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Proyectos de promoción de la mujer (al amparo de la Económica Matritense)

La mujer adquiere en el siglo XVIII una madurez social que no había alcanzado en épocas anteriores. Existe, incluso, una colaboración activa de la política oficial para promoverla y mejorar sus niveles educativos. Y, superando atávicos comportamientos del pasado, asume sus propias responsabilidades, cobra conciencia de su estado femenino, accede con más frecuencia al mundo de la cultura. Todas estas circunstancias, a pesar de ciertas limitaciones, han elevado su condición social.

Aunque las discrepancias en torno a la cuestión femenina siguen perviviendo a lo largo de la centuria, para los gobernantes ilustrados el asunto no se planteaba sólo a un nivel general o abstracto. El desarrollo de la Ilustración y el asentamiento en el gobierno de gente amante del progreso, sobre todo a partir de la subida al trono de Carlos III, ponen de actualidad nuevos proyectos en torno a la mujer. El político reformista manifiesta mayor interés en las cuestiones prácticas para promover realmente a la mujer: su educación, su participación ciudadana comprometida, más allá de las meras frivolidades, mientras que recrimina cualquier desviacionismo hacia la ociosidad, el lujo, el mal gusto. Pistas propuestas se dirigen en especial a las damas de la aristocracia y de la burguesía adinerada a quienes se les quiere dar responsabilidades públicas, lejos de su tradicional apartamiento, para que sirvan de modelo al resto de los grupos sociales, colaborando de este modo con la política oficial. En este sentido afirma Palacio Atard:

En el siglo XVIII la reivindicación de la condición femenina se acelera con la tenaz iniciativa de los gobernantes y de los educadores; iniciativa masculina a la que la mujer aporta, ahora, resueltamente, su propia colaboración [...] La mujer pasa a ocupar un plano destacadísimo en la vida social no sólo como pieza clave de la familia, sino en actividades extrafamiliares de interés público146.



Importaba sobre manera que el Estado adoptara políticas eficaces para la promoción de la mujer. Favorece su participación en la vida social y cultural por medio de una clara actitud intervencionista. Por primera vez en 1766 se admite a una mujer, Mariana de Silva Bazán, en la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, aunque el resto de las academias fueron menos generosas en aceptar la participación femenina a lo largo del siglo. Las Sociedades Económicas, vehículo privilegiado de la Ilustración, iban a desempeñar en este sentido un importante papel como podemos comprobar con la actuación de la Matritense y de la Bascongada, acaso las dos organizaciones más solventes.

Desde su fundación en 1775 se empieza a plantear en la Real Sociedad Económica Matritense la necesidad de integrar en la misma a algunas de las esposas de los socios. La historia de su aceptación, que cuentan con detalle Fernández-Quintanilla, Demerson y otros estudiosos, muestra un panorama desalentador por las incomprensiones incluso en ámbitos tan ilustrados como los de estas instituciones147. A pesar del apoyo inicial del conde de Campomanes, no hubo una respuesta pública de la Sociedad. El socio José Marín manifiesta una opinión plenamente favorable a su ingreso con el propósito de que puedan trabajar en aquellos campos que elijan, y procurando que salgan de su perversa inacción, se aficionen a las letras y puedan de este modo colaborar en la transformación de la sociedad. Concluye su discurso con rotundidad:

Los entendimientos no tienen sexos, ni las almas se diferencian como los cuerpos. Algunos dicen que el país puede fomentar sus artes, industria y agricultura sin que las damas entren en las Sociedades Económicas. Es cierto que ello no es requisito absolutamente necesario para los buenos efectos que prometen sus talentos y aplicación. Pero también lo es, que es imponderablemente mayor el estímulo para lograrlo, la esperanza de acreditar su celo con sólo incluir sus nombres en la lista de Amigos del País148.



En la década de los 80 podemos confirmar que existe una promoción oficial de la mujer según deducen los historiadores del fenómeno, siendo la prensa un órgano privilegiado. Destacó en esta empresa la revista ilustrada el Memorial Literario, que publicó varios trabajos al calor de la polémica de la Matritense. El fallecimiento de la citada Mariana de Silva Bazán (1740-1784)149, duquesa de Huéscar y Arcos, madre de la futura duquesa de Alba, mujer de selecta educación y gran sensibilidad artística, que fue motivo de recuerdo por su dimensión cultural: pintora, y autora de poesías líricas y traducciones del francés perdidas. El artículo que recogía sus méritos añadía:

Ha sido sentida y llorada de todos aquellos que de cerca le han tratado, y los pobres principalmente los encarcelados de la villa, consolados con frecuencia con sus copiosos bienes, la echarán de menos perpetuamente. En la República de las Letras quedará eterna su memoria, pues por su inclinación y pericia en las tres nobles Artes de Pintura, Arquitectura y Escultura, esta Real Academia la nombró Académica de Honor y Directora Honoraria, con voz y voto, asiento y lugar preeminente en 20 de julio de 1766. Y no solamente en España quedará ceñido su nombre, sino también será perpetuado en los reinos extranjeros principalmente en la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo, en Rusia, que también la nombró socia libre, honoraria en el mismo año150.



Proyecto oficial parece también, para ahondar en las mismas intenciones, uno de los episodios más curiosos de la cultura femenina del XVIII: la elección como doctora en la Universidad Complutense de María Isidra Quintina de Guzmán y la Cerda, hija del conde de Oñate, marqués de Montealegre, duque de Nájera..., que había nacido en Madrid en 1768151. Mostró un raro ingenio desde temprana edad, noticia que había llegado hasta la corte. Tenía diecisiete años cuando desarrolló en la erudita lengua latina académica, el 6 de junio de 1785, una exposición sobre el texto de Aristóteles «Anima hominis est spiritualis», llevada a cabo con sumo talento y profundidad, según atestiguan las crónicas. Todas las dificultades que provocó lo insólito del suceso se solventaron con la participación personal del ministro Floridablanca «en razón de las sobresalientes cualidades personales de que está dotada». Rodado vino su nombramiento como catedrática honoraria de filosofía moderna de la misma universidad y su admisión en el mes de diciembre como miembro de la Academia de la Lengua, donde leyó una Oración eucarística (1785)152, o sea de agradecimiento, discurso que le parece a Serrano y Sanz «pobrísimo en ideas y una logomaquia»153. El suceso fue recogido en toda la prensa madrileña que publicó la noticia puntual de los hechos culturales vividos por esta joven mujer, que se presentaba a la sociedad como modelo a seguir por las de su clase social, la aristocracia154. Para cerrar este episodio oficial la nueva doctora publicó un Discurso de agradecimiento con especiales recuerdos del «gran Carlos», rey de España155.

Todavía durante este año de 1785 fue nombrada Socia Honoraria y Literata de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País156. El 25 de febrero de 1786 fue recibida, con grandes alharacas, con una nominación similar en la Sociedad Económica de Madrid, para cuyo ingreso leyó una Oración del género eucarístico157, dejando constancia de este nuevo episodio en el Memorial Literario, que incluso recogió un completo extracto de la misma158. En este discurso de acción de gracias critica la decadencia del siglo pasado con tintes muy oscuros, mientras elogia los adelantos del presente gracias a la gestión de «Felipe el animoso» y «el gran Carlos» a quienes adereza innúmeras alabanzas. Salvo la actividad cultural de estos dos años locos que hubo de vivir la joven literata, los biógrafos recogen escasos trabajos de interés de la nueva doctora como si de golpe se hubiera apagado su numen. Nelken reconocía la arbitrariedad de este suceso y su evidente sentido propagandístico, ya que «no ha dejado ninguna obra que merezca la admiración de la posteridad»159, mientras que Fernández-Quintanilla se despachaba con la cruel ironía de que «fue magnífica esposa y madre de familia»160. En 1803 contrajo matrimonio con Rafael Alonso de Sousa, marqués de Guadalcanar, con quien se trasladó a vivir a la ciudad de Córdoba, donde moriría dos años más tarde.

En el mismo artículo del Memorial Literario donde se daba cuenta de esta historia de la Doctora de Alcalá, se insertaba un «Catálogo de escritoras ilustres», de la que ella era miembro destacado161. La relación se inicia en Isabel la Católica hasta los tiempos presentes: «Llegamos a nuestro siglo, ¿y será por ventura escaso de mujeres ilustres?». En la repuesta menciona los nombres de la infanta Carlota Joaquina, Catalina de Caso, Mariana Alderete, María del Rosario Cepeda, Teresa Guerra, Escolástica Hurtado, María Antonia Fernández Tordesillas, Josefa Amar y Borbón, que cierra con la novedad de María Quintina de Guzmán. En fechas posteriores, proponía el periódico a la recién fallecida María Francisca de Navia y Bellet, marquesa de Grimaldi, como modelo de mujer culta y literata. Aprovechaba la ocasión para reflexionar con sensibilidad reformista:

Una de las más nobles prendas que el hombre logra sobre todas las criaturas vivientes y sensibles es la razón; y una de las obligaciones que su indescriptible derecho le impone es el cultivo de ella. No hay distinción de sexo, hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos en todas edades, en todos estados deben aprovechar el tiempo en perfeccionar el alma, llenarla de conocimientos, adornarla de virtudes y aspirar a la felicidad. La diferencia de clases en la República, y de mayor o menor proporción para adquirir estas perfecciones, son causa de la mayor o menor instrucción y empleo de sus talentos. Las Señoras Ilustres nunca tendrán disculpa de no aplicarse a las letras, y parece que defraudan una parte de su gloria en no dedicarse a ellas162.



Estas palabras sirven de pórtico para hacer un breve recuento de la biografía de la marquesa, casada en 1750 con el marqués de Grimaldi, con particular atención a sus aficiones literarias. Según constata, bajo la supervisión de su ayo el irlandés nacionalizado Bernardo Ward, famoso economista, su familia le inculcó desde niña: «afición a las letras, le enseñó la Gramática, Retórica, y Filosofía»; aprendió a la perfección las lenguas española, francesa, italiana, inglesa y alemana, que «las traducía, leía, escribía y hablaba, y tuvo bastante conocimiento de la griega»163. Además fue conspicua literata:

Aunque compuso esta Excelentísima Señora en la edad más madura excelentes versos latinos y castellanos, y tenía hechas algunas traducciones del latín y del francés, pocos años antes quemó por su mano todos los borradores, dejándonos por esta causa en el desconsuelo de no poder aplaudir su erudición y producciones literarias164.



Basta el recuerdo del ejemplo de una noble que supo aprovechar su estado para hacer que prosperara la condición de la mujer.

Estos episodios sirvieron, sin embargo, para activar la antigua demanda de la participación de la mujer en la Económica Matritense, institución que no podía esconder por más tiempo el tema. En el Memorial Literario de abril de 1786, podemos seguir puntualmente el desenlace de la historia en un artículo promovido por dicha Sociedad, donde se habla de la presencia femenina en la cultura española165. Confirma abiertamente que han existido señoras que han participado con acierto en la literatura, tanto en el pasado como en el presente, «pero la aplicación a las ciencias en las mujeres se ha tenido por cosa extraordinaria y ajena a su sexo, limitándolas a la inteligencia y manejo de la economía doméstica, a los hilados, tejidos y otras labores mujeriles»166. Por el contrario reconoce que en otros ámbitos pueden ser útiles. También lo sería si colaboraran en la Matritense, como prueba la larga disertación de Jovellanos que venía después: «Discurso en que se prueba que las señoras deben ser admitidas por Socias, con las mismas formalidades y derechos que los demás individuos»167.

En el número de mayo de la misma revista, el conde de Cabarrús remitía un «Discurso sobre la admisión de señoras en la Sociedad Económica de Madrid»168 con un parecer negativo en extremo, pues cavilaba que aceptarlas era ir en contra de los signos de la historia que tradicionalmente las había apartado «de las deliberaciones públicas». Añadía sin complejos:

A estas mujeres no se les ha ocurrido tratar con otras mujeres sus guerras, luchas y proyectos. No dieron ninguna nueva autoridad a su propio sexo y lo siguieron teniendo reducido a su mundo, que es el doméstico. Si las mujeres importantes no habían cambiado la situación de las otras mujeres, ¿por qué habían de hacerlo los hombres? Era pasarse de listos para dar en rematadamente tontos169.



Sostenía que, como mucho, se les podía conceder el título de Honorarias. Y esto sólo «a las que merezcan y aprecien este distintivo». No deja de ser extraña esta postura en un ministro ilustrado, padre de la inquieta Teresa Cabarrús, y promotor de una moderna ley del divorcio que no llegaría a buen puerto. A favor como hemos adelantado, aunque con ciertas limitaciones, se expresaba el mismo Gaspar Melchor de Jovellanos reconociendo sus derechos, a pesar de que se advirtiera la creencia oculta de que en la situación actual no participarían:

Pero no nos dejemos alucinar de una vana ilusión. Las damas nunca frecuentarán. El recato las alejará perpetuamente de ellas. ¿Cómo permitirá esta delicada virtud que vengan a presentarse en una concurrencia de hombres de tan diversas clases y estados? ¿A mezclarse en nuestras discusiones y lecturas? ¿A confundir su débil voz en el bullicio de nuestras disputas?170.



Terció en la polémica nuestra Josefa Amar y Borbón, miembro de la Sociedad Económica Aragonesa, quien remitió en defensa de las damas un bien trabado «Discurso en defensa del talento de las mujeres, y de su actitud para el gobierno», aparecido en el Memorial Literario en agosto de 1786, ya mencionado en páginas anteriores171. El relato de la historia en el que se inserta el artículo explica los antecedentes del debate y sugiere la conveniencia de «que el bello sexo hablase y se le oyese»172. La suya acabó siendo la reflexión más completa y solvente, de una persona que por otra parte ya era socia de una Sociedad Económica y que por lo tanto revelaba que no se trataba de ninguna extraña realidad. La capacidad intelectual y el talento de las mujeres se ha convertido en una discusión eterna, en la que no acaban de ponerse de acuerdo los que discuten sobre este asunto. Disfrutan de idéntica capacidad intelectual que ellos, aunque la falta de educación hace que muchas vivan en una ignorancia supina. Ellos las desprecian por este motivo, y aquéllas acaban creyendo que carecen del talento y sólo pueden dedicarse a frivolidades. Es necesario que desaparezcan, tanto en la opinión de los varones como en el criterio de las damas, estas reticencias en toda la sociedad: «Si como ésta da el principal valor de todas las mujeres en la hermosura y el donaire, le diese a la discreción presto las veríamos por adquirirla como ahora lo están por parecer hermosas y amables»173. Ellos tratan de manera inadecuada a las mujeres, haciéndolas esclavas, dependientes, no valorando su natural capacidad intelectual, cosa que recrimina con pluma airada. Nadie puede ignorar que la mujer ha colaborado desde hace tiempo en tareas intelectuales:

Ninguno que esté medianamente instruido negará que en todos tiempos y en todos los países ha habido mujeres que han hecho progresos hasta en las ciencias más abstractas. Su historia literaria puede acompañar siempre a la de los hombres porque, cuando éstos han florecido en las letras, han tenido compañeras e imitadoras en el otro sexo174.



Confirma este aserto con datos de personajes femeninos ilustres en la historia universal, mientras asegura con firmeza que «en España no se han distinguido menos las mujeres en la carrera de las letras. Si se hubiera de hablar de todas con la distinción que merecen, formarían un libro abultado»175. En conclusión, si no existe ninguna duda sobre la capacidad intelectual de las mujeres, no parece razonable que no se les admita en las Sociedades Económicas donde pueden llevar adelante un trabajo útil para el Estado, por lo que no tiene más remedio que aconsejar su integración en la Matritense. Una «Carta» de Juan Antonio Hernández de Larrea, socio de la Aragonesa, valora de manera elogiosa estas palabras mientras reclama «yo me alegraría infinito se publicara y corriese por todas manos el sabio papel que vuestra merced ha escrito, que convencería a los preocupados y desdeñosos».

Esta aportación de la ensayista aragonesa orientó de manera definitiva los pareceres. También fue decisiva la participación del citado socio José Marín, ayuda de cámara del rey, que observaba con claridad las posibilidades de las mujeres en la promoción de las industrias artesanales. Una carta del mismísimo monarca, fechada el 27 de agosto de 1787, apremiaba para que se diera una solución positiva al contencioso:

El Rey entiende que la admisión de Socias de Honor y Mérito que, en juntas regulares y separadas, traten de los mejores medios de promover la virtud, la aplicación y la industria en su sexo, será muy conveniente en la Corte, y escogiendo las que por sus circunstancias sean más acreedoras a esta honrosa distinción, procedan y traten unidas los medios de fomentar la buena educación, mejorar las costumbres con su ejemplo y sus escritos, introducir el amor al trabajo, cortar el lujo, que al paso que destruye las fortunas de los particulares, retrae a muchos del matrimonio, con perjuicio del Estado, y sustituir para sus adornos los géneros nacionales a los extranjeros y de puro capricho.

Su Majestad se lisonjea que, ya que se vieron tantas damas honrar antiguamente su Monarquía con el talento que caracteriza a las españolas, seguirán estos gloriosos ejemplos y que resultarán de sus Juntas tantas o mayores ventajas que las que ve con singular complacencia de su real ánimo paterno producirse por medio de las Juntas Económicas de su Reino176.



Nacía en esta resolución un novedoso proyecto político y social en el que la monarquía ponía sobre los hombros de la mujer, tanto para dignificar al sexo femenino o como para aprovechar las posibilidades socioeconómicas de su trabajo, una nueva empresa. En breve se constituyó la Junta de Damas de Honor y Mérito en la que colaboró desinteresadamente la flor y nata de la nobleza femenina madrileña, junto a algunas burguesas adineradas de espíritu progresista177. En las primitivas Normas de admisión se exigía una cierta preparación para que pudieran atender las tareas encomendadas. María Josefa Alonso-Pimentel y Téllez-Girón178, condesa-duquesa de Benavente, fue la primera presidenta que dio vida a la institución en época tempana, y animadora igualmente de una importante tertulia cultural en su palacio de la que hablaremos más adelante. Con este destino escribió un Discurso que hizo a la Real Sociedad Económica de Madrid el 22 de julio de 1786179.

Una dilatada nómina de señoras de la nobleza colaboraron en la misma. María Francisca Dávila Carrillo de Albornoz180, condesa de Torrepalma, casada con el heroico general Antonio Ricardos, escribió un Elogio a la reina (Madrid, Sancha, 1794) y dejó manuscritos sendos trabajos que sirvieron en esta empresa social: Instrucciones para la Escuela Patriótica de educación (1791) y Sobre ampliar la escuela de educación de niñas (1794). La marquesa de Ariza, María Concepción Bellvis y Moneada181, fue igualmente autora de otro ritual Elogio a la reina (1795). María Josefa Gálvez de Valenzuela182, hija del ministro de Indias y marquesa de Sonora, fue redactora del Elogio a la reina correspondientes a los años 1796 y 1801. Mientras que Magdalena Fernández Ponce de León183, duquesa de Almodóvar, leyó en junta de marzo de 1789 un Elogio de doña María Ana Victoria, infanta de Portugal. La gaditana María del Rosario Cepeda y Mayo184, casada con el general Gorostiza, fue autora de un Elogio de la reina (1797). De Rita López de Porras185 se conserva manuscrita una Memoria en la que se propone un establecimiento de asilo para las criadas (1789) y de Josefa Díez de Cortina186 el anual Elogio a la reina (1799)... Destacó en esta empresa la labor de María Francisca de Sales Portocarrero, condesa de Montijo, cuya apasionante biografía trazó Paula de Demerson187. Persona de grandes inquietudes intelectuales, animadora de una importante tertulia en su palacio madrileño cuyos rasgos se definirán más adelante, jansenista confesa, desarrolló una amplia labor social en el contexto de la Matritense como promotora de la línea más progresista. Y también, en la distancia, fue incorporada la susodicha Amar y Borbón donde leyó una Oración gratulatoria (Madrid, A. Sancha, 1787) y un Discurso de ingreso el 3 de noviembre de 1787188.

No es posible en estas apretadas notas descubrir la incesante actividad desarrollada por este inquieto grupo femenino. Sus tareas, según recogen las actas de la Sociedad y reflejó la prensa coetánea, tuvieron un carácter más social que literario: fueron alma de las escuelas patrióticas de la Económica Matritense donde se enseñaba a las niñas a leer, escribir y trabajar en hilados, que alimentaría después el Montepío de Hilazas189; atendieron los problemas de la Inclusa Real; asistieron a las presas de la cárcel de la Galera, donde se recogía la hez de la sociedad madrileña (prostitutas, adúlteras, ladronas, criminales). Quizá uno de los episodios más curiosos de su historia fue la oposición al proyecto de un traje nacional para mujeres, en el que se admitían sólo tres modelos (española, carolina, madrileña), potenciado por motivos económicos para atajar el problema del lujo por José Moñino, conde de Floridablanca, aunque redactado por una tal M. O.190. Fue solicitada información a las Sociedades Económicas del País Vasco191 y Madrid. Fue motivo de larga discusión entre las Damas de la Matritense hasta que la condesa de Montijo redactó en nombre de sus compañeras una «Carta» en la que mostraba sus reservas sobre la posibilidad de que la industria española pudiera proporcionar los tejidos, mientras que aconsejaba la conveniencia de educar a la gente sobre la moda, y recelaba de la propuesta ya que disminuiría la libertad en la elección, provocaría envidias, rompería la inclinación innata a agradar, se trastocarían las relaciones sociales. Y como colofón añadía esta sensata advertencia: «Si en los hombres, que creen tener menos arraigada la vanidad, en cuanto a compostura exterior sería ardua tarea sujetarles a un solo traje, puede inferirse cuánto más difícil y expuesto sería imponer semejante precisión a las señoras»192. La supuesta autora M. O. respondió a cuantas reservas se habían sugerido desde distintos ámbitos en un folleto intitulado Respuesta a las objeciones que se han hecho contra el proyecto de un traje nacional para las damas (Madrid, Imp. Real, 1788). El proyecto no siguió adelante, y la condesa comenzó a ser malquista en la corte, por esta y otras actitudes progresistas que darían con su menuda e inteligente persona desterrada en sus posesiones de Logroño, en un momento en el que la Ilustración plegaba velas tras la Revolución Francesa.

Las campañas de promoción de la mujer adscritas a la Matritense tuvieron como vehículo fundamental las páginas del Memorial Literario, semanario progresista que colaboró siempre en las reformas. Pero, en general, toda la prensa ilustrada apoyó este propósito cuyas razones últimas emanaban de la corte. Confiaba plenamente en ellas el político Jovellanos cuando aseguraba: «Creo que a las obras periódicas deberemos el silencio de la ignorancia y el principio de nuestra ilustración»193. La prensa se ha convertido en los últimos tiempos en una excelente fuente de información a través de la cual podemos tomar el pulso a la agitada sociedad de la época en lo que se refiere a este asunto. Aunque el número de lectores en ocasiones no fuera abundante, las informaciones periodísticas se convertían en objeto de discusión en la plaza pública, en los cafés y en las botillerías populares. Ya hemos señalado en un capítulo anterior los denodados esfuerzos de El Pensador, La Pensadora Gaditana, El Hablador Juicioso pasado el medio siglo194. Esta tarea resulta más patente en determinados periódicos reformistas de las décadas que cierran el siglo, a pesar de las dificultades políticas de la reacción que propició la Revolución Francesa. Debelador de los vicios de la sociedad española contemporánea, el semanario El Censor (1781-1787), ocultamente financiado por Carlos III y próximo al círculo de la condesa de Montijo, se hace eco de los problemas de la mujer, según ha señalado L. J. Barnette195. En no pocos capítulos recrimina las costumbres femeninas en lo referente a la vanidad, la belleza y las modas, su función en el matrimonio, la educación, la religiosidad. En el Discurso LXXII se esfuerza en definir el concepto de «bello sexo» observando a las damas acomodándose por favorecerse a los cambiantes usos de la moda, que concluye con la siguiente consideración:

¡Qué necio que soy en haberme limitado a decir que las mujeres no son hermosas! Ahora digo que no solamente no lo son, sino que son incapaces de serlo, y que la belleza es una cosa que repugna esencialmente a su figura. Y si no ¿dígame vuestra merced por quién es?, después de tantas mutaciones, correcciones y reformas como en ella han hecho; después de tantas vueltas como han dado a todo su cuerpo, ¿sería posible que no hubiesen atinado ya con el verdadero punto? ¿Tendrían que estar variando todos los días su contorno y discurriendo para sus partes nuevas proporciones, si no fuese absolutamente incorregible y feo por esencia? La admirable fecundidad de su ingenio en inventar nuevas formas, y el indecible estudio que en esto ponen, hace la cosa increíble de todo punto y dan tal fuerza a esta reflexión que yo estoy terriblemente alucinado196.



No pocas inquietudes feministas vemos latir en el Diario de Madrid, nombre que adoptó en 1788 el histórico Diario Noticioso que fundara Nifo hacía tres décadas197. Hallamos ofertas de trabajo para señoras que llegan a la capital, se retratan algunos problemas de los grupos marginales (pobreza, prostitución), pinta las modas y costumbres femeninas, se describen las nuevas relaciones entre sexos como el cortejo o el chichisbeo, se legisla sobre tejidos, teatro, o celebraciones festivas. En un artículo se pone en evidencia los excesos del lujo en el vestuario de las mujeres de las clases elevadas:

Muchas personas, especialmente mujeres, se ven precisadas a sostener este enemigo común, aunque sea contra toda su voluntad y fuerzas, porque todo el devoto sexo femenino es tan curioso y amigo de ver y de que le vean, si se le antoja ir por ejemplo a los jardines del Retiro [...] y como no pueden entrar sino quitándose las mantillas, la cofia o redecilla, por gastar curiosidad gastan en ropas sobresalientes o pagan un peluquero, aunque para ello sea preciso vender el aceite de sus lámparas198.



Estas referencias a las señoras en la prensa, que extraemos de sendos trabajos, nos permiten aseverar que se trata de una fuente de gran interés que habrá que seguir explorando en el futuro para recomponer el espacio total femenino en el Setecientos. En otro lugar hemos señalado las aportaciones del Semanario Erudito y Curioso de Salamanca, vocero la problemática de la mujer en la ciudad del Tormes.

Cerramos este apartado de propuestas de promoción femenina con el recuerdo de la escritura de un libro que pudo haber tenido una gran importancia para la historia de la mujer española. Se trata de Memorias de las mujeres ilustres de España (1798)199, que publicó fray Alonso Álvarez, clérigo agustino a la sazón prior del convento de Ciudad Rodrigo. Pretendía componer una historia de la mujer española siguiendo los ejemplos que encontraba en países extranjeros. Según declara en «Al lector», la memoria de las mujeres ilustres que ennoblecieron e hicieron de mil modos feliz a España en sus días debe celebrarse separadamente en la historia, y no hay ningún historiador que quiera tomar a su cargo esa empresa. No hay quien relate la vida de Ana de Cervaton, Isabel de Zoya, Luisa Sigea. Oliva Sabuco, Bernarda Ferreira, Sor Juana Inés de la Cruz, Juana Morella. De algunas de ellas conocemos las referencias de Feijoo, ensayista del que dice palabras muy elogiosas, pero «tienen otras compañeras que pueden hacer un papel bien distinguido en la historia». Sólo la biografía de las reinas ha merecido la atención de los estudiosos, con todo éstas «deben ser las primeras, pero no las únicas». Los historiadores extranjeros no mencionan nunca a las españolas, a pesar de ser dignas de recuerdo: «También las mujeres supieron empuñar el cetro y gobernar con acierto en la menor edad de sus hijos. Muchas siguieron a Marte, muchas a Minerva, y superiores a la debilidad del sexo fueron la gloria y el honor de su siglo»200. En España podríamos aducir una larga relación desde los tiempos antiguos hasta el presente. El texto está bastante bien documentado con referencias históricas que se citan en nota, y menciona no sólo las que se dedican a la cultura, sino personajes de la historia, mujeres e hijas de reyes y héroes, en las que no falta un capítulo «De las numantinas», que las coloca a la altura de los valerosos varones. El tomo se cierra con la vida de la virtuosa Luparia, mujer de Guadix, en el siglo I. Desconozco por qué causa el libro no tuvo continuidad, y nos privó el autor de llevar adelante una elogiosa empresa que faltaba en las letras españolas.




La Real Sociedad Bascongada y el reto de la educación de la mujer

El tema de la mujer había sido una de las preocupaciones primeras de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Los cuatro discursos solemnes que abrieron las celebraciones fundacionales en el año de 1765 en Vergara recogían las propuestas ideológicas básicas de esta institución que sería modelo de las Sociedades Económicas españolas, y que versaron sobre hidráulica, el teatro, la amistad y la mujer201. Bajo el título de Discurso filosófico-moral sobre la mujer, escribió José María de Aguirre, marqués de Montehermoso, una meditada reflexión sobre el asunto femenino202. En este ensayo el prócer alavés declara su ideario sobre un asunto en litigio: constata la desigualdad de los sexos, de la que deduce la distinta función social de cada uno de ellos; asevera la opinión generalizada de la sociedad que no destina a la mujer ni a cosas que exijan fuerza, ni a la reflexión, sino a que ejerza su tarea de esposa y madre. Superando los esquemas convencionales, insiste en que la «perfecta educación cívica y política» le debe permitir el desarrollo de sus cualidades intentando salir de este modo del encogimiento tradicional para «mirar con despejo y seguridad, hablar con halago, presentarse con nobleza», sin necesidad de que sea docta pero tampoco ignorante. Para conseguir este fin debe formarse en temas como la lengua propia para hablarla y escribirla con corrección, idiomas extranjeros (francés, italiano), hacer lecturas «instructivas y agradables», aprender nociones de geografía, historia, dibujo, aritmética, música, baile, con todo lo cual «vivirá contenta en los límites que le prescribió la naturaleza».

Estas opiniones positivas sobre la mujer no fueron aval suficiente para que tuviera una presencia activa en la marcha y organización de la Bascongada, ya que parece que tuvo una función secundaria. A pesar de que no estuvieran excluidas en los Estatutos, en ningún caso se propuso su integración en la misma como socias, y su labor, aunque no está bien estudiada, da la impresión de que se limitaba a puestos administrativos y de gestión de segundo orden y, con mayor certeza, está constatada su participación en las tertulias y celebraciones públicas que organizaban. En una carta sin fecha el conde de Peñaflorida comentaba las maledicencias de algunas vecinas de Vergara porque su hija Petronila tomaba parte en las representaciones teatrales como actriz aficionada, siguiendo los usos habituales de las mujeres en los festejos teatrales que se celebraban en el entorno de la Sociedad203.

El asunto de la educación se convirtió rápidamente en un afán básico de la Sociedad Bascongada204. Se abordó, en primer lugar, lo concerniente a la formación de los jóvenes para los que se organizó en Vergara una «Escuela Patriótica» provisional (1767) que maduraría de manera definitiva en el Real Seminario Patriótico de Vergara (1775-1808), uno de los centros privados de mayor prestigio en España, que alcanzó un reconocimiento internacional. Esto animó a los socios a interesarse por el tema de la educación de la mujer cuyas carencias eran todavía mucho más escandalosas. Dos caminos usaban, al margen de la ignorancia, para adquirir las jóvenes de la región la formación necesaria para una convivencia familiar digna: trasladarse a algún centro escolar de Francia, como hacían algunos de los varones, o asistir a los centros integrados en algún convento de monjas, con todos los inconvenientes que ello significaba. El centro de Tudela fue el más frecuentado. El fabulista Samaniego recordaría los improperios de su padre sobre la inutilidad de la formación de su hermana Isabel, después monja en Vitoria, en el citado lugar. En una carta de su padre a su primo de Torrecilla leemos:

En orden a la chica mayor, ya ves que ha faltado todo lo ideado en tales términos. No contemplo cosa igual a lo de la enseñanza de Tudela [...]. Reflexiona sobre el destino de mi hija menor que raya en 15 años sin saber leer, ni cosa que no sea de niña, después de 8 años de clausura205.



En fechas tempranas, 1774, se había enfrentado la Bascongada a este asunto con motivo de un informe que el Real Consejo de Estado le solicitó sobre la fundación de un convento de Religiosas de la Enseñanza en Vergara. La historia se puede recomponer a la perfección porque de ella ha quedado abundante documentación manuscrita206. Se trataba de fundar un centro de enseñanza para niñas con los bienes que había dejado María Magdalena Goizueta al profesar de monja en un convento de Tudela. Este debería reemplazar al que una piadosa mujer llevaba desde 1732 en una sala situada en la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, en Vergara, en el que enseñaba a leer, escribir y labores, bajo el patrocinio del Ayuntamiento. El representante de la testamentaría en Madrid, Nicasio Francisco Blázquez, hizo las gestiones oficiales oportunas, y justificó la petición basándose en la favorable situación geográfica de Vergara, la existencia de dinero suficiente para crear la fundación y la importancia de la educación, «que ha sido mirada siempre como uno de los fundamentos más sólidos de la prosperidad de los estados». El fiscal de Madrid creó oportuno recabar información (1774) y remitió instancias a las personas o entidades interesadas: el Corregidor provincial de Guipúzcoa, el obispo de Calahorra, el Ayuntamiento de Vergara y la Sociedad Bascongada «a fin de que cada uno informe separadamente lo que se le ofreciere y pareciere acerca de la utilidad de aquella fundación, número de religiosas de que se deberá componer en caso de considerarse beneficioso a la educación pública, teniendo presente las rentas, y la asistencia cómoda y de todo lo necesario al estado, qué número de educandas podrán existir en el edificio, material del actual Seminario que ha de servir para Convento, dándole ensanche si fuese preciso y hubiese territorio, qué cualidades, edad e instrucción han de concurrir en las que se admitan a Religiosas y Maestras, con qué pensión deberán contribuir los padres de las educandas para la manutención con consideración a las circunstancias del País, sino será conveniente que las que se admitan a Religiosas y Maestras hagan sólo los votos simples por no estrecharles la libertad de salirse y tomar estado que sea más conforme a su vocación con todo lo demás que les pareciere conducente a la mayor claridad[...]». Esto se completaría con sendos estudios técnicos de un arquitecto, para averiguar la situación del edificio y el estado de los caminos con sus posibilidades de mejoras, y una indagación de fondos y rentas. Las respuestas solicitadas fueron todas positivas. Por los Diputados del común de Vergara firmaron el documento el conde de Peñaflorida y Lorenzo Díaz.

El informe de la Bascongada es el más amplio y detenidamente meditado de los que aparecen en el expediente207. La Sociedad debió de pensar que este centro, organizado con cuidado, podría desempeñar una función similar al del Seminario. Podemos conocer el pensamiento de los socios sobre este asunto ya que se nos han conservado completas las actas de la discusión, que nos permiten conocer las precisiones más importantes. Colocada la ermita de la Soledad en lugar quebrado y lejos del pueblo, se hacía conveniente trasladar el centro educacional a otro emplazamiento, apuntándose para ello la ermita de San Martín o algunas casas de la población que tuvieran las condiciones adecuadas. Parece que los fondos eran escasos para su subsistencia, con lo cual la nueva inyección económica, además de darle rango de colegio, podría permitir una labor más duradera y de mayor calidad. El proyecto era interesante, pues el colegio podría atender las necesidades de Las Vascongadas, Navarra, La Montaña, Rioja y Castilla la Nueva, evitando de este modo que hubieran de salir las jóvenes a tierras extrañas. Basados en la experiencia adquirida en el centro de muchachos, hacen múltiples reflexiones sobre el mismo. Algunos socios arguyen que la educación monástica, aun prescindiendo de lo moral y teológico, es más propia para inclinar a las muchachas a la reclusión y al retiro del convento que «para criar buenas madres de familia, y mujeres que por su sólida educación y virtud contribuyesen a la felicidad del mundo». Otros, por el contrario, consideran que la postura opuesta, la presencia única de maestras seculares, sería una solución peligrosa por la dificultad de encontrar maestras con virtud, prendas y talento suficientes para tan importante ejercicio, de establecer entre ellas la unión necesaria para seguir un plan uniforme de enseñanza, y la imposibilidad de proporcionar dotaciones capaces de atraer y fijar a estas profesoras. Aún había quien hallaba en las maestras seculares problemas mayores. Así oponen al interés monetario de éstas, que provocaría una flojedad y atención servil a su oficio, el desinterés de las religiosas; a la provisionalidad, en espera de un puesto mejor remunerado, la fijeza basada en una labor espiritual. A este dilema se dieron soluciones diversas. Quizá una de las respuestas más sensatas, aunque también más breves, sea precisamente la del fabulista Samaniego:

El establecimiento de esta enseñanza en la villa de Vergara será utilísimo al público siempre que a la sólida instrucción cristiana y habilidades de manos, que dan las señoras Religiosas del Instituto de la ilustre Juana Lestonac, se junten aquellos conocimientos esenciales a desempeñar las obligaciones respectivas a los diferentes estados del sexo, y siendo cierto que este conjunto no se halla, según es de desear, en las que hoy vemos educadas por estas Religiosas será indispensable el auxilio de maestras seculares. Así lo siento como cristiano y caballero. Vergara y marzo de 1775208.



Otros completaban esta declaración con afirmaciones más concretas. Es preciso, decían, admitir a seglares para ayudar a las religiosas en la enseñanza, pues con esto «se proporciona a las educandas que puedan instruirse en el conocimiento del mundo, y el modo de conducirse en él con decoro, prudencia, etc., cuyos auxilios se escasean ordinariamente en los conventos de Religiosas».

El informe definitivo que llegó al fiscal, tras estas medidas discusiones, denota reflexión y moderación. Defiende la conveniencia de combinar la acción de las religiosas y las maestras seglares ya que a aquéllas les faltaba experiencia mundana. Las religiosas no debían pasar de doce, contra la petición testamentaria de duplicarlas. Insiste en la separación de alumnas y religiosas en el comedor y en las habitaciones, para evitar en lo posible que aquéllas adopten un aire monjil. No hay que ver en esta actitud ninguna aversión hacia lo religioso. Nada más lejos de la realidad; no debemos olvidar que la mayor parte de ellos tenían hermanas profesas. Su preocupación intentaba educarlas con mayor celo para el trato del mundo y para la convivencia social, y la experiencia les enseñaba que las monjas rara vez lo conseguían. Por ese mismo motivo proponían, igualmente, que la directora fuera una señora particular «de virtud sólida, prudencia consumada, junto a una instrucción y conocimiento del mundo, fundadas en la experiencia adquirida con el trato y comercio de las gentes». Le otorgaban la siguiente función:

El ministerio de esta señora será cimentar debidamente a las educandas en el modo de conducirse, de manera que se hagan a un mismo tiempo respetables y estimables, imponiéndolas en los escollos que se ofrecen en la vida del siglo, y los medios de evitarlos, instruyéndolas en las obligaciones particulares de los diversos estados propios del sexo; infundiéndolas modales escogidos, y poniéndolas en estado de que al salir de la enseñanza se presenten con una noble y circunspecta libertad, tan distante del encogimiento que ordinariamente se saca del convento, como de la desenvoltura en que frecuentemente incurren las que gobernándose sólo por imitación ponen (por falta de principios necesarios en este punto) todo su estudio en tomar un aire y porte exterior diametralmente opuesto a los que aprendieron en el claustro.



Las maestras, que debían ser dos, eran necesarias para enseñar urbanidad y buenos modales, vestuario y tocado, y ciertas destrezas como baile («habilidad que sirve en el día de mérito a las señoritas»), música, clave. Su trabajo se ampliaría a adiestrar a las menos acomodadas en habilidades manuales que pudieran servirles como aprendizaje para las manufacturas o a la industria. Prueba evidente del interés que se tomaba la Bascongada por este proyecto era el ofrecimiento del local del Seminario para el colegio de niñas, puesto que éste, según lo dispuesto por la fundadora, sólo podía instalarse en la villa de Vergara y el centro masculino podría trasladarse sin demasiados quebrantos a otros lugares del País Vasco.

El fiscal recibió todas las sugerencias de los informes solicitados, pero seguía sin encontrarse seguro de su viabilidad. Existía además una prohibición genérica de crear nuevas fundaciones religiosas y, siguiendo el criterio de la Bascongada, le parecía más oportuno la colaboración de monjas y seglares. Por estas razones el expediente se ralentizó, a pesar de las peticiones de la madre María Magdalena de Goizueta para que se agilizara escribiendo incluso al mismísimo Campomanes. El fallecimiento de I. J. de Arteach y las irregularidades administrativas del administrador testamentario J. de Moya, complicaron el proceso. El fiscal pidió informes al nuevo obispo de Calahorra (1788), a las ciudades con voto en Cortes (1792) que lo dieron afirmativo menos Salamanca, y al Corregidor de Guipúzcoa (1793) para saber el estado actual de la testamentaría. El expediente acabó por sobreseerse en 1809. Llama la atención el largo silencio de la Bascongada, tras el positivo informe de los comienzos. Sin duda desconfían de la capacidad educadora de las monjas; y además, esto es más importante, el Seminario de Vergara había ido adquiriendo un desarrollo que hacía poco aconsejable la cesión propuesta.

El recuerdo de este intento fallido se convirtió en una pesada sombra que siguió continuamente a la Bascongada y le impulsó a metas más altas: el deseo de organizar, con sus propios medios, un centro educativo para jóvenes. Mientras reflexionaban sobre este proyecto estaban al tanto de los pasos que estaba dando la enseñanza femenina en España. Una carta de Pedro Jacinto de Álava a Pablo de Olavide, fechada en Vitoria en 1 de octubre de 1774, solicitaba una copia «de un Seminario para Niñas Nobles» que se iba a establecer en Sevilla209. El Intendente de Andalucía hacía tiempo que vivía convencido de que la educación era el remedio más eficaz para mejorar el comportamiento mayoritario de la gente de la nobleza, asentada impúdicamente en la ociosidad y en la ignorancia que impedía la mejora de sus bienes y posesiones, y no favorecía su colaboración activa en el proceso de renovación patria210. La necesidad de la reforma de la enseñanza se había hecho más evidente con el vacío que en este ámbito había dejado la expulsión de los jesuitas (1767), que procuró ser superado con apuestas novedosas desde el gobierno o con proyectos particulares gestionados por las autoridades locales. El activo Olavide promueve en Sevilla un plan de estudios para la universidad, reorganiza la enseñanza escolar, controla los centros privados, promueve la formación de la mujer. Con este fin se interesa por la educación de la las mujeres de clase humilde para que se ocupen de la industria artesana, lejos de la influencia monjil de las religiosas de los conventos, y también las de clases elevadas. Ya en 1768 había pensado un proyecto para fundar en España cinco o seis colegios para educar a nobles y burguesas, «que se deberían hacer a cualquier precio, pues nos parecen muy baratos semejantes establecimientos por la grande utilidad que han de producirse»211. Uno de ellos debería asentarse en Sevilla y para el mismo redactó un completo «Plan» para su organización administrativa, educativa, marcando las peculiaridades de un centro en el «que las niñas deben vivir en el siglo, y aprendiendo la religión y las virtudes, deben tener aquella libertad honesta y decente desenfado que no les abata el espíritu, deben pues educarse del mismo modo y por las mismas reglas que daría a sus hijos en una casa honrada la madre más discreta y piadosa»212. El Plan de estudios perfilaba la imagen de una mujer moderna en el que, sin olvidar el catecismo, se aprenda a leer, escribir, labores, coser, bordar («así para que sepan mandarlo hacer a sus criadas, como para que puedan ocupar en esto algunos ratos vacíos de su vida»), dibujar, gramática castellana, lengua francesa, geografía, historia, baile, solfeo, «alguna tintura de los poetas», declamar y representar teatro («las habitúa a tenerse bien, estar derechas, y adquirir cierta airosa gentileza en el porte y en el gesto acostumbrándolas a sostenerse con dignidad y decoro, y excitándolas a hablar en público con tono natural y decente»). En resumidas cuentas, todas estas materias formarán su corazón, su cabeza y la habilitarán para las relaciones sociales con dignidad y conforme a la nueva ideología de «mujer de bien»:

Procurar instruirlas en las máximas que preserven a las mujeres del vicio y del oprobio, que se siguen, dándoles justas ideas del honor en que necesitan su reputación conservar hasta las apariencias, y, en general, de todas las virtudes no sólo propias de su consejo, sino las que correspondan también a la figura, que después deberán hacer en el mundo, contando entre ellas las obligaciones de una hija, de una esposa, de una madre y de una señora de calidad, para que sepan desempeñarla exactamente cuando llegue el caso de que lo sean en realidad213.



Sostenía Olavide que una mujer educada de esta manera obligaría a los hombres con los que se relacionara a comportarse de otra manera, y daría igualmente ejemplo a las de su sexo de clase inferior, y su casa se convertiría en un modelo de excelente educación familiar para las generaciones futuras. A pesar de lo bien trazado del proyecto, no me consta que se llevara a la práctica, víctima de la hiperactividad de propuestas en la que estuvo sumido por aquellas fechas su promotor. Este fue el proyecto por el cual se interesaba la Bascongada.

En un «Discurso sobre la educación» que presentó en 1777 a la Sociedad el militar y socio Manuel de Aguirre, un enamorado de las posibilidades de la instrucción («la educación es el secreto y el más fácil medio para corregir los errores de los hombres y remediar los estragos y miserias») y reconocido experto en asuntos educativos214, también añade algunas referencias a la necesaria formación de la mujer215. Convencido de su necesidad para forjar a hombres de bien que amen la virtud, el honor, la patria, contrarios al fanatismo y a la superstición, es preciso que esta tarea quede en manos de personas competentes, ni en las de maestros sin criterios ni en las de madres sin formación. La educación de la madre es garantía de la adecuada educación futura de los hijos:

Siglo injusto, ¿tú eres el ilustrado y racional?, ¿has pensado acaso en instruir a los pueblos de que si quieren tener hombres eduquen primero a las mujeres, que han de ser sus madres, libres de los temores, fábulas y preocupaciones con que pervierten irremediablemente las primeras ideas de sus hijos durante el tiempo en que deben alimentarlos y cuidar de su aseo?, ¿has dictado a los magistrados de las naciones el que entre las habilidades del bordar y aguja cuiden de que aprendan las madres el arte de criar robustos y sin vicios a sus hijos, huyendo los usados métodos que solamente acarrean debilidad en los sentidos o cuerpo, y un crecido número de defectos?216.



Interesa, pues, a la autoridad máxima de los magistrados para que corrijan estos groseros defectos si se quiere poner orden social en la república.

En lugares diversos de los Extractos de las Juntas encontramos recomendaciones varias para que se cambien las condiciones de la mujer humilde, para que mejore la calidad de su enseñanza elemental, aprenda algunos primores del bordado artesano (en Azcoitia se promueve una escuela donde se enseñaba a coser), mejore las condiciones sanitarias de los partos, de lo que se preocupa el doctor Luzuriaga divulgando un libro francés ya experimentado «donde se hallan las reglas y principios más ciertos, fáciles y más adaptables a las personas menos susceptibles de educación». En las Juntas generales celebradas en Bilbao en 1781 se volvió a recordar que «la educación de la juventud ha de ser no solamente el objeto principal de la Sociedad, sino el único, hasta que, difundidas las luces, llegue el feliz tiempo de aplicarlas con propiedad a los objetos particulares de nuestro Instituto»217. Contemplan en esta ocasión con sana envidia los centros educativos de la Rusia ilustrada de Catalina la Grande entre los que no faltaba tampoco un colegio femenino que describe bajo el título de «Comunidad de señoritas»218, que sirve para felicitarse por el buen funcionamiento del Seminario, aunque no se haga en esta ocasión ninguna referencia a la enseñanza femenina. En las Juntas que se celebraron en Vitoria en septiembre de 1783 «se leyó un plan o idea general de un Seminario de Señoritas, que mereció la aprobación general, y se acordó que circulase por las juntas privadas provinciales para su revisión, con encargo de que diesen su dictamen con la posible brevedad»219, lo cual quiere decir que ese proyecto promovido por los amigos alaveses ya estaba en proceso de redacción el año anterior. Cabe suponer que al año siguiente ese proyecto ya estaba concluido, pues se solicitaba a Samaniego, a la sazón residente en Madrid comisionado por asuntos de su provincia (1783-86) se encargara de presentarlo en palacio. En los Extractos de las Juntas, celebradas en Vergara en 1785, se incluye una carta de Floridablanca al conde de Peñaflorida en la que sé refiere a esta opinión favorable:

Don Félix de Samaniego me presentó un escrito intitulado Idea abreviada de un Seminario o Casa de educación para Niñas, que se intenta establecer en la ciudad de Vitoria bajo la dirección de esa Real Sociedad Bascongada; y habiendo dado noticia al Rey de este pensamiento, le ha parecido que puede ser útil, y le fomentará Su Majestad siendo para admitir niñas de todas las provincias del reino. En esta inteligencia podrá la Sociedad disponer que se formalice el plan del establecimiento con todas sus reglas, estatutos, y medios de subsistencia, para que precediendo el examen correspondiente, le apruebe Su Majestad si le hallare de su Real agrado.

Dios guarde a vuestra señoría muchos años.
El Pardo, 12 de marzo de 1784.
Al conde de Peñaflorida, Director de la Sociedad Bascongada220.



El plan y ordenanzas del Seminario de Señoritas se acabó de perfilar de manera definitiva en las Juntas celebradas en Vitoria en julio de 1786, cuyas actas recuerdan que «en esta misma junta se determinó que el plan y ordenanzas del Seminario para Señoritas se remita al Ministro de Estado para su aprobación y seguir después este objeto hasta que se verifique su plantificación»221. Eran los socios alaveses los más interesados en que se concretara este proyecto que debería ponerse en práctica en la ciudad de Vitoria. Y fue el alavés Eugenio de Llaguno y Amírola, secretario de la Junta de Estado, como antes había ayudado a perfilar los Estatutos de la Sociedad y los del Seminario de hombres, quien cuidaría de dar los últimos apoyos del proyecto en la corte según comunica a Pedro Jacinto de Álava a finales de 1786.

Conservamos el manuscrito del Plan y ordenanza de un Seminario o casa de educación para señoritas222, lo cual nos permite conocer todos los extremos de esta nueva empresa que preparaba la Bascongada223. Consta de una Introducción y seis Títulos (o capítulos) que tratan de «la idea general del Seminario», la economía, el orden y organización, la enseñanza, la dirección, y su puesta en marcha. La Introducción es un canto a la importancia del papel social de la mujer, dentro del espíritu ilustrado, y un recuerdo de cómo la educación femenina era idea primitiva que había soñado la Sociedad para hacerla realidad a la par que la de los jóvenes. La finalidad del centro que se proyecta se define en el Artículo I:

El fin del establecimiento ha de ser criar las doncellas jóvenes en máximas de cristiandad y virtud, pero sin destino a estado particular enseñándoles las habilidades propias de mujeres que están destinadas a vivir noblemente sin necesidad de ganar el mantenimiento por su mano.



Y en el siguiente se puntualiza que el objeto principal de esta educación es «criar buenas madres de familia y mujeres de su casa». Se insiste en estas declaraciones de principios en el hecho de que se trata de un colegio no destinado para que las muchachas entren en religión, rompiendo por lo tanto con los usos habituales, sino para la formación humana de las mismas. Nada se deja al azar en los apartados subsiguientes. Esta nueva gran obra, que hubiera sido empresa más importante que la creación del Seminario, ya que no existían centros de educación femenina y hubiera significado una nueva valoración social de la mujer, no llegó a buen puerto por la muerte, en el momento justo en que se iniciaban las gestiones, del conde de Peñaflorida (1785), y por quedar invadido posteriormente por Francia el País Vasco con motivo de la Guerra de la Convención (1794-1795).

Tal vez convenga recordar que la Sociedad había sido animadora del Colegio de las Vizcaínas que, mejorando experiencias anteriores, surgió en 1767 en la ciudad de México para educar a las jóvenes de origen vasco224. Fue un centro laico, patrocinador del humanismo cristiano, que tuvo un gran interés para el mantenimiento de la conciencia nacional, y para educar a las muchachas que tenían dificultades económicas.





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