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ArribaEnero en Cuba: la revolución cubana vista por Max Aub en 1968

Manuel Aznar Soler. (Universidad Autónoma de Barcelona-GEXEL)


Max Aub, escritor republicano del exilio español en México, llegó en un avión soviético al aeropuerto de La Habana a las dos de la madrugada del 23 de diciembre de 1967 para reunirse con su hija Elena, casada con Federico Álvarez y madre de Terete y el Güero278. Pero además de estas razones familiares, Max Aub viajó a Cuba -en donde permaneció hasta el 16 de febrero de 1968- invitado por su gobierno revolucionario para formar parte del jurado teatral del Premio Casa de las Américas y asistir al Congreso Cultural de La Habana, que se celebró entre los días 4 al 12 de enero de 1968. Quiero decir con ello que Max Aub -militante del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde 1929 y simpatizante convicto y confeso del presidente Negrín durante sus años de exilio- era considerado en 1968 por el gobierno cubano como un amigo de la Revolución. Y ello pese a haber criticado abiertamente el comunismo stalinista, aunque también es cierto que Max Aub había condenado también al mismo tiempo -con mayor energía si cabe- tanto la política reaccionaria del gobierno norteamericano como el anticomunismo puro y duro de muchos intelectuales, entre los cuales los más feroces eran precisamente los ex-comunistas279.

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Ahora bien, en el contexto de la guerra fría, una actitud crítica ante el stalinismo era valorada por la militancia comunista como una actitud anticomunista280 y, desde luego, a Max Aub se la hicieron pagar muy cara sus amigos comunistas del exilio republicano español281. Porque, con la perspectiva histórica privilegiada que nos confiere nuestro presente, lo trágico para el socialismo ha sido que, históricamente, el dueño último de la palabra «comunismo» haya sido Stalin y que, a partir de él, una actitud crítica se haya interpretado casi siempre como una actitud de disidencia.

Pues bien, Max Aub viaja a Cuba en 1967-1968 para expresar su simpatía por la revolución cubana, aun cuando el   —237→   escritor -un sexagenario enfermo282, ya viejo zorro en la travesía de la Historia de este siglo XX-, acude a La Habana como un «compañero de viaje» -leal pero crítico- que quiere observar y elogiar, pero también alertar sobre algunos posibles peligros de la revolución cubana.


1.- La revolución cubana y la literatura española

El triunfo de la revolución cubana fue saludado en 1959 con júbilo por la intelectualidad de izquierdas en todo el mundo. Y también, naturalmente, tanto por la mayoría del exilio republicano español de 1939 -por ejemplo, por el comunista Jesús Izcaray, autor de Reportaje en Cuba283- como por la oposición antifranquista que vivía en España bajo la dictadura militar, encarnada por Pueblo en marcha, de Juan Goytisolo, protagonista ya por entonces de un «segundo exilio» en París284. Una encuesta de la revista mexicana Humanismo nos proporciona un valioso testimonio de esa esperanza colectiva que Max Aub comparte en 1960:

«Me es muy difícil -a mí como a tantos- darme exacta cuenta de lo que es y se propone la actual Revolución Cubana por la evidente parcialidad contraria de la mayor parte de la prensa. (Lo que no es nuevo ni particular al movimiento encabezado por Fidel Castro; los republicanos españoles hemos conocido el mismo alevoso mal).

Por otra parte -aun sin saber-, la Revolución Cubana entra a formar parte -sin duda alguna ni paso atrás posible, sean las que fueren   —238→   las contingencias futuras- del nuevo perfil que adquiere el mundo dibujado por múltiples países de reciente historia patria»285.


Y a una segunda pregunta sobre la posibilidad de que una intervención norteamericana la frustre, responde Max Aub:

«Parece imposible que se repita en Cuba la triste historia reciente de Guatemala. Nada lo abona; ni el modo de llegada al poder, ni la manera de enfrentarse con los problemas fundamentales de la Revolución; -aun a través de agencias poco favorables- (sic) el apoyo con que parece contar el actual régimen cubano.

Es decir que, de producirse un ataque, todo lleva a suponer que el pueblo defendería, a como diera lugar, a sus actuales dirigentes. Por lo menos esto parece, visto desde lejos»286.



Sabemos hoy que Max Aub fue escribiendo a lo largo de su vida unos Diarios inéditos. Sin embargo, el autor tuvo interés en publicar algunos de ellos en vida: concretamente, La gallina ciega, su «diario español» de 1969287, este Enero en Cuba y, aunque de índole genérica muy distinta, también su poético Diario de Djelfa288. Pues bien, en la edición española de estos Diarios puede leerse el 7 de enero de 1959 la siguiente anotación, en donde Aub expresa el carácter «romántico», la   —239→   «ilusión lírica»289 con que fue saludada inicialmente la revolución cubana:

«Las revoluciones, o los sobresaltos hacia la libertad, suceden cuando un grupo está decidido a morir por conseguirla. Los que viven bien -si no a gusto- son incapaces de ella. Verbigracia, hoy, los argelinos, pero no los españoles. Quedan, además, los caudillos románticos -si hay quien los financie-, como Fidel Castro»290.



Pero este viaje a Cuba no era uno más entre los viajes que realizó un Max Aub que, a partir del 22 de enero de 1956 en que obtuvo la nacionalidad mexicana, se transformó en un viajero impenitente hasta las mismas vísperas de su muerte. En efecto, entre 1956 y 1972 podemos constatar al menos nueve viajes del escritor a Europa, sobre todo a Francia -el país de nacimiento del escritor-, Inglaterra -en donde vivía su hija Mimín- y en dos ocasiones a España: una, la ya citada de 1969 y la otra en la primavera de 1972, pocos meses antes de su fallecimiento, como puede constatarse a través de la lectura de su segundo «diario español»291. Este viaje a Cuba era un viaje más pero, naturalmente, no un viaje cualquiera, como tampoco lo fue el realizado a Israel, donde permaneció entre noviembre de 1966 y   —240→   febrero de 1967, un viaje que, lógicamente, tuvo para el escritor -francés por nacimiento, español por libre elección y judío por linaje- una especial significación. Y si ese enero de 1967 en Israel fue importante292, no lo fue menos este Enero en Cuba de aquel mítico y revolucionario año 1968, el año en que Max Aub, además de preparar la edición de su diario cubano, publicó su obra teatral El cerco, dedicada a la muerte del Che Guevara293. Un diario cubano que Max Aub quiso publicar en vida, como demuestran algunas consultas realizadas con tal motivo y de las que deja constancia, por ejemplo, el 8 de septiembre de 1968 en sus Diarios: «Fede [rico Álvarez] encuentra publicable Enero en Cuba»294.




2.- Enero en Cuba: objetivos y actitud

Max Aub escribió una «Nota» introductoria a su diario en donde trata de precisar su actitud ante la realidad revolucionaria cubana, el tema principal de su diario. Y en ella confiesa con toda claridad los objetivos de su viaje:

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«Fui a La Habana a ver a mi hija Elena, a Terete, al Güero, a Fede y lo que había hecho Fidel; a conocer a españoles jóvenes y volver a ver a otros que ya no lo son tanto; a darme cuenta de cómo vivían los cubanos, a conocer la Casa de las Américas; a ver esa revolución que, con lo hecho en Israel, me interesaba ver antes de dejarlo todo por la paz. (La pared insalvable del idioma me hace desinteresarme de intentar ir a China). He visto cómo se vive en las repúblicas «democráticas» y en las que no lo son y en las colonias y en los reinos»295.



Max Aub es un escritor que, en una parte de su obra literaria -pero sólo en parte: recuérdese Jusep Torres Campalans como ejemplo contrario-, quiere ser cronista de la Historia, testimoniar a través del «realismo dialéctico» sobre la experiencia histórica del siglo XX. Un escritor que quiere viajar, observar y opinar sobre, por ejemplo, el Estado de Israel o las revoluciones en curso. Así, Max Aub viaja a Cuba para conocer de cerca la realidad revolucionaria, tanto la vida cotidiana del pueblo cubano como su situación cultural, económica y política. Enero en Cuba quiere ser, por lo tanto, un testimonio de la revolución cubana, de su situación en 1968. Un testimonio escrito desde una actitud que no es ni la de un juez ni la de un fabulador y que el propio Max Aub se esfuerza también en precisar en su «Nota» introductoria:

«No hago juicio, doy lo que vi ofreciendo libremente mi sentimiento. Si algo suprimo no es en cuanto a la realidad sino a los respetos humanos. No pronuncio sentencia, sólo las publico.

(...) Éste es mi diario de enero de 1968, en Cuba. Cuento; no miento.296»



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Al margen de temas tan importantes en este diario como el de sus observaciones sobre la política cultural cubana297, sus intervenciones públicas durante los días de su estancia o el tan maxaubiano del imposible retorno de un escritor del exilio republicano a la España franquista298, voy a referirme únicamente, por razones obvias, al que me parece sin duda más relevante: su visión en 1968 de la revolución cubana.




3.- Max Aub y la revolución cubana

Las primeras impresiones de Max Aub sobre la revolución cubana son favorables porque el «sentimiento» del escritor, antes de viajar, está con ella. Así, si -como ya hemos visto- la revolución china le resulta distante, la cubana no, porque «la revolución cubana es una revolución en castellano.   —243→   Con acento cubano, tal vez, pero en español. Me la figuro medio anarquista, medio comunista, medio sindicalista (con lo que sobra). Toda ella todavía desbarajuste, libertad, entusiasmo, ilusiones y -tal vez por lo aprendido en la Unión Soviética- una posibilidad de salir adelante aun sin los enemigos que tiene: su mayor éxito»299. Desde el inicio, pues, podemos observar una característica muy maxaubiana, pues el escritor «se la figura», es decir, viaja a Cuba con una idea previa de la revolución, formada a través de lecturas y latidos, que quiere y que necesita contrastar con la realidad de su experiencia. Por ello resultan tan importantes sus primeras impresiones, porque reflejan las convicciones éticas sobre las que se fundamentan esas «figuraciones» previas:

«Como no hubo guerra: los edificios mucho mejor conservados que en otros pueblos revolucionarios y un deseo auténtico de un mundo nuevo al que ayuda no poco el odio a los norteamericanos, que no falta en Europa, pero no en la medida que aumenta al reducirse las distancias. (...) Nadie abiertamente en contra, pero hay una evidente masa neutra que no ayuda a los que se matan trabajando. Parece; coches aparte, que lo peor ha pasado. Lo curioso es cómo sube, como en tantas partes, la desconfianza hacia los soviéticos.

(...) En general, la primera impresión es favorable. Pero no puedo olvidar que penden de un hilo. Lo que refuerza la simpatía. Estos insensatos indefensos, geográficamente hablando, dispuestos a dar la vida al primer grito de Fidel... (No todos, claro, pero los suficientes para quedar en la Historia)»300.



Max Aub es un escritor del realismo dialéctico que encarna los valores de ese humanismo socialista tan característico de nuestra mejor tradición intelectual republicana. Por ello resulta «ejemplar» su valoración ética de la revolución cubana como «un deseo auténtico de un mundo nuevo», una esperanza colectiva tras tantas decepciones históricas, una utopía socialista en construcción, otra alternativa posible a la sociedad capitalista,   —244→   valoración compartida entonces por buena parte de nuestro exilio republicano de 1939:

«Cuba representa para las personas de mi generación la esperanza que se ha ido desvaneciendo poco a poco o brutalmente a través de medio siglo de historia. Aquí encontramos los españoles la esperanza de la huelga del 17 -tenía yo 14 años-; la de la Revolución rusa -todavía no soviética-, la de los intentos de Liebknecht y Rosa Luxemburgo, los del comunismo soviético al que hubo de dar golpe mortal el pacto germano-soviético, y no cito la guerra de España porque fue una guerra defensiva, justa y en pro de la libertad nacional (no cito ni la comparo a la de Vietnam porque a lo que se parece ésta es a la española de 1808, a la de la Independencia, haciéndoles un gran favor a los presidentes norteamericanos al equipararles con Napoleón); es la esperanza que los liberales pudimos tener al fin del XX Congreso del P. C. soviético y que no ha cristalizado como supusimos; fue la esperanza de las Cien Flores, es la de las personas que soñamos todavía que pueden aunarse justicia y libertad.301»



Este «sueño» de la compatibilidad en una sociedad socialista entre justicia y libertad constituye la utopía personal de Max Aub, quien ya se había manifestado en un artículo, publicado en 1948-1949 con el título de «El falso dilema» -el dilema de la guerra fría, el dilema de elegir entre Estados Unidos o la Unión Soviética-, «por una economía socialista en un estado liberal»302. Un Max Aub que, a lo largo de toda su vida, va a reiterar otra de sus convicciones más profundas: la de que «para mí, un intelectual es aquel para quien los problemas políticos son, ante todo, problemas morales»303. Pero ese «sueño» maxaubiano -«Creo en la posibilidad de conjugar una economía   —245→   socialista y la libertad de opinión»304- va a colisionar contra la realidad maniquea de la guerra fría, una realidad en blanco y negro donde no caben los matices. Porque -anota Max Aub- «los comunistas son partidarios de una dictadura total», mientras que el escritor diferencia entre «dictadura económica» -que ve «natural y necesaria»- y «dictadura intelectual», que, a su juicio, «es antinatural e innecesaria y, a la larga, sólo produce mediocridad al tener que atemperarse la creación a una ortopedia ortodoxa»: «Creo, humildemente, que una dictadura económica, necesaria para la igualdad, no entraña, ni mucho menos, una dictadura ideológica. De la libertad de expresión no ha de salir ningún peligro contrarrevolucionario si el estado controla todos los medios de producción»305. Y, sin embargo, el intelectual comunista acepta, debe aceptar -en nombre de la razón de Estado- esa falta de libertad intelectual, de libertad de expresión y de crítica. Por eso el escritor Max Aub no puede ser comunista y por eso censura a la revolución soviética, una revolución ya consolidada en su burocratismo dogmático por Stalin y en donde no existe ni puede existir la libertad de crítica sin ser sospechosa de disidencia. En este sentido resulta muy significativo que, a través del ensayo de Max Paul Fouchet sobre Camus, anote Max Aub el 9 de enero en pleno Congreso Cultural:

«Tampoco quiso Camus sacrificar nunca el hombre a la historia. Es curioso que relea esto aquí cuando de lo que se trata -por lo visto con entusiasmo- es exactamente lo contrario. ¡Ser héroes!, parece ser el lema de la conferencia. ¡Dar la vida por la Revolución! La que sea. Hacer del intelectual un profesional de la revolución. ¡Dios! Claro que no pasa de las palabras. No dudo que muchos irían a pelear para defender a su país invadido, pero eso no les diferencia ni les   —246→   diferenciaría de los peores retrógrados. Mas ninguno irá a sumarse a las guerrillas de otros países»306.



Y, sin embargo, pese a que Max Aub no se resigna a «sacrificar el hombre a la historia», simpatiza con la revolución cubana porque es una revolución en guerra, en lucha permanente contra el bloqueo norteamericano307 y, por lo tanto, debe admitirse que «en la revolución, en la guerra, no hay libertad porque se aprovecharía el enemigo de ella (o eso se cree; lo mismo da)»308. Max Aub simpatiza con la revolución cubana porque la siente, con la frescura de su esperanza, como «más cubana que marxista, si se puede decir»309, como un socialismo no precisamente soviético sino «latino o cubano desde luego»310 como un socialismo tropical en español del que se obstina en resaltar su componente anarquista y, sobre todo, su «furia ética»:

«Hablo -ni cerca ni lejos de la seriedad- del parecido de Fidel con Durruti y el Noy [sic] del Sucre; tal vez no esté tan equivocado. Estos relentes de la Primera Internacional, esa influencia catalana e italiana del anarco-sindicalismo, que corresponde tan a la línea exterior del comunismo cubano. Esta libertad, este desprecio del dinero, este querer hacer desaparecerlo, esta furia ética... Esta presencia evidente de traidores, ese dejar irse a los enemigos, esa creencia en la fuerza purificadora de la palabra capaz de remover la tierra...

Es imposible que Fidel se entienda con los soviéticos. Imposible un diálogo suyo con Stalin»311.





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4.- El Congreso Cultural de La Habana

Max Aub permaneció en Cuba hasta el 16 de febrero de 1968 y sus tres actividades públicas más relevantes en esos días fueron: la asistencia al Congreso Cultural de La Habana, su participación en el jurado teatral del premio Casa de las Américas -que ganó, el dramaturgo cubano Virgilio Piñera con Dos viejos pánicos312- y, ya por último, su conferencia en la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), cuyo guión transcribe en su diario313.

El Congreso Cultural de La Habana se inauguró el 4 de enero de 1968 con dos discursos políticos: uno del presidente cubano Osvaldo Dorticós, «discurso medido, monótono, con voz demasiado estentórea (...), discurso de abogado defensor en una   —248→   causa que no lo necesita y desde luego no a la altura de algunos de los presentes»314 y el otro del vietnamita Nguyen van Linh, quien expuso «los conceptos de su gobierno, que no tiene gran cosa que ver con las funciones del intelectual en la paz y en la guerra, como es natural»315. Pero si Aub justifica por necesidades políticas ambos discursos, lo que no puede soportar es el revolucionarismo de tantos escritores a los que, con la temperatura habanera, se les calienta la boca para incurrir en una retórica «guerrillera»316 que no responde a su realidad cotidiana:

«Nunca creí que había [sic] tantos intelectuales revolucionarios (no acabo de convencerme de ello: conozco a alguno). Son simpatizantes, «hombres de izquierda»; entonces ¿por qué emplear la palabra «revolucionario»? ¿Revolucionario de qué? Partidarios, a lo sumo»317.



Aub comprende que, por razones de actualidad política, se aluda constantemente al Vietnam, pero cree que «existe una tremenda equivocación que se emplea aquí a troche y moche: confundir las palabras «revolucionario» y «defensores de la independencia»318. Y ello porque, a su juicio, entre Cuba y Vietnam hay una frontera que separa a la revolución de la guerra: «confunden Viet Nam y Revolución a cada paso. ¡Pero si la guerra del Viet Nam es una guerra de independencia y una guerra de independencia no es -ni mucho menos- siempre revolucionaria!319. Por otra parte, Aub denuncia «la evidente   —249→   mediocridad de la mayoría de las intervenciones»320 en este Congreso Cultural y, sin voluntad de resignación321, expresa su decepción ante la reiteración de los tópicos más manidos: «Alegatos, maldiciones sobre la CIA, la Fundación Ford y otras agencias norteamericanas por sus subsidios a entidades a su servicio. ¿No es normal? ¿Qué novedad? Ya la prensa lo publicó (en general, en la tribuna no hacen sino repetir lo dicho por la prensa, tomándolo como artículo de fe y fuente inmaculada)»322. Pero a Max Aub le irrita sobre todo la retórica de pureza revolucionaria de «tantos desaforados defensores de la integridad revolucionaria tal como se suceden uno tras otro desde la tribuna o sus asientos»323. Por el contrario, le interesan mucho más las ponencias en las que se plantean problemas o reflexiones acerca de la función de los intelectuales en la sociedad capitalista, ya que, «evidentemente somos mucho más numerosos que antes (los intelectuales), pero no es suficiente si la mayoría no tiene conciencia de clase (tal vez por equivocarse acerca de lo que es o supone ser «su clase»), porque hoy, más que nunca, en el mundo capitalista, es una profesión «con porvenir»324. Porque existen preguntas que necesitan respuesta como, por ejemplo, ésta: ¿cuál es la actitud, qué deben hacer los escritores norteamericanos o los intelectuales occidentales que viven en una sociedad capitalista?:

«Un francés (¿Malamud?), hombre de ciencia, recuerda un congreso de hinduístas en Chicago. Buena parte de los especialistas franceses no aceptó ir por la guerra de Vietnam; otros fueron y aprovecharon la ocasión para relacionarse con estudiantes y profesores enemigos de la guerra. Deja abierto el debate sobre qué camino es el mejor. Le aplauden. Nadie comenta. Nadie contesta.

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¿Qué pasaría si me levantara y dijera -como creo- que debemos colaborar en todas esas revistas, periódicos, universidades diciendo honradamente nuestro parecer? No me dejarían ni acabar»325.



A Max Aub, como vamos a tener oportunidad de comprobar, le molestan ante todo los silencios de este Congreso Cultural: el de la España franquista o el del Vaticano, por mencionar los, a su juicio, más sonoros. Y es que, contra esa actitud dominante de inflexible pureza revolucionaria, Aub sostiene que Arthur Miller debe seguir estrenando en Broadway y que, a su vez, el Berliner Ensemble debe representar su repertorio brechtiano en los países capitalistas. El escritor, que respeta profundamente al verdadero revolucionario, quiere desenmascarar, sin embargo, el revolucionarismo de algunos escritores y para ello nada mejor que realizarlo a través de una caracterización cruda y sincera de sí mismo:

«Si me levantara a hablar y decir la verdad acerca de la mayoría de los que estamos aquí reunidos debiera decir, poco más o menos: «Yo no soy revolucionario y creo que muchos de los aquí reunidos tampoco lo son, a lo sumo más que de nombre. Lo cual no quiere decir que como liberal no me encuentre muy a gusto entre auténticos revolucionarios cubanos, y sea partidario, sin ambages, de la revolución cubana, porque creo que corresponde al sentir de la mayoría del pueblo cubano consciente

«Podría añadir que mi última obra es en honor y homenaje al Che, único caudillo de nuestro tiempo muerto en el campo de batalla. Pero que tengan en cuenta que no soy revolucionario; que la violencia sólo es buena si puede vencer.326»



Aub alude con indisimulada amargura en varios momentos de este diario a su obra teatral El cerco327: la primera   —251→   vez, a propósito de unas «declaraciones de ayer, de Fidel Castro a Herbert Matthews, excelentes para El cerco. El cerco, que no van a publicar ni a montar en Cuba: 'Es un asunto que está fuera de discusión', me escribió F(ederico Álvarez).328» Porque está claro que Max Aub no está considerado en 1968 un enemigo de la revolución cubana pero tampoco goza, desde luego, de plena confianza política. Sólo así se explica su ninguneo en el Congreso, que le duele329 y que aflora al menos en un par de ocasiones: la primera, a propósito del conflicto árabe-israelí330 y la segunda, a cuenta de una proposición suya y otra de Enzensberger en la comisión número 3331, que «ni siquiera se mencionan ni leen»332.

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Si a este ninguneo añadimos ese par de silencios antes mencionados, puede fácilmente entenderse que ni el desarrollo ni la Resolución final de este Congreso Cultural de La Habana le entusiasmaran demasiado333. Y es que Max Aub, memoria viva de la dignidad republicana española, puede comprender -pero en modo alguno justificar334 (35)- el silencio ante la España franquista, la ausencia de una condena explícita contra una dictadura militar que venció por la razón de la fuerza y no por la fuerza de la razón: «Y no poder, aquí, abrir boca contra Franco. No lloro: ninguno lo hace. Además, por razones obvias, quién sabe si lo hicieran.335» El segundo silencio injustificable para Max Aub es el del Congreso ante el Vaticano336 y para ello comenta el discurso de Edelberto Torres, «un viejo exilado nicaragüense», quien «hace ver cómo toda la educación de su pueblo depende de ella -española, rancia a machamartillo, «negra»; estalla su odio hacia los jesuitas, que acaban de fundar otra universidad en el feudo de los Somoza»337:

«El sencillo nicaragüense daba lástima pidiendo: 'Una frasecita en la resolución final', referente al problema. Los congresistas no se   —253→   dan cuenta o no quieren, cegados por la proximidad de Juan XXIII; no les importan los jesuitas -hoy tan 'de izquierdas'- ni el Opus Dei, bástales monseñor Méndez Arceo declarándose en contra de la guerra del Vietnam. Blas de Otero, a quien, de lejos, le enseño la palabra 'España', le quita importancia. Ya verán, ciegos.

Ya sé que no es la Iglesia la que agarrota Cuba sino los Estados Unidos, ya sé que la religión no es 'el opio de los pueblos'; es algo peor: el veneno de la educación superior de Hispanoamérica -tal como se desgañita en decir el honrado centroamericano.

No le hacen caso. No está al orden del día»338.



Al exiliado republicano Max Aub le duelen estos silencios habaneros porque su memoria histórica y su corazón enfermo van a seguir siendo fieles hasta la muerte a los valores representados por nuestra bandera tricolor. Por ello, frente al silencio y al olvido españoles de este Congreso cubano de enero de 1968339, no tiene ningún rubor en manifestar la honda emoción que, como espectador, le produce la proyección en La Habana de Granada, Granada mía, de Roman Karmen340. Muy   —254→   particularmente, el autor se complace en evocar reiteradamente en las páginas de este diario cubano los trabajos y los días del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura341, celebrado en julio de 1937 en una España republicana en guerra contra el fascismo internacional342:

«A las ocho de la mañana me piden, por teléfono, cuatro líneas acerca del Congreso de Madrid, del año 37... Somos los mismos, el enemigo es el mismo, lo único que ha pasado es el tiempo. Dicto al teléfono: 'De 1937 a 1968 lo único que no ha variado es el enemigo. Ya no somos los mismos sino más. Cuando, hace unos años, me presentaron a un hombre alto, de ojos azules, me preguntaron:

-¿No le conoces? Nordald Grieg.

-¡Cómo no!

-Recordaba Madrid; estábamos en Corfú. Era su hijo»343.



Un texto que se publica entonces en la revista Bohemia y del que, sin embargo, Max Aub ha omitido en Enero en Cuba su frase final: 'Lo que va de 'No pasarán' a 'Patria o muerte'. El 'Venceremos' sigue siéndonos común. Sólo ha pasado el tiempo.344» Porque, en efecto, Max Aub está convencido en 1968 de que existe una identidad histórica entre el pueblo español durante la guerra civil y el pueblo cubano de la revolución: «Los españoles, hoy, para mí, son los cubanos.345»

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«De ahí la idea que tuve de que nos fotografiaran juntos a los sobrevivientes, aquí presentes, del «Congreso en Defensa de la Cultura», de 1937346. 69 Guillén protesta para que no se nos una Siqueiro:

«-No, no. ¡Él no fue invitado!

Claro, estaba allí.»347



Por último, «después de tanta ponencia, tanta confusión, tanto machihembrar, superponer temas y más temas en unas y otras comisiones», la resolución final de este Congreso Cultural le parece a Aub «informe, enorme y pésimamente redactada.348» Y si, «al fin y al cabo, todos los que aceptaron venir aquí sabían perfectamente que se trataba de condenar al imperialismo y mantener en alto los derechos y las glorias del Viet Nam», Aub acusa a los organizadores de no haber «preparado este documento con cuidado, de antemano, dejando para última hora los retoques indicados por los asistentes.349» Pero, como rectificar es de sabios350, el escritor saluda con alegría que los propios organizadores, sensibles al «poco entusiasmo» despertado por esta resolución final, hayan decidido prolongar un día más el Congreso para celebrar una «segunda sesión plenaria,   —256→   inesperada», en la que se apruebe la redacción de un nuevo documento, el «Llamamiento de La Habana.»351 Y con este «Llamamiento de La Habana» se clausura un Congreso Cultural que el editorial de la revista Casa de las Américas califica como «la más trascendente reunión de intelectuales que haya tenido lugar, en el mundo, durante los últimos años»352.




5.- Fidel Castro

Pero no todo es negativo ni mucho menos para Max Aub en este Congreso de 1968. Así, el discurso de clausura pronunciado por Fidel Castro le merece un rotundo elogio353. Y es que en Enero en Cuba se expresa con claridad la admiración que siente el escritor por el político revolucionario, tal y como anota el 8 de enero: «Discurso de Fidel. La imagen de un caudillo de nueva factura. Dejemos aparte la apostura, la voz, la belleza. Hay algo en él de humildad ante las masas, de misionero   —257→   español, evidente»354. Una admiración que se basa, ante todo, en la autenticidad personal del dirigente, en la sinceridad de sus convicciones, en la defensa de unos valores que provocan la complicidad ética del escritor socialista:

«Quiere un mundo más justo con tal intensidad que no le importan los caminos trillados. Su fuerza reside en su convicción -no histérica como la de Hitler ni histriónica como la de Mussolini, ni la altivez y seguridad en sí de De Gaulle-. Stalin era un matrero, callado, desconfiado: Fidel es exactamente lo contrario: tiene confianza en la gente y la inspira. Cuenta las cosas con sencillez, para personas sencillas, y las repite, las machaca, desmenuza y, al reconstruir, convence»355.

Fidel Castro, con la memoria de aquellas palabras pronunciadas por Unamuno el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la universidad de Salamanca y dirigidas a los franquistas presentes («Venceréis, pero no convenceréis»), es para Max Aub un revolucionario que, por el contrario, ha vencido y convencido, que vence y convence al pueblo cubano por la coherencia entre su palabra y su praxis. Pero él es además el responsable de un «milagro», de ese «milagro cubano» al que el escritor se refiere reiteradamente -con un punto de ironía en varias páginas de Enero en Cuba:

«Si le dejan conseguirá hacer trabajar a la mayoría de los cubanos, que tienen la suerte de vivir en una isla feraz donde, en último caso y remedio, podrían hacer fructificar una especie de paraíso terrenal. Incomparable milagro: llevar a los hombres de la hamaca al tajo con la sola fuerza del convencimiento»356.

Pero es en una anotación correspondiente al 12 de enero cuando Max Aub traza el retrato más largo y completo del dirigente político revolucionario:

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«Discurso de clausura de Fidel. ¡Qué animal político, qué seguridad de andar, gato por los tejados, no sólo sin caer pero sin dar siquiera la impresión de que bordea abismos! Puede Hacerlo. (¿Quién será su Bernal Díaz? Porque algo de su estampa y manera debieron de tener Hernán Cortés y Pizarro. De este temple fueron los conquistadores).

Parece que no sabe lo que va a decir y lo sabe perfectamente. Aparenta dudar y va derecho a su meta. Sin contar que sabe bien su castellano y le ayuda su figura y la gallardía de su voz. ¡Con qué habilidad construye su discurso, matiza sus efectos, conoce y siente a su público, aun desconocido, como hoy! ¡Cómo dice lo que quiere pareciendo decir más sin pasarse nunca de la raya!»357.



Max Aub se obstina en «españolizar» a Fidel Castro -e implica en ello a la propia Haydée Santamaría358- y, como ya hemos visto, se complace en subrayar su talante anarquista, una visceralidad sentimental nada soviética que convierte en inimaginable para el escritor un posible diálogo entre el dirigente cubano y Stalin. Y ahora, al escuchar su discurso de clausura, se reafirma en la índole heterodoxa de su marxismo, en su vinculación a la tradición libertaria española de un Salvador Seguí o de un Buenaventura Durruti359:

«Pero si lo que dice tiene algo que ver con Marx, ¡que baje mi posible bisabuelo y lo diga!

Una vez más: el Noy (sic) del Sucre, Durruti, no Pestaña. El anarcosindicalismo en todo su esplendor: -¡Nosotros, los marxistasleninistas...! Y habla con los sentimientos por delante (con todo cuidado, eso sí, de no quemarse ni dedos ni pies), levantando   —259→   velos, insinuando verdades, que alzan a los cielos a los comunistas heterodoxos de toda laya que le escuchan. Los párrafos poniendo el «dogma» fuera de la ley son tan aclamados como su conformidad con la permanencia de Debray en la cárcel -con todos los honores- y su anuncio de intercambio de las cenizas del Che Guevara por cien cabecillas antirrevolucionarios. Sabe perfectamente que no aceptarán su proposición».



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Aub resalta la nobleza espiritual de Fidel Castro, su internacionalismo generoso y solidario, su problemática dependencia de la Unión Soviética a cuenta de una ayuda económica absolutamente necesaria o sus delicadas relaciones con los países socialistas: en suma, la calidad humana e intelectual de este «caudillo» revolucionario:

Al discurso le sobra media hora. Se embarulla y repite el comentario de unos telegramas de agencias norteamericanas. Lástima. Con todo y todo, ahí queda: impar homenaje a la inteligencia en boca de un caudillo»361.
«Nunca fueron los intelectuales sujetos a tanto homenaje por parte de un político. De este marxista-leninista que descubre que somos, de hecho, la vanguardia de la vanguardia. -¿Dónde estaban las masas en octubre? -clama-. ¿Dónde estaban entonces los «partidarios de la paz»? (...) (Octubre, no es octubre, sino el octubre del retiro de los cohetes, todavía clavados en el pecho...) Sin duda tiene el corazón lleno de pinchas, agujas, flechas. Las famosas «democracias populares» trataron -y tratan- de sacarle el mayor jugo comercial posible cuando pensó que iba a tratar con hermanos. Ese rejalgar le regurgita. Igual le pasó con los chinos. Ahora son los checos, los húngaros. Les ayuda (si no, ¿cómo vivirían?) sustancialmente la URSS; pero cobrando, a la larga, decorosamente, pero cobrando; pero si fueran como él -Fidel- volcarían gratis arroz y petróleo por aquí, por Matanzas, por Cienfuegos, por Santiago. (Cuando las inundaciones italianas, Fidel envió centenares de toneladas de azúcar, regaladas y sin decírselo a nadie). Ahora bien, ¿cómo vive tan tranquilo sabiendo que si los Estados Unidos quisieran los aplastarían en dos horas? Con sangre de doscientas mil vidas tal vez, de doscientas mil vidas cubanas, claro. Y que la URSS no se movería. O ¿éste es el compromiso que tienen con los Estados Unidos? ¡Quién sabe!
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6.- ¿Qué hacer?

Ya en la anotación correspondiente al 27 de diciembre de 1967, Max Aub se plantea la pregunta clave: ¿qué puede hacer un escritor del exilio republicano español de 1939 por la revolución cubana?, ¿qué pueden hacer los escritores progresistas de todo el mundo por la revolución cubana?:

«Ahora bien, ¿qué podemos hacer para ayudar a Cuba los aquí presentes, y como presente? Yo diría que enviándole instrumentos de trabajo de los que carece. Libros, revistas, microscopios, productos químicos. No quisiera herir de ninguna manera la susceptibilidad de nuestros magníficos huéspedes. Sé que no quieren que se les envíen «paquetes» como se hizo durante tantos años a la URSS. No se trata de eso. Pero todos sabemos que Cuba no tiene divisas suficientes para comprar los libros que necesita. ¿Por qué no enviárselos? No tiene dólares para suscribirse a las revistas científicas y literarias que quisieran. ¿Por qué no enviárselas? No creo que una campaña hecha por el mundo con esta finalidad pueda molestar al gobierno cubano, que ha dado muestra de tanta liberalidad»362.



Y en el borrador de su frustrado «Proyecto de resolución para el Congreso», Max Aub propone que los asistentes y sus amigos, «simpatizantes de la auténtica libertad de la cultura», «deseando demostrar su agradecimiento al pueblo y al gobierno cubanos por su fraternal acogida y anhelo de mayor saber y entender», se suscriban a periódicos y revistas cubanos y envíen a Casa de las Américas o al Consejo Nacional de Cultura los libros que permitan «mantener al tanto a los intelectuales cubanos de los actuales esfuerzos científicos y literarios del mundo entero», todo ello desde una actitud solidaria «que   —261→   no pasa de cordial correspondencia de un mismo anhelo hacia un mundo mejor»363.

Porque la simpatía de Max Aub ante la revolución cubana se resume finalmente en esta complicidad, en esta «cordial correspondencia de un mismo anhelo hacia un mundo mejor». Un proceso revolucionario sembrado de dificultades por el que apuesta el viejo y enfermo escritor desde la conciencia de que el bloqueo norteamericano puede condenar al pueblo cubano y a su revolución a «periodos especiales» de penuria y sufrimiento colectivo que, a su juicio, sólo podrán superarse «a base de una fuerte ideología individual»:

«Esta transformación social en la que andan metidos sólo puede subsistir a base de una fuerte ideología individual, decididos a pasar no sólo por las privaciones que les acarrea actualmente el bloqueo sino por las que les impongan en el futuro. Si la logran o no, es algo de lo mucho que no veré»364.



Max Aub desea el éxito de la revolución cubana, pero a la pregunta de ¿qué hacer? responde, como intelectual que vive en un país capitalista, con la reafirmación de los valores propios de la cultura socialista: siempre se puede y se debe hacer algo en solidaridad fraternal con la revolución cubana como, por ejemplo, denunciar el bloqueo norteamericano:

«Asombra que, a pesar del bloqueo de los Estados Unidos, hayan podido lograr lo hecho. Dios ¡qué idiotas los yanquis en no ayudarles a convertir esto en un emporio de riqueza! ¡Qué cortos de vista! Y son capaces de destruirlo porque no lo hicieron ellos ni se les ocurrió. Si creyera uno en Dios habría que rogarle a todas horas para que con sus solas energías los cubanos fueran capaces de llevar a cabo sus sueños. Al fin, no es comunismo sino utopía. Por algo, tierra de Las Casas»365.





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7.- Balance, final de la revolución cubana

En el balance Final de la revolución que Max Aub realiza en Enero en Cuba, los pros son cuantitativa y cualitativamente infinitamente más importantes que los contras. Pero no quiero dejar de constatar los tres peligros sobre los que, desde su leal solidaridad, alerta Max Aub como tres posibles graves amenazas contra la revolución. cubana: el burocratismo y dogmatismo, la disidencia y el consumismo. Sobre el primero, Max Aub anota el 12 de enero en la cena de clausura del Congreso Cultural:

«Cena. Entusiasmo.

(-Sí: Dios Padre y el Che, su Hijo, que murió por los hombres; y los apóstoles, que son el Comité Central, con su judas y todo. Aún no es tiempo del dogma del Espíritu Santo -no creo que sirva al marxismo-leninismo- ni el de la Virgen, que fueron muy posteriores). Parece que el burocratismo no ha llegado todavía hasta muy arriba en la revolución cubana. ¡Ojalá no consiga ahogarla nunca!»366.



Pero, ironías antidogmáticas al margen, la presencia del inquietante adverbio temporal «todavía» no debe ocultar la sinceridad de ese «ojalá» posterior, expresión del deseo maxaubiano de que la revolución cubana no repita en el futuro los viejos errores de otros procesos históricos. Así, Max Aub apuesta por el antidogmatismo367, el antisectarismo y el   —263→   antiburocratismo de la revolución cubana, pero plantea también otro problema de futuro, el que considera «el gran problema»:

«El gran problema (sobre todo para mañana), en los países socialistas: los opositores al sistema. Han sido tan sectarios, se han apegado tanto a las líneas del Partido, fueron tan tajantes que forzaron a toda oposición a irse al fondo del fondo de sí misma y, tratándose de países de raíz germánica o eslava, han fabricado -al impedir matices- tantos nazis como opositores. ¿Podrá volverse, poco a poco, a un liberalismo mínimo, a una convivencia aceptable? Será de ver»368.



Preguntas y problemas, como el de «los opositores al sistema» -que pueden convertirse en disidencia si no se actúa con inteligencia-, un 'gran problema' sobre el que Max Aub, sin embargo, no es nada optimista, pues él mismo viene a justificar el previsible final de la actual «grandeza de la heterodoxia»369, la imposible supervivencia de la revolución cubana como paraíso de la heterodoxia:

«Cuba, reino de los inconformes. ¿Cuánto va a durar? Ojalá que sea para siempre: y acudan los heterodoxos a manadas. Pero no se podrá. Pondrán coto, a la fuerza; sin eso dejarían de ser heterodoxos y esto se convertiría en el paraíso anarquista de los utopistas, y ya no habría paraíso ni anarquistas ni utopía. No valdría la pena tanto empuje»370.



El escritor constata su admiración por «un país donde no hay anuncios comerciales»371, pero de nuevo, a partir de la visita a una fábrica de Trinidad, plantea el tercer problema de futuro para la revolución, el problema del consumismo:

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«Todas las obreras parecen felices. Trabajan nueve horas y además hacen 'trabajo voluntario', con entusiasmo. Una vez más no hay más remedio que rendirse a la evidencia: Fidel es un genio: les ha convencido de que el trabajo es su redención, de que el dinero carece de importancia. Por el momento, así es. Pero el día de mañana, cuando empiecen a tener bienes de consumo, ¿sucederá igual? Nadie es adivino, ojalá se salga con la suya»372.



Decía que en este balance final pesan infinitamente más los pros que los contras porque, en rigor, éstos no son tales sino más bien peligros sobre los que el escritor alerta para que se eviten los errores históricos cometidos por otras revoluciones. Y es que, en efecto, Max Aub reitera uno de los sentimientos más vivos en la sociedad cubana de 1968: el «entusiasmo» que siente el pueblo por su revolución. Una revolución a la que el escritor elogia, entre otras cosas, por sus conquistas sociales y culturales: desaparición de las clases sociales373 o educación y campañas de alfabetización374. Así, tras su experiencia cubana de mes y medio, Max Aub anota el 16 de febrero, a modo de balance final de su viaje, un elogio nítido de la revolución cubana, un canto de amor a las singularidades sociales, culturales y religiosas de un pueblo que quiere ser dueño de su futuro:

«¿Cómo ha logrado el milagro 'ese gallego', de transformar por lo menos, de golpe y porrazo a, por lo bajo, un millón de personas más o menos ociosas o sin conciencia de lo que representaba su esfuerzo en   —265→   trabajadores 'de todas clases'? (El recuerdo, vivo, coloreado, de Luis «Araquistáin que acuñó la frase -qué trabajo costó- para la Constitución española del 31). Un millón que se va a Estados Unidos y un millón que se queda aquí, trabajando la tierra. Porque ésta es la gran revolución de Fidel Castro: haber convertido la revolución en la agriculturización del país. Con la industria no hubiese podido. Se puede improvisar un campesino, un sembrador, un recogedor de frutas, un cortador de caña, no un fresador, un mecánico. Suerte. Suerte geográfica de Cuba. Suerte de tener esta tierra y un 'animal de fondo' como Fidel.

Sencillamente: déjenlo. Van a llegar cerca del paraíso perdido cantando milongas, cantando guajiras, creyendo en Ombú, y en la Virgen del Cobre, con sus colores chillones -perdidas las caderotas- pero con sus mulatas de ensueño y su café de maravilla y sus disparates sin cuento. (¿O los disparates son los de la puntualidad, la inflexibilidad, la ortodoxia?). Déjenlos en paz. Es uno de los experimentos que más ennoblecen al hombre de hoy.

(...) Hay que saludarlos con el mayor respeto. Pero ¿podrán seguir adelante? ¿No es pedir demasiado a tan pocos? No lo sé. Habría que aprender a rezar»375.



Canto de amor al pueblo cubano, protagonista de una revolución que, para el Max Aub de Enero en Cuba, «es uno de los experimentos que más ennoblecen al hombre de hoy.»









 
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