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ArribaAbajoMamotreto XIV

Cómo torna su tía y demanda dónde ha de dormir Rampín, y lo que pasaron la Lozana y su futuro criado en la cama


[TÍA.-]  Dime, sobrino, ¿has de dormir allí con ella? Que no me ha dicho nada, y por mi vida que tiene lindo cuerpo.

RAMPÍN.-  ¿Pues qué, si la vierais vos desnuda en la estufa?

TÍA.-  Yo quisiera ser hombre, tan bien me ha parecido. ¡Oh, qué pierna de mujer! ¡Y el necio de su marido que la dejó venir sola a la tierra de Cornualla! Debe de ser cualque babión, o veramente que ella debe de ser buena de su cuerpo.

RAMPÍN.-  Yo lo veré esta noche, que, si puedo, tengo de pegar con sus bienes.

TÍA.-  A otro que tú habría ella de menester, que le hallase mejor la bezmellerica y le hinchiese la medida.

RAMPÍN.-  Andá, no curéis que «debajo yace buen bebedor», como dicen.

TÍA.-  Pues allá dejé el candil. Va pasico, que duerme, y cierra la puerta.

RAMPÍN.-  Sí haré. Buenas noches.

TÍA.-  Va en buen hora.

LOZANA.-  ¡Ay, hijo! ¿Y aquí os echaste? Pues dormí y cobijaos, que harta ropa hay. ¿Qué hacéis? ¡Mirá que tengo marido!

RAMPÍN.-  Pues no está ahora aquí para que nos vea.

LOZANA.-  Sí, mas saberlo ha.

RAMPÍN.-  No hará; esté queda un poquito.

LOZANA.-  ¡Ay, qué bonito! ¿Y de esos sois? ¡Por mi vida que me levante!

RAMPÍN.-  No sea de esa manera, sino por ver si soy capón, me dejéis deciros dos palabras con el dinguilindón.

LOZANA.-  ¡No haré! La verdad te quiero decir, que estoy virgen.

RAMPÍN.-  ¡Andá, señora, que no tenéis vos ojo de estar virgen! ¡Déjame ahora hacer, que no parecerá que os toco!

LOZANA.-  ¡Ay, ay, sois muy muchacho y no querría haceros mal!

RAMPÍN.-  No haréis, que ya se me cortó el frenillo.

LOZANA.-  ¿No os basta besarme y gozar de mí así, que queréis también copo y condedura? ¡Catá que me apretáis! ¿Vos pensáis que lo hallaréis? Pues os hago saber que ese hurón no sabe cazar en esta floresta.

RAMPÍN.-  Abridle vos la puerta, que él hará su oficio a la machamartillo.

LOZANA.-  Por una vuelta soy contenta. ¿Muchacho eres tú? Por esto dicen «guárdate del mozo cuando le nace el bozo». Si lo supiera, más presto soltaba riendas a mi querer. Pasico, bonico, quedico, no me ahinquéis. Andá conmigo, ¡por ahí van allá! ¡Ay, qué prisa os dais, y no miráis que está otra en pasamiento sino vos! Catá que no soy de aquellas que se quedan atrás. Esperá, os vezaré: ¡así, así, por ahí seréis maestro! ¿Veis como va bien? Esto no sabíais vos; pues no se os olvide. ¡Sus, dadle, maestro, enlodá, que aquí se verá el correr de esta lanza, quién la quiebra! Y mirá que, «por mucho madrugar, no amanece más aína». En el coso te tengo, la garrocha es buena, no quiero sino vérosla tirar. Buen principio lleváis. Caminá, que la liebre está echada. ¡Aquí va la honra!

RAMPÍN.-  Y si la venzo, ¿qué ganaré?

LOZANA.-  No curéis, que cada cosa tiene su premio. ¿A vos vezo yo, que naciste vezado? Daca la mano y tente a mí, que el almadraque es corto. Aprieta y cava, y ahoya, y todo a un tiempo. ¡A las clines, corredor! ¡Ahora, por mi vida, que se va el recuero! ¡Ay, amores, que soy vuestra muerta y viva! Quitáos la camisa, que sudáis.

¡Cuánto había que no comía cocho! Ventura fue encontrar el hombre tan buen participio a un pasto. Este tal majadero no me falte, que yo apetito tengo desde que nací, sin ajo y queso, que podría prestar a mis vecinas. Dormido se ha. En mi vida vi mano de mortero tan bien hecha. ¡Qué gordo que es! Y todo parejo. «¡Mal año para nabo de Jerez!» Parece bisoño de Frojolón. La habla me quitó, no tenía por donde resollar. ¡No es de dejar este tal unicornio!

¿Qué habéis, amores?

RAMPÍN.-  Nonada, sino demandaros de merced que toda esta noche seáis mía.

LOZANA.-  No más, así gocéis.

RAMPÍN.-  Señora, ¿por qué no? ¿Falté algo en la pasada? Enmendadlo hemos, que la noche es luenga.

LOZANA.-  Disponé como de vuestro, con tanto que me lo tengáis secreto. ¡Ay, qué miel tan sabrosa! ¡No lo pensé! ¡Aguza, aguza, dale si le das, que me llaman en casa! ¡Aquí, aquí, buena como la primera, que no le falta un pelo! Dormí, por mi vida, que yo os cobijaré. Quite Dios de mis días y ponga en los tuyos, que cuanto enojo traía me has quitado.

Si fuera yo gran señora, no me quitara jamás éste de mi lado.

¡Oh, pecadora de mí! ¿y desperteos? No quisiera.

RAMPÍN.-  Andá, que no se pierde nada.

LOZANA.-  ¡Ay, ay, así va, por mi vida, que también camine yo! ¡Allí, allí me hormiguea! ¿Qué, qué, pasaréis por mi puerta? Amor mío, todavía hay tiempo. Reposá, alzá la cabeza, tomá esta almohada.

¡Mira qué sueño tiene, que no puede ser mejor! Quiérome yo dormir.

AUTOR.-  Quisiera saber escribir un par de ronquidos, a los cuales despertó él y, queriéndola besar, despertó ella, y dijo:

[LOZANA.-]  ¡Ay, señor!, ¿es de día?

RAMPÍN.-  No sé, que ahora desperté, que aquel cardo me ha hecho dormir.

LOZANA.-  ¿Qué hacéis? ¿Y cuatro? A la quinta canta el gallo. ¡No estaré queda, no estaré queda hasta que muera! Dormí, que ya es de día, y yo también. Matá aquel candil, que me da en los ojos. Echaos y tirá la ropa a vos.

AUTOR.-  Allí junto moraba un herrero, el cual se levantó a media noche y no les dejaba dormir. Y él se levantó a ver si era de día y, tornándose a la cama, la despertó, y dijo ella:

[LOZANA.-]  ¿De dónde venís?, que no os sentí levantar.

RAMPÍN.-  Fui allí fuera, que estos vecinos hacen de la noche día. Están las Cabrillas sobre este Horno, que es la punta de la media noche, y no nos dejan dormir.

LOZANA.-  ¿Y en cueros saliste? Frío venís.

RAMPÍN.-  Vos me calentaréis.

LOZANA.-  Sí haré, mas no de esa manera. ¡No más, que estoy harta, y me gastaréis la cena!

RAMPÍN.-  Tarde acordaste, que dentro yace que no rabea. Harta me decís que estáis, y parece que comenzáis ahora. Cansada creería yo más presto, que no harta.

LOZANA.-  Pues, ¿quién se harta que no deje un rincón para lo que viniere? ¡Por mi vida, que tan bien batís vos el hierro como aquel herrero! ¡A tiempo y fuerte, que es acero! Mi vida, ya no más, que basta hasta otro día, que yo no puedo mantener la tela, y lo demás sería gastar lo bueno. Dormí, que almorzar quiero en levantándome.

RAMPÍN.-  No curéis, que mi tía tiene gallinas y nos dará de los huevos, y mucha manteca y la calabaza llena.

LOZANA.-  Señor, sí diré yo como decía la buena mujer después de bien harta.

RAMPÍN.-  ¿Y cómo decía?

LOZANA.-  Dijo: «harta de duelos con mucha mancilla», como lo sabe aquélla que no me dejará mentir.

AUTOR.-  Y señaló a la calabaza.

RAMPÍN.-  Puta vieja era esa; a la manteca llamaba mancillalobos.

LOZANA.-  Luenga valga, júralo mozo, y ser de Córdoba me salva. El sueño me viene, reposemos.

RAMPÍN.-  Soy contento; a este lado, y metamos la iglesia sobre el campanario.

AUTOR.-   (Prosigue.) Era mediodía cuando vino la tía a despertarlos, y dice:

TÍA.-  ¡Sobrino, abrí, catá el sol que entra por todo!

¡Buenos días! ¿Cómo habéis dormido?

LOZANA.-  Señora, muy bien, y vuestro sobrino como lechón de viuda, que no ha meneado pie ni pierna hasta ahora, que yo ya me sería levantada sino por no despertarlo. Que no he hecho sino llorar pensando en mi marido, qué hace o dónde está que no viene.

TÍA.-  No toméis fatiga, andá acá, que quiero que veáis mi casa ahora que no está aquí mi marido. Veis aquí en qué paso tiempo. ¿Queréis que os las quite a vos?

LOZANA.-  Señora, sí, y después yo os pelaré a vos porque veáis qué mano tengo.

TÍA.-  Esperá, traeré aquel pelador o escoriador, y veréis que no deja vello ninguno, que las jodías lo usan mucho.

LOZANA.-  ¿Y de qué se hace este pegote o pellejador?

TÍA.-  ¿De qué? De trementina y de pez greca, y de calcina virgen, y cera.

LOZANA.-  Aquí donde me lo pusiste se me ha hinchado y es cosa sucia. Mejor se hace con vidrio sotil y muy delgado, que lleva el vello y hace mejor cara. Y luego un poco de olio de pepitas de calabaza y agua de flor de habas a la veneciana, que hace una cara muy linda.

TÍA.-  Eso quiero que me vecéis.

LOZANA.-  Buscá una redomilla quebrada; mirá qué suave que es, y es cosa limpia.

TÍA.-  No curéis, que si os caen en el rastro las cortesanas, todas querrán probar, y con eso que vos le sabéis dar, una ligereza, ganaréis cuanto quisiereis, Dios delante. ¿Veis aquí dónde viene mi marido?

VIEJO.-  Estéis en buen hora.

LOZANA.-  Seáis bien venido.

VIEJO.-  Señora, ¿qué os ha parecido de mi sobrino?

LOZANA.-  Señor, ni amarga ni sabe a fumo.

TÍO.-  ¡Por mi vida, que tenéis razón! Mas yo fuera más al propósito que no él.

TÍA.-  ¡Mirá que se dejará decir! ¡Se pasan los dos meses que no me dice qué tienes ahí y se quiere ahora hacer gallo! ¡Para quien no os conoce tenéis vos palabra!

LOZANA.-  Señora, no os alteréis, que mi bondad es tanta que ni sus palabras, ni su sobrino no me empreñarán.

Vamos, hijo, Rampín, que es tarde para lo que tenemos que hacer.

TÍA.-  Señora, id sana y salva, y torname a ver con sanidad.



ArribaAbajoMamotreto XV

Cómo fueron mirando por Roma, hasta que vinieron a la judería, y cómo ordenó de poner casa


LOZANA.-  ¿Por dónde hemos de ir?

RAMPÍN.-  Por aquí, por Plaza Redonda, y veréis el templo de Panteón, y la sepultura de Lucrecia Romana, y la aguja de piedra que tiene la ceniza de Rómulo y Rémulo, y la Columna labrada, cosa maravillosa, y veréis Setemzonéis, y reposaréis en casa de un compaño mío que me conoce.

LOZANA.-  Vamos, que aquel vuestro tío sin pecado podría traer albarda. Ella parece de buena condición. Yo la tengo de vezar muchas cosas que sé.

RAMPÍN.-  De eso os guardá. No vecéis a ninguna lo que sabéis; guardadlo para cuando lo habréis menester, y si no viene vuestro marido, podréis vos ganar la vida, que yo diré a todas que sabéis más que mi madre. Y si queréis que esté con vos, os iré a vender lo que hiciereis, y os pregonaré que traéis secretos de Levante.

LOZANA.-  Pues vení acá, que eso mismo quiero yo, que vos estéis conmigo. Mirá que yo no tengo marido ni péname el amor, y de aquí os digo que os tendré vestido y harto como barba de rey. Y no quiero que fatiguéis, sino que os hagáis sordo y bobo, y calléis aunque yo os riña y os trate de mozo, que vos llevaréis lo mejor, y lo que yo ganare sabedlo vos guardar, y veréis si habremos menester a nadie. A mí me quedan aquí cuatro ducados para remediarme. Id, y compradme vos solimán, y lo haré labrado, que no lo sepan mirar cuantas lo hacen en esta tierra, que lo hago a la cordobesa, con saliva y al sol, que esto dicen que es lo que hace la madre a la hija; esotro es lo que hace la cuñada a la cuñada, con agua y al fuego, y si miran que no salte, ni se queme, sería bueno, y de esto haré yo para el común. Mas ahora he menester que sea loada y, como la primera vez les hará buena cara, siempre diré que lo paguen bien, que es de mucha costa y gran trabajo.

RAMPÍN.-  Aquí es el Aduana, mirá si queréis algo.

LOZANA.-  ¿Qué aduanaré? Vos me habéis llevado la flor.

RAMPÍN.-  ¿Veis allí una casa que se alquila?

LOZANA.-  Véamosla.

RAMPÍN.-  Ya yo la he visto, que moraba una putilla allí, y tiene una cámara y una saleta, y paga diez ducados de carlines al año, que son siete y medio de oro, y ella la pagaba de en tres en tres meses, que serían veinticinco carlines por tres meses. Y buscaremos un colchón y una silla para que hincha la sala, y así pasaréis hasta que vayáis entendiendo y conociendo.

LOZANA.-  Bien decís; pues vamos a mercar un morterico chiquito para comenzar a hacer cualque cosa que dé principio al arte.

RAMPÍN.-  Sea así. Yo os lo traeré. Vamos primero a hablar con un jodío, que se llama Trigo, que él os alquilará todo lo que habéis menester y aun tomará la casa sobre sí.

LOZANA.-  Vamos. ¿Conocéis alguno?

RAMPÍN.-  Mirá, es judío plático, dejá hacer a él, que él os publicará entre hombres de bien que paguen la casa y aun el comer.

LOZANA.-  Pues eso hemos menester. Decime, ¿es aquél?

RAMPÍN.-  No, que él no trae señal, que es judío que tiene favor, y lleva ropas de seda vendiendo, y ese no lleva sino ropa vieja y zulfaroles.

LOZANA.-  ¿Qué plaga es ésta?

RAMPÍN.-  Aquí se llama Nagona, y si venís el miércoles veréis el mercado, que quizá desde que naciste no habéis visto mejor orden en todas las cosas. Y mirá qué es lo que queréis, que no falta nada de cuantas cosas nacen en la tierra y en el agua, y cuantas cosas se puedan pensar que sean menester abundantemente, como en Venecia y como en cualquier tierra de acarreto.

LOZANA.-  Pues eso quiero yo que me mostréis. En Córdoba se hace los jueves, si bien me recuerdo:


Jueves, era jueves,
día de mercado,
convidó Hernando
los comendadores.

¡Oh si me muriera cuando esta endecha oí! No lo quisiera tampoco, que bueno es vivir, quien vive loa al Señor. ¿Quién son aquellos que me miraron? ¡Para ellos es el mundo!, ¡y lóbregos de aquellos que van a pie, que van sudando, y las mulas van a matacaballo, y sus mujeres llevan a las ancas!

RAMPÍN.-  Eso de sus mujeres... son cortesanas, y ellos deben de ser grandes señores pues mirá que por eso se dice: «Nota Roma, triunfo de grandes señores, paraíso de putanas, purgatorio de jóvenes, infierno de todos, fatiga de bestias, engaño de pobres, peciguería de bellacos».

LOZANA.-  ¿Qué predica aquél? Vamos allá.

RAMPÍN.-  Predica cómo se tiene de perder Roma y destruirse en el año XXVII, mas dícelo burlando. Este es el Campo de Flor, aquí es en medio de la ciudad. Éstos son charlatanes, sacamuelas y gastapotras, que engañan a los villanos y a los que son nuevamente venidos, que aquí los llaman bisoños.

LOZANA.-  ¿Y con qué los engañan?

RAMPÍN.-  ¿Veis aquella raíz que él tiene en la mano? Está diciendo que quita el dolor de los dientes, y que lo dará por un bayoque, que es cuatro cuatrines. Hará más de ciento de aquéllos, si halla quien los compre: tantos bayoques hará. ¡Y mirá el otro cuero hinchado, aquel papel que muestra! Está diciendo que tiene polvos para vermes, que son lombrices, y mirá qué prisa tiene, y después será cualque cosa que no vale un cuatrín, y dice mil farándulas y a la fin, todo nada. Vamos, que «un loco hace ciento».

LOZANA.-  ¡Por mi vida, que no son locos! Decime, ¿quién mejor sabio que quien sabe sacar dinero de bolsa ajena sin fatiga? ¿Qué es aquello, que están allí en torno aquél?

RAMPÍN.-  Son mozos que buscan amos.

LOZANA.-  ¿Y aquí vienen?

RAMPÍN.-  Señora, sí. Veis allí dónde van dos con aquel caballero, que no ture más el mal año que ellos durarán con él.

LOZANA.-  ¿Cómo lo sabéis vos? Aquella abuela de las otras lavanderas me lo dijo ayer, que cada día en esta tierra toman gente nueva.

RAMPÍN.-  ¿Qué sabe la puta vieja, centuriona segundina? Cuando son buenos los famillos y guardan la ropa de sus amos, no se parten cada día; mas si quieren ser ellos patrones de la ropa que sus amos trabajan, cierto es que los enviarán a Turullote. Mirá, los mozos y las fantescas son los que difaman las casas, que siempre van diciendo mal del patrón, y siempre roban más que ganan, y siempre tienen una caja fuera de casa, para lo que urja. Y ellas quieren tener un amigo que venga de noche, y otramente no estarán, y la gran necesidad que tienen los amos se lo hacen comportar, y por eso mudan pensando hallar mejor, y solamente son bien servidos el primer mes. No hay mayor fatiga en esta tierra que es mudar mozos, y no se curan, porque la tierra lo lleva, que si uno los deja, otro los ruega, y así «ni los mozos hacen casa con dos solares», ni los amos los dejan sus herederos, como hacen en otras tierras. Pensá que yo he servido dos amos en tres meses, que estos zapatos de seda me dio el postrero, que era escudero y tenía una puta, y comíamos comprado de la taberna, y ella era golosa y él pensaba que yo le comía unas sobras que habían quedado en la tabla, y por eso me despidió. Y como no hice partido con él, que estaba a discreción, no saqué sino estos zapatos a la francesa. Esperanza tenía que me había de hacer del bien si le sobraba a él.

LOZANA.-  ¿Y decísmelo de verdad? ¿Luego vos no sabéis que se dice que «la esperanza es fruta de necios», como vos, y majaderos como vuestro amo?



ArribaAbajoMamotreto XVI

Cómo entran a la judería y ven las sinagogas y cómo viene Trigo, judío, a ponerle casa


LOZANA.-  Aquí bien huele. Convite se debe hacer. ¡Por mi vida, que huele a porqueta asada!

RAMPÍN.-  ¿No veis que todos estos son judíos, y es mañana sábado que hacen el adafina? Mirá los braseros y las ollas encima.

LOZANA.-  ¡Sí, por vuestra vida! Ellos sabios en guisar a carbón, que no hay tal comer como lo que se cocina a fuego de carbón y en olla de tierra. Decime, ¿qué es aquella casa que tantos entran?

RAMPÍN.-  Vamos allá y lo veréis. Esta es sinagoga de catalanes, y ésta de abajo es de mujeres. Y allí son tudescos, y la otra franceses, y ésta de romanescos e italianos, que son los más necios judíos que todas las otras naciones, que tiran al gentílico y no saben su ley. Más saben los nuestros españoles que todos, porque hay entre ellos letrados y ricos y son muy resabidos. Mirá allá donde están. ¿Qué os parece? Ésta se lleva la flor. Aquellos dos son muy amigos nuestros, y sus mujeres las conozco yo, que van por Roma vezando oraciones para quien se ha de casar, y ayunos a las mozas para que paran el primer año.

RAMPÍN.-  Yo sé mejor, que no ellas, hacer eso espeso con el plomo derretido. Por ahí no me llevarán, que las moras de Levante me vezaron engañar bobas. En una cosa de vidrio, como es un orinal limpio, y la clara de un huevo, les haré ver maravillas para sacar dinero de bolsa ajena diciendo los hurtos.

RAMPÍN.-  Si yo sabía eso cuando me hurtaron unos guantes que yo los había tomado a aquel mi amo, por mi salario, fueran ahora para vos, que eran muy lindos. Y una piedra se le cayó a su amiga, y hallela (veisla aquí): que ha expendido dos ducados en judíos que adivinasen, y no le han sabido decir que yo la tenía.

LOZANA.-  Mostrá. ¡Este diamante es! Vendámoslo, y diré yo que lo traigo de Levante.

RAMPÍN.-  Sea así. Vamos al mismo judío, que se llama Trigo. ¿Veislo? allá sale; vamos tras él, que aquí no hablará si no dice la primera palabra «oro», porque lo tienen de buen agüero.

LOZANA.-  «¡No es oro lo que oro vale!»

TRIGO.-  ¿Qué es eso que decís, señora ginovesa? «El buen jodío, de la paja hace oro». Ya no me puede faltar el Dío, pues que de oro habló.

Y vos, pariente, ¿qué buscáis? ¿Venís con esta señora? ¿Qué ha menester? Que ya sabéis vos que todo se remediará, porque su cara muestra que es persona de bien. Vamos a mi casa; entrá.

¡Tina! ¡Tina! ¡Ven abajo, daca un cojín para esta señora, y apareja que coman algo de bueno!

LOZANA.-  No aparejéis nada, que hemos comido.

JODÍO.-  Haga buen pro, como hizo a Jacó.

LOZANA.-  Hermano, ¿qué le diremos primero?

RAMPÍN.-  Decidle de la piedra.

LOZANA.-  ¿Veis aquí? Querría vender esta joya.

JODÍO.-  ¿Esto en la mano lo tenéis? Buen diamante fino parece.

LOZANA.-  ¿Qué podrá valer?

JODÍO.-  Yo os diré; si fuese aquí cualque gran señor veneciano que lo tomase, presto haríamos a despacharlo. Vos, ¿en qué precio lo tenéis?

LOZANA.-  En veinte ducados.

JODÍO.-  No los hallaréis por él, mas yo os diré. Quédeseme acá hasta mañana, y veremos de serviros que, cuando halláremos quien quiera desembolsar diez, será maravilla.

RAMPÍN.-  Mirá, si los halláis luego, dadlo.

JODÍO.-  Espérame aquí. ¿Traéis otra cosa de joyas?

LOZANA.-  No ahora. ¿Veis que judío tan diligente?

RAMPÍN.-  Veislo, aquí torna.

JODÍO.-  Señora, ya se ha mirado y visto. El platero da seis solamente y, si no, veislo aquí sano y salvo, y no dará más, y aún dice que vos me habéis de pagar mi fatiga y corretaje. Y dijo que tornase luego; si no, que no daría después un cuatrín.

LOZANA.-  Dé siete, y págueos a vos, que yo también haré mi débito.

JODÍO.-  De esa manera, ocho serán.

LOZANA.-  ¿A qué modo?

JODÍO.-  Siete por la piedra, y uno a mí por el corretaje, caro sería, y el primer lance no se debe perder, que cinco ducados buenos son en Roma.

LOZANA.-  ¿Cómo cinco?

JODÍO.-  Si me pagáis a mí uno, no le quedan a vuestra merced sino cinco, que es el caudal de un judío.

RAMPÍN.-  Vaya, déselo, que estos jodíos, si se arrepienten, no haremos nada.

Andá, Trigo, dadlo, y mirá si podéis sacarle más.

JODÍO.-  Eso, por amor de vos, lo trabajaré yo.

RAMPÍN.-  Vení presto.

LOZANA.-  Mirá qué casa tiene este judío. Este tabardo quiero que me cambie.

RAMPÍN.-  Sí hará. ¿Veislo? Viene.

JODÍO.-  Ya se era ido, hicísteme detener; ahora no hallaré quien lo tome sino fiado.

¡Tina! Ven acá, dame tres ducados de la caja, que mañana yo me fatigaré aunque sepa perder cualque cosilla.

Señora, ¿dónde moráis, para que yo os lleve el resto? Y mirá qué otra cosa os puedo yo servir.

LOZANA.-  Este mancebito me dice que os conoce y que sois muy bueno y muy honrado.

JODÍO.-  Honrados días viváis vos y él.

LOZANA.-  Yo no tengo casa; vos me habéis de remediar de vuestra mano.

JODÍO.-  Sí, bien. ¿Y a qué parte la queréis de Roma?

LOZANA.-  Donde veáis vos que estaré mejor.

JODÍO.-  Dejá hacer a mí. Vení vos conmigo, que sois hombre.

¡Tina! Apareja un almofrej o matalace y un jergón limpio y esa silla pintada y aquel forcel.

TINA.-  ¿Qué forcel? No os entiendo.

JODÍO.-  Aquel que me daba dieciocho carlines por él la portuguesa que vino aquí ayer.

TINA.-  ¡Ya, ya!

JODÍO.-  ¿Queréis mudar vestidos?

LOZANA.-  Sí, también.

JODÍO.-  Dejame hacer, que esto os está mejor; volveos. Si para vos se hiciera, no estuviera más a propósito. Esperá.

¡Tina! Daca aquel paño listado que compré de la Imperia, que yo te la haré a esta señora única en Roma.

LOZANA.-  No curéis, que todo se pagará.

JODÍO.-  Todo os dice bien, si no fuese por esa picadura de mosca. Gracia tenéis vos, que vale más que todo.

LOZANA.-  Yo haré de modo que cegará a quien bien me quisiere, que «los duelos con pan son buenos». Nunca me mataré por nadie.

JODÍO.-  Procurá vos de no haber menester a ninguno, que como dice el judío, «no me veas mal pasar, que no me verás pelear».

LOZANA.-  Son locuras decir eso.

JODÍO.-  Mirá por qué lo digo, porque yo querría, si pudiese ser, que hoy en este día fueseis rica.

LOZANA.-  ¿Es el culantro hervir, hervir?

JODÍO.-  ¡Por vida de esa cara honrada, que más valéis que pensáis! Vamos a traer un ganapán que lleve todo esto.

RAMPÍN.-  Veis allí uno, llamadlo vos, que la casa yo sé donde está. Tres tanto parecéis mejor de esa manera. Id vos delante, buen judío, que nosotros nos iremos tras vos.

JODÍO.-  ¿Y dónde es esa casa que decís?

RAMPÍN.-  A la Aduana.

JODÍO.-  Bueno, así gocen de vos; pues no tardéis, que yo la pagaré. Y esta escoba para limpiarla con buena manderecha.



ArribaAbajoMamotreto XVII

Información que interpone el autor para que se entienda lo que adelante ha de seguir


AUTOR.-  «El que siembra alguna virtud coge fama; quien dice la verdad cobra odio». Por eso, notad: estando escribiendo el pasado capítulo, del dolor del pie dejé este cuaderno sobre la tabla, y entró Rampín y dijo: «¿Qué testamento es éste?»

Púsolo a enjugar y dijo: «Yo venía a que fueseis a casa, y veréis más de diez putas, y quién se quita las cejas y quién se pela lo suyo. Y como la Lozana no es estada buena jamás de su mal, el pelador no tenía harta atanquía, que todo era calcina. Hase quemado una boloñesa todo el pegujar, y pusímosle butiro y dímosle a entender que eran blanduras; allí dejó dos julios, aunque le pesó. Vení, que reiréis con la hornera que está allí, y dice que trajo a su hija virgen a Roma, salvo que con el palo o cabo de la pala la desvirgó; y miente, que el sacristán con el cirio pascual se lo abrió».

AUTOR.-  ¿Cómo? ¿Y su madre la trajo a Roma?

RAMPÍN.-  Señor, sí, para ganar, que era pobre. También la otra vuestra muy querida dice que ella os sanará. Mirá que quieren hacer berenjenas en conserva, que aquí llevo clavos de gelofe, mas no a mis expensas, que también sé yo hacer del necio, y después todo se queda en casa. ¿Queréis venir? Que todo el mal se os quitará si las veis.

AUTOR.-  No quiero ir, que el tiempo me da pena; pero decí a la Lozana que un tiempo fue que no me hiciera ella esos arrumacos, que ya veo que os envía ella, y no quiero ir porque dicen después que no hago sino mirar y notar lo que pasa, para escribir después, y que saco dechados. ¿Piensan que si quisiese decir todas las cosas que he visto, que no sé mejor replicarlas que vos, que ha tantos años que estáis en su compañía? Mas soyle yo servidor como ella sabe, y es de mi tierra o cerca de ella, y no la quiero enojar. ¿Y a vos no os conocí yo en tiempo de Julio segundo en Plaza Nagona, cuando servíais al señor canónigo?

RAMPÍN.-  Verdad decís, mas estuve poco.

AUTOR.-  Eso, poco: allí os vi moliendo no sé qué.

RAMPÍN.-  Sí, sí, verdad decís. ¡Oh, buena casa y venturosa! Más ganaba ella entonces allí, que ahora la meitad, porque pasaban ellas disimuladas, y se entraban allí, calla callando. ¡Mal año para la de los Ríos, aunque fue muy famosa! Mirá qué le aconteció: no ha cuatro días vino allí una mujer lombarda, que son bobas, y era ya de tiempo, y dijo que la remediase, que ella lo pagaría, y dijo: «Señora, un palafrenero que tiene mi amistad no viene a mi casa más ha de un mes. Quería saber si se ha envuelto con otra». Cuando ella oyó esto, me llamó y dijo: «Dame acá aquel espejo de alinde». Y miró y respondiole: «Señora, aquí es menester otra cosa que palabra; si me traéis las cosas que fueren menester, seréis servida.» La lombarda dijo: «Señora, ved aquí cinco julios». La Lozana dijo: «Pues andá vos, Rampín». Yo tomé mis dineros, y traigo un maravedí de plomo, y vengo y digo que no hay leña, sino carbón, y que costó más, y ella dijo que no se curaba. Yo hice buen fuego, que teníamos de asar un ansarón para cenar, que venía allí una putilla con su amigo a cená, y así la hizo desnudar, que era el mejor deporte del mundo, y le echó el plomo por debajo en tierra, y ella en cueros. Y mirando en el plomo, le dijo que no tenía otro mal sino que estaba detenido, pero que no se podía saber si era de mujer o de otra, que tornase otro día y veríalo de más espacio. Dijo ella: «¿Qué mandáis que traiga?» Lozana: «Una gallina negra y un gallo que sea de un año, y siete huevos que sean todos nacidos aquel día, y traéme una cosa suya». Dijo ella: «¿Traeré una agujeta o una cofia?» La Lozana: «Sí, sí». Y sorraba mi perrica. Y más contenta viene otro día cargada, y trajo otros dos julios, y metió ella la clara de un huevo en un orinal, y allí le demostró cómo él estaba abrazado con otra, que tenía una vestidura azul. E hicímosle matar la gallina y ligar el gallo con su estringa, y así le dimos a entender que la otra presto moriría, y que él quedaba ligado con ella y no con la otra, y que presto vendría. Y así se fue, y nosotros comimos una capirotada con mucho queso.

AUTOR.-  A ésa me quisiera yo hallar.

RAMPÍN.-  Vení a casa, que también habrá para vos.

AUTOR.-  ¡Andá, puerco!

RAMPÍN.-  «¡Tanto es Pedro de Dios...

AUTOR.-  ... que no te medre Dios!»

RAMPÍN.-  Vení vos y veréis el gallo, que para otro día lo tenemos.

AUTOR.-  Pues sea así, que me llaméis, y yo pagaré el vino.

RAMPÍN.-  Sí haré. Saná presto. ¿No queréis vos hacer lo que hizo ella para su mal, que no cuesta sino dos ducados? Que por su fatiga no quería ella nada, que todo sería un par de calzas para esta invernada. Mirá, ya ha sanado en Velitre a un español de lo suyo, y a cabo de ocho días se lo quiso hacer, y era persona que no perdiera nada, y porque andaban entonces por desposarnos a mí y a ella, porque cesase la peste, no lo hizo.

AUTOR.-  ¡Anda, que eres bobo! Que ya sé quién es y se lo hizo, y le dio un tabardo o caparela para que se desposase; ella misma nos lo contó.

RAMPÍN.-  ¿Pues veis ahí por qué lo sanó?

AUTOR.-  Eso pudo ser por gracia de Dios.

RAMPÍN.-  Señor, no, sino con su ungüento. Son más de cuatro que la ruegan, y porque no sea lo de Faustina, que la tomó por muerta y la sanó y después no la quiso pagar, dijo que un voto que hizo la sanó, y diole el paga: ¡nunca más empacharse con romanescas!

AUTOR.-  Ahora andad en buena hora y encomendámela, y a la otra desvirgaviejos, que soy todo suyo. ¡Válgaos Dios!

RAMPÍN.-  No, que no caí.

AUTOR.-  ¡Teneos bien, que está peligrosa esa escalera! ¿Caíste? ¡Válgate el diablo!

RAMPÍN.-  ¡Ahora sí que caí!

AUTOR.-  ¿Os hicisteis os mal? Poneos este paño de cabeza.

RAMPÍN.-  Así me iré hasta casa que me ensalme.

AUTOR.-  ¿Qué ensalme te dirá?

RAMPÍN.-  El del mal francorum.

AUTOR.-  ¿Cómo dice?

RAMPÍN.-  «Eran tres cortesanas y tenían tres amigos, pajes de Franquilano: la una lo tiene público, y la otra muy callado; a la otra le vuelta con el lunario. Quien esta oración dijere tres veces a rimano, cuando nace sea sano, amén».



ArribaAbajoMamotreto XVIII

Prosigue el autor, tornando al decimosexto mamotreto, que, viniendo de la judaica, dice Rampín


[RAMPÍN.-]  Si aquel jodío no se adelantara, esta celosía se vende, y fuera buena para una ventana. Y es gran reputación tener celosía.

LOZANA.-  ¿Y en qué veis que se vende?

RAMPÍN.-  Porque tiene aquel ramico verde puesto, que aquí a los caballos o a lo que quieren vender le ponen una hoja verde sobre las orejas.

LOZANA.-  Para eso mejor será poner el ramo sin la celosía y venderemos mejor.

RAMPÍN.-  ¿Más ramo queréis que Trigo, que lo dirá por cuantas casas de señores hay en Roma?

LOZANA.-  Pues veis ahí, a vos quiero yo que seáis mi celosía, que yo no tengo de ponerme a la ventana, sino cuando mucho asomaré las manos. ¡Oh, qué lindas son aquellas dos mujeres! Por mi vida, que son como matronas; no he visto en mi vida cosa más honrada ni más honesta.

RAMPÍN.-  Son romanas principales.

LOZANA.-  Pues ¿cómo van tan solas?

RAMPÍN.-  Porque así lo usan. Cuando van ellas fuera, unas a otras se acompañan, salvo cuando va una sola, que lleva una sierva, mas no hombres, ni más mujeres, aunque sea la mejor de Roma. Y mirá que van sesgas; y aunque vean a uno que conozcan, no le hablan en la calle, sino que se apartan de ellos y callan, y ellas no abajan cabeza ni hacen mudanza, aunque sea su padre ni su marido.

LOZANA.-  ¡Oh, qué lindas son! Pasan a cuantas naciones yo he visto, y aun a Violante la hermosa, en Córdoba.

RAMPÍN.-  Por eso dicen: «Vulto romano y cuerpo senés andar florentín y parlar boloñés».

LOZANA.-  ¡Por mi vida, que en esto tienen razón! Eso otro miraré después. Verdad es que las senesas son gentiles de cuerpo, porque las he visto que sus cuerpos parecen torres iguales. Mirá allá cuál viene aquella vieja cargada de cuentas y más barbas que el Cid Ruy Díaz.

VIEJA.-  ¡Ay, mi alma, parece que os he visto y no sé dónde! ¿Por qué habéis mudado vestidos? No me recordaba. ¡Ya, ya! Decime, ¿y os habéis hecho puta? ¡Amarga de vos, que no lo podéis sufrir, que es gran trabajo!

LOZANA.-  ¡Mirá qué vieja raposa! ¡Por vuestro mal sacáis el ajeno: puta vieja, cimitarra, piltrofera, soislo vos desde que naciste, y pésaos porque no podéis! ¡Nunca yo medre si vos decís todas esas cuentas!

VIEJA.-  No lo digáis, hija, que cada día las paso siete y siete, con su gloria al cabo.

LOZANA.-  Así lo creo yo, que vos bebedardos sois. ¿Por qué no estáis a servir a cualque hombre de bien, y no andaréis de casa en casa?

VIEJA.-  Hija, yo no querría servir donde hay mujer, que son terribles de comportar; quieren que hiléis para ellas y que las acompañéis. Y «haz: aquí y toma allí, y esto no está bueno». Y «¿qué hacéis con los mozos?» «¡Comé presto y vení acá!» «¡Enjaboná y mirá no gastéis mucho jabón!» «¡Jaboná estos perricos!» Y aunque jabonéis como una perla, mal agradecido, y nada no está bien, y no miran si el hombre se vio en honra y tuvo quien la sirviese, sino que bien dijo quien dijo que «no hay cosa tan incomportable ni tan fuerte como la mujer rica». Ya cuando servís en casa de un hombre de bien, contento él y el canavario, contento todo el mundo. Y todos os dicen: «Ama, hiláis para vos». Podéis ir a estaciones y a ver vuestros conocientes, que nadie no os dirá nada, y si tornáis tarde, los mozos mismos os encubren, y tal casa de señor hay que os quedáis vos dona y señora. Y por eso me voy ahora a buscar si hallase alguno, que le tendría limpio como un oro, y miraría por su casa, y no querría sino que me tomase a salario, porque a discreción no hay quien la tenga, por mis pecados. Y mirá, aunque soy vieja, so para revolver una casa.

LOZANA.-  Yo lo creo, y aun una ciudad, aunque fuese el Caire o Millán.

VIEJA.-  ¿Esta casa habéis tomado? Sea en buen punto con salud. Mal ojo tiene: moza para Roma y vieja a Benavente. Allá la espero.

TRIGO.-  Subí, señora, en casa vuestra. Veisla aderezada y pagada por seis meses.

LOZANA.-  Eso no quisiera yo, que ya no me puede ir bien en esta casa, que aquella puta vieja, santiguadera, se desperezó a la puerta y dijo «afán, mal afán venga por ella». Y yo, por dar una coz a un perro que estaba allí, no miré y metí el pie izquierdo delante, y mirá qué nublo tornó en entrando.

JODÍO.-  No curéis, que Aben-Ruiz y Aben-Rey serán en Israel. Y por vuestra vida y de quien bien os quiere, porque soy yo el uno, que iré y enviaré quien pague la casa y la cena. Y vos, pariente, aparéjame esos dientes. No os desnudéis, sino estaos así, salvo el paño listado, que no lo rompáis; y si alguno viniere, hacé vos como la de Castañeda, que «el molino andando gana».



ArribaAbajoMamotreto XIX

Cómo, después de ido Trigo, vino un maestresala a estar la siesta con ella, y después un macero, y el valijero de Su Señoría


LOZANA.-  Por mi vida que me meo toda, antes que venga nadie.

RAMPÍN.-  Hacé presto que ¿veis? allí uno viene que yo lo conozco.

LOZANA.-  ¿Y quién es?

RAMPÍN.-  Un maestresala de secreto, hombre de bien. Vuestros cinco julios no os pueden faltar.

MAESTRESALA.-  Decí, mancebo, ¿está aquí una señora que es venida ahora poco ha?

RAMPÍN.-  Señor, sí, mas está ocupada.

MAESTRESALA.-  Decidla que Trigo me mandó que viniese a hablarla.

RAMPÍN.-  Señor, está en el lecho, que viene cansada; si queréis esperar, ella le hablará desde aquí.

MAESTRESALA.-  ¡Andá! ¿Véola yo la mano y está en el lecho? ¡Pues ahí la querría yo! Decí que no la quite, que de oro es, y aun más preciosa. ¡Oh, pese a tal con la puta, y qué linda debe de ser! Si me ha entendido aquel harbadanzas, ducado le daré. ¿Qué dice esa señora? ¿Quiere que muera aquí?

RAMPÍN.-  Luego, señor.

MAESTRESALA.-  Pues vení vos abajo, mirá qué os digo.

RAMPÍN.-  ¿Qué es lo que manda vuestra merced?

MAESTRESALA.-  Tomá, veis ahí para vos, y solicitá que me abra.

RAMPÍN.-  Señor, sí.

¡Tiri, tiritaña: mirá para mí! ¿Abrirele?, que se enfría.

LOZANA.-  Asomaos allí primero, mirá qué dice.

MAESTRESALA.-  ¡Hola! ¿Es hora?

RAMPÍN.-  Señor, sí; que espere vuestra merced, que quiere ir fuera, y ahí la hablará.

MAESTRESALA.-  ¡No, pese a tal, que me echáis a perder! Si no ahí, en casa, que luego me salgo.

RAMPÍN.-  Pues venga vuestra excelencia.

MAESTRESALA.-  Beso las manos de vuestra merced, mi señora.

LOZANA.-  Yo las de vuestra merced, que deséome quita de un mi hermano.

MAESTRESALA.-  Señora, para serviros, más que hermano. ¿Qué le parece a vuestra merced de aquesta tierra?

LOZANA.-  Señor, diré como forastera: «la tierra que me sé, por madre me la he». Cierto es que hasta que vea, ¿por qué no le tomaré amor?

MAESTRESALA.-  Señora, vos sois tal y haréis tales obras, que no por hija, mas por madre quedaréis de esta tierra. Vení acá, mancebo, por vuestra vida, que me vais a saber qué hora es.

LOZANA.-  Señor, ha de ir conmigo a comprar ciertas cosas para casa.

MAESTRESALA.-  Pues sea de esta manera. Tomá, hermano; veis ahí un ducado. Id vos solo, que hombre sois para todo, que esta señora no es razón que vaya fuera a estas horas. Y vení presto, que quiero que vais conmigo para que traigáis a esta señora cierta cosa que le placerá.

RAMPÍN.-  Señor, sí.

MAESTRESALA.-  Señora, por mi fe, que tengo que ser vuestro, y vos mía.

LOZANA.-  Señor, merecimiento tenéis para todo. Yo, señor, vengo cansada, ¿y vuestra merced se desnuda?

MAESTRESALA.-  Señora, puédolo hacer, que parte tengo en la cama, que dos ducados di a Trigo para pagarla, y más ahora que soy vuestro yo y cuanto tengo.

LOZANA.-  «Señor, dijo el ciego que deseaba ver».

MAESTRESALA.-  Esta cadenica sea vuestra, que me parece que os dirá bien.

LOZANA.-  Señor, vos, estos corales al brazo, por mi amor.

MAESTRESALA.-  Estos pondré yo en mi corazón, y quede con Dios, y cuando venga su criado, vaya a mi estancia, que bien la sabe.

LOZANA.-  Sí hará.

MAESTRESALA.-  Este beso sea para empresa.

LOZANA.-  Empresa con rescate de amor fiel, que vuestra presencia me ha dado, seré siempre leal a conservarlo. ¿Venís, calcotejo? Subí. ¿Qué traéis?

RAMPÍN.-  El espejo que os dejasteis en casa de mi madre.

LOZANA.-  Mostrá, bien habéis hecho. ¿No me miráis la cadenica?

RAMPÍN.-  ¡Buena, por mi vida, hi, hi, hi que es oro! ¿Veis aquí donde vienen dos?

LOZANA.-  Mirá quién son.

RAMPÍN.-  El uno conozco, que lleva la maza de oro y es persona de bien.

MACERO.-  ¡A vos, hermano! ¡Hola! ¿Mora aquí una señora que se llama la Lozana?

RAMPÍN.-  Señor, sí.

MACERO.-  Pues decidla que venimos a hablarla, que somos de su tierra.

RAMPÍN.-  Señores, dice que no tiene tierra, que ha sido criada por tierras ajenas.

MACERO.-  ¡Juro a tal, que a dicho bien, que «el hombre nace y la mujer donde va»! Decí a su merced que la deseamos ver.

RAMPÍN.-  Señores, dice que otro día la veréis que haga claro.

MACERO.-  ¡Voto a san, que tiene razón! Mas no tan claro como ella lo dice. Decí a su señoría que son dos caballeros que la desean servir.

RAMPÍN.-  Dice que no podéis servir a dos señores.

MACERO.-  ¡Voto a mi, que es letrada! Pues decidle a esa señora que nos mande abrir, que somos suyos.

RAMPÍN.-  Señores, que esperen un poco, que está ocupada.

MACERO.-  Pues vení vos abajo.

RAMPÍN.-  Que me place.

MACERO.-  ¿Quién está con esa señora?

RAMPÍN.-  Ella sola.

MACERO.-  ¿Y qué hace?

RAMPÍN.-  Está llorando.

MACERO.-  ¿Por qué, por tu vida, hermano?

RAMPÍN.-  Es venida ahora y ha de pagar la casa, y demándanle luego el dinero, y ha de comprar baratijas para la casa, y no se halla con mil ducados.

MACERO.-  Pues tomá vos la mancha y rogá que nos abra, que yo le daré para que pague la casa, y este señor le dará para el resto. Andad, sed buen trujamante.

RAMPÍN.-  Señor, sí. Luego torno. Señora, mirá qué me dio.

LOZANA.-  ¿Qué es eso?

RAMPÍN.-  La mancha. Y dará para la casa. ¿Queréis que abra?

LOZANA.-  Asomaos y decí que entre.

RAMPÍN.-  Pues mojaos los ojos, que les dije que llorabais.

LOZANA.-  Sí haré.

RAMPÍN.-  Señores, si les place entrar...

MACERO.-  ¡Oh, cuerpo de mí, no deseamos otra cosa! Besamos las manos de vuestra merced.

LOZANA.-  Señores, yo las vuestras. Siéntense aquí, sobre este cofre, que, como mi ropa viene por mar y no es llegada, estoy encogida, que nunca en tal me vi.

MACERO.-  Señora, vos en medio, porque sea del todo en vos la virtud, que la lindeza ya la tenéis.

LOZANA.-  Señor, yo no soy hermosa, mas así me quieren en mi casa.

MACERO.-  ¡No lo digo por eso, que lo sois, voto a mí, pecador! Señora, esta tierra tiene una condición: que quien toma placer poco o asaz, vive mucho, y por el contrario. Así que quiero decir que lo que se debe, este señor y yo lo pagaremos, y tomá por placer; y aunque sea descortesía, con licencia y seguridad me perdonará.

LOZANA.-  ¿Así lo hacéis? Más vale ese beso que la medalla que traes en la gorra.

MACERO.-  ¡Por mi vida, señora! ¿Súpoos bien?

LOZANA.-  Señor, es beso de caballero, y no podía ser sino sabroso.

MACERO.-  Pues, señora, servíos de la medalla y de la gorra, por mi amor. Y por vida de vuestra merced, que os dice bien; no en balde os decís la Lozana, que todo os está bien. Señora, dad licencia a vuestro criado que se vaya con este señor, mi amo, y me enviará otra con que me vaya.

LOZANA.-  Vuestra merced puede mandar como de suyo. Vaya donde mandare.

VALIJERO.-  Señora, ¿manda vuestra merced que venga con mi valija?

LOZANA.-  Señor, según la valija.

VALIJERO.-  Señora, llena, y vendré a la noche.

LOZANA.-  Señor, venid que antorcha hay para que os veáis.

VALIJERO.-  Beso las manos de vuestra merced. Vení vos, hermano, que lo manda su merced.

RAMPÍN.-  Sí haré; comience a caminar.

VALIJERO.-  Decime, hermano, ¿esta señora tiene ninguno que haga por ella?

RAMPÍN.-  Señor, no.

VALIJERO.-  Pues, ¿quién la trajo?

RAMPÍN.-  Viene a pleitear ciertos dineros que le deben.

VALIJERO.-  Si así es, bien es. Tomá y llevadle esta gorra de grana a aquel caballero, y decí a la señora que cene esto por amor de mí, que sé que le sabrán bien, que son empanadas.

RAMPÍN.-  Señor, sí; más estimará esto que si fuera otra cosa, porque es gran comedora de pescado.

VALIJERO.-  Por eso, mejor, que yo enviaré el vino, y será de lo que bebe su señoría.

RAMPÍN.-  Señor, sí.

MACERO.-  Señora, a la puerta llaman.

LOZANA.-  Señor, mi criado es.

MACERO.-  Pues esperá.

Entra y cierra.

RAMPÍN.-  Señor, sí.

MACERO.-  Señora, yo me parto, aunque no quisiera.

LOZANA.-  Señor, acá queda metido en mi ánima.

Hadraga, ¿qué traéis?

RAMPÍN.-  ¡Maravillas, voto a mí! Y mirá qué gato soriano que hallé en el camino, si podía ser más bello.

LOZANA.-  ¡Parece que es hembra!

RAMPÍN.-  No es, sino que está castrado.

LOZANA.-  ¿Y cómo lo tomaste?

RAMPÍN.-  Eché la capa, y él estuvo quedo.

LOZANA.-  Pues hacé vos así siempre, que henchiremos la casa a tuerto y a derecho. Eso me place, que sois hombre de la vida y no venís vacío a casa. Mirá quién llama y, si es el de la valija, entre, y vos dormiréis arriba, sobre el ajuar de la frontera.

RAMPÍN.-  No curéis, que a todo me hallaréis, salvo a poco pan.

LOZANA.-  Vuestra merced sea el «bienvenido, como agua por mayo».

VALIJERO.-  Señora, ¿habéis cenado?

LOZANA.-  Señor, sí; todas dos empanadas que me envió vuestra merced comí.

VALIJERO.-  Pues yo me querría entrar, si vuestra merced manda.

LOZANA.-  Señor, y aun salir cuando quisiere.

Daca el aguapiés. Muda aquellas sábanas. Toma esa cabellera. Dale el escofia. Descalza a su merced. Sírvelo, que lo merece porque te dé la bienandada.

RAMPÍN.-  Sí, sí, dejá hacer a mí.



ArribaAbajoMamotreto XX

Las preguntas que hizo la Lozana aquella noche al valijero, y cómo la informó de lo que sabía


LOZANA.-  Mi señor, ¿dormís?

VALIJERO.-  Señora, no; que pienso que estoy en aquel mundo donde no tenemos necesidad de dormir ni de comer ni de vestir, sino estar en gloria.

LOZANA.-  Por vida de vuestra merced, que me diga: ¿qué vida tienen en esta tierra las mujeres amancebadas?

VALIJERO.-  Señora, en esta tierra no se habla de amancebadas ni de abarraganadas; aquí son cortesanas ricas y pobres.

LOZANA.-  ¿Qué quiere decir cortesanas ricas y pobres? ¿Putas del partido o mundarias?

VALIJERO.-  Todas son putas; esa diferencia no os sabré decir, salvo que hay putas de natura y putas usadas, de puerta herrada, y putas de celosía, y putas de empanada.

LOZANA.-  Señor, si lo supiera, no comiera las empanadas que me enviaste, por no ser de empanada.

VALIJERO.-  No se dice por eso, sino porque tienen encerados a las ventanas, y es de más reputación. Hay otras que ponen tapetes y están más altas; éstas muéstranse todas, y son más festejadas de galanes.

LOZANA.-  Quizá no hay mujer en Roma que sea estada más festejada que yo, y querría saber el modo y manera que tienen en esta tierra para saber escoger lo mejor, y vivir más honesto que pudiese con lo mío, que no hay tal ave como la que dicen «ave del tuyo, y quien le hace la jaula fuerte, no se le va ni se le pierde».

VALIJERO.-  Pues déjame acabar, que quizá en Roma no podríais encontrar con hombre que mejor sepa el modo de cuántas putas hay, con manta o sin manta. Mirá, hay putas graciosas más que hermosas, y putas que son putas antes que muchachas. Hay putas apasionadas, putas estregadas, afeitadas, putas esclarecidas, putas reputadas, reprobadas. Hay putas mozárabes de Zocodover, putas carcaveras. Hay putas de cabo de ronda, putas ursinas, putas güelfas, gibelinas, putas injuínas, putas de Rapalo rapaínas. Hay putas de simiente, putas de botón griñimón, nocturnas, diurnas, putas de cintura y marca mayor. Hay putas orilladas, bigarradas, putas combatidas, vencidas y no acabadas, putas devotas y reprochadas de Oriente a Poniente y Septentrión; putas convertidas, arrepentidas, putas viejas, lavanderas porfiadas, que siempre han quince años como Elena; putas meridianas, occidentales, putas máscaras enmascaradas, putas trincadas, putas calladas, putas antes de su madre y después de su tía, putas de subientes e descendientes, putas con virgo, putas sin virgo, putas el día del domingo, putas que guardan el sábado hasta que han jabonado, putas feriales, putas a la candela, putas reformadas, putas jaqueadas, travestidas, formadas, estrionas de Tesalia. Putas avispadas, putas terceronas, aseadas, apuradas, gloriosas, putas buenas y putas malas, y malas putas. Putas enteresales, putas secretas y públicas, putas jubiladas, putas casadas, reputadas, putas beatas, y beatas putas, putas mozas, putas viejas, y viejas putas de trintín y botín. Putas alcagüetas, y alcahuetas putas, putas modernas, machuchas, inmortales, y otras que se retraen a buen vivir en burdeles secretos y públiques honestos que tornan de principio a su menester.

LOZANA.-  Señor, esas putas, reiteradas me parecen.

VALIJERO.-  Señora, ¿y latín sabéis? Reitero, reiteras, por tornároslo a hacer otra vez.

LOZANA.-  Razón tiene vuestra merced, que ahora dio las siete.

VALIJERO.-  Tené punto, señora, que con ésta serán ocho, que yo tornaré al tema donde quedamos.

LOZANA.-  Decime, señor, ¿hay casadas que sean buenas?

VALIJERO.-  Quien sí, quien no; y ese es bocado caro y sabroso y costoso y peligroso.

LOZANA.-  Verdad es que todo lo que se hace a hurtadillas sabe mejor.

VALIJERO.-  Mirá, señora, habéis de notar que en esta tierra a todas sabe bien, y a nadie no amarga, y es tanta la libertad que tienen las mujeres, que ellas los buscan; llaman, porque se les rompió el velo de la honestidad, de manera que son putas y rufianas.

LOZANA.-  ¿Y qué quiere decir rufianas? ¿Rameras, o cosa que lo valga?

VALIJERO.-  Alcagüetas, si no lo habéis por enojo.

LOZANA.-  ¿Cómo, que no hay alcagüetas en esta tierra?

VALIJERO.-  Sí hay, mas ellas mismas se lo son las que no tienen madre o tía, o amiga muy amiga, o que no alcanzan para pagar las rufianas; porque, las que lo son, son muy taimadas, y no se contentan con comer, y la parte de lo que hacen haber, sino que quieren el todo y ser ellas cabalgadas primero.

LOZANA.-  Eso, del todo no entiendo.

VALIJERO.-  Yo os diré. Si les dan un ducado que les lleven a las que se han de echar con ellos, dicen las rufianas: «El medio es para mí, por su parte de él. ¿Y vos no me habéis de pagar, que os he habido un hombre de bien, de quien podéis vos sacar cuanto quisiereis? Amiga, yo no quiero avergonzar mis canas sin premio. ¿Y como os lo he habido para vos? ¡Si yo lo llevara a una que siempre me añade! ¡En mi seso estaba yo cuando no me quería empachar con pobres! ¡Esta y nunca más!» De manera que, como pueden ellas a los principios impedir, han paciencia las pobretas, y se excusan el posible si pueden hacer sin ellas.

LOZANA.-  Señor, mirá: para mujer, muy mejor es por mano de otra que de otra manera, porque pierde la vergüenza, y da más autoridad que cuantas empanadas hay o enceradas, como vos decís.

VALIJERO.-  Señora, no os enojéis; que sean emplumadas cuantas aquí hay, por vuestro servicio, y quien desea tal oficio.



ArribaAbajoMamotreto XXI

Otra pregunta que hace la Lozana al valijero cuando se levanta


LOZANA.-  Decime, señor, esas putas o cortesanas o como las llamáis, ¿son todas de esta tierra?

VALIJERO.-  Señora, no; hay de todas las naciones: hay españolas castellanas, vizcaínas, montañesas, galicianas, asturianas, toledanas, andaluzas, granadinas, portuguesas, navarras, catalanas y valencianas, aragonesas, mallorquinas, sardas, corzas, cecilianas, napolitanas, brucesas, pullesas, calabresas, romanescas, aquilanas, senesas, florentinas, pisanas, luquesas, boloñesas, venecianas, milanesas, lombardas, ferraresas, modonesas, brecianas, mantuanas, raveñanas, pesauranas, urbinesas, paduanas, veronesas, vicentinas, perusinas, novaresas, cremonesas, alejandrinas, vercelesas, bergamascas, trevisanas, piedemontesas, savoyanas, provenzanas, bretonas, gasconas, francesas, borgoñonas, inglesas, flamencas, tudescas, esclavonas y albanesas, candiotas, bohemias, húngaras, polacas, tramontanas y griegas.

LOZANA.-  Ginovesas os olvidáis.

VALIJERO.-  Esas, señora, sonlo en su tierra, que aquí son esclavas o vestidas a la ginovesa por cualque respeto.

LOZANA.-  ¿Y malaguesas?

VALIJERO.-  Todas son malignas y de mala digestión.

LOZANA.-  Dígame, señor, y todas éstas, ¿cómo viven y de qué?

VALIJERO.-  Yo os diré, señora: tienen sus modos y maneras, que sacan a cada uno lo dulce y lo amargo. Las que son ricas, no les falta qué expender y qué guardar. Y las medianas tienen uno aposta que mantiene la tela, y otras que tienen dos, el uno paga y el otro no escota; y quien tiene tres, el uno paga la casa y el otro la viste, y el otro hace la despensa, y ella labra. Y hay otras que no tienen sino día e vito, y otras que lo ganan a heñir, y otras que comen y escotan, y otras que les parece que el tiempo pasado fue mejor. Hay entre ellas quien tiene seso y quien no lo tiene; y saben guardar lo que tienen, y éstas son las que van entre las que son ricas, y otras que guardan tanto que hacen ricos a muchos; y quien poco tiene hace largo testamento, y por abreviar cuando vaya al campo final, dando su postrimería al arte militar, por pelear y tirar a terrero; y otras que a la vejez viven a Ripa. Y esto causan tres extremos que toman cuando son novicias, y es que no quieren casa si no es grande y pintada de fuera, y como vienen, luego se mudan los nombres con cognombres altivos y de gran sonido, como son: la Esquivela, la Cesarina, la Imperia, la Delfina, la Flaminia, la Borbona, la Lutreca, la Franquilana, la Pantasilea, la Mayorina, la Tabordana, la Pandolfa, la Dorotea, la Orificia, la Oropesa, la Semidama y Doña Tal, y Doña Andriana, y así discurren mostrando por sus apellidos el precio de su labor; la tercera, que por no ser sin reputa, no abren público a los que tienen por oficio andar a pie.

LOZANA.-  Señor, «aunque el decidor sea necio, el escuchador sea cuerdo». ¿Todas tienen sus amigos de su nación?

VALIJERO.-  Señora, al principio y al medio, cada una le toma como le viene; al último, francés, porque no las deja hasta la muerte.

LOZANA.-  ¿Qué quiere decir que vienen tantas a ser putas a Roma?

VALIJERO.-  Vienen al sabor y al olor. De Alemania son traídas y de Francia son venidas. Las dueñas de España vienen en romeraje, y de Italia vienen con carruaje.

LOZANA.-  ¿Cuáles son las más buenas de bondad?

VALIJERO.-  ¡Oh, las españolas son las mejores y las más perfectas!

LOZANA.-  Así lo creo yo, que no hay en el mundo tal mujeriego.

VALIJERO.-  Cuanto son allá de buenas son acá de mejores.

LOZANA.-  ¿Habrá diez españolas en toda Roma que sean malas de su cuerpo?

VALIJERO.-  Señora, catorce mil buenas, que han pagado pontaje en el golfo de León.

LOZANA.-  ¿A qué vinieron?

VALIJERO.-  Por hombres para conserva.

LOZANA.-  ¿Con quién vinieron?

VALIJERO.-  Con sus madres y parientas.

LOZANA.-  ¿Dónde están?

VALIJERO.-  En Campo Santo.



ArribaAbajoMamotreto XXII

Cómo se despide el valijero, y desciende su criado, y duermen hasta que vino Trigo


VALIJERO.-  Mi vida, dame licencia.

LOZANA.-  Mi señor, no me lo mandéis, que no quiero que de mí se parta tal contenteza.

VALIJERO.-  Señora, es tarde, y mi oficio causa que me parta y quede aquí sempiterno servidor de vuestro merecimiento.

LOZANA.-  Por mi amor, que salga pasico y cierre la puerta.

VALIJERO.-  Si haré, y besaros de buena gana.

LOZANA.-  Soy suya.

VALIJERO.-  Mirá, hermano, abrime y guardá bien a vuestra ama, que duerme.

RAMPÍN.-  Señor, sí, andá norabuena.

LOZANA.-  ¡A tu tía esa zampoña!

RAMPÍN.-  ¿Os ha pagado?

LOZANA.-  ¿Y pues? Siete buenas y dos alevosas, con que me gané estas ajorcas.

RAMPÍN.-  Bueno si durase.

LOZANA.-  Mirá, dolorido, que de aquí adelante, que «sé cómo se baten las calderas», no quiero de noche que ninguno duerma conmigo sino vos, y de día, comer de todo, y de esta manera engordaré, y vos procurá de arcarme la lana si queréis que teja cintas de cuero. Andá, entrá y empleá vuestra garrocha. Entrá en coso, que yo os veo que venís «como estudiante que durmió en duro, que contaba las estrellas».

RAMPÍN.-  ¿Y vos qué parecéis?

LOZANA.-  ¡Dilo, tú, por mi vida!

RAMPÍN.-  Parecéis barqueta sobre las ondas con mal tiempo.

LOZANA. -  «¡A la par, a la par, lleguemos a Jódar!» Duérmete y callemos, que sendas nos tenemos. Parece que siento la puerta, ¿quién será?

RAMPÍN.-  Trigo es, por vida del Dío.

LOZANA.-  Andá, abridle.

TRIGO.-  ¿Cómo os va, señora? ¡Que yo mi parte tengo del trabajo!

RAMPÍN.-  No curéis, que de aquí a poco no os habremos menester, que ya sabe ella más que todos.

TRIGO.-  Por el Dío, que un fraile me prometió de venirla a ver, y es procurador del convento, y sale de noche con cabellera. Y mirá que os proveerá a la mañana de pan e vino y a la noche de carne y las otras cosas; todo lo toma a taja, y no le cuesta sino que vos vais al horno y al regatón y al carnicero, y así de las otras cosas, salvo de la fruta.

LOZANA.-  No curéis, hacedlo vos venir, que aquí le sabremos dar la manera. Fraile o qué, venga, que mejor a él que a Salomón enfrenaré, pues de esos me echá vos por las manos, que no hay cosa tan sabrosa como comer de limosna.

TRIGO.-  Señora, yo os he hallado una casa de una señora rica que es estada cortesana, y ahora no tiene sino dos señores que la tienen a su posta, y es servida de esclavas como una reina, que está parida y busca una compañía que le gobierne su casa.

LOZANA.-  ¿Y dónde mora?

TRIGO.-  Allá, detrás de Bancos. Si vais allá esta tarde, mirá que es una casa nueva pintada y dos celosías y tres encerados.

LOZANA.-  Sí haré, por conocer y experimentar, y también por comer a espesas de otra que, como dicen, «¿quién te enriqueció?: quien te gobernó».

TRIGO.-  Mirá, que está parida y no os dejará venir a dormir a casa.

LOZANA.-  No me curo, que tragamallas dormirá aquí, y tomaremos una casa más cerca.

TRIGO.-  ¿Para qué, si ella os da casa y lecho y lo que habréis de menester?

LOZANA.-  Andá, que todavía mi casa y mi hogar cien ducados val. Mi casa será como faltriquera de vieja, para poner lo mal alzado y lo que se pega.

TRIGO.-  «Con vos me entierren», que sabéis de cuenta. «Ve donde vas y como vieres, así haz, y como sonaren, así bailarás».



ArribaAbajoMamotreto XXIII

Cómo fue la Lozana en casa de esta cortesana, y halló allí un canónigo, su mayordomo, que la empreñó


LOZANA.-  Paz sea en esta casa.

ESCLAVA.-  ¿Quién está ahí?

LOZANA.-  Gente de paz, que viene a hurtar.

ESCLAVA.-  Señora, ¿quién sois? para que lo diga a mi ama.

LOZANA.-  Decí a su merced que está aquí una española, a la cual le han dicho que su merced está mala de la madre, y le daré remedio si su merced manda.

ESCLAVA.-  Señora, allí está una gentil mujer, que dice no sé qué de vuestra madre.

CORTESANA.-  ¿De mi madre? ¡Vieja debe ser, porque mi madre murió de mi parto! ¿Y quién viene con ella?

ESCLAVA.-  Señora, un mozuelo.

CORTESANA.-  ¡Ay, Dios! ¿Quién será? Canónigo, por vuestra vida, que os asoméis y veáis quién es.

CANÓNIGO.-  ¡Cuerpo de mí, es más hábil, a mi ver, que santa Nefija, la que daba su cuerpo por limosna!

CORTESANA.-  ¿Qué decís? Esa no se debía morir. Andá, mirá si es ella que habrá resucitado.

CANÓNIGO.-  Mándela vuestra merced subir, que poco le falta.

CORTESANA.-  Suba.

Va tú, Penda, que esta marfuza no sabe decir ni hacer embajada.

ESCLAVA.-  Xeñora llamar.

LOZANA.-  ¡Oh, qué linda tez de negra! ¿Cómo llamar tú? ¿Comba?

ESCLAVA.-  No, llamar Penda de xeñora.

LOZANA.-  Yo dar a ti cosa bona.

ESCLAVA.-  Xeñora, xí. Venir, venir, xeñora decir venir.

LOZANA.-  Beso las manos, mi señora.

CORTESANA.-  Seáis la bien venida.

Daca aquí una silla, pónsela, que se siente.

Decime, señora, ¿conociste vos a mi madre?

LOZANA.-  Mi señora, no; la conoceré yo para servir y honrar.

CORTESANA.-  Pues, ¿qué me enviaste a decir que me queríais dar nuevas de mi madre?

LOZANA.-  ¿Yo, señora? Corrupta estaría la letra, no sería yo.

CORTESANA.-  Aquella marfuza me lo ha dicho ahora.

LOZANA.-  Yo, señora, no dije sino que me habían dicho que vuestra merced estaba doliente de la madre y que yo le daría remedio.

CORTESANA.-  No entiende lo que le dicen. No curéis, que el canónigo tiene la culpa, que no quiere hacer a mi modo.

MAYORDOMO.-  ¿Qué quiere que haga? Que ha veinte días que soy estado para cortarme lo mío, tanto me duele cuando orino, y, según dice el médico, tengo que lamer todo este año, y a la fin creo que me lo cortarán. ¿Piensa vuestra merced que se me pasarían sin castigo ni ella ni mi criado, que jamás torna donde va? Ya lo he dicho a vuestra merced, que busque una persona que mire por casa, pues que ni vuestra merced ni yo podemos, que cuando duele la cabeza todos los miembros están sentibles, y vuestra merced se confía en aquel judío de Trigo, y mire cómo tornó con sí o con no.

LOZANA.-  Señor, lo que Trigo prometió yo no lo sé, mas sé que él me dijo que viniese acá.

MAESTRO DE CASA.-  ¡Oh, señora!, ¿y sois vos la señora Lozana?

LOZANA.-  Señor, sí, a su servicio y por su bien y mejoría.

CANÓNIGO.-  ¿Cómo, señora? ¡Seríaos esclavo!

LOZANA.-  Mi señor, prometeme de no darlo en manos de médicos, y dejá hacer a mí, que es miembro que quiere halagos y caricias, y no crueldad de médico codicioso y bien vestido.

CANÓNIGO.-  Señora, desde ahora lo pongo en vuestras manos, que hagáis vos lo que, señora, mandareis, que él y yo os obedeceremos.

LOZANA.-  Señor, hacé que lo tengáis limpio, y untadlo con populeón, que de aquí a cinco días no tendréis nada.

CANÓNIGO.-  Por cierto que yo os quedo obligado.

CORTESANA.-  Señora, y a mí, para la madre, ¿qué remedio me dais?

LOZANA.-  Señora, es menester saber de qué y cuándo os vino este dolor de la madre.

CORTESANA.-  Señora, como parí, la madre me anda por el cuerpo como sierpe.

LOZANA.-  Señora, sahumaos por abajo con lana de cabrón, y si fuere de frío o que quiere hombre, ponedle un cerote sobre el ombligo, de gálbano y armoníaco y encienso y simiente de ruda en una poca de grana, y esto la hace venir a su lugar, y echar por abajo y por la boca toda la ventosidad. Y mire vuestra merced que dicen los hombres y los médicos que no saben de qué procede aquel dolor o alteración. Metedle el padre y peor es, que si no sale aquel viento o frío que está en ella, más mal hacen hurgándola. Y con este cerote sana, y no nuez moscada y vino, que es peor. Y lo mejor es una cabeza de ajos asada y comida.

CORTESANA.-  Señora, vos no os habéis de partir de aquí, y quiero que todos os obedezcan, y miréis por mi casa y seáis señora de ella, y a mi tabla y a mi bien y a mi mal, quiero que os halléis.

LOZANA.-  Beso las manos por las mercedes que me hará y espero.




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