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La personalidad del ilustrado don Nicolás Rodríguez Laso (1747-1820), inquisidor de Barcelona y Valencia

Antonio Astorgano Abajo




ArribaAbajoIntroducción

Entre los personajes poco conocidos de nuestra Ilustración está el inquisidor Nicolás Rodríguez Laso (1747-1820). Es un clérigo secular que debemos situarlo en el ámbito de los sectores ideológicos filojansenistas durante gran parte de su vida, hasta que el vendaval de la Revolución Francesa apagó las inquietudes reformistas de muchos personajes de nuestra Ilustración.

Concretamente Nicolás tuvo contactos con el grupo filojansenista de Valencia, indirectamente con el obispo Climent a través de la condesa de Montijo y del obispo de Cuenca, Antonio Palafox, y directamente con el obispo de Salamanca, Felipe Bertrán, con su sobrino el inquisidor Matías Bertrán y con Pérez Bayer.

Podemos calificar a Nicolás Laso como «el último gran inquisidor de Valencia», puesto que gozando Nicolás Laso de unas cualidades intelectuales bastante notables, pudo haber aspirado a cargos más altos, pero la función inquisitorial colmó sus aspiraciones. Espíritu refinado por su amor a las artes y a las humanidades, estuvo cuarenta años dentro de la estructura inquisitorial, cumpliendo sus obligaciones a satisfacción de todo tipo de gobiernos, que realmente eran los que mandaban en la Inquisición de los últimos tiempos.

Pero Nicolás pasó desapercibido. No publicó nada sobre el Santo Oficio y su nombre no figura en ninguno de los estudios publicados hasta la fecha por los investigadores, de manera que tuvimos serias dificultades para que nos dieran una pequeña pista en la sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional. Después hemos podido dibujar su biografía. Nicolás estuvo casi cuarenta años ejerciendo como fiscal inquisidor, segundo inquisidor e inquisidor decano en Barcelona y Valencia, y parece que no existió.

En el presente estudio esbozaremos la personalidad del inquisidor Nicolás Rodríguez Laso. Intentaremos completar el currículum oficial de Nicolás Rodríguez Laso, presentado al cardenal e inquisidor general Lorenzana el 21 de octubre de 1794:

«Don Nicolás Rodríguez Laso, presbítero, natural del lugar de Montejo de Salvatierra, diócesis de Salamanca, de edad de cuarenta y siete años, estudió en la Universidad de Salamanca filosofía y se graduó de bachiller en esta Facultad; dos de Teología y ocho de Leyes y Cánones, recibiendo el mismo grado en esta Facultad. Fue colegial Trilingüe en dicha Universidad, donde estudió Retórica y Lengua Griega. Ha sido visitador general, examinador sinodal de la diócesis de Cuenca y secretario de Cámara durante el pontificado del reverendo obispo don Sebastián Flores Pabón. Después de tener los correspondientes años de práctica en Madrid, fue recibido de abogado por los Reales Consejos. En 1781 fue nombrado por el Excelentísimo Señor Obispo de Salamanca, inquisidor general, para servir el empleo de Promotor fiscal de la Inquisición de Corte. En 1783 promotor fiscal de la de Barcelona, concediéndole el voto de inquisidor de la misma en 12 de noviembre del propio año, y en 29 de marzo de este año [1794] fue promovido a inquisidor fiscal de este Santo Oficio [de Valencia] y goza de la misma renta y ayuda de costa ordinaria [que los otros dos inquisidores]. Tiene un beneficio simple en Iniesta y otro en Honrubia, diócesis de Cuenca, cuyo valor está regulado en 25.000 reales de vellón»1.



Para el conocimiento más detallado de la vida de Nicolás Rodríguez Laso y del viaje que hizo a Francia e Italia en 1788-892, remitimos a otros trabajos nuestros3 y de Giménez y Pradells4.






ArribaAbajo Noticia biográfica de Nicolás Rodríguez Laso


ArribaAbajoNiñez de Nicolás Laso (1747-1759)

El inquisidor don Nicolás Rodríguez Laso nació en Montejo (Salamanca) el 17 de agosto de 1747 y fue bautizado ocho días después:5

«En el lugar de Montejo, en veinticinco días del mes de agosto de mil setecientos y cuarenta y siete años, yo, el licenciado don Francisco Sánchez del Roble, Beneficiado propio de dicho lugar y sus anejos, bauticé solemnemente a un niño, a quien puse por nombre Nicolás, hijo legítimo de Fernando Rodríguez, natural del lugar de Palacios, de esta jurisdicción, y de María Antonia Martín Laso, natural de la villa del Villar del Profeta, y ambos vecinos de este dicho lugar de Montejo. Fueron sus abuelos paternos Alonso Rodríguez y Isabel Borrego, vecinos que fueron del dicho Palacios; y los maternos, Domingo Martín y Josepha García, vecinos que fueron de dicha villa del Villar. Fue su padrino Juan Hernández, vecino de este lugar, a quien advertí lo que manda el ritual Romano.

Nació dicho niño el día diez y siete de este mes de agosto. Y para que conste lo firmé en dicho día, mes y año, ut supra. Don Francisco Sánchez del Roble [autógrafo y rúbrica]».



Nicolás debía ser el primogénito del matrimonio formado por Fernando Rodríguez, natural del lugar de Palacios, y María Antonia Martín Laso, natural de la villa del Villar del Profeta, residentes en Montejo. Su profesión era la de labradores, de bastante buena posición económica, respaldados por el prestigio social de un canónigo importante, hermano de doña María Antonia, según declaración del secretario de la Inquisición madrileña, Fuster: «Sus padres son labradores en dicho lugar de Montejo. Tiene un tío Canónigo y Dignidad de Arcediano de Monleón de la Catedral de Salamanca»6. De los varios hermanos que debió tener Nicolás, solamente Simón es interesante porque llegó a ser académico de la Historia y de la de San Fernando, Gran Cruz de Carlos III y durante muchos años (1788-1821) rector del Colegio de España en Bolonia.

Otro hermano fue José, padre de Francisco de Sales Rodríguez Laso, ex-colegial de San Clemente, quien permaneció toda su vida en Italia. Este sobrino, a quien Simón Rodríguez Laso dejará como heredero, se casó con Carlotta Zambeccari, nieta del conde Zambeccari, representante regio de España en Bolonia. De ambos nacerá Doménica Rodríguez Zambeccari, la cual se casará con Annibale Ranuzzi, de quienes descenderá una serie de personajes públicos (incluido algún fundador de la Italia unificada y ministro) de la rama italiana de los Rodríguez Laso.




ArribaAbajoEstudiante en Salamanca (1759-1770). Bachillerato en Artes (1762) y en Cánones (1766)

Suponemos que Nicolás recibió las primeras letras en su pueblo natal de Montejo, no muy alejado de Salamanca, bajo la atenta vigilancia de su tío materno, canónigo y arcediano de Monleón, don Nicolás Martín García Laso. No en vano llevaban el mismo nombre de Nicolás.

Nicolás ingresa en la Universidad de Salamanca el 18 de julio de 1759 «con examen de gramática»7. Tres años más tarde, el 30 de junio de 1762, Nicolás obtuvo nemine discrepante, en compañía de otros veintiocho bachilleres, el bachilleramiento en Artes8, otorgado por fray Manuel Portillo, después de sufrir un riguroso examen de «Súmulas, Lógica y Física»9.

Conseguido el bachilleramiento en Artes, ingresa en el Colegio Trilingüe al año siguiente, donde permaneció cinco años (1763-1768). Mérito ponderado en la oposición a la cátedra de Retórica en 1766: «Fue recibido en el Colegio Trilingüe, en concurrencia de otros muchos opositores, el año de mil setecientos sesenta y tres, precediendo un rigurosísimo examen de Lengua Latina ante el Claustro de Catedráticos de Propiedad, en esta referida Universidad»10.

Los tres cursos de 1763 a 1766 fueron de intenso trabajo intelectual, estudiando matemáticas, griego, retórica (dos años) y filosofía (otros tres): «Estudió tres años de Filosofía, en los cuales sustentó un acto de públicas conclusiones, con toda agudeza y aplauso universal, al que le arguyeron el Ilustrísimo Obispo de Zela, auxiliar de Salamanca, varios doctores y catedráticos de esta Universidad, como consta por certificación de su maestro». Además, dos años de Teología: «Consta ha estudiado dos años de Teología, asistiendo a su Academia, defendiendo y arguyendo en ella siempre que por su turno le tocó».

En 1765 Nicolás se definía como profesor de Griego y Derecho Civil en dicha Universidad, según consta en el Discurso sobre la utilidad y necesidad de la Lengua griega, publicado ese año, que ofrece a la Academia de Buenas Letras de Sevilla11. La Academia leyó el discurso, enviado por Laso, en la junta del 22 de noviembre de 1765, pero el director de la misma no propuso a Nicolás como académico de honor hasta la junta del 14 de junio de 1766. Sometida a votación la propuesta, fue admitido por unanimidad en la junta del 20 de junio de 176612.

El año 1766 es memorable en la vida de Nicolás Laso, pues a lo largo del mismo oposita infructuosamente a la cátedra de Retórica de la Universidad de Salamanca y obtiene el bachilleramiento de Cánones el 8 de agosto de 1766, probando «haber cursado y ganado en esta misma Universidad cinco cursos en la Facultad de Sagrados Cánones en lecciones de Decreto, Instituta y Sexto, comenzados en San Lucas de 1761 y finalizados en 20 de abril del presente año»13.

Ese mismo año, 1766, publica un «Poema pathético», a la muerte del Rvmo. P. M. Fr. Manuel Bernardo de Rivera, Trinitario Calzado, Doctor theólogo de la Universidad de Salamanca y su Cathedrático de Escoto, en el que, además de Colegial trilingüe y Académico de Honor de la Academia de Buenas Artes de Sevilla, se define como «opositor a las Cáthedras de Rethórica de la Universidad de Salamanca»14.

Resumiendo, a los 19 años Nicolás estuvo a punto de obtener la cátedra de Retórica de la Universidad de Salamanca, tenía publicados dos discursos y era miembro de tres academias: de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, de la Academia de Cosmografía y de la Real y General Academia de Leyes15.

Durante los cursos 1766-1770 estamos convencidos que fueron encaminados por Nicolás a obtener la licenciatura en Cánones, pero no hemos encontrado tal grado ni don Nicolás dice nada de haberse examinado ni de haberlo conseguido en los tres currículos que presentó al inquisidor general en 1794, 1798 y 1814. Siempre firma como licenciado, pero sólo alude a los exámenes de bachilleramiento. Después de un cuidadoso examen de los Libros de Grados Mayores desde 1758 hasta 1793, llegamos a la conclusión de que Nicolás Rodríguez Laso no fue licenciado por la Universidad de Salamanca, puesto que no hay el menor rastro16.

Tampoco sabemos cuándo fue ordenado de sacerdote, pues también aparece definido como «presbítero». Sólo nos consta, por su título de oposición a la cátedra de Retórica, que en agosto de 1766 estaba ordenado de «prima tonsura, a título de suficiencia»17.

Como estudiante aventajado, fue profesor sustituto de Retórica en la Universidad y en el Colegio Trilingüe («consta asimismo que ha substituido dicha cátedra muchas veces, por ausencias de dicho propietario. Asimismo dicho don Nicolás Lasso ha enseñado Retórica a sus concolegas, y la ha explicado y aprobado tres veces en ella, por el rector de Escuelas y los catedráticos de Lenguas y otros»), de igual manera fue profesor sustituto de la asignatura de Lengua Griega: «Ha substituido la cátedra de Lengua Griega por ausencia del maestro Fray Bernardo de Zamora, Carmelita Calzado, su propietario, y la ha explicado de extraordinario a los profesores que concurrían a su aula; y en su Colegio de Trilingüe la ha enseñado a colegiales de su profesión».

Como rasgo predominante de la personalidad de Nicolás durante estos años de estudiante, aparece su espíritu humanista, ligado a personajes como el maestro agustino Fr. Antonio José de Alba, tan admirado por Meléndez Valdés. Espíritu que fructifica en el tempranero Discurso sobre la utilidad y necesidad de la Lengua griega y se mantiene durante su vida. En el Diario en el Viage a Francia e Italia (1788-1789) Laso visita los centros de enseñanza del griego y anota y discute la innovaciones pedagógicas introducidas en su enseñanza, observadas en los alumnos o en los profesores, como don Manuel Aponte, con quien conversa acerca de una traducción de Homero (Bolonia, 10 de septiembre de 1788) y sobre el correcto modo de pronunciar (Bolonia, el 4 de mayo de 1789). También continúa su especial vinculación con los Trinitarios Calzados. Por ejemplo, se aloja en Roma en el colegio de Trinitarios, el 6 de noviembre de 1788: «Luego que salimos de casa fuimos al colegio de Trinitarios Calzados de Strada Condocti, donde aquellos Padres nos hicieron las más vivas instancias para que nos fuésemos a alojar allí» (Roma, 14 de enero de 1789).

Nicolás no parece haber sido influido de manera especial por algún profesor a su paso por la Universidad. Creemos que escribió el elogio fúnebre por Fr. Manuel Bernardo de Rivera, más por ser Trinitario Calzado que por Catedrático de Escoto. En la formación de Laso influyeron más el Colegio Trilingüe y el entorno del obispado que la Universidad de Salamanca, propiamente dicha. Bertrán supo rodearse de una serie de intelectuales universitarios reformistas como Antonio Tavira, instalado en Salamanca en el curso 1763-1764, precisamente cuando empieza el pontificado de Bertrán, y el catedrático fray Bernardo Agustín de Zamora, Carmelita Calzado (1720-1785), amigo y colaborador estrecho del obispo.




ArribaAbajoAbogado en 1770-1771 y en 1777-1781

Dado que la consecución de una cátedra en propiedad no era fácil y que su dotación económica tampoco era muy atrayente, Nicolás se decide a ejercer la abogacía. En los diversos currículum que, como inquisidor, debe presentar a lo largo de su vida hace notar que fue abogado de los Reales Consejos, después de los años de pasantía reglamentarios18.

Tenemos dudas sobre el tiempo y el lugar en que ejerció la abogacía. Suponemos que la ejerció en Madrid, entre 1770 y 1771, antes de ser secretario del obispo Flórez Pabón, y entre 1777 y 1781, antes de ser nombrado promotor fiscal de la Inquisición de Corte, pero también pudo hacerlo en Valladolid entre 1770 y 1771, donde su amigo, el extremeño don Sebastián Flórez Pabón, era inquisidor, el cual se llevará a Nicolás como secretario cuando, el 29 de julio de 1771, fue nombrado obispo de Cuenca.

Es muy difícil la posibilidad de que Nicolás ejerciese la pasantía y la abogacía en Valladolid antes de ser secretario del obispo Flórez, puesto que fue colegial del Trilingüe de Salamanca hasta 1769 y lo encontramos matriculado en la Facultad de Leyes el 16 de junio de 1770, justamente un año antes de ser designado el inquisidor Flórez para el obispado de Cuenca.

Cuando realmente Nicolás pudo ejercitarse en la abogacía fue en el período 1777-1781 en los tribunales de Madrid, lo que le proporcionó la experiencia necesaria para desempeñar la fiscalía en el tribunal de la Inquisición. Desde mediados de 1777 Nicolás residía en Madrid y acudía con frecuencia a la casa del fiscal del Consejo de Órdenes, Miguel de Medinueta y Múzquiz, según confiesa éste en septiembre de 1779: «A la tercera pregunta dijo que en el espacio de cerca de dos años en que concurre con la mayor frecuencia dicho don Nicolás a casa del declarante ha observado siempre una conducta y costumbres correspondientes a un cristiano timorato y propias de la santidad del sacerdocio, en que se constituyó dicho pretendiente a título de los beneficios que posee en el obispado de Cuenca. Y que ha oído y visto que está muy separado de ruidos y escándalos»19.

En cualquier caso, se deduce que ejerció la abogacía durante poco tiempo, interrumpiéndose ésta en 1781 cuando fue nombrado promotor fiscal de la Inquisición madrileña.




ArribaAbajoSecretario del obispo de Cuenca (1771-1777)

El 29 de julio de 1771 es elegido obispo de Cuenca el anciano don Sebastián Flórez Pabón20. El obispo Flórez Pabón favoreció mucho a Nicolás, pues le concedió dos beneficios simples en Iniesta y en Honrubia en la diócesis de Cuenca: «El citado Prelado le dio dos beneficios simples de valor anual de cuatro mil ducados», declara el secretario inquisitorial Fuster en agosto de 1779. Ciertamente la amistad de Nicolás con el obispo de Cuenca le resolverá el futuro económico a nuestro inquisidor, pues obtendrá los dos beneficios simples citados, que le rentarán entre 25.000 y 50.000 reales anuales, según las distintas fuentes21.

Fueron cinco años de intensa actividad en la diócesis como visitador general, examinador general y secretario de Cámara, que se interrumpió con la muerte del obispo Flórez, el 25 de julio de 1777. El obispado de Cuenca le debió dar bastante trabajo a Laso, pues contaba con 385 poblaciones, 391 parroquias y una población de 260.925 personas (censo de 1788). A falta de referencias concretas sobre Laso, podemos imaginarnos su intervención en las principales tareas desarrolladas durante estos años por el obispo Flórez Pabón y por el amigo común don Antonio Palafox Croy de Abre, arcediano titular de la catedral de Cuenca.

El obispo Flórez se recuerda en Cuenca por haber planificado y comenzado la «Casa de recogidas», que continuó Antonio Palafox. Su finalidad era recluir a las mujeres de mala vida.

De este tiempo fueron los primeros contactos con el grupo jansenista de la tertulia de la Condesa de Montijo y con diversos miembros de la familia Palafox, quienes testificarán a su favor en el proceso de limpieza de sangre, imprescindible para entrar en la carrera inquisitorial.

Casi un año antes de ingresar en la Inquisición madrileña (6 de diciembre de 1779), Nicolás solicita, el 26 de febrero de 1779, ser admitido en la Real Academia de la Historia, dirigida por Campomanes y el día 5 de marzo es admitido como académico correspondiente22.




ArribaAbajoUn jansenista ingresa en la Inquisición (1779)

Muerto el obispo de Cuenca, Nicolás quedó sin trabajo, pero con una buena renta de más de 30.000 reales que le permitían vivir muy desahogadamente. El inquieto Nicolás no era de espíritu parásito y necesitaba una ocupación. Por su condición de clérigo y licenciado en Cánones, pensó que podía desarrollar una buena labor dentro de la máquina inquisitorial, tal vez con la intención de reformarla desde dentro. No sabemos los motivos de esta decisión. Quizá fue un cierto sentimiento de admiración hacia su favorecedor el obispo Flórez Pabón, quien había sido inquisidor de Valladolid durante veinte años. Quizá tuvo su papel en esta determinación el círculo filojansenista de los condes de Montijo, ya que veremos desfilar al mismo conde como testigo en el proceso de limpieza de sangre de los hermanos Rodríguez Laso23.

Los contactos con el arcediano de la catedral de Cuenca y beneficiado de la de Barcelona, Antonio Palafox, hijo del marqués de Ariza, fueron los que introdujeron a Nicolás Laso en la secta filojansenista. La familia del marqués de Ariza era el núcleo de los filojansenistas españoles por sus matrimonios y lecturas francesas, por la sombra gigantesca proyectada sobre cada uno de los miembros de la familia por su antepasado el venerable Juan Palafox, cuyos escritos habían sido quemados públicamente por mano del verdugo durante el reinado de Fernando VI y cuya canonización se eternizaba en Roma, paralizada por la oposición de los jesuitas, y por el culto particular que toda la familia tributaba a San Agustín. Nicolás se preocupará de impulsar la beatificación de Palafox cuando viaje a Italia en 1788.

Resumiendo, la familia de los Palafox es galicana y portroyalista y Nicolás Rodríguez Laso ingresó en la Inquisición en 1779, arropado por ella y sus amigos. Tres de los cuatro hijos del segundo matrimonio del marqués de Ariza, es decir, Felipe (conde de Montijo), Antonio (arcediano de Cuenca) y Fernando Palafox serán testigos. Los contactos entre la familia Rodríguez-Laso y la Palafox fue duradera como demuestra el hecho de que en 1806 el colegial José Rodríguez Laso ingresase en el Colegio de Bolonia, por orden del marqués de Ariza, es decir, el rector Simón Laso se sirvió del jefe de la familia Palafox para cubrir la formalidad de la solicitud del ingreso de su querido sobrino (a quien nombrará heredero universal), en el colegio que él mismo dirigía24.

Esta ideología jansenista de Nicolás culmina en Barcelona y tiene su cénit hacia los años 1787-89, cuando, según algunos historiadores como Olaechea, nuestro inquisidor tradujo las actas del sínodo de Pistoya, que nosotros no hemos podido confirmar25, y cuando el 22 de abril de 1789, se entrevista con Scipione Ricci, obispo de Pistoya, en esa ciudad: «En el discurso que tuve con este señor obispo aprendí claramente que todas sus operaciones se dirigen a servir y poner en planta las ideas del Gran Duque, demasiada franqueza en hablar de los procedimientos de Roma; y un ardor en proponer sus reformas más propio de un fiscal de la Cámara de Castilla que de un obispo que preside un Sínodo. En pocas palabras, me significó su plan y, combinando las especies que tocó con las que vierte en el Sínodo, creo que su modo de pensar es copiado de los franceses que no pasan de 40 años de edad».




ArribaAbajoLos hermanos Laso, comisarios de la Inquisición (1779-1781)

El 13 de agosto de 1779, Nicolás presenta la declaración autógrafa de la genealogía en nombre propio y en el de su hermano Simón. Como curiosidad, ni sus padres ni ninguno de sus cuatro abuelos habían nacido en Montejo26. Decisión vital para Nicolás, que desde entonces nunca se quitó el epíteto de inquisidor, mientras que para el rector Simón fue una anécdota que procuró siempre ocultar en los 32 años que vivió en Bolonia.

Al día siguiente, el inquisidor general y obispo de Salamanca, Felipe Bertrán, firma el oportuno decreto:

«En atención a cuanto me han presentado el doctor don Simón y el licenciado don Nicolás Rodríguez Laso, hermanos [...] he venido, Señores, en hacerles gracias de comisarios, al don Nicolás de este Santo Oficio [de la Corte], y al don Simón del tribunal de Valladolid, y en dispensarles el que las informaciones correspondientes a las naturalezas de ambos y las de sus padres y abuelos paternos y maternos se evacuen bajo de un sólo proceso. Y admitiréis al uso y ejercicio de la citada gracia al expresado don Nicolás, concurriendo en su persona las cualidades de limpieza y demás que se requieren».



El inquisidor general Bertrán conocía muy bien a los hermanos Laso, sin duda presentados por su tío el canónigo y arcediano de Monleón, por sus estudios en la Universidad de Salamanca y porque les había conferido alguna orden sagrada. Sólo hemos podido localizar la «prima tonsura» de Simón, el 23 de diciembre de 177027.

Entre el cuatro y el siete de septiembre se interroga a los «seis testigos de la mejor fe y crédito».

El primero es don Fernando Palafox, hijo de la marquesa viuda de Ariza y caballero del hábito de San Juan, natural y vecino de la Corte, de estado soltero y de edad de treinta años, hermano del futuro obispo de Cuenca, Antonio Palafox. Fernando era el benjamín del marqués de Ariza y, por tanto, hermano menor del conde de Montijo. De casi la misma edad de Nicolás había nacido el 4 de marzo de 1748 y fallecerá en marzo de 1789. Era uno de los personajes mimados de la Corte desde su nacimiento, puesto que fue apadrinado por los reyes Fernando VI y María Bárbara de Braganza en una ceremonia de gran solemnidad28. El mismo 4 de septiembre testifica el conde de Montijo:

«El Excelentísimo señor Don Felipe Portocarrero29 Palafox Croi de Abré, etc., Conde de Montijo, capitán del Regimiento de Infantería de Reales Guardias Walonas y mariscal de campo de los Reales Ejércitos de S. M., de estado casado, y de edad de cuarenta y un años [...] A la primera pregunta del interrogatorio, dijo que conoce y trata a don Nicolás Rodríguez Laso, presbítero. Que no sabe a qué cantidad asciende la renta eclesiástica que posee, pero que sabe y le consta que es bastante para mantenerse con la decencia correspondiente a su estado.

A la segunda pregunta dijo que sabe que dicho pretendiente tiene introducción y trato en muchas casas distinguidas, y que por su buena conducta ha adquirido el afecto y aprecio particular que muchos sujetos ilustres hacen de su persona. Y que siempre ha oído hablar con estimación y honor, así en público como en secreto, del expresado pretendiente.

A la tercera, dijo que por la frecuente concurrencia a la casa del declarante sabe que el citado don Nicolás es un buen cristiano y sacerdote, cuya arreglada conducta y bellas costumbres son muy conformes a su estado, sin haber oído jamás cosa en contrario, y mucho menos que haya sido causa o que haya dado motivo para ruido y escándalo de otros.

A la cuarta dijo que cuanto tiene declarado es notorio, público y bien notorio y de común opinión. Que no le toca en manera alguna ninguna de las generales de la ley. Y que es cuanto sabe y puede decir y la verdad so cargo de su juramento»30.



El tercer testigo es don Manuel Antonio Montero Gorjón, canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Salamanca y comisionado por su Cabildo en la Corte, natural de dicha ciudad, y de edad de cincuenta y seis años.

El día 6 testifica el que será futuro obispo de Cuenca (1801), perseguido por jansenista años más tarde, don Antonio Palafox (Madrid, 1740-Cuenca, 1802), unido por un gran afecto a su hermano Felipe, quien sólo le llevaba un año de edad:

«Don Antonio Palafox, arcediano titular de la Iglesia Catedral de Cuenca y caballero de la nueva y distinguida Orden de Carlos tercero, natural de esta Corte, y de edad de treinta y nueve años, del cual fue recibido juramento, que hizo en debida forma de derecho de decir verdad y guardar secreto y en su virtud.

A la primer pregunta del interrogatorio, dijo conoce siete años a don Nicolás Rodríguez Laso, el que fue a la ciudad de Cuenca en compañía del Ilustrísimo Señor don Sebastián Flórez Pabón, obispo de dicha ciudad, y por su secretario de Cámara, en cuyo empleo y negocios dio pruebas de madurez y juicio en el espacio de cinco años que le obtuvo. Que dicho prelado le estimó mucho. Que le confirió dos beneficios simples que le reditúan anualmente más de cincuenta mil reales.

A la segunda pregunta dijo que el expresado don Nicolás visita y concurre con mucha frecuencia y satisfacción casas de la mayor distinción y que, así en público como en secreto, ha oído hablar de su persona con mucho honor y estimación, sin cosa en contrario.

A la tercera pregunta dijo que ha tenido y tiene por buen cristiano y por sacerdote de arreglada vida y costumbres muy propias y correspondientes a la dignidad sacerdotal al citado pretendiente, no habiendo visto jamás, y menos oído, que causase escándalos ni que se haya introducido en manera alguna en ruidos, bullicios y alborotos, de que está muy separado.

A la cuarta pregunta dijo que es público, cierto y notorio, por común voz, opinión y fama, cuanto tiene declarado. Que no le comprende alguna de las generales de la ley»31.



El quinto testigo fue don Antonio Franseri32, médico de cabecera de la familia Montijo desde 1773 y también medico del Santo Oficio de la Inquisición de Corte, natural de la ciudad de Valencia, de edad de treinta y tres años33.

El día 7, testifica el último testigo, don Miguel de Mendinueta y Múzquiz, caballero de la Orden de Santiago y fiscal del Consejo de Órdenes, natural de la villa de Erizondo, del obispado de Pamplona, de edad de treinta y nueve años, amigo personal de Laso. Por esta declaración nos enteramos que el obispo Flórez Pabón había sido inquisidor de Valladolid, que Nicolás no residía en la ciudad castellana en el período 1770-72 y que debió abandonar rápidamente Cuenca después de muerto el obispo, porque en los años 1777-79 Nicolás visitaba a sus amigos madrileños34.

El día 9 se concluye la parte madrileña del expediente de «vida, costumbres y estado de honor» y se suspende mientras llegan los informes pedidos al tribunal de Valladolid sobre la familia35.

Hay una nota que fija el día exacto en que Nicolás ingresa en la Inquisición, 6 de diciembre de 1779: «Nota. Juró este interesado en seis de diciembre de 1779, y con la misma fecha se le despachó el título y avisó a la Congregación». Considerando que murió el 5 de diciembre de 1820, Nicolás estuvo 41 años justos dentro de la Inquisición.

Nicolás fue simple comisario de la Inquisición, adscrito al tribunal de Madrid entre 1779 y 1781, en cuyo cargo estuvo algo más de un año, ya que poco tiempo después fue ascendido a «promotor fiscal», dada su probada formación en humanidades y cánones y experiencia como abogado, puesto que en los documentos posteriores siempre se alude a ese empleo, como el único desempeñado por Nicolás en Madrid: «En 1781 fue nombrado por el Excelentísimo Señor Obispo de Salamanca, inquisidor general, para servir el empleo de promotor fiscal de la Inquisición de Corte. En 1783 promotor fiscal de la de Barcelona, concediéndole el voto de inquisidor de la misma en 12 de noviembre del propio año»36.




ArribaAbajoLaso, inquisidor fiscal en Barcelona (1783-1794)

La etapa catalana de Nicolás Laso coincide con la del inquisidor general, don Agustín Rubín de Ceballos, obispo de Jaén (1784-1792), pues durante el generalato de Abad Lasierra (1793-1794), aunque oficialmente continuaba siendo inquisidor fiscal de Barcelona, estuvo todo el tiempo con licencia en Madrid. Fue un período de relativa tolerancia religiosa como resume Llorente: «En su tiempo [generalato de Rubín] no hubo quemados en persona ni en estatua. Los penitenciados en público fueron 14, y muchísimos en secreto, sin pena infamante ni confiscación»37.

Nicolás llega a un tribunal de la Inquisición catalán bastante enfrentado con la Real Audiencia y con su presidente el capitán general de Cataluña.


ArribaAbajoLaso, fiscal de un tribunal catalán poco avenido

La Inquisición siempre vigiló que los inquisidores fuesen buenos compañeros, sin dar lugar a disensiones o disputas que trascendiesen a la sociedad, y que estuviesen de acuerdo al dictar una sentencia38. Pero esto no sucedía en el tribunal de Cataluña.

Nicolás llega al tribunal de Barcelona (fundado en 1486) sólo con el título de «promotor fiscal», expedido el 2 de abril de 178339, pero muy pronto se le conferirá el voto de inquisidor (12 de noviembre de 1783), de manera que se formará un trío, bastante desavenido, entre el primer inquisidor, licenciado don Manuel de Mena y Paniagua, el segundo inquisidor, el doctor don Pedro Díaz de Valdés, quien será nombrado obispo de Barcelona en julio de 1798, y el fiscal inquisidor, el licenciado don Nicolás Rodríguez Laso. Las firmas de los tres aparecen juntas hasta agosto de 1792, pues el 18 de julio de ese año, Nicolás pide permiso para ir a Madrid de donde saldría destinado para Valencia40. Glendinning hace una somera semblanza del inquisidor Valdés41.

Nicolás se debió incorporar rápidamente a sus funciones, puesto que a lo largo de la primavera de 1783 ya estaba alojado en su casa de Barcelona y pudo ser anfitrión de don Tomás Palomeque42, colegial de Bolonia y suponemos colega y amigo de su hermano Simón por coincidir ambos en el colegio. La simpatía de Nicolás con Palomeque venía de su condición de colegial y, sobre todo, de sus conocimientos helenísticos, puesto que Tomás Palomeque era definido por el ex-jesuita Bartolomé Pou como «uno de los bellos talentos y genios que al presente moran en el Colegio de San Clemente de Bolonia» y había vertido al castellano las obras de Teofrasto43.

Palomeque debió pasar por Barcelona, camino de Bolonia en junio de 1783, y se alojó en casa de Nicolás, según se deduce de una carta que se conserva en el archivo del Colegio de San Clemente. El rector agradece a Nicolás su amabilidad y agasajo al colegial y nuestro inquisidor contesta con la siguiente carta:

«Ilustrísimo señor:

Muy señor mío: El señor don Tomás Palomeque, individuo de ese Colegio favoreció esta casa conociendo la gran satisfacción que yo recibía en ello. Pero Vuestra Señoría Ilustrísima honra mi persona con demasía dignándose manifestar, por su estimable del 19 del corriente, que le ha sido grato un oficio a que por muchos títulos me consideraba obligado.

Ratifico a Vuestra Señoría Ilustrísima las ofertas indicadas por dicho caballero. Y ruego a Vuestra Señoría Ilustrísima muy de veras que, admitiéndolas favorablemente, se sirva proporcionarme ocasiones de mostrar mi amor y reconocimiento a esa respetable comunidad.

Nuestro Señor guarde a Vuestra Señoría Ilustrísima muchos años.

Barcelona y julio, 31 de 1783.

Ilustrísimo Señor.

B.L.M. de V.S.I. su más atento y reconocido servidor y capellán.

Nicolás Laso.

Ilustrísimo Señor Rector y Colegio Mayor de San Clemente de Españoles de Bolonia»44.



En agosto de 1783 Díaz de Valdés y Nicolás Laso solicitan conjuntamente el goce del sueldo entero (una tercera parte se la quedaba el jubilado) al inquisidor general45. Relatemos los antecedentes. Nicolás ocupa la plaza «pensionada» que el inquisidor, licenciado don Manuel Guell, había dejado por jubilación el 22 de julio de 1778, a quien se le asignó como pensión la tercera parte del sueldo, que dejaría de percibir su sustituto. El 13 de abril de 1779 fue nombrado promotor fiscal el licenciado Manuel Díaz de Castro, quien fue trasladado a Valencia el 29 de mayo de 1781. Le sustituye en la «plaza pensionada» de Barcelona el licenciado don Antonio de la Mota y Prado, «el cual fue ascendido al de Granada el 22 de marzo de 1783, y entró en su lugar el licenciado Don Nicolás Rodríguez Laso, previniéndose en el título de promotor fiscal de Barcelona, que se le despachó en 2 de abril del mismo año de 83, le acudiese el receptor con el salario que le correspondía, según se previno al tribunal en carta de 13 de abril de 1779, reducida a que se le conservaba una tercera parte de él, por razón de sus servicios, al referido Señor Guell, durante su vida»46.

Por eso, la concesión de «voto de inquisidor», que Nicolás recibe en noviembre de 1783, tiene su importancia administrativa, puesto que no es lo mismo ser «promotor fiscal», título con el que llega a Barcelona, que el de «fiscal inquisidor», pero tuvo nulos efectos económicos.

El segundo inquisidor, Díaz de Valdés, tenía el mismo problema de ocupar una «plaza pensionada», por lo que ambos solicitan aumento de sueldo en un memorial fechado el 14 de agosto de 178347. Notar que Nicolás, a pesar de ser simple fiscal, tiene el mismo sueldo que el segundo inquisidor de 737 libras. Ese mismo día, el inquisidor más antiguo, Manuel de Mena, informa favorablemente la representación de sus dos colegas:

«Estimamos justa su solicitud, pues es cierto que son cortos los sueldos de los inquisidores en una ciudad como Barcelona, y mucho más descontándoles la tercera parte para los jubilados. El tribunal puede sufrir que se les abonen por entero, por haber fondos bastantes para acudir a este y demás cargos, pues lo que piden no pasa de 490 libras y 4 sueldos, para los dos»48.



Tres días después, el 17 de agosto, Laso redacta la carta que, firmada y rubricada por los dos solicitantes, se envía al inquisidor general, Felipe Bertrán:

«Excelentísimo Señor:

Don Pedro Díaz de Valdés, inquisidor 2.º, y don Nicolás Rodríguez Laso, fiscal de este Santo Oficio, han representado lo que contiene la adjunta copia a este Tribunal, quien parece lo remite a esa Superioridad, informando lo conveniente.

Y en su consecuencia, suplica a Vuestra Excelencia se sirva favorecerles en esta solicitud, atendiendo sus justas razones.

Nuestro Señor guarde la importante vida de V.E. los muchos años que la Cristiandad ha de menester.

Barcelona y agosto de 1783.

Excelentísimo Señor.

A.L.P. de V. E.

Don Pedro Díaz de Valdés. Don Nicolás Rodríguez Laso [firmas autógrafas con rúbricas]

Excelentísimo Señor Obispo de Salamanca, Inquisidor General»49.



No nos consta si la Suprema les subió el sueldo a los dos inquisidores, pero el tema resucita en marzo de 1786 para enfrentar a Díaz de Valdés y Laso.

El 23 de marzo de 1786 muere el licenciado don Manuel de Guell y Serna, antecesor en la plaza pensionada ocupada por Laso. El 24 el tribunal de Barcelona comunica la noticia a la Suprema y el mismo día el segundo inquisidor, Díaz de Valdés (que ocupaba la plaza pensionada por jubilación del inquisidor Baldrich), solicita a la Suprema la tercera parte del sueldo que gozaba el difunto, por considerarse el segundo en antigüedad, «con posesión muy anterior al señor inquisidor fiscal» (Laso).

Al día siguiente, 25 de marzo, Laso escribe una carta (no instancia) dirigida directamente al «Ilustrísimo Señor Don Agustín Rubín de Ceballos para notificarle el fallecimiento de Guel, sin aludir a la cuestión económica»50.

El 5 de abril, el secretario de Cámara del inquisidor general, contesta a los dos pretendientes. De una manera fría a Díaz de Valdés: «que por ésta [el inquisidor general] quedaba enterado del recurso que había hecho al Consejo sobre que se declarase la duda que se le ofrecía acerca de la tercera parte del sueldo de su plaza».

La respuesta dada a Nicolás Laso es más cálida. Le informa que su colega Díaz de Valdés había recurrido al Consejo «solicitando se declarase pertenecerle (como a más antiguo) la tercera parte de sueldo que vacó por muerte del licenciado don Manuel de Guell, inquisidor jubilado, cuya resolución había estimado Su Ilustrísima dejarla al arbitrio del Consejo. Que [Laso] podría exponer en éste lo que acreditase su preferencia. Que Su Ilustrísima le tenía presente y apetecía complacerle en cuanto tuviese arbitrio»51.

El 15 de abril contraataca Laso con una representación contundente en la que vemos las maneras de un magnífico abogado:

«Muy Poderoso Señor:

Don Nicolás Rodríguez Laso, inquisidor fiscal del tribunal de Barcelona, hace presente a V.A. con todo respeto:

Que por carta orden del Excelentísimo Señor Inquisidor General Don Felipe Bertrán, de 13 de abril de 1779 consta que para la plaza vacante por jubilación de don Manuel Guell fue nombrado don Manuel Díaz de Castro con la calidad de servirla por ahora con las dos terceras partes de salario pertenecientes a dicha plaza.

Por otra, de 20 de julio del mismo año, consta igualmente que para la plaza que resultó vacante por jubilación de don Francisco Baldrich fue nombrado don Pedro Díaz de Valdés, con la calidad de que la haya de servir, por ahora, con el restante sueldo correspondiente a la misma, deducida la tercera parte de él, que está consignada durante su vida al citado don Francisco, por la cual, fenecida, entrará en el goce y percepción del todo por entero el expresado don Pedro.

En la plaza de Guell ha venido a suceder el exponente, y por esto en sus títulos de fiscal e inquisidor, vistos, autorizados y rubricados por Vuestra Alteza, se le manda pagar el salario según y cómo se previno a este tribunal en dicha carta de 13 de abril, considerándosele sucesor necesario del referido jubilado Guell; así como a Valdés se le manda pagar en los suyos según la otra cara de 20 de julio, considerándole sucesor del jubilado Baldrich.

En estos ciertísimos supuestos nadie dudaba ni podía dudar que correspondía reintegrarse el exponente en la tercera parte que le pertenece por la muerte de su antecesor, verificada en 23 del próximo pasado, pero ha entendido, no sin grandísima admiración, que su colega don Pedro Díaz de Valdés ha recurrido a Vuestra Alteza, solicitándola para sí, a título de antigüedad.

Ésta, habrá comprendido V.A. que no le puede dar un derecho concedido a otro y del que se halla expresa y repetidamente excluido por el tenor de sus mismos títulos y la citada carta de 20 de julio de 1779, que parece puesta de propósito para quitar aún la más remota cavilación en este caso, pues entonces ya veía la Superioridad que Castro era más antiguo y que el jubilado Baldrich, que tenía doce o catorce años más que Guell podría morir primero que éste; y con todo eso no quiso mandar que por muerte de cualquiera de los dos jubilados entrase en el sueldo por entero el más antiguo de los actuales que sirviesen en su lugar, sino que clara y determinadamente señala y fija a Valdés precisamente su derecho por muerte de su antecesor Baldrich, y no en otra forma, según la práctica y costumbre generalmente observada en todos los Cuerpos.

En suma, Señor, para no molestar la atención de V.A. con muchas reflexiones que su ilustrada sabiduría tiene presentes, se concluye que si don Pedro Díaz de Valdés solicitara dicha tercera parte por justicia, es constante que los referidos documentos, que se podrán reconocer en los registros de la Secretaría de Cámara del Ilustrísimo Inquisidor General, se la niegan absolutamente; y si por gracia, ya conoce V.A. que es en conocido perjuicio de tercero.

En esta atención, espera el exponente se sirva V.A. mandar que en adelante le acuda el receptor con el sueldo entero que le corresponde.

Barcelona y abril, 15 de 1786.

Licenciado don Nicolás Rodríguez Laso»52.



El 17 de mayo informa el fiscal del Consejo, diciendo que los títulos de nombramiento de los dos inquisidores de la disputa no arrojan toda la luz que se necesita y que debe ser la única voluntad del inquisidor general la que fije la resolución según su mejor criterio. Se trata el asunto en los Consejos del 19 y 28 de junio de 1786, declarándose en este último, con asistencia del inquisidor general, «tocar y pertenecer al inquisidor don Nicolás Rodríguez Laso la tercera parte del sueldo, que por jubilación gozaba el inquisidor don Manuel Guell»53.

Nicolás tuvo el sueldo íntegro de inquisidor desde junio de 1786, por lo que junto a los más de 25.000 reales que le rentaban los dos beneficios eclesiásticos de Cuenca y a la mejor situación económica de los tribunales provinciales gracias a inteligentes inversiones, Nicolás no tuvo apuros económicos hasta la Guerra de la Independencia y se permitió el lujo de participar en la fundación de un mayorazgo en su pueblo natal de Montejo en 1786 y de hacer un viaje a Francia e Italia de 12 meses de duración (15 de mayo de 1788 a 15 de junio de 1789), como veremos. Pero su economía fue empeorando al ritmo de los nuevos tiempos. En 1799 Nicolás será uno de los encargados de la venta forzosa de la mayor parte de las fincas poseídas por la Inquisición valenciana. En 1808 Napoleón confisca todas las propiedades del Santo Oficio, dando el golpe final a su estabilidad financiera54. El proceso revolucionario de 1808 a 1814 afectó gravemente a los ingresos procedentes de los beneficios de Cuenca, de manera que en 1814 eran inexistentes. Las mayores dificultades económicas de Nicolás se dieron entre 1808 y el final de su vida, aunque no es probable que fueran importantes, pues como «inquisidor primero» manejaba todos los fondos inquisitoriales entre 1814 y 1820 y veremos que la Inquisición valenciana tuvo la habilidad de conservar algunos bienes inmuebles hasta 1820. Nicolás nunca pasó apuros económicos como demuestra el hecho de que en su testamento dejase 350 escudos para un solemne funeral.

Los nueve años que Laso vivió en Barcelona, quizá, fueron los más brillantes de su existencia. Fue la vida de un auténtico abate ilustrado. De estos años es el único retrato que conservamos, la cofundación del mayorazgo e incluso pudo regalar a la iglesia de Montejo, su lugar de nacimiento, un cáliz de oro con sus iniciales y el emblema inquisitorial de Cataluña55.

Nicolás abandona el tribunal catalán a mediados de 1792, pero su recuerdo permanece entre sus dos irreconciliables compañeros, los inquisidores Mena y Díaz de Valdés. La Suprema se vio obligada a formar un expediente sobre «personalidades distintas» entre ambos inquisidores. Díaz de Valdés escribe el 2 de septiembre de 1797, quejándose de su colega: «Siempre creí que un inquisidor, aunque Segundo, es inquisidor y que el Decano, por serlo, no debe creer que manda sólo, y sí que el Instituto le pone para proceder un compañero, a quien ha de tratar como tal y no como a un inferior». La réplica de Mena, fechada el 27 del mismo mes, alude a Nicolás Laso, después de narrar los «repetidos sinsabores que [Díaz de Valdés] me ha hecho padecer en el discurso de tantos años, llevándolos con el mayor sufrimiento, ahogándolos en su pecho [el de Mena] a costa de su salud», ruega a la Suprema que «tome los más exactos informes en esta ciudad [Barcelona] de su conducta [la del que subscribe, Mena], genio, carácter y de los de mi dicho colega [Díaz de Valdés], sobre que también podría informar el inquisidor fiscal de Valencia [Laso], como con-colega que fue por muchos años y pudo observarlo bien»56.

Cuando se estudie la psicología del inquisidor Pedro Díaz de Valdés, amigo de Jovellanos, tal vez se descubra que era menos equilibrada de lo normal y que reñía hasta con los jubilados. No es de extrañar que Nicolás pidiese el traslado a un tribunal más tranquilo.




ArribaAbajoLos Laso fundan un «vínculo perpetuo» en 1786

La pujanza vital, profesional y económica de Nicolás Laso en su estancia catalana coincide con la de la familia, de manera que se vio implicado en la fundación de un «vínculo perpetuo», con unas características muy similares a las de un auténtico mayorazgo.

Sin entrar en la abundante literatura e intentos de reforma de los mayorazgos que circulaba a fines del siglo XVIII, recordemos que los auténticos ilustrados pensaban que los mayorazgos y otras vinculaciones eran «perjudiciales al Estado, a la labranza y a la población»57, y en consecuencia, debían suprimirse totalmente o solamente podrían mantenerse «para la conservación de la nobleza», pero no los creían justificables fuera de ella.

A pesar de este ambiente contra los vínculos, el 3 de marzo de 1786, el arcediano don Nicolás Martín Laso se persona ante el notario salmantino Bernardo Peti y Montemayor para otorgar una escritura de fundación de vínculo perpetuo58.

De los tres clérigos cofundadores, el arcediano fue quien llevó el peso de la constitución y el inquisidor, alejado en Barcelona, parece que se limitó a dar el consentimiento a la vinculación:

«En el nombre de Dios Todopoderoso, amén: Conste por esta escritura de fundación de vínculo perpetuo que yo D. Nicolás Martín García Laso, canónigo y arcediano de Monleón, dignidad de la Santa Iglesia Catedral de esta ciudad de Salamanca, por mí mismo y a nombre del licenciado don Nicolás Rodríguez Martín del Consejo de S.M., inquisidor del Santo Tribunal de Barcelona, y el doctor don Simón Rodríguez Martín, dignidad de Maestrescuela de la Santa Iglesia de Ciudad Rodrigo, mis sobrinos, de quienes tengo poder en bastante forma para lo que se dirá, cuyos poderes que he aceptado...».



Puestos a buscar justificación a la fundación de este vínculo, sólo encontramos, además de la vanidad de familia, el deseo del viejo arcediano de Monleón de asegurar el derecho de propiedad del patrimonio familiar y blindarlo contra cualquier defecto de gestión59, puesto que él ya era viejo y sus sobrinos, también clérigos, no podían gestionarlo directamente por sus lejanos destinos.




ArribaAbajoUn fiscal inquisidor que viaja por Europa (1788-1789)

Entre el 15 de mayo de 1788 y el 15 de junio de 1789 Nicolás realiza un viaje a Francia e Italia. Viaje que se prolongó más de lo previsto. El pretexto fue el acompañar a su hermano Simón a tomar posesión del rectorado del Colegio de Españoles de Bolonia. Salen de Barcelona el 15 de mayo de 1788 y, entran en Perpiñán el 18, donde observan que el aduanero estaba «leyendo en Pope», pasando por Montpellier (días 20-23), Lyon (días 24 de mayo al 2 de junio) y Auxerre (día 6), llegan a París el 7 de junio, donde permanecerán hasta el 15 de julio, casi cuarenta días.

A las doce de la noche del 15 de julio, los hermanos Rodríguez Laso abandonan París y llegan a Lyon el 20 a las cinco y media de la tarde, habiendo pasado por Montreau (día 16). El 23 salen de Lyon camino de Turín, a donde llegan el 28 a las siete de la tarde, y allí permanecen hasta el 31. Visitan a las personalidades y las instituciones más importantes del reino saboyano.

Al día siguiente, 1.º de agosto, llegan a Milán, donde tuvieron como cicerone al conde de Castiglioni: «A la noche, fuimos a ver al conde Luis Castiglioni, que llegó de campaña a las diez, y nos ofreció acompañar, desde el día siguiente, a ver las cosas más notables de esta ciudad» (Milán, 2 de agosto de 1788). Permanecen en Milán hasta el 7 de agosto.

El 8 visitan Parma y el 9 llegan a Bolonia, ciudad en la que Nicolás estará en tres ocasiones: del 9 de agosto al 22 de septiembre; del 11 de octubre al 30 del mismo mes y desde el 27 de abril de 1789 hasta el 25 de mayo en que regresa a España.

Entre el 22 de septiembre y el 11 de octubre realiza una excursión hasta Venecia, acompañado del escritor, también ex-jesuita, Pedro de Montengón, visitando Ferrara (23-24), Venecia (25 de septiembre al 7 de octubre) y Padua (día 8). El embajador en Venecia y su señora reciben muy cordialmente a Laso.

Nicolás Laso, acompañado del colegial Fernando Queipo de Llano, sale de Bolonia el 30 de octubre de 1788 y, pasando por Imola y Faenza (día 30), Rímini y Pesaro (día 31), Ancona y Loreto (1 de noviembre), Tolentino (día 2) y Espoleto (día 3), entra en Roma el 4 de noviembre a las cuatro de la tarde, donde permanece hasta el 2 de marzo en que viaja hacia Nápoles, a donde llega el 5, habiendo pasado por Terracina (día 3). La estancia en Roma se prolongó más de lo previsto por la enfermedad de Queipo, lo que obligó a que Laso solicitase una «prórroga de licencia de ausencia» al inquisidor general:

«Exmo. Sr.:

Muy Señor mío y venerado Jefe: Doy a Vuestra Excelencia la enhorabuena por la gracia de la Gran Cruz, deseándole otras merecidas satisfacciones.

Con motivo de haber caído gravemente enfermo don Fernando Queipo de Llano, colegial de Bolonia, mi compañero de viaje, no he podido pasar a Nápoles. Y cumpliendo mi prórroga el 15 del que viene, ruego a Vuestra Excelencia se digne ampliarme el tiempo que fuere de su agrado.

Nuestro Señor guarde a V. Excelencia muchos años.

Roma y febrero, 11 de 1789.

Exmo. Señor.

Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento y reconocido capellán.

Nicolás Rodríguez Laso.

Exmo. Señor Obispo de Jaén, Inquisidor General»60.



Al margen aparece la resolución del obispo de Jaén: «Madrid, 3 de marzo de 1789. Su Excelencia concede al contenido la prórroga que pide por el tiempo de tres meses». Es decir, Laso puede estar fuera de Barcelona hasta el 15 de junio.

Nicolás regresa de Nápoles el 26 de marzo y abandona definitivamente la Ciudad Eterna el 14 de abril. El 17 están en Siena, el 19 en Pisa, el 20 en Liorna, el 21 en Lucca, el 22 en Pistoya. Entre el 23 y el 27 de abril visitan Florencia, entrando a media tarde del último día en Bolonia. Abandona Bolonia el 25 de mayo, y pasando por Parma (días 25-26), Colorno (día 27), Plasencia (día 28), Génova (30 de mayo, donde tuvieron por cicerone al abate don Xavier Lampillas), embarcan para Antibes el 1 de junio, pero un temporal los hace desembarcar en Niza, desde donde continúan por tierra hasta Barcelona. Pasan por Tolón (4 y 5 de junio), Marsella (días 6-7), Tarascón (día 8), Narbona (día 10), Perpignan (días 10-11), Figueras (día 12), Gerona (día 13), Pineda (día 14) y Mataró, donde «me esperaba el señor don Gabino de Valladares y Mesía, obispo de Barcelona, mi especial favorecedor, acompañado del señor don Francisco Zamora, oidor de esta Real Audiencia» y otros amigos. El 15 de junio, «a media tarde, llegué, en compañía de su Ilustrísima, a mi casita en la calle de San Pere Més Alt a descansar, después de trece meses justos que duró mi viaje». Nicolás agotó todo el tiempo concedido por el inquisidor general para su viaje.

Fue un viaje particular, pero al mismo tiempo patriótico y reformista, guiado por el afán de Laso de comparar lo que ve fuera de España con referentes españoles. Al fin y al cabo, el viaje es comparación y el viaje al extranjero es comparación para la reforma de lo propio. Laso siente dolor cuando lo español no es respetado. Por eso comenta al visitar el 7 de marzo de 1789 el convento de Trinitarios Calzados Españoles de Nápoles: «Estando en la celda del padre Ministro vinieron a comunicarle la denuncia hecha contra el mismo convento, solicitando se haga parroquia. Con este motivo hablamos mucho acerca del sistema actual de destruir en esta Corte todos los establecimientos españoles, cuyo nombre va perdiendo su antigua estimación».




ArribaAbajoPeríodo verano 1789-verano 1792

Una constante de la biografía de Nicolás Laso fue la suerte o la perspicacia de pasar desapercibido en los momentos conflictivos.

Estaba fuera de España en 1788-1789 cuando la malísima cosecha motivó el aumento del precio del pan y otros productos de primera necesidad y se vio libre del motín de los «rebomboris», desencadenado en Barcelona durante los meses de febrero-mayo de 178961.

Cuando estalla la guerra contra la Convención Francesa, el 7 de marzo de 1793, Nicolás llevaba más de medio año en Madrid, lejos del escenario bélico.

En el mes de julio de 1789 volvemos a registrar la firma de Nicolás Laso en los documentos emitidos por el tribunal de Barcelona62.

Durante el resto del año 1789 encontramos ecos abundantes del viaje a Francia e Italia. Nicolás recibe cartas y objetos que había comprado y que, como es lógico, no podía traer en la diligencia. En el plano artístico, el pintor Buenaventura Salesa será su corresponsal italiano, a juzgar por la carta que éste le escribió desde Roma el 5 de agosto63.

En las juntas del 6, 13 y 20 de noviembre de 1789 se vuelve a leer en la Academia de Buenas Letras de Sevilla el Discurso sobre la utilidad y necesidad de la lengua griega, que había enviado en 176564.

Los tres años siguientes al regreso del viaje (verano de 1789-verano de 1792) fueron de intensa actividad censora para Laso, pues el tribunal de Barcelona, por su cercanía a la frontera, debía controlar la ola de fugitivos, neutralizar el proselitismo revolucionario de los agentes y la propaganda francesa y hacer cumplir una serie de órdenes antirrevolucionarias, emitidas por el atemorizado gobierno de Floridablanca.

El 25 de agosto de 1790, Nicolás y los otros dos inquisidores de Barcelona acusan el recibo de los ejemplares del nuevo Yndice Expurgatorio65. Ese verano lo emplean en dar cumplimiento a la orden del inquisidor general de 30 de junio «para celar si algunos extranjeros, domiciliados en este Principado a título de comercio o en calidad de transeúntes, vertían y esparcían proposiciones inductivas a insurrección y libertad». Despachadas circulares a los puertos y pueblos donde había franceses y recibidas numerosas delaciones, el tribunal de Barcelona acuerda el 3 de octubre acusar a dos franceses, domiciliados en San Feliu de Guixols, el comerciante Jacques Jordá y el negociante Sebastián Vidal66.

El palacio inquisitorial catalán también había quedado envejecido en su decoración, por lo que Nicolás y sus dos compañeros ocupan el verano de 1791 en renovarla. La carta del 8 de junio enviada al Consejo de la Suprema es muy expresiva: «Hace muchos años que está indecentísima la colgadura de damasco de la sala de este tribunal y el dosel, y habiendo tirado hasta ahora a fuerza de remiendos, han llegado al extremo de no poder servir. En esta atención esperamos que V.A. se sirva darnos permiso para renovarlo, en que procuraremos sea con toda economía posible»67. La Suprema termina autorizando, el 27 de agosto, un gasto de 1.333 libras equivalentes a 14.341 reales.

Nicolás pide permiso para ausentarse de Barcelona el 21 de julio de 1792:

«Excmo. Señor:

Don Nicolás Rodríguez Laso, inquisidor fiscal del Santo Oficio de Cataluña, con el mayor respeto hace presente a Vuestra Excelencia hallarse con varios asuntos importantes de su familia, que le precisan pasar a esa Corte y a su país, por lo que suplica a Vuestra Excelencia se sirva concederle su licencia para el término que fuere de su superior agrado, no hallando inconveniente en ello.

Gracia que espera alcanzar, etc.

Barcelona y julio 21 de 1792.

Excelentísimo Señor.

Nicolás Rodríguez Laso»68.



Al margen aparece la resolución del inquisidor general del 1 de agosto, por la que se le concede un permiso de tres meses.

Nicolás debió abandonar definitivamente Barcelona a finales del verano de 1792, pues el 8 de agosto de 1792 encontramos su firma69. Sin embargo, la firma de Laso ya no aparece el 26 de septiembre70.

Nicolás abandona el tribunal catalán, pero hemos visto que, años después, su recuerdo era invocado entre sus dos irreconciliables compañeros como elemento pacificador.




ArribaAbajoUn inquisidor fiscal de Barcelona con permiso en Madrid (verano de 1792-verano de 1794)

Oficialmente Nicolás siguió siendo fiscal inquisidor del tribunal de Cataluña hasta junio de 1794, pero Laso permaneció, alrededor de dos años (verano de 1792-verano de 1794), con permiso en Madrid, dedicado a sus tareas como académico de la Historia (el 11 de junio de 1794 pronuncia el Elogio histórico del Excelentísimo señor Duque de Almodóvar71) y frecuentando el contacto con sus amigos filojansenistas. También debió tratar mucho al nuevo inquisidor general, el monje benedictino e infatigable historiador fray Manuel Abad Lasierra, trabajándose el traslado al tribunal de Valencia, más pacífico y cercano a sus beneficios de Cuenca y a su viejo amigo Antonio Palafox.

Nicolás Laso pasó todo el generalato de Abad Lasierra junto a él en Madrid, aunque no sabemos con qué tareas concretas. Laso era un alto funcionario inquisitorial, ideológicamente muy afín al inquisidor general Abad Lasierrra con los mismos planteamientos filojansenistas. Lógicamente no podía estar inactivo con un largo permiso de dos años a cambio de nada.

Da la impresión de que Nicolás Laso fue lo que hoy llamaríamos un «asesor» y que destituido su jefe inmediatamente cesa. Las fechas son un indicio. El 3 de junio de 1794, Godoy le pide al arzobispo de Selimbria que presente su dimisión, cosa que ejecuta el día 17. Nicolás fue nombrado inquisidor fiscal del tribunal de Valencia por Abad Lasierra el 29 de marzo de 1794, aunque no toma posesión en Madrid hasta el 20 de junio del mismo año, tres días después de haber cesado el inquisidor general. El 13 de septiembre se presenta en el tribunal de Valencia y empieza a ejercer72.

Laso se libró de los difíciles momentos que vivió la región catalana con motivo de la guerra contra la Convención (marzo de 1793-julio de 1795), pudo participar en la lucha ideológica en torno al Santo Oficio y moverse por la Corte con total libertad, pues durante el mandato del inquisidor general Abad Lasierra «las censuras de los libros referentes al Sínodo [de Pistoya] se interrumpen casi del todo»73.

Sin duda, la principal actividad de Laso fue cultivar las amistades, en especial el salón de la condesa de Montijo, viuda desde 1790, pero en el cénit de su triunfo en la sociedad madrileña74, y «conspirar» para lograr el cambio de destino hacia Valencia.






ArribaAbajoNicolás, Inquisidor Fiscal de la Inquisición de Valencia (1794-1820)

El nombramiento de Laso para el tribunal de Valencia coincide con el nombramiento del cardenal Lorenzana como inquisidor general. El 27 de septiembre de 1794 el primer inquisidor de Valencia, Bertrán, avisa a Lorenzana de la llegada del señor inquisidor fiscal, licenciado don Nicolás Rodríguez Laso: «Eminentísimo Señor: Habiendo llegado a esta ciudad del licenciado don Nicolás Rodríguez Laso, presentó en la mañana del día 13 de los corrientes el título de inquisidor fiscal de este Santo Oficio concedido por el Ilustrísimo Señor Inquisidor General Arzobispo de Selymbria»75.

Observemos que Laso fue nombrado fiscal inquisidor de Valencia por Abad Lasierra, un Inquisidor General mucho más liberal que su sucesor el cardenal Francisco de Lorenzana, arzobispo de Toledo. Es evidente que Laso continuaba estrechamente ligado al grupo más jansenista y liberal de nuestros ilustrados.

Los años 1794 al 1799 los pasa Laso tranquilamente en Valencia viendo como Godoy se rodeaba de ministros ilustrados más o menos filojansenistas, quienes terminarán siendo totalmente desalojados del poder a finales de 1800. La fecha simbólica es el 12 de enero de 1801 cuando los tradicionalistas lograron publicar la bula papal Auctorem fidei contra los jansenistas religiosos, retenida y prohibida su entrada en España desde 1794.

La actividad más importante de Laso en 1799 fue el cumplir con la venta de las fincas de la Inquisición de Valencia. El 5 de noviembre de 1799 Laso informa al Inquisidor General: «Concluidas todas las diligencias para el justiprecio de las fincas de esta Inquisición y presentadas y aprobadas en Junta de Hacienda, se ha acordado en ella que se dé cuenta a Vuestra Alteza y que se le remita, como lo hacemos, la adjunta relación»76.

El jansenista Nicolás tiene que adaptarse a los nuevos tiempos que, después del fracaso de la generación de los ilustrados, venían marcados por la reacción del partido clerical. No tiene inconveniente en firmar un edicto contra el sínodo de Pistoya, cuyas actas el mismo Nicolás había traducido en 178777.

Como buen funcionario, Laso desarrolla el rutinario trabajo que sus superiores le ordenan, pero la función de fiscal era bastante agotadora, por eso el 3 de octubre de 1803 solicita al Inquisidor General que nombre otro fiscal, alegando los 22 años que ya había desempeñado ese cargo78. Tendrá que esperar más de dos años para que le manden un sustituto. El 23 de noviembre de 1805 se comunica la llegada del nuevo inquisidor fiscal, el bachiller don Francisco de la Encina79.

Durante los años 1809 y 1810 no hay correspondencia con Madrid, ocupado por José I, cuyo hermano el emperador Napoleón había suprimido la Inquisición en diciembre de 1808.

De 1811 sólo hay correspondencia desde el 2 de febrero hasta el 18 de junio, suficiente para atestiguarnos que Nicolás continuaba en Valencia, como máximo sostenedor de la institución inquisitorial80.

En los años 1812 y 1813 no se registra correspondencia entre los tribunales de Valencia y Madrid. Cuando se reanuda el 9 de agosto de 1814, el licenciado don Nicolás Rodríguez Laso aparece como «inquisidor más antiguo»81.

Sin duda fue el encargado de restablecer el mecanismo del aparato inquisitorial valenciano. Durante los años 1815 a 1819 Nicolás Rodríguez Laso es oficialmente el máximo responsable de la Inquisición de Valencia, participando de lleno en las tareas represivas encomendadas. Como inquisidor decano era el responsable de dar los informes sobre las persona sospechosas, aunque los liberales valencianos sabían que los inquisidores Encina y Toranzo eran los personajes verdaderamente ultrarreaccionarios del tribunal. También era el responsable económico. Por ejemplo, el 24 de febrero de 1816 se lee en una carta enviada al Inquisidor de Madrid: «Ayer se presentó una letra de 10.000 reales librada contra nuestro colega don Nicolás Rodríguez Laso a la vista de la orden de Vuestra Alteza, y en el mismo día quedó satisfecho su importe, sacándose del arca de tres llaves. Lo que participamos a V.A. Valencia, 24 de febrero de 1816»82.

El último documento que hemos registrado firmado por Laso en Valencia está fechado el 4 de diciembre de 1819, cuando ya tenía más de setenta y dos años.

Falleció el 5 de diciembre de 1820. Laso vivió discretamente durante el último año de su vida la revolución liberal de 1820, a lo largo del cual se suprimió la Inquisición y se liquidaron los bienes que le quedaban. Cuando el 17 de marzo de ese año es encarcelada la plana mayor de la Inquisición valenciana (inquisidores Encina, Toranzo, Montemayor y Royo) Laso no aparece en la lista de presos83. Por su carácter o por sus ideas o por su avanzada edad, don Nicolás no inquietaba a los liberales exaltados.






ArribaAbajoNoticia de los escritos del inquisidor Laso

Nicolás, que estuvo a punto de ser catedrático de Retórica en la Universidad de Salamanca, escribió poco. Sólo escribió discursos, los cuales fueron impresos posteriormente. Parece que sólo en su juventud Nicolás tuvo vocación de escribir con intención de publicar.

De toda su obra, la más importante es el Diario de Don Nicolás Rodríguez Laso en el viage de Francia e Italia, manuscrito fechado en Barcelona, 1789 y con su firma, 21 x 15 cm., 249 folios. Manuscrito de la colección «Hesperia», n.º 84, custodiado en el Monasterio de Cogullada (Zaragoza), que próximamente daremos a la prensa, convenientemente anotado y analizado. Se trata de un delicioso relato del viaje por Francia e Italia, realizado desde el 15 de mayo de 1788 hasta el 15 de junio de 1789, en el que refleja la vida cultural, política, religiosa, artística y social de los lugares visitados. Se inspiró en el ejemplo de sus amigos e ilustres viajeros, Antonio Ponz, duque de Almodóvar y Francisco Zamora.

Reseñemos por orden cronológico sus escritos.

Entre las obras manuscritas, además del diario del viaje señalado, tenemos:

Año 1779. Oración gratulatoria del señor don Nicolás Rodríguez Laso, presbítero, secretario de la cámara episcopal de Cuenca, visitador general y examinador sinodal de aquella diócesis y académico de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla. Leída en la Junta de 12 de marzo de 177984. Como su título indica viene a ser el discurso de ingreso de Nicolás como individuo correspondiente de la Real Academia de la Historia, que se lee en la Junta del día señalado.

Las obras impresas son:

Año 1765. Discurso sobre la utilidad y necesidad de la Lengua griega, por Don ---. Colegial Trilingüe de la Universidad de Salamanca y Profesor de Griego y Leyes en ella. Ofrécelo a la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla. Salamanca, Nicolás Villagordo, 1765, 18 pp., 19 cm. Fue escrito a los dieciocho años con la finalidad de hacer méritos para ser admitido en la Academia de Sevilla, cosa que consiguió. Fue leído en la junta de dicha Academia el 22 de noviembre de 1765. Quizá sea la única obra de Laso escrita pensando en su publicación inmediata. En las juntas del 6, 13 y 20 de noviembre de 1789 se vuelve a leer en la Academia de Buenas Letras de Sevilla este mismo discurso.

Año 1766. Poema pathético, que a la muerte del Rmo. P. M. Fr. Manuel Bernardo de Rivera, Trinitario Calzado, Doctor theólogo de la Universidad de Salamanca y su Cathedrático de Escoto, compuso Don ---, Colegial Trilingüe, opositor a las Cáthedras de Rethórica de la Universidad de Salamanca y Académico de Honor de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla... Salamanca, Nicolás Villagordo y Alcaráz [1766], 28 pp., 20 cm. Dedicatoria. Censura del agustino Fr. Antonio José de Alba. Octavas en elogio del autor. Décima. Texto, en octavas. Nicolás Laso siempre tuvo muy buenas relaciones con la orden de los Trinitarios Calzados, de manera que durante su viaje a Italia se aloja en sus colegios.

Año 1794. Elogio histórico del Excelentísimo señor Duque de Almodóvar, Director de la Real Academia de la Historia: leído en junta de 11 de julio de 1794 por Don ---, académico correspondiente e Inquisidor de Valencia. Madrid, Sancha, MDCCCV [1795], XXI, pp., 20 cm. El único discurso que Nicolás pronunció como individuo supernumerario de la Academia de la Historia, ya que por sus destinos en Barcelona y Valencia, pudo ejercer muy poco como académico.

Año 1798. Oración que en la distribución de premios generales que celebró la Real Academia de San Carlos de Valencia el día 6 de diciembre de 1798 dixo Don ---. s.l., s.i., s.a., [1798], 37 pp., 29 cm. Nicolás Laso, gran aficionado a las artes, había sido nombrado académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en junio de ese año.

Año 1798. Oración en elogio de las Nobles Artes y de los artistas valencianos. (En Continuación de las actas de la Real Academia de las Nobles Artes, establecida en Valencia con el título de San Carlos... Valencia, Benito Monfort, 1799, pp. 28-65. Es el mismo discurso anterior.




ArribaAbajoRasgos generales de la personalidad del inquisidor Laso

El secretario de la Inquisición madrileña, Fuster, nos da, en agosto de 1779, un primer retrato de Nicolás: «Tiene bastante talento, una conducta arreglada, vida recogida, de modo que al anochecer se retira a su casa, que mantiene con decencia en compañía de una tía suya. Está reputado por eclesiástico honesto y arreglado». Recordemos el retrato de Fuster:

«En ejecución del decreto de V. S. de 17 del corriente mes y año, he tomado las correspondientes noticias sobre la vida, costumbres y demás circunstancias de don Nicolás Rodríguez Laso, que tiene gracia de comisario de este Santo Oficio, y en su virtud debo informar a V. S. que el expresado don Nicolás Rodríguez Laso es natural de Montejo, del obispado de Salamanca, que estuvo cinco años en el colegio de Trilingüe de la Universidad de dicha ciudad con beca de lengua griega, en la que se instruyó bastante, por cuyo respeto sustituyó repetidísimas veces la cátedra de dicha lengua. Hizo oposición a la de Retórica. Obtuvo el grado de bachiller en la Facultad de Cánones. A poco tiempo de haber cumplido los cinco años de Colegio, el Ilustrísimo señor don Sebastián Flores Pavón, obispo de Cuenca, le eligió por su secretario de Cámara, cuyo empleo ejerció por espacio de cinco años y medio. El citado Prelado le dio dos beneficios simples de valor anual de cuatro mil ducados. Habiendo muerto el expresado señor, pasó a esta Corte con ánimo de permanecer en ella y deseoso de tener una ocupación propia de su estado sacerdotal, ha solicitado con las mayores ansias el ser ministro de este Santo oficio. Tiene bastante talento, una conducta arreglada, vida recogida, de modo que al anochecer se retira a su casa, que mantiene con decencia en compañía de una tía suya. Está reputado por eclesiástico honesto y arreglado. Tiene treinta y cuatro años de edad. Sus padres son labradores en dicho lugar de Montejo. Tiene un tío Canónigo y Dignidad de Arcediano de Monleón de la Catedral de Salamanca.

Igualmente pongo en noticia de V. S. que nada resulta contra el dicho don Nicolás Rodríguez Laso de la recorrección de registros de este Secreto.

Nuestro Señor guarde a V. S. los muchos años que la Cristiandad necesita.

Madrid y agosto, 18 de 1779.

M. Y. Sor.

Joaquín Fuster, Secretario»85.



Los ex-jesuitas de Bolonia dan a entender, en sus cartas, que Nicolás tenía un carácter algo altanero, sino orgulloso, y que no era la misma persona antes de ir a Roma que al volver, después de haberse entrevistado con José Nicolás de Azara, Antonio Despuig, el obispo Scipione Ricci y con las altas jerarquías políticas y religiosas del Vaticano. Ciertamente, Laso, experto en relaciones laborales con los gremios, a quien la Academia de San Carlos le encargaba la mediación en algunos conflictos, tuvo un carácter selectivo de las personas con que trataba, huía de los asuntos inútiles y rutinarios y no confiaba excesivamente en el comportamiento del vulgo: «el pueblo nunca piensa sino al tenor del impulso de sus sensaciones cualesquiera que sean y el vulgo va siempre con sus preocupaciones. Es preciso abandonar aquellas y desprenderse de éstas si se ha de juzgar con acierto acerca de la verdadera belleza. Pocos estarán en estado de juzgar, pero en verdad le bastan pocos, ya que ella pierde siempre entre la muchedumbre, y, aunque siempre augusta y majestuosa, frecuentemente queda ofuscada con fantasmas populares y totalmente desfigurada con brillantes quimeras» (Discurso de 1798)86.

Laso se sentía cómodo en su profesión de inquisidor, tanto en su época jansenista como en los duros tiempos de la represión antiliberal, como demuestra el hecho de no pedir su jubilación y morir con más de 73 años como primer inquisidor de Valencia. Da la impresión de que fue en Barcelona en la década de 1783-1793 donde Nicolás Laso adquirió la plenitud vital y profesional, coincidente con la etapa de los 35 a los 45 años de su edad.

En el diario del viaje del día 23 de septiembre de 1788 hay un divertimento en el que Montengón define a Laso de «inquisidor». Con letra del novelista se lee: «Quiso el señor inquisidor que pusiese de mi pluma haber estado conmigo en la casilla que habito y en el cuartito donde compuse las Odas, el Eusebio, dedicado a su digno hermano, el Atenor, el Mirtilo y la Eudoxia, con las tragedias el Guzmán el Bueno y la Hinsilce o Sacrificio de Aspar, hijo de Aníbal».

Durante su viaje por Europa no parece querer ocultar su oficio de inquisidor, al menos en Italia. Uno de los objetivos del viaje es compilar información sobre el funcionamiento de la Inquisición en las distintas ciudades europeas, por eso, una de sus actividades es visitar a los inquisidores. Por ejemplo, el día 18 de agosto de 1788, en Bolonia, «Esta mañana la dediqué a ver el padre inquisidor, que se llama Fray Tomás Vicente Pani. Me enseñó la habitación destinada para el oficio, las cárceles secretas, la sala del Tribunal. Me dijo que la dotación consistía en cien escudos que da el señor arzobispo. Me informó del modo de proceder según la actual práctica de Italia y me dio un edicto».

El 24 de septiembre de 1788 se entrevista con el inquisidor de Ferrara: «Entramos en Santo Domingo, donde vimos la habitación del inquisidor, las cárceles en un corredor y patio circular y demás digno de observación. Me dio edictos y formularios. Al subir la escalera de dicha habitación había esta inscripción: "Signori, qua vi est. entra sinza arme"».

El 30 de septiembre de 1788, visita la Inquisición de Venecia: «De allí, fuimos a visitar al padre inquisidor en su convento, llamado de Castello, el cual me recibió con particular atención y satisfizo con la misma a todas las preguntas que le hice sobre la constitución y método que se observaba en el Santo Oficio de aquella República87. Me dijo, entre otras cosas, que el nombre del delator y testigos no se daba al reo ni al defensor, a imitación del modo de proceder del Gobierno en las denuncias secretas. Que al tribunal asistían el Nuncio de Su Santidad, el Patriarca, el referido inquisidor y tres senadores, los cuales, si eran de contrario parecer a la sentencia de los tres primeros, se levantaban de su asiento y se marchaban, impidiendo con este solo hecho su publicación, aunque ellos no tengan voto. Que a más de esto asistían, como consultores de las causas, el vicario del Santo Oficio y el Auditor del Nuncio. Me dio varios edictos para formar idea de las fórmulas. El referido inquisidor se llama fray Juan Tomás Mascheroni».

El 22 de diciembre de 1788 Nicolás dedica la mañana a reconocer el archivo del Palacio de España: «Entre varios legajos hay dos que tratan de asuntos de la Inquisición y, especialmente, de la de Cataluña sobre la famosa disputa con la Diputación, acerca de los derechos del General, de que hay también muchos papeles en el Secreto de Barcelona».

El 22 de enero de 1789, recibe la visita del inquisidor de Roma: «Al llegar a casa, encontré al padre comisario del Santo Oficio, que venía a visitarme. Es un milanés honradísimo. Hablamos bastante del método de la Inquisición de Roma e Italia».

El 4 de febrero de 1789, cenando en casa de Azara, sonsaca la opinión sobre la Inquisición de los círculos cercanos al Papa: «Por la noche estuve en casa del ministro, donde se movió, entre algunos señores, la conversación sobre la Inquisición española, y conocí el modo de pensar generalmente en esta materia».

El 14 de mayo de 1789 vuelve a visitar al inquisidor de Bolonia: «Por la mañana fui a Santo Domingo a ver al padre inquisidor, que me dio a entender pasaría a Comisario del Santo Oficio a Roma».

Laso siente gran alegría cuando encuentra algún libro interesante sobre su oficio de inquisidor: «Esta mañana hallé un libro que buscaba con ansia, y es: Comentarium in Bullam Pauli III. Licet ab Initio, Datam anno 1542, qua Romanam inquisitionem constituit. et ejus regimem nom regularibus sed clero seculari commisit. MCCL. El autor es el padre Faure, ex-jesuita que murió en Viterbo» (Bolonia, 23 de octubre de 1788).

Viendo la trayectoria vital del inquisidor Laso y sus preocupaciones principales a lo largo del viaje, podemos resumir que era un humanista convencido y un clérigo de costumbres irreprochables, a quien no se le ha podido documentar ningún episodio turbio. Su personalidad, que no presenta rasgos de excesiva brillantez por su tendencia a pasar desapercibida, podemos definirla por los siguientes rasgos: espíritu abierto a la cultura moderna, que en lo religioso se traduce en un filojansenismo que se irá desvaneciendo con la edad y con la turbulencia de los tiempos; intelectual trabajador, principalmente en los campos de la historia, de las Bellas Artes y del helenismo y pasión por la bibliofilia, relacionada con su función inquisitorial de censor de libros. Más específica del viaje a Europa es la curiosidad por conocer ambientes socio-religiosos distintos como la burocracia vaticana o el mundo de los jesuitas, francmasones, protestantes y judíos, grupos sociales expulsados de España, vigilados por la Inquisición y poco conocidos por Nicolás, quien sólo tenía 19 años cuando fue exiliada la Compañía de Jesús, enemiga ideológica de los filojansenistas.

Nicolás Laso fue jansenista cuando pudo serlo, pero nos da la impresión de que su espíritu nunca dejó de ser «agustiniano» y partidario de la religiosidad interior, a pesar de ser una pieza del mecanismo inquisitorial.

En el párrafo final del Elogio de las Bellas Artes (1798) Nicolás manifiesta su admiración por los que podríamos considerar los modelos de su comportamiento vital, tanto en el proyecto de vida como en el ideario estético. Éstos eran Mayans, Pérez Bayer y Arias Montano88: «¡Manes venerables de los dos hijos más esclarecidos que ilustraron en estos últimos días la Patria! Manes de Mayans y de Bayer, salid del silencioso albergue de vuestros sepulcros, y alegrad con los resplandores de vuestro numen este respetable congreso, como lo hacíais en otro tiempo con vuestra agradable presencia, y conduciendo, en compañía vuestra, aquel célebre Montano, que con los acentos más suaves endulzaba las fatigas de los artistas a quienes amaba tiernamente, formad armonioso coro con las Musas del Turia, que ya templan sus liras para cantar hoy ufanas el triunfo de las Bellas Artes»89.

No cabe duda que Nicolás era un hombre cordial y agradecido. Después de visitar al infante de Parma, en Colorno, el 27 de mayo de 1789, escribe: «El señor Infante me dejó prendado por su bondad, y jamás olvidaré este honor para pedir a Dios por sus felicidades».

La amistad para Nicolás Laso es un sentimiento noble y, en consecuencia, se debe ser exigente en la selección de los amigos y fiel en su conservación. Sus amigos (Pérez Bayer, Ponz, los condes de Montijo, el obispo Antonio Palafox, Félix Amat, Francisco Zamora, el obispo Gabino de Valladares y Mesía, los hermanos Azara, el impresor Monfort, etc.) son gentes activas, inteligentes y contrarias a los prejuicios, la estupidez, la rutina y la desidia.

No se ha llamado la atención suficientemente sobre el papel del obispo de Barcelona, don Gabino de Valladares y Mesía90, calificado por Nicolás Rodríguez Laso como «mi especial favorecedor», el día 15 de junio de 1789 cuando en compañía del oidor Francisco Zamora se adelantó hasta Mataró para recibir a nuestro inquisidor que venía de Italia. Este Carmelita de la antigua observancia, fue elegido obispo de Barcelona desde 1775 hasta 1794. Este obispo coincidía con Laso en profesión, puesto que había sido inquisidor ordinario de Madrid hasta 1775, y en ideología religiosa filojansenista, no sólo como carmelita sino por sus contactos previos con la familia Montijo. En efecto, el 11 de febrero de 1774 firma la licencia para imprimir la traducción de la obra de Nicolás Letourneoux (la primera edición francesa es de 1727), Instrucciones cristianas sobre el sacramento del matrimonio y sobre las ceremonias con que la Iglesia le administra, impresa en Barcelona por Pla, precedida de una carta del obispo Josef Climent, que sirve de prólogo. El censor Valladares precisa que no advierte nada contra la ortodoxia de la fe y las buenas costumbres en una obra que los jesuitas habían incluido entre las jansenistas91.

El obispo Valladares debía ser curioso intelectualmente y le da una roca de su pueblo (Aracena) a Laso para que lo examinen los naturalistas romanos. La mañana del 3 de febrero de 1789, en Roma, Nicolás cumple con el encargo: «estuve a ver trabajar un artífice en cristal de roca, con motivo de hacer reconocer un pedacito que yo llevaba de la Sierra de Aracena».




ArribaAbajoNicolás Rodríguez Laso, helenista

Hemos visto cómo Nicolás ingresó en el Colegio Trilingüe de Salamanca, en 1763, entre cuya docena de colegiales estaba don Manuel Sánchez Gavilán, «catedrático de Griego regente»92. Aunque sólo nos consta que estudió griego entre el curso 1765-176693 y el curso 1768-1769, estamos seguros que su estudio de la lengua griega era continuado y mucho anterior, desde el mismo momento de ingresar en el Trilingüe, de lo contrario no se hubiese atrevido a publicar en 1765, a los dieciocho años de edad, el citado Discurso sobre la utilidad y necesidad de la Lengua griega, ofrecido a la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, la cual deseaba impulsar el estudio de los idiomas griego y hebreo, siguiendo la iniciativa de la época94, lo que le valió ser nombrado Académico de Honor de la misma, el 20 de junio de 176695. En la portada se autodefine Laso como profesor de Griego y Derecho Civil en la Universidad de Salamanca. Se observa que ya en 1765 la dedicatoria está firmada por «Nicolás Laso», suprimiendo el apellido «Rodríguez», lo cual nos ayuda a comprender por qué muchos documentos inquisitoriales posteriores llevarán sólo la rúbrica de «Laso».

Este discurso es el fruto juvenil («primicia de mis talentos») de una seria formación y del deseo de ingresar en la prestigiosa Academia sevillana, fundada en 1752. Es menos retórico que otros discursos posteriores de Laso, por lo que parece más atractivo.

El discurso consta de dos partes, la dedicatoria a la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla (pp. 3-6) y el Discurso sobre la utilidad y necesidad de la lengua griega (pp. 7-18).

En la dedicatoria se declara un hombre muy estudioso desde «mis años pueriles» y con una formación suficiente como para pretender estar entre los académicos: «Aprendí que para cualquier género de estudio o lectura, es necesaria alguna inteligencia de la lengua griega, latina y francesa. Conseguirla en poco tiempo y, habiendo gastado alguno en el gustoso y apacible estudio de las buenas letras, me hallo el día de hoy, ya que no abastecido de toda erudición necesaria, por lo menos con vivas ansias de conservar la poca que aprendí [...]. El corto caudal de mis estudios deseó incorporarse con Vuestras Señorías, como fuente de vasta y copiosa literatura para poder lograr en sus manantiales los preciosos tesoros de su comunicación erudita»96.

No obstante, Laso procura no aparecer soberbio ante los académicos sevillanos («Es tan elevado el honor a que aspiró mi temeridad que temo me suceda igual desgracia que a Ícaro») ni como adulador («siempre hice vanidad de pretender los favores sin sobornar con lisonjas»). Confía en la fama que la Academia tiene en la promoción de jóvenes con talento, lo cual «me determinó a poner a los pies de Vuestras Señorías mi Discurso, con tal de que no desdeñe esta primicia de mis talentos».

El Discurso, propiamente dicho, es un encendido elogio de Grecia y de su lengua.

El primer párrafo es muy significativo: «Floreció la Grecia en ciencia y artes, dando enseñanza a todas las naciones del mundo y haciéndose representar domicilio y centro de bellas letras. Ella formó la gramática, retórica, filosofía, historia y poesía. La gramática le servía para el conocimiento de las letras. La retórica y filosofía para el gobierno de sus repúblicas. Llegó a estar llena de filósofos, oradores y poetas. Las cortes de Egipto, Siria, Macedonia y otras no necesitaban de cosa alguna tocante a estos estudios»97.

Después de hacer una breve historia de la admiración que por la cultura griega sintieron los romanos, árabes, franceses, italianos y los españoles del siglo XVI («Nebrija, Francisco Sánchez de Brozas, Arias Montano, el Pinciano, Juan Vaz y Fernando Suárez»), concluye: «En España son hoy día tan pocos los [frutos] que se logran, que apenas hay tres españoles que sepan griego con toda perfección [...] pero el ver tan despegados de el estudio de esta lengua a los escolares de nuestra nación, me hace creer firmemente que ignoran su utilidad y necesidad. Ésta se ve con evidencia, no porque sola esta lengua por sí sea tesoro y fuente de erudición, sino porque la inteligencia de ésta y otras sirve como de introducción a todas las ciencias, pues por ella llegamos, sin trabajo, a conocer cosas que a otros costaron largas tareas»98.

Laso aplica la necesidad de estudiar griego a diversos campos del saber: para el latinista, el teólogo, el jurista («¡Qué cosa más vergonzosa hay que leyendo los Comentarios de Vinnio y tropezar con una palabra griega, exclamando Griego es, no puede leerse), para el canonista, el filósofo y para el médico.

Laso rebate la opinión de los que se conforman con las traducciones porque «es menester mucha gracia para traducir bien y apenas se hallan tantos traductores buenos, cuantas son las puertas de Tebas o las bocas del Nilo [...] porque es muy difícil hacer la traducción de modo que, conservando la fineza y primor de los pensamientos del original, se acierte con la gracia de imprimir en el sutil lienzo de la fantasía todo el aire pomposo que los decora. Consiste, a mi entender, esta dificultad, no sólo en encontrar los términos propios que han de expresar los sentimientos (lo cual es mucho, si se sabe hacer), sino también en dar con la explicación correspondiente a cada idioma»99.

Laso pone ejemplos evidentes de mala traducción en los Evangelios de San Marcos y de San Juan, en la Iliada y en Platón.

Critica, siguiendo a Fleury, la vanidad de los traductores que «siguen un rumbo regido por su capricho con el cual menoscaban el ingenio del autor, y esto lo hacen quitando, mudando o añadiendo y poniendo las cosas que ellos quieren decir, y no las que el autor dijo con más fundamento y advertencia». Estos errores intencionados y los posibles de imprenta sólo son perceptibles con un «mediano conocimiento de la lengua griega»100.

Concluye defendiendo la existencia de la enseñanza de la lengua griega en centros especializados y en su querido Colegio Trilingüe: «Finalmente, reconociendo estas y otras utilidades de las lenguas orientales y de la griega, se mandó en la Clementina primera de Magistris, en la celebración del Concilio de Viena el año de 1316, que se enseñasen las lenguas orientales y se fundasen colegios donde se aprendiesen. Y de ahí viene la fundación de este Colegio Trilingüe de Salamanca y otros de España»101.

Laso conservará este entusiasmo por la cultura helenística durante toda su vida y lo hace constar como mérito destacado en los diversos currículos que debe presentar. Por ejemplo, en 1779 cuando ingresa en la Inquisición, el secretario Fuster Bertrán, escribe: «estuvo cinco años en el colegio de Trilingüe de la Universidad de dicha ciudad con beca de lengua griega, en la que se instruyó bastante, por cuyo respeto sustituyó repetidísimas veces la cátedra de dicha lengua»102.

En el diario del viaje, escrito casi veinticinco años después que el discurso, que acabamos de analizar, Laso visita las secciones de las bibliotecas que tienen manuscritos griegos, los centros de enseñanza de este idioma y se entrevista y discute las innovaciones pedagógicas introducidas en su enseñanza, observadas en los alumnos o en los profesores.

Nicolás disfruta ojeando los manuscritos griegos. Por ejemplo, el 26 de junio de 1788, los hermanos Laso visitan la biblioteca de San Germán de París, donde el bibliotecario «nos mostró otros manuscritos griegos y latinos en papiro, etc.».

El 6 de septiembre de 1788, registra la librería del monasterio de Canónigos Reglares de San Agustín, de la congregación de Santa María del Reno de Bolonia: «la librería es copiosa de manuscritos entre los cuales se mira con aprecio el Libro de Esther, en un rollo de pergamino, que, según me dijo el padre Mingarelli, docto en el griego, será del siglo XI, y un Lactancio del siglo [espacio en blanco] con letras unciales según correspondía a aquel tiempo».

El 1.º de octubre de 1788, en Venecia, visita junto con Montengón la librería de San Marcos, «que es apreciable por la sala de los manuscritos. Entre éstos nos mostró el custode [...] muchos griegos antiquísimos».

Laso entra en contacto con los ex-jesuitas que se dedicaban a temas helenísticos. Al poco tiempo de llegar a Bolonia, contacta con don Manuel Rodríguez Aponte, quien había residido en la legación de Ferrara hasta 1788. Después fue profesor en la cátedra de griego de la Universidad de Bolonia (1790-1800) en sustitución de Giacomo Bianconi. Murió en Bolonia el 22 de noviembre de 1815. Moratín, quien solía acudir a la tertulia literaria que se celebraba en casa de Aponte, escribe: «Don Manuel Aponte ha traducido la Iliada y la Odisea en verso con admirable fidelidad, ilustrando su obra con notas doctísimas. No se ha impreso, ni acaso se imprimirá. La cátedra de lengua griega, que regenta en la Universidad, no le da para echar aceite al candil. Es hombre muy instruido, modesto, festivo, amable, y está atenido a la triste pensión que se le da a todos»103.

Nicolás Laso apreciaba su valor intelectual, pues mantendrá con Aponte una relación a lo largo de su estancia italiana acerca de una traducción de Homero y sobre el correcto modo de pronunciar104.

El 16 de agosto de 1788, en Bolonia, Laso visita al anciano padre Francisco Javier Idiáquez, también helenista, quien había publicado, en Villagarcía, en 1758 sus Prácticas e industrias para promover el estudio de las letras humanas, con un apéndice donde se examina el método del Señor Pluche para enseñar y aprender la lengua latina y griega.

Nada más llegar a Roma contacta, el 5 de noviembre de 1788, con «el célebre don Bartolomé Pou, ex-jesuita docto en Lengua Griega y Latina, que vive en casa de Despuig, paisano suyo».

El padre Pou enseñó griego en la Universidad de Bolonia. En 1785 pasó a Roma, desde donde escribe una carta a Campomanes y a Floridablanca, dándoles cuenta de sus traducciones de Platón y de Herodoto, solicitándole ayuda para su impresión. Pou murió en su tierra natal en 1802, beneficiándose del permiso de Godoy de 1798 que permitió el regreso de los jesuitas. Su traducción de Herodoto salió a la luz en 1846, siendo costeada la edición por Juan Despuig Zaforteza, discípulo suyo y, suponemos, familiar del cardenal Despuig105.

En 1785 Pou solicita una pensión doble a Floridablanca para la impresión de su traducción de Herodoto, que le es denegada por el informe desfavorable de Azara, quien la desvió hacia el también ex-jesuita Vicente Requeno y Vives106.

El viaje a Italia le proporciona a Nicolás una oportunidad única de contrastar sus conocimientos con hablantes nativos griegos. Por eso visita sus colegios e iglesias.

El 25 de diciembre de 1788, asiste a los oficios del día de Navidad en el Vaticano y concluye: «Me agradó mucho oír cantar el evangelio y la epístola, en griego, a dos colegiales de esta nación, que uno de ellos está en el colegio de Propaganda, y otro en el de los Griegos».

El 6 de enero de 1789, Día de Reyes, va a la iglesia de Propaganda de Roma donde se ofician «misas en todos los ritos; y, con ese motivo, oí allí las de algunos obispos y arzobispos griegos, armenios, etc. Después, fui a la iglesia de San Atanasio, del colegio particular que hay para griegos107, [...] Todos los colegiales cantaban muy bien, y observé que el sistema de su pronunciación era distinto del que enseñaba el maestro Zamora108 en la Universidad de Salamanca, y muy conforme a la que seguía su antecesor en la cátedra, Gavilán109, especialmente en cuanto a los diptongos y la Y upsilón. Me parecieron los alumnos de este colegio aplicados y de bella índole».

El 10 de abril de 1789, por la tarde, pocos días antes de abandonar definitivamente Roma, asiste a los oficios de Viernes Santo para tomar contacto, por última vez, con la legua griega: «por la tarde, a la del Entierro de Jesucristo, en la iglesia de los Griegos110, que es muy larga».



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