Rosalía se
siente objeto de la curiosidad ajena. Y no de una curiosidad fruto
de la simpatía o de la cordialidad; percibe mofa y sarcasmo
a su alrededor, se siente señalada con el dedo, se siente
perseguida. ¿Persecución real o imaginaria?
Quizá a medio camino entre ambas. Rosalía era hija de
madre soltera; su madre pertenecía a la buena sociedad y, al
comienzo, no se hizo cargo de la niña. No sabemos
cuándo exactamente pasó Rosalía a vivir con su
madre, pero es muy probable que las primeras miradas curiosas que
se fijaron en ella, que los primeros gestos que la señalaron
al pasar se le grabaran hondamente. ¿Había sarcasmo
en aquellos ojos o era su propia sensación de vergüenza
lo que le hacía sentirse observada con burla? Lo cierto es
que Rosalía se siente perseguida y esa sensación la
encontramos repetida desde la primera a la última de sus
obras poéticas.
En La
Flor hay una composición titulada
«Fragmentos», cuyo mayor acierto es el título,
porque pocas veces encontraremos una composición cuyas
partes guarden menos relación entre sí.
Rosalía parece haber volcado allí vivencias de toda
índole sin preocuparse de su conexión. Este poema
—164→
es, sin embargo, importante porque en él encontramos
la clave de muchas ideas posteriores de la autora. A este poema
pertenecen los versos siguientes, que, como ya indicamos, no
guardan relación con el resto de la composición:
La risa y el
sarcasmo por doquiera
que fuera yo mi corazón
palpaba,
y doquiera también que me
escondiera,
¡ay!, la risa
sardónica encontraba.
(O.
C. 221)
En estos cuatro
versos encontramos los dos elementos de la persecución, que
a veces aparecen separados: por parte de la gente, risa y sarcasmo;
por parte de Rosalía, huida. Se siente objeto de mofa y se
esconde. Esta postura no es propia de Rosalía, mujer de
espíritu fuerte, que suele encarar de frente las
dificultades. La burla debía referirse a algo muy hondo.
Quizá despertaba en ella sentimientos muy antiguos de
vergüenza o temor; por eso su respuesta es infantil: trata de
esconderse. Probablemente lo que hacía la niña
Rosalía cuando comprendió por qué la gente la
señalaba.
En el mismo poema
al que pertenecen los versos anteriores encontramos una
alusión a seres indeterminados que le han hecho daño:
habla de que caminó entre «inmundicias» cuando
ella era pura y que arrojaron «esencia impura» sobre
sus sueños. El poema es tan malo que su verbosidad roza a
veces la incoherencia; no conseguimos enterarnos de qué le
ha sucedido en definitiva a Rosalía. Pero nos interesa por
ser antecedente de otros poemas en los que la autora se queja de
golpes o afrentas recibidas, también de forma muy vaga. En
definitiva, todo ello entra a formar parte de la persecución
de que Rosalía se siente objeto:
—165→
Por eso,
¡ay Dios!, al caminar aún pura
entre inmundicias mil que
tropecé
llenaron de dolor y desventura
la hermosa realidad con que
soñé.
Terrible asolación,
esencia impura
lanzaron al Edén que
acaricié;
y aquel Edén se
convirtió en infierno.
¡Triste ilusión de mi
dolor eterno!
(O.
C. 222)
En el libro II de
Follas novas,
el que lleva por subtítulo «Do íntimo»,
encontramos un poema en el que la autora parece recordar un triste
episodio de su vida en el cual, en lugar de compasión,
experimentó de nuevo la burla («Cain
tan baixo, tan baixo», F.
N. 180). El poema está puesto en boca
de un hombre, pero está expresando vivencias de
Rosalía. Y no en un sentido autobiográfico. Es decir,
es muy posible, casi cierto, que en la vida de Rosalía no
hay un episodio que justifique el decir «Caí tan bajo,
tan bajo», frase que tiende siempre a interpretarse en
sentido moral. Sin embargo, me parece indudable que Rosalía
dio expresión en este poema y otros semejantes a un hondo
sentimiento de vergüenza, enraizado en las capas más
profundas de su personalidad y que creo está vinculado al
hecho de ser hija de madre soltera y de padre sacerdote. Los
motivos de esta vergüenza permanecen inconscientes en gran
parte para Rosalía, como permanecen para el neurótico
los motivos profundos de su angustia. E igual que el
neurótico proyecta su angustia sobre cualquier
circunstancia, Rosalía proyecta su sentimiento de
vergüenza. Rosalía se identifica en sus poemas con
mujeres deshonradas, maltratadas, con seres perseguidos y
señalados por el dedo acusador de la gente. Puede tratarse
de una identificación con su madre, pero hay que ver sobre
todo en estos poemas un medio de —166→
liberarse del sentimiento de ser objeto de burla,
dándole expresión poética. Los poemas le
permiten exteriorizar ese sentimiento de raíz inconsciente.
Veamos uno de los poemas más significativos al respecto:
Ladraban contra
min, que camiñaba
cásique sin
alento,
sin poder co meu
fondo pensamento
i a pezoña
mortal que en min levaba.
I a xente que
topaba,
ollándome a
mantenta,
do meu dor sin igual i a miña
afrenta,
traidora se
mofaba.
I eso que nada
máis que a adivinaba.
«Si a
souperan, ¡Dios mío!,
-penséi
tembrando-, contra min volvera
a corrente do
río».
Buscando o abrigo
dos máis altos muros,
nos camiños
desertos,
ensangrentando os
pes nos seixos duros,
fun chegando
ó lugar dos meus cariños,
maxinando
espantada: «Os meus meniños
¿estarán xa
despertos?
¡Ai, que
ó verme chegar tan maltratada,
chorosa, sin
alento e ensangrentada,
darán en se
afrixir, malpocadiños,
por suá nai
malfadada!».
Pouco a pouco fun
indo,
i as escaleiras
con temor subindo,
co triste
corazón sobresaltado.
¡Escoitéi...! Nin as moscas
rebullían.
No berce inda os
meus ánxeles dormían,
ca Virxen ao seu
lado.
(F. N. 184)
José Luis
Varela interpreta este poema, junto a «Espantada o abismo vexo»,
«A linda, a grande señora»,
«Margarita» y algún otro, en relación con
el tema de Fausto, por influencia —167→
de Goethe25.
Es arriesgado formar un grupo con esos poemas porque, aunque el
tema es parecido, el tono es muy distinto. Un abismo separa la
irónica narración del adulterio de «A linda, a grande
señora» del tono angustiado con que una
joven habla de la pasión que la domina en «Espantada o abismo vexo».
Por otra parte, el poema que ahora nos ocupa escapa de lleno a la
clasificación en la que José Luis Varela pretende
englobarlo. Refiriéndose a los poemas anteriormente citados
dice: «El tema es el de la
tentación, y el argumento, el abandono de lo cotidiano
-familia, orden, honra- por la búsqueda de lo maravilloso,
con un final docente -el desencanto- muy patente en algún
caso como en "O encanto da pedra
chan"»26.
Creemos que en
«Ladraban contra min» lo
fundamental es el sentimiento de ser perseguido. Fijémonos
en que, durante los cuatro primeros versos, lo único que se
expresa es la angustia de una persona que «casi sin
aliento» camina oyendo ladridos de perros. ¿Azuzados
contra ella? No; pero esa es la impresión. Es más, el
gran acierto poético de Rosalía ha sido iniciar el
poema con el verbo y suprimir el sujeto. En los dos primeros versos
vemos -oímos también por la fuerza de las consonantes
oclusivas y las erres vibrantes- un ser perseguido por ladridos. La
supresión del sujeto hace que tengamos la impresión
de todo un mundo de seres -hombres y mujeres- convertidos en
perros, que acosan a un ser que avanza sin aliento por el camino.
¿Cómo va este ser? Digo ser porque en
sentido estricto todavía no sabemos si es hombre o mujer. No
lo sabemos hasta muy avanzado el poema, y creo que esa
indeterminación —168→
sexual cumple una función expresiva: atraer la
atención hacia los sentimientos que experimenta la persona.
Decíamos, ¿cómo va esa persona?
«Sin poder co meu fondo
pensamento». ¿Qué quiere decir
«hondo pensamiento», pensamientos profundos?
Rosalía ya otra vez se refirió al «fondo» de sus pensamientos
en unos términos que parecen preludiar el
psicoanálisis; dice que igual que las nubes llevadas por el
viento oscurecen y aclaran el espacio del cielo, así las
ideas y las imágenes que ella tiene oscurecen y aclaran
«o fondo sin fondo do meu
pensamento» (F. N. 165).
Rosalía parece referirse aquí a las profundidades
hondísimas («fondo sin fondo») del
espíritu donde se reflejan ideas e impresiones. El
«hondo pensamiento» con el cual no puede,
¿estará referido a esas mismas honduras?, ¿se
trata de algo muy profundo, muy enterrado en la intimidad de su
persona? De momento dejémoslo así. Esa persona,
además, se siente emponzoñada, envenenada de
muerte.
Los cuatro versos
siguientes nos presentan el tema de la burla y la
persecución, que ya habíamos visto en un poema
anterior. La gente con quien se encuentra la mira a
propósito; no se trata de una mirada casual, sino de un
intencionado propósito de mofa. ¿Y de qué se
burlan? De su dolor sin igual y de su afrenta. ¿Cuál
es la afrenta? Las gentes la adivinan y por eso la miran; nosotros
la adivinamos también. Rosalía nos tiene
acostumbrados a pintar del amor prohibido sólo los
remordimientos y las angustias que produce, pero aquí
están tan exagerados que creo que encubren otra cosa. Esta
mujer vuelve «llorosa, sin aliento, con
los pies ensangrentados», vuelve «al lugar de sus cariños»; esta mujer
sufre de pensar que sus hijitos se aflijan al verla llegar
así. ¿Parece esto la vuelta de una cita amorosa? Hay
aún otro detalle. Los poemas de amor pecaminoso acaban
siempre insistiendo en las desastrosas consecuencias
—169→
que trae consigo. Aquí, por el contrario, el temor ha
sido vano: los niños duermen pacíficamente en su cama
y no se enteran de nada. Nos preguntamos aún: ¿por
qué esta mujer piensa sólo en los hijos? ¿No
tiene acaso marido? Si no lo tiene, ¿por qué ese
largo peregrinar para una cita amorosa? Definitivamente, no creemos
que el tema fundamental del poema sea un amor adúltero.
Nuestra opinión es ésta: Rosalía,
víctima de un sentimiento de vergüenza, de raíz
inconsciente, se siente objeto de la curiosidad malsana de la
gente, se siente señalada con burla. Para exteriorizar esas
vivencias crea una situación en la cual se puedan
experimentar realmente: una mujer que vuelve de una cita y es
señalada por la gente. Pero le faltan los detalles, porque
esa escena es sólo un pretexto para dar rienda suelta a sus
problemas. Lo que nos queda del poema -porque es lo que sí
ha destacado- es la impresión de persecución, de
burla y el deseo de la mujer de que sus hijos no sufran (no podemos
decir deseo de que no se enteren, porque son niños muy
pequeños, de cuna, que no comprenderían; realmente,
de lo que se trata es de que no sufran). Tenemos, pues, una primera
parte que comprende dieciséis versos, en los que se da
expresión a la vivencia de ser objeto de una
persecución (los perros le ladran, las gentes la miran y se
burlan, ella va buscando el abrigo de los muros), y una segunda
parte, en la que el sentimiento predominante es que unos
niños no sufran. Y un final feliz. Este final podemos
interpretarlo como una esperanza de que la burla y la
persecución acaben en ella, no la sufran sus hijos. La
Virgen los protegerá de la malsana curiosidad de las gentes.
La triste historia de unos amores ilícitos tendrá en
ella la última víctima.
Este poema de
Rosalía nos recuerda las páginas finales de Luz
de Domingo de Pérez de Ayala, cuando Castor y Balbina
se dejan morir en el naufragio, cansados de soportar
—170→
las miradas curiosas de las gentes que disfrutan repitiendo
a otros su triste historia.
Creo que es un
hecho que merece señalarse el que los dos últimos
poemas citados y el que ahora comentaremos, titulado
«A xusticia pola man»,
están incluidos en la parte segunda de Follas novas, cuyo
subtítulo es «Do
íntimo». Creemos que, si se tratara
fundamentalmente de reflejar sentimientos de otros seres, los
hubiera incluido en la parte «As viudas dos
vivos e as viudas dos mortos». La
clasificación hecha por Rosalía parece indicar que
los considera expresión de su propia intimidad.
En
«A xusticia pola man» se
cuenta la venganza de una mujer que, después de pedir en
vano justicia, decide hacerla por sí misma dando muerte a
los que la ofendieron:
Aqués que
tén fama de honrados na vila,
roubáronme
tanta brancura que eu tiña;
botáronme
estrume nas galas dun día,
a roupa de cote
puñéronma en tiras.
Nin pedra deixaron
en donde eu vivira;
sin lar, sin
abrigo, moréi nas curtiñas;
ó raso cas
lebres dormín nas campías;
meus fillos...,
¡meus anxos...!, que tanto eu
quería,
¡morreron,
morreron ca fame que tiñan!
Quedéi
deshonrada, mucháronme a vida,
fixéronme
un leito de toxos e silvas;
i en tanto, os
raposos de sangre maldita,
tranquilos nun
leito de rosas dormían.
-¡Salvádeme, ou, xueces! -berréi...
¡Tolería!
De min se mofaron,
vendéume a xusticia. -
Bon Dios, axudáime -berréi, berréi
inda...
Tan alto que
estaba, bon Dios non me oíra.
Estonces, cal loba
doente ou ferida,
dun salto con
rabia pilléi a fouciña,
rondéi
paseniño... ¡Ne as herbas
sentían!
I a lúa
escondíase, i a fera dormía
cos seus
compañeiros en cama mullida.
—171→
Miréinos
con calma, i as mans estendidas,
dun golpe,
¡dun soio!, deixéinos sin vida.
I ó lado,
contenta, sentéime das vítimas,
tranquila,
esperando pola alba do día.
I estonces...,
estonces cumpréuse a xusticia:
eu, neles; i as
leises, na man que os ferira.
(F. N. 190)
De nuevo nos
encontramos con un poema en el que las circunstancias son bastante
confusas. ¿Quiénes son y qué clase de delito
han cometido contra esta mujer «aquellos que tienen fama de
honrados»? Le han robado «tanta blancura», le han
estropeado sus ropas de fiesta y de todos los
días27.
Parece que se trata, en sentido metafórico, de un atentado a
su honor. Pero también destruyen su casa, no le dejan ni las
piedras y, como consecuencia, sus hijos mueren de hambre. Y esto
parece exceder los límites de aquel delito. ¿Por
qué destruyen su hogar? ¿Y qué ha sido del
esposo de esa mujer? Tampoco se nos dice nada. Por el camino de la
interpretación realista no llegaremos a ninguna parte.
Tenemos que preguntarnos: ¿qué quiso expresar
aquí Rosalía? Eso sí es claro. El
resentimiento, el odio, el deseo de venganza de la mujer
perseguida. Y aquí nos movemos ya en un terreno conocido.
¿Perseguida por quién? Por «los que tienen fama
de honrados», por los que viven y «duermen
tranquilos» en su lecho de rosas mientras a ella la han
«deshonrado», le han «marchitado» la vida.
Para ese crimen -para la persecución constante, para la
burla, para la maledicencia, para los que destruyen una vida
manchándola —172→
con sus sucias palabras- no hay justicia humana ni divina,
sólo queda la justicia de la propia mano movida por el
resentimiento y el odio.
No excluyo la
posibilidad de una fuente folklórica para el poema, ni
siquiera de un hecho real que conmoviera a Rosalía y la
llevara a tomar el partido del más débil; pero el
sentimiento que impregna el poema, eso procede de su intimidad.
Incluso el poema guarda cierto vago parecido con una tragedia rural
de caciques y campesinos oprimidos (y de nuevo el recuerdo de Luz
de Domingo con la violación de Balbina por los siete
Becerriles y la persecución implacable que padecen), pero el
tono no es el habitual de Rosalía cuando habla de las
injusticias que sufre el pueblo. Hay resentimiento de años,
contenido en esa forma de decir «aqués que ten fama de honrados
na vila», y el
odio le sube a los labios en el insulto: «raposos de sangre
maldita». Y nunca Rosalía había
hablado de Dios con ese hiriente sarcasmo: «tan
alto que estaba, bon Dios non me oíra».
Y la vemos complacerse en los preámbulos del crimen,
disfrutar contando cómo se acerca despacio, cómo se
esconde la luna, cómo los mira con calma, cómo
extiende las manos y los degüella de un solo golpe. No hay
ningún criterio realista en la narración;
¿cómo y dónde dormían sus enemigos para
matarlos a todos de un golpe? Puede que haya existido un hecho real
que proporcionó un vago argumento, puede que ni siquiera
eso. Rosalía creó una situación para dar
expresión a su resentimiento y su odio, a su deseo de
venganza hacia aquellos que la han perseguido. En estos poemas
siempre hay una alusión o una circunstancia que trate de la
deshonra porque su sentimiento de vergüenza inconsciente
está relacionado con un hecho de esta clase (la deshonra de
su madre).
—173→
Uno de los poemas
que se refiere con más claridad a la vivencia de sentirse
perseguido es la primera parte del poema «Los
Tristes»:
De la torpe
ignorancia que confunde
lo mezquino y lo inmenso,
de la dura injusticia del
más alto,
de la saña mortal de los
pequeños,
no es posible que huyáis
cuando os conocen
y os buscan, como busca el
zorro hambriento
a la indefensa tórtola en
los campos;
y al querer esconderos
de sus cobardes iras, ya en el
monte,
en la ciudad o en el retiro
estrecho,
«¡Ahí va! -exclaman-.
/Ahí va!», y allí os insultan
y señalan con
íntimo contento,
cual la mano implacable y
vengativa
señala al triste y fugitivo
reo.
(O. S. 327)
«Saña
mortal» por parte de los débiles, «dura
injusticia» de los poderosos, y todos buscando al
«triste» (ya sabemos que Rosalía se consideraba
un triste), persiguiéndolo como el zorro a la paloma,
señalándolo «con íntimo
contento».
Hay un largo poema
también de En las orillas del Sar que merece
comentario. En él defiende su libertad de
inspiración, y para ello cuenta una historia
fantástica: reniega de su dolor y se dedica sólo a
cantar alegría y dulzura en hermosos versos:
Del labio amargado un día
por lo acerbo de los males,
como de fuente abundosa
fluyó la miel a raudales.
Cosecha triunfos
sin par, pero un día decide volver al
mundo desolado de
mis antiguos amores
—174→
y allí los
que, ausente, la lloraban, la rechazan y se burlan de ella:
Y con agudos silbidos y entre
sonrisas burlonas,
renegaron de mi numen y pisaron mis
coronas,
de sus iras envolviéndose en
la furiosa tormenta;
y sombrío y cabizbajo, como
Caín el maldito,
el execrable anatema llevando
en la frente escrito,
refugio busqué en la
sombra para devorar mi afrenta.
El poema nos hace
gracia por lo que tiene de justificación de su tono dolorido
al escribir. Nos hace gracia que diga que en alguna ocasión
«fluyó la miel de su boca» y que «trofeos
y coronas a mis plantas arrojaron». No creo que se
esté refiriendo al éxito de Cantares, que en
todo caso fueron aplaudidos como poemas de tono menor. Creo que se
trata de una pequeña invención para justificar su
propia inspiración al margen de los gustos de la gente y
también para crear una situación afrentosa e indicar
su postura ante ella. ¿Cuál es? Lo dice a
continuación, inmediatamente de los últimos versos
citados:
No hay mancha que
siempre dure, ni culpa que perdonada
deje de ser, si con llanto de
contrición fue regada;
así, cuando de la mía
se borró el rastro infamante,
como en el cielo se borra el de la
estrella que pasa,
pasé yo entre los mortales,
como el pie sobre la brasa,
sin volver atrás los ojos ni
mirar hacia adelante.
(O. S. 376)
Esta es la actitud
consciente de Rosalía: «no hay mancha que siempre
dure», y toda culpa es perdonada cuando uno se arrepiente.
Eso es lo que ella piensa conscientemente, pero en el fondo de su
espíritu yace soterrado el convencimiento de que hay cosas
que no se olvidan jamás. Veamos —175→
cómo ella misma reconoce la imposibilidad de olvidar
aquellos hechos de los que alguien se avergüenza:
Cada vez que
recuerda tanto oprobio,
-cada vez, digo, ¡y lo
recuerda siempre!-,
avergonzada su alma,
quisiera en el no ser
desvanecerse,
como la blanca nube
en el espacio azul se
desvanece.
Recuerdo... lo
que halaga hasta el delirio
o da dolor hasta causar la
muerte...
No, no es sólo
recuerdo,
sino que es juntamente
el pasado, el presente, el
infinito,
lo que fue, lo que es y ha de ser
siempre.
(O. S. 371)
Burla,
persecución, injusticia, vergüenza... distintos
aspectos de una misma realidad. En el fondo más fondo de su
espíritu, Rosalía llevaba grabados hechos que nada
podía borrar, porque no eran sólo recuerdos, sino que
era el pasado, el presente y el porvenir, «lo que fue, lo que
es y ha de ser siempre». ¿Persecución real o
imaginaria? Persecución vivida, que es lo que importa.