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La obra de Juan del Valle y Caviedes: problemas de edición

Trinidad Barrera





A comienzos de este nuevo siglo seguimos aún en la encrucijada de la transmisión de la obra del andaluz peruanizado, Juan de Valle y Caviedes. No ocurre así con su vida ya que en este aspecto se han dado importantes pasos para el conocimiento de datos claves de su trayectoria y, sobre todo, pronto se tuvo conciencia de que había que desmitificar su figura, lo que se inicia a partir de los estudios de Lohmann Villena, en los años '30 y '40. Este aspecto es en el que más se ha avanzado, descartándose muchas de las pintorescas pinceladas biográficas que habían tenido gran aceptación, a partir sobre todo de Ricardo Palma, y que quizás motivó su incursión como personaje novelesco secundario en la novela de Frank Yerby, El halcón de oro (1950), con toda la carga de malditismo que sus biógrafos le habían adjudicado.

El mayor poeta satírico de la colonia sigue a estas alturas sin tener una edición de su obra asequible a un gran público. La crítica especializada ha insistido, cada vez que la ocasión lo ha requerido, en enumerar y señalar los diez manuscritos que poseemos hasta el momento y las cinco ediciones fundamentales del autor, desde la de Ricardo Palma de 1899 a la de García-Abrines de 1993-1994, pasando por la de Vargas Ugarte, 1947; Reedy, 1984 y Cáceres-Cisneros-Lohmann de 1990. Ninguna de ella al alcance de un público mayoritario, las primeras por sus fechas y limitaciones, las últimas por sus características. Si bien es cierto que todas carecen de un estudio textual completo1, hay diferencias entre unas y otras y más todavía si comparamos las dos primeras con las tres últimas; no obstante, conviene dar a cada uno lo suyo y marcar algunas precisiones.

Es sin duda Palma2 quien resucita, por así decirlo, la figura de Caviedes, pese a todas las salvedades que podamos ponerle a su labor. Fue acusado de corregir y tergiversar los textos del satírico y de transmitir una imagen histriónica del poeta. Recuérdese, sin ir más lejos, el revuelo crítico levantado en torno a esa página suelta que, según el autor de las Tradiciones peruanas, acompañaba al manuscrito y daba «ligera noticia biográfica» de Caviedes. Ya el padre Vargas Ugarte se hacía eco de la noticia y comentaba que «Palma tejió una breve biografía del poeta, aprovechando datos que, según él mismo, aparecían transcritos en una hoja del manuscrito que llegó a poseer»3. Este detalle podría haber sido una anécdota si Cáceres no hubiera trascrito una seudo biografía que parece inspirada en la misma fuente de Palma. Ya la cosa comienza a complicarse y la leyenda a crecer. Afortunadamente hoy día se han exhumado con bastante claridad datos de la vida del poeta gracias a los aportes de Lorente y García-Abrines4: fechas de nacimiento, año de su muerte, actividades mineras, casamiento, entre otros datos. Sin embargo, siguen existiendo aún muchos puntos oscuros y puede que la intención de publicar en vida no fuera prioritaria, según costumbre en la época5, pero ignoramos hasta qué punto podemos afirmar que abandona la poesía en 1694 al reanudar su actividad minera. Puede ser cierto, como dice Lorente, que entre 1694 y 1697 tuviera que vencer muchas dificultades para poder reiniciar las prospecciones mineras, amén de la enfermedad que contrajo y lo llevó a la muerte en 1698, lo que justificaría el abandono de su obra y el descuido de sus manuscritos, pero no podemos ir más a allá en los datos sin hacer crecer la leyenda.

Llevaba razón Palma cuando dijo que Caviedes «en vida fue víctima de los empíricos y en muerte vino a serlo de la piratería literaria»6. Para su edición de 1899 dice mejorar la «muy incorrecta edición de 1873», hecha a partir de la copia de Manuel de Odriozola, y tomar ahora como referencia un manuscrito que perteneció a la Librería Zegarra (el más tarde conocido como manuscrito de Yale University). Sin embargo, si hemos de hacer caso a las palabras del propio Palma en su edición de 1899, «a un poeta debe juzgársele con sus bellezas y defectos, tal como Dios lo hizo, y hay mucho de pretencioso, y algo de profanación, en enmendar la plana al que escribió para otro siglo y para sociedad distinta»7. Nadie podría negar que son palabras ajustadas y de gran responsabilidad crítica; sin embargo, esta edición del '99 fue rápidamente repudiada, entre otros por Reedy, que no ve mejora respecto a la del '73 y sí anota supresiones de poemas.

Lo uno no quita lo otro y nadie debería arrebatar a Palma el haber sacado del olvido los «poemas» de Caviedes y el haberlos llevado a la imprenta, con sus defectos y sus virtudes, además de habernos puesto en alerta sobre la existencia de manuscritos, en plural, y avisarnos sobre su «donaire y travesura», que podía escandalizar algún que otro oído hipócrita y que rivaliza «en agudeza y sal epigramática» al mismísimo Quevedo. Son datos más que suficientes para el momento en que se publica. Bajo el título de Diente del Parnaso Palma incluye 67 poemas y otros 50 como «Poesías diversas». Con todas las salvedades y diferencias, que son muchas, es la clasificación, grosso modo, que adopta García-Abrines en sus dos volúmenes, Diente del Parnaso y Poesías sueltas y bailes, aunque varía considerablemente el número de composiciones de cada apartado y el enfoque.

La siguiente edición es la Rubén Vargas Ugarte, S. J. Aunque maneja mayor número de manuscritos que la de su predecesor, tiene una salvedad imposible de pasar por alto, está mucho más expurgada que la de Palma y esta criba está hecha a conciencia y declarada por él mismo, que manifiesta «casi un deber cribar su obra poética y arrojar a un lado como inútil paja todo cuanto de repulsivo, maloliente o de subido tono hallamos en ella»8. Ya Bailón Aguirre señaló los poemas excluidos9, así que no se requieren más comentarios, pero sí insistir en que hay versos de Caviedes que el Padre Vargas Ugarte no va a contribuir a su difusión por considerarlos impúdicos o inmorales y además excluye composiciones que dice no son del poeta. La edición de Ugarte incluye 52 poemas bajo el rótulo «Diente del Parnaso» sobre un total de 258 entre otras piezas poéticas, religiosas, jocosas y varias. Con esa salvedad, que no es poca, los textos que transcribe no están descuidados.

Comienza así a crecer un problema de difícil solución en la transmisión de la obra de Caviedes: separar los auténticos de los falsos, y al mismo tiempo los comentarios, legítimos, por lo demás, de la bondad de tal o cual lectura. Llegados a este punto tenemos ya planteados los grandes problemas del corpus de este poeta, como son:

  1. La carencia de un manuscrito autógrafo.
  2. La existencia de varias copias manuscritas, ninguna original.
  3. La mezcla en los diversos manuscritos de poesías propias y ajenas.
  4. El carácter o tono de los poemas caviedanos proclives a que manos ajenas hayan censurado algunas composiciones.
  5. La manipulación de los editores, en lo referente a los textos transmitidos, ya sea por una torpe lectura cuando no por otra intención (correcciones de erratas u omisiones del copista).

Con tal panorama cualquier empresa lleva a lo provisorio, pero por si fuera poco, aún surge otra interrogante, la posibilidad de que el título sea espurio, tema sobre el que nos alertó María Leticia Cáceres en 197210, al avisarnos que la nominación «Diente del Parnaso» era una invención posterior debido a los editores del Mercurio peruano, y un año después11 aclaró, a la vista del manuscrito del convento de S. Francisco de Ayacucho, que el causante de esa denominación podría haber sido D. José Manuel Valdés, miembro de la Sociedad de Amantes del País. Entra pues en el panorama ese otro título tripartito, de «Guerra física, proezas medicales, hazañas de la ignorancia» que a partir de ese momento se convertirá en otro punto imposible de resolver pero sobre el cual todos sus estudiosos han opinado, desde Reedy, que señala como legítimos ambos, a García-Abrines que opta por lo que él llama la «restauración» de Diente del Parnaso. La cuestión del título no dejaría de ser una anécdota si no fuera porque viene a ahondar en un terreno movedizo.

A partir de la edición de Daniel R. Reedy se avanza considerablemente respecto de lo que se tenía, aunque el titularla Obra completa manifiesta una gran osadía, dada la situación. Su intento quiere ser abarcador de la totalidad caviedana y para ello propone un texto modelo basado en el manuscrito más antiguo y al mismo tiempo el más extenso, el de Duke University. Sin embargo, pese a los buenos propósitos, su texto no es ajeno tampoco a la manipulación, amparándose en correcciones de erratas u olvidos de los transmisores. Divide en cuatro secciones el conjunto poético e incluye en la primera sección, calificada de «poemas satíricos y burlescos», los conocidos como «Diente del Parnaso» con un total de 163 composiciones que sumadas al resto (poemas religiosos, filosófico-morales, amorosos y diversos) arrojan una suma final de 280. La cifra, como se ve, va creciendo de unas ediciones a otras. Además de modernizar la grafía y puntuación, se numeran los versos, se dan algunas interpretaciones léxicas y, aunque de forma incompleta, se realizan algunos cotejos con otros manuscritos. Representa esta edición un avance considerable respecto de la anterior en cuanto a aproximación a criterios más actuales y quizás sea la menos farragosa de las tres últimas pero es evidente que siguen sin encontrar solución el problema base: la existencia de un manuscrito autógrafo.

Cuando en 1990 ve la luz la magna y voluminosa edición de la Madre Leticia Cáceres, acompañada de concienzudos estudios de peruanistas excelsos como Lohmann Villena o Luis Jaime Cisneros, la crítica caviedana pareció darse por satisfecha en un primer momento. La edición de Cáceres se presentaba como un texto concordado que no imponía un manuscrito y se presentaba como «el corpus caviedano definitivo» que quiere eliminar los errores, alteraciones o caprichos de los editores anteriores para extraer «la versión más ajustada al pensamiento y creatividad del autor»12. Siempre tendiendo a la reconstrucción del texto original que no tenemos a día de hoy, su autora incluye bajo la denominación de «Poesía satírica», subdividida a su vez en «aguda y mordaz», «sátira costumbrista y socio-política» y «festiva, jocosa y regocijante», 155 composiciones, de las cuales, 67 van dirigidas a «médicos y medicina de su tiempo», lo que correspondería con la llamada «Guerra física, proezas medicales, hazañas de la ignorancia». Cuando parecía que el asunto de la obra de Caviedes podía darse por zanjado, el tesón de García-Abrines viene a abrir otra brecha en el tema y con su edición en dos tomos de 1993-1994 vuelve a cuestionar los pilares de clasificación.

Su edición, que no termina de convencer a los estudiosos del poeta, aunque no dejan de reconocerle su abarcador intento de anotación y fijación del texto, creo que se ve perjudicada por su forma de contar, que quizás contagiada por el populismo del autor, utiliza un coloquialismo expositivo que mezcla datos académicos con anécdotas caseras que no vienen a cuento e incluso da interpretaciones, pretendidamente jocosas, sobre la obra, que no dejan de resultar chocantes. Valga sólo un ejemplo, entre los muchos que podrían entresacarse: para explicar el resultado de su selección dice que «Diente del Parnaso que antes era un revoltijo de tripas es ahora una deliciosa y picante madeja, digna de ser saboreada con el caldo más fino de Jerez»13. Incluso las palabras con las que abre su introducción son, a todas luces, exageradas: «Por primera vez se ofrece al público lector la obra de un escritor conceptista prácticamente desconocido, puesto que cuantos sabían de su existencia estaban muy mal informados»14. Caviedes no era prácticamente desconocido en 1993, sino más bien muy conocido, ni cuantos sabían de su existencia estaban mal informados. Los ejemplos podrían multiplicarse pero no se trata de eso. Con esta edición hay que pasar por alto comentarios que, o no vienen al caso, o su autor les confiere una trascendencia desmesurada. Su edición puede ser valorada, y de hecho lo ha sido, sin necesidad de considerar a todos sus predecesores como ignorantes y equivocados. Basada en el manuscrito de Yale University, por ser «el menos malo (sic) y el más antiguo», según sus palabras, aunque teniendo en cuenta los manuscritos restantes, defiende la nominación de «Diente del Parnaso» en la que incluye 50 composiciones, reservando la mayor parte para el segundo tomo que, bajo el nombre «Poesías sueltas y bailes» recoge 105 composiciones y 3 bailes.

En 1997, un buen conocedor de la obra de Caviedes, Giuseppe Bellini, saca en la editorial Bulzoni de Roma su Diente del Parnaso y otros poemas. La difusión editorial de esta edición no ha sido generalizada, lo que ha podido contribuir a que aparezca muy poco citada por los estudiosos de la obra. En ella se intentó, según sus palabras,

«[...] dar una plausible consistencia al grupo de poemas que formó parte, en el tiempo, y en vida del autor, del grupo reunido bajo el título de Guerra física, proezas medicales, Hazañas de la Ignorancia, o que a lo menos por el tema pudo formar parte, descartando poemas repetitivos y de otro tema, algunos de los cuales últimos damos en una selección final, repartida por temática15».



Afortunadamente, no pretendió agotar el conjunto de la producción caviedana sino transmitir una buena muestra de sus poemas, 43 incluidos bajo la admonición médica y 16 de temática variada. Creo que es una forma legítima de acercar la obra del poeta al público, es indudablemente una selección antológica pero dado el estado de la cuestión, cualquier edición difícilmente puede presumir de completa y no podemos dilatar por más tiempo el aproximar su obra a un público universitario (tareas como ésta también son necesarias). Como prueba de la diversidad editora me voy a fijar en una composición.

En 1979, comenté una fábula burlesca16 de Caviedes, la de Júpiter e lo. Entonces la edición más fiable era de Vargas Ugarte y por ella me guié como texto base. Vuelvo a retomar ese romance desde la lectura que se han hecho en las últimas ediciones citadas17 y a mostrar, como ejemplo de la disparidad lectora, algunos desacuerdos que pueden apreciarse en las distintas ediciones. Recogido tanto por Vargas Ugarte como por Reedy, Cáceres y García-Abrines18, he tomado también como referencia le lectura del manuscrito de la Biblioteca Nacional de España, el primero de ellos, conocido como manuscrito B, pues en el segundo, el manuscrito I, no figura esta composición. Hay algunas diferencias de lectura que pueden comentarse, unas más significativas que otras. Dejando de lado algunos casos de concordancia verbal, señalaríamos:

  • v. 21 R. y G. A. leen: «Los ojos influjos son», y así se lee claramente en el manuscrito de la BNE, mientras que C. transcribe: «Los ojos influjos eran», parece mejor la lectura de C. por el contexto, los versos posteriores ahondan en la utilización del era para la descripción de la ninfa.
  • v. 45 a 48: «Que esta beldad no se pinta / como a otra ninfa ordinaria, / que me han de deber las muelas / y encías que en coplas andan». Así aparece en R., sin embargo C. y G. A. suprimen la a, y así aparece en el manuscrito de la BNE. No parece necesario el añadido de la vocal, pero si bien la colocación de ésta no modifica el sentido, sí lo hace el uso del verbo deber que en C. y G. A. leen «doler». G. A. dice en nota: «Error, deber». Sólo hay que leer el cuarteto anterior para entender, que dentro del juego conceptista podría tener más sentido la lectura de «deber» que la de «doler»: «Al mismo Cupido pudo / mostrarle dientes airada, / muelas, colmillos y encías, / coral que perlas engasta». Y claramente se lee deber en el manuscrito de BNE. No es necesario facilitar la lectura cuando todo el romance es un puro juego verbal.
  • v. 60: «sin mascar se tragaba» en R., faltándole una sílaba al verso; en C. y G. A. se lee «sin mascar se la tragaba», lectura a todas luces más correcta y así figura también en BNE.
  • v. 63: «que he de hacer cera y pabilo» en R.; en C., G. A. y BNE: «y he de hacer cera y pabilo», lectura que comparto.
  • v. 65: «lo que el retrato encubría» en R., C. y G. A., y en nota advierte Reedy que en el manuscrito consultado se lee «recato», igual ocurre en el de la BNE19. Y tiene más lógica «lo que el recato encubría,/colores imaginarias/ la retraten...».
  • v. 68: «mis pinceles se retractan» en R., C. y G. A., en BNE se lee claramente «retratan». Habría que leer los otros manuscritos para comprobar la unanimidad al respecto pero tiene mayor sentido la versión unánime.
  • v. 75 y 76: «hecho ABC de las lindas/ y be a ba de las damas» en R. y C., sin embargo G. A. lo cambia por «pe a pa» y dice: «error: beaba». No parece justificable el cambio.
  • v. 142: «teniéndola tan ahojada» en R., «tan aojada» en C., G. A., «ajada» en BNE. Empecemos por descartar «ahojada» por su significado, aflojar: «pacer los animales las hojas de las plantas». Es posible que ahí el idioma le jugara una mala pasada a Reedy, parece lógico «aojada», simplemente como «mirada», sin tener que hacer mal de ojo.
  • v. 151: «que esto al pie de la letra» en R., G. A., «que esto de al pie de la letra» en C. y así se lee en BNE, lectura que además conserva el metro.
  • vs. 201-202: «Detrás de aquesta sacó / un perfil con tanta gracia» en R., pernil se lee en C., G. A. y BNE y es además la lectura lógica por el contexto. Posiblemente sea una errata del texto de Reedy.
  • v. 217: «Tiróle Argos otro tiempo», se lee en R., mientras que C. y G. A., así como en BNE se lee «tiento», lectura más correcta sin duda por el contexto, a la bota se le puede tirar un tiento y otro más pero no un tiempo.
  • v. 249-252: «Sacó Mercurio al instante / un cuchillejo sin cacha, / y en el mollejón de un rico / le afiló, escupiendo el agua» en R.; C. y G. A. leen «molejón», y así figura en BNE, no hay por qué cambiar el original ya que es lo mismo molejón que mollejón, pero lo hilarante es la explicación que a continuación da G. A., en nota 36: «Para afilar el cuchillo Mercurio expectora en el molejón», cuando molejón o mollejón es «piedra de afilar en forma de rueda, colocada en un eje horizontal sobre una artesa con agua», lo que hace innecesario el escupitajo de Mercurio. En el caso de la palabra «rico» C. y G. A. leen «risco», aunque G. A. señala «error: rico» y así aparece en BNE.
  • v. 253: «Cególe el pescuezo» en R., «Sególe» en C., G. A. y BNE. No es lo mismo y aunque lo lógico es «segar», lectura que elegiría, lo cierto es que al cortarle el pescuezo también le quita la vista.

Estas son las variantes que hemos detectado de la consulta de las tres últimas ediciones contrastadas que existen hasta el momento, y pese a lo provisorio de los comentarios, queda patente que la edición de Cáceres es, en mi opinión, la más equilibrada de estas tres, la de Reedy contiene importantes erratas que pueden llegar a tergiversar la lectura o es fruto de una torpe interpretación; la de G. A. es muy aprovechable pero siempre que se revise con cuidado sus elucubraciones y sus notas. Todavía queda mucho por hacer en este campo pero mientras se acomete la compleja edición crítica de la obra que podemos atribuirle, urge una edición, con un texto razonado que reúna un buen ramillete de sus poemas más característicos que serían, a mi entender, los satírico-burlescos.






Bibliografía

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