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ArribaAbajoActo II


Escena I

 

HORMESINDA, INGUNDA.

 
 

(HORMESINDA se deja ver en el fondo del teatro. Con aire muy triste y doloroso se va acercando al frente de la escena, con mucha pausa. INGUNDA la sigue, demostrando también su sentimiento con algunos ademanes de compasión.)

 
HORMESINDA
¿Adónde estoy? ¿A qué mansión horrible
me han conducido? Apenas los inciertos
pasos puede formar el pie cobarde.
Por todas partes el pavor y el miedo
se ofrecen a mis ojos, donde envía5
la triste luz un resplandor funesto...
Para este nuevo horror... ¡cruel destino!
¿Me vuelves a la vida...? Yo preveo
los más terribles y funestos males
que me prepara un opresor violento, 10
y expuesta mi inocencia en este sitio
por blanco a sus furores, dudo, temo
y muero de dolor... ¡A qué funesta
situación me reduces, oh hado adverso!
¡Ay, hermano infeliz! ¡Ay, triste amante!15
El dolor que amenaza vuestros pechos
redobla la amargura del que sufro.
INGUNDA
Consolaos, señora, y de mi afecto
oíd la voz.
HORMESINDA
Ingunda, no interrumpas
el curso de las lágrimas que vierto;20
combatida de angustias y temores,
sólo hallará en el llanto algún consuelo
mi triste corazón.
INGUNDA
Pero, señora,
no os dejéis oprimir del sentimiento.
Yo miro enternecida vuestro llanto;25
vuestro dolor es justo, os lo confieso;
pero antes de ceder a una congoja
es forzoso pensar en su remedio.
Una bárbara orden de Munuza
os tiene en su palacio; sus intentos30
pueden conjeturarse; sin embargo,
yo no creo, señora, que violento
olvide en este día cuánto os debe
a vos y a don Pelayo de respetos.
Quizá pretende sólo...
HORMESINDA
Calla, Ingunda,
35
deja de atormentarme. El más violento
insulto cometido en mi persona,
¿no me hará recelar? Tus ojos vieron
con qué extremos de furia y de violencia
me condujo su guardia; ni mis ruegos 40
humildes, ni mis lágrimas amargas
pudieron reprimir el vil intento
del inflexible Acmeth. Abandonada
de mi familia, sola, sin consuelo
y en un mortal desmayo sumergida,45
a este odioso palacio me trajeron
los crueles ministros de su orden,
y cuando vuelvo a recobrar mi aliento...
¡Oh Dios! ¡Mira qué objetos se presentan
a mis ojos! ¿Y qué, temer no debo50
que Munuza atropelle mi decoro?
¡Ah!, después de este arrojo sus intentos
quizá prontos... Pero ¡ay!, en esta angustia,
¿quién me dará favor? Querido dueño,
tierno Rogundo, ¿Adónde está tu brío?55
Hormesinda peligra. Un rival fiero
insulta su virtud, y tú, tranquilo,
¿no corres a librarla? ¿Qué, el perverso
osará despreciar a la que adoras?
Pero ¡triste de mí! Quizá el afecto60
de Rogundo... ¿Quién sabe si dudoso
ya no aspira a lograr un himeneo
que ha de costarle riesgos y combates?
No lo dudes, Ingunda: este silencio
que reina en el palacio de Munuza65
convence mi desdicha; los extremos
y furias de Rogundo deberían
ser una prueba de sus ansias. Pero
Rogundo ya no me ama y me abandona.
INGUNDA
¿Y creeréis capaz de un sentimiento70
tan vil al corazón que por vos arde?
¿Tan bajo proceder cabrá en su pecho?
¿Haréis vos a su amor constante y puro
agravio tan cruel? Si va a perderos,
cuando os va a ver robada y ofendida,75
¿le añadiréis tan bárbaro tormento?
Quizá Rogundo ignora esta desdicha;
pero cuando penetre los proyectos
de Munuza, tal vez demasiado
pronto... ¡Ah, permita favorable el cielo80
que su amor no acelere vuestra ruina!
En fin, si él olvidase sus derechos,
¿creéis que los valientes asturianos
no armarán su valor por defenderos?
A pesar de las artes de Munuza,85
vos sabéis cuánto anhelan el momento
de sacudir un yugo intolerable;
el cielo está propicio a sus deseos;
el arribo de Suero os asegura
que vuestro hermano volverá muy luego;90
entonces su presencia...
HORMESINDA
¡Ah, cuán en vano
pretendes adular mi sentimiento!
No da treguas el riesgo en que me hallo,
y en la presente angustia ya no tengo
quien me pueda librar de un brazo injusto.95
El vil perseguidor, astuto y diestro,
supo ocupar en Córdoba a Pelayo,
y ¿quién sabe si acaso con su acuerdo,
cómplice en mi desdicha el jefe moro,
detiene allá con frívolos pretextos100
la vuelta de mi hermano? ¡Ah, de qué tramas
no son capaces los aleves pechos!
Pero en tanto yo pierdo vacilante
un tiempo muy precioso. Amante tierno,
¿tú me abandonarás? No. Corre, Ingunda,105
busca a Rogundo, dile... Pero, cielos,
Munuza viene aquí... ¡Qué horror, amiga!
Dile, dile que venga, o que yo muero.


Escena II

 

MUNUZA, HORMESINDA, ACMETH, KERIM, INGUNDA.

 
MUNUZA

 (A KERIM.) 

Kerim, haz que la guardia esté dispuesta
para el primer aviso.

 (A ACMETH.) 

Tú del pueblo
110
observa los semblantes, y a Rogundo
nunca pierdas de vista.
HORMESINDA
¡Justo cielo!
¿Habrá dolor que iguale al dolor mío?


Escena III

 

MUNUZA, HORMESINDA, INGUNDA.

 
MUNUZA
Ya, señora, mi amor y mis deseos,
llenos de la alta gloria de miraros115
en esta habitación, se han satisfecho;
sin embargo, poseo esta fortuna
a costa de un dolor: el blando ruego
de Acmeth, que fue a llamaros de mi orden,
hubiera sido inútil, si los cielos,120
privándoos de sentido, no se hubiesen
declarado por mí en aquel momento.
Saben ellos las fieras inquietudes
que este accidente conmovió en mi pecho.
Ya, en fin, bella Hormesinda, vuestros ojos125
honran estas paredes, y ya os veo
donde debéis mandar como señora;
pero si acaso mi amoroso fuego
no os encuentra piadosa, si ahora mismo
mi tierno amor irrita vuestro ceño,130
mucho dolor se mezclará a mis glorias.
HORMESINDA
Tan afligida estoy, que apenas puedo
dar el preciso aliento a mis palabras.
Vos habéis ultrajado mi respeto,
y a pesar del honor y la decencia,135
por medio de un insulto el más horrendo,
me hicisteis conducir a este palacio.
Venís aquí a buscarme, y cuando espero
que me deis la razón de esta violencia,
sólo me habláis de amor. Pues ¿qué, mi pecho,140
después de una desgracia tan sensible,
temerá otra mayor? Pero dejemos
de recordar una pasión odiosa;
mal podrá el corazón oír sus ecos,
lleno de otras más graves inquietudes.145
Decidme, pues, señor, ¿qué grave exceso
me hace ser hoy objeto miserable
de vuestra tiranía? Cuando os veo
pronto a olvidar mi estado y mis mayores,
no sé si miro en vos un juez severo,150
que intenta condenarme, o un tirano
entregado al furor de sus deseos.
Pero nunca, señor, las santas leyes
oprimen la inocencia, y yo sospecho
que vuestro proceder.
MUNUZA
Señora, en vano
155
baldonáis un delito, que mi afecto
debiera disculpar. El amor solo
ha podido inspirarlo, os lo confieso.
Pero cuando el ardor con que os adoro
no sirva de disculpa, el desdén vuestro160
hará menor la ofensa. Apenas puse
mis plantas en Gijón, y apenas vieron
mis tristes ojos vuestro ingrato rostro,
os rendí el corazón. Un cruel silencio
retiró esta pasión de vuestro oído.165
Yo resistí su impulso, y conociendo
que serían sin duda vuestras gracias
del todo inaccesibles a mi ruego,
solicité olvidaros. Por lograrlo
se esforzó el corazón; pero, ¡ah, cuán cierto170
es que el amor arrastra el albedrío!
La misma resistencia y el silencio
atizaron el fuego de mi llama;
su ardor me hizo traición, rompí el secreto,
os declaré mi amor, y empleé en vano175
ternuras y suspiros por venceros:
todo con vos fue inútil. Nada pudo
ablandar el rigor de vuestro pecho;
siempre un frío desdén fue triste paga
de mis ardientes ansias, y a mis ruegos,180
envueltos en el llanto y la ternura,
siempre opusisteis un cruel desprecio.
Por completar mis males, don Pelayo,
que era cómplice acaso en vuestro ceño,
ingrato a mi amistad y mis favores,185
pretendió destinaros a otro dueño.
Tal vez el corazón más reverente
sus límites señala al sufrimiento,
y así, cansado el mío de un desaire
injurioso a su ardor y su respeto,190
supo dictarme un medio que aquietase
mi gloria y mi pasión a un mismo tiempo.
HORMESINDA
¿Y qué? ¿Debió aquietarse vuestra gloria
a costa de mi fama...? Ese vil medio
ofende demasiado mi decoro195
y no pudo adoptarle vuestro ceño
sin vulnerar mi honor y el de mi hermano.
MUNUZA
Vuestro hermano no ignora que mis ruegos
fueron más de una vez desatendidos:
su ingratitud produjo estos extremos.200
HORMESINDA
¿Y os parece bastante esa disculpa?
Pues, ¿qué, debió Pelayo en menosprecio
de una promesa santa lisonjearos
con vanas esperanzas, cuando el fuero
de los godos, la ley de las naciones,205
el cielo y la razón dan un derecho
firme y sagrado al prometido esposo?
Vos sabéis que Rogundo fue el primero
que le arrancó la oferta de mi mano.
Por eso mi desdén en ningún tiempo210
podrá justificar vuestra conducta;
él era sólo un natural efecto
del recato que siempre me inspiraron
la virtud, el honor y el nacimiento.
Vos lo hubierais notado, si miraseis215
mis rigores con ojos más serenos.
Y ¿por qué presumís que yo, insensata,
tratase solamente de ofenderos
a vos, de cuya mano están pendientes
el bien y el mal de este infelice pueblo...?220
El honor ha reglado mi conducta;
yo respeto sus leyes, y os protesto
que ellas solas me dictan estas voces.
Pero, señor, vos mismo, que en el centro
estáis de las grandezas y las dichas,225
¿podréis desatenderlas...? No, no creo
que en vuestro corazón quepa esta mancha;
si al amor hasta aquí seguisteis ciego,
seguid ya del honor, que por mí os habla,
la religiosa voz, y obedeciendo230
a sus inspiraciones, alejadme
de esta ingrata mansión, volvedme al seno
de mis padres, y haced que una infelice
pueda tranquila ver la luz del cielo.
MUNUZA
No, señora, ya es tarde. No es posible235
revocar una empresa, cuyo efecto
debe ser mi quietud y vuestra gloria.
Vencido el primer paso, ya no puedo
volverme atrás. Un público desaire,
cuando estoy a la frente del gobierno,240
tendría muy fatales consecuencias.
Vuestro hermano y Rogundo verán luego
que yo mando absoluto en este sitio,
y que nadie...


Escena IV

 

MUNUZA, HORMESINDA, INGUNDA, ACMETH.

 
ACMETH

 (Que entra con alguna aceleración.) 

Señor...
MUNUZA
Acmeth, ¿qué es esto?
ACMETH
A pesar de una inútil resistencia,245
Rogundo...
MUNUZA
Acaba, di.
ACMETH
Se acerca.
HORMESINDA
¡Cielos!
Yo temo que se pierda.
ACMETH
Apenas supo
que estaba aquí Hormesinda, cuando lleno
de orgullo, quiso averiguar qué causa
la tenía en palacio. En el momento250
se dirigió a este atrio. Vuestra guardia
se le quiso oponer, pero su esfuerzo,
penetrando las picas... Mas él llega.


Escena V

 

MUNUZA, HORMESINDA, ROGUNDO, ACMETH, INGUNDA.

 
ROGUNDO
Yo venía, no sé si a pesar vuestro,
señor, a dedicar a esta princesa255
mis humildes obsequios; pero advierto
que me estorban el paso. ¿Desde cuándo
le es a Rogundo ilícito el acceso
hasta vuestra presencia?
MUNUZA
Desde hoy mismo;
y esta es la última vez que mi respeto260
sufrirá una pregunta tan osada.
ROGUNDO
Los nobles de Gijón en otro tiempo
con su presencia honraron este sitio;
vos mismo les rogabais menos fiero
viniesen a palacio; hoy, orgulloso,265
su entrada les negáis. Pues ¿qué misterios
anuncia esta mudanza? ¿Qué, negaRNos
queréis una fortuna que violento
quizá usurpáis vos mismo? ¿Habéis pensado
disfrutar sin testigos el supremo270
honor de acompañar a esta princesa?
Y sus fieles paisanos, que su aspecto
les consuela de pérdidas tan grandes,
¿no podrán dedicarla algún obsequio?
En fin, señor, ausente don Pelayo,275
¿quién tiene más legítimo derecho
para velar sobre su suerte?
MUNUZA
Basta,
no puedo sufrir más. En este puesto
ninguno debe osar reconvenirme
sobre cuanto dispongo. A vos, al pueblo280
y aun al mismo Pelayo, mi voz sola
puede dictarles leyes y preceptos.
Yo soy aquí absoluto, y en mi mano
se hallan reunidos los derechos
de una entera conquista.
ROGUNDO
¿Y la conquista
285
pudo adquiriros el poder violento
de profanar los vínculos más santos?
La fuerza y la invasión hicieron dueño
de esta ciudad al moro; pero el moro
contentó su ambición con el terreno,290
sin pasar a oprimir nuestro albedrío.
¿Y vos queréis por un culpable exceso
extender el arbitrio de la guerra
hasta los corazones? Nuestros cuellos,
nunca sujetos a un extraño yugo,295
¿se doblarán a vos? En fin, yo vengo
a que restituyáis a la princesa
al seno de su casa. Después de esto
yo no os disputaré las facultades,
y cualquiera que sea el poder vuestro300
será para Rogundo en adelante
del todo indiferente.
MUNUZA
No gastemos
en frívolas razones los instantes:
retiraos al punto. Y os advierto
que no saldrá Hormesinda de este sitio305
sin orden de Munuza. Idos, soberbio,
y agradeced a su presencia amable
que os dejo sin castigo.
HORMESINDA
Yo no puedo
sufrir tanto dolor.
ROGUNDO
¡Cruel! ¿Adónde
aspiran vuestros pérfidos deseos?310
¡Hormesinda en poder del vil Munuza!
¿Olvidáis vos mi sangre y mis derechos?
¿Sabéis que soy el dueño de su mano?
MUNUZA
Sólo sé que su mano es un supremo
don que me ha reservado la fortuna.315
ROGUNDO
¡Oh, gran Dios! ¿Qué es lo que oigo?
HORMESINDA
¡Santo cielo!
¿Aun faltaba este colmo a mis angustias?
¿Con que en fin vuestros bárbaros intentos
están ya declarados?
MUNUZA
Sí, señora,
yo os descubrí mi amor, y a cualquier precio320
debo ser vuestro esposo. Los suspiros
que os dediqué, los repetidos ruegos
a que humilló el amor mis altiveces,
hicieron más difícil el intento
con vos y vuestro hermano. Este desaire 325
no ha de sufrir Munuza, y pues los medios
suaves y rendidos no han bastado,
quiero ver si aprovechan los violentos.
ROGUNDO
Pero, vil, los servicios de Pelayo,
el honor de Hormesinda, mis derechos,330
¿todo será olvidado en un instante?
Y cuando destinado a este gobierno
debéis ser el custodio de sus leyes,
¿infiel a la amistad y al deber vuestro
seréis vos el primero que las viole?335
¿Por ventura ignoráis que soy el dueño
de la adorable mano de Hormesinda?,
¿que autoriza mi dicha el mismo cielo?,
¿que un tratado solemne confirmado
en nuestros propios fueros...?
MUNUZA
Vuestros fueros
340
yacen con sus autores en la tumba;
los alegáis en vano. El sarraceno
es hoy legislador, y en adelante
no habrá en Gijón más ley que mis preceptos.
ROGUNDO
En fin, ya el labio impío ha declarado345
todos vuestros sacrílegos intentos.
¿Pero esperáis que tan infame yugo
podrá sufrir cobarde nuestro pueblo?
¿Creéis que el infortunio ha desterrado
la virtud y el honor de nuestros pechos?,350
¿que el amor a la patria, afecto santo
que dio siempre la ley en este suelo
y cuyo ardor jamás habéis sentido,
no nos podrá inflamar entre los hierros
que infelizmente arrastra nuestro brazo?355
¿Nos juzgáis tan cobardes? No, perverso,
no creáis que en los pechos asturianos
cabe tan vil flaqueza. Esos proyectos
irritan demasiado su bravura;
gloriaros no podréis en ningún tiempo360
de haberlos ultrajado impunemente.
Temed, traidor, que nuestro heroico esfuerzo
castigue la perfidia y sus autores.
Temed por vos y vuestros compañeros,
temed, en fin, que con el tiempo sea365
de nuestra libertad su sangre el precio.

 (A HORMESINDA.) 

Entretanto, señora, consolaos,
y esperad de mi amor y mi despecho
que os sabré defender, buscando siempre
la venganza o la muerte.
MUNUZA
Deteneos.
370
Los moradores de Gijón no ignoran
cuánto vale mi voz, pero un ejemplo
hará ver de una vez quién es Munuza.
¡Hola, guardias!


Escena VI

 

KERIM, MUNUZA, HORMESINDA, ROGUNDO.

 
KERIM
Señor.
MUNUZA
Escucha.
HORMESINDA
¡Oh, cielos!
¿Qué intentará el cruel?
MUNUZA
Aseguraos
375
de Rogundo; llevadle con secreto
al castillo y cuidad de su persona.
HORMESINDA
Señor...
MUNUZA
Llevadle al punto.
ROGUNDO
Ya comprendo
cuál va a ser mi destino. Sin embargo,
espero que la cólera del cielo,380
mirando tu crueldad y mi inocencia,
volverá contra ti todo su ceño.
Témelo, por lo menos, monstruo horrible.
La dicha no es durable en los perversos.
MUNUZA
Retírate, infeliz, y no presumas385
que me irritan tus voces. Los dicterios
suenan mal en la boca de un rendido.


Escena VII

 

MUNUZA, HORMESINDA.

 
MUNUZA
Señora, aprovechaos de este ejemplo:
en él veréis la suerte que preparo
al que resiste altivo mis proyectos.390
Idos a vuestro cuarto, y advertida
de que muy luego un público himeneo
nos debe unir; mi amor, aunque ofendido,
os conservó hasta ahora los respetos
que a vuestra edad y sexo se debían.395
Sin embargo, sabed que el mismo afecto
que no cedió jamás a los desdenes,
cederá aun a la sombra de los celos.
HORMESINDA
Vos seguiréis el rumbo que os agrade.
Yo sé que mi opinión y mis alientos400
están por mi desgracia en vuestro arbitrio;
mas no esperéis, señor, que el ardor vuestro
sea nunca aceptado de Hormesinda.
Firme siempre en su amor y sus intentos,
a su obligación y a su decoro,405
jamás podrá aprobar vuestros deseos.
Contra la persuasión y los suspiros
se hallan tan prevenidos mis afectos
que intentaréis en vano sorprenderme
por este rumbo. En fin, si fiero410
para rendirme usáis, como presumo,
de un violento poder, el justo cielo,
a cuya sombra la virtud respira,
sabrá poner a vuestra audacia freno.
 

(Se van HORMESINDA e INGUNDA.)

 


Escena VIII

 

MUNUZA, ACMETH.

 
MUNUZA
Anda, mujer ingrata; esos rigores415
no podrán mitigar el vivo incendio
que mantiene en mi pecho tu hermosura.
Acmeth, tú ves cómo un rival soberbio
me insulta, aun oprimido en las cadenas;
que Hormesinda, a pesar del mismo sexo,420
inmóvil a la vista del peligro,
descubre sin rebozo un odio eterno
al enlace que fino la preparo...
¿Y yo no he de triunfar de su desprecio?
¿Débil esclavo de sus bellos ojos425
gemirá siempre en vergonzosos hierros
mi triste corazón, sin que le obliguen
un duro amor y unos amargos celos
a romper o estrechar el fatal nudo?
No puedo sufrir más. Yo me resuelvo430
a celebrar este funesto enlace:
una vez declarado, a cualquier precio
se deben sostener los intereses
de mi amor y mi gloria. Parte al templo,
haz que todo al momento se prepare435
para la ceremonia. Antes que el cielo
se cubra con las sombras de la noche,
quiero que se concluya este himeneo.
Corre... Pero, ¿tú dudas...? ¿Qué recelas?
ACMETH
Cuanto vos ordenáis en el momento440
correré a ejecutar, pues sólo aspiro
a serviros rendido; pero debo,
señor, representaros que este golpe
va a destruir los rápidos progresos
que hicieron hasta aquí vuestras victorias.445
Vos no ignoráis que habitan este pueblo
muchos bravos amigos de Rogundo,
que se van a irritar. El himeneo
que os enlaza a la sangre de Pelayo,
celebrado en Gijón por unos medios450
tan duros y violentos, es forzoso
que mueva contra vos cuantos aceros
manejan los feroces asturianos.
Vos conocéis muy bien el ardimiento
de estos fieros y altivos naturales.455
Criados en los montes, sus recreos
fueron siempre la lucha y los combates,
aun los brutos, señor, no están exentos
del golpe de sus mazas y sus chuzos;
y aunque pocos sabrán a vuestro intento460
oponer una fuerza irresistible,
nos hallamos sin gente; está muy lejos
quien nos pueda ayudar, y sobre todo
nuestra causa es injusta, cuando ellos,
llevando la razón en favor suyo,465
lidiarán arrestados por sus fueros,
su libertad, su honor y sus hogares.
Señor, dejad que el disimulo, el ruego
y el tiempo mismo ablanden a Hormesinda.
Presentadle las glorias del gobierno470
con mano menos dura, y ofrecedle
un amor más sufrido. El rendimiento
y la ambición podrán al fin vencerla,
y cuando no, señor, vuestros deseos
tienen siempre un recurso a la violencia.475
Sufrid, pues.
MUNUZA
¿Y entre tanto seré objeto
del bárbaro desprecio de una ingrata?
¿La veré siempre sorda a mis requiebros,
mientras su amante en la prisión me insulta?
Y cuando sufro en mi abrasado pecho480
un infierno de celos y de ansias,
¿queréis que el disimulo y que los ruegos
me expongan cruelmente a otros desaires?
No, Acmeth. Los males graves y violentos
no se pueden templar con lenitivos;485
vea Gijón la llama y el acero
en mi mano, y aprenda a respetarme.
No obstante, estimo tu rendido celo,
y en prueba de que aprecio tus avisos
no marcharé al altar sin que primero 490
escuche mis razones Hormesinda.
Parte, pues, y ejecuta lo que ordeno.
 

(Se va ACMETH.)

 


Escena IX

 

MUNUZA.

 
MUNUZA
¡Hormesinda cruel! En este instante,
a pesar de tu odio y de mis celos,
la apacible memoria de tus gracias495
inflama nuevamente mis deseos.
¡Tú triunfas, inhumana! Pero teme
de un amante celoso los extremos,
la muerte de tu hermano y de tu amante,
la ruina de tu patria; los funestos 500
efectos de mi furia y mi cuchilla
serán corta venganza de un desprecio.