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La morisca de Alajuar

Comedia en tres jornadas

Rivas, Ángel de Saavedra



PERSONAS
 

 
DON FERNANDO
CORBACHO.
MARÍA,   morisca.
MALEC,   morisco.
MULIM-ALBENZAR,   morisco.
ZEIR,   morisco.
EL CONDE DE SALAZAR.
UN SECRETARIO.
FELISA,   cristiana.
UN ALCAIDE.
ABDALLA,    alfaquí morisco.
DONCELLAS ALDEANAS,   moriscas.
EL MARQUÉS DE CARACENA.
PASTORES,   moriscos.
EL COMENDADOR MAYOR.
MORISCOS CONJURADOS.
EL CAPITÁN GARCÍA.
SOLDADOS ESPAÑOLES.
UN SARGENTO.





ArribaAbajoJornada primera

 

La acción pasa en el reino de Valencia a fines del año de 1509 y principios del de 1610

 

Escena primera

 

Representa una amena cañada en las cercanías de la villa de Alajuar, rodeada de ásperos montes. Después de cantar dentro los cuatro primeros versos, salen diez o doce jóvenes ALDEANAS moriscas, y detrás de ellas, MARÍA y FELISA; todas con cantarillos, como que van por agua a la fuente

 
TODAS.

 (En coro, dentro:) 

No tenga fe ni esperanza
quien no estuviere en presencia.
TODAS.

 (En coro, dentro:) 

Pues son olvido y mudanza
las condiciones de ausencia.

 (Entran todas.) 

ALDEANA 2ª

 (Canta:) 

Quien quisiere ser amado,
trabaje por ser presente,
que cuan presto fuere ausente,
tan presto será olvidado.
ALDEANA 1ª

 (Canta:) 

No tenga fe ni esperanza
quien no estuviere en presencia.
TODAS.

 (En coro cantan:) 

Pues son olvido y mudanza
las condiciones de ausencia.

 (Vanse.) 

MARÍA.

 (Deteniendo a FELISA.) 

Déjalas llegar, amiga,
al dulce raudal, y aquí
queda un rato junto a mí,
a consolar mi fatiga.
Que esa insensata canción,
con que dan vida a este ejido,
todo un infierno ha metido
en mi roto corazón.
Y miente la letra, miente,
pues amor que no es vulgar
nunca más firme ha de estar
que cuando está en un ausente.
FELISA.
Singular es tu constancia,
¡oh hermosísima María!,
y ese amor, que desafía
al tiempo y a la distancia.
En hora menguada vino
don Fernando a este lugar,
tu tierno pecho a enredar
en tan ciego desatino.
MARÍA.
No digas eso, que yo
bendigo el feliz momento
en que para alojamiento
mi casa y mi pecho halló.
En aquella temporada
que le tuve junto a mí
tan venturosa me vi,
y tan amante y amada,
que con su recuerdo sólo
soy la más feliz mujer
que en el orbe puede haber
desde un polo al otro polo.
Y un porvenir tan risueño
de encanto y felicidad
se presentó a mi ansiedad,
que voy tras él con empeño.
FELISA.
¡Ay, que los recuerdos son
dejos de un bien acabado,
y un porvenir no ha pasado
jamás de incierta ilusión!
No es, no, tan desatinada
la letra de ese cantar,
que sólo te da pesar
porque estás alucinada.
Si tuvieras mi experiencia
(ya la tendrás algún día),
conocieras, hija mía,
de tu pasión la demencia.
No es decir que quepa engaño
en el pecho de tu amante;
será muy firme y constante,
pero ¡está sin verte un año!
MARÍA.
Cuando, ¡ay de mí!, se marchó
de esa Flandes a la guerra,
antes de un año a esta tierra
volver amante juró.
FELISA.
Ya el año cumplido es.
MARÍA.
Y yo con gran fe lo aguardo,
que no es, Felisa, retardo
sólo el retardo de un mes.
FELISA.
De los que se van, dejando
en España empeños locos,
a esa Flandes, vuelven pocos.
MARÍA.
Uno será don Fernando.
Si conocieras, amiga,
los extremos de su amor,
de su palabra el valor
y de su alma, que bendiga
Dios, los dotes celestiales,
como yo los conocí,
no me afligieras así
con desconfianzas tales.
Vendrá, ama mía; vendrá.
FELISA.
Pero, aunque vuelva, ¿qué esperas...?
Quién eres no consideras,
ni sabes quién él será.
Tú, morisca...
MARÍA.

 (Con viveza.) 

Yo, cristiana.
FELISA.

 (Con ternura.) 

¡Hija idolatrada!... Sí,
que de madre te serví
desde tu niñez temprana,
y con mi leche mamaste
la fe más pura y leal,
siendo mi gozo cabal,
porque en ella te afirmaste.
Y tu sangre misma..., ¡ay triste!,
sin madre desde la cuna...
Dios te ha dado la fortuna
de que en mis brazos creciste.
Pero al asunto tornando
de tu amor, pues con razón
se me parte el corazón
otros tiempos recordando,
te diré que, aunque cristiana,
eres morisca, María,
en quien nunca halla hidalguía
la soberbia castellana.
Y de tu amante, aunque sea
falso el nombre que nos dijo,
la ilustre alcurnia colijo
de la insignia que campea
roja en su pecho español,
¡y te querrá para esposa,
aunque te adore cual diosa,
y le parezcas un sol!
MARÍA.

 (Con dignidad.) 

Hubo moros caballeros,
y moros reyes también.
¡Y quién quitar puede, quién,
su sangre a sus herederos!
La familia de Albenzar,
por más que el hado la humilla,
ni a los reyes de Castilla
nobleza debe envidiar.
Que en los muros de Jaén
ha dejado fama eterna,
y hoy un Albenzar gobierna
las torres de Tremecén.
Y si la cristiana cruz
aun lo más vil avalora,
no ha de oscurecer ahora
de mi nobleza la luz.
FELISA.

 (Aparte.) 

En cuanto hace, piensa y dice
descubre su sangre hidalga.
¡Oh recuerdos!... ¡Dios me valga!;
no sé si bien o mal hice.

 (Alto.) 

¡Ah!, si insensatos no fueran
de tu morisca nación
los nobles, con más razón
de su estirpe alarde hicieran.
Tal vez cual cristiana vieja
y cual de sangre española
pienso yo.
MARÍA.
No eres la sola,
pues a mí también me aqueja
ver a la raza africana,
ya española, y que debía
con noble y leal bizarría
ser española y cristiana,
cerrar con obstinación
los ojos a la verdad,
y buscarse, ¡oh ceguedad!,
continua persecución.
FELISA.
¿Tu talento ha traslucido
los altos intentos...?
MARÍA.
Sí;
los intentos locos di,
y que el corazón partido
me tienen, pues los cristianos
los conocen y los ven,
y alistan fuerzas también
para que resulten vanos.
Verás, pues, que los rigores
que dos veces se temieron
y que evitarse pudieron,
van a renacer mayores.
Y verás de los moriscos
en la osada resistencia
sólo una ciega demencia
que ensangrentará estos riscos.
FELISA.
Pues tu padre es...
MARÍA.
Harto lloro
la obstinación en que vive
y ese obsequio que recibe
de todo este pueblo moro.
FELISA.

 (Con burla.) 

¿Esperanzas no te dan
esas cosas que han contado
de Alfatín, el encantado
en las sierras de Espadán,
de quien dice el alfaquí
que sobre un verde corcel
el imperio de Ismael
ha de restaurar aquí?
MARÍA.

 (Con desprecio.) 

Yo soy, Felisa, cristiana,
cristiana de corazón,
y oigo con indignación
esa creencia musulmana.
Sólo desdichas espero
de ese ardor mal entendido,
que en nuestra gente ha encendido
tanto ambicioso embustero.
Mas no hablemos de esto, no;
hablemos de don Fernando,
a quien estoy esperando
con el alma toda yo.

 (Voces dentro.) 

UNA.
¡Detente!...
OTRA.
A la ladera...
OTRA.
Atajad por aquí.
DON FERNANDO.

 (Dentro.) 

¡Cielos!
CORBACHO.

 (Dentro y muy lejos.) 

Espera.
MARÍA.

 (Sobresaltada.) 

¿Qué acento da ese monte,
que poblando de horror el horizonte
causa en mi corazón mortal desmayo?
FELISA.

 (Asombrada y mirando adentro.) 

Como encendido rayo
o perdido cometa,
desbocado bridón que no sujeta
el freno roto ya, veloz se mete
con peligro espantoso del jinete
en lo más intrincado de esas breñas.
MARÍA.

 (Mirando adentro.) 

Sí, ya le veo entre las altas peñas,
que exhalación parece;
y su dorada piel, que resplandece
del sol a las vislumbres,
enciende con relámpagos las cumbres.
Dijérase que uniendo va con saltos
las bajas nubes y los montes altos.
FELISA.
¡Cuán firme el caballero
sobre la espalda va del monstruo fiero,
¡oh desdichada suerte!,
despeñado a los brazos de la muerte.

 (Asustada y en ademán de huir.) 

Hacia aquí viene... Huyamos,
que a ser despojo de su furia vamos.
MARÍA.

 (Horrorizada y apartando la vista.) 

Precipitóse..., ¡cielos!... ¿No lo viste?
¡Espectáculo triste!
Tropezó con un risco,
que es ya de su sepulcro el obelisco.
FELISA.

 (Mirando adentro con ansiedad.) 

Ya acuden los pastores...
Quieran del Cielo airado los rigores...
MARÍA.

 (Desalentada.) 

Vamos.... démonos prisa.
Vamos allá, Felisa...

 (Titubeando.) 

Mas, ¡ay!..., andar no puedo...;
rémora de mis plantas es el miedo.
¡Ay de mí, desdichada!

 (Cae desmayada en brazos de FELISA.) 

FELISA.

 (Sosteniéndola.) 

¡Cielos, cielos!... ¡María desmayada!
Ya en gualdas se han tornado
las rosas de su rostro delicado.
Y la boca entreabierta,
y los labios de hielo
parecen, ¡ay!, la puerta
por do quiere volar el alma al cielo.
¡María! ¡Ay de mí, triste! Ya me falta
vigor para en mis brazos sostenerla;
sobre este césped, que el abril esmalta,
mientras busco socorro, he de ponerla.
Y corriendo a la fuente
agua traeré con que regar su frente.

 (La coloca a un lado sobre un ribazo.) 

¡Ay cielos!... ¡Hija mía!
Caduco miro en su semblante el día.
 

(Vase. Entra DON FERNANDO, descompuesto sin capa ni sombrero, con la ropilla abierta, lleno de lodo y con algunos piquetes en el rostro. Le rodean cuatro o seis PASTORES MORISCOS.)

 
DON FERNANDO.
Yo os adoro rendido,
¡oh Dios Omnipotente y bondadoso!,
que en peligro tan grave y espantoso
amparado me habéis y defendido.
Y a vos, ¡oh buena gente!,
gracias os doy postrado,
pues tan caritativa y diligente
para darme socorro habéis volado.
Retiraos; no fue nada
el golpe; la maleza enmarañada
lo quebrantó de modo
que lo que sangre fuera, sólo es lodo.
Esa vecina fuente
me dará refrigerio competente
para el susto en sus plácidos cristales.
Tornad a esos fragosos peñascales,
en pos del bruto alado,
que tal vez del ladrido importunado
de vuestros fieles perros,
desatado huracán, cruzó los cerros,
hundiéndose a sí mismo
y a mí con él en tan profundo abismo.
Si le halláis vivo, os ruego
que de mano al lugar lo llevéis luego.
Y os conjuro busquéis a un fiel criado,
que al mirarme empeñado
en tan tremendo lance,
por socorrerme se arrojó al alcance.
Y aun le escucho perdido en esas breñas
darme de su lealtad con llanto señas.

 (Vanse los pastores.) 

Allí la clara fuente me convida
con su líquido hielo.

 (Repara en MARÍA.) 

Mas ¿qué es esto que miro? ¡Santo cielo!
Desmayada o dormida,
una mujer sobre la hierba yace,
y mi pecho al mirarla se deshace.

 (Se acerca y la reconoce.) 

¡Infelice de mí! ¿Deliro...? ¿Sueño...?
Mi dulce encanto, mi adorado dueño.
¡Oh celestial María!
¿Así te encuentra, ¡oh Dios!, el ansia mía?...
¡Oh!, despierta, mi bien, mi amor, despierta.

 (La mueve y examina.) 

¡Cielos!..., helada..., yerta.
¡Ay!..: ¿Para hallarla así salvé la vida?
Siempre una desventura
es de otra más atroz prenda segura.
¡María..., mi María...! ¡Oh Dios!...

 (La observa.) 

Acaso
a la respiración aun lento paso
da el labio desteñido,
y del todo el calor aun no perdido.
Para poderle dar presto socorro
hacia la fuente arrebatado corro.

 (Va a marchar y se detiene.) 

Mas aquí una aldeana a toda prisa
desde la fuente viene.
Y con agua vendrá, puesto que tiene
un cántaro en la mano... ¡Ay, que es Felisa!
 

(Entra FELISA con un cantarillo, y se detiene al ver a DON FERNANDO.)

 
FELISA.
¿Un caballero allí?... ¿Qué importa? Vuelo,
que en desmayo mortal yace en el suelo.

 (Se acerca y reconoce a DON FERNANDO.) 

¡Oh señor don Fernando!
DON FERNANDO.
¡Ay Felisa!... ¿Qué es esto?
FELISA.
Desventuras, señor.
DON FERNANDO.
Con agua presto
regad el rostro de azucena.
FELISA.
Cuando
de breños el confuso laberinto
cruzar vio a un despeñado, que sin duda
erais, a lo que infiero,
por amoroso instinto
os conoció tal vez, y yerta y muda
cayó cual veis.

 (Salpica con agua el rostro de MARÍA.) 

DON FERNANDO.
¡Oh celestial María!

 (Se sienta junto a ella, la incorpora, sosteniéndole la cabeza.) 

FELISA.
Ya torna en sí.
DON FERNANDO.
Torna a lucir el día.
¡María!
MARÍA

 (Volviendo en sí.) 

¿Dónde estoy...?
DON FERNANDO.
Sobre mi pecho.
MARÍA.

 (Desalentada.) 

¿Y el infelice que pedazos hecho...?
DON FERNANDO.

 (Arrojándose a sus pies.) 

A tus plantas tu vida idolatrando.
MARÍA.

 (Abrazándolo, transportada de gozo.) 

Delirio?... ¡Oh confusión!... ¡Cielo!... ¡Fernando!

 (Permanecen abrazados un instante, y se sientan juntos, con muestras de gran ternura y contento.) 

¿Es engañoso?... ¿Es ilusión?
¿Estoy soñando o despierta?...
Mi oprimido corazón
duda, y duda con razón,
que sea tanta dicha cierta.
DON FERNANDO.
Sí, hermosísima María;
tu tierno y rendido amante
torna amoroso y constante,
a tus plantas este día,
de un gran peligro triunfante.
Que para poder lograr
tan alta y dichosa suerte,
cual es la de merecerte,
es fuerza antes arrostrar
los peligros de la muerte.
MARÍA.
¿Conque fuisteis vos, Fernando,
fuisteis vos aquel que vi...?
DON FERNANDO.
Divino dueño, yo fuí
el que esos cerros salvando...
MARÍA.
¡Cuán presto, ay Dios, lo temí!
¿Y no os habéis hecho nada
con un golpe tan tremendo...?
¡Ay de mí, que os estoy viendo,
y aún indecisa y turbada
que deliro estoy creyendo!
DON FERNANDO.
De un ángel en la presencia
nunca puede ocurrir mal,
y tú el ángel celestial
fuiste, que la Providencia
me dio en el trance mortal.
MARÍA.

 (Sobresaltada.) 

Pero aun estáis demudado...
con sangre en el rostro..., sí.
DON FERNANDO.
Acaso cuando caí
entre el ramaje acopado
sin yo sentirlo me herí.
Mas no es nada.
MARÍA.

 (Afligida.) 

La caída
resultas puede tener.
DON FERNANDO.

 (Con gran ternura.) 

Pues ya os he llegado a ver,
segura tengo la vida,
y nada debo temer.
MARÍA.

 (Se levanta inquieta y solícita, y toma el cantarillo de FELISA.) 

¡Ah! Bebed, bebed, os ruego...
Que os limpie el rostro dejad.

 (Se lo limpia con el delantal.) 

¡Ay!... no cesa mi ansiedad,
no puedo lograr sosiego
al veros así... Tomad.

 (Le da de beber, y en tanto continúa, dirigiéndose a FELISA:) 

Ya ves, ya ves, ama mía,
si esperaba con razón,
si mi amante corazón
con motivo desmentía
la impertinente canción.
DON FERNANDO.

 (Al acabar de beber.) 

Agua dada por tu mano,
¡oh María angelical!,
medicina es celestial,
es bálsamo sobrehumano
capaz de hacerme inmortal.
 

(Sale CORBACHO muy fatigado, y trae en la mano el sombrero y la capa con cruz de Santiago de DON FERNANDO.)

 
CORBACHO.
Pues, señor, yo lo celebro.
Cuando encontrarte creí
al pie de un áspero risco,
hecho pedazos dos mil,
tornando los arroyuelos
en espumoso carmín,
y las hierbas de esmeralda
en corales o en rubís,
te encuentro, Dios te bendiga,
cual nunca sano y gentil,
sentado en pintadas flores
y en brazos de un serafín.
Si de todas tus caídas
te levantas tan feliz,
¡vive Dios!, que a cada instante
a despeñarte has de ir.
MARÍA.
¡Corbacho!
CORBACHO.
¡Señora mía!...
¡Felisa!
FELISA.
¿Tú por aquí?
CORBACHO.
La soga tras el caldero,
tras de su dueño el mastín.
Pero, señor, ¿estás vivo...?
¿Estás vivo, sin mentir?
Pues según ha sido el golpe,
me asombro de verte. Y si
estás ya muerto, y tan sólo
eres ánima sutil,
me has dado el chasco más grande.
DON FERNANDO.
No entiendo... ¿Qué chasco...? Di.
CORBACHO.
Pues, qué, ¿te parece flojo?
¿Pudiera yo discurrir
jamás, sabiendo quién eres,
y cómo vives, en fin,
que sin confesión muriendo
te encontraras en un tris,
no digo en el purgatorio,
dueño de la gloria así?
DON FERNANDO.
Y qué bien, amigo, dices,
porque mi gloria está aquí.
La presencia de María,
luz de mi estrella feliz,
me amparó con su influencia,
y me salvó de morir.
CORBACHO.
Si conforme diste en blando
sobre el mullido cojín
de lantiscos y retamas,
contra el peñasco, que allí
está a dos dedos, te dieras
el coscorrón, juro a mí
que del mundo las Marías
todas, aunque sean cien mil,
ni las Blasas, ni las Petras,
ni las Victorianas, ni
las Alfonsas te libraran
(aunque estrellas del cenit
y flores del Paraíso
fueran en brillo y matiz)
de ser hoy huevo estrellado
o tortilla en perejil.
Mas ponte, señor, la capa;
toma el sombrero, que así
pareces una figura
de un desgarrado tapiz.
 

(DON FERNANDO se levanta, y, ayudado por CORBACHO, se pone la capa, ajusta la ropilla, se limpia el lodo y se pone el sombrero, siguiendo entre tanto el diálogo.)

 
Pero esto, al cabo, ¿qué ha sido?,
pues no lo sé, aunque lo vi.
DON FERNANDO.
Al embestirme los perros
que salieron del redil,
un bote dio mi caballo,
por sujetarlo rompí
el freno, y partió furioso.
CORBACHO.
¡Endemoniado rocín!
¡Después de catorce leguas,
que no son grano de anís,
y de, sin descanso alguno,
desde Flandes hasta aquí
jornada tras de jornada,
y no muy cortas, venir!
DON FERNANDO.
No he visto otro más ligero;
era un corzo, era un neblí.
CORBACHO.
Un desatado demonio
debieras, señor, decir.
DON FERNANDO.
¿Y lo encontraron?
CORBACHO.
Tendido
y harto maltrecho. Hacia allí
se lo llevan los pastores,
desencajado un cuadril.
Mas en Alajuar entremos,
señor, y mira por ti.
Date luego una sangría,
pues suelen después salir
resultas de estos porrazos.
MARÍA.

 (Levantándose con viveza.) 

¡Ay mi don Fernando!... Sí,
vamos al punto a mi casa,
donde os saldrá a recibir
mi buen padre con los brazos,
dándose por muy feliz
de que a honrar vuelva su choza
caballero tan gentil.
DON FERNANDO.
Vamos, pues, a donde quieras,
¡oh divino querubín!
Tan encantado me encuentro
en estando junto a ti,
que cualquier parte del mundo
es el Cielo para mí.

 (Vanse.) 

CORBACHO.
Vamos, Felisa, que el susto,
y el vocear, y el gemir
me han abierto el apetito,
FELISA.

 (Recogiendo su cantarillo y el de MARÍA.) 

Corbacho, a almorzar venid.

 (Vanse.) 



Escena II

 

Sala de Ayuntamiento de la villa de Alajuar, y salen MULIM-ALBENZAR, MALEC, ZEIR y diez o doce MORISCOS de distinción, vestidos todos con bragas a la morisca y borceguíes, ropilla y capa a la española, sin golilla ni gorguera y sombreros blancos de falda, y en ellos cosidas grandes medias lunas de paño azul, que era entonces el distintivo de su raza. Todos manifiestan gran respeto a ALBENZAR

 
MULIM-ALBENZAR
Pues que don Diego Quijano
se ausentó con Pedro Rueda.
y por fortuna no queda
aquí ya ningún cristiano,
siendo los dos solamente
los que en nuestro Ayuntamiento
este año tienen asiento,
vamos a lo más urgente.
Lisonjeras y propicias
de todo aqueste contorno,
para el pensado trastorno
son las últimas noticias.
Y ha nuestro alfaquí llegado
de Valencia hace un instante,
con una nueva importante,
según me ha participado.
MALEC.
En mi casa está escondido,
aguardando la ocasión.
Y por la gran confusión
que en su semblante he advertido
algún grave mal sospecho;
aunque no me ha dicho nada,
pues sabéis que es extremada
la reserva de su pecho.
MULIM-ALBENZAR.
Que lo más seguro es,
pienso, el recibirlo aquí.
ZEIR.
Venga al punto, venga, sí.
MALEC.

 (Receleso.) 

¿No fuera mejor después
verle en mi casa, no sea
que al atravesar la calle
algún cristiano lo halle?
MULIM-ALBENZAR.
Nada importa que lo vea
el mismo alcalde mayor,
pues en este Ayuntamiento
el alfaquí tiene asiento,
que es nuestro procurador.
Y siendo hoy fiesta cristiana,
los cristianos de Alajuar
reunidos han de pasar
en su iglesia la mañana.

 (A MALEC.) 

Llégate al punto por él
y torna al momento.
MALEC.

 (Abatido.) 

Voy
mas de temor lleno estoy.
¡Pobre pueblo de Ismael!

 (Vase.) 

MULIM-ALBENZAR.
Me pasma su desaliento,
cuando jamás la fortuna
presentó a la media luna
tan favorable momento.
El celo del islamismo
inflama los corazones
de nuestros claros varones,
que ansían con santo heroísmo
tantas afrentas vengar,
y en justa y reñida guerra
el dominio de esta tierra,
cual valientes, restaurar.
Alá bendice este celo
y nuestra santa intención,
de lo cual indicios son
esos cometas del cielo,
y esas voces de metal,
que en Velilla han resonado,
y que a España toda han dado
un desaliento mortal.
Llegado es, sin duda, el día
en que de Espadán la sierra
truene, y anuncie la guerra,
cumpliendo la profecía
del glorioso desencanto
de Alfatín, que en su bridón
de esmeraldas el pendón
alzará del orbe espanto.
En nuestro favor hoy sopla
el viento de la fortuna;
contamos, sin duda alguna,
con Francia y Constantinopla.
Mi primo, que a Tremecén
rige, sus naves apresta;
la ocasión segura es ésta.
¿Quién podrán dudarlo, quién?
Del alfaquí las noticias...,
¿por qué malas han de ser...?
Yo espero, y lo vais a ver,
que han de sernos muy propicias.
ZEIR.
Con Malec hacia aquí viene.
 

(Entra MALEC y ABDALLA, alfaquí, con barba blanca de anciano. Sobre el traje morisco-español traerá un albornoz blanco; mostrará el semblante grave y sombrío.)

 
MULIM-ALBENZAR.

 (Con afecto.) 

¡Oh Abdalla!... Seas bien llegado...
TODOS.

 (Rodeándole.) 

¡Oh Abdalla!...
ZEIR.
¡Cuán deseado!
MALEC.

 (Aparte.) 

¡Qué aspecto tan triste tiene!
ABDALLA.

 (Con tono solemne.) 

Dios es grande, Dios es grande.
Y aquello que escrito está
sin falta se cumplirá.
MULIM-ALBENZAR.
Cúmplase, pues, lo que él mande.
ZEIR.
Abdalla, de tu expresión
y de tu rostro colijo,
y me confundo y me aflijo,
que tus nuevas malas son.
MALEC.
Hablad; las nuevas decid...
ABDALLA.
Dios es grande. Reverente
postrarse debe el creyente...
MULIM-ALBENZAR.

 (Impaciente.) 

Pero ¿qué nuevas...?
ABDALLA.
Oíd.
Noble Mulim-Albenzar
y generosos varones,
víctimas de los pecados
de nuestros claros mayores,
pero que al Profeta fieles
y a la gloria de su nombre
ansiáis restaurar su imperio,
que debe regir al orbe:
sin que desaliento siembren
en vuestros pechos mis voces,
atentamente escuchadlas,
y resolved lo que importe.
Pues tal vez, cuando más recia
la borrasca el aire rompe,
más cerca está la bonanza
que en bien las desdichas torne.
A veces quiere fortuna,
redoblando los rigores,
de sus predilectos hijos
el temple y constancia noble
probar, y obstáculos nuevos
a empresas altas opone
adrede, porque la gloria
de quien los vence sea doble.
Pasé a Valencia la insigne,
cual sabéis, con intenciones
de recibir las respuestas
que de la francesa corte
y de la imperial Bizancio
esperábamos. Y acordes
el rey Enrico de Francia
y el Gran Señor sus favores
y su poderoso auxilio
nos ofrecen.
MALEC.
Pues entonces...
con un socorro tan grande...
ZEIR.
¿Qué habrá, di, que nos asombre?
ABDALLA.
Ved que sólo con ofertas
ambos príncipes responden;
con ofertas de ayudarnos
cuando el triunfo nos corone.
Pero nada nos envían;
ni armas ni naves disponen
para empezar nuestra empresa
y romper nuestras prisiones,
que es cuanto necesitamos
de amigos y auxiliadores.

 (Ligera pausa, en que unos muestran abatimiento y otros indignación.) 

Esto ya me lo temía,
porque conozco a los hombres,
y sé que los abatidos,
los que en duros eslabones
yacen, míseros esclavos,
para dar el primer golpe
no han de contar con más fuerzas
ni con otros valedores
que con las que da el despecho,
que con los que el Cielo pone
en idénticos apuros,
en iguales aflicciones.
Pero no penséis, amigos,
que el corazón me destroce
este primer desengaño;
ni es él, creedlo, quien pone
nuestra causa en duro aprieto,
pidiéndonos hoy a voces
o resolución gallarda,
o resignación conforme.
MULIM-ALBENZAR.

 (Receloso.) 

Si la falta de un apoyo,
de que tú mismo dudabas,
no motiva el desaliento
que se pinta en tus palabras,
¿Cuál no previsto accidente,
cuál nueva desdicha, Abdalla,
esa dura alternativa
con tal premura nos traza?
¿Desisten las poblaciones
de estas ásperas montañas
(sólo casi por moriscos
favor del Cielo habitadas)
de dar el grito de guerra
que ha de trastornar a España?
¿Por ventura esos prodigios,
que han manifestado clara
la protección que los Cielos
dispensan a nuestra causa,
y que tú mismo, tú mismo,
tan favorables juzgabas,
se han tornado infausto agüero?
¿Qué ocurre, pues...? Dilo, acaba.
ABDALLA.
No se ha entibiado el aliento
que da vida a estas montañas,
ni la decisión valiente
que es honra de esta comarca;
decisión y aliento santo
de que impacientes aguardan
su remedio los moriscos
que pueblan la extensa España.
He recorrido afanoso
en esta rápida marcha
varios valles de estas sierras,
en todos arde la llama
del valor, y Guadalete,
Ayora, Teresa, Ubácar,
Navarrés, La Muela, Murla,
que Alajuar dé el grito aguardan,
porque en ti, Albenzar gallardo,
se cifran sus esperanzas.
Tampoco de mal agüero
pueden ser las señas varias
con que el Cielo nos anima
y a los cristianos espanta.
Y la aparición, sin duda,
de Alfatín está cercana,
pues ya de Espadán los riscos,
según me informé, presagian
con horrendos terremotos,
y con voces subterráneas,
que un gran prodigio conmueve
sus misteriosas entrañas.
MALEC.
Pues ¿por qué, dime, te turbas...?
ZEIR.
¿Por qué, amigo, te acobardas?
ABDALLA.
Al que tiene interés grande
en una empresa muy ardua,
para los inconvenientes
huye de encontrar palabras,
y esto, amigos, me sucede.
MALEC.
Fuerza es que expliques...
MULIM-ALBENZAR

 (Impaciente.) 

Acaba.
ABDALLA.
Al punto que entré en Valencia
supe..., ¡ay de mí!... que llegaban
a todas estas marinas,
cubriendo todos las playas
de Cartagena a Tortosa,
cuantas galeras España
allá en Génova tenía,
y en las costas africanas,
y en Nápoles, y en Palermo,
y en Puerto-Mahón, y en Palma.
Y que numerosos tercios
de Cataluña bajaban
al Maestrazgo; que otros vienen
de Portugal, y que en armas
están cuantas tropas sirven
al católico monarca.
Y vi llegar de la corte,
con despachos y con cartas
de gran reserva, correos,
que se esparcían en varias
direcciones, derramando
ciego terror, muda alarma,
sin que el fin se trasluciese
de prevenciones tan cautas.
Y de Salazar el conde,
varón de regia prosapia,
de carácter inflexible,
cuyo valor y arrogancia
son patentes, como el odio
que profesa a nuestra raza,
llegó a Valencia ha dos días,
con la investidura sacra
de supremo comisario
del rey. Y al punto en su alcázar
reunió el cabildo, el acuerdo,
el tribunal de la infausta
Inquisición, los maestres
de los tercios y otras varias
personas de gran valía,
de nobleza y de importancia.
Y allí se instaló un Consejo,
que empezó a obrar sin tardanza
reasumiendo autoridades
y facultad soberana
compuesto del mismo conde,
que lo preside y lo manda:
del marqués de Caracena
visorrey, del patriarca,
del comendador mayor
de Castilla en Calatrava
y del valiente Mexía,
general de ilustre fama.
Y al publicarse estos nombres
y el gran poder que formaban,
las tropas aparecieron
con pendones y con armas,
con mechas la artillería,
y se alzó la horca en la plaza.
El pueblo quedó confuso,
la ciudad toda aterrada,
los ánimos abatidos,
sin que nadie penetrara
de tal trastorno el objeto,
de tanto apresto la causa.
Cuando al sonar mediodía,
aquí el aliento me falta,
desprendióse el rayo ardiente
de la nube encapotada;
vomitó el volcán oculto
sus asoladoras llamas;
lanzó aquel mar borrascoso
el monstruo de sus entrañas
contra cuantos descendemos
de la estirpe musulmana.
MALEC.
¡Cielos!... Más ¿cómo?...
ZEIR.
¿Qué dices?
MULIM-ALBENZAR.
Dejémosle hablar. Acaba.
ABDALLA.
Publicóse por Valencia
con repique de campanas,
con gran clamor de clarines,
con ronco estruendo de cajas,
con nunca visto aparato,
con solemnidad extraña,
bando de exterminio y muerte
contra la morisca raza.
 

(Profunda sensación en todos los MORISCOS.)

 
MALEC.
¡Qué horror!
ZEIR.
¡Qué crueldad! ¡Oh cielos!
MALEC.
De nuestros planes la trama
se ha descubierto, no haya duda.
¿Cómo el secreto...?
MULIM-ALBENZAR.

 (Suspenso.) 

No faltan
nunca traidores, y alguno
vendió su fe. Pero, Abdalla,
ese bando que escuchaste,
esa tremenda ordenanza
¿no será un amago sólo,
una impotente amenaza?
¿No será trueno sin rayo,
cual lo ha sido veces tantas?
ABDALLA.
Ahora juzgo que no hay medio
de conjurar la desgracia.
En término de dos meses
no ha de quedar en España
ni un morisco. El duro bando
salir al punto nos manda
de esta deliciosa tierra,
que al cabo llamamos patria,
nuestras haciendas vendiendo
y dejando nuestras casas.
Y que seamos conducidos,
¡fiero rigor!, entre armas,
cual míseros delincuentes
y sin que excepciones haya,
a los más cercanos puertos,
en donde están preparadas
naves, en que almacenados
nos conduzcan sin tardanza,
ni más amparo que el Cielo,
a las berberiscas playas.
Y pena de muerte impone
la tiránica ordenanza
al que se esconda o excuse
un punto cumplimentarla.
Y también pena de muerte
al cristiano que intentara
darnos amistoso auxilio
o el amparo de su casa.
MALEC.
¡Oh desdicha!... ¡Oh suerte horrenda!
ZEIR.
¡Oh furor!
MULIM-ALBENZAR.
Me ahoga la rabia.
¿Mas tendrá efecto tal orden?
Di: ¿podrá tenerlo, Abdalla?...
ABDALLA.
El aparato solemne
con que ha sido decretada,
esos tercios, esas naves,
y el ser quien de ella se encarga
el conde de Salazar,
cuyo tesón y arrogancia
son proverbiales, afirman
que es cierta nuestra desgracia.
Cuando salí de Valencia,
abatida y aterrada,
ya diversos comisarios
con tropas se preparaban
a esparcirse en el momento
por todas estas comarcas
a dar cumplimiento al bando
con celeridad extraña.
Ved, ¡ay!, cuántas vejaciones
a un tiempo nos amenazan.
La menor es el destierro.
Más duras y más amargas
hemos de apurar..., ¡ay tristes!
Amigos, consideradlas.

 (Muestran todos gran abatimiento.) 

Ya tal vez por el camino
viene, y llegará mañana
en medio del aparato
de arcabuces y de lanzas,
el que robe nuestros bienes,
el que manche nuestras famas
y nuestra honra en las personas
de hijas, esposas y hermanas;
el que nuestros tiernos hijos
nos arranque con las almas.
El que, en fin, harto de horrores
nos saque de nuestras casas
abrumados de cadenas,
ludibrio de infiel canalla,
y nos conduzca a esas naves
para alejarnos de España.
Ver si con razón me aflijo;
ved, pues, si queda esperanza.
MULIM-ALBENZAR.

 (Con desesperada resolución, quitándose el sombrero.) 

Sí queda, ¡voto a Alá! Queda la muerte,
que es preferible a tanta desventura,
y arrostrar con valor el trance fuerte,
alarde haciendo de marcial bravura.
Triunfar acaso logran de la suerte
más lamentable, embravecida y dura
un noble arrojo, un generoso pecho
y aquel santo furor que da el despecho.
No presentéis cobardes la garganta
al cuchillo, cual tímidos corderos.
En tanto apuro, en desventura tanta,
vuestro antiguo valor cobre sus fueros,
y si el cristiano la soberbia planta
en la noble cerviz ha de poneros,
antes se anegue en un sangriento lago,
y el triunfo compre con su propio estrago.
Resuene en Alajuar el santo grito,
y ecos encontrará por toda España.
De los nuestros el número infinito
arde hace tiempo en vengativa saña.
Este horrendo rigor tan inaudito,
esta persecución nueva y extraña
apresure el trazado movimiento;
sea la señal del súbito alzamiento.
Sí, nobles y oprimidos musulmanes,
que de España os llamasteis los señores:
tengan honroso fin nuestros afanes,
digno de nuestros ínclitos mayores.
Tremolada en guerreros tafetanes
torne a esparcir gloriosos resplandores

 (Agita el sombrero y les señala en él la media luna de paño azul.) 

esta luna sin luz, marca hoy de afrenta,
que esclavitud y oprobio representa.

 (Agitación general.) 

Tal vez, y con razón, el Cielo airado
de ver que nuestra empresa se retarda,
excitar de este modo ha decretado
nuestra resolución firme y gallarda.
Al fuego del valor desesperado
la España toda se confunda y arda,
o el dominio, o la muerte en esta tierra.
TODOS.

 (Con gran entusiasmo.) 

¡Viva, viva Albenzar! ¡Venganza y guerra!
MULIM-ALBENZAR.

 (Con dignidad y entereza.) 

Basta. Ese grito heroico descendientes
de abuelos tan preclaros os pregona.
Que otra vez el valor de los creyentes
desde Cádiz se extienda a Barcelona,
o en la honrosa demanda, cual valientes
pereciendo, logremos la corona
con que nombre inmortal sólo se alcanza.
TODOS.
¡Viva, viva Albenzar! Guerra y venganza.
ABDALLA.

 (Con fervor.) 

Bendito por siempre Alá,
y el Profeta sea bendito,
que os inspiran ese grito,
que de victoria será.
Cesó ya mi abatimiento,
pues nacía de temer
que iban mis nuevas a ser
para vos de desaliento.
Mas si produjeron ya
tan noble resolución,
dichosa fue mi misión.
TODOS.
¡Bendito por siempre Alá!
MULIM-ALBENZAR.

 (Calándose el sombrero y con tono de autoridad y de mando.) 

Pues, amigos, no perdamos
en acción tan importante
tiempo alguno, y al instante
a ponerla en obra vamos.
El castillo que campea
en ese cerro plantado,
aunque está desmantelado
nuestro firme apoyo sea.
Malec, sin perder momentos
ocúpalo con tu gente
y apresta lo conveniente
de armas y de bastimentos.
Yo tengo oculto un cañón
que a sus muros subirá,
y en ellos tremolará
nuestro lunado pendón.
A su abrigo conduzcamos
viejos, niños y mujeres,
nuestros tesoros y haberes,
que así más sueltos quedamos.
Con seis jinetes, Zeir,
de Valencia has de guardar
el camino, sin dejar
a nadie, a nadie, venir,
como no sean moriscos,
que a su santo rito fieles,
vengan a coger laureles,
en estos pelados riscos.
En Alajuar sin recato
la alarma se esparza luego,
truene el escondido fuego,
y que se toque a rebato.
Armas tenemos sobradas,
y municiones también;
en un oculto almacén
tengo cien picas guardadas,
arcabuces y ballestas,
adargas y coseletes,
dos montados falconetes,
pólvora y balas dispuestas.
Tú, Abdalla, al punto has de ir
a dar de la guerra el grito
por los pueblos del distrito,
y su aliento a dirigir.
Las vecinas poblaciones
su juventud sin tardar
nos envíen a engrosar
nuestras filas y escuadrones.
En Ayora y Navarrés
los castillos se provean,
y bien guarnecidos sean,
que importante cosa es.
MALEC.
¿No fuera bueno empezar
dando fin de los cristianos,
que, aunque pocos, tan ufanos
se Ostentan en Alajuar?
MULIM-ALBENZAR.

 (Con autoridad.) 

No, Malec. Tú mismo dices
que son pocos, y temor
no dan a nuestro valor.
¡Qué pueden los infelices!
Huirán al punto de aquí,
y marchar los dejaremos.
Con noble gloria empecemos
nuestra santa empresa, sí.
ZEIR.
Pero al alcalde mayor
es necesario prender.
MULIM-ALBENZAR.
¿Qué puede un anciano hacer?
Lanzarle será mejor.
ABDALLA.
Mas es forzoso, Albenzar,
que forastero cualquiera
que hoy llegue a la villa, muera,
para el golpe asegurar.
Cual dije, a dar cumplimiento
al bando terrible, varios
alcaldes y comisarios
de Valencia en el momento
iban, no hay duda, a salir.
Y el que a nuestra villa venga
fuerza es que la muerte tenga,
si es que hemos de resistir.
MULIM-ALBENZAR.
Eso es justo. El forastero
que ose venir a Alajuar,
si es cristiano, ha de encontrar
la muerte en mi propio acero.
Vamos, pues.
TODOS.
¡Venganza o muerte!
MALEC.
Vamos, pues.
TODOS.
¡Guerra y venganza!
MULIM-ALBENZAR.
Probemos adónde alcanza
nuestra venturosa suerte.


Escena III

 

Sala baja de la casa de MULIM-ALBENZAR, y salen FELISA, MARÍA y CORBACHO

 
FELISA.
Dejémosle reposar,
pues que se durmió tranquilo.
MARÍA.
Tengo, ¡ay!, el alma en un hilo,
temiéndome algún pesar.
De tal susto y de caída
tan espantosa y terrible
parece cosa imposible
haber salido con vida.
Y malas resultas temo,
aunque esté tan sosegado.
FELISA.
Debiera haberse sangrado.
MARÍA.
Lo resiste con extremo.
Ya ves que ni aun ha querido
almorzar.
FELISA.
Mas se durmió.
CORBACHO.
Pues almorzar quiero yo,
que, a Dios gracias, no he caído.
MARÍA.
¿Conoces ahora, ama mía,
si es leal mi corazón,
y si dije con razón
que don Fernando vendría?
¿Conoces ya cuán cabal
es mi amante?... Loca estoy;
mas esta dicha de hoy,
debiendo ser sin igual,
me la tiene acibarada
de su salud el cuidado,
y el modo tan desastrado
con que ha sido su llegada.
Que es mal agüero, en verdad.
FELISA.
Yo tal agüero no hallo.
Que se desboque un caballo
es tina casualidad.
MARÍA.
Y dime, Corbacho amigo:
¿se ha acordado tu señor
mucho en Flandes de mi amor?
CORBACHO.
Como constante testigo
de cuanto hace, dice y piensa,
puede mi fe asegurarte
que vive para adorarte,
y que jamás te hizo ofensa.
Eres tú su único afán
y su solo pensamiento.
Por ti anda papando viento,
hecho un pelele, un bausán.
En el campo, en el cuartel,
en la villa, en el camino,
siempre el mismo desatino
por ti he descubierto en él.
Y dormido te nombraba,
y parece que, no había
más nombre que el de María,
pues a todo lo encajaba.
¿Y al venir? ¡Oh santo Cielo!
¡Qué jornadas!... ¡Qué impaciencia!
¡Qué madrugar!... ¡Qué demencia!
En fin, a ti misma apelo,
porque más precipitado,
ni, por desdicha, más listo,
estoy cierto que no has visto
llegar a otro enamorado.
MARÍA.
Felisa, soy, venturosa.
FELISA.

 (Con melancólica expresión.) 

Quiéralo el Cielo, María.
MARÍA.
¿Y lo dudas?...
FELISA.
¡Hija mía?
MARÍA.
¿Qué te tiene recelosa...?
FELISA.
Nada. Sabes el desvelo
con que amante te crié,
y que siempre pediré
que te haga dichosa al Cielo.
MARÍA.

 (Abrazándola con ternura.) 

Lo sé, y que cuando perdí
mi buena madre al nacer,
Dios me concedió el tener
otra tierna madre en ti.
FELISA.

 (Profundamente conmovida.) 

Mil veces te he repetido
que tu origen...
MARÍA.

 (Interrumpiéndola con viveza.) 

Basta; no.
CORBACHO.
Almorzar quisiera yo,
que, a Dios gracias, no he caído.
MARÍA.
Dice bien. Anda, Felisa,
y dejemos a la suerte...
FELISA.
Hija, voy a obedecerte.
Tu padre viene, y de prisa.
 

(Vase con CORBACHO.)

 
MARÍA.
Como con tanta amistad
y cariño a don Fernando
trató mi buen padre cuando
pasó aquí la enfermedad,
y aquel favor le debimos
con el duque de Gandía
cuando por la gran sequía
tanto ganado perdimos,
con gran gusto va a saber
que a vernos ha regresado.
Mas ¡cielos!... ¡Qué demudado
llega!... ¿Qué podrá tener...?

 (Mirando a la puerta.) 

Con ese infame alfaquí
se ha parado en el pontón.
¡Qué aspecto!... ¡Oh Dios! ¡Qué expresión!...
Me causa espanto... ¡Ay de mí!
Mas ya viene.
 

(Sale MULIM-ALBENZAR, receloso, pensativo y agitado, y como hablando consigo mismo. MARÍA le sale al encuentro con inocente alegría.)

 
¡Padre mío!
MULIM-ALBENZAR.
Fátima...
MARÍA.

 (Con presteza.) 

¡Padre!... María.
MULIM-ALBENZAR.

 (Indeciso.) 

No..., que ya ha llegado el día...
MARÍA.

 (Apresurada.) 

Dejad ese desvarío. Sabed.
MULIM-ALBENZAR.

 (Con sobresalto.) 

¿Qué...? Di...
MARÍA.
Que ha llegado...
MULIM-ALBENZAR.
¿Quién, quién? Dime...
MARÍA.
El caballero
que hace un año, un mes entero
tuvimos aquí alojado.
El que nos recomendó
al duque con celo tal
que todo nuestro caudal
por su influjo se salvó.
MULIM-ALBENZAR.

 (Con muestras de sorpresa y de confusión.) 

¿Quién...? ¿El señor don Fernando?
MARÍA.
El mismo.
MULIM-ALBENZAR.

 (Agitadísimo.) 

¿Ha llegado hoy...?
MARÍA.
Una hora habrá.
MULIM-ALBENZAR.
Muerto estoy,
¡oh cielos!... Y dime: ¿cuándo...?
MARÍA.

 (Turbada.) 

Después de la primer misa
fuíme a la cercana fuente,
cual tu amor me lo consiente,
con mi buen ama Felisa.
Y un caballo y caballero
despeñados vi cruzar
el monte, viniendo a dar
cerca de un despeñadero.
De susto me desmayé,
y cuando a alentar volví,
sin lesión cerca de mí
a don Fernando encontré.
Era él, que se había caído,
y por milagro patente
de riesgo tan inminente
sano y salvo había salido.
Pero con el golpe y susto
estaba tal, que creí
que al punto traerlo aquí
fuera, señor, darte gusto.

 (Con timidez.) 

Perdóname si hice mal.
Como tan alto favor
e debemos...
MULIM-ALBENZAR.

 (Aparte.) 

¡Oh rigor!...
¡Oh compromiso infernal!

 (Alto, con firmeza.) 

¿Está en casa?
MARÍA.
Sí... Durmiendo.
MULIM-ALBENZAR.

 (Fuera de sí.) 

¡Infeliz!... ¡Terrible suerte!
Ha venido a hallar la muerte,
y yo..., ¡destino tremendo!
MARÍA.

 (Asustada.) 

¡Padre mío!... ¡Oh confusión!
MULIM-ALBENZAR.

 (Precipitado.) 

Dime: ¿le han visto llegar...?
MARÍA.
Todo el pueblo de Alajuar.
MULIM-ALBENZAR.
¡Oh desdicha!..., ¡oh perdición!
Riesgo corre su persona
si sospechan... Yo el primero
ofrecí que con mi acero...
¿Y perderé una corona...?

 (Resuelto.) 

No, es cristiano, es enemigo...

 (Saca un puñal.) 

MARÍA.

 (Consternada y deteniéndolo.) 

¡Padre..., esa furia templad!
¿La santa hospitalidad
a un protector, a un amigo
dada, violaréis?
MULIM-ALBENZAR.
¡Ay Dios!
MARÍA.
¿Un Albenzar eso piensa?
¿Y por qué?... ¿Cuál es la ofensa?
Volved por vos mismo en vos.
MULIM-ALBENZAR.

 (Confundido.) 

Hija mía..., se aventura...
MARÍA.

 (Con vehemencia.) 

Y qué, ¿vos, señor, seréis
asesino, y mancharéis
vuestra sangre?
MULIM-ALBENZAR .

 (Resuelto y como volviendo en sí de un delirio.) 

Quede pura.

 (Guarda el puñal.) 

Don Fernando viva, sí.
Sin un instante perder
huya. Ni yo he de saber
que un momento ha estado aquí.
MARÍA.
Mas ¿por qué? ¡Padre! ¡Señor!
MULIM-ALBENZAR.

 (Con viveza.) 

El pueblo airado a matarle
vendrá muy pronto, y salvarle
no podré de su furor.
MARÍA.
¿Por qué?
 

(Suenan dos tiros.)

 
MULIM-ALBENZAR.

 (Sobresaltado.) 

¿No escuchas?
MARÍA.

 (Asustada.) 

¿Qué es esto?
MULIM-ALBENZAR.

 (Precipitado.) 

Que hoy la morisca nación
va a vengar tanta opresión
en que el cristiano la ha puesto.
Que hoy va a decidir la suerte
de nuestra varia fortuna,
y a alzarse la media luna
por lograr...
VOCES.

 (Dentro, a lo lejos.) 

¡Venganza o muerte!
MULIM-ALBENZAR.

 (Agitado.) 

Corre... Mancharme no quiero
la hospitalidad hollando.
Sálvese... Huya don Fernando.
Líbrame de un crimen fiero.
MARÍA.

 (Afligida.) 

Su caballo está rendido.
MULIM-ALBENZAR.

 (Apresurado.) 

Que tome mi yegua pía,
que a los vientos desafía,
y por el cercado ejido
vuele y salga de esta tierra
sin acercarse a poblado,
pues en toda ella está alzado
pendón de...
VOCES.

 (Dentro, cerca.) 

¡Venganza y guerra!
 

(Suena redoble de tambores. Entran muy asustados CORBACHO y FELISA.)

 
FELISA.
¡Hija del alma!... ¡Qué miedo!
El pueblo todo... ¡Ay señor!...
Al viejo alcalde mayor...
¡Ay Jesús!... Hablar no puedo.
MULIM-ALBENZAR.
¿Qué dices?
FELISA.
Yo no lo sé.
CORBACHO.
Un infierno es el lugar.
Me quedé sin almorzar.
FELISA.
Las vecinas dicen que...
 

(Suenan voces, tambores y trompetas.)

 
MULIM-ALBENZAR.

 (Con gran inquietud.) 

¡Hija mía..., corre, vuela!
Sálvese ese caballero...
Mis caballos, mi dinero.
¡Pronto, y con grande cautela!...

 (Vase MARÍA.) 

CORBACHO.
Serio este negocio va.

 (Vase.) 

FELISA.
El perro del alfaquí
corre pálido hacia aquí.

 (Vase.) 

MULIM-ALBENZAR.
¡Cielos!... ¿Si se salvará?
 

(Entra ABDALLA precipitado.)

 
ABDALLA.
¡Ay!, todo está perdido
si no calmas al pueblo enfurecido,
que en aqueste momento despedaza
al alcalde mayor en esa plaza,
donde la airada muchedumbre crece.
y brama, y armas busca, y se enfurece,
pidiendo en, alto grito por venganza
de los cristianos todos la matanza.
Y un rumor ha corrido
de que en tu casa tienes escondido...
MULIM-ALBENZAR.

 (Interrumpiéndole con viveza y enojo.) 

Que haya concierto y orden interesa
si se ha de conseguir tan alta empresa.
Vamos, amigos, vamos,
y ese ardor y ese aliento dirijamos.
 

(Vanse. Suena ruido de voces, de tambores, trompetas, tiros y campanas.)

 



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