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ArribaAbajoCapítulo XIV

Nubes de estío (1891)



ArribaAbajo 1. Elaboración y publicación

Según los datos que proporcionan algunas cartas de Pereda, Nubes de estío comenzó a redactarse en septiembre de 1889, en Polanco, aunque sin entusiasmo ni satisfacción ante el resultado, como se advierte en esta confidencia epistolar a Menéndez Pelayo fechada el 11 de octubre: «Me metí en cuartillas el mes pasado, y sólo a ratos y de mala gana escribo algo que no me satisface ni por el fondo ni por la forma. Si me dejo llevar de mis inclinaciones, salen retratos, y si huyo de este peligro, resultan gentes insignificantes y descoloridas». Y añade un poco más adelante: «Es posible que antes de acabarse este mes nos larguemos a la ciudad [Santander], y con ello concluirá de enfriarse el horno. Poco se perderá con ello»1222. Unos días más tarde, el 16, en carta a Narciso Oller escribe: «...por lo poco que me he encariñado con el asunto, sólo he podido escribir unas 200 cuartillas de una noveleja que terminaré en la ciudad en tres voleos, si no acabo de coger aborrecimiento al asunto, colección de cuadros de la vida provinciana (de capital) con un hilito pasado por ellos de cualquier modo para ensartarlos y darles un poco de unidad»1223.

A finales del mes siguiente escribe desde Santander al padre Luis Coloma, justificando su retraso en contestar su carta porque poco tiempo antes (septiembre, como sabemos) «había yo comenzado a borrajear otra novela y sentía en el meollo algo de ese escarabajeo que se siente en tales casos, particularmente cuando el horno se caldea por completo»; y le indica cuál será el asunto de la novela y su ambiente: «pintar algo de la vida de una capital de provincia»1224. Un mes más tarde considera el autor que ha llegado ya a la mitad de su proyectado libro, aunque su satisfacción no ha crecido ante lo escrito: «...aquella noveleja que   —350→   comencé a escribir poco antes de venirme de Polanco, apenas ha llegado a la mitad, por culpa de extraños quehaceres, trastornos de familia... y falta de calor y de fuerza generatriz», dice en carta a José Yxart del 21 de diciembre1225. Y lo mismo confiesa días más tarde a Oller: «le diré por lo que toca a mi obreja [...] que desde que vine de Polanco he adelantado poquísimo. No puedo trabajar aquí, acostumbrado al silencio y a la soledad de mis talleres campesinos»1226. Esta situación se prolonga durante todo ese invierno de 1889 y 1890, en que la redacción de la novela queda interrumpida, según informa en carta a Yxart el 10 de febrero1227 y a Oller el 11 de marzo1228.

En ese momento le surge a Pereda la propuesta por parte de una editorial barcelonesa, que le encarga una novela. En el capítulo siguiente explicamos cómo abandonó la novela redactada a medias, y escribió Al primer vuelo en dos meses y medio: entre el 14 de mayo y el último día de julio de 1890.

Apenas remitido a los editores barceloneses el original de esta novela, Pereda reanuda la interrumpida redacción de Nubes de estío, según informa a Oller en carta del 20 de septiembre1229. Y, para obligarse a concluir una tarea que le estaba resultando difícil, en los primeros días de diciembre remite a Madrid, para que se vaya imprimiendo, la parte ya redactada, mientras escribe los capítulos restantes; da noticias de tan arriesgado procedimiento en cartas a Oller («aunque todavía me faltan cuatro o cinco capítulos que escribir, ayer, para quemar las naves, he remitido la novela a la imprenta de Tello con el fin de que se publique en todo enero y no coincida su publicación con la que se está imprimiendo en Barcelona»1230) y a Yxart («Empeñéme en concluir la otra novela [Nubes], o mejor dicho, en imprimir la mitad escrita y casi olvidada mientras iba despachando la otra mitad como Dios me daba a entender»1231).

El recurso resultó eficaz, ya que con el año termina Pereda la redacción   —351→   de su libro; este aparece fechado en diciembre de 18901232, dato que confirma y precisa una carta a Oller del 4 de enero1233. Dado que el trabajo de impresión había podido empezarse unas semanas antes, la novela podrá estar en las librerías -anuncia Pereda en cartas de esos días1234- en la segunda quincena de enero.

Por una vez, los planes editoriales se cumplen con cierta exactitud, y Nubes está a la venta en Madrid antes del 28 de enero, según informa un a nota del Heraldo de ese día1235. Algunos otros testimonios confirman la fecha: la reseña de Quintanilla, publicada en El Atlántico el día 30 alude a la venta del libro, con gran éxito en Santander en los días inmediatamente anteriores1236, y lo mismo señala un artículo de Zubeldia en El Aviso, de Santander, el 311237. Ese mismo día, en carta a Oller, Pereda le anuncia que le remite los ejemplares del libro para repartir en Barcelona1238; y Emilia Pardo Bazán escribe, también el 31, que la novela de Pereda «llegó anteayer a mis manos»1239.

En conclusión, Nubes de estío fue una novela de redacción accidentada: iniciada sin mucho interés ni convicción, forzosamente interrumpida por las mismas dificultades, y abandonada durante algún tiempo (en el que el autor escribe apresuradamente otra novela por encargo); reanudada luego sin un plan muy claro y comenzada a imprimir cuando aún no había terminado de redactarse. Todo ello constituía probablemente un conjunto de malos precedentes que hacían temer al novelista y a sus amigos por el éxito del libro; tal vez por ello José María Quintanilla, fiel portavoz de Pereda, apuntaba en su temprano artículo sobre Nubes de estío algunas disculpas: «Desde el principio hasta el fin   —352→   la mala suerte le ha perseguido»; explica luego cuáles han sido las principales dificultades externas que han obstaculizado la elaboración del libro; una enfermedad del autor, la muerte de un familiar cercano, el compromiso editorial que le obligó a escribir la otra novela... «Todos estos hechos y circunstancias -añade- pueden adivinarse por los lectores que no sean miopes a través de la prosa elocuente de la nueva novela y a pesar del arte magistral desplegado en todos sus capítulos. Tal vez alguien encuentre en alguno de éstos cierta precipitación desesperante y ciertos escapes del autor hacia otros en los puntos en que más convenía estudiar analizándolos hondamente»1240.




ArribaAbajo 2. Eco en la crítica

No pasaron muchos días entre la aparición de la novela y las primeras críticas en la prensa, primero, como habitualmente, en la santanderina y algo más tarde en los principales diarios y revistas españoles1241.

  1. «PEDRO SÁNCHEZ» [José M.ª QUINTANILLA], «Gacetilla. Nubes de estío», El Atlántico, Santander, 30 de enero; año VI, n.º 301242.
  2. José ZUMELZU, «Nubes de estío», El Atlántico, Santander, 31 de enero; año VI, n.º 31.
  3. Fermín BOLADO ZUBELDIA, «Al garete», El Aviso, Santander, 31 de enero, 14 de febrero, 3 de marzo y 7 de marzo; año XX, núms. 14, 20, 27 y 291243.
  4. Sin firma, «Nubes de estío (Novela de Pereda)», ¿El Día?, ¿enero?1244.
  5. —353→
  6. Sin firma, «Entre paréntesis (I ) y (II)», Boletín de Comercio, Santander, 3 y 6 de febrero; año LIV, núms. 27 y 30.
  7. Sin firma, «Entre paréntesis. Nubes de estío», La Época, Madrid, 6 de febrero; año XLIII, n.º 13.810.
  8. CLARÍN [Leopoldo ALAS], «Palique», Madrid Cómico, 7 de febrero; n.º 4161245.
  9. Emilia PARDO BAZÁN, «Los resquemores de Pereda», El Imparcial, Madrid, 9 de febrero1246.
  10. E. PRIETO SÁNCHEZ, «Nubes de estío. Novela de Don J. M. P.», Diario de Cádiz, 10 febrero; año XXIII, n.º [ilegible].
  11. M. R. HUIDOBRO, «De colaboración. Nubes de estío», La Opinión, Valladolid, 14 de febrero: año XIV, n.º 1.359.
  12. N. VERDAGUER Y CALLÍS; «Te la paraula'l senyor Pereda», La Veu de Catalunya, Barcelona, 15 de febrero; any I, n.º 6, págs. 61-621247.
  13. Ricardo OLARÁN, «Epístola a Juan Fernández», El Atlántico, Santander, 17 de febrero; año VI, n.º 471248.
  14. B. MORALES SAN MARTÍN, «El centralismo literario», El Correo de Valencia, 17 de febrero, ¿VII? [casi ilegible], n.º 1.9511249.
  15. J. YXART, «El regionalismo literario en Castilla. (De Cantabria, por una sociedad de escritores y artistas montañeses. Nubes de estío, por José M.ª de Pereda)», La Vanguardia, Barcelona, 19 y 27 de febrero; 5 de marzo1250.
  16. —354→
  17. Alfonso ORTIZ DE LA TORRE, «Nubes de estío», El Correo, Madrid, 20 de febrero; año XXII, n.º 3.969.
  18. Luis ALFONSO, «La novela del enfado. (Nubes de estío, de don J. M. P.)», La Época, Madrid, 20 de febrero; año XLIII, n.º 13.823.
  19. José María de PEREDA, «Los comezones de la Sra. Pardo Bazán», El Imparcial, Madrid, 21 de febrero1251.
  20. Emilia PARDO BAZÁN, «Una y no más... Al público y al Sr. Pereda»; El Imparcial, Madrid, 22 de febrero1252.
  21. C. OSSORIO Y GALLARDO, «Los chicos de la prensa», El Resumen, Madrid, 22 de febrero1253.
  22. R., «Miscelánea semanal», La Veu de Catalunya, Barcelona, 22 de febrero; any 1, n.º 7, pág. 80.
  23. Federico URRECHA, en la sección «Madrid», Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 23 de febrero1254.
  24. Z., «La guerra de los tinteros y la última novela de Pereda», El Movimiento Católico, Madrid, 23 de febrero; año IV, n.º 595.
  25. Víctor PRADERA, «La novela del enfado», El Correo Español, Madrid, 24 de febrero; año IV, n.º 732.
  26. E. LOZANO MONFORTE, «Variedades. Nubes de estío», La Derecha, Zaragoza, 24 de febrero; año XI, 3.ª época.
  27. Sin firma, «A la menuda», La Integridad, Tuy, 24 de febrero, año IV, n.º 3661255.
  28. Sin firma, «Don José M.ª de Pereda», La Unión Católica, Madrid, 27 de febrero; año V, n.º 1.1201256.
  29. B. ZURITA NIETO, «Los chicos de la prensa», La Crónica Mercantil, Valladolid, 27 de febrero; año XXIX, n.º 8.3561257.
  30. Sin firma, en la sección «Crónica», El Aviso, Santander, 28 de febrero; año XX, n.º 261258.
  31. —355→
  32. Emilia PARDO BAZÁN, «Pereda y su último libro», Nuevo Teatro Crítico, Madrid, 1 de marzo; n.º 31259.
  33. Federico URRECHA y José María de PEREDA, en la sección «Madrid», Los Lunes de El Imparcial, Madrid , 2 de marzo1260.
  34. José María de PEREDA, «Carta al Sr. Director de El Aviso», El Aviso, Santander, 5 de marzo; año XX, n.º 28. (La misma carta se publica, remitida por Pereda al director de El Atlántico, en el ejemplar de dicho diario de esa misma fecha; año VI, n.º 62).
  35. «DOYS», «A propósito de la Pardo Bazán», La Saeta, Barcelona, 5 de marzo; año II, n.º 15; págs. 151-1541261.
  36. F. SEGURA, «Eso del centralismo» [verso], La Semana Cómica, Barcelona, 6 de marzo; año V, n.º 8, pág. 115.
  37. «PEDRO SÁNCHEZ», «Gacetilla, En confianza», El Atlántico, Santander, 7 de marzo; año VI, n.º 641262.
  38. Sin firma, «Pereda y la literatura catalana», Lo Catalanista, Sabadell, 8 de marzo; any V, n.º 190, págs. 1-41263.
  39. F. MIQUEL Y BADÍA, «La última novela de Pereda», Diario de Barcelona, 11 y 18 de marzo; n.º 70, págs. 3.106-3.108 y n.º 77, págs. 3.434-3.437.
  40. José María de PEREDA, «Una carta del senyor Pereda», La Veu de Catalunya, Barcelona, 15 de marzo; any I, n.º 10, pág. 1101264.
  41. —356→
  42. «CLARÍN» [Leopoldo ALAS], «Nubes de estío. Novela de J. M.ª de Pereda», La Correspondencia de España, Suplemento Semanal de Ciencias, Literatura y Bellas Artes, Madrid, 22 y 29 de marzo; núm. 21 y 221265.
  43. Sin firma, «Dimes y diretes», Europa y América, París, 15 de marzo; año XI, n.º 246, pág. 41266.
  44. «ZURIBIOTZ» [¿E. de OLEA?]1267, «Notas bibliográficas», El Bosco, ¿Bilbao?, 22 y 24 de marzo; año VII, núms. 2.185 y 2.186.
  45. M. CACHEIRO CARDAMA, Sin título, El Pensamiento Galaico, Santiago de Compostela, 1 y 8 de abril; año V, núms. 314 y 320.
  46. «ZEDA» [Francisco FERNÁNDEZ VILLEGAS], «Madrid», La Libertad, Madrid, 9 de abril; año II, n.º 232.
  47. R. TRILLES, «Otra carta abierta. Sres. Eduardo de Bray y V. S. Casañ», Barcelona Cómica, 23 de abril; año III, n.º 95, pág. 61268.
  48. «FRAY CANDIL» [Emilio BOBADILLA], en La Discusión, La Habana, ¿29 de abril o 25 de mayo?1269.
  49. [Autor desconocido], «Los novelistas españoles en EE.UU.», publicado inicialmente en The Nation el 30 de abril, (Reproducido en El Correo, de Madrid, el 22 de junio, año XII, n.º 4.089 y en El Atlántico, de Santander, el 24 de junio)1270.
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  51. «REBEZO», «Un frailuco sabio», El Eco Montañés, La Habana, 10 de mayo; época I, año II, n.º 58, pág. 3.
  52. Sin firma, sin título, La Patria Gallega, 15 de junio1271.
  53. M. F. J. [Manuel FERNÁNDEZ JUNCOS], «Bibliografía y notas literarias», Revista Puertorriqueña, Puerto Rico, 1 de septiembre; año V, tomo V, n.º 9, págs. 758-7611272.

Entre la abundancia de textos que en este inventario consignamos, salta a la vista una ausencia muy significativa, la de Marcelino Menéndez Pelayo, que puntualmente había reseñado casi todos los libros de su coterráneo y amigo. En este caso -como en el ya comentado de La Montálvez- su silencio crítico obedece a la opinión poco favorable que le mereció esta novela de 1891. Lo prueba el hecho de que, si bien en carta a Pereda del 19 de febrero hacía unos elogios muy generales y tópicos al estilo y a algunos personajes que le parecieron acertados1273, no llegó a publicar esas opiniones, a pesar de los ruegos del mismo Pereda. En efecto, contestando este a la carta en que se exponían aquellos juicios, lamentaba: «¡Qué lástima que esos renglones tengan que guardarse escondidos en el legajo de otras cartas de la misma ilustre procedencia! ¿Por qué no te tentó el diablo para que, con otros cuatro parrafejos por vía de comienzo y de remate, saliera en letras de molde en uno de esos periódicos, como poderoso contrapeso a las hueras necedades de la Pardo y a las tonterías de L. Alfonso? ¡Qué ocasión tan oportuna para romper una lanza en honor de la crítica seria, honrada y decente!»1274.

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La petición no podía ser más explícita, y justificada a juicio de Pereda por las desfavorables críticas que Nubes estaba obteniendo. Pues bien, en su respuesta, don Marcelino, aunque señala que, por la fecha -14 de marzo- «se pasó la ocasión de hablar de Nubes de estío», promete de manera harto imprecisa «poner en su lugar los exquisitos méritos de esa novela que no es menester que sea la mejor de su autor para que resulte excelente»1275. Como cabría esperar por el tono de estas últimas palabras, la novela no le había satisfecho y, probablemente para no tener que censurar en público a su admirado amigo, el prometido comentario no llegó a ver la luz pública.

En general, según podremos mostrar con detalle en las páginas que siguen, la valoración que la crítica hizo de Nubes fue muy poco favorable, excepción hecha de los más incondicionales adictos, como Quintanilla1276. Predomina, incluso entre los más benévolos, la opinión de que no era de los mejores libros de su autor, aunque no desmereciese de la dignidad general1277. Tal vez el juicio más significativo y ajustado sea el de Leopoldo Alas, quien, si bien comienza formulando una descalificación categórica -«Nubes de estío sería la novela de menos mérito de cuantas escribió Pereda, si no anduviese en letras de molde El buey suelto»-, matiza luego a lo largo de su extensa crítica aquella opinión: «Hechas las salvedades en que he insistido tal vez demasiado, yo no veo que Nubes de estío desmerezca de las demás obras de Pereda, ni aún de las famosas»; y concluye su estudio con estas palabras: «Si Nubes de estío es en conjunto de las novelas menos felices en el desempeño entre las muchas de Pereda, no por esto carece de excelencias, ni falta de recursos, ni nada por el estilo»1278. Mucho menos piadosa fue la opinión del crítico cubano Emilio Bobadilla, el temible «Fray Candil», que en La Discusión, de La Habana (y más tarde en su libro Triquitraques) afirmaba:   —359→   «La novela de Pereda, ¿es buena o es mala? No, padre. Malísima, salvo mejor parecer. Es una pesadilla en prosa berroqueña»1279.




ArribaAbajo 3. Una novela de tesis

Nubes de estío planteaba por debajo de su trivial anécdota una serie de conflictos de alcance social que Leopoldo Alas explicó de manera muy precisa: «En Nubes de estío hay dos luchas sociales: la de los naturales del pueblo que no quieren ruido ni bambollas con los forasteros, y la de las cigarras con las hormigas»1280.

El primero de tales conflictos -que había sido el eje de aquel libro de apuntes costumbristas de 1877, Tipos trashumantes1281-, era, según la crítica de Quintanilla, el que encerraba la tendencia de la novela1282:

«En Nubes de estío se ridiculiza admirablemente la imitación de los más por parte de los menos, el plagio que hace la ciudad de la corte, el deseo de emigrar de la capital de provincia y renegar de la patria nativa, y se aconseja indirectamente y con un gran ejemplo que nadie se salga de sus casillas, haciendo constar que la ciencia del bien vivir no consiste al fin y al cabo, en otra cosa que en conformarse cada cual con lo que tiene en casa»1283.



En cuanto al motivo que Alas llamaba de cigarras contra hormigas (tema en su opinión poco explotado por la moderna novela de costumbres   —360→   y desperdiciado por Pereda: «¡Cuántas novelas hay en ese asunto solo! Pudo haber sido y acaso debió, el principal del libro»1284), fue detenidamente analizado por José Zumelzu en un artículo de El Atlántico, especialmente interesante por su interpretación de la dimensión social de la tendencia de Nubes. Finge en su escrito un debate en el Casino a propósito de lo que llama el fondo del libro; las intervenciones más extensas y razonadas -y que parecen reflejar el pensamiento del propio Zumelzu- son las de quien defiende la idea de que Nubes es «una sátira social, muy conveniente, útil y necesaria». El sentido de esa sátira se dirige hacia quienes creen «que sólo el fomento de los intereses materiales importa a las sociedades modernas y que en ello consiste lo que llamamos civilización». Pereda, en su opinión no es contrario a estos sectores sociales, sino que sólo se enfrenta a quienes creen que nada valen los intereses artísticos e intelectuales.

Frente a interpretaciones como las citadas, que consideraban Nubes como un ejemplar de novela de tesis («es tendenciosa, con apólogo, y el menos experto se da cuenta de la moraleja»1285), hubo otras opiniones que negaron a la novela cualquier intención. «¿Tendencias? Me apestan en las novelas, ni las quiero, ni las veo en ésta, ni se propuso Pereda, en mi concepto, tesis alguna», afirma un artículo anónimo en Boletín de Comercio el 6 de febrero; aunque enseguida matice su juicio, señalando que, aunque haya moraleja, no es forzada: «La enseñanza resulta de los personajes, del choque de las ideas, del movimiento de las pasiones [...] sin que el autor se proponga finalidades». Algo parecido escribe Manuel Fernández Juncos en una revista americana: «Nubes de estío es una de las novelas más risueñas y desinteresadas de su autor. Nada de tesis premeditada, ni de tendencia política o religiosa»1286. Anotemos, finalmente, cómo lo que para este crítico es motivo de elogio, constituye a juicio de Pardo Bazán una de las principales limitaciones del libro: su falta de trascendencia, motivada por su excesivo localismo: «Si apartándonos del asunto formal, vamos al asunto moral de Nubes de estío, tampoco encontramos en él la significación y lastre que la novela exige [...] Nubes de estío es lo que puede importar a Pereda como ciudadano de Santander»1287.




ArribaAbajo4. Localismo y costumbrismo

La ironía patente en la frase de Emilia Pardo con que cerramos   —361→   el anterior apartado apuntaba hacia una de las más graves limitaciones de esta novela; una vez más caía el autor en la trampa localista que le tendía su concepción costumbrista del oficio novelístico.

Leopoldo Alas, por su parte, observó cómo en este libro la limitación que comentamos venía determinada por su intención antimadrileñista: «También perjudica mucho al libro el prurito antiprovinciano, que domina en muchos capítulos, y que tomado así, por donde quema, como cuadro vivo, no es asunto artístico [...] Podrá estar todo eso en su punto o no estar; pero yo no veo allí novela, sino preocupaciones nerviosas de las que pueden dar interés a una conversación, no a una obra artística»1288.

En tanto que para críticos forasteros, como Pardo y Alas, esta novela parecía demasiado localista, el más característico representante de la crítica santanderina, «Pedro Sánchez», lamentaba que con este libro abandonase Pereda sus escenarios habituales: «Es de lamentar [...] que Nubes de estío no sea una novela montañesa, que Pereda se haya salido otra vez de su huerto1289, recurriendo a un escenario que, salvo algunos detalles topográficos, lo mismo puede ser Santander, que Bilbao, La Coruña y hasta que Gijón o Vigo». Aunque lo lamente, el crítico considera conveniente esta experiencia en la narrativa perediana, de la que cita algún precedente: «Convenía que él tratara la vida de las capitales de provincia, como hizo Balzac completamente, y se hizo en parte en La Regenta y en La Tribuna, entre otras novelas españolas que recuerdo».

También supo ver Quintanilla cómo aquel cambio o experiencia no significaba un abandono de la actitud costumbrista característica de la narrativa perediana, aunque observase también que al modificar el escenario de sus apuntes costumbristas arriesgaba Pereda una buena parte de los recursos de su arte:

«Al mudar de asunto, escribiendo en vez de una novela de costumbres populares otra de costumbres burguesas, y al mudar de propósito, escribiendo en vez de una novela regional otra general y española, no hay para qué negar, porque el lo sabía perfectamente al dar comienzo a su empresa, que Pereda ha perdido la mayor parte de su fuerza ingénita de novelista genial, sus mejores alicientes y su más poderosa inspiración, las mejores armas de su arsenal envidiable y privilegiado, mucho de la fuerza épica y dramática que le comunican la naturaleza y sus hijos más fieles, algo de la espontaneidad habilidosa de su pluma».



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El carácter eminentemente costumbrista de Nubes de estío fue señalado por varios críticos; J. Yxart resumía así el tema de la novela:

«Ocúrresele al señor Pereda, ejercitar de nuevo su ingenio cómico y satírico [...] en la pintura de la hig-life [sic] madrileña veraneando en el Sardinero, y de los provincianos advenedizos y cursis, que se dejan deslumbrar por el oropel de lo exótico. Para ello, traza una serie de artículos de costumbres, donde danzan las figuras, figurones y figurillas de uno y otro bando»1290.



Para Francisco Miquel Nubes de estío «más que novela, resulta ser un cuadro de costumbres por la materia de la pintura, por la fidelidad de la copia, y hasta por la sencillez superlativa de la acción»1291. Lo mismo notaba Marcelino Menéndez Pelayo en su carta a Pereda ya citada: «Bien se ve que para el autor el argumento de la novela ha sido casi un pretexto para enlazar los animadísimos cuadros de costumbres de la ciudad mercantil y costeña». Y califica de «insuperables» algunos de los episodios de la novela, precisamente aquellos en los que es más evidente su carácter de cuadros de costumbres1292.

Algún otro crítico coincidió con el bibliófilo cántabro en la mención de determinados capítulos típicamente costumbristas1293; aunque en el caso de Emilia Pardo Bazán, la valoración del resultado distaba de ser positiva: «Los famosos proyectos de Sancho Vargas [...] son largos hasta para un artículo de costumbres que se titulase lo mismo que el capítulo A claustro pleno y formase parte de un tomo de Esbozos y rasguños». Y es que para la escritora coruñesa Nubes era una demostración fehaciente de su teoría de las dos maneras que se enfrentaban en la literatura perediana, la del costumbrista y la del novelador: «De cuando en cuando el innato costumbrista vencerá y ahogará al novelador reflexivo. Esto, en mi pobre pero leal y franca opinión, ha sucedido en el último libro de Pereda»1294.



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ArribaAbajo5. La polémica del «Palique»

Sin duda alguna, el principal motivo de disputa entre las críticas de Nubes de estío, hasta el punto de provocar una prolija discusión que terminó por hacer olvidar otros aspectos más importantes del libro, fue el suscitado por el capítulo XIII de la novela, titulado «Palique», que consistía en una conversación entre un periodista madrileño, muy representativo del concepto que Pereda tenía de aquella «especie», y un grupo de jóvenes intelectuales provincianos; a través de estos, en especial del llamado Juan Fernández1295, expone el novelista sus opiniones sobre la actitud de la crítica literaria madrileña ante los libros de autores provincianos, y el consiguientemente desigual trato otorgado a las obras mediocres de autores instalados en la corte. Como ya se ha dicho, este «Palique» no era otra cosa que un «ajuste de cuentas» entre el novelista de Polanco y la crítica madrileña que, a su juicio, tan injustamente había tratado su novela La Montálvez. En la discusión salían a relucir, en relación con el tema principal, otros no menos polémicos, como el de la misión y características de la crítica de los periódicos, o el del vergonzoso desconocimiento de que hacían gala la crítica y el público madrileño para con las letras catalanas (en las que simbolizaba Pereda las literaturas regionales).

Que el capítulo había sido escrito con ánimo de provocar la controversia se advierte no sólo en el tono con que se exponen las posturas peredianas, sino que lo confirman confidencias tan claras como esta frase de una carta del novelista a un crítico amigo: «Por lo tocante al "Palique" para que saliera se escribió, y ojalá duela»1296. La provocación surtió el efecto apetecido y enseguida fueron apareciendo en la prensa artículos que se ocupaban de aquel «Palique», bien para apoyar las tesis de Juan Fernández, los menos, bien para rechazarlas, los más.

Por ser la primera voz que intervino en el debate, y también por la dilatada secuela que provocó, debemos empezar por comentar el artículo de Emilia Pardo Bazán en Los Lunes de El Imparcial del 9 de febrero, bajo el expresivo título de «Los resquemores de Pereda»; título que justifica al afirmar que el discutido capítulo «forma cuerpo aparte de la novela, pudiendo segregarse sin detrimento de la misma, y no   —364→   teniendo más fin que exponer los agravios literarios, los resquemores del autor».

«Tres principalmente son estos resquemores», explica: «Que la prensa madrileña inciensa y encumbra inmediatamente a los escritores residentes en Madrid, mientras a los domiciliados en provincia los mira con tal desdencillo, que sólo cuando su fama ha recorrido medio mundo se digna aceptarlos. [...] Que cuando se publicó La Montálvez, la prensa madrileña y los chicos de la crítica menuda no encontraron muy parecido el retrato de la alta sociedad o crema fina. [...] Que hay quien niega carácter novelable a las provincias».

Así resumidos los planteamientos peredianos, ocupa Pardo Bazán el resto de su artículo en rebatir uno por uno aquellos resquemores, que le parecen consecuencia del «provincialismo» y de las «candorosas aprensiones» del autor de Nubes1297.

El artículo, no obstante su ironía, es notoriamente respetuoso con el maestro de Polanco. Resultaría, pues, inexplicable el indignado tono de la respuesta de este, si no conociéramos ya por otros casos su irritabilidad cuando se veía enfrentado con la crítica. «Las comezones de la Señora Pardo Bazán» se titula el artículo que, poco más de una semana después, remite al mismo El Imparcial, y que comienza por acusar a su oponente de sufrir, sobre todas, «la comezón de meterse en todo».

Tras una primera reacción despectiva ante aquel artículo («me encogí de hombros con resolución de no tomarle en cuenta para nada»), justifica su respuesta en los consejos recibidos en algunas cartas en las que «se me hablaba del suceso, y se me demostraba que estaba yo en el deber de publicar algunos comentarios al desahogo de la señora Pardo Bazán»1298. Su principal argumento consiste en rechazar la misma idea de   —365→   la existencia de resquemores: «la atacada de resquemores, envejecidos y muy hondos, es ella sola», afirma. Y no puede haberlos, razona, porque él carece de toda apetencia de fama y éxito: «Escribo por pasar el rato [...] me maravillo y asombro de que los periódicos digan de mis libros cuanto puede decirse en España entre lo poco que se dice de los mejores, y de que se agoten por la posta las ediciones de ellos»; y lleva su irónica modestia a alardear de las traducciones de su obra, «con testimonios abundantes y fehacientes de que si no lo he sido más consiste en dificultades insuperables de traducirme»1299.

Continuando la discusión en el tono personal en que la planteó desde el principio, pasa a defender La Montálvez, comparándola con la novela de doña Emilia Insolación, cuya protagonista no le parece más verosímil ni menos inmoral que la Marquesa de su propia novela. Asimismo, para confirmar sus reproches al centralismo antiprovinciano de la crítica madrileña, saca a relucir aquella manoseada frase del huerto, con que en La Cuestión palpitante censuraba su autora los limitados horizontes de la obra perediana1300. Y concluye su respuesta con una acusación tan grave como malintencionada: el madrileñismo de doña Emilia, patente en la defensa que hace de sus críticos y de su sociedad, es consecuencia precisamente de su carácter de escritora provinciana trasplantada a la corte: «La señora Pardo Bazán es gallega y recién trasplantada a Madrid; la señora Pardo Bazán colabora en muchos periódicos de esa capital, y además en uno o dos de su pertenencia; en fin, que es ya periodista de Madrid»; su postura contraria a las tesis del Juan Fernández de su «Palique» le parece a Pereda sospechosa: «¿No puede ser todo eso un acceso fingido de madrileñismo en toda la regla?».

Al día siguiente El Imparcial publicaba la contestación con que Pardo Bazán pretendía dar por concluida la enojosa discusión: «Una y no más...». Frente a las intemperancias peredianas, asume una actitud todavía más respetuosa, reiterando su probada admiración por la obra del escritor cántabro «a quien he debido siempre [...] estímulos y frases bondadosas, y a quien [...] en libros y artículos he ensalzado como debía, prodigándole frases de justo encomio [...] Mis elogios impresos al Sr. Pereda han sido reiterados y explícitos; no tengo la presunción de creer que hayan contribuido a cimentar su fama, porque las famas   —366→   se cimentan en los merecimientos». Y, tras anunciar la pronta publicación de un artículo en su revista Nuevo Teatro Crítico, dedicado a estudiar, en su conjunto, la última novela de Pereda, objeto ahora de disputa, zanja esta con un poderoso argumento: «Y con esto ciérrese el palenque, porque si me consideraría muy realzada en discutir con el cerebro del Sr. Pereda, no puedo ni debo discutir con sus nervios»1301.

No respondió Pereda a este último artículo. Las razones de su silencio se explican en una carta que envió a Federico Urrecha, redactor de El Imparcial y de la que este publicó un fragmento entre las notas de su sección «Madrid» del 2 de marzo; entre otras cosas, declara Pereda: «No hay tal polémica ni puede haberla en este caso. Hablé para protestar contra ciertos supuestos y personalidades que no son del dominio de la crítica, y tal cual quedaron las cosas al final de mi artículo están a la hora presente, porque el de la señora Pardo Bazán no las ha movido un punto»; y comenta por su parte Urrecha: «Esto dice Pereda y me he creído en el deber de copiar las razones que le mueven a no contestar para que aquellos que hayan leído la réplica de la señora Pardo Bazán no atribuyan el silencio del maestro a desmayo del ánimo o a economía de argumentos».

La polémica, dado el notorio prestigio de sus protagonistas, halló amplia resonancia en la prensa; algunos artículos se limitaron a comentar los de ambos escritores, pero otros entraron en la discusión, repitiendo los argumentos ya conocidos o añadiendo nuevos planteamientos. Así B. Morales San Martín, en El Correo de Valencia del 17 de febrero -antes, pues, de que aparezca la respuesta de Pereda- publica un artículo titulado «El centralismo literario» que es una carta abierta a la Pardo Bazán en contestación a «Los resquemores...»; da la razón a Nubes en lo que se refiere a las literaturas regionales, denunciando con ejemplos concretos la actitud antirregionalista de la mayoría de los críticos literarios que escriben en la prensa de Madrid. Federico Urrecha interviene en la discusión en defensa del provincianismo perediano, argumentando que sus novelas campesinas no valen menos que las cortesanas; «así pues no debe Pereda salir de su huerto que tales frutos produce, si en ello no tiene empeño, que si le tiene, bien venido sea, pues de sus excursiones hacia fuera han de quedar libros como Pedro Sánchez y La Montálvez, en los que todos aprendan y se deleiten»1302.

Los ecos de aquella discusión traspasaron las fronteras españolas: en la sección «Dime y diretes» de la revista Europa y América, que en lengua española se publicaba en París, se comenta entre otras noticias del mundillo literario la que llama «reyerta de dos ingenios poderosos   —367→   [...] que por asuntos de poca sustancia, se han agarrado como dos comadres, y lo peor se han dicho buenas verdades»; también en La Discusión, de La Habana, lo comenta Emilio Bobadilla, en un artículo titulado «Riña de gallos».

Otra importante firma de la crítica literaria se ocupó de discutir aquel «Palique» perediano; casi simultáneamente al debate en El Imparcial, y en un diario no menos prestigioso, La Época, Luis Alfonso escribe un articulo titulado «La novela del enfado», dedicado a la última de Pereda. Dado que se trata, en rigor, de una reseña de Nubes no se limita a comentar el capítulo en cuestión, si bien observa que las ideas que en el se exponen son congruentes con el tono general de la novela, que a su juicio no es sino un pretexto para atacar a la sociedad madrileña:

La fábula [...] es simplicísima; los incidentes que la acompañan, no menos simples y llanos; y sin que en todo ello falte la sazón y el condimento propios de tan consumado artista, ello es que la invectiva contra Madrid es la salsa amasada con guindillas, de la obra que se trata»1303.



Por lo que al «Palique» en concreto se refiere, asume Luis Alfonso la defensa de la crítica madrileña, injustamente atacada -en su opinión-, por el Juan Fernández de Nubes. Entre otros argumentos que esgrime, le recuerda a Pereda que sus novelas han constituido siempre un acontecimiento literario y se han vendido muy bien, sobre todo en Madrid; y que gracias a esa fama madrileña su obra es conocida y admirada en toda la Península y en América española. Y lo mismo cabe decir de otros escritores no madrileños, que en la corte ha encontrado la mayor resonancia para sus libros: Pardo Bazán, Palacio Valdés, entre otros1304.

Comentando este artículo escribía Cossío que «Pereda sintió el golpe de Luis Alfonso, aunque en público no lo acusara»1305; para demostrar su afirmación se apoya en una carta de Pereda que reproduce   —368→   fragmentariamente (y que C. Fernández-Cordero transcribe íntegra en su edición del epistolario perediano a Sinforoso y José M.ª Quintanilla); documento muy representativo del temperamento perediano, a juzgar por la dureza de alguna de las expresiones1306. Pero, en contra de lo que opinan tanto Cossío como Fernández-Cordero, nada tiene que ver con el asunto que ahora nos ocupa.

En efecto, si consideramos que la carta, dirigida a José María Quintanilla, tiene la fecha del 2 de julio de 18911307, parece sorprendente que Pereda tardase más de cuatro meses en leer y comentar el artículo de Alfonso «La novela del enfado»; tras un análisis detenido de otras menciones que en la misma misiva se hacen1308, podemos afirmar sin lugar a duda que tanto Cossío (que es quien primero cita este testimonio) como Fernández-Cordero (quien probablemente tomó de aquel el dato) se han equivocado en interpretar la alusión: la irritación perediana contra Luis Alfonso se debe no a su artículo sobre Nubes, sino al que dedicó a reseñar Al primer vuelo, publicado también en La Época el 29 de junio. Por lo tanto remitiremos la cita y su comentario al capítulo XV.

Sí procede, en cambio, que mencionemos aquí otra carta perediana, remitida a Oller el 10 de marzo, en la que alude a «un suelto de los más o menos alevosos que el por V. muy bien llamado falderillo, viene publicando en La Epoca días hace contra o sobre mis supuestas bilis»; y líneas más abajo explica su acuerdo con el calificativo acuñado por Oller1309, al referirse a Luis Alfonso como «paladín único en España de la ya insoportable doña Emilia»1310.

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También contestó al artículo de Luis Alfonso -tomando incluso el mismo título para el suyo- Víctor Pradera, quien en el diario tradicionalista El Correo Español asumía la defensa de Pereda frente a la Pardo Bazán y, sobre todo, frente a Alfonso. Se centra especialmente en dar la razón al autor de Nubes en lo que se decía en el «Palique» acerca de la corrupción cortesana y alaba a Pereda por la ridiculización que allí se hacía de un determinado tipo de periodista madrileño1311; en suma, opina que esta es una admirable novela que algunos críticos están tratando injustamente por despecho: «Si a Nubes de estío se le quitara el capítulo titulado "Palique", no habría en el mundo lugar donde colocarla. Ahí duele...».

Mención aparte merece el eco que algunas frases del «Palique» tuvieron en Cataluña; la defensa que aquellas páginas hacían de las letras catalanas frente al desconocimiento o desprecio de la crítica madrileña, fue muy agradecida por los interesados, que hicieron todo lo posible por difundir los juicios peredianos. Así el semanario La Veu de Catalunya reproduce el fragmento correspondiente del capítulo XIII, con unos comentarios de N. Verdaguer y Callís, director de la publicación, quien, aunque alaba la valiente actitud anticentralista de Pereda, lamenta que en la última parte del «Palique» rectifique y suavice el novelista su radicalismo inicial: «El senyor Pereda que en la primera prengué tan briosa arrancada, como si s'hagues espantat de las conseqüencias á que fatalmente l'empenya la logica qu'l guia desde'l principi, li gira la esquena y afluxa son atach»1312. También Lo Catalanista de Sabadell comenta la postura del novelista cántabro ante las letras catalanas; además de darle la razón en sus censuras a la prensa de Madrid y aludir a la ruidosa polémica con Pardo Bazán -«famosa escriptora regionalista, a ratos»-, reproduce, traducidas al catalán, las palabras del capítulo de Nubes que son objeto del artículo.

Sin duda alguna, la más notable intervención catalana en la polémica que nos ocupa fue el extenso trabajo que J. Yxart firmaba en La Vanguardia, bajo el título «El regionalismo literario en Castilla», y en el que el discutido capítulo de Nubes de estío era comentado como una   —370→   de las recientes muestras (la otra era el álbum De Cantabria1313) de la extensión del regionalismo al ámbito de las mismas letras castellanas. Al objeto que aquí nos importa, el artículo de Yxart significa una certera interpretación del sentido que tenían aquellas páginas de Pereda, a su juicio mal comprendidas por quienes hasta el momento habían participado en el debate.

«Algunos se preguntan -escribe- ¿a qué viene aquel capítulo evidentemente intercalado en el texto? Otros suponen que por boca de aquellos "chicos" habla el mismo Pereda»; pues bien, en su opinión, los tales chicos no son personajes de ficción, sino representación muy exacta de los jóvenes protagonistas del naciente regionalismo literario de Cantabria; «Pereda quiso traerlos a la novela, como a otros grupos y grupitos de la localidad, para que ésta se reconociera de punta a cabo, con su movimiento literario naciente». Ahora bien, la cuestión estriba en descubrir hasta qué punto el propio autor habla en esta conversación por boca de sus personajes; para Yxart «Pereda no participa del todo de sus entusiasmos juveniles, como hombre ya maduro, y ve tan sólo en ellos, lo que ve un hombre maduro en tales entusiasmos: un estímulo, un acicate... y nada más».

Entra luego en la discusión de uno de los puntos centrales del «Palique»: las censuras de la crítica madrileña al retrato que Pereda hacía en La Montálvez de la sociedad cortesana1314. Para explicar el error de quienes encontraron en aquella novela exageración de caracteres o falseamiento del medio ambiente, apunta una interesantísima teorización sobre el realismo novelesco:

«Este achaque de la novela aristocrática, es el de toda la novela contemporánea, y casi estoy por decir, de todo el arte cuando se intenta mirarle tan de cerca [...] Todas las novelas realistas adolecen por lo común de este mal, si las toman por su cuenta los que quieren jactarse de muy enterados de la sociedad que describen. El arte es un condensador; es un caracterizador; no da nunca la impresión exacta del natural, con su insipidez, con sus variedades individuales y no genéricas, con sus atenuaciones, con sus líneas esfumadas e indirectas para el relieve. Así es que toda novela especial parece siempre falsa en algún punto al especialista, sobre todo y precisamente si no es artista».



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Por último, se ocupa Yxart del asunto que, como catalanista y escritor, más próximo le era en el debatido texto de Nubes de estío: «Tres cargos dirige el Palique a los "chicos" de la prensa madrileña. Primero, el pandillaje literario que excluye de la "crítica menuda" a cuantos escritores no viven junto a ella; segundo, el fatuo desdén por cuanto no se refiere a la capital [...] y por último -como resumen y compendio- el desconocimiento de toda una literatura: la catalana». Ni que decir tiene que en la defensa de las tesis peredianas pone el crítico de La Vanguardia todo su interés, convirtiendo la última entrega de su artículo en una ardorosa defensa del regionalismo literario catalán1315.




ArribaAbajo6. El asunto y el desarrollo de la trama

Nubes de estío replanteaba un viejo problema, ya tratado en anteriores libros de su autor: el carácter mixto o intermedio, entre la mera sarta de cuadros de costumbres y la novela propiamente dicha. Recordemos la carta de Pereda a Oller en la que calificaba la novela que estaba escribiendo como «colección de cuadros de la vida provinciana (de capital) con un hilito pasado por ellos de cualquier modo para ensartarlos y darles un poco de unidad»; y las palabras casi coincidentes de Menéndez Pelayo que también citábamos páginas atrás; «Para el autor el argumento de la novela ha sido casi un pretexto para enlazar los animadísimos cuadros de costumbres». Quintanilla, que también planteaba en su crítica este mismo problema, llegaba a la conclusión de que, si bien en la novela parecía haber cuadros sueltos, estos obedecían a una necesidad narrativa superior: «Pudiera suceder que Pereda, al escribir Nubes de estío, no hubiese querido hacer más que cuadros sueltos [...] valiéndose del drama de Irene sólo para unir los capítulos [...]   —372→   las descripciones, la mayor parte de las cuales no pueden ser cuadros sueltos ni siquiera episodios, como se decía antes, porque resultan absolutamente necesarias»1316. En cambio Blanco García, en las páginas que dedicaba a Pereda en su libro La literatura española en el siglo XIX -aparecido ese mismo año- señalaba: «Las acusaciones de decadencia que se han lanzado contra él a propósito de Nubes de estío [...] reconocen por origen la falta de enlace y soldadura en los capítulos»1317.

Absoluta unanimidad hubo entre los críticos a la hora de comentar la trama argumental que servía de enlace a aquellos cuadros o episodios; aunque hubiera diferencias de opinión a la hora de valorar positiva o negativamente aquel factor, todos señalaron la extraordinaria simplicidad del argumento, el escaso interés del conflicto y lo convencional de su resolución1318.

Francisco F. Villegas, para quien «uno de los caracteres esenciales de la novela contemporánea, es la sencillez de la acción [...] siempre que el autor acertase a reproducir un aspecto dramático de la realidad»1319, reprochaba a la novela que su sencillez de acción novelesca no fuese acompañada de la deseable fuerza dramática:

«La obra última de Pereda, titulada Nubes de estío, no puede ser más sencilla, como que es un átomo de acción novelesca, disuelto en un volumen de 500 páginas. En cambio carece en absoluto de fuerza dramática. Es una narración de menudencias que parecen sabrosas por la magia del estilo del autor, y por lo castizo y elegante de su hermosísima prosa, pero que carece de la principal condición de la novela: lo dramático. Por eso no interesa, y llega en algunos momentos, particularmente para los lectores que no se pagan o no entienden de bellezas puramente formales, a caerse de las manos.

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»[...] No hay pasión ni lucha, ni los afectos están avivados por el entrecruzamiento de grandes intereses humanos y los obstáculos no existen, ni es necesario fuerza para vencerlos, la narración toda resulta tan insignificante como si yo refiriese aquí los episodios usuales y corrientes de un fragmento cualquiera de mi vida o de la vida del vecino».



Antes que Villegas, ya Emilia Pardo había censurado en Nubes la exagerada desproporción entre su mínima acción y su extensión excesiva: «El asunto cabe en un dedal», dice antes de resumir con gracia, en unas líneas, las primeras situaciones, hasta llegar al episodio en que a la joven protagonista le proponen el matrimonio con el aristócrata madrileño; «la novela tendría que acabarse allí, hacia la página 180 -comenta-; pero como la muchacha [...] no se resuelve a decir claramente que nones hasta doscientas páginas más adelante, el libro llega como puede a las quinientas». Por todo ello concluye: «Para cuerpo de novela [...] no es bastante quizá [...] la pequeña tribulación de la niña santanderina [...] y menos ahora, dentro de la evolución recentísima de la novela, género que va calando y pesando cada vez más»1320.

Leopoldo Alas, en cambio, discrepaba del dictamen de su colega coruñesa: «No opino yo como una ilustre crítica que no haya bastante argumento para una novela en Nubes de estío, ni que sea baladí el asunto por lo que toca a la forma y por lo que importa al fondo». Aunque añade algunas páginas más adelante: «La acción, la fábula, no es en sí tan insignificante como se ha dicho; reducida a límites naturales, correctos, tendría intensidad suficiente»1321; afirmación que parece coincidir con lo apuntado por Pardo y por Villegas acerca del exceso de páginas de la novela en relación con el asunto que relataba.

Aquella desproporción lógicamente tenía que afectar al desarrollo de la trama, y, en definitiva, a la construcción y composición de la novela. Sobre este punto Alas fue contundente: «El principal defecto del libro está en su composición, la cual suele ser muy descuidada en Pereda»1322; tal descuido, en el caso de Nubes, lo notaba sobre todo   —374→   en las múltiples repeticiones y en la prolijidad de diálogos y menudencias carentes de interés1323. En suma, la composición de este libro, que califica de «desgraciada», en su opinión «hace tediosa no pequeña porción del volumen, quita fuerza al final y engaña a los distraídos respecto al valor total del asunto».

También aludió a este defecto, aunque de modo más velado, la crítica de M. Cacheiro Cardama; refiriéndose a la unidad de tiempo que tiene la anécdota central de Nubes, sugiere la posibilidad de reducirla a un cuadro: «La verdadera acción se desenvuelve en la temporada veraniega, o para ser más exacto, en unos días de esta temporada, por lo cual más que novela las Nubes de estío son un cuadro fácil de reducir en ámbitos sin mengua de la comprensión, pudiendo cercenarse algunos capítulos, excelentes es cierto, faltando los cuales la obra no resultaría deficiente».

Frente a los que señalaban en la novela una defectuosa composición, Quintanilla destaca el desarrollo graduado de la trama argumental a lo largo del relato:

«El gran mérito del libro está a mi parecer en la manera de exponer el drama, comenzándole por el conflicto, echándose de golpe en la mitad de la dificultad. Por los patrones vulgares y sabidos, empezando por un principio artificial y preparado, quizás no hubiera logrado Pereda interesar tanto a los lectores [...] y con otro medio de exposición y otro análisis, ni el arte magistral con que se va desarrollando el tira y afloja [...] quizás tampoco hubiera logrado que se considerara remedio natural y lógico el calificado de Santo Remedio, el artificio del trueque de cartas»1324.



Estas últimas palabras del escritor santanderino aludían a un punto que mereció censuras de diversos críticos: el desenlace del conflicto, que resuelve su complicado enredo mediante el fácil recurso de una confusión de cartas. Para el anónimo autor de la reseña del Boletín de Comercio, «a ese recurso se acude en el teatro cuando no se encuentra la salida»; algo parecido observa Miquel: «Un desenlace con trueque de cartas como en cualquier comedia de principiante»1325. Y Manuel Cacheiro llega a afirmar: «El desenlace sí que es poco real. No precisaba el insigne maestro acudir al gastado recurso de las casualidades, a un cambio de sobres: ello es trivialísimo e impropio del autor que justa y   —375→   legítima fama tiene [...] este es para mí el punto más negro del cuadro, si el cuadro tiene puntos negros».

Pero si este episodio final de Nubes fue desfavorablemente juzgado por la crítica, hubo otros sobre los que coincidieron los elogios. Así algunos críticos santanderinos buenos conocedores del lugar y costumbres descritos en ellas, alabaron las páginas dedicadas a la llamada «jira elegante», o excursión marítimo-fluvial del capítulo XXII. Además de Ricardo Olarán y A. Ortiz de la Torre, lo hizo José Zumelzu, que observo cómo en este fragmento se servía Pereda de procedimientos perspectivistas en la descripción: «Los cuadros y descripción que en el libro abundan, están trazados o pintados de mano maestra, tal vez mejor que ninguno el de "el Pipas" [nombre del río objeto de la jira], por la singularidad de no ser el autor quien describe, sino un palentino entusiasta de las bellezas que abundan en la orilla»1326.

Otro episodio justamente alabado de Nubes fue el de la llegada del tren, en el capítulo VI, «cuadro en el cual derrocha el maestro todas sus habilidades de colorista y que puede pasar por modelo del género», según Ortiz de la Torre. Y «Pedro Sánchez» llega a afirmar hiperbólicamente que «la llegada del tren rivaliza hasta con ventaja con cualquiera descripción de Zola»1327. También se señaló el acierto del novelista en el capítulo III, «A Claustro pleno», en el que se desarrolla una tumultuosa asamblea de una sociedad mercantil; para E. Lozano Monforte «es un trabajo de mano maestra, lleno de color y vida, como si el insigne escritor santanderino hubiese trasladado al papel los sonidos de un fonógrafo. Este es uno de los capítulos más acabados de la novela».




ArribaAbajo 7. Personajes y caracteres

«Si como novela Nubes de estío es completamente anodina y en muchos capítulos soporífera, como colección de caracteres ya son otros cantares. La mano del Sr. Pereda es mano de maestro en el difícil arte de hacer retratos». Este juicio de Villegas puede resumir bastante bien la opinión de una gran parte de la crítica, que, como era habitual en   —376→   los libros de Pereda, dedicó especial atención al estudio de los personajes en Nubes. Pero no todos fueron tan benévolos como «Zeda»; el riguroso «Clarín», aun reconociendo el acierto del novelista en la presentación de los personajes, subraya las dificultades que se aprecian en cuanto a su mantenimiento a lo largo del relato: «Los caracteres son proyecciones exactas cuando aparecen; pero después, desviada la luz, se prolongan, y al perder la verdad del dibujo, se van también desvaneciendo, disolviéndose»1328.

Aunque no pueda hablarse propiamente de protagonistas en esta novela, por cuyas páginas desfila una nutrida galería de personajes, es indudable que el de Roque Brezales ocupa un lugar relevante, no sólo por su destacado papel en la anécdota, sino, sobre todo, por sus méritos como creación literaria; para Quintanilla era «una de las figuras más simpáticas y mejor estudiadas del libro, la escogida para significarle»1329. Manuel Cacheiro dedicaba varios párrafos de su crítica a estudiar este personaje, tratando de mostrar cómo su carácter se va configurando ante el lector a lo largo de los capítulos de la novela. Por su parte, Menéndez Pelayo, en la citad a carta a Pereda, elogiaba lo que en aquel carácter había de observación y análisis: «con mucho menos han ganado otros fama de profundos observadores y psicólogos. ¡Qué monólogos los suyos y qué extraña mezcla de bondad candorosa, de ignorancia, de caridad, de malicia!»1330.

Otro personaje destacable por su papel en la historia es el de la hija de aquel Brezales, Irene. Para Villegas «su carácter, a fuerza de serio y reservado resulta borroso; es un alma de mujer de cincuenta años, encerrada en un cuerpo joven y bellísimo. Faltan en ella las alegrías de la juventud; falta calor a su sentir y es demasiado masculino su pensar. Así es que, a despecho de los esfuerzos del autor, resulta poco simpática». No obstante esas objeciones (en las que se aprecia una notable confusión entre los rasgos de la «persona» y su configuración literaria), el mismo crítico encontraba que en el análisis psicológico de este personaje mostraba Pereda notables dotes:

«Hay un capítulo en Nubes de estío, titulado "Soledades", que él solo acreditaría de profundo observador y de talento dé primera magnitud al Sr. Pereda. ¡Con qué sabia mirada lee en las profundidades del pensamiento! ¡Qué bien sabe seguir esa ruta llena de rodeos que recorren las ideas, las cuales, en los   —377→   momentos de meditación, no parece sino que van describiendo espirales a trozos interrumpidas por entre las circunvalaciones del cerebro [...]

»Hay que reconocerlo, Pereda psicólogo es el primer novelista de España».



Refiriéndose a este mismo capítulo M. Cacheiro ponderaba, no sin hipérbole, «el magnífico examen psicológico que el autor hace de su heroína, examen digno de Richardson o Fielding»1331

Como antes dijimos, la galería de personajes de Nubes es copiosa; excesiva a juicio de Villegas: «Alrededor de estos personajes [los citados don Roque Brezales y su hija Irene] se agrupan una multitud de tipos que, si aislados son de mérito superior, nada tienen que ver en su mayoría con el desarrollo de la novela, y que si de algo sirven es para embarazar el curso de los sucesos principales». No obstante esto, algunos de aquellos tipos secundarios fueron dignos de la atención y, en más de un caso, de los elogios de quienes comentaron la novela. Así Menéndez Pelayo, en el texto epistolar ya citado, mencionaba, entre los personajes «de vida tan intensa y de tan sólida contextura artística que a mi juicio pueden rivalizar con los mejores de la riquísima galería de Vd.», al arbitrista Sancho Vargas; también observaba: «el tipo de la beata [doña Mónica] está muy bien hecho, y presenta ciertos rasgos clásicos y celestinescos muy dignos de aplauso»1332. Este mismo tipo mereció también el elogio de Cacheiro y, junto con otros personajes, era destacado por Ricardo Olarán en este texto: «¿Puede darse nada más gráficamente pintado, en el papel que desempeña en la obra, que el tipo de la hipócrita gazmoñería, personificado en la maliciosa doña Mónica? ¿Acaso no merece encomio el arte con que están delineadas, en sus propios actos y palabras, los caracteres de Irene y Petrilla? ¿Se ha creado para la vanidad ridícula un tipo más exacto y acabado que el de don Roque Brezales? ¿Encajan la farsa y la malicia en un molde más perfecto que el egregio duque del Cañaveral, Marqués de Casa Gutiérrez?».

Leopoldo Alas exponía así su juicio sobre algunos de los personajes de segundo orden: «Nino Gutiérrez y toda su parentela están bien estudiados y correctamente dibujados; lo mismo se puede decir de los tres personajes importantes, especie de bajo-relieve cómico de mucho efecto y de firme observación; entre los personajes episódicos indígenas los hay borrosos y los hay excelentes. Vargas me gusta más en sus rasgos generales que en sus proyectos; no me gustan uno a uno los golfos que andan con Fabio López [...] me gustan como coro». De entre todos   —378→   ellos, Clarín destacaba uno que, en su opinión, era incluso mejor como creación de carácter que el propio Roque Brezales, y que era quien lograba salvar el interés del relato: «Lo mejor de lo mejor [...] es el serondo prócer, que llega tarde, sí, pero aún a tiempo para armar la escena y resucitar un interés que, valga la verdad, estaba a pique de que se le llevase la trampa»1333.




ArribaAbajo8. El lenguaje del diálogo

Además de los convencionales y ya tópicos elogios al estilo de la lengua perediana1334, citaremos algún comentario crítico referido al lenguaje de los diálogos en esta novela. Francisco Miquel y Badía, además de censurar algún vulgarismo que creía hallar en cierto personaje1335, señaló la naturalidad y verdad del habla de los diálogos: «Los personajes -afirma- hablan con verdad y con naturalidad, pero con la verdad y naturalidad que demandan el arte y la poesía, ya que obra de arte y obra de poesía es y será siempre una novela. Que no se expresan por modo exactamente igual al que emplean en su lenguaje diario las gentes de idéntica clase [...] Todo lo cual anotamos con elogio del señor Pereda, al revés de lo que haría un naturalista o realista del todo consecuente».

En cambio Clarín encontraba que muchos diálogos de Nubes carecían de la propiedad que demandaba la poética del realismo; objeción esta que, como hemos tenido ocasión de ver, no era nueva respecto a la obra perediana. Estas son las palabras que escribe Alas:

«Fuera de Brezales y su mujer, casi todos los personajes hablan tan bien como escribe Pereda, y esto es inverosímil y cansado. La discreción que Irene tiene en el alma no debía ella poder trasladarla tan fielmente a los labios hasta en la cosa de menos monta que dice; y menos debía poder expresarla en   —379→   aquel lenguaje prosódico, sonoro, castizo, que siempre puede servir de modelo en unos trozos escogidos de buen castellano.

»Los personajes de las novelas no deben estar diciendo cosas dignas de una antología [...] Esa manera de escribir, tan digna de elogio por muchos conceptos, carece de ciertas cualidades: de concisión, espontaneidad, viveza, etc., etc., que en el diálogo familiar, no sólo sientan bien, sino que casi siempre son indispensables».



Además de esta tacha de impropiedad, Alas señala otra, que afecta también al desarrollo de la trama novelesca: la prolijidad en el diálogo; «es un defecto general -observa- de nuestros novelistas»; y, aunque no suele ser corriente en Pereda, «en Nubes de estío hay casi capítulos enteros que parecen hechos por coser y cantar». Insiste más adelante en su apreciación de que tal defecto es especialmente notable «cuanto que Pereda es en otras ocasiones de los novelistas que mejor manejan el diálogo como instrumento para expresar el carácter, las costumbres, etc.». Apunta también que ello puede ser debido a la desorientación que se nota en algunos capítulos de la novela: «En Nubes de estío, por lo mismo que se desorienta a los pocos capítulos y tarda en volver a orientarse, por lo mismo el diálogo es también más débil, más flojo, más pesado, dígase claramente»1336.





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ArribaAbajoCapítulo XV

Al primer vuelo (1891)



ArribaAbajo1. Elaboración y publicación

En sus líneas generales, ya era conocida en la bibliografía perediana la historia de su novela Al primer vuelo; José María Quintanilla -que ya había adelantado la noticia del nuevo libro casi un año antes1337- saludaba su aparición en los escaparates de las librerías santanderinas con un artículo en El Atlántico en el que, entre otras cosas, se contaba aquella historia en estos términos:

«De la historia externa de la ovela se saben algunas más noticias, y bueno es escribirlas desde luego, en servicio de los curiosos [...]

»Pereda escribió Al primer vuelo contra su voluntad y por compromiso. El no gusta de vender sus obras, porque cree que venderlas es lo mismo que echar un hijo a la inclusa; pero tanto empeño tenía en editarle una la casa catalana citada Henrich y Cía. y tanto insistieron para conseguirlo sus representantes que, al fin, el verano pasado, el ilustre escritor cedió y les dio palabra de escribirles una novela corta, como ellos querían.

»Alcanzado este primer triunfo, la casa editorial pretendió otro, que le entregara la novela en octubre para que se publicara antes de Navidades, y, ¡santo Dios! aquí comenzaron los apuros de Pereda. Cuando se le hizo la segunda solicitud estaba con las manos en otra masa, escribiendo Nubes de estío; ¿cómo dejar la obra comenzada?... ¿cómo apartar la atención de ella y obligar a la fantasía a hacer otra novela?... Su genio triunfó; guardó en un cajón las cuartillas que le ocupaban, dispuso otras y en pocos más de cincuenta días escribió Al primer vuelo, remitiéndola a los editores no en octubre sino en septiembre»1338.



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Esta información de Quintanilla fue recogida, concretada y ampliada en algunos datos por José María de Cossío en su libro de 19341339 y de ahí ha venido repitiéndose por todos cuantos se han referido a esta novela1340. La publicación en 1980 de una serie de cartas, hasta entonces inéditas, de Pereda a José Yxart ha contribuido a perfilar de modo definitivo el laborioso proceso de preparación de aquella obra de encargo1341. En efecto, Al primer vuelo nació a petición de Yxart, crítico literario de gran prestigio en aquel tiempo y director literario de una editorial de Barcelona; en algunas de estas cartas, las fechadas en 1889, 1890 y 1891, se trata, casi de modo exclusivo, de aquel encargo.

Parece ser que el proyecto de incluir una novela del polanquino en una colección de aquella editorial venía ya de antiguo: había sido el crítico Luis Alfonso, uno de los antecesores de Yxart en su puesto en aquella casa, el primero en solicitarlo de Pereda; así se lo recuerda este a Yxart en la primera carta en que se ocupa de este asunto, y le expone cuáles fueron entonces, y siguen siendo ahora, los principales inconvenientes: no le agrada dar una novela fuera de la colección y editorial que había publicado sus anteriores libros («la repugnancia que a mí me causa el entregar un libro a una empresa para que le edite cuándo y como quiera, sin que yo tenga derecho alguno sobre él, durante lo mejor de mi vida; algo así como quien manda un hijo a la inclusa, para que se lo vistan, alimenten y eduquen»1342) y también sus pretensiones económicas: de modo bastante sutil, aduciendo las elevadas cifras de ventas de sus libros y recordando los beneficios netos que le acababa   —383→   de reportar su reciente Puchera, sugiere una cifra bastante elevada como precio de su libro1343.

Tras algunas negociaciones sobre aquella cantidad -de las que la carta a Yxart del 15-II-90 da preciosos datos1344- Pereda accede, y expone así sus planes para la obra encargada:

«Me pondré a escribirla o a empeñarme en ello (porque yo soy así) tan pronto como termine la que dejé a medio hacer dos meses ha, y no he vuelto a tocar por el excepcional estado de mi espíritu, advirtiéndole a Vd. que lejos de ser para mí una ventaja lo del menor tamaño que las de costumbre, ha de resultarme todo lo contrario. Calculando que pueda volver yo a trabajar en la obra comenzada en Marzo, quizás pudiera estar terminada la del compromiso en todo el verano próximo, si no falta la salud y hallo mimbres a la mano».



Este testimonio puede dar una respuesta a lo que se preguntaba Montesinos en su Pereda: «No comprendo bien por qué Pereda, obligado por sus compromisos con Yxart a darle una novela extensa no le ofreció simplemente la que ya tenía comenzada, y prefirió variar el tema en otro largo libro»1345. El compromiso era de hacer un a novela corta, y para ello Nubes no servía, ya que por las trazas que llevaba lo escrito, iba a ser una novela de regular extensión (otra cuestión es que Al primer vuelo resultase luego mucho más larga de lo proyectado).

No cumplió Pereda sus planes, tal vez porque las dificultades para concluir Nubes eran mayores de las previstas; así que dejó la interrumpida novela y se puso a redactar una nueva. Por cierto que la relativa semejanza de tipos y ambientes entre ambas1346, unida a las circunstancias de su redacción, hizo pensar que Al primer vuelo era una derivación de Nubes de estío; parece que Yxart lo apuntó en una carta y Pereda lo   —384→   desmiente categóricamente: «No recuerdo haberle dicho a Vd. que de un cabo de esta novela [está hablando de Nubes] sacase yo Al primer vuelo, ni que existiera razón alguna para decirlo. Al contrario, me enredé en la nueva, no tanto para cumplir cuanto antes el compromiso adquirido, como para olvidarme de la otra escrita hasta la mitad»1347.

La redacción -según los datos que figuran en el manuscrito1348- se comenzó el 14 de mayo de ese año de 1890; el 31 del mismo mes escribe Pereda a su amigo Federico Vial, pidiéndole algunos datos sobre costumbres, trajes y expresiones de Méjico, que necesita para un personaje de la novela1349; la carta indica además que la redacción va a buen ritmo: «Continúo trabajando ahora a toda máquina hasta que se me cierre la cantera que tengo al descubierto y cuyas bancadas no van ya en la dirección anunciada a medias por "P. Sánchez" el otro día»1350.

No fue esta la única documentación que pidió el escritor a sus amigos para algunos temas que debía tocar en la novela y que le eran poco conocidos: a pesar de su fama de «escritor marinista» los conocimientos peredianos en asuntos de navegación eran muy escasos y, dado que una buena parte de Al primer vuelo se desarrollaba a bordo de un balandro, requirió el asesoramiento de sus amigos náuticos, según consta en diferentes testimonios1351. Curiosamente, algunas críticas habían   —385→   de elogiar en la novela precisamente el aspecto marinero, llegando a hablarse de su pericia en tales asuntos1352.

El 1 de junio, en carta a su colega Pérez Galdós, le informa Pereda de la marcha de la tarea, además de contarle los antecedentes que ya conocemos de aquel encargo: «Traté de salir avante del compromiso cuanto antes; y con este propósito púseme al yunque quince o veinte días hace1353, y golpe va, golpe viene, llevo la mitad de la obra despachada, obra que por las trazas que va tomando, va a ser el gran timo de la época para los infelices editores1354. Si después de acabarla (cosa de tres semanas, por mi cálculo) me queda respiración, intentaré continuar la suspendida en enero...»1355.

El 3 de julio escribe a Yxart dándole noticias de lo avanzada que está la redacción: además de los datos ya adelantados en la carta a Galdós que hemos citado, hay aquí otros de interés sobre las dimensiones que va tomando la obra, su carácter pintoresco y la propia opinión sobre el resultado:

«Yo vine aquí a mediados de Mayo, y pesándome en el espíritu el compromiso adquirido con Vds. como me pesan todos, chicos y grandes, en lugar de ponerme a trabajar en la novela mía comenzada, metí la herramienta en la del compromiso, aprovechando un filoncillo de cantera que descubrí de pronto. Seguí trabajando sin levantar mano, y a estas fechas está la obra en disposición de terminarla en diez o doce días, si las fuerzas no me faltan, que a veces lo temo. Quedándome por hacer cosa de 5 capítulos, lo hecho hasta aquí según mis cálculos, da para un libro como Morriña1356, sin contar lo que ocupan los grabados, en lo cual me acomodo a los deseos manifestados por los Sres. Henrich y Cía. De intento, para facilitar la interpretación al dibujante, he hecho que pase el asunto en un villorrio de todas partes, el cual asunto es trivialísimo, aunque muy abundante en accesorios; y Dios quiera que, al conocerle, no se arrepienta   —386→   Ud. de haberse acordado de mí para esta empresa. Aún no sé qué título poner a la novela [...] Hablándole con entera y cabal franqueza, la hechura no me disgusta del todo, ni creo que sea lo más malo de lo mío».



A pesar de que el manuscrito da como fecha de su conclusión el 11 de julio1357, el propio Pereda desmiente este dato en carta a Yxart en la que le informa: «el último día de julio concluí la novela en la cuartilla 564, que, por mi cuenta ha de dar en la edición [...] 440 páginas por lo menos sin grabados. ¿Habré pecado, al fin, por cuenta de más?»1358. Los dos meses y medio de trabajo, que según cómputo del propio autor, le llevó aquel texto1359 se habían visto acompañados de algunas molestias de salud, si no graves, sí bastante dolorosas, que hicieron especialmente dificultosa la tarea. El dato ya era conocido por los Apuntes para la biografía de Pereda (1906)1360 y lo confirma una de las cartas a Yxart1361, en la que, por otro lado, insiste Pereda en los temores, ya formulados anteriormente, a haberse excedido en los dimensiones de la obra: «Algo ha influido también en mi deseo de "acabar" y en mi propósito de no mirar cuánto iba descubriendo a medida que la labor adelantaba, el intento de no dar al libro mayor extensión de la conveniente a los fines industriales de la editorial en cuyo nombre me pidió Vd. una novela corta».

El original fue entregado a los editores en los últimos días de agosto1362, una vez puesto a limpio el manuscrito autógrafo. Pero, como   —387→   ya era habitual en Pereda, comenzaba la consabida fase de inseguridad y desconfianza en el valor de lo hecho: ya hemos visto alguna insinuación en las cartas a Galdós del 12 de junio y a Yxart del 3 de julio. Pero todavía había de insistir más en ello hasta el punto de que, en vista de los temores formulados por el propio Yxart, el novelista de Polanco llega a sugerir una rescisión del contrato y recuperar su original:

«Se ha alarmado Vd. porque yo le dije que el asunto de la novela era trivial. Quizás hubiera sido más exacto calificarlo de sencillo, pero de todos modos, las alarmas de Vd. me han alarmado a mí también. [...] Temo, pues, que a pesar de haber puesto los cinco sentidos en la obra, con haber invertido en ella casi tanto tiempo como en la más voluminosa y afortunada de sus hermanas [...], a pesar en fin de estar hecha a un solo aliento y a mi manera, resulta o puede resultar, en opinión de muchos lo que Vd. teme en hipótesis muy bien temido. En mitad de estos recelos míos, la novela irá a poder de Vd. con la terminante condición de que la lea, y si después de leída, no la cree bastante para dejarnos airosos a Vd. y a mí, con los editores que han de pagarla, me la devuelva en la seguridad de que ningún perjuicio me ocasionará con ello, pues la editaré yo por mi cuenta inmediatamente»1363.



Aquellos planes de la editorial, de hacer aparecer el libro antes de las navidades de 1890, no pudieron cumplirse, al parecer por culpa del ilustrador1364. Conocemos la fecha exacta en que el libro sale a la venta, por testimonios del propio autor, que el 7 de mayo escribe desde Madrid a su amigo santanderino Sinforoso Quintanilla: «Anoche llegaron a esta casa representante de la de Barcelona, dos cajas de ejemplares de mi novela, que se pondrá a la venta mañana»; en la misma carta anuncia el envío de algunos ejemplares a Santander, entre ellos el que ofrece el autor a su esposa1365.

  —388→  

El 8 de mayo Al primer vuelo se pone a la venta en Madrid, y uno de los periódicos que dan la noticia, El Correo, publica como primicia el capítulo VIII. Dos días más tarde, José María Quintanilla anuncia la aparición del libro en Santander y le dedica una de sus «Gacetillas» en El Atlántico; además de otras cuestiones, a las que ya nos hemos referido al principio de estas páginas, menciona un aspecto del libro que había de ser comentado por algunos críticos1366 (y suponemos que por los lectores): su elevado precio, consecuencia del espléndido pago de los editores al autor: «quedó compensado el trabajo porque los editores pagaron inmediatamente la novela con una esplendidez inusitada en España, donde jamás ha alcanzado un libro el precio de Al primer vuelo1367; con tanta esplendidez, que han tenido que cambiar de propósito, retrasar la publicación y hacerla en dos tomos... de cinco pesetas cada uno encuadernados».




ArribaAbajo 2. Eco en la crítica

La atención de la crítica fue casi inmediata, como no podía ser de otra manera, dado el prestigio indiscutible del novelista, la ruidosa polémica que su anterior novela (Nubes de estío, publicada tres meses antes) había suscitado, y la relativa expectación que había por conocer esta novela, muy anunciada y que se publicaba en una prestigiosa colección.

El día 27 de mayo, cuando ya van publicados varios artículos sobre el libro -algunos de cierto interés y bastante elogiosos, como los de Eguía, Zumelzu, Quintanilla, Ortiz de la Torre- Pereda se queja en carta a Josep Yxart del «absoluto silencio» que hay sobre el libro, añadiendo algunos irónicos comentarios sobre esa actitud de los chicos de la prensa y sobre sus efectos en la venta de la novela:

«La venta [...] no fue mala, aunque en el más absoluto silencio, silencio que continúa a la hora presente, como Vd. habrá observado. ¡Luego se sublevan aquellos chicos si se les dice   —389→   que no prestan atención a los libros que no sean de la casa! Verdad es que en esta ocasión no dejan de ser disculpables sus desdenes, porque en primer lugar, después del escandaloso éxito de Pequeñeces [...] es imposible que dejen sabor alguno en aquellos paladares escaldados comidillas insulsas como la de Al primer vuelo; y en segundo lugar, había sobre el tapete de la prensa madrileña asuntos de tan palpitante interés como la exposición de perros, a la cual han tenido que consagrar los cultos periodistas largas columnas y lo mejor de su ingenio»1368.



He aquí el inventario de las referencias y críticas periodísticas relativas a Al primer vuelo publicadas en 1891 y que hemos podido consultar.

  1. José María de PEREDA, «Al primer vuelo, novela del Sr. Pereda», El Correo, Madrid, 8 de mayo; año XII, n.º 4.045.
  2. «PEDRO SÁNCHEZ» [José María QUINTANILLA], «Gacetilla. El libro de Pereda», El Atlántico, Santander, 10 de mayo; año VI, n.º 126.
  3. Sin firma, «Publicaciones», Las Provincias, Valencia, 12 de mayo, año XXVI, n.º 9.0181369.
  4. Justo EGUÍA Y RUIZ, «Audacia literaria: Al primer vuelo», El Adalid (Periódico Bisemanal Católico y Literario), Madrid, 13 de mayo; año I, n.º 13, págs. 2-3.
  5. «Un chiquillo de la prensa»1370, «Al primer vuelo (última novela de Pereda)», El Resumen, Madrid, 13 de mayo; año VII, n.º 2.250.
  6. J. ZUMELZU, «Al primer vuelo», El Atlántico, Santander, 17 de mayo; año VI, n.º 131.
  7. «PEDRO SÁNCHEZ», «Gacetilla. Al primer vuelo», El Atlántico, Santander, 17 de mayo; año VI, n.º 133.
  8. Sin firma, «Notas bibliográficas», La Unión Vascongada, San Sebastián, 17 de mayo; año I, n.º 11.
  9. A. ORTIZ DE LA TORRE, «Al primer vuelo», El Correo, Madrid, 24 de mayo; año XII, n.º 4.060.
  10. E. BUSTILLO, «Al primer vuelo (A José María de Pereda)», [versos] Madrid Cómico, Madrid, 30 de mayo; año XI, n.º 432, pág. 3.
  11. —390→
  12. A., «Boletín Bibliográfico», en Revista Contemporánea, 30 de mayo; tomo LXXX, pág. 444.
  13. E. PARDO BAZÁN, «Juicios cortos: Al primer vuelo», Nuevo Teatro Crítico, Madrid, junio; año I, n.º 6; págs. 45-521371.
  14. Fr. Manuel F. MIGUÉLEZ, «Pereda. Al primer vuelo», La Ciudad de Dios, Madrid, 5 de junio; 3.ª época, año XI, vol. XXV, n.º III, págs. 215-226.
  15. F. B. ZUBELDIA, «Al garete. Al primer vuelo», El Aviso, Santander, 6 de junio; año XX, n.º 68.
  16. Luis ALFONSO, «Prosa y verso. Al primer vuelo», La Época, Madrid, 29 de junio; año XLIII, n.º 13.948.
  17. Sin firma, «Un libro como hay muchos», El Heraldo de Madrid, Madrid, 2 de julio; año II, n.º 2441372.
  18. J. VIMAR, «Al primer vuelo», La Dinastía, Barcelona, 8 de julio; año IX, n.º 4.062.
  19. F. MIQUEL Y BADÍA, «Al primer vuelo», Diario de Barcelona, B., 2 de septiembre; n.º 245, págs. 10272-10.274.

Salta a la vista en ese inventario la ausencia de algunos de los críticos asiduos de las novelas peredianas; así, Leopoldo Alas, de quien Pereda temía una crítica demasiado severa («Ahora sólo falta que "Clarín", si llega a escribir algo, lo haga como suele, dándose a poner puntos y comas a determinados pasajes de la infeliz novela», escribe a Quintanilla el 2 de julio1373), se limitó a mencionar muy de pasada este libro en un artículo en octubre en Los Lunes de El Imparcial en que hacía balance del «año literario»: al referirse a las obras de Pereda recientemente publicadas, recuerda que sobre Nubes de estío ya escribió en su momento y que «de Al primer vuelo pienso hablar según mi leal saber y entender, mas no hoy, porque me faltará espacio»1374; no nos consta que tal promesa llegara a cumplirse1375.

  —391→  

De algún otro crítico tenemos referencias indirectas: en su artículo del 10 de mayo en El Atlántico, Quintanilla aduce una opinión de Yxart -parte muy interesada en la novela publicada, como sabemos- que no nos consta se hiciese pública: «...el mismo Yxart [...] ya ha contado a alguien que Al primer vuelo, uno de los idilios más tiernos de la literatura española, es uno de los mejores hijos de su padre... ¿Se quiere mejor recomendación?». Se basaba Quintanilla, probablemente en confidencias, del propio Pereda, que le habría transmitido el dictamen epistolar de Yxart. También fue favorable, aunque privado, el de otros amigos, según se deduce de estas palabras de una carta de Pereda a Oller, en la que, además de agradecer aquellas opiniones, se duele del menosprecio general de la crítica: «Dígole que aun quitando de ello cuanto es producto de su sentimiento amistoso, he necesitado cuanto U. y otros compañeros y amigos me han dicho en particular sobre mi última noveleja, para no creer a puño cerrado que era la obra más infeliz que se hubiera escrito en España y sus Indias; porque no solamente la han mirado con compasivo menosprecio los poquísimos que, como la Pardo y Luis Alfonso, se han dignado mencionarla en letras de molde, sino que los críticos a quienes siempre han merecido mis libros alguna consideración, esta vez se han callado como muertos»1376.

Las críticas publicadas fueron escasas y, pasadas las primeras semanas de la aparición del libro, este quedó en el olvido: no hay prácticamente ni una mención a Al primer vuelo en los estudios, reseñas, libros, artículos, etc., que se ocupan de Pereda, aparecidos después de 1891. Este dato nos puede dar idea de cuál fue, en general, la valoración que la crítica dio a esta novela1377. Si bien no hubo descalificaciones rigurosas   —392→   (aunque sí silencios tan significativos como el citado de Alas, o los de Menéndez Pelayo, Ortega Munilla, etc.), los elogios, algunos desmedidos, dan la impresión de tópicos halagos de compromiso al escritor de prestigio ya indiscutible1378. De ahí que, en general, las reseñas de Al primer vuelo tengan escaso valor crítico, con la sola excepción del artículo de Quintanilla del 17 de mayo, en el que, como tendremos ocasión de comentar, se analizan con sagacidad algunos aspectos de la novela; aunque pague también el tributo de incondicional amigo con ponderaciones tan excesivas como difícilmente demostrables: «Desde el principio hasta el fin produce su lectura la ilusión de realidad que es la suprema aspiración del arte. [...] uno de los libros de imaginación más serios, más divertidos, más interesantes, más humanos de la literatura moderna». No era el primero ni el más hiperbólico en sus alabanzas; un par de días antes, en el mismo diario santanderino que publicaba su juicio, J. Zumelzu había llegado a afirmar que aquella era la obra cumbre del escritor de Polanco: «es tal vez la mejor que en su larga carrera de triunfos ha llevado a término, [...] se ha sobrepujado a sí mismo en estilo [...] ha profundizado como nunca en el estudio y observación de las pasiones que agitan el corazón humano [...] puede aseverarse que Al primer vuelo es de lo óptimo, de lo mejor, de lo más hermoso, artístico y acabado que ha creado Pereda». Tal vez pensase en opiniones como esa el propio «Pedro Sánchez» cuando, al comentar la actitud perediana de no dar importancia a aquel «idilio», afirmaba en su «Gacetilla» del 17 de mayo: «Tiene por el contrario, mucha, muchísima importancia, y sin necesidad de compararle a otras novelas suyas, y mucho menos de apresurarse a asegurar que es la mejor de todas, porque lo primero sería inútil y lo segundo pecaría de imprudente, bien puede decirse que es una obra de "maestro", pensada de tal modo, sentida de tal suerte y escrita con tal arte, que tal vez no hubiera podido pensarla, sentirla y escribirla seis años antes de éste de gracia en que vivimos».

Una de las críticas más favorables -aunque escasamente valiosa- fue la firmada por el agustino padre Miguélez en la revista escurialense La Ciudad de Dios. Tanto satisfizo al autor aquel artículo que, apenas lo hubo leído, se apresuró a agradecerlo mediante una carta fechada en Santander el 9 de junio (y cuyo borrador hemos podido consultar). Se trata de un documento interesante por diversas razones: el novelista no se limita en él a la retórica declaración de gracias, sino que aprovecha para exponer -si bien de modo confuso- algunos de sus propósitos   —393→   al escribir aquel libro; y, de pasada, aludir al efecto que le han producido las noticias sobre la desfavorable opinión de Pardo Bazán. Las razones apuntadas, y el hecho de que se trate de un documento inédito, creemos que justifican el que lo reproduzcamos íntegramente.

Santander, 9 de Junio / 91

Rev. P. Fr. Manuel J. Miguélez

Mi distinguido y respetado amo: Como en la atenta carta [ilegible] del 26 de mayo, me hablaba de un artículo que, sobre mi novela Al primer vuelo, había enviado V. al Escorial para que se publicara en La Ciudad de Dios, y coincidiera este suceso con las muchísimas ocupaciones que entonces me distraían, resolví, aún a trueque de aparentar descortesía con V., aplazar la grata honra de contestarle hasta que se publicara el artículo y llegara al alcance de mis ojos. Esto ocurrió ayer tarde, por gracia y favor de nuestro bonísimo D. [¿Eduardo?], y mi primer cuidado al levantarme hoy de la cama ha sido cumplir el compromiso contraído con mi conciencia, para pagar la doble deuda de gratitud que tengo con V.

El artículo ¿a qué ocultarlo?, no solamente me ha satisfecho, sino que en determinados pasajes de él, me ha conmovido; y no por ser laudatorio en alto grado, sino por el modo de serlo. Puede V. equivocarse, y probablemente se equivocará en la estimación de determinadas [¿cosas?] que se le han antojado bellezas; pero la adivinación de la idea generadora y la visión del cuadro, en conjunto, de mis imaginaciones; el sentir y el amar en él lo que yo traté de que naciera para ser sentido y amado, ni es de todos los días ni para todos los críticos ni de lo que los padrazos a la vieja usanza podemos ver, cuando de nuestros propios hijos se trata sin que nos llegue a lo más hondo del corazón. Este es el toque original, sensible que tiene el artículo de V., que nunca le agradeceré bastante, acerca de esa obra, de la cual dicen que ha dicho (porque yo no lo he leído) mi amiga la Pardo Bazán en el último rincón de su Teatro Crítico y en media docena de renglones desdeñosos, que es pesada, pobre y decadente1379. Conque allá V.V.

Por el correo de mañana, porque por el de hoy no podría ser ya, enviaré a V. un ejemplar de la novela que tan de su gusto ha resultado; rogándole desde luego que no la reciba como en pago del honor que le ha hecho en las páginas de la Ciudad de Dios, sino como pobre testimonio del agradecimiento de su autor.

Dentro de muy pocos días, me tendrá V. a sus órdenes en Polanco con firme propósito de no coger la pluma en la mano en todo el verano; pero bien dispuesto a demostrarle que allí, como donde quiera que se halle será de V. S.S. y muy obligado am.º y admirador q. s. m. b.

J. M. de Pereda



  —394→  

Como comenta el propio novelista en la carta que hemos transcrito, Emilia Pardo Bazán se manifestó disconforme con Al primer vuelo. No fue la única firma de prestigio que encontró fallida aquella novela: Luis Alfonso, en La Época se manifestó en igual sentido, aunque sus objeciones no son tan graves que alcancen a explicar la desmesurada reacción de Pereda, que lo comenta así en carta a José M.ª Quintanilla:

«El artículo de Luis Alfonso que no me sorprende porque es cosa innegable que, por fas o por nefas, estoy de malas, no tanto por lo que dicen los enemigos como por lo que callan los amigos [...] En lo que te equivocas grandemente es en suponerme desazonado con el juicio de La Epoca y dispuesto a escribir a L. Alfonso. ¿A qué santo? Váyanse a la mierda: él, su artículo, el periódico y la grandísima tarasca de cuyo desfogue es una glosa miserable la salida de aquel su "gozquecillo" cursilón»1380.



Algunos meses más tarde, en el curso de su polémica con Pardo Bazán, el crítico agustino C. Muiños aludía de pasada a Al primer vuelo, mostrando su acuerdo con la escritora gallega y razonando así su opinión: «Al primer vuelo [...], al revés también que al Padre Blanco1381, no ha logrado entusiasmarme a pesar de sus indudables bellezas. Aquel estilo irremediablemente maleante y zumbón de Pereda, y las notas cómicas que tienen casi todos los personajes, me desilusionan sin poderlo remediar, y me parece que están pugnando a bofetada limpia con el título de idilio que lleva la novela en la portada»1382.




ArribaAbajo3. Una novela peculiar

Para los lectores habituados al modo de novelar perediano, igual que para los críticos, aquel «idilio vulgar» resultó una obra sorprendente («alguno le calificará de novedad sorprendente», escribía Quintanilla   —395→   en su reseña del 17 de mayo). Y no sólo lo era por sus notables defectos, más propios de un novelista bisoño que de un escritor consagrado, sino también por algunos rasgos que parecían nuevos en relación tanto con la producción anterior de su autor, como con lo que por aquellos mismos años era usual en la novela española.

Esa relativa sorpresa de la crítica se manifiesta en algunos esfuerzos por comparar aquella novela de 1891 con las anteriores de Pereda. «Pedro Sánchez» -que llegaba a comparar los amores de la pareja protagonista con los de Pablo y Virginia- apuntaba también una cierta semejanza con El sabor de la tierruca1383. Por su parte, el crítico que firma «Un chiquillo de la prensa» (para quien «Pereda no ha escrito más que una novela y media, las demás reciben -según me aseguran personas competentes- el nombre de bocetos largos, rasguños hondos y escenas prolongadas»), Al primer vuelo es una «nueva escena prolongada».

Ese afán por situar la novela recién aparecida dentro de la producción de su autor, llevó a «Pedro Sánchez» a apuntar la sugerencia de que con aquella iniciaba Pereda «otra fase de su vida literaria»; idea que explica con estos argumentos: «A Pereda le caracterizaba hasta aquí su fuerza épica, su fuerza descriptiva y su fuerza cómica; a esto [...] hay que añadir la nota tierna, distinta del optimismo melancólico que inspiró Pedro Sánchez, y la dulce amargura del idilio trágico de Luz...». También el Padre Miguélez consideraba el nuevo libro de Pereda como totalmente original dentro de su producción: «Como el insigne novelista montañés ha escrito tanto y tan bueno, parecerá difícil que logre ahora decir lo que no haya dicho ya en otras obras, gala y ornato de la literatura clásica. Y no obstante, a medida que se avanza por las páginas de este libro, el interés y la admiración persuaden que no ha cogido Pereda la pluma para repetirse ni gastar el tiempo en lo que puede leerse con fruto en sus demás obras. Es cierto que aquí se habla de indianos, de padres modelos, del doméstico hogar, de hijas bien y mal educadas, modestas y sensatas, o de la crema fina de las villas, de comidas y excursiones campestres1384, de regatas por el mar y de cuanto ya Pereda ha escrito»; pero, concluye, hay algo de nuevo y original en lo que llama «la vida interior de Al primer vuelo». Con parecidos argumentos,   —396→   aunque algo más convincentes, se expresa en el Diario de Barcelona F. Miquel y Badía, al señalar que las descripciones de la vida en Villavieja -el pueblo en que se desarrolla la historia de la novela- es «materia repetidas veces tratada por aquel novelista, y a la cual no obstante sabe imprimir cierta variedad, siquiera en la forma y en los pormenores, porque en lo fundamental han de tener necesariamente parecidos capítulos de novelas suyas en que se desarrolla aquel mismo tema»1385.

Pero al margen de su supuesta semejanza con novelas propias o ajenas, lo que a algún crítico llamó la atención fue precisamente el carácter un tanto indeterminado de aquella novela; no es fácil decidir si tal rasgo obedecía a las limitaciones y errores propios de aquel libro (frutos, a su vez, de las condiciones en que se hubo de escribir), o bien [...] nota de relativa modernidad, que, aunque no exactamente detectada por todos los críticos, sí fue valorada como un acierto por algunos de ellos. «Lo que hay en él de incoloro e indefinido -escribe Justo Eguía-, es lo que a mis ojos alcanza mayor encanto; porque el velo de perezosas nieblas que se ve extendido sobre toda acción, personaje y lugares, está de intento desplegado por el autor y es el que da a la obra cierto cariz soñoliento e indeterminado que más dulcemente fascina». Y José Zumelzu, tras comentar lo más notable del libro -en su opinión personajes, caracteres, descripciones y diálogo- afirma: «nada de esto, con ser todo óptimo, es lo que da carácter a Al primer vuelo. Flotando por encima de todas esas cosas, llenándolas y compenetrándolas de un modo inexplicable, existe en ese libro un algo incomprensible, tan amable, tan hermoso, tan sobriamente dicho y al mismo tiempo tan sentido y profundo, que siendo imposible expresarlo, se siente allá en el fondo del espíritu de manera tan expresiva y produce impresión tan dulce, que lo mejor que puede hacerse con él es leerle y guardarse íntimamente la impresión a que da origen». Como consecuencia de ello, no resulta fácil clasificar Al primer vuelo dentro de las escuelas o tendencias novelísticas coetáneas; «Quien pretenda clasificarle aunque sea en el grupo del nuevo realismo, pierde el tiempo», afirma «Pedro Sánchez»1386.

Pero, en cualquier caso, lo que sí estaba claro es que aquel libro no podía incluirse en las llamadas novelas de tesis o tendenciosas. En efecto, en comparación con la mayor parte de las suyas, en esta Pereda rehuía voluntariamente cualquier intención trascendente. «Nada de tesis -escribe Quintanilla en el mismo artículo-; nada de conflictos; nada de problemas: la sencillez y la naturalidad han sido sus inspiraciones, y   —397→   el fin, el arte por el arte». Ortiz de la Torre en El Correo, una semana más tarde, expone la misma opinión y parecidas palabras, de modo que cabe sospechar una inspiración en el artículo de Quintanilla1387: «Nada de tendencias, ni de tesis, ni de pretensiones de dogmatizar; un espíritu regresivo a cierta máxima del arte pagano, hoy del gusto de muchos es lo que parece haber guiado a Pereda al engendrar su obra: el arte por el arte».

La falta de tensión dramática y la ausencia de conflicto en el asunto narrado hace que el relato muestre un tono peculiar que también fue notado por algunos críticos; así, para «Pedro Sánchez» es una amable ternura («el gran poeta que ha hecho llorar tanto a sus lectores, y el gran satírico que tanto les ha hecho reír, se limita con Al primer vuelo a hacer que se enternezcan y sonrían»); para Ortiz de la Torre, un tono plácido y sereno («donde está, a mi juicio, el mérito más grande, es en la nota plácida y serena que domina en la obra [...] en lo tierno y delicado de aquel idilio, de aquella pasión amorosa y pura que sin sobresaltos, ni choques violentos del espíritu va acercando a los dos héroes»); para Vimar, la sencillez y delicadeza de sentimiento («un idilio que podrá no satisfacer a los espíritus que anhelan nutrirse con emociones fuertes, pero en cambio subyugará tanto a las almas sencillas como a los que se espacian en el delicado goce que proporcionan los cuadros llenos de sentimiento y poesía»).

A pesar de esta casi unánime coincidencia en notar en Al primer vuelo la falta de cualquier propósito trascendente y, por tanto, moralizante, no faltó quien señalase algún matiz moral en aquel libro; el padre Miguélez elogiaba el pudoroso cuidado con que el novelista tocaba algún episodio que podría resultar escabroso (o, para emplear el mismo término que usa el crítico agustino, «naturalista»1388). Y Vimar, en La Dinastía, llegó a formular en estos términos la moraleja que, en su opinión, podía deducirse de algunos sucesos de aquella historia: «quiere escarmentar, decimos, a los que, como don Alejandro, desprecian el decir de las gentes, y en este caso es de aplaudir la intención, ya que cierta libertad por la cual aquél aboga y cree indispensable en la vida del campo, ha de ser compatible con el buen parecer para que no redunde en sinsabores y disgustos».



  —398→  

ArribaAbajo 4. La trama y su desarrollo

Tal vez uno de los aspectos más llamativos de Al primer vuelo era la contradicción entre lo sencillo y endeble de su trama argumental y la notable extensión del libro (más de seiscientas páginas entre los dos tomos de su primera edición1389). Ante este fenómeno, las opiniones fueron discrepantes. Para algunos, los que la juzgaron de modo más benévolo, aquella contradicción, lejos de ser un error, constituía uno de los principales méritos de la novela: haber sido capaz de construir una obra tan extensa con una materia argumental tan leve («idilio [...] salpicado de geniales disquisiciones y diálogos inimitables, que le permiten abarcar muchas páginas, cuando la acción es tan reducida que pudiera con muy pocas contenerse», como decía Justo Eguía).

«Pedro Sánchez» -para quien nada sobraba en aquella larga novela- aludía a la aparente facilidad con que parecía estar realizada («fácilmente concebido, fácilmente planeado, fácilmente escrito, del principio al fin no acusa más que facilidad; una facilidad desesperante y engañosa»), consecuencia de un perfecto dominio de las técnicas de construcción novelesca: «...en el libro de que se trata "no se ven los andamios". Parece todo el tan sencillo, tan natural, que ninguno mejor se puede creer fruto de la inconsciencia artística y, sin embargo, quien lo lea más de una vez, a la segunda advertirá que todo lo tenía previsto el novelista, que tenía preparados los tipos, las cosas y las escenas, que hasta el más mínimo detalle le debía tener estudiado, a juzgar por la habilidad de autor dramático que hay que atribuirle una vez conocido el resultado»; y concluía: «parece que [...] Al primer vuelo ha sido incubado a la manera que incuba Zola sus grandes obras».

Ortiz de la Torre calificó de «diminuto» el argumento de la novela, y ponderó la habilidad de su autor para desarrollar acertadamente un relato sobre «trama tan fina» y para «llevar sin esfuerzos ni fatigas, y como por la mano, acción tan sencilla, hasta llegar sin aparente violencia al desenlace». Esa misma facilidad y fluidez en el deslizarse de la acción novelesca también fue elogiada por Vimar1390 y por Miquel, quien atribuía   —399→   a la probada maestría de Pereda el haber relatado de modo interesante una «fábula tan superlativamente sencilla»1391.

Frente a opiniones como las mencionadas, otros críticos -entre ellos algunos de los más prestigiosos- calificaron la novela de prolija y desproporcionada (Pardo Bazán1392), con una extensión excesiva para su escasa acción (Luis Alfonso1393). El crítico de La Época apuntaba, además, otro grave desequilibrio entre los elementos de la novela: un exceso de escenografía (lo que él llama «fondos») y demasiados personajes y acciones secundarias1394. Un crítico santanderino, F. B. Zubeldia, además de señalar algunos capítulos que consideraba pesados y sobrantes, observaba cómo el interés de la acción aparecía muy tardíamente, ya en el capítulo IV de la segunda parte; capítulo que Eguía consideraba como el culminante de la novela y uno de los mejores escritos, aunque formulaba sobre él y sobre el conjunto de las últimas escenas, algunos reparos acerca de su verosimilitud1395.

Una trama tan artificiosamente alargada y desarrollada con escasa coherencia, había de concluir también de modo un tanto borroso. No por casualidad el capítulo último se titula «En el que todos quedan satisfechos menos el lector»; con ello Pereda abandonaba la convención usual en su narrativa (y en la de la mayoría de sus coetáneos) de dejar en sus últimas páginas atados todos los cabos de la trama. No es que en esta quedasen sueltos, sino que la conclusión no se hacía expresa y quedaba a la imaginación del lector. Aunque, como bien observaron algunos críticos (Ortiz de la Torre, Vimar) los datos proporcionados eran suficientes para que la solución del conflicto fuese fácilmente   —400→   imaginable por el lector1396. Resultan así un tanto exageradas las alabanzas del P. Miguélez al considerar tal final como «un giro inesperado de la novela» y «un alarde de ingenio», hasta afirmar que «eso de que el lector pueda hacer los comentarios que guste sobre lo que Pereda se calla, constituye uno de los principales méritos de la obra»1397.




ArribaAbajo5. Ambientación, descripciones y paisajes

Como otros varios aspectos de la novela, este resultó también muy mediatizado por el tipo de edición a que se destinaba; como ha observado Montesinos1398, el hecho de que Al primer vuelo hubiese de llevar abundantes ilustraciones, obligó al novelista a concebir una historia pintoresca (en el más exacto sentido de este término); «verdadero cuadrito de caballete -escribía Ortiz de la Torre en su reseña-, con su marco de terciopelo, sus fondos campestres respirando poesía y santo regocijo, su ambiente fresco, perfumado y primaveral...».

Algunos críticos observaron cómo la técnica de las descripciones se basaba en un cierto perspectivismo; Quintanilla, en su reseña lo formuló de modo muy preciso y observó la novedad que ello suponía frente al naturalismo francés: «Las descripciones, puestas en boca y pluma de los personajes, para mayor separación entre la obra y el autor, parecen ajustadas a la última moda literaria que reacciona contra el abuso de la escuela naturalista francesa»1399.

Justo Eguía también se fijó en aquellos procedimientos descriptivos, pero, a su juicio, el resultado distaba de ser excelente: en algún caso, el paisaje visto a través de la perspectiva de personaje resultaba plano e inmóvil1400; otras veces, las descripciones pecaban de prolijas o   —401→   contravenían las leyes de propiedad expresiva que exige el perspectivismo («Las admirables descripciones del solar de los Bermúdez o del Casino, tal vez demasiado minuciosas, y sobre todo la de Villavieja en la carta de D. Claudio a Bermúdez, quizás excesivamente larga y con estilo por demás galano y castizo -dada la persona del redactor-...»1401).

En su excelente crítica en La Época, Luis Alfonso señalaba cómo el exceso de ambientación terminaba por desplazar a los personajes protagonistas: «encariñado el autor [...] con la descripción de Villavieja y de su mar, y de su cerro con la casa de Peleches encima, y de estos y aquellos grupos de sus moradores, ha dejado un tanto borrosos a veces, y a veces un tanto apartados, a los héroes [...] de la historia»; y concluye su reseña con esta afirmación: «En conclusión: Al primer vuelo es un paisaje con figuras [...] es un hermoso paisaje con figuras al que nada le faltaría si no le sobrara fondo». Señalemos finalmente, a propósito del paisajismo de esta novela, que Pardo Bazán hizo en este punto una excepción en su desfavorable juicio, calificando a Pereda como «paisajista de primer orden y un incomparable marinista: la descripción de la campiña, las excursiones en el yatch, tenían que ser para él un triunfo y lo son en efecto»1402.




ArribaAbajo 6. Personajes

No es Al primer vuelo una novela de personajes, ya que estos en ella no cumplen más función que la de mínimo soporte indispensable para sustentar su sencilla trama argumental. A pesar de ello, la crítica dedicó una buena parte del espacio de sus reseñas a comentar ese aspecto del libro.

Para Eguía y Ruiz, el eje de la novela lo constituían las relaciones de la pareja protagonista1403 hasta el punto de justificar las limitaciones de sus caracteres en función del entorno paisajístico: «Nieves y Leto no deben ser estudiados por el crítico en sí mismos solamente, que tal vez le parezcan poco definidos sus caracteres, sino rodeados de aquella floresta y de aquel mar que acentúa y completa sus contornos». (Recordemos aquí la opinión de Luis Alfonso que citábamos más arriba, a propósito de cómo el excesivo fondo llegaba a hacer borrosas las figuras   —402→   centrales del cuadro1404). Por cierto que el comportamiento de aquellos dos jóvenes era considerado como impropio e inverosímil por F. Miquel, con unos argumentos cuyo sentido no nos es fácil interpretar: «...se portan los dos protagonistas de una manera que acaso cuente ejemplos en Asturias y Vizcaya y que tal vez sea corriente en Inglaterra, pero que es desacostumbrada y más que medianamente schocking en la mayoría de los reinos y provincias españolas y en la mayoría de los departamentos de la vecina nación francesa»1405.

Hemos tenido ocasión de observar en capítulos precedentes cómo José María Quintanilla tenía una cierta debilidad, en sus críticas de las novelas peredianas, por lo que consideraba una de las principales habilidades de su maestro: el análisis psicológico. No es ocasión aquí de discutir el acierto de tal opinión; si la recordamos ahora es porque también en Al primer vuelo se ocupó Pereda -con dudosa fortuna- de eso que él mismo llamaba psicologías, mereciendo los elogios del citado «Pedro Sánchez» en su reseña («en aquellos análisis psicológicos que sufren los dos enamorados, algunos tan hermosos y magistrales como los del capítulo Después del paseo, ni hay artificio, ni pesadez, ni rebuscos, ni pizca de esa afectación que ahora priva en París en tales lances») así como los de otro crítico santanderino, J. Zumelzu («en la sobria narración de la pasión de Leto, y en la manera de su nacimiento y desarrollo, expresada principalmente en sus soliloquios y sueños, hay tesoro tan grande de sutilísima observación interna, toques tan magistrales, observaciones tan agudas, pensamientos tan altos en medio de su aparente sencillez y modestia...»1406).

En cuanto a la joven protagonista del relato, Nieves Bermúdez, el mismo Zumelzu apuntó que tal vez era «la mujer más completa de todas las que creó la imaginación de Pereda». Más categóricamente, sin ponerlo en duda, afirmaba Ortiz de la Torre: «es el tipo más delicado y femenil que ha creado el maestro y vale muchísimo más que otra porción de hermanitas suyas...». Por el contrario, F. Bolado Zubeldia, en El Aviso, razonaba así sus reproches a aquel carácter: «Nieves nos parece un personaje algo inverosímil; los años no modifican su carácter, puesto que tan inocentona es en aquel tiempo de su niñez cuando reprendía a su primo Nacho que cuando, pasados los años, es presentada a Leto en el casino de Peleches». Por último anotemos que para Miguélez   —403→   era el personaje de D. Alejandro Bermúdez «el tipo mejor retratado de la novela»1407.

Por su parte, Emilia Pardo Bazán, destacaba, como si de un personaje se tratase, la importancia y «vitalidad» del balandro Flash: «si en su último libro hay bastantes personajes muy desdibujados, muy pálidos, modelados floja y rutinariamente, en cambio el Flash, el curioso balandro, vive y palpita con esa vida de los objetos inanimados...»1408. Capítulo aparte merecen los comentarios acerca del habla de los personajes, en especial porque en este aspecto se señalaron algunas interesantes críticas. Así E. Pardo Bazán elogiaba los esfuerzos de Pereda, no siempre culminados por el acierto, para conseguir un efecto de naturalidad en los diálogos urbanos de la novela: «No hay que omitir el elogio que Pereda merece por los esfuerzos que en esta novela realiza para comunicar cierta naturalidad a sus diálogos no rurales, y para desengonzar el estilo y hacerlo menos académico y premioso, más ingenuo, fluido y amable que otras veces. Nunca estos esfuerzos son completamente infructuosos, y conviene agradecerlos y alentarlos, máxime a autores como Pereda, que han visto ensalzados, por fanáticos turiferarios sus mismos yerros»1409.

En cambio, para Luis Alfonso aquellos esfuerzos resultaban totalmente fallidos, porque el escritor reincidía aquí en un defecto que no era nuevo en él: «Los personajes se expresan "demasiado bien" a menudo, lo cual en Valera habríamos aceptado, pero no en realista tan decidido como Pereda, y las muletillas de algunos de ellos dan en abusivas». En señalar este mismo abuso coincidía F. Miquel, que observaba además cómo este método de caracterización de personajes perdía su eficacia por culpa de su misma reiteración: «Siente afición el insigne novelista montañés a poner en muchos de los personajes que ha inventado su fantasía o, mejor dicho, que por virtud de ella ha trasladado vivientes desde la vida real a las páginas de su libro, el toque, o rasgo de la muletilla en su conversación, lo cual sin duda será frecuentísimo en las comarcas por él pintadas, pero cuya repetición se hace a veces algo fatigosa para el lector»1410.





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ArribaAbajo Capítulo XVI

Peñas arriba (1895)



ArribaAbajo 1. Elaboración y publicación

Opina José María de Cossío que «los orígenes más remotos de Peñas arriba hay que buscarles en aquel fecundo viaje electoral por Liébana y los valles del río Nansa, que suscitó la escritura de Los hombres de pro, insinuó en el Don Gonzalo una concepción tradicionalista del gobierno patriarcal de las aldeas, e inició la reconciliación de Pereda con tantos caracteres aldeanos de mayorazgos, vaqueros y labradores cruelmente vistos en los primeros cuadros de costumbres»1411. Según esto, casi veinticinco años -pues aquella expedición tuvo lugar en 18711412- separarían la novela de su idea germinal. Sin llevar esta tan lejos en el tiempo, podemos afirmar que la noticia más antigua que conocemos de Peñas arriba como novela en proyecto data de principios de 1891, cuando, en su reseña de Nubes de estío, anuncia «Pedro Sánchez» que su amigo el escritor polanquino «proyecta una novela montañesa de los altos montes, Peñas arriba»1413.

La historia de la redacción de este libro, tan dilatada y accidentada, es probablemente la mejor conocida entre las de las novelas de su autor; Montesinos la ha relatado de manera tan precisa que justificada el que en esta ocasión nos remitiésemos a las páginas correspondientes de su libro1414. No obstante, nuestra investigación sobre documentos que no fueron accesibles a aquel crítico nos ha proporcionado algunos datos que, si no modifican sustancialmente su exposición, sí añaden precisiones de cierto interés.

Así, en contra de su afirmación de que, hasta 1893, aquella novela   —406→   no era «sino un vago proyecto»1415, un artículo, también de Quintanilla, publicado en El Atlántico el 4 de diciembre de 1891, permite suponer que para aquellas fechas el novelista tenía ya pensado el que había de ser episodio más famoso de su libro, aunque todavía no hubiese iniciado la redacción: «Pereda pondrá en el telar cuartillas para su novela Peñas arriba -una novela de los montes de Cabuérniga, con pastores y osos e hidalgos cazadores...»1416.

No sabemos exactamente cuándo comenzó Pereda a redactar; no antes de agosto de 1892, a juzgar por lo que confiesa en una entrevista aparecida en El Nervión, de Bilbao: «Yo, por regla general, escribo una novela cada verano, aquí en Polanco [...] Es verdad que el año pasado escribí dos novelas y váyase lo uno por lo otro [...] tengo el paño para una que no se cuándo ni cómo la escribiré»1417. Días más tarde, el seis de agosto, escribía a Oller: «Me hallo con deseos de hacer algo este verano, entreveo algunos materiales aprovechables, y sin embargo, nada de ello surge tan claro en las negruras del cerebro, que me anime a coger la pluma para darlo forma y color»1418.

En contra de tan pesimistas declaraciones, a finales de septiembre comienza la redacción, aunque con las dificultades ya habituales; «hace ocho días -escribe el 4 de octubre a Oller- puse la quilla a una novela, y otros tantos que no sé por dónde voy con la tarea, ni qué fines persigo en ella»1419. Dificultades que perduran un mes más tarde; el 18 de noviembre confiesa a Menéndez Pelayo:

«Yo ando algunos días hace metido con pocos alientos y de mala manera en el empeño de una novela, no ya montañesa sino montaraz, de entre lo más enriscado de la cordillera Cantábrica; pero el poco conocimiento que tengo de aquellas regiones y la consiguiente dificultad de circunstanciar sus cosas, unido a las contrariedades mecánicas que este taller me ocasiona a cada instante, son trabas que no me dejan andar al paso que yo acostumbro, ni con la seguridad que se necesita cuando se va derechamente a alguna parte»1420.



Al parecer, continuó redactando hasta diciembre de ese año; sin que sepamos por qué, se inicia aquí una larga interrupción, la primera   —407→   que sufrirá el proyecto, y que, según atestiguan diversas cartas1421, se prolongará prácticamente hasta junio de 1893. A fines de ese mes recibe la visita del novelista catalán Narcís Oller, que invitado por su colega, pasará algunos días en la casa de Polanco; al relatar en sus memorias, bastantes años más tarde, aquella estancia en la tierra de Pereda, Oller ofrece datos curiosísimos acerca de la preparación de Peñas arriba1422; a los allí indicados -que Montesinos resume y pondera en su libro1423- podemos añadir otros no menos interesantes, contenidos en un artículo de Duque y Merino publicado en El Atlántico el 1 de julio de 1893. Bajo el título «Diario. Tarde ganada» relata su visita a Pereda, cuando en su casa de Polanco está también Oller; aprovechando la presencia de un colega buen conocedor de las tierras en que se desarrollan algunos episodios de la historia -Duque y Merino era un costumbrista reinosano de cierto renombre-, Pereda leyó a sus visitantes el capítulo II, que   —408→   refiere el viaje a caballo desde Reinosa a Tudanca, y que mereció, además del visto bueno de Duque1424, los elogios de Oller1425.

Apenas marchó su invitado catalán, el escritor de Polanco reanudó la interrumpida tarea1426. La noticia trasciende los límites provinciales y se hacen eco de ella los diarios de Madrid: La Época del 14 de julio considera que Peñas arriba está «muy adelantada»1427; y un mes más tarde el mismo diario informa que «el ilustre novelista Pereda hace en estos momentos una excursión a Sejos (Santander) con objeto de estudiar algunos detalles para la novela que escribe actualmente»1428. Este dato de la excursión al puerto de Sejos (que es el que atraviesa el protagonista de la novela en el citado capítulo II) está documentada también por algunos testimonios epistolares1429 y periodísticos1430.

En esta fase de la redacción, y cuando iban escritos unos veinte capítulos1431, sobrevino, el 2 de septiembre de 1893, un acontecimiento que a punto estuvo de malograr aquella obra por los efectos que produjo   —409→   en el ánimo del autor: el suicidio de su hijo mayor. El suceso, del que hay abundantes testimonios en los epistolarios peredianos1432, ha sido relatado con profusión de detalles en la mayoría de los estudios biográficos y críticos sobre nuestro escritor1433, lo cual nos excusa de insistir en su exposición; baste señalar, para el objeto de nuestro estudio, que tras una prolongada interrupción, que amenazaba con ser definitiva1434, Pereda cedió al consejo de sus amigos y, casi como terapéutica para su depresión anímica, se dispuso a concluir la redacción de los capítulos que faltaban1435. Las cartas a Oller escritas entre junio y diciembre de 1894 ofrecen datos muy precisos sobre este punto.

«Acometí por la necesidad de defenderme del enemigo de mi negra   —410→   imaginación -confiesa el 6 de junio- el trabajo mecánico de remendar unos capítulos de los primeros de la novela que quedó a más de medio hacer el año pasado. Salíme, aunque mal, con mi empeño; y es posible que trabajando aquí en Santander pudiera hasta saltar el abismo que quedó abierto el 2 de septiembre, aunque fuera sudando sangre; pero temo que me sea imposible allá [Polanco] un esfuerzo semejante»1436. Un par de meses más tarde, este propósito ya es conocido del público: en un diario sevillano del 19 de agosto, Alfredo Murga recoge y comenta la noticia de que «el insigne literato montañés D. José María de Pereda, que desde la fecha en que ocurrió la desgracia de su hijo, no había vuelto a coger la pluma, se prepara a continuar sus brillantes tareas literarias»1437. Pero, como el propio escritor temía, la tarea no le resultaba fácil, por lo cual, para ayudarse, ensaya diversos recursos: primero, se hace copiar en limpio, por su habitual amanuense, el maestro de la escuela de Polanco, los veintidós capítulos ya redactados, «esperando que con la lectura y corrección de las cuartillas que va escribiendo, me vaya pegando yo al asunto y hasta emborrachándome un poco; pero hasta ahora -lamenta en esta carta a Oller del 24 de agosto- no lo he conseguido». En vista de lo cual -repitiendo el procedimiento ensayado con Nubes de estío- se arriesga a imprimir esos veintidós capítulos, obligándose con ello a concluir aquella tarea que consideraba ya como imprescindible para su restablecimiento: «No quiero entregarme en absoluto -escribe, también a Oller, el 8 de octubre-. Convencido, particularmente desde que he vuelto de Polanco, de que para mi espíritu desalentado y moribundo no hay, en lo humano, otra salvación que el mundo del arte, estoy resuelto a volver a el [...] A este fin he encargado anteayer a la fábrica papel para imprimir el libro que no puedo continuar por los caminos trillados de antes. Quiero ver si delante de los 22 capítulos impresos, se me despiertan, en forma de obligación, las fuerzas que necesito para acabarle de cualquier modo»1438. Dos días más tarde, un artículo en La Voz Montañesa, de Santander, afirma que Peñas arriba «si no está terminada, no tardará en terminar...»1439.

En efecto, la redacción concluye a mediados de diciembre, sin que su autor quede muy satisfecho del resultado; el día 19 manifiesta en   —411→   carta a Oller: «El libraco mío se acabó como Dios me dio a entender. Será el fracaso del año en el campo de la novela»1440.

Un artículo sin firma -pero que con toda probabilidad es de José María Quintanilla-, aparecido en El Atlántico el 27 de diciembre, da la noticia de que el libro está ya en prensa y divulga algunos pormenores de su laboriosa redacción: su dilatada interrupción, el recurso utilizado para forzar su conclusión («...libro rematado en estos dos últimos meses después de haber dado al editor lo compuesto hasta la fecha, a fin de que ya no hubiera medio de volverse atrás»1441); anuncia la aparición en las librerías «probablemente en la segunda semana del entrante mes de enero y año de 1895», y promete publicar como primicia un capítulo, lo cual cumple tres días más tarde1442. El último día del año también en El Atlántico se recoge y corrige una noticia aparecida en La Época, de Madrid el día 29, con informes muy precisos sobre la salida del libro, cuyas pruebas han sido ya corregidas1443.

Siguiendo la costumbre ya habitual, nuevos capítulos van apareciendo en diversos periódicos de Madrid1444, mientras en los santanderinos continúa la preparación del acontecimiento, que R. Alonso llega a considerar en La Atalaya del 6 de enero como anuncio del Renacimiento de las letras regionales en Cantabria1445. El autor, por su parte, muestra en sus cartas de esas fechas el ya conocido nerviosismo y desánimo ante la recepción que merezca su libro; el 2 de enero comenta a Oller: «Sobre la aparición de la novela mía están publicándose sueltos en la prensa de Madrid que me encocoran, así por la salsa amarga para mí con que envuelven la noticia, como por la resonancia que se da a un suceso que debía pasar inadvertido para que el desencanto del lector no sea tan grande»1446. Y el día 10 escribe a Galdós: «Estoy en prensa y cuento con un desastre. Mons parturiens. Afortunadamente me cogen ya estas   —412→   cosas curado de espanto. Lo que me interesaba era distraer este espíritu mortificado, y lo he conseguido a medias, por algún tiempo»1447. Afirma Cossío que el libro se puso a la venta en la primera quincena de enero1448, tal vez considerando como cumplida la suposición que apuntaba El Atlántico del 27 de diciembre. Lo cierto es que, por determinadas dificultades editoriales1449, Peñas arriba no pudo ver la luz antes del 25 de enero1450. El día 28 Pereda anuncia a Oller que le remite los ejemplares del libro para sus amigos de Barcelona1451. Ese mismo día varios periódicos reproducen fragmentos de la novela recién publicada y comienzan a aparecer las primeras notas críticas, aunque la primera que merece ser considerada como tal es la de Mariano de Cavia, el día 311452

De acuerdo también con testimonios periodísticos y epistolares, el éxito de ventas fue inmediato: entre doscientos y trescientos ejemplares en Santander en los dos primeros días, si es cierta la noticia que dan El Atlántico y La Atalaya1453. En otras ciudades el ritmo no sería mucho menor, ya que se dice que la primera edición, de cinco mil ejemplares, se agotó en tres semanas. El dato, que hace público El Atlántico del 19 de febrero1454 se convierte pronto en lugar común, que repiten distintos críticos, aunque con alguna variación en la cantidad de ejemplares vendidos1455.   —413→   La fiabilidad de estos datos debe ser contemplada con prudencia, sobre todo si consideramos que el propio autor en tres cartas de ese mismo mes de febrero, a Menéndez Pelayo1456, al colombiano M. A. Caro1457, y a Narcís Oller1458 da las cifras de cuatro mil, nueve mil y cinco mil ejemplares, respectivamente.




ArribaAbajo2. Eco en la crítica

He aquí el copiosísimo inventario de críticas de Peñas arriba, aparecidas a lo largo de 1895, que hemos podido consultar1459:

  1. Sin firma, «La novela de Pereda», La Voz Montañesa, Santander, 28 de enero; 3.ª época, año XXIII, n.º 7.411.
  2. José M.ª de PEREDA, «Nuevo libro de P.», El Correo, Madrid, 28 de enero; año XVI, n.º 5.395 [reproduce un fragmento de la novela].
  3. —414→
  4. J. M. P., «Inédito», Heraldo de Madrid, 28 de enero; año VI, n.º 1.543 [reproduce un fragmento de la novela].
  5. J. M. P., «Peñas arriba», El Liberal, Madrid, 28 de enero; año XVII, n.º 5.596 [reproduce un fragmento de la novela].
  6. Í. de CETINA, «Bibliografía», El Basco, Bilbao, 28 de enero; n.º 3351.*
  7. «CESALDO», «Pereda», El Movimiento Católico, Madrid, 29 de enero; año VIII, n.º 1.8661460.
  8. Mariano de CAVIA, «Peñas arriba, por D. J. M. de P.», El Liberal, Madrid, 31 de enero; año XVII, n.º 5599.
  9. Sin firma, «Pereda y su última obra», La Región Cántabra, Santander, 31 de enero; año III, n.º 235.
  10. «KASABAL», «La novela nueva de Pereda. Peñas arriba», La Correspondencia de España, Madrid, 31 de enero; año XLVI, n.º 13.509.
  11. J. G. CEBALLOS, «Madrid en enero», España Ilustrada, Zaragoza, 31 de enero; año III, n.º 2, págs. 21-22.
  12. «PEDRO SÁNCHEZ» [José María QUINTANILLA], «De Peñas arriba», El Atlántico, Santander, 1 de febrero; año X, n.º 32.
  13. Sin firma, «Peñas arriba», El Atlántico, Santander, 3 de febrero; año X, n.º 341461.
  14. J. M. de P., «Peñas arriba», El Eco Montañés, La Habana, 3 de febrero; año XI, n.º 5 [reproduce un fragmento de la novela].
  15. «TREMENTORIO», «Pereda y los montañeses», La Región Cántabra, Santander, 4 de febrero; año III, n.º 2371462.
  16. S. REGÚLEZ DEICIDOR, «Cartas íntimas. IV. (La última novela de P.)», El Globo, Madrid, 4 de febrero; año XXI, 4.ª época, n.º 7.023.
  17. Sin firma, «Peñas arriba», Boletín de Comercio, Santander, 5 de febrero; año LVIII, n.º 30.
  18. Sin firma, en la «Sección local», El Lucense, Lugo, 5 de febrero; año XII, n.º 3.077.
  19. Sin firma, «P.: Peñas arriba», Lo Verde, 6 de febrero.*
  20. V. B., en la sección «Provincias», Diario de Avisos, Zaragoza, 6 de febrero; año XXVI, n.º 8.052.
  21. —415→
  22. «PEDRO SÁNCHEZ», «La moraleja de Peñas arriba», La Atalaya, Santander, 6 de febrero; año III, n.º 756.1463.
  23. Ángel DE LOS RÍOS, «Otra carta abierta y pecho no cerrado», El Atlántico, Santander, 6 de febrero; año X, n.º 37.
  24. Emeterio DE PEDREÑA, «El precio de Peñas arriba», La Atalaya, Santander, 7 de febrero; año III, n.º 757.
  25. Z., «Acerca de Peñas arriba», La Región Cántabra, Santander, 7 y 9 de febrero; año III, núms. 240 y 242.
  26. A. RODRÍGUEZ DE URETA, «Remitido», La Atalaya, Santander, 8 de febrero, año III, n.º 758.
  27. Federico URRECHA, en Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 11 de febrero.
  28. «MAMBRÚ», «Peñas arriba», La Unión Católica, Madrid, 11 de febrero; año IX, n.º 2274.
  29. «ZEDA» [F. FDEZ. VILLEGAS], «Peñas arriba», La Época, Madrid, 11 de febrero; año XLVII, n.º 16.065.
  30. F. MIQUEL Y BADÍA, en Diario de Barcelona, 12 de febrero; n.º 23, págs. 1.889-1.8911464.
  31. Sin firma, «De Peñas arriba», El Atlántico, Santander, 13 de febrero; año X, n.º 44.
  32. Sin firma, «Tarjeta postal. A Federico Urrecha», Boletín de Comercio, Santander, 13 de febrero; año LVIII, n.º 37.
  33. Sin firma, «Peñas arriba», La Unión Mercantil e Industrial, Sevilla, 14 de febrero; año XIV, n.º 2.039.
  34. F. NAVARRO LEDESMA, en El Globo, Madrid, 15 de febrero; año XXI, 4.ª época, n.º 7.034.
  35. P. DE MÚJICA, en la «Sección Literaria. Peñas arriba», El Noticiero Bilbaino, Bilbao, 15 de febrero; año XXI, n.º 6.451.
  36. E. BUSTILLO, «Peñas arriba» [poema] Madrid Cómico, Madrid, 16 de febrero; año XV, n.º 626.
  37. Sin firma, «Don José María de Pereda», La Gran Vía, Madrid, 17 de febrero.*
  38. Ángel DE LOS RÍOS, «Peñas arriba», El Atlántico, Santander, 18 de febrero; año X, n.º 49.
  39. «CLARÍN» [Leopoldo ALAS], «Revista literaria. Peñas arriba, por D. J. M. de P.», Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 18 de febrero1465   —416→   .
  40. A. ORTIZ DE LA TORRE, «De Peñas arriba», La Unión Vascongada, San Sebastián, 18 de febrero; año V, n.º 1.246.
  41. «COLAS», «Desde Bustriguado. A don Isidoro Tamasquila», La Atalaya, Santander, 19 de febrero; año III, n.º 769.
  42. Sin firma, «En tres semanas», El Atlántico, Santander, 19 de febrero; año X, n.º 50.
  43. Sin firma, «Resurrección», La Voz Montañesa, Santander, 20 de febrero; 3.ª época, año XXIII, n.º 7.434.
  44. Ramón DE SOLANO, «Peñas arriba, de Pereda», El Siglo Futuro, Madrid, ¿20 de febrero?1466.
  45. C. OMAR Y BARRERA, «Peñas arriba», La Vanguardia, Barcelona, 22 de febrero1467.
  46. J. DE LASERNA, «Moneda corriente», El Imparcial, Madrid, 23 de febrero.*
  47. F. DE URRECHA, «El hidalguete de Provedaño», Los Lunes de El Imparcial, 25 de febrero.*
  48. «CLARÍN», «Revista mínima», La Publicidad, Barcelona, 25 de febrero, n.º 5.8661468.
  49. Domingo DE RAMOS, «Rasguños. La última obra de Pereda», La Integridad, Tuy, 26 de febrero.*
  50. Luis REDONET, «Peñas arriba», La Atalaya, Santander, 27 y 28 de febrero; año III, núms. 777 y 778.
  51. Sin firma, «El hidalgo de Provedaño», El Atlántico, Santander, 28 de febrero; año X, n.º 59.
  52. —417→
  53. Autor y título sin identificar, en La Topografía Moderna, Barcelona, febrero1469.*
  54. «CLARÍN», «Revista literaria», Las Novedades, Nueva York, 2 de marco; año XX, n.º 4.9321470.
  55. Amós DE ESCALANTE, «Peñas arriba» [soneto], El Atlántico, Santander, 3 de marzo; año X, n.º 61.
  56. Sin firma, «Peñas arriba y la pátria petita», La renaixença. Diari de Catalunya, 13 de mars; págs. 1.462-1.4641471.*
  57. Nuevo Mundo. Crónica Semanal Ilustrada, Madrid, 14 de marzo; año II, n.º 63.
    • Una gran parte de este número está dedicado a Pereda, con motivo de la publicación de su novela; incluye artículos originales y dos extractos de estudios de Menéndez Pelayo y Pérez Galdós publicados con anterioridad. He aquí su inventario, con indicación de las páginas correspondientes, entre paréntesis:
    • R. BECERRO DE BENGOA, «Iglesia y pila en que fue bautizado don José M.ª de Pereda» (4-5).
    • Jerónimo BECKER, «El amor a la naturaleza» (5-6).
    • A. SÁNCHEZ PÉREZ, «Pereda, crítico» (6).
    • M. MENÉNDEZ PELAYO, «Don José María de Pereda» (6-7).
    • José DEL PEROJO, «Pereda, gran cronista» (7).
    • B. PÉREZ GALDÓS, «Don José María de Pereda» (7).
    • «KASABAL», «Un párrafo acerca de Pereda» (8).
    • Sin firma, «Pereda en el extranjero» (10).
    • D. DUQUE y MERINO, «El Hidalgo de la Torre de Provedaño» (12).
  58. Melchor DE PALAU, «Acontecimientos literarios. 1895. Peñas arriba. Novela de d. J. M. de P.», Revista Contemporánea, Madrid, 15 de marzo; tomo XCVII, págs. 501-5101472.
  59. —418→
  60. M. MENÉNDEZ PELAYO, «Libros recientes. Peñas arriba, por D. J. M. de P.», Revista Crítica de Historia y Literatura Española, Madrid, marzo; año I, n.º 1, pág. 321473.
  61. MARQUÉS DE FIGUEROA, en La Ilustración Española y Americana, 22 de abril; n.º 15.
  62. R. NAVARRO, «Siluetas literarias contemporáneas. Don José M.ª de Pereda», La Libertad, Valladolid, 26 de abril; año XV, n.º 4.699.
  63. L. de L., «Notes de lecture (étranger)», Le Temps, Paris, 27 avril; 36 année, n.º 12.750.
  64. F. BLANCO GARCÍA, «Peñas arriba», La Ciudad de Dios, San Lorenzo de El Escorial, volumen XXXVI (primer cuatrimestre de 1895); págs. 357-361.
  65. «ANDRENIO» [Eduardo GÓMEZ DE BAQUERO], en la sección «Crónica literaria», La España Moderna, Madrid, abril; año VII, n.º LXXVI, págs. 198-204.
  66. E. A. VILLELGA RODRÍGUEZ, «Pereda y su último libro. Peñas arriba», El Pensamiento Galaico, ¿Santiago de Compostela?, 1, 2 y 3 de mayo.*
  67. Rafael F. DE CASTRO, en Diario Catalán, ¿Barcelona?, 22 de mayo.*
  68. J. LLUHÍ RISECH, en La Vanguardia, Barcelona, 3 de junio; año XV, n.º 4.343.
  69. M. GRILLO, en Revista Gris, Bogotá, agosto de 1895; tomo III, entrega 3.ª, págs. 86-94.
  70. Domingos FERNANDO GARCÍA, «Peñas arriba, por D. J. M.ª de Pereda», Jornal do Comércio, Lisboa, 13 de novembro; 43º anno, n.º 12.5791474.
  71. Ldo. LÓPEZ DE GURREA, «Arte y Letras. Sobre Peñas arriba», Madrid Científico, n.º 20.*

No parece necesario insistir, a la vista de este inventario, en la afirmación de que Peñas arriba fue el libro perediano que más eco obtuvo de la crítica de su tiempo1475. De una parte, el prestigio de su autor, indiscutible maestro de la novela de su tiempo; de otra, el largo silencio   —419→   de casi cuatro años que había mantenido desde sus últimos libros, Nubes de estío y Al primer vuelo, ambos de 1891. Sin olvidar el desgraciado acontecimiento de 1893, que había añadido a la espera del libro un ingrediente trágico que redoblaba el interés por conocerlo.

Ahora bien, como es de suponer, la abundancia de artículos y reseñas de Peñas arriba no es garantía de interés o calidad crítica. Por el contrario, podemos afirmar, sin temor a exageración, que, en general, no fue muy valioso lo que sobre aquella novela se escribió a raíz de su aparición; como a lo largo de este capítulo podremos observar, abundaron sobre todo los elogios respetuosos y tópicos a la última obra de una de las figuras consagradas del género novelístico; además, el tema que casi monopolizó el debate sobre Peñas arriba fue el que planteaba su tesis político-social, extensamente comentada en artículos, que, por su tono y razonamientos, parecían ocuparse de un tratado de sociología política, más que de una obra de ficción narrativa.

No es mucho lo que en los epistolarios de Pereda puede leerse, referido a las opiniones que mereció Peñas arriba1476. Una de las primeras a que alude es a la de su viejo amigo Benito Pérez Galdós; al parecer este se había ofrecido a dedicar a aquella novela un breve artículo crítico, según se deduce de estas palabras de Pereda, en carta del 23 de enero: «gracias mil por la oferta que me hace y no merezco de dedicar a mi libro algunos párrafos»1477; el escritor canario confirma su ofrecimiento en carta posterior, cuando ya han aparecido la mayor parte de las críticas que hemos inventariado, algunas de las cuales el propio Galdós pondera:

«Desde que salió Peñas arriba me comprometí [...] a escribirle un artículo, difiriéndolo para cuando termine mi trabajo. Estoy dispuesto a hacerlo, aunque la verdad, señor don José, me arredra un poco ejercer de crítico sobre una obra de tal magnitud. [...]

»Ya vería V. qué bien critican Peñas arriba y qué artículos tan buenos le consagraron; el de Cavia fue el mejor.

»Pero, aunque para nada necesite V. de mi concurso, yo echaré también mi cuarto a espadas. Haré una cosa breve y sin pretensiones»1478.



A pesar de tan reiterado compromiso, no nos consta que el autor de Misericordia lo cumpliese, como bien temía Pereda en su carta de respuesta a la antes citada; «Gracias también por sus aplausos a mi librejo, más afortunado que bueno, y por sus intenciones malogradas de tributárselos en letra de molde. No me caerán a mí esas brevas»1479.

  —420→  

Quien no falló a la promesa de dedicar un artículo a la novela, por más que fuese breve y algo superficial en su análisis, fue Marcelino Menéndez Pelayo, quien, apenas leído el libro, transmitía al autor amigo sus entusiastas elogios:

«Hace días que acabé de leer, no con placer sino con asombro Peñas arriba, que a mi juicio es una de las mejores cosas que se han escrito en España desde que faltan los grandes maestros del siglo XVI. No sé si es la mejor novela de su autor, pero afirmo que es, juntamente con La puchera, la que va mejor a mi gusto y la que me parece escrita con un arte más fino y delicado y con un sentido moral más hondo»1480.



Ni que decir tiene que tales juicios, por venir de quien venían, fueron especialmente gratos para Pereda, sobre todo porque la tardanza del bibliófilo santanderino en emitir su opinión le había producido algunos temores («Temíamos con bien justificada inquietud lo desconocido de tu opinión sobre Peñas arriba», confiesa en su respuesta1481). De ahí que, una vez confirmado el favorabilísimo dictamen de tan docto crítico, no dudase el novelista en solicitar a su amigo que aquel juicio se hiciese público, llegando a sugerir incluso en qué periódico podría aparecer:

«De esta inquietud [se refiere a la suscitada por la tardanza en conocer la opinión de M. P.] participaban estos íntimos, a los cuales lo mismo que a mí, y probablemente no tanto como a mí, ha regocijado tu carta inestimable del 12, que, si como es confidencial estuviera en letras de molde diluida en un artículo de los que tú sólo sabes hacer, no habría corona como ella para ese libro. [...]

»Como ya hablamos aquí en nuestra despedida de los particulares del artículo en el supuesto de que la novela te agradara, no insisto en el ruego de que dispenses a ese, probablemente, mi último libro, tan señalada honra. Sólo me atrevo a decirte que si te tentara el ángel bueno, lo publicaras en un periódico de mucha circulación, como por ejemplo El Liberal, (pues El Imparcial ha disparado ya bastante por la pluma de Urrecha, sin contar con el artículo de Clarín que debe andar hoy en su redacción)».

Como hemos anotado, la crítica de Menéndez Pelayo se publicó finalmente en la Revista Crítica de Historia y Literatura Española, que si bien no era como Pereda deseaba «un periódico de mucha circulación» se trataba de una publicación especializada, cuyo primer número   —421→   reunía firmas muy prestigiosas en el campo al que se dedicaban1482. En el artículo, al valorar aquella novela en el conjunto de las de su autor, formulaba una opinión que había de convertirse en tópico crítico: Peñas arriba merecía ser colocada, junto con Sotileza como obra maestra del escritor de Polanco1483.

No era Menéndez Pelayo el primero en formular tal opinión. Antes que él lo había hecho Ramón de Solano: «Peñas arriba tiene ese no sé qué en tal alto grado como Sotileza, en grado más alto que los otros libros de su autor». Y también, en su carta citada a Pereda, lo decía Pérez Galdós con estas palabras:

«Empecé a leer Peñas arriba cuando me lo trajeron, y luego tuve que suspender la lectura de esta maravilla del arte, y no le he dado finiquito hasta la terminación de mi tarea. Creo que se puede poner al lado de Sotileza, que es cuanto hay que decir en su elogio, y que ambas componen la obra más grande y hermosa que cabe imaginar, con un carácter poemático y de durabilidad que las eleva por encima de las miserias de arte narrativo y deleznable que componen nuestro oficio»1484.



Por otra parte, había una cuestión de la que, a partir de los dos libros de 1891, se venía hablando en los círculos literarios y críticos: la supuesta decadencia de Pereda («comenzó a susurrarse la palabra "decadencia"», escribe Montesinos al concluir las páginas que dedica a aquellos dos novelas1485). El primero en tocar ese tema en su crítica es «Kasabal», quien señala que en esta novela de 1895 «se observa con regocijo, leyendo las primeras páginas, que el castellano de Polanco no ha decaído, por más que sobre él pesan abrumadores los años y le han afligido en estos últimos tiempos inmerecidas desgracias». Algo semejante escribía   —422→   en su artículo de Las Novedades Leopoldo Alas; refiriéndose a quienes aluden a la decadencia de los escritores maduros, dice: «chasco se llevan, si, porque Pereda lleva tantos años de gloria y ha publicado tantos libros excelentes, se empeñan en verle decaído, agotado ni nada de eso»1486. Y J. Lluhí formulaba la siguiente opinión: «De Pereda no puede decirse eso [que está en decadencia]. La última de sus obras, Peñas arriba, es la más genial de todas»1487.

Para José M.ª Quintanilla, «empezada la novela quizá con el intento de ganar con ella la última batalla, de afianzar y rematar las conquistas de sus predecesoras», el resultado era, nada menos que «la mejor novela de estos últimos años», idea que, como veremos luego, fue repetida por diversos críticos. Claudio Omar y Barrera señalaba en aquella novela la falta de algunos de los aciertos de otras precedentes del autor: «carece del movimiento y peripecias de El sabor de la tierruca; no tiene las llamaradas pasionales de La Montálvez, ni la bravura de Pedro Sánchez, ni la trabazón espléndida de Don Gonzalo de la Gonzalera»; no obstante tales limitaciones, Peñas arriba le parecía «suma y compendio de todas sus novelas montañesas».

En su reseña en El Imparcial, Alas opinaba que «en ciertos respectos Peñas Arriba es lo mejor, ¡mucho voy a decir!, lo mejor de Pereda. Sí; otras veces le he visto más alegre, más gracioso, más perspicaz en las minucias, más variado, más pintoresco, pero nunca le he visto más grande». La opinión aparecerá matizada en su artículo posterior para Las Novedades de Nueva York: «Peñas arriba, en algunas cualidades, cede el paso a otras obras del autor; pero en lo que es más propio de la perfecta madurez, en las condiciones más serias y profundas es, para mí, el mejor libro de Pereda». Y concluye su crítica con esta afirmación: «Es una de las novelas más notables de cuantas ha producido España en estos veinte años últimos, en que lo mejor que se ha escrito han sido novelas».

La mayor parte de las reseñas de Peñas arriba repitieron la opinión de que aquella novela no sólo era la mejor de su autor, sino que podía considerarse entre lo más valioso de la literatura española contemporánea1488.

  —423→  

En este coro general de alabanza sólo hemos encontrado dos voces discrepantes: «Cesaldo» en El Movimiento Católico explica así las razones del éxito de ventas de la novela entre los coterráneos de su autor: «Los montañeses ricos establecidos en todas las provincias de España y en todas las islas y regiones continentales de América comprarán cada uno su correspondiente ejemplar de Peñas arriba, no para leerlo y mucho menos para comprenderlo y sentirlo, sino por ser cosa de la tierruca, por tratarse de aquel simpático don José, que es, según comentan los periódicos, una gloria santanderina»1489. Y Melchor de Palau concluía su análisis de la novela con estas palabras: «En resumen, la obra es novelescamente muy inferior a otras de Pereda y hasta sin consistencia propia, a pesar de los puntales sueltos que la consolidan»1490.




ArribaAbajo 3. Tendencia1491

Como quedó apuntado páginas atrás, este fue el aspecto de Peñas arriba a que más atención dedicó la crítica coetánea; hasta tal punto que hubo artículos que sólo se ocuparon de tal cuestión, soslayando el análisis y valoración de la novela como tal.

El punto previo de esta discusión fue el que planteaba la pregunta de si aquella era o no una novela de tesis; en el artículo «Peñas arriba y la pátria petita» se afirmaba: «Lo llibre no es de tesis, no porta un xic de pensament trascendental, no planteja res»1492. En la crítica que firmaba Z. en La Región Cántabra se rechazaba el supuesto de que Pereda hubiese escrito un libro tendencioso y socialista1493; y concluía: «Peñas arriba, ¿es una obra tendenciosa en el sentido que se da a la palabreja   —424→   en la novela moderna? Me parece que no; porque Peñas arriba no resuelve ni puede resolver nada».

Otros críticos formularon opiniones similares: Urrecha escribía en El Imparcial: «cabe la duda sobre si Pereda se propuso principalmente escribir su obra con aquella tendencia, o simplemente realizar [sic ¿por "realzar"?] la belleza por los medios que pone a su alcance su temple de artista, pues dentro de sus facultades todo puede parecerme Pereda menos tendencioso». Luis Redonet responde así a la pregunta: «Si por novela tendenciosa quiere decirse la que algo se propone, no cabe duda de que Peñas arriba lo es, puesto que tiende a despertar afición a la vida del campo, donde parece que se está más cerca de Dios. Pero creo sinceramente que no es tendenciosa en el sentido que a esta palabra suelen dar los prodigiosos críticos que aseguran juzgar las obras sin sujeción a ningún ideal ni creencias: en el sentido en que lo son De tal palo tal astilla y Don Gonzalo González de la Gonzalera, por ejemplo»1494. El Padre Blanco García alude a «la tesis que se vislumbra en Peñas arriba; y digo que se vislumbra, porque el autor huye muy cuerdamente de todo lo que se parece a plantear problemas o a embutir en el diálogo disertaciones de Ateneo»1495. «Pedro Sánchez», en La Atalaya, trataba de solventar este punto, diferenciando en la novela una esencia moral y una esencia artística: «Hay un pensamiento filosófico, un fondo social, un fin regenerador, una regla utilitaria; y esto constituye, si no su esencia artística, que es el canto entusiástico de la Naturaleza viva, su esencia moral y el fin de sus intenciones, el nexo virtual de cuanto allí se ve y acontece».

Leopoldo Alas, que opinaba que Peñas arriba era libro de tesis, explicaba así, en Las Novedades, de Nueva York, las tendencias de Pereda: «En rigor, Pereda siempre es tendencioso, pero de la manera más inofensiva para la poesía, muchas veces. Tiene dos ideas capitales, que [...] empleando palabras muy en uso; podrían llamarse regionalismo y misoneísmo; sí, en general, Pereda desconfía de lo nuevo en el tiempo y de lo lejano en el espacio; [...] No se quejará irracionalmente de que haya más mundo y de que haya presente y porvenir, además de haber pasado; pero él, con gusto, se refugiaría en cuanto artista, creyente y montañés, en su provincia, en su catolicismo tradicionalista y en sus   —425→   recuerdos montañeses. Todo esto, si en alguna ocasión pudo perjudicarle como novelista, ha sido para él, en general, toda una inspiración»1496.

¿Qué tesis era la defendida por Peñas arriba? Del análisis de los artículos que se ocuparon de esta cuestión, la primera deducción que se obtiene es esta: la tendencia de aquella novela, lejos de ser única, estaba constituida por una compleja mezcla de diversas teorías; Mariano de Cavia acertó a formularlo en su tan notable como temprana crítica en El Liberal; a su juicio, la novela presentaba

«una clara y "sentimental" exposición de ciertas teorías sociales y políticas, que "sistematizadas" en otra forma, van conquistando hoy, rápida y luminosamente, los espíritus más cultos y reflexivos de Europa [...] en la "tesis" susodicha, hallará el lector atento desde el regionalismo tradicional que con tanta fuerza revive en las no muy bien unificadas Francia, Alemania y España, hasta la "organización autonomista" de Pi y Margall; desde el patriarcado cristiano y socialista que predica "espiritualmente" el Conde León Tolstoi en Rusia, hasta el aristocratismo intelectual que el recién fenecido lord Randoph Churchill ha impuesto "prácticamente" en Inglaterra.

»Imposible meter más cosas en un rincón de la montaña de Santander, en un caserón solariego y en la "tesis" de una novela de quinientas páginas»1497.



En efecto, en Peñas arriba se trataban muy diversos problemas: desde el viejo tópico de «Menosprecio de corte y alabanza de aldea», hasta preocupaciones tan del día como el regeneracionismo, pasando por la querella anticentralista y las aspiraciones autonomistas; motivos todos ellos que no eran nuevos en los libros de su autor, y que hacían de este de 1895 una suerte de recapitulación de las tesis centrales de la obra perediana, como en otro lugar hemos estudiado1498.

Precisamente aquella mezcla de tópicos tradicionales y controversias de gran actualidad fue comentada elogiosamente en su crítica por E. Gómez de Baquero: «Tiene Peñas arriba su poco de tesis; y no nueva ciertamente, puesto que es la eterna disputa entre las ventajas de la vida de la ciudad, y las de la vida del campo [...] el Sr. Pereda ha dado actualidad a esta controversia, ventilada en todos los géneros   —426→   literarios, [...] asociándola con el manoseado problema del Mal del siglo, y la no menos manoseada Cuestión social». Y sigue luego formulando una interpretación de Peñas arriba que la sitúa en la corriente de la novela regeneracionista de finales del XIX1499:

«El mal que padece la sociedad moderna consiste en una especie de atonía moral, en una creciente indiferencia hacia los antiguos ideales, que se deja sentir principalmente en las grandes poblaciones. Esta especie de parálisis de los sentimientos y las ideas que han formado en otras épocas el eje de la vida no ha invadido aún por completo las aldeas, a las cuales llega solo como un eco remoto el tumulto de la vida cortesana. Estos pequeños centros de población, en que la solidaridad es más estrecha y más íntimo el trato entre sus pobladores, son los que pueden oponer una barrera a la enfermedad social del día. El remedio ha de partir de la periferia al centro»1500.



No era «Andrenio» el primero en apuntar esa interpretación de la tendencia del último libro de Pereda; incluso con imágenes muy semejantes a las del crítico de La España Moderna, antes que él lo habían expresado Villegas («el autor de Peñas arriba recomienda a nuestra enferma sociedad que busque la salud del cuerpo y del espíritu en aquellas regiones en que todavía no ha penetrado el espíritu del siglo»), Miquel y Badía (para quien la tesis de la novela «se cifra en predicar o en probar que la anemia que consume a las generaciones actuales [...] ha de curarse yéndose a los campos los hombres de valer de las ciudades») o Rafael F. de Castro («Pereda se propone demostrar la excelencia de la vida que hacían en las aldeas nuestros abuelos [...] en contraposición a la vida nueva y regalada de nuestros grandes, atentos sólo al lujo y la vanidad de la vida palaciega, abandonando casi del todo las mansiones solariegas»).

Como apuntaban las últimas palabras que citamos, el elogio de la vida y sociedad campesina constituía, por otro lado, una crítica de lo que entonces se llamaba absentismo, esto es, la actitud adoptada por aquellos hidalgos rurales que, abandonando sus obligaciones de gobierno sobre sus naturales «vasallos», malgastaban en la corte sus caudales1501. «Protesta viva -son, según E. A. Villelga Rodríguez, los protagonistas de la novela- contra la perniciosa costumbre del absentismo, de esa desgraciada manía de abandonarlo todo, para irse a gastar en cuatro días en la corte o corriéndola por el mundo adelante». Y con palabras   —427→   y razonamientos muy semejantes se pronuncian otros críticos que interpretan la tendencia de la novela en aquel mismo sentido: Rafael Navarro1502, Villegas1503, F. Navarro y Ledesma1504, el anónimo autor del artículo en La Topografía Moderna1505 y el colombiano A. Gómez Restrepo1506.

Frente a este absentismo, la novela ofrece como ejemplo digno de imitar el régimen patriarcal; al exponer como modelo regenerador la sociedad rural, Pereda ofrece una visión de aquella que constituye una defensa del modo de organización social basado en el patriarcalismo (que ya había mostrado en algún libro anterior, especialmente en Don Gonzalo González de la Gonzalera1507). Así lo exponía en su artículo de El Atlántico José María Quintanilla:

«...la moraleja del libro, que bien clara la tiene y bien merece un estudio detenido; la obra de don Celso, su serio patriarcalismo, aquel feudalismo democrático que liga los corazones [...] Según se demuestra en Tablanca, la doctrina no puede ser más cristiana, ni más filantrópica, ni de aplicación mas necesaria, ni de más frutos de bendición [...] adivínase todo un código saludable para nuestra vida pública y social; se rompe abiertamente con todas las farsas del charlatanismo dominante, sustituyéndolas con las realidades de la protección caritativa y diligente...».



Y tras explicar con detalle esta interpretación de la tesis del libro, concluía: «por este lado, Peñas arriba es el reverso de Don Gonzalo». Ahora bien, frente a Don Gonzalo, Peñas arriba presentaba, por lo que se refiere a la tendencia patriarcalista, una gran diferencia: los dieciséis años que separaban ambos libros habían visto surgir ideologías sociales y políticas nuevas; de ahí que un sector de la crítica, el más conservador, se preocupó de destacar la dimensión cristiana de la tendencia de aquella novela, frente a doctrinas políticas heterodoxas. «La tesis de Peñas arriba -escribe R. de Solano- es sencilla, pero profunda, eminentemente social y eminentemente cristiana»1508. Para Emilio   —428→   A. Villelga, el patriarca de la novela consigue con su obra «lo que no acertarán jamás a conseguir las ridículas doctrinas del altruismo sociológico que ahora se nos ofrece, como si al hombre, miseria y egoísmo, le fuera dado sustituir con sus malas imitaciones lo que sólo Dios sabe hacer mediante la hermosa virtud de la Caridad». Y según el crítico que firma su artículo en Le Temps con las abreviaturas L. de L., la tesis de Peñas arriba «c'est que la solution du problème social est dans l'accord entre les forts traditions du passé et l'esprit du progrès moderne et que cet accord ne peut s'établir que par l'intermediaire de la religion. Si les petits et les grands penétrés de l'amour du prochain, qui est l'essence même de la doctrine chrétienne, arrivent à une entente fraternelle, que l'on espère vainement atteindre en appliquant les doctrines socialistes».

Por este camino de atribuir a Peñas arriba una tendencia de socialismo cristiano («socialismo del Evangelio», dirá en 1907 Martínez Kleiser al referirse a esta novela1509) se llegó a la inexcusable alusión a las doctrinas de Tolstoi; ya la hemos encontrado en el texto de Mariano de Cavia que citábamos páginas atrás. Otros críticos señalaron esa coincidencia entre aquella novela de Pereda y las ideas sociales del autor de Guerra y paz: «Por distinto camino -escribe «Zeda»- llega Pereda a las conclusiones de Tolstoy [sic. Para P. de Múgica, si bien hay semejanza en la preocupación de ambos escritores por «el problema social», la diferencia consiste en que «Pereda ve de otro modo el remedio a la revolución que ha de ocurrir, queramos o no, más o menos tarde». F. Navarro y Ledesma añadía al nombre del famoso conde ruso el de otro escritor «el novelista magiar Mauricio Jokai»1510. Aunque no mencionase expresamente aquel nombre, Quintanilla parecía rechazar la pretendida similitud de la novela perediana con los planteamientos de Tolstoi, al referirse al «cristianismo viejo, de verdad, de hombres, no como el enteco y enfermizo que viene ahora de ciertos lugares de extrangis cual un filosofismo vago, impregnado de cierto misticismo laico».

Como ha quedado expuesto en las páginas precedentes, en la tesis de Peñas arriba se entremezclaban diversos planteamientos, entre los   —429→   que no era el menos importante el regionalista («El regionalismo, el absentismo y el directorio [que para este crítico viene a ser sinónimo de patriarcalismo] son los elementos sociales que bullen en la novela», escribe Melchor de Palau1511). ¿Cómo se podía relacionar la cuestión regionalista con las demás que conformaban la tendencia de Peñas arriba? A explicar este punto se dedicaba uno de los más interesantes artículos que se publicaron a raíz de la aparición de aquella novela, el que con el título «Peñas arriba y la pátria petita» se recogía en La Renaixença; al referirse, en sus párrafos iniciales al problema del absentismo argumenta que «l'allunyament dels grans propietaris es, si, una cuestió essencialment económica, pero entranya també una profonda cuestió social; com la entranya eix conflicte sempre latent y sempre amenessador entre la vida pletórica dels grans centres de població y la que s'anomena vida local, pobre y rutinaria». De este razonamiento se pasa fácilmente a analizar el problema del centralismo político y la marginación de las regiones. El autor del artículo se preocupa en especial de señalar los nefastos efectos del centralismo en el nivel cultural de los núcleos provincianos, así como de la necesidad de reivindicar la vida de provincias tan maltratada por los escritores de la corte: «Falta feya en los temps que alcansém una elocuent reivindicació literaria d'aqueixa existencia abnegada y humil, ja que la literatura madrilenya -més be que espanyola- ha contribuhit no poch a ferla odiosa y aburrible»1512. La novela de Pereda constituye un buen ejemplo de tal reivindicación, y por ello resulta todo un alegato regionalista. En la medida en que la defensa de los modos de vivir campesinos suponían una declaración anticosmopolita, Peñas arriba era una nueva insistencia de Pereda en sus viejas querellas anticentralistas, como lo fueron Pedro Sánchez, La Montálvez o Nubes de estío.

Así lo comentaron algunos críticos; para Claudio Omar, «se trata de una novela de tesis alta y hondamente regionalista [...] orientación marcadamente regionalista, claro está que pugna con el malhadado cosmopolitismo que nos pudre y que ha de concluir -si de lo alto no lo impiden- con todas las energías sociales». Por su parte, Navarro y Ledesma señalaba que el regionalismo de este libro no era superficial: «no son regionalismos vulgares y bullangueros de gaita y tamboril, propios de pasatiempo y de zarzuela; no son tampoco tópicos de historia fácil y barata, como aquellos de que tan donosamente se burla el mismo autor». Y Leopoldo Alas en Las Novedades consideraba aceptable hasta cierto punto la defensa que Pereda hacía de un autonomismo regionalista: «Con ciertos distingos y reservas, el aspecto del regionalismo y de la autarquía municipal que Pereda ahora defiende no puede menos de mi   —430→   parecer aceptable a cuantos consideren que en la excesiva concentración de las fuerzas vivas de un país hay graves peligros, muy parecidos a los de la apoplejía».

Como es de suponer, no todos los críticos aceptaron ni elogiaron la tendencia de Peñas arriba. Ante todo porque, como argumentaron algunos, la visión que la novela daba de la sociedad rural pecaba de inverosímil e idealizada en exceso: «No sé yo -apuntaba «Zeda»- si el relato de Pereda pecará de optimista; algo me inclino a creer que, llevado el novelista de su amor a la tierruca y a los habitantes de ella, ha exagerado los encantos morales de la vida montañesa»1513. Otro tanto opinaban E. Gómez de Baquero («El cuadro es hermoso, pero Tablanca no existe en el mapa de la España del caciquismo que todos conocemos, o si acaso tiene realidad, es a título de excepción rarísima»1514) y Melchor de Palau («aquel lustroso valle de Tablanca se parece al de Jauja de las comedias de magia, pero mostrando colgados, en vez de jamones y chorizos, virtudes y candideces»1515). Frente a tales objeciones, un crítico santanderino, R. de Solano, defendía la verosimilitud e inclusive la verdad de aquel cuadro: «aunque se ha tachado de inverosímil el cuadro de Tablanca, afirmando que hoy no existe cuadro así, es falsísima esa tacha, al menos en lo que a la Montaña se refiere, y quien lo dude, venga a la Montaña y se convencerá de ello»; y llegaba a considerar al pueblecito montañés como «uno de aquellos falansterios que soñó Bourrier [sic, por Fourier]».

Como bien objetaba «Andrenio» en el texto que arriba citábamos, tras el sistema patriarcal se escondía el fantasma del caciquismo. De modo que lo que pretendía ser un remedio para el gobierno de la sociedad rural se convertía, a pesar de las buenas intenciones de su defensor, en un indudable perjuicio para aquella sociedad. Así argumentaba F. Navarro y Ledesma:

«El insigne autor pretende engañarse piadosamente a sí mismo forjándose la ilusión de que el cortesano converso, protagonista y narrador de la novela, será capaz y digno sucesor de la dinastía de los patriarcas rurales que ejercieran en el apartado rincón de la montaña su suave imperio. [...]

  —431→  

»Si diéramos en la flor de gobernarnos patriarcalmente, viérase pronto cómo, o el patriarca salía descalabrado, o tornárasenos en patriarcastro, a los muy pocos tiempos, que no otra cosa son los patriarcas que por aquí se estilan y a quienes por mal nombre llaman caciques».



Como hemos visto hasta aquí, la discusión crítica en torno a la tendencia de Peñas arriba se planteaba más en el terreno de lo social y político que en su aspecto literario. Pocos fueron los que se preocuparon de analizar en qué medida aquellos presupuestos ideológicos -acertados o no- afectaban a la valla artística de la novela. El más fiel defensor de Pereda, «Pedro Sánchez» no sólo se pronunciaba a favor de las tesis del libro, sino que negaba que fuesen elementos preconcebidos del relato: «No es de creer -escribía en su artículo del 1 de febrero- que esas moralejas concentradas han sido premeditadas y estudiadas, ni que constituyan un fin preconcebido [...] Destácanse esas moralejas porque tenían que resultar de aquel escenario; son un "producto histórico", no una tesis filosófica ni sociológica, ni política; son una consecuencia legítima de tales antecedentes, una inducción lógica de los hechos». Y repetía en el del 6 de febrero: «es tendenciosa la última novela de Pereda, en la que la tesis no es un agregado ni un postizo, sino la misma novela encarnada y la misma obra vivida».

También Alas defendía una opinión similar: «En Peñas arriba, la tesis, por lo común, engrandece el asunto, no por tesis, sino por la manera estética con que el autor ha sabido incorporarla a su obra»1516.

En cambio para J. Lluhí «Peñas arriba no es una novela; es una tesis sociológica desarrollada en una obra que tiene la estructura de la novela, sin duda para poder exornarla con argumento o caso que es ejemplo de la tesis y con descripciones que en parte también la hacen plástica y en parte son su medio».




ArribaAbajo4. La trama argumental y su desarrollo. La composición

Opinión casi unánime de la crítica fue la de que Peñas arriba era una novela de trama argumental muy sencilla, carente de elementos sorprendentes o incidentes inesperados en su intriga: «El autor se propuso un plan en el que no debían entrar acontecimientos insólitos ni enredos inverosímiles», escribía Claudio Omar. Para Menéndez Pelayo el interés de la fábula era exiguo1517; en cambio para F. Miquel, aunque la fábula era sencilla, «reúne interés muy vivo, el cual se va despertando poco a poco en el lector, por modo naturalísimo, sin sacudidas»1518. Según   —432→   Villegas, el escaso interés dramático del relato obedece a que no hay «ni lances maravillosos, ni choque de pasiones, ni escenas violentas; la acción se desliza tranquila, serena...». Ramón de Solano consideraba como mérito de esta novela el que excitase el interés del lector a pesar de su simplicísima intriga: «Que tiene poco de novela Peñas arriba a nadie se lo disputaremos: la acción dramática es poca, el nudo es sencillísimo y el desenlace visto desde muy pronto1519. Pero en eso mismo consiste su mérito, en que no siendo novela de intriga, excita el interés por modo tan singular que no se sabe dejar de la mano hasta dar cabo y remate a su lectura». Otros críticos coinciden en juicios muy similares: el Padre Blanco habla del «interés tan vivísimo que sabe despertar el novelista con un argumento tan sencillo y trivial»1520 y A. Gómez Restrepo afirma: «este libro apenas tiene acción y sin embargo el interés no decae»1521. Para otro crítico colombiano, M. Grillo, «no es Peñas arriba una de esas novelas de extraordinario interés por las situaciones dramáticas y la complicación del enredo, y el que pretendiera buscarlos perdería su tiempo»1522. Finalmente anotemos la opinión de J. Lluhí que llegaba a afirmar: «Peñas arriba no es propiamente hablando una novela» opinión que justifica así: «digo esto (excusado es decirlo) aludiendo al argumento o enredo»; de este afirmaba en otro lugar del mismo articulo que se podría «encerrar en dos docenas de páginas: es lo secundario de la obra, su pretexto como novela [...] el fácil enredo y las magníficas descripciones [...] no son otra cosa que la envoltura de la obra».

Frente a tantas opiniones favorables sólo Melchor de Palau parecía mostrarse disconforme con el poco interés del asunto de Peñas arriba: «Abarcado en conjunto, ofrece escaso interés, previéndose el final, sabidas como son las aficiones del autor de la obra. No hay variedad, no hay dudas, no hay conflictos internos ni exteriores»1523. Aunque más grave era la objeción que apuntaron algunos otros críticos: la endeblez de la trama de aquel libro hacia que, más que novela, diese la impresión de ser una sarta de cuadros de costumbres («serie de cuadros admirables, dispuestos en una trama novelesca de mallas tan claras como endebles»,   —433→   según P. de Múgica1524), algunos de los cuales incluso podrían publicarse sueltos, en opinión de Omar y Barrera1525. La opinión extrema en este sentido la representa Domingos Fernando García, que escribe: «Esta insuficiencia e quasi nullidade de acção leva-nos a considerar Peñas arriba, não como um verdadeiro romance, mas como una escena montañesa de quadro mais amplo. Effectivamente em Peñas arriba a scena é tudo o resto são os accessorios do quadro».

Como eje argumental del relato, el novelista utilizaba el proceso de conversión de Marcelo, el protagonista-narrador: «Todo el asunto -según Villegas- se encierra en la evolución que poco a poco se va verificando en el alma de Marcelo», opinión con la que concordaban otros críticos; «el madrileño inútil y baldío, convertido en patriarca de Tablanca, es el vivo argumento de la novela», escribe «Mambrú»1526.

Por lo que se refiere al desarrollo de aquel argumento, «Pedro Sánchez» señalaba: «No hay novela de más perfecta unidad, de mayor soldadura [...] la acción se desarrolla con tanta facilidad, rapidez y soltura, que los capítulos se enlazan unos con otros y no hay medio de separarlos sin atentar a la esencia de cada uno»1527. También Ramón de Solano notaba en la novela una «asombrosa unidad de plan», que a su juicio se evidenciaba en la cohesión con que se enlazaban los capítulos1528.

En cambio Leopoldo Alas formulaba reparos acerca del desequilibrio que encontraba entre las partes de la novela1529: «Lo mejor de todo,   —434→   a mi juicio, está en la primera parte del libro, mientras va la acción Peñas arriba», escribe en su artículo para Los Lunes de El Imparcial; y en el que, pocos días después publicaba en Las Novedades insistía en la misma opinión, aportando nuevos argumentos: «La primera parte de la obra es sencillamente admirable; después y mientras vive don Celso, y al morir este original carácter, creación hermosísima, el interés se mantiene intenso, vivísimo, puramente poético. Luego, ya en la última cuarta parte del volumen, la acción y la narración languidecen algo y contribuyen a ello las minuciosidades y repeticiones excusables, que no quedan artísticamente legitimadas, sólo por ser lógica consecuencia de todo lo anterior, fácilmente deducida». También el crítico portugués D. F. García observaba algo parecido: «O livro é inferior ao que Pereda nos prometía em toda a longa e bellissima introdução, que se descreve lá até a doença de Don Celso».

Estos defectos señalados por Alas y por García hacían referencia a lo que el mismo García llamaba «faltas de composição». En efecto, según diversas opiniones, esta pecaba de desajustada: a pesar de la escasa entidad del argumento, la novela era bastante extensa («its excessive length», escribía Hanna Lynch1530), lo que permitía a Melchor de Palau decir que era una obra «estirada, a modo de correa» y que por ello perdía parte de su fuerza1531.

Como notaba Alas en uno de los textos que antes citábamos, tal defecto de la novela se debía a un exceso de minuciosidades y repeticiones. M. Grillo al tiempo que recogía la opinión de que aquel fallo lo compartían varias novelas españolas coetáneas1532, lo achacaba, en el caso de Peñas arriba a una excesiva morosidad en la descripción de paisajes: «Enamorado Pereda de la majestad solemne e imponente de aquellas empinadas serranías, celebra diariamente sus nupcias con la naturaleza; y como quien apetece que sea admirado lo que le es querido, nos muestra, a riesgo de fatigarnos [...] todos los parajes, las eminencias. [...] Resulta de ello que cada capítulo, considerado separadamente, es un cuadro vívido e interesante, aunque el conjunto adolezca de cierta monotonía».

En cambio Quintanilla defendía una opinión muy diferente: las pinturas y descripciones, por ser menos extensas, eran en Peñas arriba más intensas («En otras novelas, la pintura, la descripción eran más extensas, abarcaban más, comprendían más accesorios y detalles; pero quizás en ninguna [...] sean tan intensas, tan profundas, tan reales»).   —435→   Y Urrecha coincidía en dar a la escenografía un papel decisivo en aquel libro: «El alma de las cosas, asoma en sus escenarios todos, porque dentro de la acción que Pereda imagina en ellos, la escenografía no es un arte auxiliar; adquiere las proporciones de elementos casi siempre decisivos y siempre indispensables». Idea que repetía J. Lluhí: «Todo Pereda está en los detalles, en lo secundario; mejor dicho, en lo que no es argumento. Las descripciones, el paisaje, son su estilo y su riqueza».




ArribaAbajo 5. Paisaje con figuras1533

Ya desde su etapa de elaboración, una buena parte de las noticias -periodísticas o epistolares- referidas a esta novela, insistieron en su localización en un paisaje de la alta montaña cántabra, tal vez por la novedad que tal escenario su ponía en la geografía literaria de Pereda1534. Y el propio escritor se preocupó de llamar la atención sobre esta dimensión paisajística de su libro, hasta el punto de elegir como título no una alusión a los personajes, como había hecho en El buey suelto, Don Gonzalo González de la Gonzalera, Pedro Sánchez, Sotileza o La Montálvez, o al tema central de la historia, como en De tal palo, tal astilla, La puchera, Al primer vuelo, El sabor de la tierruca o Nubes de estío, sino una inequívoca referencia al paisaje, verdadero protagonista de su novela.

Por ello bien podríamos considerar Peñas arriba como un «paisaje con figuras», en la medida en que éstas parecen cumplir en el relato un papel subsidiario o complementario de aquel. Esta era, por ejemplo, la opinión del crítico del Diario de Barcelona, Francisco Miquel, cuando escribía en su reseña: «Peñas arriba [...] parece ser un paisaje escrito, con algunas figuras en él para caracterizarlo, para aumentar su interés y acaso más todavía para convertir en mayores y más sublimes las imponderables bellezas de la naturaleza»1535. Eduardo Gómez de Baquero señalaba por su parte: «El paisaje tiene gran importancia en esta novela. Como su acción es tan sencilla, el interés que despierta el escenario en que los personajes se mueven, supera en ocasiones al que provocan éstos»1536. Parecida opinión expresaba en The Contemporary Review   —436→   Hanna Lynch:

«Here it is the characters who form the accessory and landscape which fills the scene [...] The "life" of the landscape melts into the life of the mountaineers, and they become inextricably one»


1537. Y esa fue, finalmente, la imagen que de Peñas arriba quedó en la crítica y en los lectores; prueba de ello pueden ser las palabras de Pérez Galdós cuando en su discurso en la recepción de Pereda en la Academia se refería a la novela de 1895: «Pereda nos da en su bella obra perfecto conocimiento del suelo abrupto y del paisanaje que en él tiene sus inaccesibles guaridas [...] Por el poético encanto de su austero paisaje, tan cercano del cielo, y la interesante sencillez, la compostura genuinamente infanzona de los hidalgos montañeses en ella pintados, la lectura de Peñas arriba produce en cierto modo el vértigo de las alturas»1538.

Si al valorar otros aspectos de esta novela pudo haber discrepancias entre los críticos, no fue así en cuanto al que ahora nos ocupa: todos elogiaron sin reservas el arte de Pereda en la recreación literaria de los paisajes en los que se desarrollaba su relato. Sirviéndose de un tópico crítico muy común en la época, algunos compararon aquellos paisajes a los de determinados pintores: «hace gala de una paleta tan vigorosa de colorido que sin duda envidiará el insigne paisajista Carlos Haës, para dar más atmósfera y ambiente a sus montañas», escribe López de Gurrea1539. Y S. Regúlez aduce la comparación con un notable paisajista cántabro coetáneo, Casimiro Sainz: «Pereda es un colosal artista en los paisajes que describe [...] ves la niebla que baja de las altas crestas descorriéndose e invadiendo el valle; y, en fin, sientes entre las páginas de su admirable libro el cierzo que mueve la grama en las márgenes de nuestro querido Ebro, como lo sientes contemplando un cuadro del pobre Casimiro»1540. También Federico de Urrecha ponderaba la capacidad del novelista no sólo para mostrar visualmente el paisaje, sino para transmitir sus sensaciones, como por ejemplo, el frío: «frío que siente vivamente el lector, más que por repetido en las páginas del libro, por el ambiente en que lo hace sentir Pereda».

Luis Redonet destacaba la verdad y grandeza de aquel escenario, «el mejor, a mi juicio, de cuantos nos ha presentado el novelista»1541; y   —437→   en otro lugar de su estudio sobre la novela afirmaba: «Pero cuando Pereda está sublime y arrebatador, es al contarnos la expedición de don Sabas y Marcelo a lo alto de las montañas». Muy parecidos eran los términos que empleaba Menéndez Pelayo en los párrafos de su crítica que tocaban este punto: «Como paisajista, nunca ha rayado a mayor altura que en las descripciones de los puertos altos de la cordillera cantábrica que llenan en gran parte este libro»1542. Este juicio confirmaba el que en su carta a Pereda, fechada el 12 de febrero le había adelantado: «La naturaleza está grandiosamente descrita, pero está además sentida de un modo más humano, más tierno y evangélico que en ningún otro libro de su autor»1543.

Esta alusión de Menéndez Pelayo al «sentimiento de la naturaleza» aparece también en otras críticas, como la de López de Gurrea («confieso que en la lectura de libro alguno he podido sentir más hondamente la naturaleza como en este último de Pereda») o en la de «Andrenio», quien, como don Marcelino, ponía en relación aquel sentimiento con el religioso: «el autor de Peñas arriba expresa admirablemente en ésta [...] dos sentimientos de los más nobles y hermosos cuando son sinceros, el sentimiento de la naturaleza y el sentimiento religioso»1544. Por su parte, «Cesaldo» se refería a la poesía del paisaje en la obra de Pereda, «en la naturaleza que nos pinta después de haberla el sentido, no como fotógrafo, ni como copista, sino como poeta». Y sigue un interesante excurso sobre la evolución del tratamiento literario del paisaje, desde la literatura antigua hasta el redescubrimiento de los escenarios de la alta montaña por parte del romanticismo, del que Pereda sería heredero en este aspecto1545.

Por otra parte, la visión de la naturaleza que daba Peñas arriba pareció a la crítica muy alejada de la idealización bucólica; «en Peñas arriba aparece dignificada la vida campestre, no por los procedimientos artificiales de las antiguas églogas, llenas de tópicos falsos, sino, por el contrario, dejando que la realidad misma descubra todos los encantos que oculta bajo apariencia áspera y ruda», escribirá en 1897 Gómez Restrepo1546. No un idilio bucólico, sino un canto épico le parecía aquel   —438→   libro a Leopoldo Alas: «Peñas arriba es un canto épico, en forma de novela realista, en las profundidades de su misterio estético, religioso y sugestivo; y en este respecto Pereda no ha escrito cosa mejor, ni igual, ni es fácil encontrarla por el estilo en otras literaturas», escribía en Las Novedades. Y en Los Lunes de El Imparcial comentaba el crítico ovetense: «En Peñas arriba, cuanto se refiere a la estética natural (lo animal y en parte lo humano entran en ella) es de tan superior calidad, que pocas páginas habrá en la literatura española y extranjera que igualen, no que superen, el mérito de los pasajes que en tal obra tocan a esto».

Este papel preponderante que la naturaleza tenía en aquella novela, llevó a José María Quintanilla a calificarla en El Atlántico de naturalista, jugando con la ambigüedad semántica de aquel término; aparte del dudoso acierto de tal juego de palabras, el crítico santanderino apunta en las suyas unos argumentos dignos de notar por su interés:

«...el libro más naturalista de estos últimos tiempos, entendiendo la frase en el mejor sentido de los que pueden dársele y que no desdeñaría por ejemplo, el romántico Chateaubriand. En pocos libros de Pereda, y fíjese bien lo que esto significa, se ha mostrado tan entera, tan libre, tan original, tan a lo vivo, la madre Naturaleza, no sólo en si misma, sino en su influjo sobre los hombres, y en pocos también [...] ha trascendido con tanta fuerza, tan honda y palpitante, a las páginas escritas, las cuales no son ya inmenso lienzo panorámico e inmenso fonógrafo perfectísimo de las músicas del campo, sino la misma Naturaleza, la verdad».



El citado texto de Quintanilla tocaba, aunque sin profundizar sobre ello, el interesante tema de la influencia de la Naturaleza sobre el personaje. La decisión de Marcelo, el protagonista, de quedarse en Tablanca para continuar la labor patriarcal de su tío, obedecía, entre otras razones, a la presión que en su ánimo ejercían aquellos paisajes montañeses; de ahí que algún crítico -por ejemplo, Fernández Villegas, «Zeda»- se refiriese, a este propósito, a la influencia del medio ambiente sobre el individuo1547, uno de los postulados básicos de la estética de Zola1548. A este punto dedicó el crítico portugués Domingos F. García algunos párrafos de su artículo en el Jornal do Comercio de Lisboa:

  —439→  

«Para chegar a harmonizar esta complexão artificial de Marcelo e a natureza virgem, no meio da qual é de repente lanzado á lucta, era inevitavel, e com que mestria no-la faz sentir Pereda, na angustia que lhe causa a brusca separação do seu meio e na repugancia que lhe produz toda a idea de adaptação a um outro que lhe é completamente extranho, mas a cuja presencia e influencia não pode substrairse.

»Esta influencia porém é irresistivel, e a pouco a pouco, lentamente, consegue triumphar completamente de todos os obstáculos e de todas as repugnancias que impedem una união intima do homem e da natureza.

[...]

»Esta modificação do individuo pelo meio que o cerca, é tão frisante en Peñas arriba que por vezes temos que defendermos de uma impressão de determinismo de que se affartam todos os antecedentes de Pereda».



Y explica luego cómo en este libro la naturaleza influye «certamente em todo o modo de ser, de pensar e de sentir dos individuos que se movem no meio d'essa natureza»; pero, añade, «nem por isso resulta menos nitido o carácter de independencia e de liberdade moral em cada un dos personagems do romance».




ArribaAbajo6. Personajes1549

Aquella intensa relación entre naturaleza y personaje no se refería sólo al protagonista -aunque la conducta de este resultase especialmente afectada por la influencia del medio- sino que, a juicio de distintos críticos, podía hacerse extensiva a toda la galería de caracteres de la novela. El mismo Domingos Fernando García lo advertía como una de las novedades de Peñas arriba: «O livro e novo tambem nos proprios personagems, que penetrados pelo meio em que se movem adquiren uma nova vida, um novo vigor sobretudo (algúns pelo menos) que apesar do fundo commum de todos os personagems montanhezes de Pereda, nos fazem parecer estes inteiramente distinctos».

Las consecuencias de tal determinismo ambiental se apreciaban, además, en la propia caracterización psicológica de los personajes; Villegas notaba: «La novela tiene marcado carácter psicológico, pero no a   —440→   la manera de las de Bourget, en las que domina, como es sabido, el análisis minucioso, sino más bien mostrando los estados del espíritu, influido por las circunstancias del medio ambiente». Algo parecido observaba Federico de Urrecha, señalando una interesante distinción entre lo exterior objetivo y su proceso íntimo: «En Peñas arriba como en toda la obra literaria de Pereda [...] el elemento objetivo domina y se sobrepone; lo exterior y aparente es completo, y lo interior, si diestramente adivinado y sobriamente expuesto, secundario; por la acción visible y por el hecho fisiológico trabamos conocimiento con las figuras, pero el proceso interno y siempre interesante y necesario al fin artístico, está como procedimiento novelesco, en indudable inferioridad».

Fuera de las observaciones que acabamos de citar, los comentarios críticos a los personajes de Peñas arriba en su conjunto, repitieron la mayor parte de los tópicos que venían siendo habituales a propósito de otros libros de su autor: individuos tan reales que parecen conocidos («Todos los personajes de la acción tienen una fisonomía propia, son seres de carne y hueso, a los que se les conoce como si fueran personajes reales y a los cuales se les toma tanto cariño como si con ellos hubiéramos vivido largo tiempo», opina «Zeda» en La Época); personajes representativos, además, del carácter regional («no sólo retrata las costumbres, sino el carácter; que no pinta sólo individuos, sino la familia y la raza», puntualiza Quintanilla en El Atlántico). Destaquemos, como una particularidad curiosa, la señalada por Mariano de Cavia cuando alude, entre los méritos de la novela, a «la habilidad en las "presentaciones"», esto es, los procedimientos para introducir en la escena al personaje; «en tal habilidad -añade-, lo digo sin reparos, Pereda no va en zaga al mismísimo Cervantes, supremo e irónico "maestro de ceremonias" de la literatura universal».

Entrando en el estudio pormenorizado de cada uno de los personajes de la novela, comencemos por el protagonista, Marcelo, al que los críticos, como es lógico, dedicaron una atención preferente. Ramón de Solano, para quien aquel era un tipo sin precedentes1550, elogiaba «la pintura del carácter de éste, verdadero tratado de psicología íntima y subjetiva, más subjetiva y más íntima por la forma autobiográfica de la novela». Gómez de Baquero, en cambio, objetaba: «Como factura artística, las figuras secundarias me parecen superiores a la del protagonista, mas esto no arguye impropiedad, ni significa que no sea real el carácter de Marcelo, sino que se presta poco, para un escritor tan natural y sincero como el Sr. Pereda, ese tipo mediocre, equilibrado, incoloro»1551. También Menéndez Pelayo tachaba en su critica de «débil» aquella figura, «por cuya boca habla excesivamente el espíritu de Pereda»1552; interesante observación que antes había notado también Ramón de Solano: «Pereda no puede sustraerse a ser él mismo quien habla muchas veces por boca de Marcelo».

Por otra parte, dado que el eje argumental de la novela era precisamente el proceso de transformación del carácter de aquel personaje, sobre ese punto se centró buena parte de la discusión crítica. Así Blanco García incluía entre los principales aciertos de la novela «la lógica de las transformaciones que se verifican en el ánimo del hombre de mundo, desde que por vez primera visita el solar de sus mayores, hasta que definitivamente lo toma por morada; el vigoroso análisis de esta odisea interior en que todo parece justificado»1553. Por su parte, Palau, aunque reconocía que esa evolución era acompasada y realizada con fundamento, señalaba: «lo que falta allí es lucha y contraste; Marcelo es más resignado que un apóstol [...] Quizás por el vigor de los que le cercan, resulta deslavazado y empequeñecido en su categoría de protagonista»1554.

Otros críticos dirigían sus reproches a la dudosa verosimilitud de aquella transformación; P. de Múgica tenía por increíble tal cambio: «Y aquí viene lo más flojo de la armazón romancesca, el hacernos creer que un mozo talludo, curtido en las sociedades elegantes y desconocedor del inmenso atractivo que tienen aquellas montañas para quien las escaló en su juventud, llegue pronto a enamorarse de ellas». La misma inverosimilitud encontraba J. Lluhí, quien observaba además cómo el novelista se había visto forzado a echar mano, como Deus ex machina, de la fuerza del amor; «El Marcelo que va a Tablanca en cumplimiento de un deber penoso y una vez allí poco a poco se amolda y aclimata, al punto de que vuelto a Madrid, llega a echar de menos la aldea de su destino, poco o nada en rigor prueba. Tan anormal es el caso; que el milagro que constituye ha menester, aun en las mientes de Pereda y con no ser Marcelo un hombre de superior entendimiento, de unos estímulos y de un Deus ex machina harto diferentes y hasta ajenos al propio impulso de la aclimatación y a la considerable fuerza de atracción de los ideales. [...] Marcelo se queda en Tablanca por que se ha enamorado de una tablanquesa». Observación esta que ya había sido apuntada antes por otros críticos, como Gómez de Baquero («La causa de la transformación que se opera en Marcelo [...] es el eterno Deus ex machina de la mayor parte de las novelas y de las comedias: el amor»1555)   —442→   y Francisco Miquel («Obrase esta transformación empero, mediando otro auxiliar más poderoso [...] cual es la persona de Lita o Lituca, criatura en la que el novelista se complace en derramar todos los encantos pintándola como portento de belleza, aunque algo al modo pastoril, y como portento mayor todavía de bondad, de discreción e inteligencia. Lita acaba de vencer la resistencia que aún pudiera quedar en el fondo del pecho de Marcelo»1556.)

No fue Miquel el único en elogiar -si bien con alguna reserva- aquel carácter femenino; más lejos llegó Quintanilla, al afirmar en El Atlántico: «Lituca es, después de Silda, la mujer mejor pensada del insigne novelista [...] es la figura más ideal, más poética de Peñas arriba, y de cualquiera otra novela que se cite [...] es sin disputa alguna, la mujer más femenina de Pereda». Bien es verdad que ese honor de ser el mejor personaje femenino de nuestro escritor -dictamen que rechazaron Menéndez Pelayo1557 y Ramón de Solano1558, y que confirmó D. F. García1559- no era demasiado significativo en el caso de un novelista que, según la mayoría de los críticos, no se distinguía por su acierto en el trazado de caracteres de mujer; como escribía en su estudio Melchor de Palau: «Hasta las mujeres -para las cuales no se da gran maestría Pereda y suelen salirle hombrunas- son aquí gárrulas, femeninas y con mucho ángel en el cuerpo y en el alma»; especialmente, añade luego, la citada Lituca1560.

Al lado de Marcelo, compartía el protagonismo de la novela el personaje Don Celso, su tío y patriarca de Tablanca; «la figura culminante de Peñas arriba» según Solano. Por el contrario, el portugués García opinaba: «Don Celso não adquire na execução do romance a importancia que parece deveria dar-lhe o seu papel de centro da acção; apenas a agonia da sua robusta organização physica e moral desperta algun interesse».

Un personaje en cierto modo episódico, pero de importante función en el desarrollo del relato, es Neluco Celis, el médico de Tablanca, cuyos razonamientos, en las conversaciones que sostiene con Marcelo, contribuyen en gran medida a que este decida asumir su papel patriarcal. Ni que decir tiene que, dada tal función, este personaje se convertía en uno de los más significados portavoces de la tendencia del libro. Tal vez por ello los comentarios críticos referidos a Celis se ocuparon más de su significado ideológico o social que de su entidad literaria.   —443→   Así se observa en estos párrafos, pertenecientes, respectivamente, a los artículos de Francisco Miquel y Rafael Navarro: «...joven algo singular, que desempeña en la novela el papel de novador, pero de un novador de reposado juicio, que ve las cosas con serenidad y que no quiere innovaciones que trastornen nada»1561. «Aquel médico de Tablanca, tan joven, tan discreto tan sabio y tan apegado a la ruda y silvestre magnificencia de los hombres y de las cosas de la sierra montañesa es un personaje digno de cotejarse con las mejores creaciones de los grandes hijos de las musas». Curiosamente, en La Unión Católica un artículo firmado por «Mambrú» ironizaba sobre aquel tipo ejemplar: «En cuanto al mediquillo, llamado Neluco, podría ser muy listo, y así se lo parecía a Marcelo, pero... Hay quien ha dicho que era un simpluco, a pesar de la luz de sus sentencias. Yo creo que le perjudica un poco el nombre, y otro poco... las alabanzas excesivas de su amigo, que sin duda exageró su talento». Y Menéndez Pelayo, que en carta a Pereda había afirmado categóricamente «el médico no me gusta»1562, en su estudio sobre la novela apoyaba tal opinión con este argumento: «no justifica del todo en sus discursos la superior inteligencia de que el autor plugo dotarle»1563.

Por lo que se refiere a los personajes populares, la pareja de Chisco1564 y Salces merecieron ser calificados por L. Redonet como «las dos verdaderas creaciones de la novela»; y lo mismo afirmó el crítico del lisboeta Jornal do Comércio:

«Chisco e Pito Salces são dois bons traços de natureza humana, e talvez os dois melhores caracteres que appare cen no livro; são pelo menos os que tem mais relevo e mais colorido [...] os que mais proximos estão da natureza»


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Atención especial requiere uno de los tipos más episódicos y secundarios del libro, Facia, «la mujer gris», cuyo misterio constituye uno de los escasos factores de sorpresa de la trama de Peñas arriba1565. Así lo notaba Villegas, además de sugerir una cierta semejanza con un cuento de Pardo Bazán: «Las angustias de Facia, que recuerdan algo del hermosísimo cuento de la Sra. Pardo Bazán El indulto, mantienen durante toda la obra, vivo e imponente, el afán del lector por conocer el misterio que acongoja a la infeliz mujer». Por su parte, D. F. García escribía a este propósito: «A acção do romance e simplicissima e contem apenas um episodio um pouco movimentado o do mysterio da mujer gris, personagem bem desenhado, mas de fraco colorido, e que não chega nunca a desenrolar sufficientemente [...] de modo que o desenlace deixa ó lector bastante frio». Y años más tarde, en su Análisis de «Peñas arriba» (1908), Martínez Ramón formulaba una interesante observación relativa a la función de aquella historia en la trama de la novela:

«Facia mártir, que llenaría muy bien su papel de protagonista en un folletín [...] sus tristes andanzas [...] sirven quizá para algo más de lo que sirvieron a Cervantes, al autor de Gil Blas y a tantos otros escritores antiguos, las historias intercaladas en sus novelas. Si no es Facia piedra sillar del arco, en el pensamiento del maestro la encontramos como recia madera del andamiaje que se levantó para construirle»1566.



A pesar de lo episódico de su papel en la novela, hubo un personaje de Peñas arriba que suscitó una prolija discusión en la prensa, no tanto por su entidad literaria cuanto por una simple cuestión de identificación. Aquel personaje era al que en la novela se le llama «el hidalgo de la Torre de Provedaño», y a quien el protagonista visita en los capítulos XIV y XV. Muy probablemente la atención de la crítica no habría pasado de los elogios usuales -como los que hacía Í. de Cetina en El Basco del 28 de enero1567 y Menéndez Pelayo en su carta del 12 de febrero1568- de no ser por unos párrafos del artículo de Federico de   —445→   Urrecha en Los Lunes de El Imparcial del 11 de febrero, en los que aventuraba la hipótesis de que el modelo de aquel personaje era el propio Pereda:

«Aquel hidalguete, señor de la Torre de Provedaño [...] aparte la barba, todo lo demás son las señas exactas del rostro fibroso y característico del autor de Peñas arriba, escritas por el propio interesado.

[...]

»Parece escrito por el insigne montañés delante de un espejo en que se doblara su imagen, y con toda su labor literaria al lado [...] y sin embargo, tan grande y sincera es la modestia de Pereda, que bien puede creerse que al escribirlo estaba muy lejos de sí mismo. Pero ello es que tenemos el retrato auténtico del hombre y del artista en esos dos párrafos de Peñas arriba».



Tal error de interpretación, bastante inexplicable, ya que Pereda no disfrazaba sino en el nombre a su amigo el conocido escritor don Ángel de los Ríos1569, Señor de Proaño, carecía de gravedad por sí mismo y no tendría por qué haber despertado ninguna polémica. No obstante, y por la coincidencia de diversos factores, aquella surgió inmediatamente y se prolongó a través de diversos periódicos, alimentada sobre todo por algunos de los amigos comunes de Pereda y de su retratado1570.

Independientemente de otros aspectos, esta prolija discusión tiene para nosotros una explicación digna de ser notada. Ante la equivocada intervención del crítico madrileño, protestaron los enterados de la región, fundamentalmente por prurito localista y provinciano, señalando orgullosamente el error del periodista de la corte; pero no supieron captar lo que subyacía en aquella errónea identificación. Aunque el modelo real de aquella figura fuese Ángel de los Ríos, no hay duda de que Pereda proyectaba en el personaje de la novela sus propias aspiraciones, opiniones políticas, y actitudes regionalistas; y algunas de las virtudes, especialmente las literarias, que atribuye a su personaje son las que el mismo aspiraba a poseer o creía tener1571. De ahí que no anduviese muy descaminado Urrecha; el modelo del hidalgo de Provedaño era doble: uno confesado y otro inconsciente; el hidalgo de Proaño y la imagen que de sí mismo tenía el hidalgo de Polanco.

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Dos datos, procedentes de la crítica de la época, confirman nuestra interpretación: en primer lugar, que no fue Urrecha el único en emitir aquel juicio; en el diario santanderino La Atalaya Luis Redonet escribía el 27 de febrero (esto es, semanas después de iniciada la polémica a que aludimos): «El hidalgo de la Torre de Provedaño, retrato físico y moral de Pereda, revela a cien leguas a quién debe la existencia». Por otra parte, en los Apuntes para la biografía de Pereda, que a la muerte del escritor redactaron un grupo de sus más próximos amigos, se comentaba la ideología política perediana «tal y como él vino a explicar exponiendo a su manera la doctrina de los libros del Señor de Provedaño»1572.

Tal vez por culpa de esta inoportuna polémica, la crítica desatendió un importante aspecto de aquel personaje y del episodio que a él se refería; esto es, el carácter postizo de su inserción en la trama argumental. José María de Cossío afirmó que todo lo que en Peñas arriba se refería al señor de Provedaño había sido una interpolación no prevista en el plan inicial, y motivada tal vez por la intervención del propio De los Ríos en la fase de redacción de la novela, con sus orientaciones, ayudas, excursiones para reconocer los escenarios, etc.1573. Esta opinión, que ha recogido Ricardo Gullón1574, pero que Montesinos ha puesto en duda, aunque sin entrar en la discusión1575, había sido apuntada por Domingos Fernando García en su notable crítica en el Jornal do Comércio, que varias veces hemos citado en este capítulo: «O senhor de Provedaño, esse é uma das figuras esculpturaes de Pereda em que ao contrario de la mujer de gris, o colorido excede o desenho. E pena que um personagem tão vivo e steja completamente delocado da acção do romance; esta ganharia de certo muito se tambem o comprehendesse».