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«La peregrinación de Bayoán», de Eugenio María de Hostos

Carmen Vásquez





En 1863 vio la luz en Madrid La peregrinación de Bayoán, «Diario recogido y publicado por Eugenio María de Hostos», primera obra editada del gran escritor puertorriqueño. Fue éste el único intento novelístico de quien es principalmente conocido como uno de los pensadores y hombres políticos que más marcaron el porvenir de la América Latina durante la segunda mitad del siglo XIX. La novela vivió, como su creador, un destino no poco movido. Tras de haber conocido el silencio de la crítica española, fue censurada y confiscada por el gobierno de Ultramar. Ha podido llegar a nosotros gracias a una segunda edición hecha por su autor durante la estadía de éste en Santiago de Chile en el año 1873.

Para comprender el verdadero sentido de esta novela debemos recordar algunos aspectos de la vida y de la obra de su autor1. Eugenio María de Hostos y Bonilla nació a comienzos del año 1839 en Mayagüez, Puerto Rico. Cursó su escuela elemental en esa isla, pasando luego a España donde estudió en el Instituto de Segunda Enseñanza de Bilbao y en las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. En la década de los sesenta, fue miembro de la Sociedad Abolicionista de la Esclavitud y participó en numerosas actividades en favor de la República española. Al conocer la represión que sufrían Puerto Rico y Cuba como consecuencia respectiva del Grito de Lares, en septiembre de 1868 y del Grito de Yara, en octubre de ese mismo año, tomó posiciones en contra del régimen colonial que lo llevaron a una vida de exilio casi permanente.

En 1869 y 1879, Hostos se desplazó por Europa y por gran parte del hemisferio americano: Madrid, París, New York, Colombia, Panamá, Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, República Dominicana, Venezuela, las Islas Vírgenes, su Puerto Rico natal. Durante estos años fue miembro del Club de Artesanos, de la Sociedad de Instrucción, de la Liga de Independientes, de la Sociedad de Auxilios a los Cubanos, Sociedad de Amantes del Saber, Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile, Sociedad Fraternal Bolivariana. Fundó la Sociedad Pro Independencia de Cuba; publicó Las Tres Antillas, que tras la censura asumió los nombres Los Antillanos, y, luego, Las Dos Antillas y colaboró en El Federalista, de México, y otros periódicos de la América Latina.

En 1879 llegó a Santo Domingo donde inauguró la Escuela Normal y en cuya Universidad fue profesor de Derecho constitucional, internacional penal. En 1888, a instancias del presidente Balmaceda, se instaló en Chile donde fue rector del Liceo de Chillan y del Liceo Miguel Luis Amunátegui de Santiago, a la vez que profesor en la Universidad, director del Ateneo de la capital chilena y miembro de numerosas asociaciones científicas de América y Europa.

En 1898 viajó a New York y a Washington y, ya de regreso a su Puerto Rico natal, cuando se operó el cambio de soberanía, fundó la Liga de Patriotas. Señalemos que, al año siguiente, presidió la Comisión de Puerto Rico reunida en New York.

En 1900, desilusionado con la nueva situación colonial en Puerto Rico, partió para Santo Domingo donde continuó ocupando cargos de gran prestigio y donde murió en agosto de 1903. Sus restos se hallan aún hoy en el cementerio de la capital dominicana.

La obra escrita y publicada de Hostos es extremadamente vasta. Además de su novela primeriza, publicó numerosos ensayos, entre los que se encuentran Hamlet, Romeo y Julieta y Plácido, magnífico trabajo sobre Gabriel de la Concepción Valdés, el célebre poeta y patriota cubano, y otros tantos tratados de pedagogía y de sociología. Es imprescindible mencionar aquí Moral Social y Tratado de Sociología, escritos que inician el estudio de esta disciplina en la América Latina. Sus obras completas, que fueron publicadas por vez primera en La Habana en 1939, constan de unos veinte impresionantes volúmenes.

Dentro de esta compleja y variada obra, La peregrinación de Bayoán ocupa un lugar muy especial. No solamente en ella tenemos el primero y único intento conocido de novelar, sino que allí se anuncia el resto de la obra de Hostos. En el prólogo a su primera edición, el autor escribió:

«Este libro, más que un libro, es un deseo: más que deseo, una intención; más que una intención, es sed.

Sed de justicia y de verdad:

Intención de probar que hay otra dicha mejor que la que el hombre busca:

Deseo de que el ejemplo fructifique».


(pág. 152)                


Luego, en el prólogo a la segunda edición elabora:

«El problema de la patria y de su libertad, el problema de la gloria y del amor, el ideal del matrimonio y de la familia, el ideal del progreso humano y del perfeccionamiento individual, la noción de la virtud personal y del bien universal, no eran para mí meros estímulos intelectuales o afectivos; eran el resultado de toda la actividad de mi razón, de mi corazón y de mi voluntad; eran mi vida».


(pág. 18)                


Elevar al nivel de novela esta experiencia vital fue, para el joven ambicioso de veinticuatro años, empresa no poco fácil. Lograr una fábula, crear a partir de una realidad histórica, unas figuras míticas que a su vez, por un proceso de transposición, encarnaran un ideal político era la meta que se había propuesto lograr. En una entrada en su diario con fecha del 24 de septiembre de 1866, escribe:

«Hasta 1863 quería gloria, y nació La Peregrinación de Bayoán. Aquélla era la fábula de una volición latente, y la crisis que produjo empezó a elaborarse: quise patria, y como medio, aspiré a la política; submedio de este fin secundario fue el desenvolvimiento intelectual, y luchando contra mi inverosímil indolencia, intenté dar toda su fuerza a la razón»3.


Esta razón es calificada en el prólogo de la segunda edición de la manera siguiente:

«Quería que Bayoán, personificación de la duda activa, se presentara como juez de España colonial en las Antillas, y la condenara; que se presentara como intérprete del deseo de las Antillas en España, y lo expresara con la claridad más transparente: "las Antillas estarán con España; si hay derechos para ellas; contra España, si continúa la época de dominación"».


(págs. 27-28)                


El problema principal presentado en La peregrinación de Bayoán es pues el del coloniaje, con sus causas y consecuencias evidentes. Como es de suponer, tras la denuncia, se encuentra la meta que, en el caso de Hostos, fue lograr la independencia y la creación de una fusión antillana, la cual describió así en su diario del 25 de septiembre de 1869:

«[...] las Antillas no pueden ser sino estados independientes: las Antillas deben forzosamente unirse en una federación»4.


Esta federación, compuesta por Puerto Rico, Cuba y Santo Domingo, se logra en la novela a través de los tres personajes principales y de los lugares que visitó el protagonista en su larga peregrinación. El significado de todo ello nos es explicado en la «Clave» que precede al texto narrativo (págs. 45-46). Allí se nos dice:

«En este libro se emplean con frecuencia los nombres indígenas de las Antillas y se ha dado nombres indígenas a los personajes de la obra».


Luego, el autor procede a presentar, entre otros a Boriquen, «nombre que los indígenas daban a la isla que llaman Puerto Rico los españoles»; a Haití, «nombre indígena de la isla de Santo Domingo, llamada Española por su descubridor Colón»; Bayoán, «nombre del primer indígena de Boriquen que dudó de la inmortalidad de los españoles»; y Marién, «nombre indígena de la comarca más bella de Cuba. Hoy se llama Mariel». Hostos concluye: «Guarionex, Bayoán, Marién, representan en este libro la unión de las tres grandes Antillas».

Así pues, es inevitable afirmar que, en La peregrinación de Bayoán, Hostos se propuso lograr una alegoría con fondo indudablemente histórico. Él mismo lo afirma en el prólogo a la segunda edición donde cita, como fuentes principales, los nombres de Raynal, Robertson, de Pradt, Prescott, Irving, Chevalier. Estos historiadores y viajeros de los siglos XVIII y XIX habían, de hecho, contribuido enormemente a la formación de los intelectuales puertorriqueños contemporáneos de Hostos. De hecho, en Puerto Rico, para la época anterior a la redacción de nuestra novela, los jóvenes intelectuales habían mostrado un interés renovador por la historia de la isla. La prueba más evidente fue la publicación, en 1854 de la Biblioteca Histórica de Puerto Rico, por Alejandro Tapia y Rivera, en la que colaboraron, además de Tapia, historiadores como Ramón Baldorioty de Castro, Segundo Ruiz Belvis y Ramón Emeterio Betances. A esta exhaustiva recopilación de documentos, había que añadir trabajos de la misma época que la redacción de nuestra novela, como lo fueron la traducción al castellano de los trozos dedicados a Puerto Rico de Voyage aux îles de Teneriffe, la Trinité, Saint Thomas, Sainte Croix, et Porto-Rico, exécuté par ordre du gouvernement français par André-Pierre Lédru, de Julio Vizcarrondo y la exégesis de Historia geográfica, civil y política de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, de Fray Íñigo Abbad y Lasierra, publicada por José Julián Acosta, citada y alabada por el propio de Hostos en un texto de 18725 . Añadamos que los intelectuales mencionados aquí siempre usaron los trabajos de Humboldt como guía esencial y que a éstos debían añadírsele los de cubanos como del Monte, Saco, Arrate y otros.

Todo ello indica que de Hostos, al escribir sobre su Antilla natal, reflejaba las corrientes que en ella imperaban. No obstante, nuestro escritor fue más allá que sus amigos boricuas, al escoger la novela como modo de expresión.

Escrita en primera persona. La peregrinación de Bayoán, es novela romántica, como lo afirma Emilio Carilla en su libro El Romanticismo en la América Hispánica. Lo es tanto por su aspecto político y social como por lo que el propio Carilla llama sus «rasgos más superficiales (sobre todo sentimentalismo)»6. Presentada a manera de manuscrito publicado por el propio de Hostos, que aparece como tal en el texto, adopta la forma de diario de Bayoán, presentando su peregrinación y sus malogrados amores con Marién, la bella cubana, hija del haitiano Guarionex, Si el autor escogió esta forma, es precisamente porque el diario era algo familiar para él. No olvidemos que, como lo constatan los dos primeros tomos de las Obras Completas, Hostos mantuvo un diario por numerosos años. Allí escribió sus pensamientos y movimientos. Bayoán, fiel reflejo suyo, podía, y quizás tenía que hacerlo también.

La historia que allí se cuenta es la siguiente. En la época que corresponde al momento de la creación de la novela, Bayoán, joven puertorriqueño, emprende un viaje desde su isla natal hacia el oeste de las Antillas. Siguiendo los consejos de quien él llama «mi buen Agüeybana» (pág. 54), refiriéndose al cacique principal de Borinquen a principios de la colonización, emprende una peregrinación a Europa. Antes debe de visitar a Guarionex, el haitiano que vive en Cuba y cuya hija es Marién.

Bayoán llega a la mayor de las Antillas, descubre la gran belleza del puerto de La Habana y luego conoce a Guarionex quien, a su vez, lo presenta a su esposa y a Marién, sobre quien escribe:

«Sus ojos azules, ¿no tienen la misma suave luz del cielo al despuntar la aurora? ¿No tienen sus descuidados rizos, la misma luz que el primer rayo del sol?

La contemplé un momento, como al sol, como al cielo al despuntar la aurora, y después me incliné.

Al levantar la vista, mis ojos buscaron a sus ojos: fulguraron los míos; de los suyos brotó un rayo de luz; de sus mejillas transparentes, el primer color de la aurora.

¿Será esa adolescente la aurora de mi alma?».


(págs. 80-81)                


Es el amor a primera vista que, por lo demás, es recíproco. Pero este amor está condenado antes de cristalizarse:

«Si es verdad que ella me ama, lo que a pesar de mi razón incrédula me asegura su inocencia, amarla es una crueldad; amarla es prepararla a la desdicha; no amarla, ferocidad; almas como la suya huyen al cielo, cuando el alma a quien llaman no responde; afectar su amor...».


(pág. 85)                


El sentimiento pudoroso (pág. 92), casto, profundo, se encuentra, sin embargo, en peligro porque en la vida de Bayoán existen otras prioridades. El protagonista decide partir de Cuba y continuar su peregrinación porque, dice, desea «encontrar los medios de hacer feliz a mi infeliz Borinquen, para dar el ejemplo, y preparar el advenimiento de una patria que hoy no tengo» (pág. 96).

La despedida, llena de tristeza y lágrimas, presagia el lamentable fin de la delicada Marién. La madre de ésta lo interpela así:

«¿No es un crimen, mi querido Bayoán, lo que usted ha resuelto? ¿No es un crimen convertir la esperanza en desesperación, la inocente alegría en honda pena? ¿No es un crimen matar la felicidad de esa criatura, ya bastante infeliz con ser tan delicada? ¡Hacer desgraciada a mi hija...!

¡Y ella lo ama!».


(pág. 112)                


Bayoán parte de Cuba y llega a Puerto Rico, «isla querida», «isla amada» (págs. 149-150). Allí el protagonista se encuentra con Guarionex, su esposa y Marién. La enfermedad de la joven ha hecho que la familia se traslade a España en busca de tratamiento médico. El reencuentro de los castos amantes ocurre así:

«Llegué, la vi, nos abrazamos: ella lloró, yo callé. Sentados, ella me miraba; yo la miraba a ella: los ojos, dilatados, apagaban su sed de mirar: las almas fulguraban tras los ojos. Empezó la sonrisa a iluminar los rostros, y empezó la alegría a aparecer».


(pág. 154)                


El viaje o la peregrinación de Bayoán y de la familia de Guarionex hacia España continúa. La travesía en barco e larga, propicia para que el protagonista medite sobre muchas cosas, sobre lo que califica de «la fraternidad de los pueblos de América y España» (pág. 173) y sobre la vida en general. Motivación de esto último es su encuentro con un anciano, pobre, antiguo patriota americano, ignorado y humillado por todos. Su preocupación por Marién crece y le hace comentar: «¡Pobre Marién! ¡qué insidiosa tristeza la domina!» (pág. 181).

Los castos amantes llegan por fin a España. Allí Bayoán hace sus diligencias y observa, con impotencia, el empeoramiento de Marién. Ante la insistencia de ésta, deciden casarse aunque, como lo indica el texto, el matrimonio no llega a consumarse. El fin presagiado de la joven cubana se acerca. Bayoán desespera, descontinuando intermitentemente el diario que entrega al amigo Hostos. La noticia de la muerte de ésta es abrumadora:

«Bayoán se acercó pausadamente al cadáver de Marién, pareció vacilar, y arrodillándose, cogió la mano que pendía fuera del lecho y la besó...

[...] Desde entonces no profirió una palabra. Durante los diez primeros días que siguieron a la muerte de su amada, Bayoán y yo bajamos al jardín por la mañana, depositamos flores sobre la tumba de la virgen, y buscando después lugares solitarios, andábamos y andábamos, hasta que, obedeciendo a mi acento cariñoso, se dejaba guiar, y volvíamos a la casa...».


(págs. 317-318)                


Consciente de su presente situación decide, finalmente, regresar al suelo natal:

«América es mi patria; está sufriendo, y tal vez su dolor calme los míos... Si puedo encontrar allí lo que en vano he buscado en Europa; si en una de esas repúblicas hay un lugar para un hombre que ama el bien, después de recorrerlas todas, después de estudiar sus necesidades presentes, y evocar su porvenir, me fijaré en la que más reposo me prometa... Si en ninguna lo encuentro, seguiré peregrinando...».


(pág. 319)                


En varias ocasiones hemos calificado a La peregrinación de Bayoán como novela alegórica de fondo político. En el prólogo de la segunda edición, Hostos menciona «las monstruosidades sociales», «la injusticia», «el deber de libertad a su patria» (págs. 28-29) que aparecen aquí fusionados y llevados al plano novelesco. Debemos, sin embargo, tener siempre en cuenta que estas constantes de la obra operan como la denuncia de un sistema al que el autor ofrece una alternativa como solución.

Todo esto puede observarse desde el comienzo del discurso narrativo. El primer lugar de la peregrinación que hace Bayoán es Haití, «la infeliz Higüey», en particular, «último albergue de los sencillos habitantes de la isla, en la feroz persecución de los que, tan indulgentemente, llama la historia valientes defensores» (pág. 49). Y, para denunciar el colonialismo español en las Antillas, va a sus orígenes y al propio Cristóbal Colón, quien fuera víctima de su «propia crueldad» (pág. 51).

El aspecto devastador de la colonización se acentúa a medida que continúa la peregrinación del protagonista y que a su vez sirve para tratar el segundo viaje del descubridor que «traía ya el remordimiento de su genio, el disgusto de ver profanado el mundo que él adivinó». Por eso afirma, cuando menciona a Guantánamo, «ya no hay chozas en las playas, ni haciendo hogueras, indios. Las Casas, ¿dónde están tus protegidos?» (pág. 63). Y, lógicamente, al invocar al célebre obispo, encadena el tema del coloniaje con ese otro, igualmente denunciado, que es la esclavitud. Luego exclama:

«¡Si hubierais sido lo que debisteis ser, Ojeda, Cortés, vosotros los Pizarros, Almagro, todos vosotros, los que ansiosos de campo en que ganar laureles, vinisteis a estas playas...!».


(pág. 67)                


Al fin llega a La Habana, calificada de «gran ciudad» (pág. 74), yendo, con Guarionex, al interior de la isla, que describe así:

«Caminamos, cruzamos cañaverales, vadeamos arroyos escondidos en las hondonadas del terreno, saltamos zanjas, atravesamos por medio de un palmar, trepamos una colina, de arbolado, casi bosque, la bajamos, y en su falda encontramos otros cañaverales, zanjas, ciénagas, senderos, y al terminar del uno, un edificio vasto, cuadrado, sencillo, con una elevada chimenea en medio, y con carretas, yugos, arados, objetos de labranza, bueyes, caballos y negros a su alrededor».


(págs. 79-80)                


Tras el encuentro con Marién y él con amor, ya lo hemos dicho, Bayoán continúa su peregrinación no sin antes decir, «¡Adiós, adiós, lugar donde he amado!» (pág. 130). Su itinerario lo lleva entonces a Guanahaní, primera isla descubierta por Colón. Esta especie de regreso a la semilla lo lleva a concluir: «Esa isla es un símbolo» (pág. 137). Es, para él también nexo privilegiado con la que cataloga como «la infeliz España» (pág. 138).

Antes de navegar hacia esta última, el joven peregrino visita a su Puerto Rico natal. Su crítica del colonialismo se hace entonces más violenta. Esta puede observarse en el siguiente pasaje:

«Allí, cerca de Bayamón, hay una hacienda: su dueño tendrá esclavos; si quieren arrebatárselos resistirá, defenderá lo suyo, hará tal vez una defensa heroica; después abandonará al látigo del capataz a sus esclavos, y ni sus gritos, ni sus quejas, ni sus llantos lograrán conmoverlo. ¿Es ciego o cruel? Es cruel y ciego: ciego, porque no ve que el látigo mina lentamente, pero mina; porque no ve que enferma y mata la llaga que produce; porque no ve que el esclavo, convertido en amigo por cariño, se convierte en enemigo tenebroso, como en perro que muerde, en hidrofobia, el perro leal, la mansedumbre. Es cruel el hacendado, porque se olvida del infeliz que le da oro, y deja que le veje un mayordomo. Es cruel el hacendado, porque es ciego: los ojos ven los efectos de la crueldad y la injusticia, y pueden remediarlos: la ceguedad no ve. Es ciego el hacendado, porque es cruel: la costumbre de ser obedecido, la costumbre de querer a toda costa sumisión y silencio, la costumbre de la arbitrariedad y la injusticia, que engendra, la crueldad, quitan la vista; el hombre se acostumbra a las tinieblas, se complace en ellas, teme la luz; si llega un día en que la ve y comprende cuanto mejor es la luz que las tinieblas, ve con terror que ha visto tarde. Hacendado, sé justo; abre los ojos».


(págs. 150-151)                


Y ya, dentro del tema de la justicia, presenta el caso del anciano patriota. En su prólogo a la segunda edición, Hostos explica:

«Cuando apenas tenía veinte años, navegando de América a Europa, había asistido al espectáculo más ejemplar y como ejemplar, terrible, que pueden los hombres dar a un niño. Había muerto a bordo del buque un pasajero pobre, y hablan tratado el mísero cadáver tan inicuamente como al moribundo pasajero.

Al ser sorprendido desprovisto, se me ocurrió que aquel episodio podía no sólo suplir, sino completar mi obra».


(pág. 33)                


El novelista lo transpone así en su obra:

«Yo soy americano; he nacido en uno de esos pueblos del continente... Luché por su independencia hasta que la consiguió; luché por el advenimiento de su libertad, no siempre corolario de la independencia -no siempre los pueblos tienen hijos-: Son grandes con su patria, mientras luchan por romper sus cadenas, por denunciarla del yugo que la ha esclavizado, pero pasado el momento de peligro para ella, de olvido de sí mismos, llegada la calma, y con ella el egoísmo; las pequeñas pasiones de la paz, la ambición, la codicia, la artería, el anhelo de honores, antes admirables, se empequeñecen, se infaman...; en vez de imitar lo bueno de otros pueblos, de ajustar al carácter nacional los progresos del mundo; en vez de preparar a su patria para que acepten el progreso..., se entregan al placer del mando, al frenesí del despotismo, inoculando el virus de la arbitrariedad, del desprecio a las leyes, del desprecio a la justicia... siguen sostenidos por la debilidad, y tiranizan».


(págs. 189-190)                


Encarnación imaginaria de patriotas de la estirpe de Miranda, Bolívar, O'Higgins, este personaje sirve también para hacer resaltar la pequeñez humana, como puede observarse durante la escena en que se hace el inventario de sus míseras posesiones. Frente a la indiferencia y al abuso de la tripulación española, Bayoán afirma: «Ustedes no son hombres; son unos monstruos de infamia y cobardía» (pág. 221).

Así, con habilidad, Hostos introduce directamente a España y a los españoles. Lo primero que nos ofrece del país es el puerto de Cádiz, al que llega el barco. Esto, claro está, sirve para mencionar las célebres Cortes de Cádiz, tan ligadas al proceso colonial antillano durante el siglo pasado. El texto dice así:

«Hace algunos años, pocos o muchos a su tiempo, fue el refugio de la fuerza nacional, de un poder, después muy decaído, entonces magnífico y grandioso: aquí vinieron las Cortes: aquí se constituyó España: aquí dio un paso gigantesco, que dado con valor, la hubiera hecho andar los siglos que le faltaban para llegar al XIX... Si en vez de llamar el pasado, hubiera tenido valor para seguir evocando el porvenir, España sería un pueblo digno de aquel año; Cádiz un recuerdo feliz para el esclavo...».


(pág. 208)                


Poco o nada puede remediar esta situación, ni el anhelo de justicia, ni el concepto del deber. Ya en Madrid, Bayoán se da cuenta de ello:

«Aquí me tienes, metrópoli de los vicios de España; impura cortesana, que imitadora de las que alberga tu recinto, atraes con tu brillo engañador, y halagas para herir y sonríes para hacer llorar y llamas a la virtud para desencantarla, a las imaginaciones turbulentas para desesperarlas, a las almas intranquilas para hundirlas en el dolor y la amargura, y a pesar de tu fealdad monstruosa, consigues sujetarla».


(pág. 247)                


La desilusión política unida a la tristeza del amor de Marién que agoniza lo lleva a exclamar: «¡Recuerdos de la patria, dulces memorias de mi amor, atrás...» (pág. 249). Este joven que «quería la libertad y pedir y aclamar la verdad sin someter sus opiniones a otro hombre» (pág. 254), sólo podía hacer lo que hace al final: dejar a España y proseguir con su eterno peregrinar en tierras americanas.

Novela de juventud, La peregrinación de Bayoán anuncia, por su contenido, toda la obra de Hostos. El célebre peregrino nunca cesó de reafirmar las ideas que allí expuso, aunque sí hizo que estas evolucionaran. La prueba más evidente de ello son las notas al calce que añadió al texto narrativo antes de la publicación de la segunda edición. Sobre los lazos de España y las Antillas afirma:

«Hoy, 1873, me arrepiento de haber soñado en 1863. Era niño y sonaba. España es radicalmente incapaz de realizar aquel sueño, que sólo ha servido para un sofista esclavizar a las Antillas, afirmando que son lazo necesario de unión entre la América que fue española y España».


(pág. 52)                


Luego, en otra, recalca:

«Este libro fue el primer clamor, y no podía ser una maldición. Ni aún hoy maldigo: porque estamos demasiado lejos de 1863, no sólo siento que España nos dirija, sino que lo he sacrificado todo por conseguir, y lo conseguiré, que no siga dirigiéndonos».


(pág. 171)                


Este clamor palpita en el resto de la obra de Hostos, en sus diarios, cartas y ensayos sobre las Antillas y sobre la América en general.

Así pues, pese a su ingenuidad, consecuencia evidente de la juventud de su autor, La peregrinación de Bayoán es obra ciertamente meritoria. Tras las abundantes lágrimas que rociaron los amores de Bayoán y la hermosa Marién, encontramos la mitificación de unos personajes que, a su vez, encarnan los más valederos ideales políticos de la época. La técnica no era nueva. Sin embargo, dentro del contexto antillano, sí era innovadora y sigue siéndolo hoy si tenemos en cuenta la vigencia del pensamiento que allí se encuentra.

En su diario del 28 de abril de 1874, Hostos escribió:

«Tengo la conciencia de haber hecho en ese libro, que es una exposición desnuda de una conciencia en desarrollo, una obra digna de los hombres»7.


Estas palabras explican la siempre renovada defensa de su obra primeriza, pese a las críticas acerbas que emitió en contra de la novela como género literario. Recordemos aquí lo que escribió en su libro Moral social:

«La novela es necesariamente malsana. Lo es dos veces: una para los que la cultivan; otra para los que la leen. En sus cultivadores vicia funciones intelectuales, para ser puntualmente exacto, operaciones capitales del funcionar intelectual. En los lectores vicia, a veces de una manera profunda, irremediable, mortal, la percepción de la realidad.

[...]

El arte, aunque sea descabellado, y lo bello, aunque sea desproporcionado, tienen siempre algún buen fin, o cuando menos, alguna buena intención, y en ese sentido algo tienen de intrínsecamente moral. Así, no puede ni se debe negar que cada una de las formas contemporáneas de la novela tiene su buena intención particular, y que todas ellas juntas han tenido la benévola intención de contribuir, por medio de la historia ficticia, a consumar la destrucción de las imperfecciones sociales de que es impopular e inaccesible exponente la historia real»8.


Estas palabras también explican el juicio que Francisco Manrique Cabrera hace en su Historia de la literatura puertorriqueña:

«Su novela La peregrinación de Bayoán, escrita hacia 1863, cuatro años antes que la María de Isaacs, es una muestra del novelar romántico en Hispanoamérica. Novela poemática, de entraña lírica y símbolos brumosos. Novela de arraigo indigenista con claro mensaje literario. En cierto modo sobreestimada por el mismo Hostos, pero sin duda alguna, profecía de su peregrinación. Quien lee Bayoán comprenderá cómo en tal obra se anticipan los rumbos y desvelos del Maestro. Profecía de sí mismo es Bayoán»9.


Todo esto nos lleva a hacer nuestro el juicio que Miguel Ángel Asturias hizo en un artículo publicado en la revista Trópico de Guatemala en septiembre de 1939. Tras aludir a «su mensaje vigoroso de gran americano», Asturias concluyó:

«El mejor recuerdo que puede hacerse de Eugenio María de Hostos es la lectura periódica de sus libros. Sus palabras tonifican con la dignidad del cerebro que pensó ecuánimamente sobre nuestros problemas y señaló derroteros ciertos para el futuro de nuestra raza. No se engañó porque supo desnudar su juicio en austera disciplina mental de lo que no respondía a la realidad de los medios americanos, y su lección por excelencia es la que se desprende de su fe en el ideal del Bien, en la Moral, en el Deber»10.






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