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La musa del poeta

Ricardo Gullón





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Los eruditos tienen algo de policías. Lanzados sobre la pista son capaces de trabajos heroicos y pacientes para esclarecer la fecha de una obra, el lugar donde tal otra fue compuesta, la persona en quién se inspiró un autor para trazar determinada figura novelesca. Guillaume Apollinaire escribió en 1903 La Chanson du Mal-Aimé, y desde su publicación se creyó, o que la amada perdida era ficción poética o que se trataba de María Laurencin, cuya intimidad con el poeta era conocida. Ni se supuso que pudiera tratarse de la Annie o Anna de otros poemas.

Mas un grupo de eruditos, con técnica detectivesca, ha conseguido   —244→   aclarar el misterio, y más aún, encontrar a la desconocida dama. Hubo musa antes que poema, y al cantarla narró el hábil renovador de la poesía francesa cuitas personales, poco antes sentidas. Tres investigadores, rastreando «con astucias de sioux» a través de cuatro países, lograron averiguar que la inspiradora de esos poemas vivía aún y era una inglesa: Annie Playden, ahora residente en California. L.-C. Breunig ha tenido la fortuna de entrevistarse con ella y de recoger (en un artículo publicado en el Mercure de France) noticias muy interesantes sobre la juventud de Apollinaire.

El poeta y Miss Playden se conocieron en París, en casa de la vizcondesa Elinor de Milhau, a cuyo servicio coincidieron durante un año en Neu-Clük y Honnef (Alemania); en esa etapa germinaron los poemas «renanos» y estalló el violento amor de Apollinaire. Estallido, sí, y violento, pues cuando la joven inglesa rechazó su oferta de matrimonio, formulada teatral, melodramáticamente, en la cumbre del Drachenfels, la amenazó con arrojarla por el acantilado si no le aceptaba, y más tarde, en Londres, la atemorizó hasta obligarla a partir -a huir- para América, desde donde dio orden de que en ningún caso comunicaran su dirección al pasional pretendiente, por miedo a que hiciese realidad el verso de Oscar Wilde que le escribió en una tarjeta postal: «Cada hombre mata lo que ama».

Annie Playden ignoraba que Guillaume de Kostrowitzky (pues tal era el nombre usado entonces por Apollinaire, único que ella le conocía) hubiera llegado a ser poeta famoso, e incluso que fuera poeta. Súbitamente, esta mujer, a quien puritanos parientes acusaban cuando joven de tener «ojos perversos», ha surgido del pretérito -desde la lejanía de un rancho californiano- convertida en envejecida sombra del mito, en discreta e inverosímil sombra de la figura grácil y atrayente de la Musa, cierta vez reencarnada en los veinte años de una hermosa muchacha de las Islas.





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