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La playa


Ricardo Güiraldes


[Nota preliminar: Obra cedida por la Biblioteca de la Academia Argentina de las Letras. Digitalización realizada por Verónica Zumárraga.]

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Tiene tres cuadras por cuatro.

Está frente al corral de palo a pique.

Sirve de arranque al callejón que va al pueblo, como la laguna al río.

Es un parche de tierra pelada del que salen y llegan las huellas.

La han alambrado hace poco y su hermandad con el rodeo la engalana de glorias salvajes.

Sirve para las domas.

En cada metro, un recuerdo de hazaña o desgracia la convierte en libro de innumerables relatos.

Aquí se quebró la islilla Ochoa, cayendo enredado en la corcoviada a vueltas de un reservado pampa.

Junto a los principales del corral, fue el famoso tirón de Taboada que costó la vida a una yegua echada campo afuera.

Allá se llevó la tranquera por delante el ruano, desollándose el pecho. Mérito de Pablo Ojeda fue el caer parado.

Hacia el medio (más valdría no acordarse) murió Fabio Gaute, ¿cómo pudo ser tan pronto? El sacudón inesperado de un redomón y el hombre se quebraba en el aire como una martineta contra un alambrado. Mis brazos recuerdan el peso blando de sus coyunturas inertes. Fabio tenía azulados los ojos por un extraño velo, en que resaltaban pequeñas arterias hinchadas y rojas como las capaduras recientes. La lengua, mordida se mantenía apenas por el apretón de los dientes. Un temblor imperceptible vivía en sus piernas.

Lo colocamos sobre una matra tendida para llevarlo a las casas.

Cisneros dijo la única palabra en nuestro silencio.

-«Se ha quebrao de la nuca».

Nos encogimos de hombros.

Era así.

De vez en cuando el gaucho paga un tributo a su dominio sobre la bestia.

Mala suerte la de aquél a quien toca ser moneda de este pago.

Ricardo Güiraldes








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