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Acto Segundo

Pieza de un mesón. Puertas laterales; otra en el foro, que da a un patio. A la derecha, una escalera: súbese por ella a un corredor practicable, que se extiende en el foro de un extremo a otro del teatro. En el promedio de este corredor, la puerta del cuarto de Aldara, Mesas, sillas, bancos.



Escena I

El MESONERO y TRAJINANTES; después, una MOZA del mesón.

     TRAJINANTE1º.- Lo dicho: no hay cosa mejor que un Rey bueno, ni cosa peor que uno malo.

     MESONERO.- Cierto; que así como el bueno es imagen de Dios en la tierra, el malo sólo puede ser imagen del demonio.

     TRAJINANTE 2º.- Y ahí tenéis que, cuando los pobres se mueren de hambre, el Rey pide un servicio de cien cuentos de maravedís.

     TRAJINANTE 3º.- Y los flamencos que por acá se trajo aprópianse a tuerto o a derecho del oro de Castilla.

     TRAJINANTE 1º.- Son a fe sus mercedes tan largos de manos como anchos de conciencia.

     MESONERO.- Para hacerles hueco, y a fin de que pongan en feria lo que para si no codicien, ha quitado el Rey a las ciudades sus corregidores, y a los castillos sus alcaides, y sus generales a las fronteras.

     TRAJINANTE 2º.- Y a todo esto, la Reina en celar a su marido se pasa la vida.

     TRAJINANTE 3º.- Cuentan que ha perdido el seso.

     MESONERO.- Medrados estamos con Reina loca y Rey tan ligero de cascos.

     TRAJINANTE lº.- ¡Ay, si resucitara la otra!

     TRAJINANTE 2º.- ¡Aquélla sí que fue toda una Reina!

     MESONERO.- Como que no parece sino que el cielo quiso juntar en la Reina Isabel cuantas virtudes habían adorado los hombres, repartidas entre los mejores monarcas de la tierra.

     TRAJINANTE 3º.- Yo oí decir que lo mismo era para ella un señor que un labriego.

     TRAJINANTE 1º.- Así es la verdad; que un día me eché a sus pies cuando salía de Palacio, y más me dio de lo que yo le pedí; y a mi Juanico, que allí conmigo estaba, le hizo una fiesta en el rostro. Ni su madre ni yo podemos mirar desde entonces al muchacho sin una especie de veneración y respeto, y el día que se cumplió un año de la muerte de Su Alteza, compramos dos hermosos cirios, que por el descanso de su alma estuvieron ardiendo hasta consumirse; y todos los años haremos lo mismo; y nuestro hijo lo hará, con la gracia de Dios, cuando nosotros faltemos.

     TRAJINANTE 2º.- Yo nunca le vi la cara a la Reina, porque una vez que pasó por mi lado quise mirarla, y levantar los ojos y volverlos a bajar sin saber lo que me pasaba, todo fue uno.

     MESONERO.- Es que su mercé tenía cara de virgen.

     TRAJINANTE 1º.- Por ella nos vemos libres de esos perros moros que ultrajaban a Jesús Nazareno y a su bendita Madre.

     TRAJINANTE 2º.- Cubierta de hierro, y expuesta a las inclemencias del cielo y a los peligros de las batallas, estuvo la Reina Isabel, así como el último de sus soldados.

     TRAJINANTE 1º.- Ella, vendiendo sus joyas, hizo que aquel buen ginovés fuese a descubrir tierras para España.

     TRAJINANTE 3º- Ella sujetó a los próceres turbulentos.

     MESONERO.- A ella debemos poder hoy respirar sin temor de que los señores nos traten peor que a su perro de caza.

     TRAJINANTE 2º.- ¡Cuánto trabajó la pobre! ¡Cuánto pasaría por nosotros!

     MESONERO.- ¡Qué! ¡Si no tenía más pío que hacer la dicha de su pueblo!

     TRAJINANTE 3º.- Y diz que murió como una santa.

     MESONERO.- No es mucho que muera como santo quien como tal haya vivido.

     TRAJINANTE 1º.- Una mujer así no debía morirse nunca.

     MESONERO.- Vamos, hombre, no te enternezcas, que la cosa ya no tiene remedio.

     TRAJINANTE 1º.- Porque no tiene remedio lloro, que si lo tuviera, yo me dejaría matar por que ella resucitase.

     MESONERO.- ¡Toma! Si con la vida ajena se hubiera podido ir alargando la suya, aún viviera y viviría por los siglos de los siglos.

     TRAJINANTE 2º.- ¿Parece que también su merced se ablanda?

     MESONERO.- ¿Qué se le ha de hacer? No es uno de risco; y ya que con otra cosa no pudimos pagarle los pobres mientras vivió, justo es que después de muerta la paguemos con lágrimas el bien que nos hizo; y a fe a fe que la buena señora ve nuestro llanto desde el cielo.

     TRAJINANTE 1º.- Premie Dios sus virtudes, que Él sólo puede recompensarlas como es debido.

     TODOS.- ¡Dios la bendiga! ¡Dios la bendiga!

MESONERO.- Ea, ea, basta de pucheros, y vaya un Padrenuestro por la gloria de su alma. (El MESONERO Y todos los TRAJINANTES se levantan, se quitan el sombrero y permanecen en silencio breves instantes, como si estuvieran rezando.) Requiescat in pace.

     TODOS.- Amén. (Todos se santiguan.)

     MESONERO.- Y ahora un trago.

     TODOS.- ¡Venga, venga! (Escancíase vino.)

     MESONERO.- A la memoria de la mejor de las Reinas.

     TODOS.- A su memoria. (Beben.)

     MOZA.- ¡Alabado sea Dios! (Saliendo por el foro con un velón de Lucena, que pone en la mesa.)

     TODOS.- Bendito y alabado.

     MOZA.- La cena se enfría.

     TRAJINANTE lº.- ¡Santa palabra!

     TODOS.- A cenar. (Vanse los TRAJINANTES por la puerta del foro, seguidos de la MOZA.)



Escena II

El MESONERO y ALDARA. Momentos antes se le habrá visto salir de su habitación y bajar por la escalera.

     ALDARA.- ¿Qué hay, Garci-Pérez?

     MESONERO.- Que su merced todavía no ha dado la vuelta.

     ALDARA.- (¡Oh!) ¿Y ese caballero flamenco que viene todos los días a estas horas?

     MESONERO.- Tampoco ha parecido.

     ALDARA.- Ya os dije que no quiero verle.

     MESONERO.- Todo el mundo tiene derecho de entrar en el mesón con tal de que pague al salir. Harto os sirvo haciendo creer a la gente que sois sobrina mía. Y temiéndome estoy que fragüe una de las suyas el diablo y se descubra el enredo.

     ALDARA.- Poco permaneceré ya en vuestra casa. (Hácele señal de que se retire.)

     MESONERO.- (¡Lástima es!) (Vase por la puerta del foro.)



Escena III

ALDARA, y después DON ALVAR.

     ALDARA.- Sí, lo conozco; nunca debí amar a un cristiano. Con razón me castigas, ¡oh dios inexorable. de mis abuelos! ¿Y si me hubiese engañado? ¿Hasta cuándo he de estar engañándome a mí propia? Siempre noté en él tristeza misteriosa; constantemente hubo una sombra en medio de los dos. Que era la sombra de una mujer, yo me lo imaginaba. Y ahora, ¿cómo dudarlo? Cuando supo la llegada de los Reyes a Tudela, ¡qué agitación la suya! Cuando la fiebre le embargaba los sentidos, oíale gritar: «¡Está en Tudela; voy a volverla a ver!» Enfermo aún, no ha podido por más tiempo vencer su afán, y ha volado a Tudela, con riesgo de la vida. ¿Qué mujer es ésa? ¿Habrá venido con los Reyes? ¡Cuitada yo, que juzgué posible que un hombre me amase eternamente! Él es.

     DON ALVAR.- (Aquí está. ¿Cómo desengañarla?) (Saliendo por la puerta del foro.)

     ALDARA.- Creí que no ibais(1) a volver.

     DON ALVAR.- ¿Me recibís enojada porque he tardado? Nunca quisiera yo enojar a quien tanto hizo por mí. Os debo la vida.

     ALDARA.- Más que la vida os debí yo: la felicidad.

     DON ALVAR.- Será mi gratitud eterna.

     ALDARA.- ¿Gratitud me ofrecéis?

     DON ALVAR.- Decid: ¿vendrá también hoy el caballero que os corteja? Restablecido al fin, quiero pedirle cuenta de las molestias que os ha causado.

     ALDARA.- Dejad en paz a ese caballero, y no con vanas apariencias intentéis deslumbrarme.

     DON ALVAR.- No comprendo vuestras palabras.

     ALDARA.- ¿A qué habéis ido a Tudela?

     DON ALVAR.- ¿No os lo dije? A ver a mi deudo el Almirante de Castilla.

     ALDARA.- ¿Y a ninguna otra persona habéis visto?

     DON ALVAR.- Sí, a la Reina.

     ALDARA.- ¿A la Reina?

     DON ALVAR.- ¿Por qué os sorprende?

     ALDARA.- ¿Es hermosa?

     DON ALVAR.- Ángel del cielo parece por el rostro y por el corazón.

     ALDARA.- Mucho la encomiáis.

     DON ALVAR.- Poco os parecería si la conocieseis. Me ha ofrecido su protección.

     ALDARA.- Bien la merecéis.

     DON ALVAR.- Mañana mismo pienso partir a Burgos.

     ALDARA.- ¿Parten mañana también Sus Altezas?

     DON ALVAR.- Mañana.

     ALDARA.- ¿Y sólo con el Almirante y con la Reina habéis hablado?

     DON ALVAR.- Sólo con el Almirante y con la Reina.

     ALDARA.- Aseguran que Doña Juana está loca.

     DON ALVAR.- Falso: torpe calumnia, divulgada por el Rey, que quiere apartarla de sí, desconociendo el tesoro que injustamente posee. Pero, por la espada del Gran Capitán, que aún hay castellanos prontos a morir, si es preciso, por defenderla.

     ALDARA.- Dios la confunda.

     DON ALVAR.- ¿Qué proferís?

     ALDARA.- Mal hicisteis en encomiar delante de mí a quien tanto aborrezco.

     DON ALVAR.- ¿Que aborrecéis a la Reina? ¿Por qué causa?

     ALDARA.- ¿A qué fingís ignorarlo? Hubo una mujer que, haciendo derecho de la usurpación y ley de la fuerza, subió a un trono que no le pertenecía, y todo fue poco para saciar su sed de poderío y de mando. Tendió su mirada de águila por la tierra: vio un imperio compuesto de catorce ciudades y noventa y siete villas; viole grandemente enriquecido por la fortuna, con insólito afán acariciado por la naturaleza; viole y le deseó, y dijo: venga a mi mano. Dos Reyes disputábanse el cetro de aquel imperio: el vicio y el valor se le disputaban. La astuta serpiente, que para sí le quería, amparó al Rey cobarde contra el valiente, porque bien conoció que así después la victoria sería más fácil. Cayó mi padre, el Rey Zagal; el Rey Chico volvió a ser dueño del trono; desplomáronse sobre Granada, Aragón y Castilla; el Genil fue Guadalete para la media luna, brilló vencedora sobre las torres de la Alhambra la enseña de la cruz, y la ciudad hermosa, hija predilecta del Profeta, antes por la propia flaqueza rendida que por el valor ajeno, dobló su coronada frente bajo la planta del cristiano. Mira cómo huye al África mi padre infeliz, a llorar la mengua de los hijos de Agar; cómo el bárbaro Rey de Fez, creyéndole cómplice de los enemigos de Granada, le quema en venganza los ojos. Mírale mendigando el sustento preciso con un cartel pendiente del cuello en donde se lee: «Este es el desdichado Rey de Granada.» De sus ojos sin luz corren lágrimas de sangre; sus manos descarnadas, se clavan en la frente, donde no encuentran la corona que buscan. Oye cómo grita al morir: venganza contra la Reina Isabel y contra toda su generación. ¡Y me preguntas por qué aborrezco a la Reina Doña Juana, a una hija de la Reina Isabel! ¿Ignoras que antes de conocerte no había más que anhelo de venganza en mi pecho? ¿Por qué te conocí? Quizá hubiera logrado la gloria de morir por odio a los cristianos; y no que hoy moriré, quizá, de amargura por haber amado a uno sólo.

     DON ALVAR.- ¡Aldara!

     ALDARA.- Y, sin embargo, ¿qué más pude sacrificarle? ¿Qué mujer puede merecer el amor de un hombre si yo no merezco el suyo? Te perdí; el Dios a quien ultrajé me rechaza. Nada me queda: vergüenza y llanto nada más.

     DON ALVAR.- Aldara, yo no he dicho que no os amo. Los beneficios que de vos recibí siempre vivirán grabados en mi pecho.

     ALDARA.- ¿Otra vez vais a hablarme de gratitud? Antes bien, explicadme la causa que os impide pagar mi amor con amor; decidme que amáis a otra, a otra a quien sin duda en mucho tiempo no habréis visto, porque entonces sin remedio la hubiera visto yo también. ¿La habéis vuelto a encontrar, por ventura, sin que yo sepa cuándo ni cómo? ¿En Tudela tal vez? Vamos, contadme todo esto. Si es cierto que amáis a otra, yo no debo ignorarlo. No; si es cierto, que yo lo ignore siempre, porque sería capaz..., sería capaz de matarla.

     DON ALVAR.- ¡Matarla!

     ALDARA.- Luego ¿existe, existe?

     DON ALVAR.- Y suponiendo que existiese...

     ALDARA.- No me desafiéis.

     DON ALVAR.- ¿Cuáles son vuestros derechos sobre mí?

     ALDARA.- Vos, porque os he amado, tenéis el de ultrajarme.

     DON ALVAR.- Termine hoy aquí nuestra plática. Espero que mañana, con más tranquilidad, podréis oírme y conocer lo indebido de tan reiteradas inculpaciones. (Éntrase por la puerta de la izquierda.)



Escena IV

ALDARA, y después el REY.

     ALDARA.- ¡Y así me deja! ¡Y partirá mañana mismo! Tiempo era ya de que el altivo cristiano humillase a su esclava. Por un momento he pensado en la Reina... Imposible. ¿Por qué? Mil veces le escuché hablar de ella con arrebato singular. ¿Será otro amor el que creí amor del súbdito a la señora? ¿Cómo averiguar la verdad? Pero ¿ha de amar la Reina a este hombre; la Reina, que, según afirman, idolatra a su esposo? ¿No puede tener engañado al mundo? ¿No puede Alvar, que desdeña mi afecto, amar a quien el suyo rechace? Le perdonaría que no me amara; que ame a otra, no puedo, no quiero perdonárselo. ¡Oh! ¿Quién llega? (Yendo hacia la escalera.)

     REY.- No huyas. Detente. (Entrando por la puerta del foro y asiendo a ALDARA de una mano.)

     ALDARA.- Soltad.

     REY.- ¿Habrá en el mundo aldeana menos complaciente que tú?

     ALDARA.- ¿Habrá caballero tan necio como vos?

     REY.- ¿Necio me llamas?

     ALDARA.- Necio sois en perseguir a quien nunca habéis de alcanzar.

     REY.- Tiene en ti Garci-Pérez una sobrina con humos de princesa.

     ALDARA.- Más me acerco a princesa que a sobrina de un mesonero.

     REY.- ¿Cómo?

     ALDARA.- Sabed la verdad: ya no tengo por qué ocultarla; no soy sobrina de Garci-Pérez.

     REY.- ¡Extraño misterio el que os rodea, señora! Con razón supuse que la condición que aparentabais no era la vuestra. Pues bien: yo no soy tampoco un simple hidalgo cual aquí se me cree; soy...

     ALDARA.- ¿Quién?

     REY.- Un prócer, un prócer flamenco de lo más esclarecido.

     ALDARA.- (Este pudiera tal vez ayudarme.)

     REY.- Desde el día en que mi buena estrella me hizo pasar por delante de este mesón, cifro en veros mi dicha. Hasta qué punto logró subyugarme vuestra hermosura, no cabe ponderarlo. Mi corazón os pertenece, señora; por una palabra cariñosa de vuestros labios diera parte de mi existencia. Tengo que partir a Burgos mañana...

     ALDARA.- ¿Con los Reyes acaso?

     REY.- Sí, con los Reyes. Seguidme, y exigid en cambio todo lo que queráis; hasta lo que os parezca imposible.

     ALDARA.- ¿Tanto podéis?

     REY.- Cuanto quiero.

     ALDARA.- ¿Sois amigo del Rey?

     REY.- Más que amigo.

     ALDARA.- ¿Su privado, quizá?

     REY.- Puede decirse que el Rey y yo somos una misma persona.

     ALDARA.- ¿Y si a mí se me antojase frecuentar su palacio?

     REY.- Seríais dama de la Reina.

     ALDARA.- ¿Cómo, si por muy ilustre que fuese mi estirpe, yo no pudiera descubrirla?

     REY.- ¿No pasáis aquí por sobrina de un mesonero? Mejor Podríais pasar allá por deuda de algún conde o marqués.

     ALDARA.- ¿Y vos os daríais por bien pagado con la única dicha de verme?

     REY.- Sin duda.

     ALDARA.- Meditaré acerca de tal ofrecimiento.

     REY.- ¿Olvidáis que tengo que partir mañana?

     ALDARA.- Por escrito os comunicaría mi resolución.

     REY.- ¡Oh!, no, bien mío; fuerza es que os decidáis al momento. Mirad: a corta distancia del mesón hay una litera en donde, escoltada por hombres de toda mi confianza, podéis emprender esta misma noche el viaje.

     ALDARA.- ¿Todo eso tenéis preparado?

     REY.- Todo eso.

     ALDARA.- ¿Pensabais, quizá, sacarme de aquí por fuerza?      REY.- Quizá.

     ALDARA.- Pues quizá no parta yo a Burgos en toda la vida. (Alejándose.)

     REY.- ¿Qué, así os retiráis? (Tratando de detenerla.)

     ALDARA.- Os he dicho que meditaré. (Apartándose más.)      REY.- ¡Señora! (Siguiéndola.)

     ALDARA.- Tened un poco de paciencia. (Sube por la escalera y entra en su cuarto.)



Escena V

El REY, a poco el MESONERO, después la REINA y DOÑA ELVIRA.

     REY.- Mejor dispuesta que esperaba la encuentro. Muchas veces he creído estar enamorado; a fe mía que ahora va de veras. Su misteriosa condición, sus repulsas continuas, ese tenaz desdén a que no estoy acostumbrado, aumentan más y más la llama que arde por ella en mi pecho. Aseguremos el golpe. (Dando porrazos sobre la mesa.) ¡Hola! ¡Mesonero de Barrabás! ¡Hola!

     MESONERO.- ¿Qué se os ofrece? (Saliendo por la puerta del foro.)

     REY.- Venid acá, don bellaco, señor mesonero trapalón, señor tío postizo.

     MESONERO.- ¡Eh!

     REY.- ¿Con que tan fingidas son tus sobrinas como tus liebres?

     MESONERO.- Pues qué, ¿sabéis...?

     REY.- Todo lo sé, y escucha atentamente lo que voy a decirte.

     MESONERO.- Ya escucho.

     REY.- ¿Qué gente hay en el mesón?

     MESONERO.- Unos trajinantes.

     REY.- ¿Qué hacen ahora?

     MESONERO.- Dormir a pierna suelta.

     REY.- Bien. ¿Y nadie más?

     MESONERO.- Sí, un capitán, un don Alvar de Estúñiga.

     REY.- ¿Ese que, según he oído, está enfermo?

     MESONERO.- Justamente.

     REY.- (Ese no puede estorbarme.)

     MESONERO.- ¿Acabasteis ya de preguntar?

     REY.- Acabaron las preguntas; empiezan las órdenes.

     MESONERO.- ¡Oiga!

     REY.- Primeramente dejarás a oscuras estas habitaciones.

     MESONERO.- Pues ¿qué diablos vamos a hacer a oscuras?

     REY.- Lo verás si no ciegas.

     MESONERO.- ¡Me gusta la aprensión!

     REY.- Obedece aunque no te guste.

     MESONERO.- ¡Por supuesto!

     REY.- Encerrarás después, por allá adentro, a todos los mozos.

     MESONERO.- ¡Festivo humor traéis esta noche!

     REY.- Irás en seguida a abrir la puerta del corral, por donde entraré yo con cuatro embozados.

     MESONERO.- Vaya, vaya; este señor ha empinado hoy más de lo justo.

     REY.- El objeto es sacar de aquí bien a bien, y si no mal a mal, a tu señora sobrina.

     MESONERO.- ¿Habrase visto insolencia igual? Si no por otra cosa, por las intenciones se os conocería que sois flamenco. Y como tenemos un Rey tan casquivano y antojadizo, parece que todos queremos sacar los pies del plato. ¿Qué apostamos a que aviso a los mozos y a garrotazos os hacen salir del mesón?

     REY.- Una sola cosa me falta que añadir.

     MESONERO.- ¿Qué le falta que añadir a vuestra merced?

     REY.- Que como nada es verdad en tu mesón endemoniado, tampoco yo soy lo que parezco.

     MESONERO.- Y sepamos, ¿quién sois? ¿Algún truhán con visos de caballero?

     REY.- Soy el Rey.

     MESONERO.- ¡Jesucristo!... ¡El Rey!

     REY.- Y si esta noche no me obedeces, haré que te ahorquen mañana.

     MESONERO.- Señor..., yo... Vuestra Alteza...

     REY.- Nada más tengo que decirte.

     MESONERO.- (Bastante es.)

     REINA.- ¡Oh! (Apareciendo con DOÑA ELVIRA en la puerta del foro en el momento en que el Rey va a salir por ella. Ambas vienen completamente cubiertas con mantos.)

     REY.- Perdonad. (Nuevos huéspedes.) Mira. (Acercándose de nuevo al MESONERO.) Aloja a ésas en habitaciones retiradas. (Todo saldrá bien.) (Vase por la puerta del foro.)



Escena VI

La REINA, DOÑA ELVIRA y el MESONERO.

     REINA.- El Rey ya se va. Hemos llegado tarde.

     MESONERO.- Y yo que le he dicho... (En el proscenio, absorto en sus meditaciones.) ¡Quién se había de figurar!... En fin, que la robe y que buen provecho le haga.

     REINA.- ¿Que la robe? ¿A quién?

     MESONERO.- Calla, ¿me oíais? Ya ni siquiera me acordaba...

     REINA.- ¿A quién va a robar ese caballero?

     MESONERO.- A nadie.

     REINA.- Decías...

     MESONERO.- Yo no decía nada. ¡Vaya una curiosidad! ¿Queréis un cuarto? Pronto; decid, que tengo prisa.

     REINA.- ¡Vive Dios! Responde a lo que te pregunto.

     MESONERO.- También jura. Pues, ¡vive Cristo!, que podéis continuar vuestro viaje, porque no tengo donde alojaros.

     REINA.- ¿Volverá ese hombre esta noche?

     MESONERO.- ¡Dale, machaca! ¡Ni que fuerais su mujer.      REINA.- Lo soy.

     MESONERO.- ¿Vos su mujer? ¡Ja, ja, ja!

     DOÑA ELVIRA.- Respetad a esta dama.

     MESONERO.- Pero si dice que el caballero que aquí estaba es su marido. Sería preciso que ella fuese nada menos que... (¡Chitón!)

     REINA.- ¿Sabéis quién es ese caballero?

     MESONERO.- ¡Vaya si lo sé! Mejor que vos, por lo visto.

     REINA.- ¿Sabéis que es el Rey?

     MESONERO.- ¡Cómo!... ¿Vos...?

     REINA.- ¿No os he dicho que soy su esposa?

     MESONERO.- ¿Qué?...

     REINA.- Responde a la Reina.

     MESONERO.- ¡La Reina! ¡Madre de los pecadores!

     REINA.- ¿Qué te ha dicho el Rey?

     MESONERO.- Me ha dicho... Me ha dicho...

     REINA.- ¿Qué? Acaba.

     MESONERO.- Yo bien quisiera..., pero la turbación y el... Vuestra Alteza me perdonará... Como nunca me vi delante de una Reina...

     REINA.- Una Reina es una mujer como todas las demás, y no tenemos tiempo que perder en asombros ni vanas demostraciones. Vamos, habla, di.

     MESONERO.- Pero es que si hablo el Rey hará que me ahorquen mañana.

     REINA.- Y si no hablas, la Reina hará que te ahorquen esta noche.

     MESONERO.- ¿Con que por fuerza me han de ahorcar?

     REINA.- Por mi nombre te juro que nada tienes que temer si me revelas cuanto deseo.

     MESONERO.- ¿De veras? ¿Vuestra Alteza no me dejará luego en la estacada? Permítame Vuestra Alteza que le bese los pies.

     REINA.- De nada respondo si más me apuras la paciencia.

     MESONERO.- Pues bien, señora. Hay en el mesón una mujer muy linda, que se llama Aldara.

     REINA.- Prosigue.

     MESONERO.- El Rey... Ya se ve, un Rey, según Vuestra Alteza ha dicho muy bien, es un hombre como todos los demás. El enemigo malo anda siempre suelto..., a veces el más cuerdo la yerra..., la muchacha vale un tesoro...

     REINA.- ¿Acabarás?

     MESONERO.- En fin, un pecadillo venial, un antojillo sin malicia.

     REINA.- ¿Qué más? ¿Qué más? Eso que me decías antes de robo.

     MESONERO.- Eso: que se le ha antojado robarla esta noche, y quiere que yo prepare la fuga.

     REINA.- (¡Dios mío, Dios mío!) ¿Dónde tiene ella su cuarto?

     MESONERO.- Aquél es, señora. (Señalando a la puerta del corredor.)

     REINA.- ¿Hay por aquí alguno vacío?

     MESONERO.- Aquí hay uno bien acondicionado. (Abriendo la puerta de la derecha.)

     REINA.- Anda, y di al Rey que ya puede venir por Aldara. (El MESONERO se aleja un poco y vuelve.)

     MESONERO.- Me encargó Su Alteza que dejase a oscuras estas habitaciones. Si aquí ve luz, desde luego comprenderá el engaño.

     REINA.- No la verá. (Aléjase de nuevo el MESONERO, y vuelve como antes.)

     MESONERO.- ¿Con que Vuestra Alteza me asegura que no corro peligro de ser ahorcado? (Hincándose de rodillas delante de la REINA.)

     REINA.- Ninguno si al punto vas a cumplir mis órdenes.

     MESONERO.- Volando voy. (Mucho cuesta conocer a los Reyes.) (Vase por la puerta del foro.)



Escena VII

La REINA y DOÑA ELVIRA.

     DOÑA ELVIRA.- Sentaos, señora, y recobrad las fuerzas perdidas.

     REINA.- La lluvia, el aire, el cansancio, la zozobra que me devoraba, todo ha contribuido a que las perdiese. Pero ya me siento bien: créelo, Elvira.

     DOÑA ELVIRA.- ¡Qué imprudencia, señora! En fin, ya no tiene remedio. Procurad no irritar sobradamente a Don Felipe.

     REINA.- Va a venir: retírate a aquel aposento. Que no nos interrumpas te encargo.

     DOÑA ELVIRA.- Confíe en mi sumisión Vuestra Alteza.

     REINA.- Llévate esa luz.

     DOÑA ELVIRA.- ¡Sea la Virgen con nosotras! (Entra por la puerta de la derecha, llevándose la luz.)



Escena VIII

La REINA, sola; después, el REY y embozados; luego, DON ALVAR, ALDARA y DOÑA ELVIRA.

     REINA.- Allí está esa mujer... ¿Será muy hermosa? Verla puedo ahora mismo. ¿Qué hago? No: esperemos aquí a Felipe. ¿Se atreverá a mentir todavía? ¡Cómo voy a gozarme en su turbación, en su cólera! Día es éste para mí de triunfo; momento es éste que me indemniza de las amarguras soportadas en muchos años. ¡Oh!, pasos oigo! ¿Serán los suyos? ¡Cuáles otros pudieran retumbar así en el fondo de mis entrañas!

     REY.- Quedaos ahí; aguardad a que os llame. (Hablando desde la puerta del foro.)

     REINA.- (¿Qué me sucede? ¿Es ésta la fortaleza con que contaba?)

     REY.- Subamos a su cuarto. (Al dirigirse a la escalera que conduce al cuarto de ALDARA, repara en la REINA.) ¡Oh! ¿Será ella?

     REINA.- (Se detiene.)

     REY.- Aldara, ¿sois vos? (Acercándose.)

     REINA.- (¿Qué haré, qué haré?)

     REY.- Aldara. (Asiendo una mano a la REINA.) (No retira su mano.)

     REINA.- (¡Valor!)

     REY.- ¿No queréis responderme?

     REINA.- ¡Ja, ja, ja! (Prorrumpe en ruidosa carcajada, como habiendo tomado una resolución.)

     REY.- ¿Os burláis de mí?

     REINA.- ¡Ja, ja, ja!

     REY.- ¡Cielos, no es ella! ¿Quién entonces? ¿Quién sois? Responded. Luces, Beltrán, luces.

     REINA.- Pensé que me verías con los ojos del corazón.

     REY.- ¡Esta voz!... Deteneos. (Toma la luz de mano de uno de los embozados que se presentan en la puerta del foro, y después de ordenarles que allí permanezcan, se acerca precipitadamente a Doña Juana.) ¡La Reina! ¡La Reina aquí!

     REINA.- ¿Dónde mejor puede estar la Reina que al lado del Rey?

     REY.- Salid todos: aguardadme lejos de este recinto. (Dirigiéndose a los embozados, después de dejar la luz en la mesa.) Nadie penetre en él, suceda lo que quiera. Cuando os necesite, saldré a buscaros. (Vanse los embozados, y el REY cierra la puerta del foro.) ¿Queréis decirme, señora, por qué razón os encuentro aquí?

     REINA.- ¿No lo adivinas?

     REY.- Quiero que vos me lo digáis.

     REINA.- Vengo a darte ayuda en el negocio de Estado que te trae a este sitio.

     REY.- (¿Qué dice?)

     REINA.- Sí; quiero hablar con ese magnate a quien diariamente concedes en este mesón audiencia secreta. Por lo visto no has logrado aún granjearte su afecto, y el rebelde persiste en su idea de promover trastornos en contra tuya. Pues bien: sabrá de mi boca que, lejos de ofenderme y tiranizarme, cada día me das pruebas más patentes de amor y respeto; que en vez de oprimir y vejar a Castilla, por su bien te desvives; que todo lo malo que de ti se cuenta, en fin, son calumnias fraguadas por tus enemigos; y puesto que ellos han tomado por bandera mi nombre, justo es que yo misma me encargue de justificarte a la faz del mundo entero, publicando tus virtudes de esposo y de Rey. ¿Qué te parece? ¿Está mal pensado? No contará seguramente con mi venida el buen Duque de Alba. Gran golpe vamos a dar a los partidarios de mi padre. Tiempo era ya de que España te conociese como yo te conozco.

     REY.- (¿Qué debo pensar?)

     REINA.- Dime ante todo: ¿qué mujer es ésa que has nombrado al entrar aquí?

     REY.- Es la sobrina del mesonero.

     REINA.- Y ¿para qué la buscabas?

     REY.- Para preguntarle si había venido ya el Duque.

     REINA.- ¿Y para eso era menester asirle una mano?

     REY.- Como no se me respondía, traté de cerciorarme...

     REINA.- ¿Sabes que el oficio de Rey no es tan fácil como parece?

     REY.- Cuesta, efectivamente, grandes amarguras.

     REINA.- ¡Pobre Felipe! ¡Cuántas humillaciones, cuántos afanes por evitar que la sangre de tus vasallos corra en contienda civil!

     REY.- Celebro que me hagáis justicia.

     REINA.- ¿Que si te hago justicia? Más de lo que supones. ¿Qué creyera otra mujer, a quien se le hubiese dicho que sólo a cortejar a una moza bonita vienes a este mesón, y que esta misma noche tratabas de robarla? Creyéralo verdad, y al verte aquí buscando a una mujer en medio de las tinieblas, no vacilara en llamarte falso, perjuro, traidor...

     REY.- ¡Doña Juana!

     REINA.- Mas ni por un instante imaginé yo que fueses capaz de tanta villanía.

     REY.- Basta, señora.

     REINA.- Yo he cerrado a la evidencia los ojos y los oídos, y sólo doy crédito a lo que tú me dices.

     REY.- ¡Señora!

     REINA.- Insensato, ¿no conocías que me estaba burlando de ti?

     REY.- Me asombra tanta audacia. ¿Y pensáis que he de someterme a esa vergonzosa tutela que sobre mí queréis ejercer?

     REINA.- ¿Y pensáis vos que he de permitir que se me ultraje impunemente?

     REY.- Tranquilizaos ante todo.

     REINA.- ¿Tranquilizarme? Ahora que con mi presencia logro arrebatarte el bien que anhelabas, ahora tú eres el que padece, yo soy dichosa; tú el que tiembla, yo sosegada estoy. El dolor tiene también su alegría; también la desesperación tiene su tranquilidad.

     REY.- Pero ved que con semejantes locuras ponéis en riesgo mi honor.

     REINA.- ¿De tu honor te atreves a hablarme? ¿Y el mío? ¡El honor de los hombres!... También nosotras tenemos nuestro orgullo, nuestros derechos, nuestro honor. Guardadora del tuyo, aquí vine para reclamar que guardes el mío. Mentira: no hizo Dios el pudor patrimonio exclusivo de la mujer.

     REY.- Engañada vivís si creéis que así se conquista el afecto de un esposo.

     REINA.- Si lo que yo quiero es que me aborrezcas; y como mi amor es tu castigo, yo te amaré más cada día; siempre más.

     REY.- El amor que me tenéis raya en desatino, en locura, y al fin llegará a ser mofa de la gente.

     REINA.- ¿Mofa de la gente el amor que te tengo? Oh, sí; natural es que una mujer ame a un galán; pero no que ame años y años a su marido. El amor ilegítimo, el amor adúltero; ése es amor; el amor legítimo y santo, ése no es amor; es rareza, desatino, locura.

     REY.- Volveos a Tudela, señora; yo os daré quien os acompañe.

     REINA.- ¿Qué más?

     REY.- Vuestra temeridad necesita un correctivo.

     REINA.- ¡Pérfido y al par insolente!

     REY.- Repito que las apariencias os engañan.

     REINA.- ¡Siempre la mentira en su boca!

     REY.- Básteos ver cómo me ultrajáis y cómo yo lo tolero.      REINA.- ¡Siempre la hipocresía en su alma!

     REY.- ¿Queréis oír la verdad? Oídla: vuestro amor es un yugo que me hace padecer.

     REINA.- Óyelo y padece: ¡te amo!

     REY.- Paso, señora. Voy a buscar a esa dama.

     REINA.- ¿Cómo? ¿Te atreverías?

     REY.- A todo.

     REINA.- No me obligues a publicar aquí tu mengua.

     REY.- Sola estáis a mi lado.

     REINA.- Gritaré.

     REY.- Nadie responderá a vuestras voces.

     REINA.- Lo veremos. ¡Favor!... ¡Socorro!...

     REY.- Ved lo que hacéis.

     REINA.- Tú lo has querido.

     REY.- ¡Silencio, desdichada!

     REINA.- ¡Socorro! ¡Favor a la Reina!

     DON ALVAR.- ¡Cielos, qué miro! (Presentándose en la puerta de su cuarto y conociendo a la REINA.) ¡Infame! (Desnudando la espada y corriendo hacia el REY.)

     REINA.- ¡Eh! ¿Quién sois? ¿Qué queréis? (Cubriendo al REY con su cuerpo.)

     DON ALVAR.- Su muerte.

     REY.- ¡Villano! (Poniendo mano a su acero.)

     REINA.- ¿Su muerte? ¿Matarle a él? A mi primero. Atrás. Yo le amparo, yo le escudo. De rodillas, capitán, de rodillas. ¡Es mi esposo, es el Rey!

     DON ALVAR.- ¡El Rey! (Doblando la rodilla.)

     ALDARA.- ¡La Reina! (Asomándose por el corredor con una lámpara en la mano. El REY dirige al capitán una mirada amenazadora, con la mano puesta en el pomo de la espada; la REINA, llena de espanto, no deja de cubrir al REY con su cuerpo; DON ALVAR, a alguna distancia, de rodillas, humillando su acero a los pies de la REINA; ALDARA, asomada en el centro del corredor; DOÑA ELVIRA, a la puerta del aposento en que antes había entrado.)

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