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ArribaActo V


Escena I

 

SUERO y algunos ciudadanos de Gijón salen por la puerta de la marina y se encaminan al castillo.

 
SUERO
¡Qué horror, oh santo Dios! De vuestra ira
los efectos se ven en todas partes.
La sangre corre y sobre nuestros muros
la muerte ha desplegado su estandarte.
Pelayo, nuestro apoyo, está en peligro.5
¿Quién de vosotros, quién en este trance
no arriesgará la vida en su defensa?
Si un oportuno esfuerzo no sustrae
su persona del riesgo, nos perdemos.
Oprimidos los nuestros, todo el aire 10
pueblan de tristes y llorosos gritos,
y un eco pavoroso por los mares
va esparciendo el clamor de la venganza.
La victoria, que estuvo vacilante
hasta ahora, se inclina a los infieles,15
y ya el león de nuestros estandartes
se humilla ante las colas africanas.
Pero permite el cielo favorable
que aún nos quede un recurso: este castillo,
que es al presente pavorosa cárcel 20
donde el valor de Asturias desfallece
y donde arrastra una cadena infame
la nobleza española, se ha quedado
sin centinela alguna; en el combate
siguen todos las huellas de Munuza.25
Corramos, pues, a socorrer leales
a nuestros compañeros, franqueando
una salida al mar por la otra parte,
que corresponde al muelle... Mas, ¿qué veo?
 

(KERIM y algunos moros atravesarán el fondo de la escena persiguiendo a los cristianos.)

 
Los nuestros se retiran, y en su alcance30
corren enardecidos los moriscos.
Amigos, al castillo, antes que acabe
de hacemos infelices la victoria.
 

(SUERO y los suyos entran al castillo y después se presenta PELAYO prisionero y ACMETH.)

 


Escena II

ACMETH
Sosegaos, señor, y perdonadme
si serví de instrumento a vuestra ruina.35
Yo venero a mi rey en su estandarte.
Munuza es quien le rige y le obedezco.
Sin embargo, no miro vuestros males
con ánimo tranquilo. Vuestro brío,
siempre, a pesar del riesgo, incontrastable,40
os ha hecho acreedor a nuestra envidia
y nuestra compasión.
PELAYO
El inconstante
capricho de la suerte eleva un día
lo que al siguiente sin razón abate;
un corazón constante nunca debe45
ceder a estas mudanzas; los cobardes
se humillan al destino, pero el héroe
sufre inmóvil su halago y sus embates.
ACMETH
Ve aquí de la virtud el puro idioma.
¡Oh altivos españoles! ¡Oh almas grandes!50
¿De qué te sirve el brío y la bravura,
tostado berberisco, si un desastre
lleva el desmayo al fondo de tu pecho?
PELAYO

 (Mirando al fuerte y a la ciudad.) 

Alto muro, testigo respetable
del antiguo valor de los astures,55
llora nuestra desgracia; las edades
futuras en tus altos torreones
verán luego un padrón abominable
que publique y extienda nuestro oprobio
a la posteridad; el más brillante60
blasón de tu grandeza, Gigia ilustre,
se ha convertido en vergonzosa cárcel.
¡Oh voluble fortuna! ¡Oh tristes tiempos!
Hormesinda...

 (Viéndola.) 

Munuza... ¡Ah,cuántos males
nos van a resultar de esta victoria!65


Escena III

 

MUNUZA, HORMESINDA y los dichos.

 
HORMESINDA

 (Viendo a su hermano.) 

¡Pelayo! ¡Cruel momento!
MUNUZA

 (A PELAYO con falsedad.) 

¡Qué agradables
objetos me presentas, oh fortuna!
Acercaos, señor, felicitadme,
pues logro una victoria tan completa.

 (Se retiran las hachas.) 

Este día que empieza ya a anunciarse70
con luz serena, aplaude mi ventura,
y el astro que le rige favorable
va a mostrarme en la cumbre de la gloria.
Ya vos no pensaréis en disputarle
a Munuza ninguna de sus dichas,75
y pronta vuestra hermana a que se acaben
todas mis inquietudes, con su mano
honrará de mis triunfos el más grande:
así mi amor lo espera.
PELAYO
En fin, tú triunfas,
inhumano me insultas y me abates;80
fascinados tus ojos, no conocen
que la fortuna adula tus maldades
con un honor fugaz y lisonjero.
Tú no temes al cielo, y esas frases
con que insultas la suerte de un rendido,85
de tu pecho descubren el carácter.
Pero, vil, mi virtud, aunque oprimida,
sabrá arrostrar tus furias y tus artes.
MUNUZA
Tú me hablas de virtud y sin embargo
supiste conspirar.
PELAYO
El que combate
90
por defender sus leyes y sus aras
conspira noblemente. Tus crueldades
han hecho justa y santa nuestra empresa,
y si no hubiese el cielo formidable
lidiado en favor tuyo, ya estaría95
libre el mundo de un monstruo tan infame.
MUNUZA
No obstante, se ha dignado el mismo cielo
de proteger al monstruo que tú abates.
Reconoce, orgulloso, en estos golpes
las señas de su ira respetable.100
Tú me llenas de injurias y baldones.
Pero, dime, insolente, ¿qué maldades
distinguen el gobierno de Munuza?
Si España está oprimida, los culpables
delitos de sus reyes con el cielo105
su grandeza arrastraron al desastre.
Hecho el moro señor de todo el reino
por vía de conquista, su estandarte
se fió a la conducta de mi brazo,
y no quise oponer un insultante110
desprecio a esta confianza, y como suele
doblar la frágil caña a los embates
del recio vendaval su dócil cuello,
mientras un soplo asolador deshace
toda la pompa del robusto roble,115
cedí yo a la invasión de los alarbes,
pero fue por comprar con mis servicios
la salud de la patria; mis bondades
y la paz que ha reinado en estos muros
fueron un fruto ilustre de la infame120
conducta que envilece tu osadía.
Tú lo sabes, infiel, tú disfrutaste
la mitad de mi gloria y mis derechos.
Tu engañosa amistad pudo inspirarme
el funesto deseo de una alianza125
que ahora con orgullo insoportable
desdeña tu altivez; y después de esto,
¿querrías que Munuza abandonase
una idea tan justa y ya explicada?
¿Pudiera yo sufrir que en los altares,130
posponiendo mi amor y mis deseos,
otros menos ilustres se aceptasen?
¿Pudiera ver que tú, sin mi noticia
y a mis ojos formabas otro enlace,

 (Señala a HORMESINDA.) 

disponiendo de aquella ilustre mano,135
sin que este atroz desprecio me excitase
a defender mi honor y mis derechos?
Demasiado seguí la voz culpable
de una infiel amistad, y yo debiera,
sin escuchar sus gritos, glorïarme140
de que puedo vengarme y oprimirte...
Sí, yo puedo oprimirte... Pero aún laten
en mi seno los plácidos impulsos
de una misma amistad, y más constante,
cuanto tú más ingrato y más rebelde,145
mueve con fuerza oculta mis piedades...
Por última razón, yo voy al templo
a confirmar mi dicha en los altares;
ya todo se me humilla y nadie puede
oponerse a la gloria de este enlace.150
Si vos le autorizáis, todo lo olvido,
y esta última prueba, que negarle
no debéis a un amigo que os perdona,
sellará mi fortuna y nuestras paces.
PELAYO
No lo esperéis, Munuza; muy en vano155
renováis un proyecto abominable,
que oiré con horror mientras respire.
Yo no quiero admitiros a un enlace
cuyo recuerdo en los futuros siglos
haría mi memoria abominable.160
Ni quiero que se diga en tiempo alguno
que aquel mismo Pelayo que constante
supo burlar las furias de Munuza,
fue a vista del suplicio tan cobarde,
que, manchando la gloria de su cuna,165
mezcló a la de un traidor su ilustre sangre.
Tú me llamas ingrato; pero ahora
veo cuál era el fin de unas bondades
que yo no he pretendido y fueron hijas
de tu ambición perversa e insaciable.170
Ella sólo ha regido tus acciones,
no el amor de la patria, cuyos males
son hoy de tu perfidia triste efecto;
unido estrechamente a los cobardes
hijos e imitadores de Witiza,175
y hecho parcial de la facción infame
del falso don Julián y el traidor Opas,
fuiste de los primeros que al turbante
ofrecieron sus cultos en España.
Tú con estos rebeldes convocaste180
a los feroces pueblos que habitaban
la inculta Berbería, y su estandarte,
junto al de los facciosos, en tu mano
fue susto, fue terror de los leales.
La destrucción, la muerte y los estragos185
que lamenta tu patria, tanta sangre
vertida cruelmente en este sitio,
tantas víctimas tristes, cuyos manes
piden sobre estos muros la venganza,
son de tus intenciones execrables190
eternos y funestos testimonios.
¡Y no tienes rubor de recordarme
los servicios que España te ha debido!
Tú, cuya autoridad es el infame
precio de la perfidia y las traiciones,195
tú, que aún estás sediento de la sangre
de tus conciudadanos, ¿y tú quieres
que Pelayo consienta en un enlace
que manche eternamente su memoria?
No... no..., lejos de serte favorable,200
rindo gracias al cielo, que propicio
en el último extremo de los males
me reserva el arbitrio de abatirte
con la vergüenza de un atroz desaire.
MUNUZA
Tú no tendrás, traidor, por mucho tiempo205
tan bárbaro consuelo; los altares
van a ser los garantes de mi dicha,
y tú vas a morir. Tiembla, cobarde.
Una muerte afrentosa será el fruto
de tus baldones.
PELAYO
Sólo al que es culpable
210
debe asustar la muerte; el varón justo
la espera sin mudanza en el semblante.
Tú debieras más bien estremecerte,
contemplando la suerte miserable
que va a llenar tus días. Rodeado215
de amigos lisonjeros, inconstante
en todos tus designios, receloso,
hecho el horror de todos los mortales
y entregado al voraz remordimiento,
vas a vivir inquieto, inconsolable,220
aborrecido y lleno de aflicciones
sobre el injusto trono. En tus umbrales,
y hasta en el fondo oscuro de tu pecho,
continuamente asistirá la imagen
de la pálida muerte. Su presencia225
vendrá a llenar de acíbar tus manjares,
tu lecho de inquietudes y de sustos;
y tu aprensión de los eternos males,
a que debe su brazo conducirte,
todo te dará horror; a todas partes230
te seguirá mi sombra. Y en fin, siempre
llevarás arrastrando en ese infame
corazón, tu verdugo y tu suplicio.
Triunfa, pues, inhumano, triunfa, aplaude
tu dicha y mi infortunio, que algún día235
pondrá límite el cielo a tus maldades.
MUNUZA
Baste ya de delirios. Profetiza,
hombre iluso, si quieres, mis desastres;
pero corre a sufrir los que merece
tu ciega obstinación.

 (Hace seña a ACMETH de que se acerque.) 

HORMESINDA
¡Oh duro trance!
240
¡Oh conflicto terrible y doloroso!
MUNUZA
Acmeth.
ACMETH
Señor.
MUNUZA
Haced que en el instante
se conduzca a Pelayo al más oscuro
calabozo del fuerte; que se arme
entretanto un suplicio en esta plaza;245
marcha después al templo, y mientras arde
sobre el altar el nupcial incienso,
que muera el que se atreve a despreciarme.
HORMESINDA
Pero, bárbaro, dime...
MUNUZA
Nada escucho.
Que se cumpla mi orden al instante.250
PELAYO
Sí... Yo voy a morir... Recibe, oh cielo
en sacrificio mi inocente sangre.
¡Ah!, pueda ella expiar todas las culpas
que irritan vuestro ceño... En este trance
recuerda, hermana tierna, tus abuelos, 255
tus leyes y tu honor...
MUNUZA
Acmeth, llevadle,
y haced que me reserven su cabeza.
Ella será, traidor,

 (A PELAYO.) 

en mis umbrales
horroroso espectáculo que asuste
a tus imitadores.
 

(ACMETH introduce a PELAYO en el castillo por la puerta que cae a la escena.)

 


Escena IV

 

MUNUZA, HORMESINDA, INGUNDA.

 
MUNUZA

 (A HORMESINDA.) 

Los altares
260
están prontos, venid; la resistencia
os será muy inútil, porque nadie
os puede defender.
HORMESINDA
¡Oh monstruo impío!
¡Hombre el más vil de todos los mortales,
asombro, horror y afrenta de tu siglo! 265
¿Qué espíritu infernal contra la sangre
más ilustre conmueve tus entrañas?
¿Qué furia vierte en ese pecho infame
la rabia pertinaz con que persigues
a una raza inocente? ¿Te persuades270
a que podrá forzarme tu fiereza
a recibir en un funesto enlace
esa mano cruel, mano asesina,
que va a teñirse en la inocente sangre
del infeliz Pelayo? No, no quiero275
unirme con un monstruo; los altares
serán sólo testigos de mi odio...
Pero si acaso en este mismo instante,
víctima del furor de tus ministros,
la vida de mi hermano... Si su sangre280
está pronta a correr... Estoy mirando
el sacrílego acero sepultarse
en su cuello... ¡Qué horror! Yo me estremezco.
Ahora mismo un brazo formidable...
¡Cruel, suspende el orden inhumano...!285

 (A MUNUZA como fuera de sí.) 

¿No escuchas los gemidos lamentables
que se oyen en el centro de la tierra?
¡Oh Dios, del hueco de las tumbas salen
las sombras de los que has asesinado!
Yo las oigo... Las veo... Mira, infame,290
en las trémulas manos los cuchillos,
que están aún teñidos en su sangre;
sobre ti abren las oscuras bocas
y, fijando en tus manos criminales
la vengativa y macilenta vista,295
corren despavoridas a buscarte;
todas ya te rodean... En tu seno
van a clavar rabiosas los puñales.
Huye, bárbaro... ¡Oh Dios, de nuevo se oyen
los tristes alaridos...! ¡Duro trance!300
No puedo sostenerme, Ingunda.
 

(HORMESINDA cae desmayada en los brazos de INGUNDA, y a este tiempo sale ACMETH apresurado por la puerta del castillo, y MUNUZA asustado le sale al paso.)

 


Escena V

 

MUNUZA, HORMESINDA, INGUNDA, ACMETH.

 
ACMETH
Presto, señor.
MUNUZA
¿Qué es esto, amigo?
ACMETH
Ahora salen
todos los prisioneros del castillo.
Mientras duraba el anterior combate
todo el fuerte quedó sin centinelas,305
y aprovechando este feliz instante,
el traidor Suero y otros violentaron
las prisiones... Al punto los cobardes
corren y se apoderan de las armas;
furioso Rogundo a todas partes310
lleva el horror, la muerte y el estrago.
Apenas a su vista formidable
se presentó Pelayo entre cadenas,
cuando lleno de ira y de coraje
se arroja entre las picas; hiere, mata,315
atropella, y bañado en nuestra sangre
nos arranca la presa; el desdichado
Kerim muere a sus manos; el combate
prosigue sostenido por la guardia,
cuyos cabos, valientes y leales,320
aumentan el destrozo. Pero todos
los sediciosos lidian implacables,
sin temor de la muerte, y los oprimen.
Yo os vengo a suplicar que en este trance
cuidéis de vuestra vida; de ella solo325
pende nuestra victoria, y si faltase,
¿quién pudiera libramos de la rabia
de un pueblo enfurecido?
MUNUZA
¡Oh suerte instable,
hado perverso! ¡En qué profundo abismo
precipitas mi gloria en este instante!330
¿Que conserve la vida me aconsejas,
y arriesgo la venganza? No, cobardes,
yo no os veré triunfar...
ACMETH
Señor,¿adónde
corréis de esta manera?
MUNUZA
¡Almas infames!
Pues, ¿qué, podré sufrir que el vil Pelayo335
salve su odiosa vida, y sin vengarme
volveré a estar expuesto a sus baldones?
La muerte me será más tolerable
que su infame presencia.
HORMESINDA
¡Justo cielo!
Yo empiezo a respirar, pero el combate340

 (Se oye ruido de armas.) 

parece que de nuevo se ha encendido,
crece el rumor y cada vez más grande
se hace la confusión... ¡Ah, si los nuestros
cansados...! Mas, ¿qué veo? ¡Oh, Dios afable!
Protegedles.


Escena VI

 

PELAYO, algunos españoles y los dichos.

 
PELAYO
La vida, amigos míos,
345
no se debe apreciar en este instante;
perdámosla en defensa de la patria.
 

(PELAYO y algunos de sus amigos saldrán por la puerta del castillo a la escena, retirándose de los moros y peleando al mismo tiempo.)

 
MUNUZA
Acmeth, amigos, guardias; destrozadle.
HORMESINDA
Bárbaro, ¿dónde vais? ¡Ay, triste hermano!
 

(PELAYO pierde la espada y procura cobrarla, defendido de los suyos. MUNUZA corre hacia él con un puñal en la mano; en este tiempo se habrá descubierto ROGUNDO en el fondo de la escena, quien advirtiendo el peligro en que está PELAYO, corre a herir a MUNUZA; ACMETH, que advierte la acción de ROGUNDO, procura estorbarla para defender al tirano, de modo que interpuesto entre MUNUZA y PELAYO, defiende sin arbitrio la vida de éste y no la de MUNUZA, que cae herido por ROGUNDO.)

 
PELAYO
Sin la espada ya es fuerza.


Escena VII

MUNUZA y ROGUNDO

 (Los dos a un tiempo.) 

Muere, infame.
350
 

(MUNUZA corre a PELAYO y ROGUNDO a MUNUZA.)

 
ACMETH y HORMESINDA

 (Los dos a un mismo tiempo.) 

¿Qué haces, traidor?
 

(ACMETH queriendo estorbar a ROGUNDO, HORMESINDA a MUNUZA.)

 
MUNUZA
¡Ah, bárbaro, yo muero!
 

(MUNUZA cae en los brazos de ACMETH. PELAYO se asegura de HORMESINDA, y ROGUNDO, con los demás cristianos, sale persiguiendo a los moros.)

 
ROGUNDO
Compañeros, seguid a estos cobardes,
que el cielo nos protege.


Escena VIII

 

PELAYO, HORMESINDA, MUNUZA, ACMETH, INGUNDA.

 
PELAYO
Reconoce,
hombre cruel, en este horrible trance,
el brazo poderoso que me venga355
y pone fin a todas tus maldades.
MUNUZA
Tú has vencido, traidor. El cielo injusto
sobre mí ha descargado en este instante
los tormentos que yo te destinaba;
yo pierdo un trono, pierdo un alto enlace360
y pierdo, en fin, mis grandes esperanzas;
pero éste es el menor de mis pesares.
Tú vives, tú triunfas a mis ojos:
yo muero desairado y sin vengarme,
y esta idea, dos veces afrentosa, 365
me aflige y atormenta en este trance
aun más que las angustias que me cercan.
¿Por qué, oh muerte, has querido arrebatarme
la venganza más fiera y más gloriosa?

 (A HORMESINDA.) 

Acércate, cruel, mira en mi sangre370
el fruto de mi amor y tus rigores.
Querido Acmeth, yo muero sin premiarte;
corre a excitar la ira de los tuyos,
llévales mi rencor...

 (A PELAYO.) 

Tiembla, cobarde,
espera un fin igual al de Rodrigo.375
Ya mis fuerzas... Amigo, separadme
de estos viles objetos que me cercan
y llevadme a morir en otra parte.
 

(ACMETH se lleva a MUNUZA.)

 


Escena IX

 

PELAYO, HORMESINDA, INGUNDA.

 
PELAYO
¡Ay, hermana, de qué terrible riesgo
nos ha librado el cielo favorable!380
HORMESINDA
A Suero y a Rogundo les debemos
la vida y el honor. ¡Oh, tierno amante!
Pero él se acerca.


Escena X

 

ROGUNDO y los dichos.

 

 (A ROGUNDO.) 

¡Oh dulce y fiel esposo!
¿En fin puede mi afecto inalterable
gozar de vuestra vida sin zozobra?385
Ya el tirano murió.
ROGUNDO
Tocó su infame
corazón esta espada; mas la muerte
fue justa recompensa de los males
que ha causado a la patria y a nosotros.
En fin, ya empieza España a recobrarse390
de una injusta opresión.

 (A PELAYO.) 

Y vuestra vida,
señor, es un anuncio el más constante
de los triunfos que el cielo nos ofrece.
PELAYO
Yo os la debo, señor, y en esta parte
a vos también se deberá la gloria.395
Vamos, pues, a buscarla; vamos antes
que puedan los contrarios rehacerse;
huyamos de estos fúnebres parajes
a buscar un asilo en las montañas.
En su fragosa cima insuperables400
seremos al orgullo berberisco,
y si entretanto llega algún instante
de menos inquietud, agradecida
dará Hormesinda a tan heroico amante
la apetecida mano.

 (A SUERO, que sale.) 

¡Tierno amigo,
405
nuestro libertador! Corre a abrazarme.


Escena XI

 

SUERO y los dichos.

 
SUERO
Ya todo está en quietud. Los agarenos,
que huyeron asombrados del combate,
van ya lejos del puerto; sus galeras
les dieron un asilo, y los cobardes410
salvan, favorecidos de los remos,
el resto de sus vidas execrables.
Pero, señor, se sabe que Munuza
para poder mejor asegurarse
en sus viles ideas, ha pedido415
socorro a los soldados que se esparcen
por las costas de Asturias y Vizcaya.
Ellos vendrán sin duda a este paraje
con el primer aviso, y pues nosotros
pudimos redimir de tantos males420
vuestra ilustre persona y nuestras vidas,
vamos, aprovechando estos instantes,
a buscar otro asilo más seguro,
donde la libertad que aquí renace
se afirme con acciones valerosas.425
HORMESINDA
¡Oh, feliz día! ¡Oh, día memorable!