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La otra Andalucía de Rafael Alberti

José Antonio Hernández Guerrero


(Universidad de Cádiz)


Introducción

Rafael Alberti «el cantor y el cantaor de la Bahía gaditana», es también el poeta de la otra Andalucía. La vida y la obra de Rafael Alberti son tan dilatadas, variadas, complejas y ricas que es comprensible que los críticos las simplifiquen al tratar de definirlas y de explicarlas. No es extraño, por lo tanto, que, dependiendo de la perspectiva que adopten o de los períodos que analicen, los estudiosos hayan sucumbido al fácil recurso de etiquetarlas.

Rafael Alberti ha sido definido como: «el poeta del destierro por excelencia»1, «el poeta combatiente», «la conciencia internacional de los marginados», «el grito de los oprimidos».

Nosotros creemos que todos estos títulos son válidos siempre que sus autores reconozcan que cada una de dichas definiciones constituye sólo un rasgo singular de una biografía y de una bibliografía que son mucho más densas, intensas y polivalentes: la obra de Rafael Alberti es inabarcable por una noción o por una definición.

Es cierto que, como afirma Vicente Lloréns, incluso la primera obra de Alberti, publicada mucho antes de su emigración política, era ya, en cierto modo, poesía del destierro. Es verdad que Rafael Alberti ha prestado su potente y comprometida voz crítica para denunciar sangrantes injusticias. Tienen razón los críticos y los historiadores que han descrito y valorado el poder testimonial de su amarga queja en favor de los marginados y de los discriminados. Y nadie duda de que El Puerto, Cádiz y la Bahía le ofrecen, no sólo el escenario privilegiado de sus evocaciones, sino que este rincón constituye la cantera de la que extrae los materiales para elaborar sus mensajes poéticos y la fuente estética de la que fluyen sus imágenes más ricas y más expresivas.

Pero Rafael Alberti es todo eso y mucho más: su poesía no se explica mediante una descripción comprehensiva que incluya todos esos rasgos parciales. Para comprenderla hemos de penetrar en su interior más íntimo, en su esencia profunda. Hemos de empezar por reconocer que hay muchos Albertis en este Rafael.

El Alba del alhelí -un libro bello, conmovedor, exquisito y transparente, un alarde de ingenio- es la ilustración, el testimonio de la polivalencia y diversidad de su mensaje poético, y constituye una llamada a un estudio en profundidad de toda su obra. En este libro Alberti cuenta su «descubrimiento de la otra Andalucía, la de las tierras de adentro, la de las hoscas serranías llenas de brutales contrastes, tan distinta de la Andalucía marítima de la Bahía de Cádiz, con sus suaves matices y sus paisaje sonriente, alegre, más humano»2.

Nosotros, en este trabajo, vamos a identificar las claves y los principios latentes que dotan a esta obra de calidad poética y de fuerza expresiva. Vamos a descubrir los fundamentos de su poética, las grandes coordenadas de su universo creativo. Vamos a profundizar en el núcleo, en la médula de su concepción poética.

Y ya podemos adelantar que, tras una lectura atenta, hemos podido distinguir tres líneas esenciales que, de manera convergente, han orientado su elaboración y deben apoyar su recepción. Son los tres soportes sobre los que gravitan los valores estéticos de El alba del alhelí: un carácter lúdico, un carácter sentimental y un carácter estético.






1. Carácter lúdico3

Rafael Alberti es un poeta juguetón: rinde culto al universo del juego, en oposición a las reglas de la sociedad o del espíritu organizado. Como ilustración muy variada podemos escuchar los ritmos populares y graciosos -con rasgos estilísticos barrocos-4 de El Alba del alhelí impregnados de resonancias de los versos de Gil Vicente.

Podemos detenernos en algunas composiciones de tema taurino como las juguetonas «chuflillas» al Niño de la Palma, o ese delicioso poema titulado «El tonto de Rafael». En una conferencia dictada en Berlín en noviembre de 1932 Rafael Alberti explicaba cómo «este jugar con el fuego, este burlarse de la muerte, esquivándola y provocándola al mismo tiempo, este arriesgar el cuerpo bailando, esta fiesta española del gana y pierdes, yo la he visto encarnada en el toreo» (Prosas encontradas (1924-1942)5: 87-103).

Fíjense cómo Rafael Alberti juega -se chuflea, bromea, se burla y se ríe- de la Fiesta de los Toros, sin ridiculizarla. El poema -las «chuflillas»- El Niño de la Palma es un cante liviano en el que la vida y la muerte, la gloria y el fracaso, la religión y la magia, el valor y la arrogancia confluyen, se conjugan y se trenzan. Juegan entre sí el toro y el pájaro -un gorrión y un canario- los ángeles y la Virgen, el cielo y el redondel, dos cirios y una corona, las banderillas y las campanillas.




El Niño de la Palma


(Chuflillas)


¡Qué revuelo!
¡Aire, que al toro torillo
la pica el pájaro pillo
que no pone el pie en el suelo!

¿Qué revuelo!

Ángeles con cascabeles
arman la marimorena,
plumas nevando en la arena
rubí de los redondeles.
La Virgen de los caireles
baja un palma del cielo.

¿Qué revuelo!

-Vengas o no en busca mía,
torillo mala persona,
dos cirios y una corona
tendrás en la enfermería.

¡Qué alegría!
¡Cógeme, torillo fiero!
¡Qué salero!

De la gloria, a tus pitones,
bajé, gorrión de oro,
a jugar contigo al toro,
no a pedirte explicaciones.
¡A ver si te las compones
y vuelves vivo al chiquero!

¡Qué salero!
¡Cógeme, torillo fiero!

Alas en las zapatillas,
céfiros en las hombreras,
canario de las barreras,
vuelas con las banderillas.
Campanillas
te nacen en las chorreras.

¡Qué salero!
¡Cógeme, torillo fiero!

Te lo digo y te lo repito,
para no comprometerte,
que tenga cuernos la muerte
a mí se me importa un pito.
Da, toro torillo, un grito
y, ¡a la gloria en angarilla!

¡Qué salero!
¡Que te arrastran las mulillas!
Cógeme, torillo fiero!


Serranía de Rute Córdoba,
1925-1926 y Sevilla-Madrid, 1927.
               


Rafael Alberti concibe, elabora y vive la poesía como una actividad lúdica, como un juego que cumple unas funciones recreativa, liberadora y gratuita, como una manifestación de la libre voluntad del jugador. Como un juego que consiste en un acertijo o en una apuesta, como una invitación a una aventura que supone un riesgo.

Pero, en ningún momento, podemos identificar el juego con una tarea frívola o superficial ya que posee una oculta seriedad fundamentada en valores tan importantes como la consagración del instante, el retorno al origen, el reconocimiento de la unidad con el mundo circundante y, en última instancia, con la autenticidad de los comportamientos vitales.

Analicemos cada uno de estos aspectos.


1. En El Alba del alhelí el juego es una actividad recreativa

Rafael Alberti compone y nos regala poemas con la intención de distraernos, divertirnos y descansemos del trajín de la vida ordinaria. Se burla de las realidades más próximas desdramatizándolas, desacralizándolas y desmitificándolas. Sus escorzos burlescos disuelven la rigidez de situaciones convencionales, relativizan valores comúnmente aceptados, enfrían conflictos. La mayoría de las veces este distanciamiento humorístico lo consigue mediante el empleo de una cariñosa y amable ironía. Veamos cómo se burla de sí mismo:




El tonto de Rafael


(Autorretrato)


Por las calles: ¿Quién aquél?
-¡El tonto de Rafael!

Tonto llovido del cielo,
¡del limbo!, sin un ochavo.
Mal pollito colipavo,
sin plumas, digo, sin pelo.
¡Pío-pic!, pica, y vuelo
picos le pican a él.

-¿Quién aquél?
-¡El tonto de Rafael!

Tan campante, sin carrera,
no imperial, sí tomatero.
Grillo tomatero, pero
sin tomate en la grillera.
Canario de la fresquera,
no de alcoba o mirabel.

-¿Quién aquél?
-¡El tonto de Rafael!
Tontaina, tonto del higo,
rodando por las esquinas
bolas, bolindres, pamplinas
y pimientos que no digo.
Mas nunca falta un amigo
que le mendigue un clavel.

-¿Quién aquél?
-¡El tonto de Rafael!
Patos con gafas, en fila,
lo raptarán tontamente
de San Jinojito el lila.
¿Qué run-rún, qué retahíla
sube el cretino eco fiel?

¡Oh, oh! ¡Pero si es aquél
el tonto de Rafael!






2. En El Alba del alhelí el juego es una actividad gratuita

Rafael Alberti disfruta con la acción improductiva de sus versos, con la tarea no utilitaria. Es un viaje sin fin, es una aventura y un paseo. Podemos decir que su labor es paradójica: pretende una finalidad sin fin o, al menos, escribe, trabaja, actúa, en busca de un objetivo no vital.



El sol, en la dunas.
La arena, caliente.
Busco por la playa
una concha verde.

La luna, en las olas.
La arena, mojada.
Busco concha grana.


p. 247.                





3. En El Alba del alhelí el juego es una actividad liberadora

El universo del juego de El Alba del alhelí confiere, dentro de sus límites paradójicamente estrictos, una amplia libertad: desembaraza al poeta de las fuerzas naturales, de las normas sociales, de las convenciones moralistas y, lo que es más importante, lo libera de las ataduras inoportunas del propio superego.




Playeras


I


«Mala ráfaga»


Boyeros del mar decían:
Bueyes rojos, raudas sombras,
ya oscuro, ¿hacia dónde irían?

-¡Fuego en la noche del mar!-
Carabineros del viento
tampoco, no, lo sabían:

¿A dónde esos bueyes rojos,
raudas sombras, volarían?

-¡Ardiendo está todo el mar!-








2. Carácter sentimental

La poesía de El Alba del alhelí es intensamente sentimental. Las palabras, los ritmos y las imágenes dibujan una amplia gama de sensaciones portadoras de sentimientos variados de un amor vinculado siempre al deseo, a la pasión y al sufrimiento originado por la distancia, por la ausencia o por la pérdida de la amada.

El amor de El Alba del alhelí se desea, se siente, se goza y se disfruta, llega hasta las raíces más hondas de la persona y le afecta en todas sus dimensiones. Estos sentimientos amorosos, apoyados e inspirados en sucesos vividos, abarcan la dimensión sensorial, la dimensión emotiva y la dimensión imaginaria.


Dimensión sensorial

En El Alba del alhelí el amor posee una dimensión sensible, sensitiva, sensual y carnal. Rafael Alberti ama con los sentidos: con el tacto, con el gusto, con el olfato y, sobre todo, con la vista6, por esta razón, los colores constituyen expresiones plásticas e ingredientes constitutivos de diferentes afectos: Alberti bebe y saborea, huele y toca, escucha y ve el amor.

La mirada del poeta es una manera privilegiada de amor profundo y la mirada de la amada es el vehículo, el vínculo y el cauce de acercamiento cordial, de unión afectiva, de complicidad cordial y de comunión fecunda.

Escuchemos cómo en el «prólogo» del libro, define el amor como un intercambio de miradas y cómo, a cambio de una mirada de la amada, le ofrece la gama polícroma de todo lo que él vio:




Prólogo


Todo lo que por ti vi
-la estrella sobre el aprisco,
el carro estival del heno
y el alba del alhelí-,
si me miras, para ti.

Lo que gustaste por mí
-la azúcar del malvarisco,
la menta del mar sereno,
y el humo azul de benjuí-,
si me miras, para ti.



Rafael Alberti proclama el color blanco -de nuestras cales- como emblema de amor limpio, de entrega noble y generosa, como bandera de donación, como símbolo de transfiguración y como signo de una nueva vida.




La calera


Calera que das la cal,
píntame de blanco ya.

Pintado de blanco, yo
contigo me casaría.
Casado, te besaría
la mano que me encaló.

Calera que das cal,
de blanco ya.

Me casé con Cal-y-nieve,
y ya mi boca encalada
a besar sólo se atreve
su alba mano blanqueada.

Calera que das la cal,
píntame de blanco ya.






Dimensión emotiva

El sentimiento poético de El Alba del alhelí es, valga la redundancia, profundamente sentimental, hondamente emotivo, fuertemente afectivo. Rafael Alberti expresa su amor, su cariño.

Él mismo nos explica cómo los poemas están inspirados en su amiga, aquella linda muchacha filipina a quien sus padres habían dejado con la hermana del poeta al trasladarse a Madrid:

«Con ella recorría las azoteas, escuchando, como en el Puerto, las conversaciones de las cocinas por la ancha boca de las chimeneas. ¡Qué hermoso era, luego de anochecido, permanecer juntos por aquellos terrados, viendo encenderse las luces de los barcos, dibujándose en el cielo las constelaciones! Y sucedió lo que tenía que suceder: nos enamoramos y mi hermana entonces muy lista, me insinuó amablemente la conveniencia de regresar a casa. Lo hice, pero llevándome un montón de canciones y uno de los recuerdos más dichosos de mi juventud»


(La arboleda perdida: 238-239).                





La encerrada



1

Tu padre
es el que, dicen, te encierra.
Tu madre
es la que guarda la llave.
Ninguno quiere
que yo te vea,
que yo te hable,
que yo te diga que estoy
muriéndome por casarme.


2

Sé que montas a caballo...
¡Que te dé el sol!
¡Al campo, a caballo, amor!

¡Descorre las persianas,
rompe ya las celosías,
que estás muy pálida!

¡Que te dé el sol!
¡Al campo, a caballo, amor!

¡Ay, malhayan los morillos
que en esta gloria de España
te han amortajado viva
detrás de las persianas!

Rompe, amor, las persianas!
¡abajo, amor, las cortinas,
que estás muy pálida!

¡Que te dé el sol!
¡Al campo, a caballo, amor!


3

Una mano, sola una,
por entre los terciopelos,
para regar los claveles.

¿Por qué no quieres
que yo te vea la cara?

¿Para qué tanto esconderte
y siempre esa mano sola,
como una mano cortada,
para regar los claveles?

¿Por qué no quieres
que yo te vea la cara?





Dimensión imaginaria

Pero en todos los poemas amorosos de El Alba del alhelí encontramos, además, un elemento esencial de irrealidad, de intervención de la imaginación y de recreación literaria de un núcleo de la vida personal.

Rafael Alberti realiza una interpretación idealizada de sus emociones: despliega su mirada, enriquece la realidad y transforma los sentimientos.




(a Teresita Guillén)



I

Yo no sé de la niña,
no sé.
Que no sé cómo es.
   Que no,
que sí,
que yo no sé si la vi.

¡Que sí la vi yo!
¡¡Que sí la recuerdo yo!!
¡¡¡Viva!!!


II

¡Al rosal, al rosal
la rosa!

¡Luna
al rosal!

¡A dormir la rosa-niña!

Aire
al rosal!

¿Quién ronda la puerta? ¿El cuervo?

¡Pronto,
al rosal

¡Al rosal la niña-rosa,
que el aire la luna vienen
mi sueño, a mecer tus hojas!

Siempre hay una cabrita
que se equivoca de calle
y tuerce por otra esquina.

Y siempre, de puerta en puerta,
hay un cabrero que va
interrogando por ella.

Un duro me dio mi madre,
antes de venir al pueblo,
para comprar aceitunas
allá en el olivar viejo.

Y yo me he tirado el duro
en cosas que son de viento:
un peine, una redecilla
y un moño de terciopelo.








3. Carácter estético

El Alba del alhelí es -permítanme la obviedad- un libro poético, posee un carácter artístico: Rafael Alberti concibe y elabora una obra de arte que el lector ha de leer, interpretar y valorar como una creación artística.

Rafael Alberti muestra en él un sentido o un instinto de lo bello cuando selecciona sonidos, colores, aromas y sentimientos. Pone de manifiesto un extraordinario tino para identificar la hermosura de situaciones, detalles y gestos aparentemente anodinos: una brizna de hierba, un pétalo, una mirada, una queja, una lágrima. El Alba del alhelí constituye la prueba de su singular habilidad para convertir los sonidos en melodías, las líneas en dibujos, los colores en pinturas y la vida en poesía.

Este carácter estético de El Alba del alhelí se pone de manifiesto en tres dimensiones fundamentales que constituyen las tres coordenadas orientadoras de la creación poética de Rafael Alberti y las tres claves para su lectura: la unidad, la armonía y la coherencia.


La unidad

La belleza para Rafael Alberti es la expresión suprema de la unidad, que está determinada por un proyecto unitario de la obra, por una visión global del hombre y por la convergencia en un mismo fin de las diferentes tareas de la vida.

No es extraño, por lo tanto, que Rafael Alberti necesite encontrar un título al libro que proyecta para facilitar así la unidad de los poemas que lo van a integrar. La unidad es un punto de partida y la meta que pretende alcanzar7.

Cuando Rafael Alberti pinta y canta en El Alba del alhelí a la otra Andalucía, a las tierras de adentro, a las hoscas serranías llenas de brutales contrastes, a la virgen, al Buen Amor, a la casa, a al carrito y a la mula, al ángel confitero, a la hortelana del mar, al cazador y al leñador, al platero y al pescador, al zapatero y al sombrerero, a la muchacha que, secuestrada por su madre y por su tía, terminó por suicidarse, o «La maldecida» o la Húngara, o el prisionero o a la Torre de Iznájar, nos muestra trozos de su propia vida, fragmentos de una existencia contemplada con una mirada de artista y ofrecidas con simpatía y cordialidad.

El Alba del alhelí es un mosaico polícromo cuyos dibujos, aunque tiene vida propia, alcanzan pleno sentido sólo cuando se contemplan como elementos de todo el conjunto: cada poema es un elemento de una obra unitaria.




Armonía

Rafael Alberti concibe y elabora el poema como una composición armónica en el sentido más amplio de este término: no sólo como la combinación de sonidos acordes, sino también como la conjugación equilibrada de sensaciones y de sentimientos, de sonidos y de colores.

Alberti, no sólo aplica una visión de pintor a la temática general de su poesía, determinando primero las tonalidades y contrastes fundamentales y los juegos de luces sino que también emplea su sensibilidad para encontrar el ritmo y la melodía que convengan a los nuevos temas8. Escuchemos sus propias explicaciones:

«Aquel color azul de mis playeras y salineras gaditanas aquí no era posible. Era otra la música, más quebrados los ritmos; otros los tonos de la luz; otro el lenguaje. Aun a pesar del sol, la voz tajante, dura de las sombras iba a poner como un manto de luto en casi todo lo que entonces escribiera. De entre las cosas que veía, las que me contaban o adivinaba, iría extrayendo los pequeños motivos. La esencia dramática de mis nuevos poemas: algunos, con verdadero aire de coplas, más para la guitarra que para la culta vihuela de los cancioneros».


(La arboleda perdida: 189).                





Coherencia

Finalmente Rafael Alberti concibe y elabora El Alba del alhelí como una obra que expresa su firme decisión de coherencia entendida como la correspondencia estricta con sus raíces más hondas, como la fidelidad rigurosa a sus primeras vivencias y la lealtad plena a sus más íntimas convicciones; de manera más concreta, la identificación con sus espacios, con sus tiempos, con sus cosas y con sus gentes.

Esta es la razón profunda de la originalidad, de la calidad y del valor clásico del mensaje poético de El alba del alhelí. Esta es la explicación convincente de las diferentes definiciones a las que aludíamos al comienzo de esta clase. Esta es la clave para entender de manera adecuada que Rafael Alberti es

-«El poeta del destierro por excelencia»,

-«El poeta combatiente»,

-«La conciencia internacional de los marginados»,

-«El grito de los oprimidos»

-«El cantor y el cantaor de la Bahía gaditana».

Nosotros hemos de concluir resumiendo que Rafael Alberti es el poeta político, el poeta social, el poeta ético y, sobre todo, el poeta, valga la redundancia, estético.







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