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La última década de la labor ecdótica sobre «La Celestina»

Patrizia Botta


Universidad de Roma



A. En primer lugar debo decir que es de aplaudir la magnífica iniciativa de este gran Congreso Internacional, enteramente dedicado a La Celestina (= LC) en su V Centenario, seguramente la manifestación más importante entre las muchas celebraciones que ha habido este año, en España y por doquier. Congreso patrocinado por tantas entidades españolas que dan la medida de cuánto España quiere y aprecia a su gran texto tardomedieval, al gran clásico que, tras El Quijote, constituye quizá la segunda obra más importante de la Literatura Española, universalmente conocida y apreciada, la que más se editó en el Siglo de Oro. Congreso, además, que reúne un gran número de especialistas de todas partes, y que se celebra en los lugares mismos en que la obra se concibió, se escribió, empezó a conocerse y a circular: un Congreso, pues, que sigue las huellas históricas de LC y las de su autor Fernando de Rojas, con visitas y sesiones programadas en La Puebla donde él nació, en Salamanca donde la escribió, y en Talavera donde fue a vivir y a ejercer su profesión. Por tanto, un Congreso Celestinesco en los lugares celestinescos, y con presencia de especialistas celestinescos. No hay más que desear.

Todo ello es de agradecer a Nicasio Salvador Miguel, excelente organizador que lo ha pensado y programado todo desde hace mucho tiempo, y que ha previsto para el inicio del Congreso comenzar de entrada con un tema que en realidad es básico, anterior a cualquier análisis de LC a cualquier interpretación o especulación teórica, a cualquier pesquisa histórica, o búsqueda de fuentes, o estudio del lenguaje, o todo lo demás que se quiera investigar: y es el tema del texto de LC y sus problemas ecdóticos, que significan cómo editar LC, cómo fijar el texto de LC para ofrecer a los estudiosos y a los lectores una base segura, un texto fiable que sirva de objeto al análisis y a la investigación.

Por tanto, establecer el texto es el primer paso que debe hacerse, no sólo para LC sino para cualquier obra. Y es la tarea de la filología, imprescindible para toda labor siguiente. Porque no hay crítica literaria posible, no hay comentario de texto posible, no hay análisis estructurales, o semióticos, ni estudios de palabrillas sueltas, o de hábitos estilísticos, o retóricos del autor si no disponemos de una base textual segura sobre la que apoyar cualquier observación. Y en el caso de LC, la base textual segura no siempre se ha brindado en las modernas ediciones de la obra.

Es muy justo, pues, y está muy bien pensado, que el día primero de este gran Congreso Celestinesco Internacional se abra precisamente con lo que es el punto de partida, el tema previo de cualquier estudio, concretamente el texto de LC y cómo llevar a cabo su edición, con una puesta al día de los trabajos específicos.

B. Debo decir que me limitaré a ilustrar lo que ha ocurrido en los últimos diez años (como reza mi título), por una razón sencilla: hace exactamente diez años (era precisamente octubre del 89), en esta misma ciudad de Salamanca y en este mismo edificio, en ocasión del III Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval organizado por Pedro Cátedra, y en una sesión que presidía Joseph Snow, se presentaron tres comunicaciones de la Universidad de Roma (de Emma Scoles, de Francisco Lobera y mía), las tres tituladas «Otra vez hacia una edición crítica de LC», y las tres que cuestionaban cualquier edición crítica aparecida por entonces, por no fiable, y cualquier intento de explicar históricamente cómo se había formado el texto de LC y, con ello, cualquier intento de trazar gráficos, o árboles genealógicos o stemmata que diesen cuenta de su evolución y de la relación entre los testimonios. Se reseñaban concretamente las ediciones críticas que se daban por «definitivas» en aquellos años, como la de Marciales que a su aparecer había tenido una muy calurosa acogida entre los estudiosos, pero también se examinaban las de Rank, de Criado de Val, y de otros editores que proporcionaban, junto con el texto, un aparato de variantes sacadas de las ediciones antiguas cotejadas.

Por tanto no voy a repetir aquí lo que se dijo en aquella circunstancia, ni las razones de nuestros reparos a los métodos adoptados o a la manera misma de editar, de construir la edición crítica que cada uno de los editores había seguido. Hablaré de lo que va del 89 a hoy, de los diez años últimos, y de lo que ha aparecido mientras tanto, empezando por las ediciones: tanto los facsímiles que han puesto el texto antiguo al alcance del gran público, como las ediciones que, aunque tengan una gran difusión comercial, se preocupan por el texto crítico (como es el caso de la de Peter Russell [1991]). También mencionaré aquellos trabajos relacionados con los problemas textuales de la obra, si bien con enfoques parciales, como son los que estudian cuestiones de detalle, lecturas difíciles, pasajes problemáticos y que proponen tal o cual interpretación, o solución. Y no dejaré de recordar los instrumentos lingüísticos que han aparecido, como las Concordancias, que son básicos e imprescindibles para cualquier edición. Y también hablaré de lo que se fue estudiando en Roma en esta década, porque hay que decir que el impulso mayor en todos estos años para aclarar los problemas textuales de la obra y encaminarlos hacia una solución ecdótica ha venido precisamente desde Roma (sea en trabajos ya publicados o en prensa, sea en otros actualmente en preparación).

C. Pero antes de entrar en ello, recordaré al público muy brevemente y sólo por grandes rasgos, los inmensos problemas que comporta la edición crítica de un texto como LC, que es un caso muy complicado de tradición textual, con génesis compleja, autoría incierta, y un texto arduo de interpretar. Caso complicado, porque:

1. No poseemos un original del autor, ni un impreso por él revisado; el texto nos llegó a través de una serie de actos de copia, todos con muchos casos de corrupción textual;

2. Alto número de testimonios conservados (unas noventa ediciones antiguas, que apenas reflejan lo que fue el gran éxito editorial de la obra en época áurea, en España y en toda Europa;

3. Altísimo número de variantes, entre tantos testimonios (variantes de copia, de transmisión), sin contar el caudal oceánico de variantes que no son semánticas sino lingüísticas, empezando por las gráficas;

4. Distinta naturaleza de estas variantes, que son en su mayoría de tradición impresa: fueron menos estudiadas a nivel teórico, y nos enfrentan con problemas nuevos, peculiares de la bibliografía material;

5. Alto número de pasajes problemáticos y difíciles de editar, aun cuando no haya variante alguna entre los testimonios, lo que apunta a un error común a toda la tradición, que viene del arquetipo;

6. Múltiples redacciones de la obra, que se va componiendo por etapas, por partes, a medida que van saliendo sus ediciones; por tanto, variantes de redacción, de distintas manos y de distintas épocas; los hitos marcados por un autor son por lo menos tres (Auto I, Continuación, Interpolaciones), si es que no hay más con el añadido de los Preliminares, o aun, con el Primer Auto que al pasar de manuscrito a impreso se volvió a escribir; el autor de todas estas redacciones no sabemos si es uno, o si son dos (si consideramos el Auto I como ajeno, del antiguo autor); pero de hecho hay partes textuales que firma otra persona, Proaza, que a cierta altura añade unos Epílogos en verso, conclusivos;

7. Retoques e intervenciones posteriores, de mano editorial ya que, tras los hitos marcados por un autor, lo que sigue en la tradición son cambios y libertades que se toman en la imprenta, que van desde el añadido de algunos Argumentos y la interpolación de un Auto entero (el de Traso que, un buen día, un impresor de Toledo decide publicar entre las páginas del Tratado de Centurio), hasta retoques de menor entidad, como son, concretamente: quitar todos los Finales, añadir una estrofa entera, modificar las rúbricas, desplazar párrafos que no iban en su lugar, suprimir frases enteras, corregir el texto en puntos escabrosos, completar refranes, modernizar arcaísmos, glosar palabras cultas y difíciles, o incluso, añadir una frase entera, si sobran blancos al copiar del modelo, que se suele seguir a plana y renglón (lo que también apuntaba Jaime Moll para una de las ediciones del Lazarillo, y que, en el caso de LC ocurre por ejemplo con la edición de la Comedia Toledo 1500 -sigla C- que a cada paso tiene sus propias y pequeñas interpolaciones de mano editorial). Como se ve por este breve panorama, son problemas tan complejos e inusitados que hacen de LC un caso único de tradición textual, que no tiene semejantes en ninguna otra obra del Siglo de Oro, ni por cantidad y variedad de redacciones múltiples (y alto número de variantes de autor), ni por inmensidad de fortuna editorial (y altísimo número de variantes de transmisión). Un texto, pues, que es un desafío para el que quiera llevar a cabo una edición crítica que restituya su forma original, ya que hay que sopesar, a cada paso, qué es del autor y en qué momento lo escribió, y qué es en cambio retoque posterior, y de quién (si del corrector, o del cajista).

Un ejemplo concreto es el del paso de la Comedia a la Tragicomedia, donde no todo cambio es necesariamente variante de autor como parecería a primera vista, mucho hay de retoques de impresor, máxime si nos basamos en ediciones alejadas del original: la misma edición de Valencia 1514, por ejemplo, que tan buena fama tiene entre las Tragicomedias y que tanto se edita modernamente, aun declarando en su colofón descender de un modelo «alto» y «noble» por lugar y fecha (Salamanca, 1500), en realidad recoge toda una serie de retoques que se vienen aplicando al texto en un punto más bajo de la tradición, y acusa además, de su propia cosecha, las intervenciones y las innovaciones del corrector Alonso de Proaza (que deberíamos de descartar, si lo que queremos reconstruir es el texto de Rojas).

D. Este ejemplo de Valencia 1514 nos hace entrar en lo vivo del tema de las ediciones modernas de la obra, ya que su verdadera predilección por parte de la mayoría de los celestinistas, y sobre todo, su elección casi constante como texto-base por parte de los editores de hoy, nos da la pauta de cómo modernamente, se edita LC más bien por tradición editorial (que se transmite de un editor al otro) que no explorando en primera persona el conjunto de los testimonios, tocando con mano la materialidad de las ediciones antiguas y adquiriendo tras ello una experiencia impagable y elementos de juicio directos que ninguna tradición editorial moderna, por buena que sea, nos dará jamás.

Basta con mirar (lo que se llama últimamente «la filología del ojo»), basta mirar y cotejar la edición de Valencia 1514 y la de Zaragoza 1507 para entender, incluso de un primer vistazo, que Zaragoza es arcaica, vetusta, y conservadora por parecerse hasta en su aspecto exterior con el Ms. de Palacio (por tanto, es más próxima a la etapa más antigua de la tradición), mientras que la otra, la de Valencia, es más moderna, trae novedades, y tiene más cuidado todo el aspecto publicitario-editorial, para venderse mejor (ilustraciones, portada llamativa, añadido de los Argumentos -que el público según parece requería). Si además se hace el cotejo del texto, renglón por renglón, salta a la vista que Zaragoza coincide con las tres Comedias, con las primitivas, en lecciones correctas o más antiguas, mientras que Valencia acusa precisamente los retoques mencionados hace poco: o sea, constantes innovaciones, modernizaciones léxicas, glosas de palabras difíciles, y otras intervenciones que se alejan del texto del autor, a la vez que tiene errores que le agrupan con la parte más baja de la tradición, por tanto, errores de formación posterior, en el tiempo, y en la historia textual (lo cual significa que Valencia deriva de un antecedente más bajo -reciente- de lo que se cree). ¿Cómo seguir dándole la preferencia en las modernas ediciones de la obra cuando sabemos que entre las Tragicomedias en 21 actos, portadoras del texto último del autor, la de Zaragoza, de fecha anterior, es (además) mucho más fiable?

Sin embargo Valencia 1514 es edición, como decíamos, que goza de amplio crédito y tiene muy buena fama más bien por tradición editorial, de unos que se inspiran a otros, y que vuelven a editarla, toda, o parcialmente, si acaban adoptando el mismo sistema editorial de la que viene siendo la tradición moderna de LC.

«Sistema editorial»: con ello me refiero a una manera de editar el texto, a la que ya acudiera Cejador, y que se sigue usando aun en nuestros días: la de dar el texto de una Comedia (en general Burgos 1499 por ser la primera) para toda la redacción primitiva en 16 actos, y la de dar, incorporado, el texto de una Tragicomedia para todas las interpolaciones de la redacción en 21 actos (en general, Valencia 1514, no por ser la primera sino por considerarse, como decía, «la mejor» entre las Tragicomedias).

E. Por tanto, Burgos y Valencia. Es ésta la base textual también de la edición de Peter Russell [1991], de la que pasaremos a ocuparnos a continuación: hablaremos de la de Russell, y no de otras ediciones aparecidas en esta década, por dos razones: la primera, el ser la única que, aun sin definirse crítica, trae un aparato de variantes y muestra una constante preocupación por la coherencia textual y los problemas del texto crítico; la segunda, el ser la edición que, no sólo por sus muchos méritos, sino también por su formato, por su precio, por su buena distribución comercial, es seguramente la que mas difusión ha tenido, desde que apareció hasta la fecha. Se adopta en casi todas las Universidades cuando se da a leer el texto de LC (nosotros mismos en Italia la recomendamos a nuestros estudiantes y la pusimos en el programa de examen de español), pero también se adopta en Cursos de verano, en Simposios sobre LC y mucho más. Por tanto, una edición de éxito indudable, y de enorme difusión. Es el texto de LC que más personas leen, últimamente, que está en todas las casas, en los despachos, y está a punto de convertirse en un modelo. Por ello mismo hay que ver cuál es el texto de LC que nos entrega, sea al lector común sea al especialista.

Desde que apareció ha habido muchas reseñas, favorables, y con alguna que otra sugerencia (Lázaro Carreter [1992], Dumitrescu [1992], Pattison [1993], etc.). Pero hubo una en especial, la de Rodríguez Puértolas [1992], que apareció poco después de salida la edición, y que ha sido muy severa y demoledora, sobre todo de algunos aspectos. Es una larga lista de apuntaciones al hispanista inglés, que se extiende por siete páginas y va dividida en tres secciones, por tipo de observación. Dejando de lado, ahora porque no interesan, todas las que se refieren a la Introducción («plagada de tremendos anglicismos»), que son de tipo ideológico y reflejan la diferente postura crítica del reseñador -como es lícito que sea-, nos ceñiremos a las que atañen a texto y anotación.

A parte algunos reparos sueltos, hay un tipo de observación que prevalece: se le achacan constantemente a Peter Russell fallas en la anotación al pie, en la explicación de las palabras, que a veces sería ingenua, o innecesaria para un hispanohablante (en ejemplos como «alaridos» y «lagañas»), otras veces daría interpretaciones algo enmarañadas, o equivocadas por malentendido, o habría pasajes clarísimos que no comprende, falta de comentario donde se necesita, notas que se contradicen, o aun, que acusaría escasos conocimientos del lenguaje de la prostitución, o del léxico cortesano (en ejemplos como «motes» e «invenciones»), y aun, que el hispanista callaría cierta bibliografía, o que dejaría abiertas varias posibilidades de interpretación. Concluye diciendo que son notas elementales, contradictorias, parecen de «clases para estudiantes anglosajones», y que quien maneje esa edición habrá de hacerlo con mucho cuidado.

Toda esta lista de reparos se refiere casi exclusivamente a la anotación, a las 1816 notas (las contó) redactadas por Peter Russell. Poquísimos son los comentarios al texto que Russell nos edita y a los problemas más generales de historia textual. Y cuando entra en lo específico del tema, es para cuestiones de detalle (un reparo a una corrección: «[atordida]» por «adormida», XXI , 594), o bien es para comentar unas pocas variantes que se aportan en la tradición tardía. Por tanto a Rodríguez Puértolas le interesa más el plano de la anotación, de la explicación, que no el del texto y sus problemas de fijación (lo que también se ve en la edición que él mismo lleva a cabo [1996], donde privilegia un cierto tipo de anotación, y no otra, y muy poco margen dedica -sólo tres casos- a las variantes del de Palacio, preanunciado entre los testimonios cotejados).

Por mi parte, aun no compartiendo el tono, de polémicas ideológicas, ni la forma dura de ciertas expresiones, debo admitir que en el plano del contenido tiene Rodríguez Puértolas razón en muchos de sus reparos. Por tanto, no voy a añadir nuevas observaciones a la anotación, salvo decir que también la he criticado en más de una ocasión, sea para los ejemplos que apunta Rodríguez Puértolas sea para otros que atañen a la interpretación. No lo diré aquí, y el público lo verá directamente en las notas a la edición (vid. infra).

Porque en cambio debo decir, y quiero decir, antes de entrar en la cuestión del texto que nos ofrece Russell, que si bien es verdad que varias notas no son condivisibles, la mayoría, repito, la mayoría son notas excelentes, de gran erudición, de gran finura e inteligencia crítica y de gran acierto en la interpretación. Cuántas frases incomprensibles de LC nos ha aclarado Russell por primera vez... cuánto le debemos todos por aducir fuentes jurídicas (que él estudió en primera persona), o nutridos comentarios sobre otro de sus temas favoritos, el de la magia y el mundo de las brujas. Por no hablar de la amplia y generosa Introducción, y de la seriedad de su armazón y su estructura, escrita en la forma, clara y racional, que sólo tienen los maestros, en cuyas páginas nos formamos todos.

Dicho lo cual, y expresada públicamente mi profunda admiración por la labor de Peter Russell, debo pasar a lo que atañe al texto de LC que nos edita.

Como él mismo declara, y como ya adelantamos, prefiere el texto de la Comedia, que adopta para toda la parte del texto común a los 16 y a los 21 actos. Elige para ello el testimonio Burgos 1499, -en las siglas tanto de Herriott como de Marciales (que son las que Russell utiliza -y ello, dicho sea de paso, causa alguna confusión e inútiles demoras a quienes suelen usar las siglas herriottianas, de más difundida y arraigada tradición).

Pero Russell no edita sólo la Comedia en 16 actos, sino que acoge «partes» de la otra redacción: todas las interpolaciones de la Tragicomedia en 21 actos, que pone en cursiva, mientras que el texto de la Comedia va en redonda (y es éste un uso editorial que últimamente desde Roma se ha criticado mucho, como luego diremos). Las interpolaciones las deriva de Valencia 1514 y no de Zaragoza 1507. Entre corchetes señala sus propias correcciones, pero a veces, quizá por errata tipográfica, los corchetes también marcan las interpolaciones (I, 213: «[como]»).

Son muy pocas las intervenciones que aporta a la grafía de ambos testimonios, con modernizaciones mínimas y una actitud muy conservadora. Introduce acentos, incluso sobre la y, y acentúa casi siempre como Marciales. La transcripción de Burgos no siempre es exacta, a veces se escapan leves omisiones (la preposición «en» I, 212: «el acatamiento tuyo»), y otras pequeñeces.

Acepta la división en escenas de Marciales, y, como Marciales, añade entre paréntesis acotaciones como Aparte (IV, 305), Afuera (I, 249), o bien los dos juntos Afuera. Aparte (I, 248), y Aparte. Afuera (I, 250), o aun introduce Solo (XIV, 506) o sola (V, 327) para indicar monólogos que ya van remarcados por ir en una escena expresa. Por tanto, introduce acotaciones externas al diálogo en un texto donde la acotación va dentro del diálogo, donde lo peculiar, y quizá lo genial, es precisamente la acotación de la palabra.

Aun de Marciales le viene mucha puntuación, que no compartimos porque altera profundamente el sentido de la frase: pone una coma en frase comparativa (IX, 406: «dello, que todos»), puntúa como aseverativa una interrogación clarísima que muda radicalmente el significado del contexto ( XI, 454: «en esse lugar.»), elige lectiones de las ramas más bajas de la tradición que obligan a puntuar de otra manera ( XI, 506: «que tiene mi persona»), o aun, reúne en una sola dos frases distintas que imprime como un conjunto todo seguido y cuya lectura resulta incomprensible ( XII, 462-63: «Pero el triste... estava aposentada»), y por último la no puntuación, la abstención a puntuar e interpretar pasajes de difícil interpretación ( I, 213: «Más desventuradas... tal muger como yo»).

Creo sin embargo que lo más opinable que Russell acoge de Marciales son las correcciones textuales, que a veces son conjeturales y otras están sacadas de testimonios concretos de la tradición. Entre estas últimas se cuentan infinitos casos de añadidos textuales que toman, ambos editores, no de un testimonio castellano sino de una traducción, la italiana de 1506 (sigla N), que también tiene buena fama de ser portadora de lectiones fiables. Pues bien, de N se acogen -sistemáticamente Marciales, y muchísimas veces a su zaga /-Russell/- todo caso de especificación de posesivos que no consta en ningún otro testimonio de LC (por ej.: «su casa de Melibea», «su deseo de Calisto», «su muger de Pleberio» y otras por el estilo). Otras veces de N se acoge la adición de conceptos que según Marciales «faltan» en el original (y que el traductor quizás introdujo por exigencias propias, sin que ello signifique que estaban en el original y se perdieron), aunque, en este plano de las adiciones que vienen de la traducción italiana hay que reconocer que Peter Russell no cae en la tentación de completar los refranes, lo que hizo Marciales sistemáticamente a partir de N. Pero de N el editor acoge una corrección del texto (con desplazamiento de «la adarga arrollada», XII, 469) donde repite todas las manipulaciones de Marciales.

De Marciales además acepta varias correcciones conjeturales, discutibles y contra la tradición, y aun contra B, el testimonio que siempre sigue Russell (IX, 409: «linaje escogido»; como también acoge las adiciones que Marciales introduce sin el apoyo de testimonio alguno ( XIV, 512: «no has de tener [en mucho]»; IX, 416: «[no] fregaste»), o ciertos desplazamientos (como una frase, que le parece conclusiva y, por ende, es pasada al final como conclusión, IX, 413: «[y otros mill actos de enamorado]»). Pero, en este caso también, hay que reconocer que Russell toma distancias y no adopta esos desplazamientos masivos que hizo Marciales con el Tratado de Centurio, que fragmentó y viviseccionó.

De Marciales por otra parte le vienen todas las notas de variantes, ya que Russell no cotejó los testimonios antiguos. Debo decir que selecciona con buen tino, del maremagnum de variantes incluso gráficas que le da Marciales, sólo aquellas que son semánticas, significativas, y en principio las examina con mayor ponderación y avanza sugerencias propias en las notas, aunque no siempre coincidan con la lectio que se da en el texto.

Pero Russell también tiene sus correcciones propias en el texto, contra toda la tradición, y no siempre necesarias: desplaza una palabra en una frase, porque según él no da sentido (XII, 456: «[y cuidado]»); en algún caso mezcla la redacción de Comedia y Tragicomedia y vuelve a escribir el pasaje, que ni Rojas lo escribió así ninguna de las dos veces que lo redactó (XIV, 504: «no me niegues tu vista... las venideras noches»). Y entre las sugerencias, otra frase le parece fuera de lugar y pretende simetrías ( XI, 513: «O espacioso relox»);

Por último hay actitudes que le vienen de Cejador, ya que con él comparte cierto desprecio hacia las interpolaciones y su escasa coherencia en el contexto (por ejemplo, considera innecesario el añadido de «uvas tostadas» en IX, 407, no entiende el sentido de la interpolación en XI, 453), y con Cejador además comparte algunas correcciones al texto, tomadas de los testimonios más bajos de la tradición cuando en la parte alta se nos documenta una lectura muy posible (XIV, 506: mantiene el error de Valencia 1514, «solicitud», contra «soledad» y «solitud» de otros testimonios).

En definitiva, el texto de LC que nos da Russell está constantemente condicionado por todo lo que viene de Marciales, que son: correcciones innecesarias, añadidos que no constan en la tradición, o que vienen de un traductor (como si el original estuviese escrito en italiano), desplazamientos que buscan lógica a toda costa, y mucho más. A fin de cuentas, le viene una gran libertad editorial y una masiva serie de retoques de siglo XX que se introducen en el texto: texto que por lo tanto dista mucho de ser LC de Rojas. Téngalo en cuenta el lector común, y sobre todo téngalo en cuenta el especialista antes de pasar a estudiar, en esta edición, por ejemplo, los recursos retóricos de Rojas, o a rastrear fuentes textuales que pretendan un cotejo de texto a texto: ¿cuál texto de LC es éste? es LC de Marciales en la versión más blanda y mitigada que hizo Peter Russell. Pero nace de Marciales, de la que depende para todo juicio y todo comentario de tipo histórico-textual, o crítico-textual.

Tras la edición, Peter Russell sólo de vez en cuando se ocupó de cuestiones textuales de la obra, e hizo algún que otro comentario suelto (como por ejemplo en ocasión de un Coloquio sobre LC organizado por Françoise Maurizi en la Universidad de Caen, donde habló de las inconsecuencias del texto en relación con algunas interpolaciones [1993]).

F. Terminado este largo apartado dedicado a la edición de Peter Russell, paso a dar noticia de las ediciones facsímiles que han salido en esta década, facilitándole al lector el texto antiguo, y ocupándose algunas de ellas de cuestiones de historia textual.

Por lo que concierne a los impresos, la Hispanic Society of America ha vuelto a editar en 1995 el facsímil de Burgos 1499, que va acompañado por otra edición que pertenece a la misma colección de Huntington, la de Sevilla 1528, crombergeriana. Dicho facsímil no lleva ningún estudio.

Sí lleva un estudio de una cierta extensión el facsímil que sacó la Asamblea de Madrid como estrena de Navidad 1998 y Año Nuevo 1999 (con vistas al inminente Centenario de LC, y que reproduce la edición de Alcalá 1569, de la que Julián Martín Abad ya había dado una minuciosa descripción en su trabajo La Imprenta en Alcalá de Henares (1502 1600). Autora del Prólogo es Gema Vallín que comenta la tradición tardía de LC y estudia sobre todo la anterior edición alcalaína de 1563, con la que la del facsímil tendría relaciones directas. Es la edición de Alcalá 1569 la primera en España en traer Celestina en el título, antes de las palabras Tragicomedia de Calisto y Melibea, y es una novedad que luego recogen las plantinianas que se imprimen en Flandes a finales del siglo. Otros comentarios de Gema Vallín son sobre aspectos de la historia editorial de LC de cómo va dejando de imprimirse en caracteres góticos para pasar a los tipos romanos, que son los que lleva la edición alcalaína. El ejemplar además, debido a la censura, está afectado por varias tachaduras. Hay que decir que el facsímil está algo aumentado con respecto al original (que es pequeño, un doceavo). Completa la edición un estudio preliminar de Francisco Rico que reimprime su conocido trabajo «LC o el triunfo de la literatura.»

Otros facsímiles son los que se presentan en este mismo Congreso, el de Burgos 1499, y el de Valencia 1514. Ambos salen en dos versiones, una en papel de época, y otra en papel común. Y ambos tienen dos tomos, uno de facsímil y otro de transcripción e introducción.

El de Burgos sale al cuidado de Emilio de Miguel, y lleva un Prólogo que toca varias cuestiones textuales: da detallada cuenta del estado del ejemplar y de sus extrañezas materiales que tanto han dado que discutir en términos de historia y formación del texto (hoja inicial que falta, hoja final que es un supuesto falso dieciochesco, primer cuaderno con colación raspada, y así siguiendo). A continuación estudia la fase impresa de la obra, y la relación que tiene Burgos con las demás Comedias, en parte al hilo de lo ya dicho por Rank en su edición de la Comedia Sevilla 1501, y en parte con consideraciones propias. Pasa luego a exponer los criterios de la transcripción, que es doble: en lado izquierdo, es fiel a la fuente y con modernizaciones mínimas; en lado derecho, ofrece una Celestina glosada para el lector de hoy, que incorpora en el texto mismo lo que sería comentario o explicación al pie. Por tanto, una traducción al español moderno, que tiene el gran mérito de interpretar el texto y de aclararlo en numerosos pasajes oscuros y tradicionalmente difíciles de editar. Al mismo tiempo, el texto antiguo al frente se corrige varias veces (como sabemos, Burgos tiene sus propios errores, y errores comunes a toda la tradición), y las correcciones son tanto conjeturales como procedentes de cinco testimonios antiguos (dos Comedias, Toledo 1500 y Sevilla 1501, y tres Tragicomedias, la traducción italiana, Valencia 1514 y Salamanca 1570 -curiosamente no utiliza ni el Ms. de Palacio ni Zaragoza 1507). Pero hay que decir que numerosos son los casos de corrección que satisface, y de interpretación, al lado, que resuelve dudas.

La otra, la de Valencia 1514, amén del facsímil que va en el otro tomo, ofrece una transcripción que tiene otros intentos, otra finalidad: prefiere dar una edición paleográfica, llevada a cabo con criterios que respetan el original en todos sus aspectos: identidad de planas, de líneas, de mayúsculas, de signo tironiano, de calderones, y todo lo demás. Sólo no se pudo reproducir la ese larga, por razones prácticas. Todo lo demás es idéntico al original, y ello, con el facsímil al frente, puede encaminar al lector no especializado en sus primeros pasos hacia la lectura de un testimonio antiguo. Autores de la transcripción son Nicasio Salvador Miguel y Santiago López Ríos, y Salvador Miguel es quien explica los criterios adoptados. Acompaña este segundo tomo un Prólogo plural, escrito por tres, comenzando por Nicasio Salvador que introduce sobre LC y Fernando de Rojas, siguiendo con un estudio en que se examina el valor textual de Valencia 1514, que yo misma escribí, y terminando con otro de José Luis Canet sobre cuestiones de historia de la imprenta, concretamente la imprenta en Valencia a principios del XVI y la de Juan Joffré, a la par que estudia la figura de Alonso de Proaza (humanista y universitario en estrecha conexión con el mundo de la imprenta, y que quizás sea el editor, el que da el capital a la edición. Una curiosidad atañe el facsímil, que no va encuadernado sino que se ofrece en fascículos, a pliegos sueltos, como por otra parte se vendía.

Una última mención quiero hacer en este apartado de los facsímiles que han salido, pero esta vez se trata de un Ms., el recién descubierto de Palacio, verdadera vedette del medievalismo de este fin de siglo, como tan atinadamente le ha definido Juan Carlos Conde. Del Ms. no me ocuparé, por haberlo tratado ya Lobera en su ponencia, pero recordaré los dos facsímiles que han salido, imperfectos los dos: el primero de Faulhaber en Celestinesca de 1990 y el segundo mío en el Boletín de 1993. En ambos la parte manchada oculta el texto, y en uno, para más, se cortaron las anotaciones al pie, entre ellas la de Seleuco. La verdad es que hace falta un buen facsímil del Ms., o un buen servicio fotográfico que nos haga leer lo que va detrás de las manchas, que en el original se ve perfectamente en todas las hojas. Estamos a la espera, pues, de que haya una iniciativa de este tipo. Del Manuscrito (ya que estamos, lo vamos a recordar), se hicieron dos transcripciones, la una paleográfica y la otra regularizada, ambas de Faulhaber y publicadas en Celestinesca en 1990 y 1991. En este caso también, con las muchas sugerencias de lectura que ha habido después, se podría proceder a nueva edición de un fragmento tan importante como éste. Por lo pronto, una tercera transcripción del Ms. es la que va en el CD-Rom del que hablaremos. Aun sin tratarlo expresamente aquí, recordaré incluyéndolos en la Bibliografía los principales trabajos sobre este Ms. que ha apasionado el debate de la última década y ha sido protagonista de toda discusión de historia del texto celestinesca: A. Blecua [en prensa], Botta [1993], Botta [1995], Botta [1997], Botta [en prensa], Concordancias [1997], Conde [1992-93], Conde [1993], Conde [1997], Conde [en prensa], Deyermond [1991], facsímil [1990], facsímil [1993], Faulhaber [1990], Faulhaber [1991], Faulhaber [1993], García [1994], García [1994], Gwara [1996], Lobera [1993], Lobera [en estas Actas], López Vidriero [en prensa], McGrady [1994], McGrady [1994], Michael [1991], Michael [1993], Michael y Ahijado Martínez [1996], Mitxelena [1996], Orduna [1999], Prieto de la Iglesia [en estas Actas], Rico [en prensa], Rodríguez [1995], Rodríguez Puértolas [1996], Sánchez Sánchez-Serrano [en estas Actas], Severin [en prensa].

G. Paso ahora a mencionar trabajos vinculados con la historia del texto como son noticias de ejemplares hallados en bibliotecas de nuestros días y que ayudan a aclarar la transmisión: tras el trabajo que preparó Erna Berndt Kelley a la víspera de la presente década [1988], sobre los ejemplares de LC conservados en América del Norte, abundante y muy rico en datos, lo que ha seguido después ha sido más bien sobre unas pocas Celestinas encontradas sueltas en bibliotecas particulares (como el ejemplar de J de la Biblioteca Zabálburu de Madrid que describe Faulhaber [1992], o el fondo celestinesco de Foulché-Delbosc que está actualmente en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, descrito por Ofelia Salgado [1992], y más detenidamente por Georgina Olivetto [1998]. Las grandes novedades son, desde luego, el descubrimiento del Ms. de Palacio [Faulhaber, 1990] y el reciente hallazgo de un nuevo ejemplar de Zaragoza 1507 completo de Preliminares. Este ejemplar provenía de Francia, se vendió en Londres en julio de 1998, y ahora descansa en una biblioteca particular de España, el Cigarral del Carmen de Toledo. La primera noticia fue del Catálogo de Subastes de Londres, luego siguió una descripción bibliográfica de Julián Martín Abad [1998], y luego un estudio y edición diplomática de los primeros cuatro folios, su principal novedad, que hicimos Víctor Infantes y yo en el último número de la Revista de Literatura Medieval [1999]. De la importancia del texto transmitido en estos cuatro folios hablaremos luego. Del tomo facticio entero que guarda esta rareza bibliográfica se prepara también un facsímil que debería salir a principios del 2000.

H. Paso ahora a mencionar, muy rápidamente, aquellos trabajos que versan sobre lecturas difíciles, pasajes problemáticos o muy debatidos y que continúan una tendencia que viene de los años 50, la de estudiar en una breve nota un punto solo del texto de LC, y hay que decir que en todos estos años la atención mayor se ha dedicado a pasajes del Primer Auto. En esta década, recordamos nuevos estudios sobre los «huevos asados» debidos a Fernández Rivera [1993], MacKenzie [1995] y Escudero [1998], un par de notas sobre «Minerva con el can» respectivamente de Lozano Renieblas [1991] y de José Fradejas [1993]. Luego una nota suelta de McGrady sobre «Eras y Crato» y «Seleuco» al poco tiempo de descubrirse el Ms. de Palacio [1994], otra sobre la expresión «A Dios paredes» debida a Pensado [1994], otra sobre un ave «llamada rocho», mencionada en el Prólogo de la Tragicomedia, y debida a Nicasio Salvador Miguel [1991] , otro trabajo mío sobre la lección «utilidad» en el a. XIV [1991], y otro reciente sobre las «uvas tostadas» del a. IX debido a Emma Scoles [1999]. Lecciones que dieron mucho que discutir, algunas continuando un debate iniciado antes de esta década, fueron «el buey cazando perdices» y «el falso boezuelo», que vieron la intervención de Jacques Joset [1992], de Nicasio Salvador Miguel [1993], de José Fradejas [1994] y de Fradejas Rueda [1996]. Trabajos, todos ellos, útiles por aclarar tal o cual cuestión del texto, y que a la hora de la edición se deben tener en cuenta.

I. Debo hacer mención también de los instrumentos lingüísticos que han aparecido en esta década, cada vez más facilitada por la informática y por el texto de LC en el ordenador. Pero antes de llegar a ello, en los años 90 han salido tres Concordancias en otro tipo de soporte, dos en microfichas y una en papel. Se trata de las Concordancias de dos testimonios primitivos de la tradición, los siglados L y Z. El primero, es el Libro de Calisto y Melibea y de la puta vieja Celestina, o sea una de las falsas 1502, la de Sevilla 1518 que editó Criado junto con Trotter. La Concordancia, en microfichas, sale al cuidado de J. Muñoz Garrigós y se hace a partir de la edición moderna de Criado. Apareció en 1990 en la Universidad de Murcia. La otra concordancia en microfichas es la de Jerry Rank y John O' Neill, esta vez llevada a cabo no sobre una edición moderna sino sobre un original, el de Zaragoza 1507, a partir del único ejemplar por entonces conocido que era el de la Academia de la Historia de Madrid. Apareció en Madison en 1990, y fue reseñada entre otros por Dorothy Severin [1991-1992]. La tercera es en papel, dos gruesos tomos, uno de texto-base y otro de Concordancia, y es una vez más de Zaragoza 1507, ejemplar de Madrid. La lleva a cabo Francisco Lobera y se publica en la Universidad de Roma en 1996, y mereció entre otras una reseña de Margherita Morreale [1998]. Si bien fue realizada con un programa de concordancias que a la hora de salir ya estaba viejo, -como sabemos todos por lo vertiginoso de las novedades diarias de la informática- fue sin embargo planeada con criterios funcionales ya que ofrece a cada paso, el usus scribendi del autor, que ayuda a enfrentar cuestiones estilísticas o incluso de autoría.

Al año siguiente de esta publicación, sale en Estados Unidos, en la Universidad de Madison, un CD-Rom editado por Ivy Corfis y John O'Neill, de grandes proporciones por cantidad de textos que nos brinda: todos los testimonios desde 1499 hasta 1531, incluido el reciente Ms. de Palacio. La base de la Concordancia es la transcripción llevada a cabo por un equipo, supervisado por los dos estudiosos. De tamaño mínimo, como todo CD-Rom, y con un precio baratísimo, ofrece un verdadero manantial de datos. Pero el lector puede tener acceso más fácil aún, y gratis, a otra Celestina informatizada, la que editó Garci Gómez, y que anda en Internet (http://www.duke.edu/web/cibertextos/) y otras en preparación (<http://rmcisadu.let.iniromal.it/> en la sección «Ricerca»). Y con un scanner, al día de hoy, quienquiera puede sacar un disquete de cualquier edición, moderna o antigua.

J. Falta por último hacer mención de la labor romana que en esta década hemos llevado a cabo Francisco Lobera y yo, sea en conjunto sea por separado, aportando cada uno los resultados de su propia exploración textual.

En el mencionado trabajo sobre el Ms. de Palacio Lobera [1993] pudo perfeccionar y llevar a su formulación última el stemma que a la altura del Congreso de Salamanca aun era provisional, estaba sin definir, porque ni se podía optar por uno de los dos stemmata de la Comedia, por falta de datos concluyentes, ni estaba clara la relación entre Comedia y Tragicomedia por cual trámite concreto se establecía. El Ms. de Palacio, con sus variantes, ha permitido excluir, para la Comedia, una derivación de Burgos de las dos posteriores, y al mismo tiempo, para el paso de Comedia a Tragicomedia ha permitido ubicar un antecedente de las tres comedias impresas, w16', que queda fuera de las lectiones comunes al Ms. y a la Tragicomedia, que por tanto tienen relaciones propias a un nivel más alto.

Lobera por su parte, además de las mencionadas Concordancias [1996], y de un trabajo reciente sobre la autoría [1999], también llevó a cabo en 1994 una revisión de la traducción italiana que en su día había hecho Gasparetti, y que Rizzoli volvió a editar en una colección económica de gran difusión: y es la traducción italiana que más circula y se vende en Italia al día de hoy. En la Introducción, entre otras cosas, también toca la cuestión del texto de LC.

En otro trabajo [1996] Lobera se ocupó del problema de la contaminación, que amenaza cualquier stemma, examinando tres casos concretos de tradición celestinesca: el primero una Comedia, la sigla D (Sevilla 1501), que ya en la opinión de Rank tomaba lectiones de la versión de la Tragicomedia; el segundo la traducción italiana de 1506 en constante equilibrio entre la Tragicomedia de tradición más baja y la Comedia de tradición más alta; y el tercero una Salamanca 1543 cotejada con D, Sevilla 1501, en el s. XVIII por un tal Ayala.

Por último Lobera en una conferencia en Soria de 1995 en parte publicada [1996] movió reparos a la manera de editar LC desde el siglo XIX a nuestros días, apuntando varios hábitos comunes que se vienen manteniendo por tradición, no siempre ilustre. Sus principales reservas son a criterios ecdóticos de arraigada tradición, como el de usar cursiva y redonda para Comedia y Tragicomedia, y como, sobre todo, el de publicar una Tragicomedia sin borrar (y volviendo a editar en el texto /-con o sin corchetes/ aquello que de la Comedia, de la vieja redacción, borró el autor, mezclando, por tanto, dos redacciones distintas. Claro está que la segunda se emancipa de la primera, y lo que el autor quitó es texto que se pierde, que se desecha en su voluntad. Con más razón es inconcebible que un editor moderno le vuelva a adjudicar al autor aquellas frases que el autor borró. O se edita Comedia, o se edita Tragicomedia, es la conclusión, no un texto híbrido que nunca estuvo en la mente del autor.

En cuanto a mí, en el campo de los problemas textuales, además del pasaje de difícil lectura ya recordado [1991], lo que estudié ha vertido sobre varios temas.

En un trabajo con Elisabetta Vaccaro [1992] estudié un ejemplar anotado de una plantiniana, y con él la traduction inglesa de 1631 que hizo Mabbe, y buena parte de la tradición tardía de la obra, que recoge un gran número de retoques que se vienen acumulando en la transmisión. La conclusión fue que las anotaciones manuscritas del ejemplar podían ser autógrafas del propio Mabbe, y que el modelo castellano del traductor fue la Plantiniana de 1599.

Luego me ocupé del Ms. de Palacio, estudiando sus muchas variantes en dos trabajos [1993] y [1997]. Las conclusiones fueron, la primera que no era autógrafo sino copia, de dos manos y de mala calidad, pero con un modelo bueno, más antiguo. Y la segunda, que el texto, al pasar a la imprenta, se ha vuelto a escribir, y que el autor del texto impreso es uno solo.

Me volví a ocupar de cuestiones de autoría, y con ella, de consideraciones sobre la historia del texto, en una reseña al libro de Sánchez Sánchez Serrano y Prieto de la Iglesia [1995] y en otra reseña al libro de Miguel Martínez [1998]. También estudié El Auto de Traso recientemente [1999] y las conexas cuestiones de autoría y de coherencia textual.

Este año junto con Víctor Infantes, como ya dije, publiqué los primeros cuatro folios del nuevo ejemplar de Zaragoza 1507, de los que di una edición diplomática, por no poderse consultar en aquellos momentos el original (que ahora, dicho sea de paso, se puede ver en el microfilm que posee la Biblioteca Nacional de Madrid, y pronto se verá en el facsímil en preparación). También estudié el texto que nos transmiten esos cuatro folios nuevos, cuyas variantes nos confirman los hábitos ya conocidos de la edición: guardar con inercia y pasividad (por tanto con fieldad) las lecturas más arcaicas de la tradición, que permiten corregir en numerosos puntos el texto del Prólogo a la Tragicomedia (que tradicionalmente se editaba de Valencia 1514). Por otro lado, entre las novedades, este ejemplar nos conserva una variante casi exclusiva frente a la tradición (confirmando una vez más la posición de Zaragoza como una rama aislada del stemma): se trata de una interpolación en el título de la portada, casi seguramente del autor y no de mano editorial (como solían ser los añadidos en esas partes publicitarias del volumen).

También este año, entre los trabajos últimos, preparé un capítulo sobre la tradición textual de LC para el volumen Textos Castellanos Medievales y su Transmisión que está en prensa en la Universidad de Alcalá, dando detallada cuenta de todos los testimonios; a la vez, en un artículo breve [1999], di somera noticia del gran éxito editorial de LC en época áurea. Luego me ocupé del texto de Valencia 1514 en el Prólogo al facsímil mencionado, y últimamente he estudiado el conjunto de los epígrafes celestinescos (títulos, subtítulos, rúbricas y argumentos) y los problemas ecdóticos que plantean (concretamente, cómo hay que editar esas partes, no todas del autor). También dediqué un trabajo al texto primitivo que nos transmite Burgos 1499, el primer impreso que ha dado lugar a que estemos celebrando el V Centenario.

Mucho habría que decir sobre lo que hemos estado promoviendo en Roma como labor didáctica paralela a la investigación, dando cursos y asignando numerosas tesis -de las que cada tanto da noticia Snow en su Pregonero (la lista se incluye en la Bibliografía). Últimamente con estas tesis ya discutidas y con otras en preparación se está explorando a fondo la tradición posterior a 1520, llevando a cabo collationes completas para las ediciones descartadas, sólo por sondeo (ya sea de tres actos cotejados, ya sea de lugares críticos indicadores de parentesco en el error). Ya está casi completo el estudio de la década 1520-1530 y estamos en condiciones de ampliar, continuándolo, el stemma ya fijado para las primitivas (hasta 1520).

K. Falta, por último, hablar de la edición que se ha llevado a cabo en Roma, cuya preparación nos ha llevado años. Una noticia de sus criterios y de las novedades principales que tenía la di en un breve artículo que apareció en Incipit en 1996. La parte de la edición crítica que yo preparé (del Acto VIII al final del texto) en sus dos versiones, arcaica (1994) y modernizada (1996), dotadas de sus respectivos Prólogos, ha aparecido en <http://rmcisada.let.uniromal.it/ > en la sección «ricerca».

Debo dar noticia, antes de concluir, de la edición en prensa de Fernando Cantalapiedra, de Jaén, autor, como es sabido, de análisis semióticos del texto, y últimamente de estudios sobre los refranes que le llevan a conclusiones sobre la autoría. La edición sale este año en Kassel, Reichenberger, y el folleto publicitario -que muy amablemente me ha facilitado Snow- dice (textualmente):

La edición crítica de La (tragi)comedia de Calisto y Melibea, a cargo de Fernando Cantalapiedra, es sin duda alguna la más completa de todas las ediciones hasta ahora publicadas. Es la única que recoge las glosas del Comentador anónimo de La Celestina y las confronta además con los textos de los críticos modernos; es también la primera edición que presenta, conjuntamente a su ascendencia, su propia descendencia literaria: La segunda Celestina, La tercera Celestina, La Hija de Celestina, la Lozana andaluza... Es asimismo la primera edición que presenta al lector todos los ejemplos léxicos tomados por el Diccionario de Autoridades de La Celestina. Contiene asimismo los grabados de cuatro ediciones: Burgos, Valencia, Sevilla y Toledo.

Al igual que la Biblia, y siguiendo el modelo de Miguel Marciales, la edición crítica de La Celestina, en 22 actos, está numerada en versículos, lo cual facilita la búsqueda de pasajes textuales. La presente edición desgaja el Tratado de Centurio y el auto de Traso de la Comedia, recuperando así los dos momentos creativos.

La edición crítica de Fernando Cantalapiedra contiene más de mil setecientas notas, organizadas según el esquema siguiente: a) variantes textuales, b) concordancias internas, c) textos literarios, anteriores y posteriores, d) las explicaciones léxicas de los diccionarios, Covarrubias, Autoridades..., e) comentarios de los críticos, y f) las propias observaciones del editor. Todos los textos citados siguen un orden cronológico y van encabezados en letras versalitas por su emisor, lo cual otorga a la edición un carácter fuertemente dialógico.

La Floresta celestinesca, de unas novecientas páginas, consta de cinco diccionarios: refranes (536), dichos y frases proverbiales (578), sentencias (295), personajes históricos, literarios o mitológicos (125), y la botica de la Vieja (119); contiene unas mil seiscientas cincuenta entradas, en las que se sigue el mismo esquema organizativo que en las notas de la edición crítica, y en donde se precisa el versículo y el personaje que pronuncia la frase. Su clasificación temática y alfabética, la infinidad de textos citados, incluyendo las paremias empleadas por los sefardíes de hoy en día, hacen de esta Floresta un útil de consulta imprescindible para los hispanistas.



Por lo leído, los criterios se preanuncian una vez más como inspirados en Marciales. Esperemos a que salga, y después la reseñaremos. Pero nosotros también, por parte nuestra, esperamos con el más vivo interés reseñas a nuestra edición, para que, con el debate, avancen y a la vez se perfeccionen los resultados por ahora alcanzados.






Bibliografía

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