Imprimo completa esta obra, tal como fue presentada
en el Teatro de la Comedia en Octubre del pasado año.
Las exigencias de la representación escénica,
como resultan hoy de los gustos y hábitos del público
(más tolerante con los entreactos interminables, que
con los actos de alguna extensión), han impuesto al
autor de esta comedia la ley estrecha de la brevedad, y a
la brevedad se atiene, salvando, en lo posible, la verdad
de los caracteres y la lógica de la acción.
Mientras llega la ocasión crítica de descifrar
el enigma que lleva en sí toda obra representable,
esta se ofrece al público de lectores, medrosa, sí,
pero con menos miedo que ante el público de oyentes.
Y si Dios y la excelente compañía de la Comedia
le deparan un resultado feliz en la representación,
será impresa nuevamente en la forma y dimensiones
de obra teatral.
1.º de Enero de 1893.
B. P. G.
Escena I
|
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La MARQUESA DE MALAVELLA
con sus dos hijos, DANIEL y JAIME, que entran por el parque.
Después GABRIELA.
|
MARQUESA.-
Ya estamos... ¡Ay,
hijos, me habéis traído a la carrera! (Volviéndose
para contemplar el paisaje.) ¡Pero qué jardín,
qué vegetación!
—2→
Santa Madrona es un paraíso,
y el amigo Moncada vive aquí como un príncipe. |
JAIME.-
No verás posesión como esta en todo
el término de Barcelona. ¡Y qué torre, qué
residencia señoril! Cuando entro en ella, eso que
llamamos espíritu parece que se me dilata, como un
globo henchido de gas. |
DANIEL.-
(Meditabundo.) Cuando
entro en ella, la hipocondría no se contenta con roerme;
me devora, me consume. (Apártase de su madre y de
JAIME, y cuando estos avanzan al proscenio, vuelve hacia
el fondo contemplando la vegetación.) |
MARQUESA.-
¿Y Gabriela? |
JAIME.-
(Mirando hacia el comedor.) Ahora
saldrá. Está dando la merienda a los niños. |
MARQUESA.-
¿Chiquillos, aquí? |
JAIME.-
Sí,
mamá: los seis hijos de Rafael Moncada, que han sido
recogidos por su abuelo.
|
—3→
|
MARQUESA.-
Es verdad... ¡Pobres
huerfanitos! (Entra GABRIELA en traje de casa, muy modesto,
con delantal.) Gabriela, hija mía, ángel de
esta casa. (La besa cariñosamente.) ¿Pero cómo
te las gobiernas para atender a tantas cosas? |
GABRIELA.-
¡Qué remedio tengo! Ya ve usted... Estoy hecha una
facha. (Quitándose el delantal.) Les he dado la merienda,
y ahora van de paseo con el ama y la institutriz. (Saludando
a DANIEL.) Dichosos los ojos... |
DANIEL.-
Tanto gusto...
(Le estrecha la mano.) |
GABRIELA.-
(A la MARQUESA.)
¿Pero no se sienta usted? |
MARQUESA.-
No: dispongo de
poco tiempo. Con dos objetos he venido. Primero: visitar
a tu papá y a tu tía Eulalia; segundo: ver
y alquilar, si me gusta, una de las casitas que han construido...
ahí en el camino de Paulet. |
JAIME.-
¿Sabes?, junto
al convento de Franciscanos.
|
—4→
|
GABRIELA.-
¡Ah, sí!
Son preciosas. |
MARQUESA.-
Y baratas, según dice
este. Hija mía, los tiempos están malos, y
lo primero que hay que buscar es la economía. |
GABRIELA.-
¿De modo que seremos vecinas esta primavera? |
MARQUESA.-
Sí. (Bajando la voz.) Tenemos a Daniel bastante delicado...
inapetencia, melancolías... |
JAIME.-
Y la Facultad
(Por sí mismo.) ordena campo, aires puros, sosiego,
trato continuo y familiar con la naturaleza. |
GABRIELA.-
¡Pobrecito Daniel! (Los tres observan a DANIEL, que ha vuelto
al fondo y está embebecido contemplando el paisaje.)
¿Trabaja demasiado? |
MARQUESA.-
Ya no... (Suspirando.)
¡Lástima de bufete, llamado a ser uno de los primeros
de Barcelona!
—5→
(Cariñosamente a DANIEL.) Hijo mío,
¿qué haces? |
DANIEL.-
Nada, miraba... Mucho ha cambiado
Santa Madrona de seis meses acá... Dígame usted,
Gabriela; allí veo una torre gótica, esbeltísima.
(Señala al fondo por la izquierda, hacia un punto
que no se ve desde el teatro.) |
GABRIELA.-
La de los Franciscanos.
La concluyó papá hace un mes. |
DANIEL.-
(Señalando
hacia la derecha.) ¿Y aquel gran edificio? |
JAIME.-
El hospital,
Asilo de huérfanos y Casa de Expósitos que
debemos a Jordana. |
DANIEL.-
¡Soberbia construcción! |
GABRIELA.-
Hecha toda con limosnas, suscripciones y petitorios. |
JAIME.-
Y con funciones de teatro, bailes, tómbolas,
rifas y kermesses... ¡Es mucho hombre ese Jordana!
|
—6→
|
MARQUESA.-
(Queriendo recordar.) Jordana, Jordana... |
DANIEL.-
El alcalde
perpetuo. |
JAIME.-
Sí, mamá, aquel que llamábamos
el patriarca bíblico porque tiene veinticinco hijos. |
GABRIELA.-
No tanto... son quince. |
MARQUESA.-
¡Jesús!...
(Con prisa de marcharse.) ¿Puedo ver a tú papá
y a Eulalia? |
GABRIELA.-
(Acercándose de puntillas
a una de las puertas de la derecha.) Papá... escribiendo
en el despacho. Mi tía no tardará en volver
de la iglesia. (DANIEL se aleja de nuevo hacia la terraza.) |
MARQUESA.-
Esperaremos un ratito. (A GABRIELA con extremos
de cariño.) ¡Ah, dame otro beso! No me canso de mirarte,
ni de admirarte, ni de alabar a Dios por la dicha que me
concede haciéndote mi hija. |
JAIME.-
(Con entusiasmo.)
Madre. ¿No es verdad que no la merezco? Dígame usted
que no la merezco.
|
—7→
|
MARQUESA.-
Sí, hijo, la mereces,
¿por qué no? Tú también eres bueno... |
JAIME.-
¡Que no la merezco! Pero en fin, la tengo: lo mismo
da. ¡Qué feliz soy! Y usted, mamá, también
lo es. Diga que lo es... dígalo pronto, si no quiere
que me incomode. |
GABRIELA.-
(A la MARQUESA que hace signos
negativos.) Dígalo para que nos deje en paz. |
MARQUESA.-
Lo digo y no lo digo... Escuchadme: (Cogiendo a GABRIELA
y JAIME por una mano y situándose entre los dos.)
Soñé que cogía en mis manos la felicidad...
enterita, completa, redonda, toda para mí... Era como
una hostia. Al despertar de aquel sueño, encontreme
que sólo poseía la mitad... La otra mitad,
rota, caída, deshecha a mis pies... Tu padre, el buen
Moncada, el consecuente amigo de mi esposo, tenía
dos hijitas casaderas, ángeles si los hay... pues
yo creo en los ángeles terrestres. |
JAIME.-
Yo no...
pero en fin, pase. |
MARQUESA.-
Dos ángeles digo:
tú y tu hermana Victoria.
—8→
Yo tenía y tengo
dos hijos. No por ser míos, ni por hallarse presentes,
dejaré de afirmar que algo valen. Este te quiso a
ti, Daniel a tu hermana. Dieron las niñas el sí
con aquiescencia y regocijo de los padres. Doble matrimonio,
dicha completa... Pero ¡ay!, de la noche a la mañana,
Victoria se siente arrebatada de un misticismo ardiente,
le nacen alas, levanta el vuelo, y no para hasta ingresar
en la Congregación religiosa del Socorro; y mi pobre
Daniel... (Mirándole desde lejos.) Ahí le tienes...
sin haberse casado, parece un viudo inconsolable. Esa es
la mitad de mi dicha perdida. La mitad alcanzada eres tú,
que serás esposa de este indigno médico. |
|
(Óyese
sonido de campana, lejano.)
|
DANIEL.-
Mamá, que es
tarde... |
MARQUESA.-
Sí, vamos. |
DANIEL.-
Si te
parece, después de ver la casa, entraremos un rato
en los franciscanos. (A GABRIELA.) Ese esquilón...
(Deteniéndose a oírlo.) ¡Qué extraño
timbre, a la vez dulce y desgarrador!... No puedo oírlo
sin estremecerme. |
MARQUESA.-
¿Ya empiezas? (A GABRIELA
en secreto.) ¡Pobre
—9→
muchacho!, le tenemos tocado... de monomanía
religiosa. (Alto.) En fin, me voy... Puesto que Eulalia no
viene, la veré a la vuelta. |
GABRIELA.-
Tomarán
ustedes chocolate con nosotros. |
MARQUESA.-
Si no se empeñan
los franciscanos en que probemos el suyo, aquí nos
tendrás. Vaya, adiós. (A JAIME.) ¿Tú
te quedas? |
JAIME.-
Naturalmente. |
MARQUESA.-
Hasta luego...
(Tomando el brazo a DANIEL, vanse por el fondo.) |
Escena
II
|
|
GABRIELA, JAIME.
|
JAIME.-
Ya rabiaba por verte. |
GABRIELA.-
¡Ocho días sin venir! |
JAIME.-
Que me han parecido
ocho siglos. Habrás recibido mis ocho cartas, a carta
por siglo.
|
—10→
|
GABRIELA.-
Sí, y sólo te he contestado
cuatro letras... ya ves; no tengo tiempo para nada. Con la
anexión de los sobrinitos, necesito Dios y ayuda para
atender a todo... |
JAIME.-
(Con entusiasmo.) ¡Mujer
extraordinaria, sublime, excelsa! |
GABRIELA.-
Tonto, no adules. |
JAIME.-
Déjame, déjame que te eche muchísimo
incienso... |
GABRIELA.-
¡Fastidioso! |
JAIME.-
Dime: cuando
nos casemos, ¿seguirás de reina Gobernadora en la
casa de tu papá? |
GABRIELA.-
Es natural que sí.
¿Cómo quieres que le deje solo? |
JAIME.-
¡Ah!,
no... de ninguna manera... ¡Don Juan de mi alma! Pero es
mucho trabajo para ti. ¿Por qué no había de
ayudarte tu tía doña Eulalia?
|
—11→
|
GABRIELA.-
¡Mi tía! (Riendo.) No la saques de sus rezos, de su
labor de gancho, de sus visitas a todas las monjas y frailes
que hay en tres leguas a la redonda; no la saques de dar
buenos consejos y traer malas noticias, y de opinar siempre
en contra de los demás. Es buenísima; pero
al nivel de su virtud, y un poquito más arriba, pongamos
su inutilidad. |
JAIME.-
Bueno... Pues no nos acobardemos
por el exceso de trabajo... ¡Ah! ¿Sabes que voy teniendo
clientela? Decididamente, me dedico a la especialidad de
enfermedades nerviosas. |
GABRIELA.-
Pues empieza por tu hermano...
¿Sabes que no me gusta nada su aspecto? |
JAIME.-
Pasión
de ánimo. Lo que dijo mamá: soltero, y viudo
inconsolable. Créelo, tu hermanita le desquició
con el dichoso monjío. Lo más raro es que a
Daniel le ataca también ese terrible asolador del
humano cerebro: el bacillus mística. |
GABRIELA.-
¿De
veras?
|
—12→
|
JAIME.-
Los Franciscanos de Barcelona cuidan de
inoculárselo. |
GABRIELA.-
¿Qué me cuentas? |
JAIME.-
Sí; mañana y tarde le tienes entre
frailes más o menos descalzos, platicando de cosas
abstrusas y enrevesadas, cháchara espiritualista,
que yo, disector de cadáveres, no he podido entender
nunca. |
GABRIELA.-
No desatines. |
JAIME.-
Y a propósito
de enfermos. ¿Qué tiene tu papá? |
GABRIELA.-
(Con asombro.) ¿Papá? Nada... Ah, sí; algo
tiene... Padece insomnios, tristezas... Apenas habla... Se
me figura que ha sufrido estos días algún contratiempo
gravísimo. |
JAIME.-
El incendio de los almacenes de
Barceloneta. |
GABRIELA.-
No... algo más será...
Presumo que pérdidas
—13→
considerables en Bolsa. Huguet,
su agente y amigo, viene casi todas las tardes. |
JAIME.-
Hoy también. |
GABRIELA.-
¿Con vosotros? |
JAIME.-
No. |
GABRIELA.-
(Con interés.) ¿En qué coche venía
Huguet? |
JAIME.-
En el de ese bárbaro... ¿Cómo
se llama?... ¡Ah! Cruz, José María Cruz, que
vive ahí, en casa de Jordana. |
GABRIELA.-
(Recelosa.)
¿Venía también Cruz? |
JAIME.-
Sí...
Sabrás que mis amigos le llaman el gorilla, porque
moral y físicamente nos ha parecido una transición
entre el bruto y el homo sapiens. |
GABRIELA.-
Hombre de baja
extracción, alma sórdida y cruel, facha innoble,
la riqueza no le ha enseñado, como a otros, a sobredorar
la grosería
—14→
de sus modales, la vulgaridad zafia de
sus pensamientos. |
JAIME.-
Mala persona, según dicen.
¿Y es cierto que se crió aquí, en tu torre? |
GABRIELA.-
Sí, hombre. Es hijo de un carretero que
tuvimos en casa. Yo era muy niña entonces. Apenas
me acuerdo. |
JAIME.-
¡Qué cosas se ven! |
GABRIELA.-
Es de esos que van cerriles a América, y luego vuelven
cargados de dinero. La Providencia nos ofrece a cada instante
estas ironías horribles. |
JAIME.-
La riqueza en perfecto
consorcio con la barbarie. |
GABRIELA.-
(Con vehemencia.)
En fin, es hombre el tal Cruz, cuya presencia y cuya voz
me atacan los nervios... Apenas cambio el saludo con él...
Y el muy bruto no conoce la antipatía, la repugnancia
que me inspira... y... vamos, ¿te lo cuento?
|
—15→
|
JAIME.-
(Receloso.)
¿Qué? Me asustas. |
GABRIELA.-
Anteayer iba yo por
el jardín... ¡Pasé un susto...! Estaba sola.
Presentóseme saliendo de unas matas, como res brava
perseguida de cazadores; y al verle delante de mí
quedeme fascinada, sin poder hablar. Quise dar un grito;
pero no lo di, hijo, no lo di. |
JAIME.-
Eso es lo que no
sabe ninguna mujer: gritar a tiempo. |
GABRIELA.-
Pues con
una inclinación muy torpe de cabeza y cuerpo me saludó,
y al querer ser fino y galán, parecía que se
iba a poner a cuatro patas. |
JAIME.-
(Con repentina cólera.)
Gabriela... ¿ese animal tiene el atrevimiento increíble
de prendarse de ti? |
GABRIELA.-
Algo de eso me dio a entender
con sus gruñidos... |
JAIME.-
No me lo digas...
|
—16→
|
GABRIELA.-
¿Pero yo que culpa tengo...? |
JAIME.-
(Muy inquieto.) ¡Enamorado
de ti! ¡Ay, qué idea me asalta, qué recelo,
qué presentimiento horrible! Gabriela, ese hombre
te quiere comprar. Dime, por tu vida, dímelo; dime
que no te vendes... que no cambiarás mi honrada personalidad
por la de ese alcornoque cargado de bellotas de oro... |
GABRIELA.-
¿Pero estás loco? (Viendo salir a MONCADA.) Cállate...
Mi padre... |
Escena
IV
|
|
MONCADA, HUGUET.
|
MONCADA.-
(Impaciente.) ¿A ver...?
¿Qué hay? ¿Qué nueva desgracia me traes hoy? |
HUGUET.-
(Cohibido.) Hombre, aguarda... |
MONCADA.-
Tu cara
no puede engañarme. De tanto leer en ella me la sé
de memoria. |
HUGUET.-
Te diré... La cosa es grave;
pero aún... |
MONCADA.-
(Con firmeza.) Déjate
de atenuaciones, Facundo. No las necesito.
|
—19→
|
HUGUET.-
Bueno.
Pues... lo que temíamos, Juan, un pánico horroroso,
que no hemos podido contener comprando hasta comprometernos
con ciega temeridad. Artús y yo hemos hecho verdaderas
locuras. ¡Esfuerzo inútil! Las acciones del Banco
Mercantil y Naval, ofrecidas a veinticinco. |
MONCADA.-
(Llevándose
las manos a la cabeza.) ¡A veinticinco! |
HUGUET.-
Ya me lo
temía... |
MONCADA.-
(Con ansiedad.) Di: ¿podré
esperar que la Compañía Insular y Continental me apoye para evitar el último desastre? |
HUGUET.-
¡Ay, querido Juan!, pues tienes un alma bien templada para
el infortunio, te diré que... |
MONCADA.-
(Vivamente.)
No sigas. Mi pesimismo me da un gran poder de adivinación.
Hace un rato, pensaba en la espantosa baja... ¡La veía!
Y he visto que la Compañía Insular es también
cosa muerta... ¿Acerté?
|
—20→
|
HUGUET.-
(Con honda tristeza.)
Sí. (Pausa.) Han venido para ti tiempos malos, compensación
de los buenos que gozaste. Así es el mundo. |
MONCADA.-
¡Ay, sí! La fortuna me halagó con increíble
perseverancia durante treinta años. Tú, todos,
yo mismo, nos asombrábamos de mi loca fortuna. |
HUGUET.-
Sí... Tanta ventura no podía seguir. Decíamos
que el Destino... ¿Te acuerdas de la broma?... |
MONCADA.-
Que
el Destino me cebaba para comerme después. Acertasteis.
Llegó un día en que eso que llamamos suerte,
ese misterio eterno, por todos temido, por nadie descifrado,
se volvió contra su favorito. Empezaron mis desdichas
con la muerte de mi esposa, mi idolatrada Luisa. ¡Ay! La
prosperidad entró con ella en mi casa, y con ella
se fue... Cuatro meses después de aquel golpe, recibí
otro que también me hirió en lo más
vivo del alma. Mi hija Victoria, la más parecida a
su madre, la que me reproducía su bondad, su inteligencia,
su viveza y gracia seductoras, es bruscamente,
—21→
asaltada
de un religioso entusiasmo que más bien parece exaltación
insana. Su jovial carácter sufre una crisis profunda,
que termina con la resolución de tomar el hábito
en el Socorro. Mi cariño y el de su hermana y su tía,
no pueden nada contra su piedad despiadada. Comprometida
a casarse con Daniel de Aransis, a quien amaba desde que
ambos eran jovenzuelos, lo abandona todo, padre, hermanos,
novio, casa, familia y amigos... |
HUGUET.-
Su apasionada
vocación es digna de respeto. |
MONCADA.-
Si no digo
nada contra su vocación... Allá la tienes a
punto ya de cumplir el plazo del noviciado y profesar. ¡Hija
de mi alma!... ¡Perderte viva!... (Desechando una idea triste.)
Pues sigo: al mes de ver partir a mi Victoria para el convento,
(...¡cómo se eslabonan en esta cadena infame de la
suerte las cosas divinas con las profanas!...) ocurre la
espantosa baja de los algodones, que me hace perder en un
día... ya lo sabes. Al mes siguiente, una inundación
hace estragos en la fábrica de Igualada. Pasan veinte
días, y el fuego me destruye parte de los almacenes
de Barceloneta. Y así continúan estos que bien
puedo
—22→
llamar arañazos del monstruo, comparados con
la inmensa desventura del mes anterior. Mi hijo, mi único
varón, el hereu, la esperanza y el orgullo de mi casa,
inteligencia poderosa, corazón grande, el que puso
la fábrica de cerámica (Señalando el
paisaje del fondo.) en el pie de prosperidad en que la ves...
(La aflicción no le permite concluir la frase.) |
HUGUET.-
¡Tristísimo recuerdo! |
MONCADA.-
Sucumbió,
víctima de una rápida enfermedad infecciosa...
Ahí tienes a sus seis niños, también
huérfanos de madre, sin más amparo ya que su
abuelo... |
HUGUET.-
(Animándole.) Y les basta y les
sobra... Vamos, Juan, ánimo. |
MONCADA.-
¡Ay,
Facundo! ¿no te parece a ti que Dios debe darme algún
descanso? |
HUGUET.-
Y te lo dará. |
MONCADA.-
(Con desaliento.) No; ya no espero nada. Me arrojo en brazos
de la ciega fatalidad. Me siento incapaz
—23→
de prevenir nuevos
males, y de poner remedio a los que ya me agobian... Aquel
tino mío para los negocios, aquel golpe de vista,
Facundo, ya no existen. Soy todo indecisión, torpeza.
Ya no tengo ideas. Sólo queda en mí una especie
de estupefacción terrorífica, el continuo,
el angustioso esperar de nuevos golpes. No me atrevo a dar
un paso: creo que la casa se me cae encima. Cuantas personas
veo paréceme que expresan el duelo de una desdicha
que por compasión no quieren revelarme. Siento caer
un plato, y me suena como si se hundiera un tabique. Temo
al aire que respiro y a la luz que me alumbra. Tiemblo por
mi hija, por Gabriela, mi solo consuelo ya. Tiemblo también
por esos pobres niños. Pienso que jugando en el jardín
se caen al estanque, o que les muerde un perro rabioso... |
HUGUET.-
(Cortándole la palabra.) No más,
no más ideas lúgubres. Lucharemos contra la
adversidad... Más sereno que tú, yo veo caminos
de salvación. |
MONCADA.-
(Desconfiado.) ¿Cuáles?
La venta de inmuebles de que hablamos el otro día?,
¿el préstamo hipotecario? |
HUGUET.-
Sí.
|
—24→
|
MONCADA.-
Ya es tarde. Tendría que ser en condiciones ruinosas. |
HUGUET.-
Quién sabe... Te diré. He hablado
con Cruz. |
MONCADA.-
(Vivamente.) ¿Y tiene noticia del horrible
crack de hoy? |
HUGUET.-
Si todo lo sabe. No creas que se
presenta mal. Insiste en comprarte la fábrica y los
terrenos de la Gran Vía. |
MONCADA.-
¿Pero en
qué condiciones? Es usurero. Se enroscará en
mí, como el boa, y me ahogará. |
HUGUET.-
Y
también parece dispuesto, si no quieres vender tus
inmuebles, a hacerte el empréstito con garantía... |
MONCADA.-
Facundo, por Dios, no me des esperanzas que luego
resultan fallidas... ¿Y crees tú que podrá...? |
HUGUET.-
(Asombrado.) ¡Que si puede! Es hombre de inmenso
capital...
|
—25→
|
MONCADA.-
(Ensimismado.) Inmenso, sí...
¿Habéis venido juntos de Barcelona? |
HUGUET.-
Y juntos
entramos en tu parque. Ahí le dejé paseándose
con Jordana, que no le suelta. |
MONCADA.-
¿A ver? (Aproximándose
al foro para mirar hacia el parque.) |
HUGUET.-
(Solo en el
proscenio.) (¿Cuajará mi proyecto? Atrevidillo es.
Pero Eulalia conspira conmigo, y es mujer que lo entiende.) |
MONCADA.-
No veo a nadie... Mi hermana es la que viene ahí.
(Volviendo al proscenio, desalentado.) Ya estoy temblando.
¡Si me traerá malas noticias!... |
HUGUET.-
¡Oh,
no! |
Escena V
|
|
Dichos. DOÑA EULALIA, vestida de
negro, con sombrilla y un libro de rezos. Es señora
de cabellos blancos, de rostro pálido y sin movilidad.
|
DOÑA EULALIA.-
¿Pero qué? ¿No ha vuelto Florentina?
|
—26→
|
MONCADA.-
No; yo creí que estaba contigo. |
DOÑA EULALIA.-
(Secamente.) No; sólo he visto a Jaime. Buenas tardes,
Facundo. (A MONCADA.) ¿Y tú, qué tal te encuentras?
Fuertecito... animado. ¡Ay cómo te admiro! |
MONCADA.-
(Alarmado.) A mí, ¿por qué? |
DOÑA EULALIA.-
Por
tu tesón, por tu estoicismo, por esa firmeza heroica
con que recibes los tajos y mandobles de la adversidad. |
MONCADA.-
(Impaciente y mal humorado.) Pero qué, ¿me
preparas para alguna mala noticia? |
DOÑA EULALIA.-
No se
trata de eso. A no ser que tengas por mala noticia la de
que tu hija Victoria profesará dentro de quince días.
(Gesto de indiferencia en MONCADA.) ¿Y tampoco te importa
saber que la Superiora le permite pasar tres días
en tu compañía? |
MONCADA.-
¿A Victoria?
|
—27→
|
DOÑA EULALIA.-
Sí... La tendrás aquí
esta tarde con Sor María del Sagrario, la hermanita
del Socorro que ha pedido Rius para asistir a su suegra. |
MONCADA.-
Bienvenida sea mi adorada hija... Pero de veras,
¿no tienes alguna nueva desastrosa que comunicarme? |
DOÑA EULALIA.-
¿Y qué?... ¿No hemos nacido para padecer? Tus penas
son mis penas. ¿No estoy aquí para compartirlas, para
consolarte? |
HUGUET.-
¡Oh!, sí... el consuelito espiritual. |
DOÑA EULALIA.-
¿Qué tiene que decir el bueno del agente?
(Amoscada.) Estos hombres descreídos, metalizados,
idólatras del becerro de oro... |
HUGUET.-
¿Pero
dónde está ese becerro, señora! Dígame
usted dónde está el becerro. |
DOÑA EULALIA.-
A usted,
Facundo, que es ya cosa perdida, nada tengo que decirle...
Tú, querido hermano
—28→
mío, te salvarás
porque has padecido y padeces... El Señor te ha probado. |
MONCADA.-
Bien lo veo... Pero dime, ¿ha concluido ya? Tú,
que conoces lo de arriba, ¿puedes asegurarme que terminaron
las pruebas? |
DOÑA EULALIA.-
(Con severa convicción.) Quizás
no... Mejor para tu alma. Alégrate. |
MONCADA.-
Alegrémonos
pues. |
DOÑA EULALIA.-
Y bendice la mano que te hiere. |
MONCADA.-
Pues
la bendigo... Ahora... pega. |
HUGUET.-
(Con intención.)
No; si hoy no trae el rayo de las malas noticias. |
DOÑA EULALIA.-
¿Y
si trajera el iris de las esperanzas risueñas? |
MONCADA.-
(Incrédulo.) ¿Iris, tú...? |
DOÑA EULALIA.-
Yo, sí.
|
—29→
|
MONCADA.-
(Esperanzado.) ¿De veras? |
DOÑA EULALIA.-
(Con sequedad.)
No, no es nada. (No debe saberlo todavía.) |
MONCADA.-
(Resignado.) Adelante la adversidad. |
DOÑA EULALIA.-
Adelante.
(Con afectada emoción.) Querido hermano mío,
cuando Dios te pone en el yunque, y bate y machaca, por algo
será. |
MONCADA.-
(Meditabundo.) Por mis pecados...
sí. |
DOÑA EULALIA.-
Tú lo has dicho... ¿Quieres
oír un juicio sano y leal?... Pues llueven sobre ti
tantas desdichas por el olvido en que tienes las prácticas
religiosas. (Movimiento de disgusto en MONCADA y de sorpresa
en HUGUET.) No, si ya sé que eres dadivoso... Pero
no basta dar dinero a los franciscanos para que acaben el
campanario... No se llega al Cielo elevando torres para encaramarse
por ellas.
|
—30→
|
MONCADA.-
Déjame, te digo. |
DOÑA EULALIA.-
Diré
la verdad aunque te duela, la verdad, medicina que entra
por los oídos y anida en el cerebro, como la paciencia
anida en el corazón... El Señor te aflige y
te afligirá más todavía porque has olvidado
sus leyes sacrosantas, devorado por la fiebre mercantil y
por el afán de acumular riquezas. (Con acrimonia.)
Y no estás ya en edad de atender más a los
negocios que a la suprema especulación de salvar tu
alma, porque el mejor día viene la cobradora fea con
la libranza del vivir vencida, y tienes que pagar a toca
teja, dando tu cuerpo a los gusanos y tu alma a la eternidad.
Y te llaman a juicio; y allá, el ángel que
pesa y apunta, te preguntará por tus buenas acciones,
no por las del banco, ni por el mayor o menor capital que
tengas en cuenta corriente o en caja... Y entonces será
el rechinar de dientes y el decir... ¡maldita riqueza, malditos
negocios, y maldito tanto por ciento...! (MONCADA se ha sentado
con muestras de fatiga, y aguanta el sermón sin decir
nada.) |
HUGUET.-
¡Basta, por Dios!...
|
Escena VII
|
|
Dichos.
JOSÉ MARÍA CRUZ y JORDANA, que entran por el
foro. El primero es hombre rudo y de ademanes torpes, rostro
ceñudo. Viste con decencia y sencillez, sin pretensiones
de elegancia.
|
MONCADA.-
(Adelantándose.) Amigo Cruz... |
CRUZ.-
(Saludando con embarazo.) Sr. D. Juan... D. Facundo... |
JORDANA.-
Por tercera vez he enseñado al señor
de Cruz esta hermosa finca, y la fábrica. |
MONCADA.-
(Con tristeza.) ¡Ah!, ¡la fábrica! Desde la muerte
de mi hijo está un poco descuidada.
|
—34→
|
CRUZ.-
(Con
sequedad.) Y un mucho. Falta dirección, sobra gente.
El trabajo no marcha con regularidad. |
MONCADA.-
Cierto.
(Continúan hablando.) |
MARQUESA.-
(A DOÑA EULALIA.) ¿Quién es este gaznápiro? |
JAIME.-
(A la MARQUESA.) Es ese Cruz de quien te hablé. |
MARQUESA.-
(Mirándole con impertinente.) Ya... |
DOÑA EULALIA.-
Mala traza, ¿verdad? |
JAIME.-
Y peores obras. |
MONCADA.-
(A CRUZ, presentándole a la MARQUESA.) Nuestra amiga
la señora Marquesa de Malavella. (Presentando a DANIEL.)
Su hijo el señor Marqués de Malavella. (Saludan
inclinándose.) |
CRUZ.-
Por muchos años... |
MONCADA.-
(Presentando a JAIME.) El otro hijo...
|
—35→
|
CRUZ.-
A este ya le conocía... el médico. Ese otro
caballerito es abogado. |
DANIEL.-
Servidor de usted. |
GABRIELA.-
(Aparte a JAIME.) ¿Has visto qué tío
más grosero? |
JAIME.-
Nunca vi mostrenco igual. |
|
(MONCADA invita a CRUZ a sentarse. Obsérvese en la
situación de los nueve personajes, la disposición
siguiente: A la izquierda forman un grupo la MARQUESA, GABRIELA
y DOÑA EULALIA, sentadas, teniendo a un lado y otro
a HUGUET y JAIME, en pie; en el centro CRUZ y JORDANA, sentados;
a la derecha MONCADA sentado, DANIEL en pie.)
|
JORDANA.-
Lo
que tiene encantado al amigo Cruz es el parque. |
MONCADA.-
No
es malo. |
CRUZ.-
Lo miro como cosa mía. |
Todos
los del grupo de la izquierda.-
¡Como cosa suya!
|
—36→
|
CRUZ.-
Cierto...
porque en él me crié. |
Todos.-
Ya. |
JORDANA.-
El
señor no reniega de su origen humilde. |
CRUZ.-
Nunca.
Nací en la indigencia. Todo lo que tengo se lo debo...
a este. (Señalándose.) |
DANIEL.-
No es
flojo mérito. |
CRUZ.-
Los señoritos de
carrera (Mirando a DANIEL y JAIME.) ven en mí un hombre
sin principios, un hombre tosco y vulgar... |
DANIEL.-
(Por
cortesía.) ¡Oh!, no... |
MARQUESA.-
(A los de su
grupo.) ¿Y decís que este cafre es riquísimo? |
JAIME.-
El asno cargado de reliquias. |
DOÑA EULALIA.-
¡Envidioso!
(A la MARQUESA.) ¿Tú qué opinas?
|
—37→
|
MARQUESA.-
¿Yo?, que se puede perdonar al animalito por las alforjas. |
DOÑA EULALIA.-
(Alto.) El amigo Cruz no se avergüenza de
haber desempeñado en esta casa los oficios más
bajos. |
CRUZ.-
¿Qué he de avergonzarme? Mi padre,
Magín Cruz, era el carretero de esta posesión.
Vivíamos allá, junto a las tapias de Paulet,
cerca del ferrocarril. |
MONCADA.-
Cierto. |
CRUZ.-
Mi
padre sacaba los escombros y las basuras; traía estiércol
y mantillo para las plantaciones, y el guijo para los paseos
del jardín. Entonces, Sr. D. Juan, usted me tuteaba...
naturalmente, y me llamaba Pepet. ¿Por qué ahora no
me dice también Pepet? |
MONCADA.-
Si lo desea
usted... si lo deseas, Pepet te llamaré. |
CRUZ.-
Han
pasado muchos años. Yo tenía en
—38→
aquel tiempo
diecisiete o dieciocho, y fama de muy díscolo y rebelde. |
MONCADA.-
Hablando con franqueza, Pepet; eras un bruto. |
CRUZ.-
Y lo soy todavía. |
MARQUESA.-
Me gusta
la sinceridad. |
MONCADA.-
Cansado de luchar con tu fiereza
indómita, tu padre tuvo que embarcarte. |
CRUZ.-
Atado
codo con codo... me metieron en un buque de vela que salió
para Mazatlán por el estrecho de Magallanes. |
MARQUESA.-
Viaje
divertido. |
CRUZ.-
Sí, señora, muy divertido:
un viajecito que convendría a sus hijos de usted para
que aprendieran a vivir. |
GABRIELA.-
(A JAIME.) ¡Pero qué
animal!
|
—39→
|
CRUZ.-
Volviendo a lo de mi infancia, diré
que más de una vez entré en esta casa con un
respeto supersticioso. Pensaba yo que entrar descalzo en
la sala donde ahora estamos, era una profanación,
un sacrilegio. Me parece que estoy viendo a la señora,
madre de esa señorita y de su hermana. ¡Oh, la señora
no era orgullosa ni finchada... tan guapa, tan benévola...!
Algunas tardes, metíame yo en la cocina. (Señalando
al foro por la izquierda.) Blasa, la cocinera, me ponía
delante un plato de cocido... así. (Indicando lo abultado
de la ración.) |
JAIME.-
Y que no tendría
usted entonces mal apetito. |
CRUZ.-
Como ahora. Mi salud
es de bronce. No sé lo que es estar enfermo. Nací
para vivir mucho, y viviré. |
MONCADA.-
Así
has podido resistir tan grandes trabajos y fatigas. Pasaste
después... |
MARQUESA.-
¿En México?
|
—40→
|
CRUZ.-
Y en California: beneficiando primero la plata,
después el oro. |
MARQUESA.-
(Con admiración.)
¡Plata! |
DOÑA EULALIA.-
¡Oro! |
MARQUESA.-
¿Y usted
sacaba esos lindísimos metales de las entrañas
de la tierra? |
CRUZ.-
Sí, señora. |
JAIME.-
¡Bonita
industria! |
CRUZ.-
Como bonita, no. |
DOÑA EULALIA.-
Horrible,
vamos. Sr. Cruz, no crea usted que aquí nos trastornamos
oyendo hablar de metales más o menos viles... |
HUGUET.-
Eso se deja para nosotros los adoradores del becerrito. Estas
señoras, cristianas bien curtidas, conservan sus almas
en vinagre, o sea en el desprecio de las riquezas.
|
—41→
|
MARQUESA.-
¡Oh!,
no... un desprecio prudente nada más, porque hay necesidades... |
DANIEL.-
La eterna cuestión. No es el dinero
bueno ni malo, sino quien lo posee. |
CRUZ.-
Y quien
no lo posee, ¿qué es? |
JORDANA.-
Nadie lo sabe... |
MARQUESA.-
Porque falta el toque. |
EULALIA.- Resultará
siempre que el dinero es abominable. |
JAIME.-
No: hay que
distinguir. |
CRUZ.-
Yo no distingo nada, y aseguro que
el dinero es bueno. Tengo bastante sinceridad para declarar
que me gusta... que deseo poseerlo, y que no me dejo quitar
a dos tirones el que he sabido hacer mío con mis brazos
forzudos, con mi voluntad poderosa, con mi corta inteligencia.
|
—42→
|
HUGUET.-
(¡Cáspita; el hombre se explica!) |
JAIME.-
(A GABRIELA.) ¡Pero qué bruto!... ¿ves? |
GABRIELA.-
Me
repugna oírle. |
DANIEL.-
(Naturaleza bravía,
estilo crudo.) |
JORDANA.-
(¡Vaya un mozo!) |
CRUZ.-
Hay
que dispensarme. Soy muy tosco, no entiendo de floreos; no
sé adornar la palabra, ni ponerle flecos y borlitas. |
DOÑA EULALIA.-
Es usted un diamante en bruto. Le faltan
las facetas. |
MARQUESA.-
(En el grupo.) No le faltan,
hija, no; las tiene en el bolsillo. |
DOÑA EULALIA.-
Es preciso
que vaya desmintiendo la mala opinión que se ha formado
de él.
|
—43→
|
MARQUESA.-
¿Mala opinión?
(CRUZ alza los hombros.) |
MONCADA.-
Digámoslo claro.
De ti, Pepet, se cuenta que eres avaro, que amas el dinero
con pasión desordenada... |
DOÑA EULALIA.-
Y que en
su vida ha dado usted una limosna. |
MARQUESA.-
Toma,
las dará en secreto, como Dios manda. |
CRUZ.-
No
señora, no las doy en secreto ni en público.
No quiero proteger la mendicidad, que es lo mismo que fomentar
la vagancia y los vicios. |
JAIME.-
(A GABRIELA.) ¿Pero has
visto? |
GABRIELA.-
(Con repugnancia.) ¡Y lo dice tan fresco! |
DOÑA EULALIA.-
Vamos, que no suelta usted un cuarto así
le fusilen.
|
—44→
|
HUGUET.-
Es que le ha costado mucho ganarlo. |
JORDANA.-
(Con adulación.) ¡Oh, mucho, mucho! |
DOÑA EULALIA.-
¿Y
es cierto que tiene usted una fuerza hercúlea? |
CRUZ.-
Así,
así... |
JORDANA.-
Se cuenta que de un machetazo le
cortó la cabeza a un indio bravo. |
GABRIELA.-
¡Qué
horror! |
JORDANA.-
¡Y qué puntería, señores!
Parte un cabello a cincuenta pasos. |
CRUZ.-
No es extraño...
El continuo manejo del rifle en un país donde hay
que estar siempre a la defensiva... |
MONCADA.-
No sé
quién dijo que una vez te acometieron dos tigres... |
CRUZ.-
Aquí tengo la señal del zarpazo.
(Mostrando
—45→
una mano, y retirando el puño de la camisa
para que se vea parte del antebrazo.) |
HUGUET.-
¡Ah!,
sí... ¡valiente caricia!... |
DOÑA EULALIA.-
(Acercándose
para examinar el antebrazo.) Pero diga usted, ¿qué
garabatos son esos que tiene usted ahí? |
DANIEL.-
(Que se ha acercado también.) Es lo que llaman tatuaje. |
CRUZ.-
Justo. |
DOÑA EULALIA.-
¡Jesús! ¡Qué horror
de pintura en la misma piel! Miren, miren. (Acércanse
HUGUET, MONCADA y JORDANA. La MARQUESA, JAIME y GABRIELA,
permanecen alejados, expresando más bien repugnancia.)
Dos calaveras, cruces, anclas... |
CRUZ.-
Esto se hace con
pólvora y aguardiente. Costumbres de marinería. |
JAIME.-
(En su grupo.) Y de tribus salvajes. |
DOÑA EULALIA.-
Por Dios, señor Cruz, afínese usted un
—46→
poco.
Lo conseguirá si sigue mis consejos... Lo que a usted
le falta para ganarse mis simpatías, es consagrar
una parte, siquiera mínima, al socorro de los necesitados. |
JORDANA.-
(¡A buena parte vas!) |
CRUZ.-
Cada uno sabe lo
que tiene que hacer en este punto. Reconozco y declaro que
no soy pródigo, ni siquiera generoso, y, si me apuran,
diré también que no soy compasivo. |
GABRIELA.-
¡Y lo dice! |
JAIME.-
¿Pero has oído? |
DOÑA EULALIA.-
¿A
ver? (Curiosidad en todos.) Explíquenos eso. |
CRUZ.-
Pero
no se asusten. El primer artículo de mi ley es cumplir
estrictamente lo pactado... |
MARQUESA.-
(Interrumpiéndole.)
¿Y el segundo? |
CRUZ.-
El segundo... no dar nada a nadie
graciosamente.
—47→
El que no puede o no sabe ganarlo, que se
muera y deje el puesto a quien sepa trabajar. No debe evitarse
la muerte del que no puede vivir. |
MONCADA.-
(A DANIEL.)
Lo dirá en broma. |
DANIEL.-
(Alto.) Desconoce la compasión. |
CRUZ.-
¡La compasión...! Lo sé por larga experiencia...
es una flaqueza del ánimo que siempre nos trae algún
perjuicio. ¡La compasión! Donde quiera que arrojen
ustedes esa semilla, verán nacer la ingratitud. |
MONCADA.-
Hombre, ¡por Dios! (Asombro en todos.) |
CRUZ.-
Como
me he formado en la soledad, sin que nadie me compadeciera,
adquiriendo todas las cosas por ruda conquista, brazo a brazo,
a estilo de los primeros pueblos del mundo, hállome
amasado con la sangre del egoísmo, de aquel egoísmo
que echó los cimientos de la riqueza y de la civilización. |
JORDANA.-
Eh, ¿qué tal?
|
—48→
|
CRUZ.-
Digo que
la compasión, según yo lo he visto, aquí
principalmente, desmoraliza a la humanidad, y le quita el
vigor para las grandes luchas con la Naturaleza. De ahí
viene, no lo duden, este sentimentalismo, que todo lo agosta,
el incumplimiento de las leyes, el perdón de los criminales,
la elevación de los tontos, el poder inmenso de la
influencia personal, la vagancia, el esperarlo todo de la
amistad y las recomendaciones, la falta de puntualidad en
el comercio, la insolvencia... Por eso no hay ley, ni crédito;
por eso no hay trabajo, ni vida, ni nada... Claro, ustedes,
habituados ya a esta relajación, hechos a lloriquear
por el prójimo, no ven las verdaderas causas del acabamiento
de la raza, y todo lo resuelven con limosnas, aumentando
cada día el número de mendigos, de vagos y
de trapisondistas. |
JAIME.-
¡Pero qué bárbaro! |
GABRIELA.-
Lo que tú dices: el gorilla. |
DOÑA EULALIA.-
Si
bromea... ¿no lo veis? |
MARQUESA.-
Da miedo este
hombre.
|
—49→
|
MONCADA.-
Tus ideas, Pepet, son un poco extrañas. |
DANIEL.-
¡Y tan extrañas! |
DOÑA EULALIA.-
Falta que
nos diga los demás artículos de su ley moral. |
GABRIELA.-
(Levantándose.) Dejen para otra ocasión
los artículos, si han de tomar chocolate. |
MARQUESA.-
Ah, sí; son las tantas, y yo quisiera volver de día
a Barcelona. (Dirígese al comedor.) |
GABRIELA.-
(A
CRUZ.) Y usted, ¿no toma chocolate? |
CRUZ.-
Gracias, no lo
gasto. |
GABRIELA.-
(A HUGUET.) ¿Y usted? |
HUGUET.-
Luego,
luego... |
MONCADA.-
(A GABRIELA que le coge de la mano.)
¿También yo? Déjome llevar. |
|
(Mientras se dirigen
al comedor los que se indican, HUGUET y
—50→
CRUZ hablan aparte
en el centro del proscenio, y DANIEL y JORDANA a la derecha.)
|
DANIEL.-
¿Qué casta de hombre es este? |
JORDANA.-
¿Usted lo entiende? Yo tampoco. Le alojo en mi casa, le colmo
de atenciones, hasta le adulo... con la esperanza de que
costee la terminación de mi grandioso hospital...
y nada, no entiende mis indirectas. |
DANIEL.-
Pero al menos
prometerá. |
JORDANA.-
Pues si prometiera... Nada.
(Apretando el puño.) Es así... Pero no desmayo,
y sigo en mi campaña. Yo soy terrible. Pordioseando
con los poderosos, he levantado aquel gran monumento... En
fin, ¿tomamos chocolate? |
DANIEL.-
Sí señor,
sí... |
|
(Pasan al comedor.)
|
Escena IX
|
|
CRUZ, DOÑA EULALIA.
|
DOÑA EULALIA.-
¿A qué vienen
esos alardes de fiereza, señor gigante Goliat?...
También me ha disgustado, en las manifestaciones de
usted, que no mostrara más cariño a esta casa,
donde corrió inocente y plácida su infancia... |
CRUZ.-
¡Mi infancia! Señora mía, ¿cree usted
que es muy grata esa memoria?... ¡Si yo era en esta casa
poco menos que un animal doméstico!... Tratábame
mi padre con rigor excesivo. Recuerdo que teníamos
un burro, al cual yo quería como si fuera mi hermano.
Mi padre le trataba con más cariño que a mí;
desigualdad que no me lastimaba. Los palos que al animal
correspondían hubiéralos yo recibido en mi
cuerpo por aliviarle a él.
|
—53→
|
DOÑA EULALIA.-
¡Gracias
a Dios que veo en usted un rasgo de amor al prójimo...
digo... de...! |
CRUZ.-
Cosas de la niñez... Acuérdome
bien de las dos niñas, y aún me parece que
las estoy viendo, tan monas, tan lindas... frescas, tiernecitas,
como los tallos nuevos de las plantas cuando retoñan
en primavera. Las miraba yo como a seres de raza superior,
a los cuales no podía tocar, y me creía indigno
hasta de fijar en ellas mis ojos. Bien grabadas conservo
en mi memoria algunas impresiones de aquel tiempo. Verá
usted: una tarde hallábanse las dos en la alcoba de
su papá (Señalando a la derecha hacia lo alto.)
Yo pasaba por el jardín, llevando la carretilla...
Me decían mil cosas. «Pepet, bestia, zángano,
borrico, qué sé yo...». Mandome el jardinero
que abriera un hoyo junto a la pared, a plomo de la ventana,
y mientras cavaba, las dos niñas se entretenían
en echarme salivitas... Aún me parece que siento el
golpe del salivazo tibio... aquí, sobre mi cogote. |
DOÑA EULALIA.-
Una broma inocente. |
CRUZ.-
No; si me agradaba...
ya lo creo que me
—54→
sabía muy bien. Algunas tardes
tiraba yo de un carrito en que ellas se paseaban; y yo relinchaba...
y... |
DOÑA EULALIA.-
Que llegaba usted a creerse caballo. |
CRUZ.-
Que
lo era realmente... yo estoy en que lo era. Paréceme
aún que veo a Gabriela y a Victoria dándome
trallazos, y tirándome de las riendas... Eran monísimas
entonces. |
DOÑA EULALIA.-
Y hoy lo son más. La monjita
es un encanto. |
CRUZ.-
No he vuelto a verla desde entonces,
ni verla deseo. Ya sabe usted que detesto a toda la caterva
de frailes, clérigos y beatas, cualquiera que sea
su marca, etiqueta o vitola... |
DOÑA EULALIA.-
¡Cruz, por Dios,
y me lo dice usted a mí, sabiendo que...! |
CRUZ.-
Que
es usted mojigata... quiero decir, religiosa. Pues no haremos
buenas migas... Pero dejemos esto. Sigo contando: hace cuatro
meses, cuando llegué aquí, vi un día
a Gabriela
—55→
en la huerta de Jordana, y... lo diré
seco. Pues me prendé, me enamoré de ella como
un salvaje (Con alarde de ingenuidad.) Diré a usted
todo lo que siento. En mis sueños de hombre rico,
que si el pobre sueña el rico más, he vislumbrado
siempre una como rehabilitación gloriosa y triunfante
de aquellas tristezas de mi niñez. Mi ilusión
constante, mientras viví en América, fue poseer
Santa Madrona, ser señor donde fui criado, casi igual
a las bestias. Transplantada a Europa, parece que la ilusión
revive y florece, fertilizada por el caudal que traigo...
No sé si me explico. |
DOÑA EULALIA.-
Sí, sí...
¿Pero acaso usted guarda rencor a mi hermano? |
CRUZ.-
Ninguno.
Miro con respeto la casa, el jardín. Respeto también
a la familia... Deseo asimilarme todo esto sin ofender a
las personas, al contrario, haciéndolas mías,
o que ellas me hagan a mí... suyo... ¿Es esto claro? |
DOÑA EULALIA.-
Sí, sí... |
CRUZ.-
En fin, que
cuando vi a Gabriela, pensé que la única mujer
del mundo con quien yo
—56→
me casaría es ella... Porque
yo quiero casarme, fundar una familia... |
DOÑA EULALIA.-
Es
muy natural. |
CRUZ.-
Tener muchos hijos... |
DOÑA EULALIA.-
(Riendo.)
Vamos; competencia con Jordana. |
CRUZ.-
Hijos, sí...
y criarlos robustos, sanotes, para que aventajen a estas
generaciones tísicas... |
DOÑA EULALIA.-
¡Qué
idea, qué orgullo! ¿Cree usted que por tener tanto
barro a mano podrá fabricar una humanidad nueva?...
Por mi parte, no me entusiasma ver aumentado bárbaramente
el número de pecadores. Por eso no he querido casarme. |
Escena XI
|
|
CRUZ, DOÑA EULALIA y GABRIELA.
|
GABRIELA.-
(Confusa.) ¿Pero a qué me trae usted...? (Sorprendida
y aterrada al ver a CRUZ.) (¡Ah, ese hombre aquí!) |
DOÑA EULALIA.-
No, no te retires. El amigo Cruz me decía
hace un momento que... Vale más que él lo repita
delante de ti (A CRUZ, que está cohibido.) Vamos;
la cortedad, la timidez, se despegan de un carácter
tan fiero. |
GABRIELA.-
¿Qué significa esto? |
CRUZ.-
Gabriela... señorita... yo... |
GABRIELA.-
(Con entereza.)
¿Usted... qué?...
|
—59→
|
CRUZ.-
(Notando el ceño
de GABRIELA.) Hace un momento contaba yo a su señora
tía impresiones de mi niñez humilde. |
DOÑA EULALIA.-
Sí, cuando tú y tu hermana le echabais salivitas...
y él tiraba del coche, y vosotras le decíais
«¡arre!». |
GABRIELA.-
(Con desabrimiento.) No me acuerdo
de nada de eso. |
CRUZ.-
Ha pasado el tiempo. Su oficio
es pasar, correr, mudando y revolviendo todas las cosas,
en la corteza, se entiende, que en lo de dentro, no hay poder
que las cambie. Siempre somos lo mismo. Cosas que nos parecen
extraordinarias, inauditas, han pasado millones de veces...
Por ejemplo, esto. |
GABRIELA.-
¿Qué? |
CRUZ.-
Pues...
esto. En fin, Gabriela, hablaré, como acostumbro,
en plata de ley. ¿Tendría usted inconveniente en casarse
conmigo? |
GABRIELA.-
(Espantada.) ¡Oh... por Dios... basta!
|
—60→
|
DOÑA EULALIA.-
Pero, hija, no es para ofenderse. |
GABRIELA.-
No
puedo oír lo que usted dice, ni aun oyéndolo
como broma... que me parece de muy mal gusto. |
CRUZ.-
(Contrariado,
sofocando su ira.) Bueno... Agradezco la claridad con que
se expresa. |
GABRIELA.-
Y no teniendo más que decir,
me retiro. |
DOÑA EULALIA.-
(Cogiéndola de la mano.) No,
no te vas. ¿Y si yo te dijera que a tu padre, por circunstancias
que no son del caso, le sería muy grato...? |
CRUZ.-
Tampoco me importa la opinión del papá. Ya
conozco la suya, y me basta. |
DOÑA EULALIA.-
Ella lo pensará...
Estas proposiciones no se contestan sin un poquito de melindre,
y de sí, no, y veremos... |
GABRIELA.-
(Con austera
dignidad.) Ya he respondido, y nada tengo que añadir.
—61→
¡Que a mi padre pueda ser grato!... No, no le conoce quien
le supone capaz de sacrificarme (Angustiada.) No, imposible...
Y por fin (Con gran energía.) , si mi padre me mandase
querer a ese hombre, no le obedecería, no podría
obedecerle... Dueño es de mis actos; pero en mis afectos,
sólo puede mandar Dios, Dios, que los ha creado en
mí... |
CRUZ.-
(Con sarcasmo.) Sí... ¡Y Dios
es quien ha plantado en el alma de usted esa flor raquítica,
esa hierba sin fruto... el amor a uno de los hijos de la
Marquesa...! ¡Ay, dispénseme usted, señora!
(Por DOÑA EULALIA.) No puedo contenerme... Éntrame
la calentura... |
EULALIA.- (Asustada.) ¡Eh... por Dios, ya
se descompone!... |
CRUZ.-
Duéleme haber dado
este paso, haber manifestado un sentimiento1 que no resulta
correspondido, ni comprendido siquiera... (Accionando con
rudeza y alzando la voz.) Mi orgullo cruje al sentir el tremendo
rechazo... Me ciego, me trastorno, no sé lo que digo.
No se espanten de que las manotadas de la bestia herida alcancen
a alguien... (Paseándose furioso.)
|
—62→
|
GABRIELA.-
(Espantada.)
¿Pero está loco? |
DOÑA EULALIA.-
(Queriendo amansarle.)
Señor Cruz... |
CRUZ.-
(Gesticulando y entregado sin
freno alguno de conveniencias a su cólera brutal.)
No se resigna al agravio quien ha vencido peligros de la
tierra y del agua; quien no ha temido a las fieras, ni a
hombres peores que animales; quien ha triunfado de la Naturaleza...
(Apretando los puños.) No, no se resigna el hombre
para quien no han sido bastante duras las entrañas
de las rocas, ni bastante intrincadas las selvas, llenas
de reptiles venenosos... No, mil veces; no soporto que me
humille, que me pisotee... una muñeca sin reflexión,
que resulta más dura que las peñas, más
impenetrable que los bosques, más árida que
los desiertos pedregosos, más brava que los abismos
de la mar. |
GABRIELA.-
(Aterrada.) Será preciso llamar... |
DOÑA EULALIA.-
(Llevándose las manos a la cabeza.) ¡Pero,
Cruz... por la del Redentor!... |
CRUZ.-
No oigo nada, no
quiero saber más. Me
—63→
voy de esta casa, ¡Que lo pierdan
todo, que se arruinen, que se mueran, que se deshonren!...
Vengan los señoritos de carrera (Con ira y mofa.) ,
enclenques, escrofulosos, ineptos, parlanchines... vengan
a poner puntales a la casa de Moncada... Abur. |
DOÑA EULALIA.-
(Queriendo detenerle.) ¿Pero se va?... escuche... |