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La mujer cubana

Concepción Gimeno de Flaquer





Qué ideas tan falsas abrigaba yo acerca de las cubanas, cuando en enero de 1887 pisé por vez primera las playas habaneras!

Habíanme ponderado tanto la negligencia y apatía, la pereza (me resuelvo a decirlo) de la hija de los trópicos, que llegué a pensar era la cubana, más que mujer, una muñeca que se movía por medio de resortes mecánicos.

Mi primer cuidado, al instalarme en el espléndido Hotel de Inglaterra, fue asomarme al balcón de una de las habitaciones que ocupaba, esperando que la casualidad me deparase la satisfacción de conocer pronto a la mujer habanera. El lugar donde está situado el Hotel de Inglaterra es el mejor de la ciudad, pues se halla frente al Parque. Las tintas crepusculares iban a extenderse en breve por el horizonte, y la hora de salir a los paseos se acercaba.

¿Cómo andará la mujer cubana? me preguntaba yo. Sus movimientos deben ser lánguidos, sus pasos fatigados y pesados: su pie dejará surco, porque se arrastrará sobre la arena. Pero no, no la veré andar; porque la cubana, según me la han pintado, no anda; se deja conducir muellemente en el quitrín, del que no se apea jamás. No tardó en desvanecerse mi error; en vez del quitrín empecé a divisar el aristocrático landeau, y tras este una serie de vehículos muy elegantes, que revelaban el buen gusto francés. Faltábame la gran emoción: ver a la cubana a pie. Poco tiempo pasé sin realizar tal deseo; mas cuán grande fue mi asombro al encontrarme en vez del paso torpe y tardo que me habían hecho suponer, con un andar airoso, gentil y gallardo, o por mejor decir, sandunguero. Las cubanas son flexibles y esbeltas, y tienen un pie que, como diría un poeta oriental, puede encerrarse en el cáliz de un jazmín. Cuando un vate español describió elegantemente las bellezas de un pie femenino, debió referirse al pie de la cubana; pues el poeta dijo así:


Era un pie de bayadera,
y de sílfide y de ninfa,
un pie que valsar pudiera
de un lago en la clara linfa,
sin que el agua lo advirtiera.

Los que se hayan fijado en el pie de la cubana encontrarán exacta la descripción: así la encuentro yo.

Retireme del balcón encantada de haber cambiado mis impresiones de un modo tan favorable a las cubanas, y ya solo ambicioné hablarlas, alentando las más bellas ilusiones. No se desvanecieron estas cuando al día siguiente vinieron a visitarme varias damas, pues mis amables colegas habían anunciado en los periódicos, con frases muy halagadoras, mi llegada.

«Venimos a saludar a la cantora de la mujer», me dijo con gran soltura una habanera; «aquí leemos mucho, y ya conocíamos a la defensora de las mujeres». Esto, acompañado de otras frases, rápidas, agudas y corteses, dichas con melodiosa voz, prodújome el mejor efecto. Mientras duró la conversación, fijeme en los ojos de aquellas interesantes señoras, en los cuales reverberaba la inteligencia de tal modo, que sus miradas parecían expresar los pensamientos con más vehemencia que la palabra.

A los quince días de hallarme, en la perla de las Antillas, mis relaciones con el sexo hermoso, las cuales prefiero siempre por ser las más difíciles de obtener, se habían aumentado tanto, que era considerable el número de mis amigas. Esto no sorprenderá a los que sepan que la mujer cubana es expansiva, sociable, decidora, animadísima, y no apática, como la pintan los que no la conocen. La mujer cubana posee el chispeante ingenio de la madrileña, la esbeltez de la valenciana, la gracia de la andaluza y la elegancia de la francesa. Su imaginación es viva y soñadora, su trato fino, su frase cadenciosa, arrulladora, su corazón vehemente y generoso. Ella tan alegre, tan bulliciosa, tan amante de las fiestas, se halla muy familiarizada con el dolor, pues a causa de las enfermedades endémicas que tantos estragos hacen en los peninsulares, conviértese frecuentemente en cariñosa enfermera.

He visto a una cubana renunciar a un baile donde debía lucir un soberbio traje, por acompañar a una amiga que presentaba los síntomas del vómito. ¡Hermosos sentimientos posee el corazón de la cubana! ¡Si Cuba es conocida en el mundo como la tierra más hospitalaria, debe esta reputación a sus mujeres!

La mujer cubana, encantadora en la vida social, es admirable junto al lecho del enfermo.

Y no creáis que el ardoroso clima la enerva y la hace inepta para las faenas domésticas: pudo en otras épocas en que la abundancia del país permitía mayores comodidades, haber fiado a numerosos criados las tareas de su casa; pero hoy que cada familia no cuenta más que con los sirvientes necesarios, las damas más distinguidas toman la iniciativa para distribuir los trabajos de la casa, velando por el orden en ella. Visitando a una familia de alta clase, demostró mi asombro al fijarme en que la aristocrática mano de una cubana moviera la máquina Singer, y la señora de la casa me contestó: quiero que mis hijas sepan hacer sus trajes, para que si no pueden tener modista, no vayan ridículamente vestidas.

Tampoco es ajena la mujer cubana al movimiento intelectual que se ha despertado en las Antillas desde hace algunos años, y sus progresos los han referido detalladamente los reputados escritores Rafael Merhan y Ramón Ignacio Arnao. En efecto, la mujer cubana se matricula en la Universidad, diserta en las conferencias públicas, escribe versos y novelas, representa comedias, canta óperas, y deja huellas de su inspirado pincel en bellos lienzos.

Todos conocéis el nombre de la distinguida literata Luisa Pérez de Zambrana, y no necesito encomiarla; tampoco insistiré en celebrar a la ilustrada Domitila García de Coronado, consagrada a biografiar a las cubanas que se distinguen por la inteligencia o por sus sentimientos filantrópicos: debo mencionar también a la poetisa Aurelia Castillo de González, autora de las famosas octavas de Carlota Corday.

También cultivan las letras con éxito Juana Poo, María Josefa Bernett, Úrsula Céspedes de Escanaverino, Eloísa Pérez, Rosa Kruger, Rosario Arango, Manuela Camino de Beola, la tierna Matilde Matamoros y la fecunda Nieves Xenes. Quiero mostraros el estilo de esta inspirada poetisa, reproduciendo una de sus composiciones tomada al azar. Vedla:




Ante una tumba


   Con voz más triste que el gemir del viento
Cuando en la noche quejumbroso zumba,
Este doliente y tétrico lamento
Lanzaba una mujer junto a una tumba:
   «Hasta el fondo sombrío y pavoroso
De tu lóbrega y fría sepultura,
Va de mi acento el eco doloroso
A hablarte de mi amor y mi ternura.
   «Desde que comprendí, de espanto helada
Sintiendo el corazón de muerte herido,
Que en vano te buscaba mi mirada
Y te llamaba en vano mi gemido;
   «Se agota en noches, sin quietud ni calma,
El raudal de mis lágrimas ardiente.
¡Qué abismos de amargura hay en mi alma!
¡Qué siglos de dolor sobre mi frente!
   «Tiendo en torno la vista entristecida,
Y de pavor, enajenada quedo:
Del árido desierto de mi vida
La soledad inmensa me da miedo.
   «¿Dónde voló aquel tiempo en que, extasiada,
Sintiendo el corazón gozo y tormento,
Me inundaba la luz de tu mirada,
Me embriagaba el perfume de tu aliento?
   «En que escuchaba, ansiosa y delirante,
Tu acento que calmaba mis enojos;
Y clavaba la vista en tu semblante,
Queriendo devorarte con los ojos?
   «En que trémula y muda te miraba,
De mi amor impetuoso en los excesos,
En tanto que en mis labios palpitaba
Vivo tropel de apasionados besos?
   «¡Aquel tiempo de angustia abrumadora,
De ardientes ansias y terribles celos,
¡Ay! aquel tiempo de dolor que ahora
Me parece un trasunto de los cielos!
   «La pena que me oprime, cruel y dura,
Por instantes la vida me arrebata;
Que es este amor, que el seno me tortura,
Un amor que no muere, sino mata.
   «¡Adiós! Queda durmiendo en dulce calma,
De la muerte en la noche oscura y fría.
Yo me alejo llevándome en el alma
Una noche más triste todavía.»
   Lágrimas ardorosas derramando,
Inclinada la faz, pálida y mustia,
Con lento paso se alejó, exhalando
Hondos sollozos de mortal angustia.

Descuellan en el arte pictórico Ángeles Adám, Elisa Visino, Adela Betancourt, Margarita Jorrin, Elvira Jarafa, Adriana Villeni, Rosa San Pedro, Magdalena Kellen, Elisa López, Aurelia Cabrera Casañas, Dolores Alburu, Isabel Pourte y Loreto C. de Polo.

Más fácil es encontrar todavía en el divino arte notables aficionadas, por ser la música una de las bellas artes más cultivada. Sobresalen entre un gran número de señoritas, que sería prolijo enumerar, en el canto, Margarita Pedroso, Úrsula Delville de Miró, Francisca Samá; en el piano, Natalia Broch, Angelina Sicouret, Úrsula Coimbra, María Adám y Ángeles Peña, distinguiéndose como violinista, Josefina Piñero y Fernández.

Dignas de honrosa mención son las cubanas que, venciendo no solo las preocupaciones de su sexo, sino los escollos con que tropezaron antes de llegar a pisar las aulas universitarias, se han consagrado a ciencias áridas y difíciles con la mayor perseverancia. La valiente iniciativa partió de la Srta. Laura Martínez de Carvajal, que ha alcanzado brillantes notas en la Facultad de Ciencias y en Medicina, habiéndola secundado dignamente en los estudios universitarios, María Pimentel y Peraza, Srtas. Figueroa, Asunción Menéndez y Díaz, María Pimentel, Adela Jarafa, Asunción Menéndez y Domínguez, Francisca Rojas, Sabater de Astudillo y otras.

Muchas ocasiones tiene la mujer cubana de lucir sus méritos intelectuales, pues desde que se extinguieron antiguos rencores entre criollos y peninsulares, estos se han asociado a los hijos de Cuba, no solo para importantes empresas, sino para la creación de Liceos y Sociedades filantrópicas y recreativas. Se sostienen con éxito las Sociedades denominadas del Pilar, Centro Habanero, Caridad del Cerro, Centro Gallego, Progreso, Centro Asturiano, Liceo de Regla, Liceo de Guanabacoa, Centro Catalán y Colla de Sant Mus. Sería ingratitud no mencionar las atenciones que me tributaron estas dos Sociedades, que son las que brillan con mayor esplendor en la Habana. El Centro Catalán me dedicó una brillante velada, en la que tomaron parte notables músicos, poetas de la talla de José Triay, y oradores tan elocuentes como Valdivia y Blanch. Obsequiome la Colla de Sant Mus con una artística corona de oro, que estimo en mucho.

El Centro Catalán está presidido por el Sr. D. Prudencio Rabell, y la Colla de Sant Mus por el Sr. D. Ventura Trotcha: ambos son catalanes. Parece que los hijos de la tierra de Vifredo y de Balmes son los que más figuran entre los peninsulares de la Habana, pues a la iniciativa de otros distinguidos catalanes se deberá el templo que se está erigiendo a la Virgen de Montserrat1.

Gratas, gratísimas son las impresiones que guardo de mi breve permanencia en la Habana, y puedo asegurar que jamás olvidaré a las interesantes hijas de los trópicos. ¡Cómo olvidarlas! La mujer cubana, poética, sentimental y soñadora, tiene en su tez el blanco aterciopelado del nardo; en su talle de sílfide, la flexibilidad del junco; en sus rasgados ojos, la melancolía de la mirada árabe; en sus negros cabellos, los reflejos del azabache, y en su mágica frase, una entonación rítmica, que reproduce fielmente los murmurios de la brisa al acariciar las ceibas y las palmeras que se cimbran gallardamente ante la reina del Atlante.

Concepción Gimeno de Flaquer.-México, 1890.





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