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Tiempo y esperanza


El tiempo en Rosalía es fugaz. Su experiencia se lo muestra como algo rapidísimo, que apenas permite apreciar el presente:


   O tempo pasóu rápido, a centela
tal vez máis lentamente o espaso inmenso
atravesa ó caer...


(F. N. 179)                


La comparación no es original, pero es expresiva. Otras veces nos dirá que el vértigo parece poseer las cosas de este mundo:


   ¡Pero qué aprisa en este mundo triste
todas las cosas van!
¡Que las domina el vértigo creyérase!...
La que ayer fue capullo, es rosa ya,
y pronto agostará rosas y plantas
el calor estival.


(O. S. 322)                


El tiempo es una sucesión de presentes rápidamente caducados:

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   Aún parece que asoman tras del Miranda altivo
de mayo los albores, ¡y pasó ya septiembre!
Aún parece que torna la errante golondrina
y en pos de otras regiones ya el raudo vuelo tiende.


(O. S. 347)                


El hombre, en el tiempo, es apenas una nubecilla de verano que se desvanece sin dejar huella. Rosalía se compara a las piedras de la catedral compostelana con palabras que recuerdan a Unamuno24:


Os homes pasan, tal como pasa
      nube de vran.
I as pedras quedan..., e cando eu morra,
      ti, catredal,
ti, parda mole, pesada e triste,
cando eu non sea, ti inda serás.


(F. N. 193)                


El tiempo es irreversible, los seres pasan de una vez para siempre. El eterno retorno de la naturaleza crea una falsa ilusión de continuidad de la que el hombre pronto despierta:



   En mi pequeño huerto
brilla la sonrosada margarita,
tan fecunda y humilde
como agreste y sencilla.

[...]

   Cuando llega diciembre y las lluvias abundan,
ellas con las acacias tornan a florecer,
tan puras y tan frescas y tan llenas de aroma
como aquellas que un tiempo con fervor adoré.
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   ¡Loca ilusión la mía es en verdad, bien loca,
cuando mi propia mano honda tumba les dio!
Y ya no son aquéllas en cuyas hojas pálidas
deposité mis besos..., ni yo la misma soy.


(O. S. 361)                


La vida es por esencia caduca y perecedera. Imposible preservarla del paso del tiempo, imposible intentar conservar siquiera la huella de un presente grato:


   Devolvedle a la flor su perfume
después de marchita;
de las ondas, que besan la playa
y que una tras otra besándola expiran
recoged los rumores, las quejas,
y en planchas de bronce grabad su armonía.


¿Ubi sunt? se pregunta Rosalía, ¿dónde han dejado siquiera el rastro?:


   Tiempos que fueron, llantos y risas,
negros tormentos, dulces mentiras,
¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
en dónde, alma mía?


(O. C. 662)                


Todos, hombres y mundos, están inmersos en un universo caduco:



   ¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,
deja que pasen, deja que lleguen
la primavera y el triste otoño
ora el estío y ora las nieves;

   que no tan sólo para ti corren
horas y meses:
todo contigo, seres y mundos,
de prisa marchan, todo envejece.


(O. C. 658)                


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En su rápida e irrevocable carrera, el tiempo se lleva -¿cómo no?- la belleza:



   Agora cabelos negros,
máis tarde cabelos brancos;
agora dentes de prata,
mañán chavellos querbados;
hoxe fazulas de rosas,
mañán de coiro enrugado.

   Morte negra, morte negra,
cura de dores e engaños,
¿por qué non mátalas mozas
antes que as maten os anos?


(F. N. 245)                


Y se lleva también la esperanza. La esperanza es cualidad temporal del espíritu humano, propia de la juventud y pasajera como ella:


Non digás nunca, os mozos, que perdeches
      a risoña esperanza:
do que a vivir comesa sempre é amiga;
¡só enemiga mortal de quen acaba...!


(F. N. 168)                


Los años se llevan la esperanza como el viento a las nubes, sin que sepamos a dónde, ni por qué sucede así:


¡Cál as nubes no espaso sin límites
      errantes voltexan!
[...]
Sopran ventos contrarios na altura,
      i á desbandada,
van levándoas sin orden nin tino,
      nin eu sei pra ónde,
      ni sei por qué causa.
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Van levándoas, cal levan os anos
      os nosos ensoños
      i a nosa esperanza.

(F. N. 175)                


Esta pérdida de la esperanza forma parte de una pérdida de la alegría que va inevitablemente ligada al paso de los años:


   ¡Ai!, que os anos correron
e pasaron auroras,
e menguaron as dichas,
e medrano as congoxas.


(F. N. 185)                


Rosalía habla de la esperanza como de algo ya perdido. A veces vinculada a unos hechos o personas concretos. En el folleto A mi madre, dice:


   Tal en mi triste corazón inquietas
mis locas esperanzas se agitaron
y a un débil hilo de placer sujetas,
locas... locas también se quebrantaron.


(O. C. 249)                


La muerte de su madre debió de enfrentar a Rosalía por primera vez con ese hecho irrevocable de la desaparición de un ser querido. Ella habla de su madre como «el ángel de mi esperanza». Su desaparición entrañaba para ella el fin de una etapa de su vida, de las alegrías y esperanzas de la juventud (O. C. 249).

La esperanza era algo propio de los años juveniles, y Rosalía la vincula al paisaje de la tierra. Habla de la esperanza como hablaría de un ser muerto:


   Cual si en suelo extranjero me hallase,
tímida y hosca, contemplo
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desde lejos los bosques y alturas
y los floridos senderos,
donde en cada rincón me aguardaba
la esperanza sonriendo.


(O. S. 314)                


E igual que el tiempo, es algo irrepetible. Los mismos paisajes, los mismos lugares, pero ya no es la esperanza lo que allí la lleva:


   Ruge la Presa lejos... y, de las aves nido,
Fondóns cerca descansa;
la cándida abubilla bebe en el agua mansa
donde un tiempo ha creído de la esperanza hermosa
beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa
las aguas del olvido, que es de la muerte hermano.


(O. S. 316)                


En su último libro, Rosalía considera que la esperanza ha terminado para ella. La esperanza, como el amor, tiene una vida efímera. Llega un momento en que hay que enfrentarse con el hecho de su pérdida definitiva, de que el tiempo del amor, el tiempo de la esperanza han pasado para siempre:


   Ya que de la esperanza, para la vida mía,
triste y descolorido ha llegado el ocaso,
a mi morada oscura, desmantelada y fría
tornemos paso a paso.


(O. S. 317)                


Aunque estas confesiones explícitas sean propias de En las orillas del Sar, desde Follas novas encontramos en Rosalía una actitud de total desesperanza ante la existencia. Ante las calamidades -nos dice- no hay más solución que resignarse y esperar; ¿esperar qué?: que lleguen las nuevas calamidades:

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Triste é o cantar que cantamos,
mais ¿qué facer si outro mellor non hai?
      Moita luz deslumbra os ollos,
causa inquietude o moito desear.
      Cando unha peste arrebata
      homes tras homes, n'hai máis
      que enterrar de presa os mortos,
      baixala frente, e esperar
que pasen as correntes apestadas...
      ¡Que pasen..., que outras vendrán!


(F. N. 183)                


El tiempo pasa y las cosas cambian; lo único que puede ser eterno para el hombre es el mal: las fuentes perennes de la vida son siempre manantiales de veneno:


En balde venen días, pasan anos,
      e inda sigros pasaran.
Si hai abondosas fontes que se secan,
tamén as hai que eternamente manan;
mais as fontes perenes nesta vida
      son sempre envenenadas.


(F. N. 176)                


Ha pasado el tiempo, ha pasado la esperanza. Hemos llegado al final; último poema del último libro. Rosalía echa la vista atrás: alegrías y penas aparecen confundidas en una rápida carrera. La existencia humana se despeña como un torrente:


   Hora tras hora, día tras día,
entre el cielo y la tierra que quedan,
eternos vigías,
como torrente que se despeña
pasa la vida.


(O. C. 661)                




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