Escena II
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La MARQUESA, DANIEL, que sale de la iglesia
poniéndose el sombrero. Calla el órgano.
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MARQUESA.-
Pronto te has cansado por cierto. El hermoso
ritual, que antes era tu delicia, te aburre ya. |
DANIEL.-
(Con desabrimiento.) Sí, me fastidia, me causa pena.
No sé qué siento, ni qué nueva crisis
es esta por que pasa mi espíritu, después de
la horrible escena de anteayer en la fábrica. |
MARQUESA.-
Horrible, sí; (Alarmada.) pero sin consecuencias. |
DANIEL.-
Salvo la gran enseñanza que me ha traído.
(Asombro de la MARQUESA.) Sí; aquel arrebato, en que
a punto estuve de cometer un homicidio, ha sido para mí
revelación del mayor engaño de mi existencia.
Te lo diré más claro. Yo creía sujetas
y para siempre vencidas mis pasiones; creíme llamado
a una vida pura y a la gloriosa obscuridad del estado eclesiástico...
¡Mentira, farsa! Un instante de cólera ciega
—226→
destruyó
la ilusión en que por tantos meses he vivido. Fue
como el despertar de un estúpido sonambulismo. Aquel
sacudimiento me hizo volver en mí; y al resquebrajarme,
como la tierra después de un terremoto, salieron otra
vez las pasiones, los deseos desordenados, todo mi ser antiguo...
Claramente veo ya que mi religioso entusiasmo era un artificio
del espíritu para engañarse a sí propio...
transformación mágica de mi idolatría
por esa mujer; idolatría que no disminuye, más
bien aumenta, al dejar de creerla celestial. |
MARQUESA.-
(Asustada.) ¡Hijo mío, por Dios!... Desecha esas ideas... |
DANIEL.-
En fin, mamá, ya no seré religioso.
Me lo impide este nidal de serpientes que en mí he
descubierto, que ya me invaden, me cogen por aquí
y por allá. Están hambrientas, y en un instante
se han comido todo el misticismo que encontraron dentro de
mí. |
MARQUESA.-
Pues mejor. Sosiégate.
(Acariciándole.) ¡Daniel, hijo mío!... |
DANIEL.-
(Con efusión.) Madre querida, necesito revelarte todo
lo
—227→
que siento, todo, todo, hasta lo más horrible.
¿A quién sino a ti puedo y debo descubrirme por entero? |
MARQUESA.-
Sí, dímelo todo. Yo te
consolaré. |
DANIEL.-
La salida de Victoria de la casa
conyugal me trae un nuevo sacudimiento, un nuevo trastorno.
¡Increíbles fases de la pasión en nuestra alma,
según se nos va presentando la persona que la inspira!
¿Ella religiosa?, yo también. ¿Ella casada?, yo demente...
y por fin... |
MARQUESA.-
(Asustada.) ¿Qué quieres
decir? |
DANIEL.-
Que al verla huir de su tirano pensé
que me amaba; creí que me sería fácil
arrastrarla a la infidelidad... |
MARQUESA.-
(Horrorizada.)
¡Hijo mio, tú, tú, tan piadoso... tan bueno...! |
DANIEL.-
(Con exaltación.) ¿Piadoso yo? ¡Vana, ridícula
ilusión! Con ella, con Victoria... me gustaría
el Infierno. |
MARQUESA.-
Calla... Temo por tu razón...
|
—228→
|
DANIEL.-
Satanás entró en mí...
Aquí, aquí le tengo. Si Victoria confirmase
con una palabra el ansia que me devora, huiría con
ella al último confín del mundo. |
MARQUESA.-
¿Y me abandonarías? ¿Abandonarías a tu madre? |
DANIEL.-
(Después de vacilar.) Sí... ya ves
cómo no te oculto nada, ni lo más indigno. |
MARQUESA.-
(Llorando.) ¡Increíble ingratitud! |
DANIEL.-
(Abrazándola cariñosamente.) No,
no temas. Ya no hay peligro. |
MARQUESA.-
¿Por qué? |
DANIEL.-
Porque esa palabra, que a las mayores locuras
me lanzaría... Victoria no la ha pronunciado (Con
profunda amargura.) ¡ni la pronunciará! Acerqueme a
ella ayer, muerto de ansiedad. Su mirada, el timbre de su
voz, sus palabras terminantes me revelaron los sentimientos
que le inspiro... Nada; una afabilidad compasiva que me dejó
helado, yerto... arrancándome
—229→
hasta la última
esperanza. Ni por el camino del bien, ni por el del mal,
ni por Dios, ni por Satán, será mía
esa mujer... Y esta firme persuasión me convierte
en un ser mecánico... Un resto de razón me
dice que debo vivir, y volver a la vida seglar y ordinaria,
al trabajo y a las obligaciones. |
MARQUESA.-
Eso... eso...
¡Gracias a Dios!... Victoria no te ama. Es casada y virtuosa.
No pienses en ella, no te dejes tentar del Demonio maldito. |
DANIEL.-
(Con profunda tristeza.) ¡Ay! Si no te hubiera
tenido presente en mi alma, ayer, después de la entrevista
con Victoria, me habría quitado la vida. |
MARQUESA.-
(Abrazándole conmovida.) No digas tal... ¡Ay, me matas! |
DANIEL.-
No temas... Debo vivir para ti, madre querida...
Verás, verás cómo me porto. En un par
de años de bufete ganaré lo bastante para comprarte
una finquita mejor que el Clot. |
MARQUESA.-
(Con amargura.)
¡Ay, no me recuerdes el bien perdido! |
DANIEL.-
(Exaltándose.)
¡Vil, execrable usurero, publicano infame!
|
—230→
|
MARQUESA.-
(Calmándole.) No le nombres... calla. Víctimas
inocentes, condenamos al olvido a nuestro verdugo. |
DANIEL.-
No puedo olvidarle, no puedo. Es mi pesadilla, mi idea dominante.
Amarga savia de mi existencia, es el odio que le tengo...
Y si me tropiezo con él otra vez, si me provoca, aunque
sólo sea con su mirar insolente, soy hombre perdido. |
MARQUESA.-
Por Dios, no me asustes... Mira, hijo; conviene
que nos volvamos pronto a Barcelona... |
DANIEL.-
¡Oh!, sí,
mañana... |
MARQUESA.-
Esta tarde misma...
¿Quieres? |
DANIEL.-
Sí... Sácame de este
suplicio, de este peligro inmenso. |
Escena X
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CRUZ, DANIEL.
|
DANIEL.-
Señor
Cruz, la casualidad ha vuelto a reunirnos.
—247→
¿Quiere usted
que resolvamos nuestra querella por la forma usual del duelo? |
CRUZ.-
¡Estúpida forma la del duelo! |
DANIEL.-
¿Pues
cuál?... ¿Hay otra? |
CRUZ.-
Sí; si le encuentro
a usted en las inmediaciones de mi casa, le mato... |
DANIEL.-
Pues iré prevenido, y bien podría suceder que
le matase yo a usted. No, señor Cruz, eso es un duelo
a estilo de salvajes... |
CRUZ.-
(Después de recapacitar.)
Pues corriente. Batámonos a estilo civilizado. |
DANIEL.-
Bien. |
CRUZ.-
Elija usted armas. |
DANIEL.-
Elíjalas usted.
Yo no manejo ninguna. Lo mismo me da, pues siendo usted tan
diestro en todas ellas, es seguro que me matará. |
CRUZ.-
Así lo creo.
|
—248→
|
DANIEL.-
De modo que iré
al duelo como víctima indudable; voy al asesinato,
mejor dicho. |
CRUZ.-
Y lo dice tan fresco. |
DANIEL.-
Sí,
porque deseo morir. |
CRUZ.-
(Flemático.) Pues entonces,
¿a qué ese duelo, que vuelvo a llamar estúpido?
Porque seguramente he de matarle yo, exponiéndome
a andar en líos con la justicia. Si de veras apetece
la muerte, lo más lógico y llano es que se
mate usted. ¡Me parece...! |
DANIEL.-
(Con efusión
ardiente.) La deseo... sí... No puedo vivir. |
CRUZ.-
Pues nada más sencillo. Váyase usted por casa.
Yo lo doy, digo, le presto un rifle, segurísimo, arma
admirable, con la cual da usted el salto al otro mundo casi
sin sentirlo. |
DANIEL.-
Acepto. |
CRUZ.-
¿De veras?
|
—249→
|
DANIEL.-
Sí;
nada me interesa de la eternidad para acá. |
CRUZ.-
¿Nada? Usted ama. Quizás es amado. |
DANIEL.-
¡Oh,
no! ¡Extraña cosa que yo tenga que declarar ante mi
enemigo que no soy amado, y que este horrible vacío
de mi vida obra es del despecho!... ¿A qué más
explicaciones? Debo perecer... Me llama el abismo. En su
fondo veo el descanso. |
CRUZ.-
Pues... bueno. Quedamos en
que va usted por el rifle... Créalo, para mí
es muy cómodo desembarazarme con tanta sencillez de
la persona que más me carga en el mundo... Pero explíqueme
usted mejor... (Interesándose gradualmente en las
manifestaciones de DANIEL.) los motivos de su desesperación. |
DANIEL.-
Mi vida... toda equivocaciones. ¿En dónde
está la lógica? Para mí hace tiempo
que no existe. Persigo fantasmas que se desvanecen cuando
los toco. Amé a Victoria, que me abandonó para
vestir el hábito monjil.
|
—250→
|
CRUZ.-
Y la pasión
que sentía por ella se le torció, como el vino
de mala calidad, convirtiéndose en santurronería. |
DANIEL.-
En fe. Caigo en este lazo que me tendía
mi perverso destino, y cuando me creo salvado, Victoria se
pasa al enemigo. |
CRUZ.-
Ya... |
DANIEL.-
Pero aún
me defiendo con la idea mística... Llega por fin un
día en que la cólera sacude mi ser. Se desvanece
aquel artificio en que yo vivía... Siéntome
hombre... Abandona Victoria la casa conyugal... El demonio
me tienta... Mi conciencia desconoce la rectitud... La maldad
me atrae; me ilusiona el delito. Propongo... encuentro en
esa mujer una indiferencia glacial... Ni antes me valió
el bien, ni el mal ahora me vale. Estoy perdido, no sé
lo que es esperanza. Ya lo ve usted, no puedo ni quiero vivir...
(Con desesperación.) Deme usted esa arma... pero al
instante... (Queriendo llevarle.) |
CRUZ.-
(Le coge fuertemente
por la muñeca.) No.
|
—251→
|
DANIEL.-
Suélteme
usted. |
CRUZ.-
No quiero. |
DANIEL.-
¿No desea mi muerte?
¿No me aborrece, como yo a usted? |
CRUZ.-
Ya no. |
DANIEL.-
¿De veras? |
CRUZ.-
(Con calma.) No, porque ya no tengo celos.
Usted me los quita. |
DANIEL.-
¿Yo? |
CRUZ.-
Sí...
Y se han extinguido de golpe en mí las ganas de matarle. |
DANIEL.-
¿Por qué? |
CRUZ.-
Porque veo bien claro
que mi mujer no le ama a usted, que nunca le amó.
Así me lo había dicho, y lo creí. Después
dudé... Pero usted me ha librado en un instante del
suplicio de la duda. |
DANIEL.-
(Como lelo.) ¡Yo...!
|
—252→
|
CRUZ.-
Porque
si mi mujer le amase, aunque fuera con el pensamiento, usted
lo conocería... eso se conoce siempre... y conociéndolo,
usted no se entregaría a la desesperación,
ni pensaría en matarse. |
DANIEL.-
(Con profunda tristeza.)
Cierto, sí. |
CRUZ.-
Soy muy rudo, pero a manejar
bien la lógica no me gana nadie. (DANIEL, abrumado,
se sienta, sosteniendo la cabeza con ambas manos.) Y ahora,
ni acepto el duelo a que antes me provocaba, ni le dejo matarse,
ni le presto el rifle. |
DANIEL.-
(Con rabia sorda.) (¡Me
perdona la vida!) |
CRUZ.-
Y ya no me falta más que
proponer las paces a mi mujer. |
DANIEL.-
(Con súbito
arranque de ira.) Pues ahora insisto en que nos batamos,
sí. No soy tan torpe, no, en el manejo de las armas...
¡Quién sabe!... el demonio que llevo dentro moverá
mi brazo. |
CRUZ.-
(Con calma desdeñosa.) Reverendo
joven, no me bato.
|
—253→
|
DANIEL.-
Le obligaré, injuriándole
públicamente. |
CRUZ.-
Que no, y que no. |
DANIEL.-
Pasará usted por un cobarde. |
CRUZ.-
Como sé
que no lo soy, no me importa que lo digan. |
DANIEL.-
(Frenético.)
De modo que no hay manera de romperse la crisma con usted... |
CRUZ.-
Cuando yo no quiero, no... No le queda a usted más
recurso que el suicidio, y yo me permito aconsejarle que
no haga la tontería de marchar tan pronto al otro
barrio. ¡Flojillo susto para su mamá! |
DANIEL.-
Mi
madre no necesita de mí. |
CRUZ.-
Es pobre. |
DANIEL.-
Usted ha devorado los últimos restos de su fortuna.
|
—254→
|
CRUZ.-
Mejor. Admirable ocasión para que usted trabaje.
Soy el instrumento de la Providencia, el Dios destructor...
Destruyo para que los demás tengan suelo y materiales
para edificar... |
DANIEL.-
(Perplejo.) (¿Qué dice?) |
CRUZ.-
Que vuelva usted a la vida ordinaria, que trabaje. |
DANIEL.-
¡Vivir, trabajar! ¿Qué significa eso? |
CRUZ.-
Váyase usted a América... Le daré cartas
de recomendación. |
DANIEL.-
(Con asombro, como vislumbrando
una solución.) ¡Ah! |
CRUZ.-
¿Qué? ¿No le parece
mal? |
DANIEL.-
(Desalentado.) (Me protege, me humilla...
Esto es imposible.) |
CRUZ.-
América digo. La ausencia
suele ser buen médico, como el tiempo.
|
—255→
|
DANIEL.-
(Absorto, la mirada perdida en el espacio.) ¡América...! |
CRUZ.-
¿Qué tal la idea? |
DANIEL.-
(Apartándose
de CRUZ como temeroso.) (Temo que su horrible lógica
me conquiste.) |
CRUZ.-
¿Qué resuelve? |
DANIEL.-
Déjeme
usted. |
CRUZ.-
¿Insiste en matarse? |
DANIEL.-
Sí...
no... no sé... Resueltamente, no. |
CRUZ.-
Me alegro...
¿Y se va...? |
DANIEL.-
No sé... (Lleno de confusión,
fluctuando entre sentimientos contradictorios.) Déjeme...
Iré... No, no; no sé... De usted no acepto
nada. Iría... sin duda me conviene... Podré
vivir, curarme... Mi madre... ¡Cabeza, no te me escapes!
(Oprimiéndola con ambas manos.) Razón, ¿dónde
estás?
|
—256→
|
CRUZ.-
(Con calma.) Usted lo pensará... |
DANIEL.-
Lo pensaré... quiero estar solo. |
CRUZ.-
Y me agradecerá el consejo... |
DANIEL.-
¡Agradecer!
(Mirando fijamente, con estupor y recelo.) No me queda duda:
es el demonio, el espíritu tentador, astuto, sabio,
fuerte, lógico... ¿Pero cómo, Dios mío,
me sugiere la idea salvadora?... Porque sí... me salvaré...
América, vida... el mar... tierras lejanas, sí,
sí... Lo pensaré: hay que pensarlo. (CRUZ le
mira. DANIEL, temiendo su mirada, que le fascina, se va alejando,
hasta que se arranca a la influencia sugestiva de CRUZ, y
sale precipitadamente.) |
CRUZ.-
(Solo.) Aceptará la
idea. La lógica es lógica.
|
Escena
XII
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CRUZ, MONCADA.
|
CRUZ.-
¿Usted tampoco...? |
MONCADA.-
Luego. Tengo que decirte dos palabras. |
CRUZ.-
Vengan. |
MONCADA.-
Puesto que la separación es inevitable... yo lo siento
mucho, Pepet, cree que lo siento... ocupémonos de
la cuestión legal. Me figuro que con tu mujer no has
de ser tacaño y que le reconocerás una renta
decorosa. Pero hay otro asunto más grave...
|
—260→
|
CRUZ.-
¡Más grave! |
MONCADA.-
Podría suceder...
no afirmo yo que suceda... pero bien podría suceder... |
CRUZ.-
¿Qué? |
MONCADA.-
Una cosa muy natural, Pepet;
que tu mujer, dentro de tres, cuatro meses, cinco a lo más... |
CRUZ.-
(Con febril impaciencia.) ¿Qué, hombre, qué? |
MONCADA.-
Pues que me diera un nietecillo. |
CRUZ.-
Don Juan, don Juan, no juegue usted conmigo, no me busque
el genio... Mire que... |
MONCADA.-
Hay que prever este caso.
Pepet, hay que preverlo... |
CRUZ.-
(Inquietísimo.)
¿Pero es verdad...? (Gritando.) Victoria... que venga...
¿Dónde demonios está?
|
—261→
|
MONCADA.-
Modérate,
hijo, ten presente lo sagrado del sitio. |
CRUZ.-
¡Estoy
en mi casa!... (Como trastornado.) ¡Ah!, ¡no! Estoy en el
hospital, en este condenado asilo que ha hecho Jordana...
Pero dígame usted... ¿es cierto que...? ¿Lo ha dicho
usted por broma, por ganas de atormentarme...? Don Juan,
sepa usted que no admito bromas... ni de usted ni de nadie
las aguanto... Y si es verdad... ¿Pero usted no comprende
que...? ¡Un hijo, tener un hijo! Pues ¿para qué me
he casado yo? ¿Por qué trabajo, por qué soy
como soy...? Don Juan (Cogiéndole por las solapas.)
no me contento con que Victoria me dé un hijo. Tiene
que darme muchos, muchos; y a todos les criaré en
el amor de la propiedad, en la religión del tuyo y
mío, en el culto sagrado de la contabilidad, en el
trabajo... y en todo lo demás que ella quiera. |
MONCADA.-
Difícil
me parece que tengas tantos... Uno quizás... |
CRUZ.-
(Furioso.) ¡Pues no faltaba más...! Digo que nos reconciliaremos,
y tendré muchos hijos, don Juan, aunque usted se oponga...
|
—262→
|
MONCADA.-
Yo... cómo oponerme... no. |
CRUZ.-
Y realizaré
el sueño de mi vida, pese a quien pese. Victoria y
yo seremos fundamento de una gallarda generación,
y perpetuaré mi nombre, unido al de Moncada, y mis
hijos serán condes, duques y marqueses, y vivirán
con el esplendor que a su rango corresponde, y aumentarán
las riquezas ganadas por su padre, y tendrán inmensa
propiedad, tierras sin fin, granjas, montes, valles, provincias,
casas, palacios, barrios, ciudades, y nuestra casa, nuestra
firma como industriales, como comerciantes, como banqueros,
como terratenientes, como especuladores, como agiotistas...
será la primera de Barcelona, y de Cataluña,
y de España, y del mundo entero. |
MONCADA.-
Calma,
calma... |
CRUZ.-
Digo que no hay separación. |
MONCADA.-
Ella
la desea. |
CRUZ.-
(Paséase furioso por la escena.)
¡Quitarme mis hijos, privarme de mi sucesión!
—263→
(Llamando
a gritos.) ¡Victoria!... ¿Pero cuándo se acaba ese
endiablado bautizo...? |
MONCADA.-
Por Dios, Pepet...
¡qué lenguaje...! |
CRUZ.-
(Gritando.) Déjeme
usted... ¡Victoria! Esto es un complot infame... Arrollaré
cuanto se me ponga por delante. No respeto nada, ni a usted
con sus canas venerables, ni a ella con sus remilgos de criatura
santa y perfecta... |
MONCADA.-
La has ofendido gravemente. |
CRUZ.-
¡Ceguera de un instante! Soy fácil a
la duda, como a la credulidad. Así como en los negocios
no ha nacido todavía quien me engañe, en cosas
de amor fácilmente me alucino, veo lo que no existe...
se me desfiguran y agrandan las cosas... Soy así...
Pero, D. Juan, yo creo en ella, creo en mi mujer, la más
hermosa creación de la Naturaleza o de quien quiera
que se ocupe en crear lo que vemos... y lo que no vemos...
D. Juan, no me contradiga. |
MONCADA.-
No, si yo... no. |
CRUZ.-
(Con violencia.) Porque no admito que se me contradiga
en
—264→
esto ni en nada, porque yo sé más que nadie,
porque estoy dispuesto a demostrar que tengo razón,
que estoy cargado de razón, que yo soy la razón
misma, sí señor, la razón... |
MONCADA.-
(Sujetándole.) Basta... Bruto, pareces un niño...
Ya salen. |
Escena
XVI
|
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CRUZ, VICTORIA, comiéndose un bizcocho.
|
VICTORIA.-
¡Cómo
me gustan hoy los bizcochos! ¡No sé cuántos
me he comido!... Y comería más. |
CRUZ.-
Antojadiza
estás... Ea, concluyamos. No admito la separación. |
VICTORIA.-
(Con la boca llena.) Me sorprende esa conducta
después de haber dudado de mí. |
CRUZ.-
¡Dudar!
¿Y quién no duda alguna vez, y ciento y mil? Pues
¿por qué existe la fe, sino porque existió
primero su madre, la duda? Yo dudé, es cierto; pero
ya creo en ti. ¿Qué más quieres? |
VICTORIA.-
Quiero
más, mucho más. Tu aversión al prójimo,
tu crueldad, tu codicia, tu barbarie son una barrera infranqueable
que me separa de ti. |
CRUZ.-
¿Pero qué pretendes?
¿Que me vuelva otro?
—272→
¿Soy acaso la Naturaleza, soy yo quien
ha hecho las cosas como son? ¿Puedo yo mudar las causas,
quitar y poner los efectos? Si soy así, ¿qué
remedio hay más que tomarme o dejarme?... Tú
también tienes defectos, Victoria; al menos yo veo
defectos en lo que otros ven perfecciones. Eres demasiado
religiosa, me acosas, me mareas con tu idea de la caridad,
tan distinta de las mías; me sermoneas, me contradices,
me abrumas... Y sin embargo, yo me llevo bien con tus defectos,
y te quiero a pesar de ellos, y quizás por ellos...
Acéptame tú a mí con mis asperezas,
como yo te acepto a ti con las tuyas... Porque si mis escamas
o aletas de dragón infernal te pinchan y raspan y
cortan, a mí... el plumaje de tus alas de ángel,
también me... me punza, me roza, me hiere. (Retírase
a la izquierda del proscenio, donde está la mesa.
Siéntase junto a ella en actitud reflexiva.) |
VICTORIA.-
(Su
carácter no puede cambiar. ¿Podría acaso suavizarse
un poco?... Para conseguirlo más valdrá la
astucia que la fuerza. (Observándole.) No puede vivir
sin mí... Esto ya es algo... ¿Será cierto,
Dios mío, que yo tampoco puedo vivir sin él,
sin esa rudeza que me lastima, cuando trato de domarla?...
Sí, es ley
—273→
de vida, ley también de educación,
amar a los que corregimos.) |
CRUZ.-
(Como asaltado de una
idea.) Bueno: accedo a la separación con tal que me
libres de una duda que me atormenta. Dime si tu papá
se burlaba de mí cuando me indicó hace un rato
que... |
VICTORIA.-
¿Qué, hombre? |
CRUZ.-
Que... |
VICTORIA.-
Parece que estás lelo. |
CRUZ.-
Que
quizás me darías un hijo. |
VICTORIA.-
(Afectando
indiferencia.) ¿Ya fue papá con el cuento? |
CRUZ.-
(Vivamente.) ¡Luego... es verdad!... |
VICTORIA.-
No
he dicho que sea verdad. Es una previsión de papá...
(Bromeando.) un por si acaso... |
CRUZ.-
¡Victoria...
basta de bromas! ¿Es cierto que...?
|
—274→
|
VICTORIA.-
Siéntate... |
CRUZ.-
(Sentándose.) Ya estoy. |
VICTORIA.-
Hablemos
claro. (Coge una silla y se sienta a su lado. Pausa. Expectación
de CRUZ.) ¿A cómo lo pagas? |
CRUZ.-
¿Qué? |
VICTORIA.-
Eso que tanto deseas... Así hay que
tratarte a ti... Al lado tuyo me he vuelto muy mercachifle,
y todo lo cotizo, como tú. |
CRUZ.-
(Inquietísimo.)
¡Mujer... mira que...! |
VICTORIA.-
(Obligándole a
sentarse.) Quieto... Los negocios se tratan con calma y frialdad. |
CRUZ.-
Pero los hijos no sé yo que se hayan cotizado
nunca. |
VICTORIA.-
Los hijos también, sobre todo
cuando los padres son como tú. A ver, clarito, ¿cuánto
das?
|
—275→
|
CRUZ.-
(Irritado, levantándose.) Victoria,
no me vuelvas loco. Ahora sí te digo que antes se
hundirá el firmamento que consentir yo en la separación. |
VICTORIA.-
No podrás evitarla sino cotizándome
también a mí. Vaya, hombre, me vendo. ¿Cuánto
das por mí, ahora que seguramente valgo más
que antes, mucho más? |
CRUZ.-
No compro mercancía
que me pertenece. |
VICTORIA.-
¿A que sí? |
CRUZ.-
Bueno: pues propón tú. El que ofrece el artículo,
que manifieste en cuánto lo valora. |
VICTORIA.-
Pues
pido... (Reflexiona un instante, con expresión picaresca.)
pido... Prepárate, que voy a pedir mucho... |
CRUZ.-
Preparado
estoy. |
VICTORIA.-
Pues... empiezo por una pretensión
muy justa de papá. La perpetuidad por sucesión
—276→
directa de la casa Cruz Moncada bien merece que reconozcas
como nominativas y pertenecientes a mi padre la quinta parte
de las acciones del Banco Industrial... |
CRUZ.-
(Vivamente.)
Concedido. (Le daré toda la broza...) |
VICTORIA.-
Bien. |
CRUZ.-
Las acciones letra D. |
VICTORIA.-
(Vivamente.)
No, no; eso no. |
CRUZ.-
¿Por qué? |
VICTORIA.-
¿Pero
tú te has creído que yo soy tonta, o que no
entiendo de negocios?... Las acciones letra D son lo que
llamas broza, porque están gravadas con el canon de
Foxá. |
CRUZ.-
(Asombrado.) Pero... |
VICTORIA.-
Ándate
con cuidado conmigo... Mira que a mí no hay quien
me engañe... En fin, las de letra B. |
CRUZ.-
(Haciendo
un gran esfuerzo.) Sea.
|
—277→
|
VICTORIA.-
Adelante... (Sonriendo.)
¡Si vieras!... Grabada tengo aquí la última
cantidad que escribí en el libro de la fábrica.
¡Tengo una memoria...! Era el saldo a tu favor de la cuenta
del último trimestre... ¡Bonita cifra! Beneficio líquido:
pesetas 27.433 con 78 céntimos. |
CRUZ.-
Justo, sí. |
VICTORIA.-
¡Qué hermosura de trimestre! Parece
un sueño, una ilusión... |
CRUZ.-
Pero
no lo es. |
VICTORIA.-
Pues... ese pico ha de ser para
mí. |
CRUZ.-
¿El pico? ¿Los 78 céntimos? |
VICTORIA.-
No... |
CRUZ.-
¡Ah, el pico de 433 pesetas!
Bien, hija mía... sí... (Muy conciliador.) sí.
Puedes repartirlo entre los pobres. Sí, sí...
concedido. (Como sintiéndose tranquilizado.)
|
—278→
|
VICTORIA.-
Siéntate. No me entiendes. Se te ha metido en la cabeza
que tu mujer es una simple, una pobre beata que no sabe más
que rezar... y... El pico que quiero, que reclamo, es el
total, las 27 mil... |
CRUZ.-
¡Y a eso llamas pico! ¡Victoria!
(Levántase airado.) Vaya; no concedo. Quieres arruinarme...
¡Esto es horrible, Victoria! |
VICTORIA.-
Bueno, hombre,
bueno. Calma: no es para alborotarse. (Levántase muy
tranquila.) Puesto que no podemos entendernos, adiós. |
CRUZ.-
(Sujetándola por un brazo.) Aguarda... ¿Pero
tú sabes...? ¡Si no hay en el mundo pobres para limosna
tan colosal! ¿Acaso piensas salir a un balcón, y arrojar
el dinero a puñados? |
VICTORIA.-
Venga el pico. |
CRUZ.-
¡Es mucho cuento! ¿Pero qué entiendes
tú por picos, desventurada? |
VICTORIA.-
Sé
lo que digo. Si soy yo una gran hacendista,
—279→
y sé
más, mucho más que tú. Llamo pico a
esa cantidad, considerándola en la cuenta total de
tus ganancias. En la liquidación de Bolsa, por diferencias,
a fin de mes, has ganado... |
CRUZ.-
(Interrumpiéndola.)
¿Tú qué sabes? |
VICTORIA.-
Es que hay
en Bolsa un pajarito que viene volando, y me lo cuenta todo. |
CRUZ.-
(Burlándose.) El Espíritu Santo. |
VICTORIA.-
Justo;
el Espíritu Santo. Le vi en éxtasis, y en el
pico llevaba un papelito que decía: Pesetas 257.308,
con 23 céntimos. |
CRUZ.-
(Con vivísimo asombro.)
¿Sabes...? |
VICTORIA.-
Tonto, ¿crees que no vi la nota
que te llevó Huguet el miércoles...? |
CRUZ.-
(Corrido.) Pero quia... Tú no sabes... Si no fue tanto...
¡Qué simple eres! Si de esa suma hay que deducir...
|
—280→
|
VICTORIA.-
Lo que te ganó Fábregas...
Si estoy en ello. También sé la cifra al céntimo...
Mira que te la suelto, y te confundo. |
CRUZ.-
No, no:
basta. Bueno, mujer, maldigo tus actos infernales, o celestiales,
o lo que sean; y para que veas que soy conciliador, te doy
eso que llamas pico, con tal que cierres el tuyo, y no me
pidas más. |
VICTORIA.-
Pero si ahora empiezo... |
CRUZ.-
¿Pero más? (Aterrado dirígese
al otro lado del proscenio. Síguele VICTORIA.) |
VICTORIA.-
Sí,
más. Pido que cedas a los Franciscanos el terreno
que creen suyo. |
CRUZ.-
(Vuelve al otro lado del proscenio.)
No puede ser... Ea... que no. |
VICTORIA.-
Que sí. |
CRUZ.-
(Deteniéndose.) Lo más, lo más
que haré en obsequio tuyo es... Vamos, doy a los frailes
la mitad... ¡Ya ves...!
|
—281→
|
VICTORIA.-
Todo, todo. |
CRUZ.-
(Como deseando concluir.) Pues todo... ¡No dirás ahora...!
Ya ves... Me dejo saquear sin compasión. |
VICTORIA.-
¡Sí,
sí; espléndido está el mozo! |
CRUZ.-
Me
parece que te he pagado bien... |
VICTORIA.-
Valgo yo
mucho más. Y en prueba de que no me taso a desprecio,
te exijo que establezcas un Montepío para los obreros
inutilizados... |
CRUZ.-
(Muy conciliador.) Pues mira; yo
también había pensado en eso. |
VICTORIA.-
Y
que dotes a este hospital con diez o doce camas... |
CRUZ.-
También,
también, |
VICTORIA.-
Y que edifiques dos escuelas...
|
—282→
|
CRUZ.-
Una para niños y otra para... Concedido...
Sí, sí... No dirás... Ya ves... Si estoy
aterrado de mi prodigalidad. |
VICTORIA.-
Oh, sí;
eres muy pródigo... |
CRUZ.-
Me parece... |
VICTORIA.-
No, no te alabes, no te engrías. La prontitud con
que has accedido a mis deseos, me prueba que no hay en tu
generosidad mérito alguno. |
CRUZ.-
¿Cómo?...
¿Qué dices? |
VICTORIA.-
¡Si yo te conozco! Si
a mí no puedes ocultarme nada... Vas a verlo. Anteayer,
poco antes del desagradable suceso que nos separó,
recibiste una carta de Mazatlán... |
CRUZ.-
Sí;
anunciándome la muerte del primo Ripoll... |
VICTORIA.-
(Con picardía.) Dime, ¿y no dejó alguna cantidad
para obras benéficas en Barcelona?
|
—283→
|
CRUZ.-
(Absorto.)
¿Pero como sabes...? |
VICTORIA.-
No sé: adivino.
Soy maga, sibila, profetisa... ¿No lo habías conocido
hasta ahora? |
CRUZ.-
(Corrido.) Pues sí, ha dejado...
algo sí... vamos, veinte mil duros para obras de beneficencia. |
VICTORIA.-
Nombrándote su ejecutor testamentario
para ese fin... |
CRUZ.-
Con facultades omnímodas. |
VICTORIA.-
Lo comprendí, lo adiviné.
¿De qué me serviría este numen, luz del Cielo
más bien, si no me sirviera para explorar el fondo
de tu alma... y toda la trama oculta de tus negocios? |
CRUZ.-
Pero
si lo que te he concedido vale más, mucho más... |
VICTORIA.-
Eso... lo veríamos. |
CRUZ.-
(Exagerando.)
Muchísimo más.
|
—284→
|
VICTORIA.-
Muy poco significan
tus regateadas mercedes, José María. Prepárate:
tu antojadiza esposa, si por tal la quieres y la estimas,
te va a dar un pellizco... |
CRUZ.-
(Rugiendo.) Vive Dios...
¡Victoria! ¿Pero más? |
VICTORIA.-
Sí, más,
más. Pido que concluyas las obras de este Santo Asilo. |
CRUZ.-
(Airado, violento.) Mujer... basta... ¡Pero tú
te propones dejarme en la miseria! (Recorriendo agitadísimo
la escena.) ¿Concluir esto?... ¿Estás loca? ¿Pero
tu sabes...? |
VICTORIA.-
Sí; conozco bien el plano. |
CRUZ.-
(Nervioso, excitadísimo, mirando hacia el
claustro.) Pues ahí es una friolera... Falta el ala
derecha... falta la iglesia definitiva... con dos torres
muy grandes... que llegan al cielo... No, no, imposible...
Hija mía, no, no puede ser. Hasta aquí llegué...
Ni Cristo pasó de la Cruz, ni esta Cruz pasa de aquí. |
VICTORIA.-
Pues no podemos entendernos.
|
—285→
|
CRUZ.-
Cierto
que no hay manera de entendernos... Mejor... Porque sería
mi ruina, y... No, no... |
VICTORIA.-
Pues, hijo, yo
no transijo. |
CRUZ.-
Ni yo... ni yo tampoco. |
VICTORIA.-
Rotas
las negociaciones. |
CRUZ.-
Pues rotas... ea... |
VICTORIA.-
Separación. |
CRUZ.-
Pues separación...
y cada cual por su lado... Pues no faltaba más. |
VICTORIA.-
(Dándole el sombrero y señalándole la
salida.) Estoy en mi casa. Toma... por allí se sale. |
CRUZ.-
(Toma el sombrero y luego lo deja.) Victoria... aguarda...
oye... Busquemos una transacción. Daré a Jordana
una cantidad... |
VICTORIA.-
(Con energía.) No, no;
has de terminar por tu cuenta el edificio, cueste lo que
cueste.
|
—286→
|
CRUZ.-
No, no, no... Yo estoy loco... Déjame...
¿Qué es esto?... Paréceme que la armonía
del mundo se trastorna... la tierra se resquebraja... el
cielo se desquicia... No, no; yo quiero ser siempre José
María Cruz... Victoria, óyeme... ¿No podríamos...? |
VICTORIA.-
(Sentándose.) ¿Qué? |
CRUZ.-
Encontrar
un medio, una fórmula... simplificando las obras,
modificando el plano y el presupuesto... |
VICTORIA.-
Todo
ha de ser como está proyectado... |
CRUZ.-
(Pateando.)
¡Por vida de...! Pero, mujer, siquiera... ¿A qué esas
dos torres? Con una basta... y chiquita... y de ladrillo. |
VICTORIA.-
Han de ser dos, y de piedra, y grandes, grandes...
y en los cimientos de la iglesia, una cripta... |
CRUZ.-
¡Una
cripta! |
VICTORIA.-
(Cariñosamente.) Sí, en
la cual labraremos nuestros sepulcros,
—287→
el tuyo, el mío,
y los de nuestros hijos; y cuando muy viejecitos ya, cargados
de años y de méritos, nos muramos... |
CRUZ.-
Nos
enterrarán allí... |
VICTORIA.-
Sí...
yo así (Indicando la actitud de una estatua yacente.) ,
tú a mi lado. |
CRUZ.-
Eternamente juntos... |
VICTORIA.-
Nuestros
huesos; que las almas... En el cielo estará la mía. |
CRUZ.-
La mía también... ¿Eh?, qué
crees... Me colaré como pueda... Sobornaré
a San Pedro... |
VICTORIA.-
Sí: bueno estás
tú para sobornar. En fin... |
CRUZ.-
(Trastornado.)
Victoria... me fascinas... me enloqueces, me... Pero no,
no puedes conquistarme, no me conquistarás... |
VICTORIA.-
¿A
que sí? |
CRUZ.-
(Sentado, indicando confusión
y abatimiento.) No, no.
|
—288→
|
VICTORIA.-
(Cariñosamente,
pasándole la mano por los hombros.) Si mi monstruo
es mejor de lo que parece, y... |
CRUZ.-
(Con abatimiento.)
Eso me agrada, sí... |
VICTORIA.-
¿Qué? |
CRUZ.-
Que me llames tú monstruo... |
VICTORIA.-
Mi monstruo...
sí... Si aunque no quieras, mío has de ser
por los siglos de los siglos. Y ahora, has de prometerme
terminar esta casa de Dios. |
CRUZ.-
(Luchando y casi sin
fuerzas ya.) Victoria, por piedad... ¡Ay, no puedo más!,
remátame de una vez... |
VICTORIA.-
¿Convencido? |
CRUZ.-
(Con desaliento.) Y anonadado... No me conozco... no sé
lo que me pasa... Mujer mía, yo te suplico, por lo
que más quieras, por San Pedro y San Juan y San Francisco,
y todos los santos, que no
—289→
me atormentes más... Mira
que entrego el alma... |
VICTORIA.-
(Acariciándole.)
Monstruo mío querido, cálmate... |
CRUZ.-
(Angustiado.)
Pero ¿no más...?, ¿ya no más? |
VICTORIA.-
Ay,
quisiera poner punto final. Pero no puede ser... |
CRUZ.-
¡Cómo! |
VICTORIA.-
Lo siento, lo siento mucho... Me
duele verte padecer... Padezco yo tanto como tú. |
CRUZ.-
(Desesperado.) Todavía más... |
VICTORIA.-
Sí...
no hay otro remedio. Dios me lo manda. Ya sabes que mis actos
obedecen a un impulso superior, misterioso... Yo bien quisiera
no mortificarte más; pero... tengo que darte otro
pellizquito... otro, sí... será leve, suavecito...
Resígnate. Ya ves que lo siento, que me duele tanto
como a ti.
|
—290→
|
CRUZ.-
A ver... di... despacha pronto. |
VICTORIA.-
Necesito
el Clot... |
CRUZ.-
(Levantándose airado.) ¡Oh, el
Clot!... Es burla... ¡Rayos y truenos...! No... Victoria.
¡Maldita sea mi condescendencia, maldita tu terquedad! Quieres
que acabemos por pedir limosna. ¡Oh, quitarme esa hermosa
finca...! |
VICTORIA.-
(Calmándole.) Sosiégate... por
Dios... Monstruo querido... dragoncito mío... Déjame
que te explique... |
CRUZ.-
(Cae en el sillón y se
golpea la cabeza.) ¡Negación de mí mismo!...
No puede ser, no |
VICTORIA.-
(Sujetándole las manos
para que no se dé golpes en el cráneo.) ¡Pero
no te pegues... pobrecito! (Le besa la cabeza.) Óyeme...
Necesito esa finca, para un regalo que tendré que
hacer... ¿Sabes? Dentro de cuatro meses, día más,
día menos... |
CRUZ.-
(Alelado.) ¡Cuatro meses...!
|
—291→
|
VICTORIA.-
Sí, hijo mío... Tengo que
obsequiar dignamente a una persona, a una excelente amiga
mía, que en la fecha que te indico se unirá
a nosotros con parentesco espiritual... Ya comprendes. |
CRUZ.-
Sí,
sí... comprendo... Muy bonito; soy feliz... pero a
pesar de todo... no puedo darte el Clot; yo te suplico que
no me lo pidas. Tengo el proyecto de establecer en él
una gran industria, y... Te daré otra cosa... pide,
saquéame, devórame, arruíname. Pero
eso, ¡ay!... eso no... |
VICTORIA.-
Siento mucho que
no puedas... porque sin esa concesión, no volveré
a tu lado... Pobre monstruo mío, te morirás
de pena sin mí... y yo... yo, ¿a qué negarlo?
yo sin ti, también... (Con emoción. Se aleja
de él y se sienta.) |
CRUZ.-
(Corriendo a su lado.)
Victoria, no digas que... |
VICTORIA.-
Quisiera ceder, transigir;
pero es imposible, ay... |
CRUZ.-
Considera... yo, yo, como
jefe de la familia,
—292→
yo, el padre, debo velar por la propiedad,
por los intereses. |
VICTORIA.-
(Levantándose orgullosa.)
¡Ah!, no... eso es una antigualla. Dios me ilumina, y me
dice que las madres gobiernan el mundo. |
CRUZ.-
¡Las
madres! |
VICTORIA.-
(Con brío.) Sí... Basta.
Sométete... pero en absoluto, sin condiciones... Silencio... |
CRUZ.-
Pero, por Dios, no lo digas a nadie. Guarda
el secreto de mi conquista. Me avergüenzo de la traición
que hago a mi carácter. |
VICTORIA.-
Déjame
a mí. Soy tu ángel bueno... No temas... Ea,
vengan todos acá. (Gritando.) ¡Papá, Gabriela,
Florentina, Jordana! |