dan interacciones continuas, los dos que nos interesa destacar son los de la cultura de élite y las manifestaciones de cultura popular que reflejan en este último caso las actitudes, los valores y las formas de vida de la «gente común» o «gente de abajo»110.

Al acércanos al estudio de las prácticas culturales de los exiliados españoles tenemos que tener en cuenta el país en el que asentaron, ya que se dan diferencias significativas entre unos, otros. Como ya dije, los tres países que acogieron un mayor volumen fueron Francia, México y la Unión Soviética. En relación con este último, hay que tener en cuenta el hecho de que aquí no se puede hablar de una cultura de exilio propiamente dicha. Alguno escritores y artistas llegaron a este país ya adultos, pero los que   —95→   fueron niños (la mayor parte) aprendieron un oficio o cursaron estudios superiores y desarrollaron sus conocimientos en el seno de la sociedad soviética, en donde se daba un interés por lo español, sobre todo por su música y teatro clásicos, pero esto no eran expresiones de una cultura de exilio, sino patrimonio del pueblo español. En cuanto a México, los refugiados dieron vida a una rica cultura de exilio que se movió entre los márgenes de la cultura de élite o la alta cultura y que ha sido objeto de numerosas exposiciones, recopilaciones bibliográficas y estudios.

Si nos detenemos con un poco más de detalle en el exilio francés, observamos desde una perspectiva socio-profesional y política que, aunque no faltaron intelectuales y profesionales liberales, el grueso de la población exiliada era de extracción social y cultural media/baja, ocupada en actividades agrarias, de la industria, el comercio, la construcción o bien en oficios «medios» del sector terciario. En amplia medida la militancia era socialista y libertaria, relativamente pocos comunistas en relación con los dos grupos anteriores y escasa presencia de los republicanos.

Es importante constatar que antes de 1939 existía (en general) un profundo desconocimiento de la cultura española en la sociedad francesa, así como una imagen peyorativa de lo español alimentada en cierta medida por el carácter que presentó la emigración económica desde finales del siglo XIX y por la propaganda adversa sobre el «rojo» republicano que caló hondo en una parte de la opinión pública francesa durante la guerra. Los exiliados con su trabajo, con su mundo de valores, con su idea de la cultura, amén de con su participación en la lucha durante la segunda guerra mundial, contribuyeron a cambiar esas percepciones. En este sentido y yendo más lejos, tendríamos que preguntarnos que parte cabe atribuir a los exiliados y a sus hijos y nietos en la fuerte revalorización y atractivo de todo lo español que, desde hace ya años, se viene produciendo en la sociedad francesa111.

En la actualidad hay todavía un escaso conocimiento de las manifestaciones culturales de los refugiados españoles en Francia.   —96→   No existen recopilaciones bibliográficas o catálogos realizados por los propios exiliados como en el caso de México o publicados por estudiosos de estos temas. El seminario organizado en Barcelona en febrero de 1998 por AEMIC-GEXEL, sobre Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia112 ha querido contribuir a paliar esa laguna historiográfica. Un útil estado de la cuestión bibliográfica referido a la literatura que se recoge en el libro de Actas, nos muestra el desconocimiento que existe en relación con este aspecto.

Un tema que no se puede dejar de lado, siquiera en breve mención es el de los hispanistas que han contribuido en gran medida a difundir en Francia el conocimiento de la historia, la literatura y en suma la cultura española. Recordemos nombres como los de Marcel Bataillon, Jean Cassou, Nöel Salomon, Bartolomé Bennassar, Jean Sarrailh o Josep Pérez. Además los trabajos (tesis doctorales, maîtrises, de D.E.A) de muchos alumnos y profesores de universidades francesas sobre temas de cultura española o en torno a la presencia de los emigrados y exiliados en su país. Como reflejo del encuentro entre dos culturas tenemos las colaboraciones de franceses en la prensa de los exiliados como en el caso de L'Espagne Republicaine.

Las primeras manifestaciones de la culturas de los republicanos españoles que traspasaron la frontera a principios de 1939 las encontramos en los «campos de la playa» adonde fueron conducidos. En Argelès, Barcarés, Saint Cyprien y luego en otros campos de concentración del interior, los españoles trataron de mantener la tradición cultural republicana que traían consigo como medio de enfrentarse a la trágica situación del exilio. En los campos fueron encerrados no sólo soldados del ejército republicano derrotado, sino también escritores, médicos, abogados, maestros, profesores, estudiantes... Pronto los responsables españoles de los campos y muchos internados, para hacer más llevadera la vida de miseria y degradación de esa reclusión forzada, empezaron a organizar actividades que retomaban el espíritu de lo que había   —97→   significado la cultura en los años de la República. Se organizaron barracones de la cultura en donde se desarrollaban diferentes actividades culturales y de ocio (bandas de música, competiciones deportivas...), se impartieron clases y se editaron boletines.

La vida en los campos ha sido recogida en dibujos, grabados, acuarelas... de pintores. Unos realizaron su obra en los campos con medios precarios, otros cuando salieron, algunos con posterioridad ya que eran niños cuando estuvieron en los campos con sus familias. También se celebraron exposiciones. En el campo de Septfonds el español Buenaventura Trepa pintó un vía-crucis en la iglesia del pueblo del mismo nombre. Entre los pintores que recogieron la vida en los campos están los nombres de Antoni Clavé, Josep Franch-Clapers, Bartolí, Nicómedes Gómez, Jesús Martí...113

Los catalanes desarrollaron una actividad cultural muy intensa en su propia lengua. Hubo en el campo de Agde un islote de los catalanes (así llamado) donde se llevaron a cabo actividades del mismo carácter de las ya mencionadas, pero en la tradición de su propia cultura. Por otra parte, esa voluntad de restaurar la continuidad cultural rota por la guerra la encontramos en la creación por la Generalitat de Cataluña en el exilio de la Fundación Ramón Llull que, en diciembre de 1939, emprendía la publicación de la Revista de Catalunya considerada como la primera revista cultural del exilio fuera de los campos. Por otra parte, los catalanes impulsaron la creación de entidades asociativas de distinto carácter como los casals catalans que solían editar boletines y revistas, así como apoyar la organización de actividades culturales.

Mencioné antes los distintos niveles de cultura. Así en Francia, junto a manifestaciones genuinas de cultura popular que se desarrollaron especialmente en los medios libertarios, los intelectuales, profesionales liberales, escritores o artistas crearon centros de reunión y órganos de difusión de su actividad, a la par que trataban de que su obra fuera publicada y conocida en los   —98→   círculos de exiliados y en el más amplio de la sociedad cultural francesa. En los primeros momentos del exilio, las publicaciones de los refugiados se desconocían en el interior de España. A partir de los años cincuenta empezó a ser una realidad el «puente» entre intelectuales del exilio y del interior.

A modo de ejemplo, algunos de los organismos e instituciones creadas por ellos fueron: la Agrupación de Universitarios Españoles presidida por Félix Montiel (1944), el Comité de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos (Comité Nacional de la FUE). el Comité Español Provisorio de la Interayuda Universitaria Internacional (1944), la Agrupación Profesional de Periodistas Españoles en el exilio presidida por Mario Aguilar, la Unión de Intelectuales Españoles creada en 1944, el Centro de Estudios Económicos y Sociales de Toulouse-Barcelona. De otro lado cabe mencionar los Ateneos, organismos impulsados por intelectuales, pero abiertos a un público más amplio. En París, estuvo primero el Ateneo Hispanista y desde 1957 el Ateneo Ibero-Americano, en Lyon el Ateneo Cervantes y el Ateneo Español en Toulouse. En cuanto a editoriales se pueden mencionar Ediciones Hispanoamericanas, Librería de Ediciones Españolas, Editorial Ruedo Ibérico, Colección Ebro o Ediciones Catalanas.

Uno de los aspectos que constituyen un claro reflejo de la intensa actividad cultural de los refugiados en Francia lo podemos ver en la prensa, prensa militante, comprometida, que en su estructura formal era heredera de la prensa de la República y de la guerra con nuevos contenidos adaptados a la situación de exilio. Geneviève Dreyfus114 ha rastreado cerca de seiscientos títulos de publicaciones periódicas entre 1939 y 1975 en Francia y África del Norte. La mayor parte de estas publicaciones eran órganos de expresión del gobierno central y autónomos en el exilio y de partidos políticos y organizaciones sindicales. Presentaban un carácter diverso. En gran medida eran publicaciones donde pasmaba la orientación política, pero se editaron también otras importantes   —99→   revistas de carácter cultural y literario. La riqueza formal y de contenidos, la amplitud o la duración variaron. Los problemas de financiación fueron frecuentes y sufrieron prohibiciones en diferentes momentos. No obstante, su consulta es fundamental para un conocimiento de las prácticas culturales de los exiliados. En ellas escribieron gran parte de los ensayistas, narradores, poetas o dramaturgos. En algunas revistieron gran interés las ilustraciones, además de las noticias sobre actividades culturales o las relaciones de libros que se publicaban.

Bajo el auspicio de intelectuales y escritores destaquemos: Boletín de la Unión de Escritores, Independencia, L' Espagne Républicaine, Méduse, Galería, Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, Cuadernos del Ruedo Ibérico. Especial interés presentan las publicaciones culturales, los suplementos culturales y literarios de los diarios o bien las referencias que se recogían en éstos editados por los libertarios. Mencionemos: CNT (Toulouse), Solidaridad Obrera y su Suplemento Literario, Universo. Sociología. Ciencia. Arte, CENIT. Revista Trimestral de Sociología, Ciencia y Literatura, y Umbral. Revista de Arte, Letras y Estudios Sociales.

Un último aspecto que hay que destacar es el que se refiere a las artes plásticas. Así como una gran parte de escritores, científicos y profesionales liberales trataron de reemigrar de Francia a México, los pintores, escultores, ilustradores... permanecieron en su mayoría en Francia y se vincularon al grupo español de la Escuela de París, integrado por artistas llegados a esta ciudad a principios de siglo o en el periodo de entreguerras, siendo ayudados por miembros de este grupo como Picasso. Algunos de estos artistas se quedaron en París, otros se instalaron en diferentes lugares, pero manteniendo siempre un lazo de unión con la capital francesa. Aquí permaneció el escultor Baltasar Lobo, autor del monumento erigido en Annency para conmemorar a los españoles muertos en las filas de la armada francesa y de la Resistencia. En Toulouse la actividad plástica también tuvo gran fuerza auspiciada por los libertarios que impulsaron las Exposiciones de Arte Español en el exilio, la primera de las cuales se celebró en febrero de 1947, en la Cámara de Comercio. Pintores vinculados a la vida de la «ville   —100→   rose» fueron Hilarión Brugarolas o Juan Jordá. Entre los ilustradores no se pueden olvidar a Call y Argüello, merecedores de una monografía.

Desde principios de los años sesenta las manifestaciones culturales colectivas de los exiliados empezaron a decaer por los cambios que se estaban produciendo en el seno de las sociedades en las que vivían (la influencia de la televisión fue decisiva) y por la avanzada edad de la primera generación. Los hijos de éstos, educados en instituciones francesas, participaban en pequeña medida en las actividades de sus padres, en las que había un compromiso político como punto de partida ligado a un acontecimiento que ellos no habían vivido directamente. Era la historia de sus padres, pero no la de ellos, aunque su vida había estado marcada por aquélla ya que esa era la razón de su doble identidad francesa y española. En algunos casos hubo un claro rechazo de los hijos hacia lo español como forma de hacer posible una integración necesaria. Esto se puede ver sobre todo en la lengua. Mientras los padres siguieron utilizando el español u otra lengua de la península como medio de expresión, los hijos prefirieron el francés.

Por último, en estos años sesenta se intensificaron los contactos entre los refugiados y los emigrados económicos que venían de la España de Franco. Este hecho favoreció la relación entre el exilio y el interior y tuvo sus formas de expresión en la cultura. Muchos jóvenes escritores, artistas, universitarios procedentes del interior fueron a Francia, algunos en autoexilio voluntario, y acogieron en su actividad cultural elementos de las prácticas culturales de los exiliados a la par que se convertían en las nuevas voces críticas de un régimen dentro del cual se habían educado. El caso del escritor Agustín Gómez Arcos puede ser paradigmático en este sentido. En suma, la nueva situación era un reflejo del desvanecimiento de un exilio más por el irresistible paso del tiempo que por un cambio en las circunstancias históricas que lo habían provocado. Para ello todavía hubo que esperar unos años.





  —101→  

ArribaAbajoAcerca de la patria de los pintores

Aproximación al estudio del exilio de los artistas españoles contemporáneos


Dolores Fernández Martínez (UNED, Madrid)



I.- Planteamiento del problema

Cuando se habla de los artistas en relación con el exilio, los términos de inmigración y exilio se confunden. Los autores que tratan del exilio artístico muy a menudo se remontan a las primeras vanguardias del siglo XX, en torno al círculo de Picasso, mientras que esa etapa es clasificada en otros casos como inmigración. Los estudios sobre la inmigración, propiamente dichos, ignoran deliberadamente a los artistas porque su caso es minoritario y resulta insignificante frente a las cifras de la gran masa de la inmigración económica. El exilio antifranquista por otro lado se confunde con el exilio republicano y aparece en ocasiones el término de «exilio interior» para definir a los artistas silenciados y silenciosos durante la época de la dictadura. Este exilio interior, que para tantos es tan evidente, para algunos autores es una contradicción con la propia esencia del exilio.

Así pues, habría que comenzar por el principio si queremos aclarar la correcta utilización de los términos. Si tomamos un diccionario veremos que emigrante es un término aplicado al individuo que abandona su país temporalmente, para trabajar durante alguna época del año, o para establecerse en otro país. Entre las causas que empujan al emigrante a cambiar de país quedan excluidas las políticas. El exilio, sin embargo, es un destierro impuesto a personas, generalmente perseguidas por causas políticas, pero que pueden ser igualmente perseguidas por otras circunstancias115. La política no es un factor inherente, lo es la violencia contra las personas que ejercen los estados o las   —102→   sociedades en determinado momento, de modo que la huida del país es la única vía posible de supervivencia. No obstante el exilio se prolonga, aunque no sea la vida o la integridad física lo que está en juego, si el regreso supone una claudicación de las ideas o los principios.

Si la delimitación de los términos es aparentemente tan clara, no lo es tanto cuando se abordan las cuestiones particulares. A la hora de enfrentarnos con el problema del exilio de los artistas españoles contemporáneos nos encontramos, como ya he resaltado, con una gran confusión de términos, por lo que se hace necesario reflexionar sobre las definiciones, las exclusiones y las excepciones.

El exilio español de 1939 tiene, según José Luis Abellán116, un carácter específicamente político. Abellán distingue entre la emigración de la guerra, en la que se incluyen las personas que por motivos políticos salieron en los años 1936-39, y la emigración del franquismo engrosado por las personas que salieron después del 39 aunque también lo hicieran por motivos políticos. Sólo la emigración de la guerra debería llamarse, a su modo de ver, «exilio republicano», pues aunque no todos eran republicanos habían aceptado la legalidad vigente. Estas escrupulosas distinciones tiene muchas excepciones, ya que el mismo Abellán señala que hay que pasar al primer grupo a aquellos que, de haber podido, hubieran salido en 1939, pero que no pudieron por haber estado en la cárcel o en campos de concentración. Excepciones, para José Luis Abellán, también serían los niños de la guerra. A todos los demás había que considerarlos, según él, emigrantes, aunque su emigración tuviera carácter político, económico, o no pudieran desarrollar su profesión con dignidad en España.

  —103→  

No obstante, en 1989, Nicolás Sánchez Albornoz117, reconocía que la clasificación acerca de quienes eran los exiliados no era simple, si manteníamos la acepción restringida sólo a las personas que hubieron de buscar refugio tras la derrota militar, dejaríamos fuera nada menos que a Margarita Xirgu, un símbolo de la España peregrina118, que se encontraba fuera de España al estallar la guerra. Pero si no dejamos fuera a la gran reina del teatro, tampoco podemos dejar fuera a Picasso, símbolo también de esa España que se encontraba fuera desde mucho antes. Los dos casos son similares. Tampoco, según Sánchez Albornoz, debemos dejar fuera a todos aquellos que residían antes en América y que asumieron la condición de exiliados, como es el caso de Guillermo de Torre, por ejemplo. Tampoco podríamos dejar a Manuel de Falla, a quien no se le puede considerar siquiera un republicano incondicional, que se exilió después a pesar de la vinculación inicial con el bando rebelde. Si Falla puede ser considerado un exiliado, también lo deben ser, seguramente, los emigrados del franquismo que excluía Abellán, al mismo tiempo que deberíamos incluir a muchos artistas que, o estaban antes de estallar la guerra en París, o se fueron de España durante el franquismo. Eso sí, Nicolás Sánchez Albornoz considera que el exilio proporciona una situación jurídica específica, que obliga a llevar un pasaporte internacional o de un país ajeno, e incluso, aunque se cuente con documentación española el exiliado se encuentra en un estado de conciencia específico de desarraigo físico provocado por la vida fuera del país, por lo tanto, Sánchez Albornoz no admite la expresión de «exilio interior». Y de exilio interior es de lo que habla José Bergamín cuando se declara «peregrino en su patria»119, ese estado de conciencia existe y una parte importante de los artistas   —104→   «exiliados» en el interior han sido rescatados por Valeriano Bozal en la última Historia del Arte Español del Siglo XX120. Este es un colectivo tan significativo que merece ser incluido en el amplio territorio del exilio.

Sin querer ser exhaustiva, pues solamente con las distintas interpretaciones del exilio, no sólo español, tendríamos suficiente trabajo como para una amplia tesis, he elegido estos documentos para expresar mi disconformidad con las exclusiones, porque considero que afectan en gran medida, a los artistas.




II.- Artistas «exiliados» en París

Es cierto, durante mucho tiempo la vanguardia artística española estuvo en París, mucho antes de que la Guerra Civil convirtiera a los integrantes de esa vanguardia en exiliados republicanos, por este motivo algunos dudan hoy en día que los artistas, en general, hayan sido alguna vez «exiliados» políticos y al parecer está fuera de lugar considerarlos emigrantes, ni siquiera emigrantes culturales que sería un eufemismo. No obstante, a la hora de abordar el exilio artístico republicano del 39, es significativo que José María Ballester comenzara por la emigración artística de principios de siglo en París121. Este hecho es tan significativo que merece una explicación.

Hay causas sociológicas que explican cómo la cerrazón del mercado, la crítica y la sociedad españolas obligaron a nuestros mejores artistas con inquietudes vanguardistas a ir a París desde comienzos de nuestro siglo y, una vez allí, si obtenían un cierto éxito, el regreso era impensable, lo que nunca antes había ocurrido, porque los academicistas que acudían a Roma   —105→   volvían cargados de honores y con clientela fija. En este sentido conviene recordar que Picasso decía:

«Si Cézanne hubiera trabajado en mi país, le habrían quemado vivo»122.



Si en España hubieran quemado vivo a Cézanne, ¿qué otro tanto habrían hecho con Picasso?, está claro que los artistas españoles de las primeras vanguardias, Picasso, Julio González, Juan Gris, Salvador Dalí, Joan Miró, Óscar Domínguez, y otros, están perfectamente integrados en la cultura francesa y en la vanguardia internacional, pero no son aceptados por la sociedad española ¿hasta que punto son españoles entonces?, se pregunta Francisco Calvo Serraller a la hora de analizar la conciencia histórica del arte español123, y no es, desde luego, una pregunta banal, ¿Cómo es posible que sigan siendo españoles y haciendo pintura española, unos artistas que no son aceptados por su país y sí lo son por el país de acogida? Es una aparente y extraña contradicción. La explicación está en la particular relación entre los pintores y la historia de la pintura y el diálogo establecido entre la pintura europea en general, un diálogo que permite. aunque se pueda hablar de pintura española, francesa, italiana o alemana, que todos los pintores se puedan considerar del mismo «país», ya que se alimentan de la misma fuente, una fuente en la que no existen los nacionalismos, en todo caso una raíz común de una forma determinada forma de ver la pintura que podemos llamar quizás europea, por lo menos hasta la entrada en juego de la pintura norteamericana124.

  —106→  

El hecho de que la pintura española (Goya, Velázquez, El Greco) sea un pilar sobre el que se asienta la vanguardia artística europea, hace que nuestros exiliados continúen siéndolo porque siguen aferrados a una tradición pictórica española que, a su vez forma parte de la modernidad, una situación compleja estudiada por Francisco Calvo Serraller, Ángel González o Valeriano Bozal en numerosas ocasiones. Esta situación explica perfectamente por qué los artistas se sentirán en el exilio en Europa, sobre todo en Francia o en Italia, y no resistirán el paso por América Latina, mientras que América del Norte es un lugar que no contempla125.




III.- Arte y República

Acerca de la pintura «del exilio», la vinculada a la República, también tendríamos mucho que decir, está convenientemente estudiada la carga cultural de los dos contendientes durante la Guerra Civil Española126 y lo decisivo del Pabellón Español de París en 1937, en el que se expone por primera vez el Guernica de Picasso y en el que participan artistas como Alberto Miró, Alexander Calder, Renau... etc127. El grupo de artistas que participa en esta exposición ya nos da las pautas de los diversos elementos que conformarán el exilio artístico   —107→   español: Representantes de la vanguardia histórica española exiliada en París, algunos que han ido participando en la incipientes exposiciones vanguardistas alentadas en el interior desde 1925, camelistas revolucionarios... etc. Las corrientes artísticas son variadas igualmente, no todo responde a la temática de compromiso desarrollada a raíz de la guerra, sino que se incorporan los nuevos lenguajes que en aquellos momentos se practican en París. Y, como un hecho excepcional, todas estas corrientes son admitidas en París, lo que no ocurre en el interior, ni siquiera en el bando republicano128.

A raíz de la derrota, numerosos artistas españoles, conocidos y desconocidos, cartelistas, anónimos artistas, anarquistas, etc. se incorpora a ese exilio anterior que si escasas posibilidades de volver al país antes, menos tiene ahora bajo el régimen franquista. El grueso del exilio que entonces se produce es muy variado y complejo y merece un estudio pormenorizado, pero antes de hacerlo me gustaría dejar patente la diferencia con el exilio literario.




IV.- La patria del artista español contemporáneo

Las raíces de la cultura artística están en Europa y la lengua no es un inconveniente para los artistas, si para los escritores, por eso se ha justificado el fructífero exilio español en Latinoamérica: la patria del escritor es su idioma. Naturalmente es difícil, en muchos casos justificar el sentimiento de los pintores, no son escritores, y como consecuencia, no proporcionan una documentación suficiente y necesaria para el historiador. No obstante, podemos recurrir a uno de los artistas republicanos exiliados con una creciente valoración como escritor, es el caso de Ramón Gaya, un ejemplo de cómo se siente ese exilio. El período mexicano este artista lo vive dramáticamente, mientras que la vuelta a Europa, aunque no sea todavía a suelo español, es la vuelta a la casa:

  —108→  

«1952

MÉXICO, 19 de junio.

Salida de México.

PARÍS, 21 de junio.

Anteayer, atontamiento de la salida: los amigos, el equipaje...En N. Y., atardecer, un atardecer, diríase, tropical, pero sucio, turbio, aunque hermoso, muy triste, como con dos tristezas, la suya propia de atardecer y la mía, que yo reconocía y distinguía muy bien, pero de la que se me escapaba el motivo. La verdad es que después de unos primeros años de gran desespero, había terminado por asentarme, por acomodarme en una como desdicha... blanda, casi dulzona, cómoda -a la que desde luego había tomado cariño, apego, ley-, y ahora era como si de pronto sintiese el desgarro y la pena de una separación (...) Mañana estoy citado con Concha para ir juntos al Louvre; allí tengo amigos... perennes, Rembrandt y Tiziano sobre todo, que me ayudarán a entrar en... Europa.129»



Esa vuelta a casa es la vuelta a la pintura, alimento para el pintor como lo es la literatura para el escritor. Gaya narra este encuentro con la pintura española del Louvre como si estuviera hablando de comida y estuviera asistiendo, por fin, a un gran banquete:

«Poco a poco voy entonándome, conformándome. En una sala de españoles, con mala luz, me sale al paso, con esa descarada limpieza de lo absolutamente verdadero, un cuadro de Murillo -El nacimiento de la Virgen-, bueno todo él, pero sobre todo con espléndidos trozos de... pintura, de pintura... pura y corpórea, consistente; una pintura muy de pintor para... pintor, una pintura gustosa, carnosa, material, muy material, y que, no obstante, logra trascenderse, hacerse... espíritu. Porque Murillo no parece tener, de por sí, eso que llamamos... espíritu, sino que viene a ser la Pintura misma»130.





  —109→  
V.- El Museo del Prado como roca

El sentimiento de la pintura española como patria no es propio únicamente de Ramón Gaya, es propio de la cultura bélica del bando republicano y está imbricada en el sentimiento general de la patria. La célebre frase de Manuel Azaña acerca del valor del Museo del Prado sobre la vida de los españoles, fue bastante polémica, pero respondía a un sentimiento generalizado entre algunos intelectuales europeos acerca del Arte como verdadera herencia del hombre, herencia que hay que salvaguardar como el territorio, el más significativo A. Malraux, que desarrollará su teoría muchos años después, aunque, cuando acude a España, a luchar en las brigadas internacionales, ya estaba pensando en su nueva teoría (se intuye en las páginas de L' Spoir). No obstante, prefiero volver a citar a Ramón Gaya, que ha explicado como nadie, en 1953, cómo el Museo del Prado es realmente el corazón de España.

«Cuando desde lejos se piensa en el Prado, éste no se presenta nunca como un museo, sino como una especie de patria. Hay allí algo muy fijo, invulnerable y también sin redención (...) el Prado es un lugar hermético, secreto, conventual, en donde lo español va metiéndose en clausura, espesándose, encastrillándose (...) se siente que es la pintura y no la poesía quien puede ofrecer... un suelo, es decir, una especie de seguridad (...) Entrar en el Prado es como bajar a una cueva profunda, mezcla de reciedumbre y solemnidad, en donde España esconde una especie de botín de sí misma, robado, arrebatado a sí misma, defendiendo de sí misma. La pintura española es real como no ha podido serlo nunca la realidad misma española (...) Afuera está la realidad ilusoria, la vida sueño; pero la pintura, para el español es, precisamente, despertar (...) Desde fuera y lejos de España, cuando un español piensa en el Prado éste no se le presenta nunca como un museo, sino como una roca.131»



  —110→  

El Museo del Prado es un imaginario y un referente para artista que hacen «pintura española» como Antonio Saura, que llega a hablar de un particular «Prado imaginario», un museo personal que configura cada visitante que acude al Museo.

«El Museo del Prado no es el mejor museo del mundo-hay muchos museos hermosos, cada uno con su particular atractivo y especialización-, pero es, quizás el que contiene los ejemplos más extremosos de la expresividad pictórica de la antigüedad. Una belleza no dependiente de la belleza de las formas o de la seducción de los temas, ya ni siquiera de la maestría de su tratamiento, sino de su capacidad de convulsión, de desgarro o de permanencia, es decir, de otra belleza cuya única posible definición sería la palabra «intensidad». El Prado no es solamente uno de los museos más bellos del mundo, sino que es. Sin duda alguna, el más intenso»132.






VI.- La ausencia necesaria

Uno de los mitos que rodean la vida del artista contemporáneo es el de la necesidad de alejamiento del país como imprescindible para la creación. Es un mito que se arrastra desde la peculiar historia de nuestras vanguardias. Y aún hoy día, cuando «la senda extraviada del arte»133 se puede seguir en cualquier parte del mundo, se sigue imponiendo la necesidad de que el artista se aleje de su país y no regrese más que triunfante. Pero es un mito puesto que no todos los artistas tienen por qué sentir esa necesidad y en una situación de regularidad y de libre acceso a la información no es necesaria esa ausencia si el artista no la siente necesaria. Una situación muy distinta es la época vivida durante el franquismo, cuando los artistas tenían que irse si querían informarse o sencillamente «respirar», en términos utilizados por Antonio Saura o Eduardo Arroyo. Efectivamente Saura es un artista que en los años cincuenta, cuando ya el Paso,   —111→   movimiento al que pertenecía, tiene cierta repercusión, decide irse de España, para, como hemos dicho, «respirar». Y sin embargo su obra es muy «española»:

«Yo he vivido fuera de España, en París, en Estados Unidos. El artista debe viajar, es una condición fundamental para alimentarse estética y espiritualmente... Yo que he estado siempre fuera estoy marcado por el atavismo del «arte español». Y es así: yo hago arte español»134.



La ausencia de Saura no se debe a ningún impuesto, más bien se equipara al del intelectual que, durante el franquismo, o después, ha de irse del país si quiere investigar o trabajar en su profesión, algo que en la mísera España de aquellos años. económica e intelectualmente hablando, no era posible.

Un caso singular es el del pintor Eduardo Arroyo, siete años más joven, que «escapa» de España en cuanto puede, recién terminado el servicio militar. Es curioso que Arroyo llegara a París con la intención de ser escritor, la literatura era lo que le interesaba en los años cincuenta, sin embargo, pronto se da cuenta de que es una pretensión absurda escribir en su lengua en un país en el que tiene que utilizar otra distinta y, paulatinamente se va abriendo camino como pintor, y un pintor muy «español» que comienza despertando el interés de los franceses con temas en relación con lo taurino (toreros amenazados por mariposas). El problema de España, sobre todo político, ha tenido una presencia total en su vida y en su obra.

Arroyo, que es un artista que, con toda razón se puede considerar «exiliado» (tuvo el típico carnet internacional ya que el suyo le fue retirado en 1973, al final de la dictadura) cuenta en la entrevista con Rosa Pereda recientemente publicada, lo difícil que le era explicar a los funcionarios que sin pertenecer a ninguna   —112→   organización, él tenía estatuto de perseguido político135, lo que corrobora la tesis de inicio de esta comunicación.

La situación del exilio de la vanguardia artística española se prolonga durante toda la etapa franquista, se llega a identificar vanguardia artística con antifranquismo, y París seguirá siendo el mayor centro de acogida.




VII.- Final de esta problemática

Hay un momento en que la especial relación con la historia, la historia de la pintura, la problemática de la identidad, etc., desaparece como problema de los artistas a nivel internacional. Este momento coincide con la entrada en escena de la pintura norteamericana. Aunque las raíces están, desde luego, en la pintura francesa, el movimiento abstracto norteamericano supone una ruptura radical con la tradición y la Historia, un punto cero. A partir de este momento, los artistas se encuentran «sin patria». El hecho de que en España la dictadura se prolongue hasta los años setenta hace que esa ruptura con la tradición que conocemos no se produzca hasta los años ochenta, cuando ya la democracia está en marcha. No obstante, como hemos comentado, la necesidad de «huida» o de «alejamiento» se impone como una obligación es, creo, la normalización de una prolongada situación anómala.





  —113→  

ArribaAbajoPoesía femenina del exilio español

Berta Esther Fernández Muñiz (Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco)


Nélida Vidal (Ateneo Español de México)



   Pongo mi corazón, mi viejo idioma
Sobre esos dioses desterrados tuyos.


Carmen Castellote.                


Poesía femenina supone el uso de una etiqueta que debió haber sido desterrada de la terminología literaria desde hace mucho tiempo. Sin embargo, y dado que en nuestro trabajo realizamos un somero recorrido por los versos de algunas mujeres; femenino, es si no el calificativo más apropiado, sí el más preciso. La poesía a la que hacemos mención es femenina, porque son mujeres las autoras de los bellísimos textos que revisamos y que narran con sutileza y pasión desgarrante, experiencias y dolor que surge de las vivencias de la guerra y el exilio.

Contra lo que pudiera parecer a simple vista, no es nuestra intención la de ofrecer una visión feminista de la obra de las exiliadas. Entre otros motivos porque consideramos que los tiempos del feminismo, en literatura, terminaron hace algunos años. Más bien se trata de presentar a un grupo de escritoras a las que público y crítica ha mantenido olvidadas de un modo que, dada su calidad poética, consideramos injusto. Cierto que algunas de ellas han sido rescatadas en estudios aislados pero, al igual que les ocurrió a novelistas, ensayistas o dramaturgas, este tipo de análisis son mínimos y la perspectiva utilizada por los estudiosos es siempre la contraposición frente a sus congéneres masculinos que, es imposible negarlo, les ganaron, sino en calidad técnica, al menos en cantidad.

Si la poesía femenina del exilio español no fue en México todo lo exitosa que merecía se debe a una azarosa conjunción de   —114→   circunstancias que, poco a poco, la fueron relegando hacía otros ámbito. Pilar Domínguez Prats136 achaca la primera gran traba a la competencia masculina. Es decir, en los primeros años del exilio, arribaron a México gran cantidad de poetas de prestigio reconocido, entre ellos buena parte de la generación del 27 y evidentemente, las editoriales optaron por publicar aquellos textos amparados bajo una firma importante que suponía, al menos, la seguridad de un cierto nivel de ventas. La segunda dificultad deriva de la propia identidad de las mujeres como tales que en su mayoría, cargaban con el lastre de una educación española de señoritas de buena familia, es decir, inútil, frente a sus rivales masculinos que no sólo poseían títulos universitarios sino que, frecuentemente, habían ampliado sus estudios fuera de España. A esto se une el concepto de esposa y madre establecido conforme a los cánones de una formación tradicional cuya primacía frente a cualquier otra actividad, era el deber de ser madre. Por último, Domínguez Prats se remite de nuevo a las imposiciones editoriales que, en vez de versos, sugerían a las españolas con facilidad literaria, textos narrativos que rememoraran la tragedia recién terminada, desde un punto de vista más humano. Si los hombres relataban en sus diarios los movimientos del frente de Teruel, ellas, las esposas, madres, hijas y hermanas, debían remitirse a las colas del pan, los familiares destrozados bajo los bombardeos alemanes, las violaciones de los tercios de Marruecos o la admiración incondicional hacia los valientes milicianos que arriesgaban su vida por salvar a la patria mancillada. Si este tipo de escritos no eran de su gusto existían otras alternativas: la novela rosa y las revistas femeninas.

Pese a todo, el exilio español cuenta con un grupo de excelentes poetas que merecen ser leídas y analizadas en detalle. Algunas, a título individual, han sido reconocidas por la crítica, como Concha Méndez, Nuria Parés o Ernestina Champourcín, y   —115→   aquellas otras que una muerte temprana o su dedicación a otros géneros, les ha impedido el reconocimiento en el mundo de la poesía, tales son los casos de María Enciso, fallecida en 1947, o el de Angelina Múñiz-Huberman, donde la narradora fecunda ha soterrado a una exquisita poeta; y por último, aquellas que por motivos inexplicables no alcanzaron fama ni fortuna pese a su buen hacer poético como Carmen Catellote, Adriana Merino, Aurora Correa o María Benito de Segarra.

Pese a que el género femenino ha sido, a lo largo de los siglos, acusado de voluble y veleidoso con todas las connotaciones peyorativas que ambos calificativos conllevan, nada mejor que iniciar estas breves acotaciones con unos versos tan contundentes como descriptivos de la literatura que este reducido grupo de mujeres, españolas, exiliadas y poetas, compuso al filo de la guerra y el destierro.


Si nunca me he servido de lo externo,
de lo que quieran darme los extraños,
no va a ser a esta hora, en este infierno,
donde mis ojos vean desengaños.
Yo miro más allá, hacia un futuro,
hacia una meta a donde va mi vida.
Como sé lo que quiero, miro al mundo
y le dejo rodar con su mentira137.



Más allá de la tragedia y éxodo, la poesía femenina del exilio español se ha caracterizado siempre por una gran fuerza expresiva, derivada de un sentimiento de esperanza en un futuro promisorio capaz de atenuar los desastres de la contienda, la pérdida de los seres queridos y la nostalgia de la patria lejana. De este modo, la visión de los vencidos con todos su significados de derrota, angustia y desarraigo, habituales en la poesía masculina, es substituida en el pensamiento femenino por una visión de renacimiento, un asidero intemporal desde el que la persona, como mujer y como poeta, puede retomar de nuevo su destino y   —116→   dirigirlo hacía un porvenir prefijado. Adriana Merino, una de las más desconocidas integrantes de este grupo, describe en muchos de sus poemas esta idea de renovación con la que Carmen Castellote, injustamente olvidada por los críticos pese a poseer una de las más ricas y profundas voces de nuestros días, titula el más carismático de sus libros: Acta de renacimiento138.


Retornar, con mi bagaje
de pájaros heridos
y el clamor cantarino
de las fuentes
cautivo en mi garganta.
El vuelo de múltiples gaviotas
agitará las velas de mi barca...
Renacer, a la vida
con el eco sombrío
de mi voz
y mi canción fallida139.



Y es precisamente Adriana Merino, almeriense de nacimiento y mexicana de adopción, la voz que mejor recoge las concomitancias y contigüidades de sus compañeras de travesía. Y es precisamente ella, desconocida y olvidada, quien mejor aglutina el sincretismo de las exiliadas vaciado en un sentimiento especialísimo que liga, inseparablemente, la muerte de la vieja patria con el surgimiento de una nueva hasta renacer, igual que el fénix, de las vetustas y renegridas cenizas del pasado. Ese pasado que refiere, en primera instancia, a la guerra civil y a una pequeña ciudad andaluza desangrada bajo las bombas de la aviación alemana el 31 de mayo de 1937.


Aquella mañana
el firmamento se astilló
—117→
con el sonido amenazante
de los pájaros negros,
los que escupían fuego
y dejaba los prados
sembrados de miembros sangrantes,
de zapatos pequeños
y trompos las ciudades140.



Almería del dolor y de la muerte, así titula María Enciso, almeriense como Adriana, uno de los más conmovedores poemas dedicados a los desastres de la guerra.


¿Dónde está tu alegre voz?
Tu blanco olor de nardos se ha quebrado
sobre la rubia arena de tus playas.
Que un viento enloquecido,
ha velado una noche en tus orillas
a la sombra del agua derramado.



Sin embargo, pese a la muerte que todo rodea y todo contamina, la ciudad late todavía y se levanta en voces múltiples de augurios favorables.



Tu alegre voz sí está sobre la tierra.
Vuelve a vibrar tu aliento renovado,
y el aire, trae de ti, de amor dolido,
tu nombre que el dolor ha madurado...

Almería del dolor y de la muerte,
nombre sencillo de todos ignorado,
una esquina del mundo, silenciosa,
viviendo su dolor, triste y callado.
La florecida y andaluza playa
que sueña, el corazón enamorado141.



  —118→  

Surge, nuevamente, la fortaleza femenina capaz de aquilatar cualquier caída en un esfuerzo poderoso de recuperación, en un último aliento de perseverancia, en un suspiro postrero de resurrección y lucha. Aurora Correa, niña de Morelia y refinada escritora que ha purgado un largo, larguísimo exilio de desvinculación familiar, reinventa ese núcleo filial de antaño. Y a falta de parientes toma como interlocutor su más caro recuerdo, un viejo y desastrado perro al que la contienda dejó igual de triste y desarropado que a ella.



Tú madre soportó las hambres
y resistió las penas de la guerra,
lo mismo que mi madre,
y aún tuvo las agallas
de parirte tu padre
sin dar leve molestia...

De tu padre te digo
que fue un desconocido
guerrero en campaña.
Tal vez se conocieron
y mi padre,
miliciano en la sierra...

De ella, de tu madre,
te quedó el regocijo que te causan las alas,
el odio más que humano
por todo lo que suena a guerra
y tu amor por la tarde, y tu amor por mi alma142.



La guerra como constante que incide, directa e indirectamente, en todos y cada uno de los ámbitos de la cotidianeidad. La guerra como inmenso socavón abierto en el centro de la vida, como núcleo pertinaz de la memoria, como eje en torno al cual es necesario construir una existencia nueva. Si es imposible cerrar la sima hay que intentar, al menos, mantenerla cubierta. Pero este pequeño grupo de mujeres, dueñas de una sensibilidad exacerbada, espíritus volátiles que todo somatizan, encuentra, frecuentemente, considerables dificultades para ocultar su dolor.

El exilio está acompañado por la soledad; la pérdida total de la patria, la casa, los amigos y en la mayor parte de los casos,   —119→   la familia; el padre, la madre, el hermano, la hermana, o alguno de los hijos. Un duelo interminable que sólo se mitiga con la mira dirigida a un futuro imaginario, en donde reconstruir se convierte en la esperanza de vida que habrá de permitir la subsistencia aparentemente normal. Porque después de un exilio nada podrá ser como antes. Aún al ser acogidos por un país generoso que ofrece su suelo en adopción, en pensamiento está escindido y ya nada nos pertenece plenamente. Somos de aquí y de allá y no somos de ninguna parte.

La mujer, sin perder su identidad de origen, acepta la nueva realidad, y aunque internamente desgarra, logra otra férrea identificación psíquica, cuyos cimientos se erigen a través de las relaciones interpersonales, nuevas o antiguas, que ubica en primer término afectivo consciente o inconscientemente, y que le abren el camino para lograr la renovación de su integridad personal. El pasado está ahí, en el presente; pero el presente obliga a vislumbrar el futuro y mantenernos siempre hacia adelante, con un espíritu de vanguardia que obliga a la mujer a fungir como ama de casa eficiente y obrera o profesional destacada.

El exilio en la mujer pareciera ser más doloroso. La vida está forjada y las pérdidas se hacen más evidentes desde el primer instante. Si en ese exilio se mantiene unida la familia, el trayecto se vuelve menos arduo, pero cuando quedó atrás, muerto o desaparecido, el marido, el compañero amado... tal vez la reconstrucción se hace imposible de manera individual. Sólo podría lograrse al través de los hijos, las hijas y los nietos y nietas; pero con una vida truncada para siempre. La imagen de la guerra, para niñas y mujeres (para todos) aun con la paz en el exilio y una vida laboriosa, se mantendrá viva en la memoria lacerando con su eterno recuerdo. Es en ese momento cuando el exilio te hace extraño, porque los otros no saben de la guerra y no hablan de ella.


Caminos, kilómetros de tiempo,
nada puede apartarme de la guerra,
de sus muertos escondidos en mi infancia.
—120→
Y la vida nada sabe de este hoyo,
abierto aquí, en el corazón143.



Y ante la acción balsámica del tiempo, Carmen Castellote a solas con sus recuerdos, lanza una interrogante sin respuesta aparente:


Ya nadie habla de guerra
¿Qué hago yo con los muertos?144



A través de la poesía, Carmen retoma los fantasmas híbridos de su infancia y las múltiples heridas de batalla, para transformarlas en un descubrimiento gozoso del mundo, nacido de la noche, de los súbitos silencios y del amor.


Ya se ha ido la guerra.
La nieve ocultó su huella de sangre;
ahora es más limpia, más ligera su espuma.
Las mujeres ya no son la soledad de antes,
un perfume de hombre
fija en ellas su limpio testimonio145.



Tal vez pueda parecer éste un sentimiento en exceso femenino. Tal vez, un hombre, hubiera dirigido sus versos hacía otro rubro que no fuera el amoroso. Acaso se hubiera inclinado a expresarse en función de criterios sociopolíticos ligados a la colectividad, a ese cerrado grupo que padeció el largo camino del exilio, a sus desdichas y a su desarraigo. Las mujeres, sin embargo, mostramos una cierta tendencia a centrarnos en situaciones individuales, privadas, ligadas intrínsecas y fuertemente a nuestra intimidad personal que tiene mucho que ver con el amor: la pareja, la maternidad, el hogar, como forma de escaparse de todos los malos recuerdos que, constantemente nos   —121→   acechan, y que procuramos mantener alejados de nuestros hijos, con la esperanza de que ellos no queden marcados por la guerra.


Fue breve este saberte ausente
Fue breve esta ausencia de luz
en las miradas...
porque multiplicada
diáfanamente amplia,
plena de dádivas,
te hemos recuperado tus amigos...146


Aquellos cuya estirpe
reconocida en el dolor,
por el dolor unida
y en el dolor crucificada,
¡te amamos más allá de
lo intemporal y efímero!



Tratamos, pues, con un exilio distinto al que nos narran Rejano, Garfias, León Felipe o Moreno Villa. Un exilio mucho más matizado, menos geográfico. Un exilio íntimo que va desde la nostalgia más tenue de los atardeceres madrileños...


Esa nostalgia tan dulce
que nuestro sentir invade;
el recordar tu alegría
el cielo azul de tus tardes147.



Hasta la justificación sintética del por qué de tantas penas pasadas:


Y no digáis: ¡no valía la pena!
Aquellos niños,
que no alcanzáis a ver,
porque aún no han nacido, lo pedían148.



Del agradecimiento por una tierra nueva


Como una palma que desvela el aire
—122→
perfil del alba que la noche cierra,
verde, sobre el azul de un mar inmenso,
ardiente orilla, te contemplo América.
Seno de luz, tu entraña generosa,
tus senderos de sol, tu abierta tierra,
y los ríos y arterias de tu vida,
para un mundo que el mar dejó en las playas,
voz quebrada en la angustia de la guerra149.



a la herida pertinaz que no termina de restañar el tiempo.


Espadas de dolor, delgadas voces
en muerte y agonía traspasadas.
de otro lado mar las traen los vientos.
sobre tus claras noches estrelladas.
Lleva la luz, cercos de oscura sombra,
enlatados parecen tus paisajes,
y las voces de angustia y muerte, lentas,
en fría soledad, recoge el aire150.



De la autora de estos últimos versos se publicó en Las Españas una bellísima necrológica que recoge, mejor que ningún otro texto, tanto su buenquehacer literario como su personal concepto del exilio.

«Con palabras de vida y esperanza debemos recordar a María Enciso, muerta a deshora, cuando el tiempo de España, de su libertad, la aguardaba. Su nostalgia de la patria era la nuestra, una añoranza nutrida con obras y afirmaciones, a veces con duros silencios. María Enciso, la amiga leal, es una limpia verdad literaria que se trunca, en el momento en que su emoción y su concepto poéticos alcanzaban fecundo equilibrio, clara sazón. En ella, la dignidad de la forma se funde con una ferviente dedicación temática...

María Enciso, destino y destierro, Poesía y España. Un delgado silencio vibrante»151.



  —123→  

En realidad, si algo puede caracterizar a las poetas del exilio es, sin duda alguna, su integración literaria, espiritual y personal en tierras mexicanas, una interiorización total que, Nuria Parés, describe como fe de vida.

«Cuando llegué a México busqué, como tantos de nosotros, lo que había de español aquí, un asidero, y tardé en reconocer que lo que había de español aquí no era español, era mexicano, y así, como mexicano, había que quererlo».

Y partiendo de esta aceptación explica posteriormente la metamorfosis que sufre para pasar de un exilio geográfico a un exilio mucho más intimo ligado a su propia existencia interior.

«Yo he cambiado la añoranza de la patria que perdí por la añoranza de los seres que he perdido sin remedio»152.

Poco a poco, se va tejiendo una red que sustenta la vida a través de las relaciones interpersonales. Un cambio de orden en las jerarquías establecidas en los primeros momentos del exilio, una readeacuación de las prioridades que Catherine G. Bellver, en un magnífico estudio dedicado a Concha Méndez, describe de esta manera:

«La identidad psíquica de la mujer depende del establecimiento y la continuidad de sus relaciones íntimas con otras personas, mientras la orientación teológica del hombre se forma a través del apartamiento individual y la ejecución de sus proyectos. Para la mujer, la ruptura de sus lazos emocionales produce sensaciones de exilio comparables a las del destierro. Las mujeres, tanto en su vida como en sus escritos ponen énfasis en las relaciones interpersonales en vez de en los hechos políticos o históricos»153.



Si en María Enciso no aparece de modo explícito esta transformación se debe, sin duda alguna, a una muerte temprana   —124→   que impidió el consiguiente proceso de madurez sufrido por las mujeres, porque careció del tiempo de aclimatación suficiente para pasar de la etapa de dolor a la de resignación y la reconstrucción.

Carmen Castellote, años después de la muerte de María Enciso, ya puede hablar de la reconstrucción.


Ahora soy esa luz que de tanto serlo
a oscuras lo descubre todo.
Y aunque las cosas son mi miedo,
dejo que huyan de mis ojos
y que inocentes construyan el milagro154.



Angelina Múñiz afirma, nuevamente, esta idea de reconstrucción del mundo externo a través de la restauración interna.

El poeta del exilio se ve obligado a recrear su mundo instaurando orden en el caos. Un caos que empieza por él y que se extiende a su ámbito circundante155.

Y es a través de esa remodelación interior que, poco a poco, muy lentamente, surge la poesía con voz propia. Una poesía fuerte que liga pasado con presente con futuro, que se eleva desde la epopeya colectiva a la superación individual semejando una de esas afiladas agujas con las que Matías Goëritz, exiliado perpetuo clamaba al cielo paciencia y sabiduría.

Presentamos en forma sintética un trabajo que requiere mayor profundidad analítica, pero en este momento lo impiden los criterios de extensión requeridos. Nuestra idea inicial se mantiene, y continuamos investigando para señalar el olvido al que se han visto sometidas un excelente grupo de escritoras del exilio español republicano. Los ejemplo utilizados pertenecen a libros casi desconocidos de poetas frecuentemente ignoradas.   —125→   Concha Méndez es una de las que lograron atención y escucha de lectores y críticos. Excelente poeta, también nos habla de esperanza, renacimiento y lucha:


Para que yo me sienta desterrada,
desterrada de mí debo sentirme,
y fuera de mí ser, y aniquilada,
sin alma, y sin amor de que servirme.
Pero yo miro adentro, estoy intacta,
mi pasaje interior me pertenece,
ninguna de mis fuentes echo en falta.
Todo en mí se mantiene y reverdece156.





  —126→  
Bibliografía

-BENITO DE SAGARRA, María: Poesías y meditaciones, México, Costa-Amic, 1973.

-CASTELLOTE, Carmen. Acta de renacimiento. México, Castellnova, Pliegos de Poesía, 1985.

-——: Con suavidad de frío. México Ediciones y publicaciones Aconcagua. 1976.

-CORREA, Aurora: Odas, Edición particular, México, 1976.

-DOMÍNGUEZ PRATS, Pilar: Voces del exilio. mujeres españolas en México 1939-1950, Madrid, Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid. Dirección General de la Mujer, 1994.

-ENCISO, María: De mar a mar, México, Isla Manuel Altolaguirre Impresor, 1946.

-GARCÍA NAREZO, Gabriel: Prólogo a Con suavidad de frío, México, Ediciones y publicaciones Aconcagua, 1976

-MÉNDEZ, Concha: Poemas, sombras y sueños, México, Rueca, 1944.

-MERINO, Adriana: Mi orfandad frente al mar, México. Federación Editorial Mexicana, 1982.

-NELKEN, Margarita: Primer frente, México, s.p., 1944.

-PARÉS, Nuria,: [et. al]. Poesía y exilio, los poetas del exilio español, edición de Rose Corral, Arturo Souto y James Valender. México, El Colegio de México, 1995.

Revistas:

-Las Españas, México, núm, 12, abril de 1949.





  —127→  

ArribaAbajoTransmisión del espíritu español en el exilio. El «Instituto Luis Vives»

Luis Perujo Álvarez (México)


La educación en España nunca había sido una verdadera preocupación para los gobiernos anteriores a la II República. El pueblo español era un pueblo atrasado. Sólo un porcentaje muy pequeño tenía la posibilidad de acceder a la educación superior. El índice de analfabetismo era muy alto, y, no obstante las escuela públicas, las llamadas nacionales, de hecho la iglesia, dominaba todos los niveles de la enseñanza. Así pues, la educación era privilegio de los pequeños grupos que podían pagársela y de aquellos que gozaban del favor eclesiástico.

«La historia guisada en porciones caseras por sus paternidades nutrió mi conciencia española... -escribe Azaña en su magistral El jardín de los frailes-... no tardábamos en advertir la pesadumbre de la vocación española, incierta, temible como la del cristiano... nos propinaban una patria militante por la fe; España es en cuanto realiza el plan católico. Las sugestiones todas de la pasión nacional aprovechaban al propósito divino. Usurpación temible»157.



Desde su promulgación en 1931, la República inició una política reformadora en todos los órdenes para modernizar al país transformando sus estructuras y tratando de eliminar los rezagos seculares de la sociedad española. En ese intento de creación de un nuevo país la educación jugó un papel muy importante, porque a través de ella se pretendió sacar al pueblo del atraso en el que vivía, con el fin de proporcionarles a los españoles una vida más justa y más humana.

  —128→  

Se realizaron grandes reformas educativas entre las cuales las más señaladas fueron la política laicista de la educación, por medio de la cual se prohibía a todas las órdenes religiosas realizar labores docentes, el considerable aumento del número de escuelas, el incremento tanto de la plantilla de profesores como de los presupuestos dedicados a la educación, y la creación de nuevos Institutos Escuela en diferentes ciudades de la península, siguiendo el modelo del que se había fundado en Madrid en 1918 para educación primaria y bachillerato. Así mismo se hicieron programas para difundir la educación no formal, y se crearon las llamadas Misiones Pedagógicas158, que llevaban obras de teatro, bibliotecas ambulantes, cinematógrafo y reproducciones de cuadros del Museo del Prado, entre otros educativos, a los rincones más atrasados y apartados de España. Se implantó además la escuela nocturna y la escuela para adultos159.

El alzamiento fascista de julio de 1936 tenía que romper aquella esperanza ya probada: un pueblo educado es más peligroso. Los fascistas lo sabían muy bien. Con todo, la República siguió durante toda su corta vida y a pesar de la guerra, llevando la educación a su pueblo. Son conocidos los heroicos intentos de alfabetización de los milicianos en los mismo frentes, que además de formar militares diestros en las escuelas de guerra, enseñaban a leer y escribir, y, para no extenderme, hasta a lavarse los dientes. Igualmente conocidas son también las lecturas que poetas e intelectuales hacían en los frentes, y no podemos olvidar la creación de escuelas para los niños desplazados por la guerra y su acomodo en las zonas libres.

Quienes sobrevivieron a la guerra y estuvieron en los campos de concentración franceses de Angeles sur Mer, Saint-Cyprien, Gus, Septfonds, recuerdan todavía con gran emoción los «Barracones de la Cultura», que mantenían viva la esperanza y la   —129→   profunda identidad con la España que habían perdido. Estos «Barracones de la Cultura» fueron organizados y dirigidos por profesores que habían realizado labor docente durante la República y por militares del Ejército Popular Republicano. En ellos se hicieron pequeña publicaciones y se elaboraron planes generales de trabajo para los distintos grados de enseñanza. En algunos albergues para refugiados en que la población de niños era numerosa, se constituyeron también pequeños centros de enseñanza para proseguir con la labor educadora de la República donde los maestros, abnegadamente convencidos de su tarea, tuvieron la fuerza de continuar con ella160.

El exilio ya había empezado en Francia. Allí quedó, como ustedes saben, la mayoría de españoles que cruzaron masivamente la frontera a partir de febrero de 1939. Sólo algunos cuantos, si atendemos al número, tendríamos la suerte de venir a América. La mayor parte habría de permanecer en Francia sufriendo la ocupación nazi y perseguida doblemente por el fascismo. No puedo aquí decir más de los muchos que acabaron en los campos nazis y de los muchos otros que participaron y escribieron gloriosas páginas de heroísmo en el maquis y en el ejército regular con Leclerq durante la liberación de Francia.

El gobierno de la República, ya en el exilio francés, a través del Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE) y de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE) organizó la salida de barcos de refugiados españoles hacia América. El primero de ellos fue el Sinaia161, que zarpó el 25 de mayo de 1939, el Ipanema el 14 de junio y el Mexique162 el 14 de julio de ese mismo año. Aquí hay que señalar que en estos barcos se continuó con la labor educativa a través de clases y conferencias que se daban a los excombatientes y a sus familiares, y que se hicieron incluso pequeños periódicos en mimeógrafo.

  —130→  

La convicción que la República tenía de que era la educación el medio ideal e indispensable para el mejor desarrollo de los pueblos, permaneció vivo aun en las condiciones más adversas. La provechosa experiencia con excelentes resultados que los maestros habían tenido en su ejercicio durante la República reforzó su confianza en la labor de transmisión de conocimientos, es decir, en la elevación por la cultura, lo que aunado a su militancia política les permitió incluso en la mayor precariedad, seguir dedicando su vida a la labor que pudieron realizar a partir del 14 de abril de 1931.

«La Guerra Civil Española fue principalmente una lucha entre dos formas diferentes de entender la vida. Tomando en consideración que la Cultura es la mayor expresión, así como la más profunda, en el sentido de la forma de vivir, la Guerra Civil Española fue entonces, una lucha entre dos culturas, una cerrada y estrecha, dogmática, clasista, dirigida por cierto estrato social -aquellos que se le levantaron en armas el 18 de julio de 1936- una cultura de luces y sombras, donde la luz se reserva para algunos y para los demás sólo existe la oscuridad; y la otra una generosa, amplia, humana, ilimitada, nacional, cultura popular, representada por el régimen político de la República. En otras palabras, la forma despótica de entender la vida contra la liberal; una lucha que empezando en España ha llegado ahora a todo el mundo.»163



Así empieza el pequeño libro publicado en México en 1940 por el COMITÉ TÉCNICO DE AYUDA A LOS ESPAÑOLES EN MÉXICO, organismo dirigido por el Dr. José Puche y constituido por el SERE en mayo de 1939 para «recibir, ayudar, proporcionar trabajo, etc. a los grupos de emigrantes republicanos que fueron llegando a este país». Con esta publicación el Comité daba a conocer su existencia y lo mucho que había realizado, muchísimo, si se toma en cuenta el poco tiempo que había pasado, un año escaso, desde la llegada de los primeros exiliados a México, puesto que, sólo en   —131→   el área cultural, en ese breve lapso, se habían fundado y estaban funcionando dos instituciones de segunda enseñanza, el Instituto Luis Vives y la Academia Hispano Mexicana, el Patronato Cervantes con cinco escuelas primarias en diferentes estados de la República Mexicana y la Editorial Séneca, sin contar con la ayuda que el mismo Comité proporcionaba a la «Junta de Cultura Española»164.

Fueron tres las principales instituciones de enseñanza fundadas entonces por la república en México. Como ya se ha dicho el Instituto Luis Vives, la Academia Hispano Mexicana, en cuya constitución intervinieron también políticos y hombres de empresa mexicanos, y el Colegio Madrid, fundado por el JARE. El diferente origen de cada uno de los tres colegios producto de las diversidades ideológicas manifiestas en la vida de la República y en el exilio, habría de caracterizar su futuro desarrollo y su sentido escolástico. Mientras la Academia Hispano Mexicana se creó para proporcionar en su inicio únicamente una educación de excelencia sólo con bachillerato, a fin de preparar a los estudiantes para su próxima entrada a la universidad, el Colegio Madrid, fundado gracias al vínculo JARE-Indalecio Prieto, comenzó únicamente con la escuela primaria. Podemos decir pues, que estos colegios eran el reflejo aún con matices, de las diferencias políticas de los exiliados españoles.

Pero haciendo a un lado para otra ocasión todo lo que subyace tras estas breves menciones, centrémonos ahora en el Instituto Luis Vives, tema primordial de esta intervención.

El Instituto Luis Vives se fundó el mes de agosto de 1939. No habían transcurrido dos meses de la llegada del primer barco a México y ya estaba funcionando una institución de enseñanza en el exilio. Durante los primeros meses la tarea fundamental del Vives fue regularizar a los alumnos para colocarlos en el nivel escolar que les correspondía y preparar a aquellos que, por los estudios realizados en España y por edad, estaban en condiciones de ingresar a la universidad para iniciar sus estudios profesionales.

  —132→  

Las ideas guía de la enseñanza que se impartió en nuestra escuela, se inspiraban en los principios pedagógicos de Don Francisco Giner de los Ríos y de Don Manuel B. Cossío que se habían plasmado en la Institución Libre de Enseñanza y el Instituto Escuela, en donde ya habían participado activamente, como profesores o alumnos, algunos de los integrantes de la plantilla original de profesores de los primeros años de vida del Instituto Luis Vives. El ideal del colegio estaba claramente expresado en el folleto publicado por el mismo Instituto en 1940 para presentarse en México: «Importa estructurar el pensamiento como órgano de la ciencia y de la libre investigación personal. No interesa menos la salud corporal, el vigor físico y el decoro, la corrección, la elevación y la delicadeza, la formación del gusto, la espontaneidad y la alegría, la nobleza leal y honrada y la conciencia del deber. No son sabios o atletas los que corresponde a la escuela producir, sino HOMBRES capaces de serlo, si su vocación lo reclama o sus necesidades lo exigen. Esta formación armónica supone el trabajo intelectual intenso y riguroso, el juego corporal al aire libre, el trato largo y frecuente con la naturaleza y con el arte, la íntima convivencia y la cooperación en un ambiente de amplia tolerancia humana, de relación familiar, de mutuo abandono y confianza, de íntima y constante acción personal entre los alumnos y los maestros»165.

Recordemos aquí la escuela que tuvo Azaña: «La causa de la religión católica es la causa española en este mundo; nadie ha servido mejor que nosotros; a nadie ha sublimado como a nosotros... -y añadamos que idea de historia le fue transmitida- ... España es la monarquía católica del siglo XVI. Obra decretada desde la eternidad, halló entonces los robustos brazos capaces de levantarla; empresa guardada para el héroe español; su timbre único. Ganar batallas y con las batallas el cielo; echar una argolla al mundo y traer contento a Dios; desahogar en pro de las miras celestiales las pasiones todas ¡qué forja de hombres enterizos!»166

  —133→  

Y volviendo a nosotros, el Instituto pretendió, desde su fundación, proporcionar una educación que abarcara desde el jardín de niños hasta el bachillerato, y creó incluso especializaciones en áreas administrativas para preparar a muchachos que, por necesidades de vida, tuvieran que incorporarse inmediatamente al trabajo, y no tuvieran la posibilidad de seguir estudiando. Además, en un principio, aunque por corto tiempo, contó con un internado para chicos mexicanos de provincia que venían a estudiar a la Ciudad de México.

Eligio de Mateo, profesor de química, miembro fundador del Vives, que había sido en España Director del Instituto de Segunda Enseñanza de Ronda, resume así como fue posible la creación de estas escuelas: «Éramos muchos los maestros que llegamos a México, erais muchos niños que necesitabais una educación como la que tuvisteis en España, se dio una situación ideal entre la necesidad de trabajar, de una mano de obra calificada y comprometida con una idea, y la materia prima para ejercer nuestra profesión»167.

De Mateo me decía que el exilio se vivió de manera muy comprometida. Por una parte el empeño de los padres de familia por tener un trabajo que les permitiera un vida digna en condiciones tan desfavorables, viniendo de una tragedia como fue la Guerra Civil Española, puesto que la vida cotidiana era muy dura y difícil para la mayor parte de los exiliados. A su vez, ellos, los maestros se comprometían totalmente queriendo llenarnos de España y dándonos lo mejor de sí mismos con la educación en la cual creían, para hacernos hombres, y que era igualmente ineludible para los alumnos dedicarse con entrega al estudio. «Erais muy buenos alumnos», aún dice con gran nostalgia dada su avanzada edad, «y lo habéis demostrado a través de la vida con el   —134→   trabajo que habéis desempeñado en las actividades donde os ha tocado actuar»168.

Y Aurora Velasco, una de las primeras alumnas que tuvo el Instituto, me comentaba: «Para nosotros, los alumnos del Instituto Luis Vives, la escuela era una extensión de la casa. Los mayores, que ya habían recibido alguna instrucción en España, no encontraban diferencia con el recuerdo que tenían de su escuela española. Todos éramos compañeros, la misma problemática la teníamos en cada familia y la veíamos reflejada también en la escuela. No éramos extraños a los problemas de nuestros compañeros y solidaridad familiar también la sentíamos en la escuela. Nuestro mundo era el mismo en cualquiera de los dos sitios, seguíamos sintiendo a España en casa o en el Instituto, y en el Vives aprendíamos a conocer a España, nos enseñaban cómo era, por qué estábamos en México, por qué teníamos que ser mejores, por que teníamos que seguir siendo españoles»169.

Hace unas semanas, al preguntarle a Ana Martínez Iborra, profesora de Historia y Geografía Física desde los primeros años del Instituto Luis Vives y durante casi cuarenta años, cuál era el tipo de educación que se daba en el Instituto, me respondía: «la única posible, la que provenía de la Institución Libre de Enseñanza»170 que había significado un cambio profundo en la enseñanza en España, la del método Cossío171, la que teníamos en el Instituto Escuela, en la que impera la razón, la única escuela, la que no tiene una rutina ni una memorización forzosa, y en la que las excursiones -así conocí toda Castilla-, formaban parte de la misma enseñanza y en ellas se daban verdaderas clases de historia, de geografía, de botánica, donde las relaciones entré alumnos y profesores son verdaderas, donde la relación humana   —135→   es el eje de la enseñanza»172, Ana, es uno de los cuatro maestros de los primeros años del Instituto que aún viven, y contestaba así a mi pregunta a los noventa años de edad, con una plena claridad y con el compromiso y militancia que siempre la caracterizaron.

Estas palabras hoy, después de tantos años, de un miembro destacado del profesorado del Instituto, reflejan la conjunción entre el ideal que el Instituto perseguía y la práctica del mismo. No es de extrañar por ello que, para la fundación de la escuela, el primer Patronato Director estuviera presidido por Don Pedro Carrasco, Ex-Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid y Ex-Director del Observatorio Astronómico de España y que en el mismo Patronato se encontraran rectores de universidades, decanos de facultades, profesores de universidades, y que el profesorado estuviera formado, en gran parte, por profesores con títulos académicos similares y maestros de segunda enseñanza durante la República.

Para nosotros fue extraordinario contar con maestros de este nivel que podían transmitirnos su conocimiento, porque incluso en la enseñanza primaria todos los maestros que teníamos habían sido profesores en España y el propio director de esta sección, Don Pedro Pareja, había sido Maestro Superior de Primera Enseñanza y Director del grupo escolar Luis Bello, de Madrid, por oposición, Maestro Puericultor, Profesor de Disártrica y Director Provincial de primera Enseñanza de Madrid173. Aquí tendría que dar una larga lista de muchos extraordinarios y generosos maestros, que obligadamente dejo para la ampliación futura del presente trabajo, y menciono solamente a los primeros directores que tuvo nuestro colegio: Don Joaquín Álvarez Pastor, Don Rubén Landa, Don Enrique Jiménez y Don Juan Bonet.

En el Instituto Luis Vives no éramos vascos o catalanes, tampoco madrileños o valencianos o andaluces, éramos españoles. No existía diferencia alguna por cuestión de lugar de   —136→   nacimiento, ni tampoco por militancia política de los padres. Mientras en el Colegio Madrid había un marcado acento del PSOE y en la Academia Hispano Mexicana predominaba el sentimiento de la élite republicana, y bromeábamos diciendo que a ella iba la aristocracia de la democracia. En el Vives convivíamos hijos de comunistas, anarquistas, socialistas, republicanos y de cualquier tendencia política de la España republicana. No tenía particular importancia la militancia partidaria de los padres ni los cargos públicos que hubieran ejercido.

Así, comentábamos y hacíamos bromas sobre el acento andaluz de Don Enrique Jiménez y su dificultad para pronunciar completamente algunas palabras durante las clases de matemáticas, o sobre el marcado acento catalán de Marcelo Santaló, que no lo abandonaba aunque estuviéramos en clases de trigonometría o de cosmografía. Reconocíamos de qué parte de España era cada uno de nuestros maestros por el acento, aunque supiéramos su lugar de nacimiento, y los había madrileños, gallegos, catalanes, valencianos, andaluces, de todas partes, al igual que nosotros. En un aula se podía encontrar a toda España y ellos, los maestros, nos la recordaban diariamente al trasmitirnos sus experiencias pasadas, y no con amargura por la derrota militar ante el fascismo, por el contrario, con optimismo, con la conciencia de que eran mejor de España, la parte pensante, la que a pesar de todo habría de permanecer, la más humana.

Eacute;ramos sobre todas las cosas españoles. Españoles a los cuales era necesario decirles qué era España, por qué estábamos exiliados, cuáles eran nuestras raíces, de dónde veníamos, que era lo nos había hecho ser como éramos y qué era lo que el fascismo había querido quitarnos. Porque nos había quitado la tierra, la casa, el aire en que habíamos nacido, pero no las raíces, cuidándolas, habrían de florecer de nuevo.

En este espíritu vivíamos diariamente durante nuestras clases. Quizá no entendíamos por qué en primero de secundaria estudiábamos gramática española leyendo y analizando cada oración, cada frase de Platero y Yo de Juan Ramón, o por qué nos emocionábamos en tercero de secundaria, cuando paseándose por   —137→   el salón de clases Antonio Deltoro, profesor de literatura, nos leía algunos romances de Flor Nueva de Romances Viejos, o pasajes del Mío Cid, o los versos del Marqués de Santillana, recitando de forma y con una emoción tales, que nunca, al menos en mi caso he vuelto a oírlos así. Era indudable, y lo percibíamos, que leía de ese modo porque estaba detrás España, la que había tenido que dejar y que apasionadamente quería que conociéramos, que sintiéramos que amáramos.

Quizá la principal razón por la cual se pudo transmitir el espíritu de la República Española en el exilio, fue que nuestros maestros estaban comprometidos con la educación del pueblo español y nosotros éramos parte de ese pueblo. Su enseñanza nos proporcionaba la expresión más humana y profunda de la patria perdida. No importaba que en ese momento no estuviéramos en territorio español, habríamos de volver a él y si ello no ocurría, de cualquier forma seríamos profundamente españoles, españoles libres y tendríamos un espíritu universal, abierto en todos sus aspectos, manteniendo viva la esencia de la mejor España, ajena a cualquier provincialismo. La España que acogió y fue defendida por las Brigadas Internacionales y que; gracias a la generosidad del gobierno de Lázaro Cárdenas en México y de los pueblos latinoamericanos que se reconocían en la República Española y no en el imperio de la cruz y la espada, pudo persistir. La España que en su exilio pudo dar vida a un rico y nuevo mestizaje, éste no producto de conquista sino de búsqueda de libertad, porque los que nacimos en tierras de España y aprendimos a vivir en América somos también orgullosamente hispanoamericanos.



Anterior Indice Siguiente