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1501

Sobre algunos precedentes literarios de ese motivo en libros recientes, escribía Quintanilla: «Algo [...] apuntó el vizconde D'Arlincourt en su libro de viajes; algo dijo también Luis Veuillot en sus artículos, algo se lee también en Pequeñeces, proponiéndoselo hipócritamente el marqués de Slabert»; en El Atlántico, 6-II-95.

 

1502

«Es la protesta contra el modernismo y el absentismo en las costumbres».

 

1503

«Otro aspecto tiene el hermoso libro de que estoy hablando: combatir el absentismo».

 

1504

Alude al abandono de los campos por parte de sus naturales señores, «prófugos en las ciudades ocupándose en bajos y desmayados menesteres».

 

1505

Se refiere a las «reflexiones juiciosísimas en contra del absentismo que tanto contribuye a nuestra pobreza y atraso general».

 

1506

«Ofrece consideraciones de trascendencia social para convencer a los hidalgos de provincia del deber que tienen de emplear sus energías en favor del lugar que los vio nacer más bien que agotarlos míseramente en el tumulto de la corte»; art. cit. en Revista Nacional, de Bogotá, junio de 1897, pág. 126.

 

1507

El tema ha sido estudiado por LE BOUILL: 1976; 1980.

 

1508

Así argumenta su afirmación: «Eminentemente social, porque en ella resuelve el eterno problema de la paz y concordia entre los hombres, causa de los disturbios y desavenencias que lamentó Pereda mismo en su Don Gonzalo; eminentemente cristiana, porque la solución de ese problema está encarnada en aquel don Celso, personificación del espíritu cristiano de caridad verdadera y santa, a prueba de ingratitudes y rudezas, como fundada que está en no favorecer a los hombres por los hombres, sino a los semejantes de Dios».

 

1509

MARTÍNEZ KLEISER: 1907, pág. 23.

 

1510

La alusión se hace a propósito del patriarcado rural, descrito por Pereda, Tolstoi y, antes, Jokai. En otro lugar de ese mismo artículo menciona a otros escritores europeos en relación con el libro; la tesis de este no es «una tesis abstracta, encarnada en un aburrida acción entre personajes cenicientos, adormilados o sonámbulos, como los de Ibsen, Strindberg o Nietzsche, que ahora dan tanto juego.