Señor, pues me hacéis cargo de un delito,
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hijo de una sospecha, sin dar tiempo | |
a que me justifique,
ya es preciso | 350 |
enteraros de todos mis intentos; | |
pero
antes permitid a mi cariño | |
que os recuerde las
gracias singulares | |
hechas a vuestra patria y a vos mismo.
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Cuando Asturias yacía sepultada | 355 |
debajo de
sus ruinas, y el pie altivo | |
del africano hollaba este
terreno | |
como su vencedor, los beneficios | |
que repartió
la diestra de Munuza | |
templaron de un despótico
dominio | 360 |
y un cautiverio el insufrible yugo; | |
colocado
en Gijón, a sus vecinos | |
y a los próximos
pueblos dicté leyes, | |
no como sustituto de un altivo
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conquistador, sino como un patriota | 365 |
que sentía
mirarlos oprimidos. | |
La nobleza de España y de los
godos, | |
a quien la guerra retiró a estos riscos,
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halló bajo el amparo de Munuza | |
un inviolable
y natural asilo; | 370 |
vuestros altares, leyes y costumbres
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tuvieron un pacífico ejercicio, | |
y de esta capital
los moradores | |
lograron mi amistad. Muy buen testigo | |
sois vos de la blandura de un gobierno | 375 |
que en mano
menos suave hubiera sido | |
un ejemplo quizás de las
miserias | |
que suelen oprimir a los vencidos. | |
Pero nadie
de todas mis bondades | |
en este clima pareció más
digno | 380 |
que el hijo de Favila; a mi confianza | |
os admití,
tratándoos como amigo, | |
y despreciando la razón
de estado, | |
que os hacía temible al berberisco;
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el presuntivo sucesor del trono | 385 |
que perdieron los
godos, distinguido | |
se vio con la privanza de Munuza.
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Para afianzar más bien nuestro cariño | |
os pedí a vuestra hermana; mi ternura | |
os creyó
favorable a este designio. | 390 |
Sin desdeñar la súplica
mi labio | |
imploró vuestra alianza, y vuestro oído
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escuchó con asombro el ruego humilde | |
del que
era a pesar vuestro en este sitio | |
árbitro soberano
de las vidas; | 395 |
pero vos, inflexible, mis suspiros | |
apreciasteis tan poco que un desaire | |
selló vuestra
respuesta. En los principios | |
resolví con las armas
en la mano | |
vengarme de esta ofensa, y el castigo | 400 |
en el primer arranque de mi enojo | |
igual con el agravio
hubiera sido. | |
Pero amor y amistad me contuvieron. | |
Yo
esperaba encontraros más propicio | |
con el tiempo,
y que fuese vuestra hermana | 405 |
menos fiera algún
día a mis suspiros. | |
¡Ah, cuánto me engañaba!
¡Cuán en vano | |
luchaba con la fuerza del destino!
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¡Cuán sin fruto formaba un alto intento, | |
cuya
ruina trazaban mis amigos! | 410 |
En fin, para quitar todo
recurso | |
a mi ardiente esperanza, habéis querido
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acelerar la dicha de Rogundo. | |
Mi fe vio con horror
que en este sitio | |
se iba a encender la antorcha de Himeneo; | 415 |
la amistad y el honor desatendidos | |
me irritaron
contra un odioso enlace, | |
y disponiendo un desagravio digno
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de tan atroz ofensa cuando todos | |
respetaban mi voz,
ahora mismo | 420 |
Munuza va a ser dueño de Hormesinda.
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