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La noche buena

Concepción Gimeno de Flaquer





¡Noche buena! Estas dos palabras son para muchos seres un sarcasmo que encierra la más punzante ironía. La noche del 24 de diciembre, debió ser denominada noche buena por los afortunados; mas ¡para cuántos es mala la noche que todos apellidan buena!

Cada noche buena es un paréntesis en la vida de los individuos; en esa memorable noche en que parece impuesta la alegría por la tradición y las costumbres, un sollozo es más desgarrador que en otra noche del año.

Las almas sensibles y las inteligencias pensadoras sienten involuntaria melancolía en esa noche clásica del jolgorio. Y es que en esa noche en que se halla el año tan próximo a sepultarse en el abismo insondable del tiempo, exhuman sus recuerdos, hacen el balance del corazón, y en ese balance moral en el cual está marcado el haber por el número de las emociones gratas experimentadas durante doce meses, mientras el debe denota los sucesos infaustos, se observa con triste desencanto que somos los acreedores de la felicidad, y que este impalpable fantasma se ha declarado insolvente. La quiebra de un gran financiero es un acontecimiento en una ciudad: se comenta, todos se asocian al luctuoso suceso con un ¡ay! más o menos sincero, pero consolador al fin; y el banquero defraudado cuenta con un gran número de consoladores; mas en la bancarrota del corazón, que es la más grave y cruel de todas, queda éste condenado al silencio, no le es permitido el más leve desahogo, porque en nuestra época de positivismo hay acentos de compasión para el que ha perdido sus millones, y una sarcástica carcajada para quien ha perdido el hermoso caudal de las ilusiones al mortífero soplo de crueles desengaños. Compadezcamos a esos seres que se quedan frente a sí mismos en esa noche que denominan buena los mimados por la dicha. Los ayes de dolor que se lanzan tímida, callada, pudorosamente, sí, pudorosamente, lectoras mías, porque el dolor tiene su pudor, esos ayes lanzados en la noche buena, nadie los oye porque son sofocados por el jovial vocerío de la multitud, por la bulliciosa algazara de los felices, por los estridentes sonidos del rabel, la zambomba y la pandereta. La alegría es retozona, bullanguera, audaz y estentórea; el dolor es tímido, balbuciente, silencioso, callado, mudo.

La noche buena es la noche del calor del hogar, una casa sin chimenea y una chimenea sin leños que chisporroteen arrojando esas fantásticas llamas que siguen con la vista los curiosos y con el pensamiento los preocupados fatalistas intentando leer en ellas lo porvenir, es triste como un cementerio; figuraos, pues, lo que debe ser un corazón donde no arda el sacro fuego del amor, ese fuego divino que simultáneamente devasta y crea, alienta y consume, mata y vivifica. Los que podáis sonreír en la noche buena sin que ninguna espina os punce el corazón, dedicad un recuerdo a los desgraciados, pues ese recuerdo será misericordioso. Yo no sé por qué, pero es lo cierto, que los pesares amargan más en la noche buena; es que el regocijo general parece un insulto al desventurado, es que en esa fiesta de la alegría todos creen tener derecho a una gran parte, y los que no la alcanzan se consideran cien veces desgraciados.

La fiesta de la noche buena que en España y en América es para los adultos, en Alemania se consagra a los niños. No hay casa, por mísera que sea, donde no pongan un árbol de Noel, del cual por arte mágico brotan dulces, juguetes y muñecas.

Los protestantes celebran mucho la fiesta de Navidad; en Londres se solemniza bajo el nombre de Chrismas. El muy católico Carlo Magno santificaba tanto esta fiesta, que para hacerla más solemne la hizo celebrar en el primer día del año. En España se conmemora de diferentes modos: En los conventos, la noche buena es un gran día de asueto para las monjas, la regla cede todo su rigor para dar paso al júbilo y la expansión. Las monjas forman un nacimiento, y cantan y danzan en torno de él en medio de las nubes del incienso, el olor del tomillo, los acordes del órgano, las castañuelas y panderetas, entonando villancicos consagrados al niño dios: los villancicos son antiquísimos, los cristianos de Tebaida fueron los primeros que los cantaron después de los pastores de Belem. La muy aristocrática e inteligente Lucrecia de Médicis, escribió en el siglo XVI algunos de estos sencillos cantos, y no se desdeñaron de hacerlo los mejores poetas de Italia.

En Madrid ningún soltero que pertenezca a buena clase se queda sin hogar en la noche buena, porque como la sociedad madrileña es tan hospitalaria, ofrece sinceramente sus salones a los que carecen de ellos. Algunos días antes de Natividad se oyen en casi todas las casas estas o parecidas frases:

-Sr. Fernández ¿con quién va vd. a pasar la noche buena?

-Solo, señora: mi familia está tan lejos de Madrid, que las vacaciones universitarias no me dan tiempo suficiente para ir a mi pueblo.

-Entonces daremos a vd. un puesto alrededor de nuestra mesa y de nuestra chimenea.

-¡Oh Señora cuánto agradezco a vd. su delicado obsequio! Realmente la noche buena será noche buena para mí, porque no la pasaré entre las frías paredes de un hotel.

Diálogos como estos se oyen en los palacios, en las casas de cinco pisos, y hasta en las casas de vecindad. La persona que no tiene un albergue íntimo o ceremonioso en Madrid para pasar la noche buena, está desairada, porque no tener un hogar donde cobijarse en esa noche supone carecer de relaciones, y en Madrid, donde tan fácil, tan expansivo es el trato, no tener amistades es hallarse en ridículo ante sí mismo y ante la sociedad.

La institución religiosa de la Natividad se atribuye al Papa Telésforo: San Juan Crisóstomo dice que desde la Tracia hasta Cádiz, es decir, en todo el Occidente, se celebraba ya en remotos tiempos.

La fiesta de Natividad fue la gran fiesta de la Edad Media: en la católica Valladolid se hacían mascaradas en las iglesias, representando escenas de nuestra religión, y en esta comedia sagrada se armaban alborotos que fue preciso corregir con severidad. En el mediodía de Francia se celebraba esta fiesta de un modo casi pagano: antes de la cena bendecían el leño que había de arder en la chimenea, y al tender los manteles sobre la mesa dedicaban los mejores platos a los individuos de la familia que habían dejado de existir, y los lugares señalados a los difuntos nadie los podía ocupar.

La Natividad se ha celebrado siempre según las preocupaciones de los pueblos; en los más atrasados, engalanaban el cañón de la chimenea, porque creían que siendo ese el camino de los duendes, era conveniente tenerlos contentos para que no hiciesen ningún daño ni a la familia ni a la casa.

Hoy se sigue celebrando la noche buena en diversas formas, pero todas ellas son muy cultas.

La noche buena ha sido, es y será siempre, la noche del hogar. Compadezcamos a los que carecen de él, y a los que viven en hogares fríos y desiertos, que no caldea la divina llama del amor.





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