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La poesía francesa contemporánea

Ricardo Gullón





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Hacen mal quienes juzgan la literatura francesa actual por sus goncourt y sus femina. No todo es lucha libre en torno a los premios y a los directores de revista; no todo es halago a un público ávido de excitantes y de facilidades al gusto del día. Quedan aún artistas de irreductible exigencia, espíritus capaces de resistir las seducciones de una actualidad imperiosa, obstinada y chabacana. Quedan todavía, para honor de Francia y para honor del hombre, poetas fieles a la poesía.

La lírica francesa se halla en trance de transformación. Después del surrealismo y de la poesía pura, se dibujan otras líneas de avance, tendencias de integración y tendencias de superación. Las primeras, animadas por el deseo de consolidar las conquistas del surrealismo, defienden la primacía de la inspiración, entendiéndola como dictado de la parte oscura y secreta del alma; las segundas, aspirando a un reencuentro con el hombre en planos más tangibles y cotidianos, proclaman el deber de situarse lucidamente en la realidad, creyendo que es en ésta donde existen los estímulos capaces de engendrar legítimamente la creación.

Ni talen tendencias son únicas ni dentro de ellas faltan fermentos de otras, incluso antagónicas. Son direcciones importantes, complejas y más parecidas, por su vasta diversidad, a un delta que a un canal. Siguiéndolas con mayor o menor fidelidad, marchan poetas cuyo talento no ofrece ya, para el catador de poesía, duda alguna: composiciones suyas fueron traducidas al español por Leopoldo Rodríguez Alcalde, autor de una excelente Antología de la poesía francesa contemporánea, publicada en 1950.

La guerra contribuyó a renovar la poesía francesa. Renovación en profundidad tanto como en anchura. Una primavera poética encendió los campos de Francia: por la decisión de comunicar el sentimiento de protesta contra el enemigo, los poetas buscaron la expresión asequible, y por la necesidad de que los poemas fueran recordados sin dificultad (pues se difundían verbalmente), volvieron a la apoyatura de la rima y a la organización tradicional del verso. De aquella primavera sobreviven poemas que acertaron a desembarazarse de consignas para atenerse a sentimientos. La poesía empieza donde la propaganda acaba: donde la propaganda empieza, se volatiliza la poesía. El lirismo nace del hombre y en el hombre, y entre sus fuentes están, con títulos irrecusables, la pasión patriótica y la pasión política. Más pasión surgida y no pasión dictada.

Recientemente se publicó en París un Panorama crítico de los nuevos poetas franceses. Es una antología escogida por Jean Rousselot,   —329→   autor de las presentaciones y comentarios ilustrativos que acompañan a los poemas. La selección está bien hecha y sirve al propósito de proporcionar al lector un panorama sistematizado de los líricos franceses, a quienes, con cierta amplitud, puede llamarse «nuevos». Las glosas no resultan tan claras y orientadoras como sería necesario, y caen a veces en un verbalismo más apto para confundir que para esclarecer.

Entre los poetas ya conocidos está René Char (nacido en 1907), acusada personalidad procedente del surrealismo; los relentes surrealistas no impidieron la eclosión de esta lírica fundada sobre realidades inmediatas, armonizando lo misterioso entrañable con la concisión fulgurante y precisa, que, cuando salva el escollo de la oscuridad, consigue hallazgos de fascinante eficacia por la conjunción de los elementos secretos con el buen sabor conocido de los alimentos terrestres. Char y Francis Ponge (nacido en 1899), constructor para el cual las palabras son cosas y los objetos seres con vida propia, me parecen los dos poetas más originales del panorama presentado por Rousselot. Junto a ellos se alinean los fantasistas, los metafísicos, los religiosos (entre los cuales Jean Grosjean -nacido en 1912- deberá ser especialmente recordado) y el grupo de los sencillos cantores del hombre según es, en toda su alegría y todo su desamor, grupo presidido por la simpática figura de René Guy Cadou, muerto en 1951, a los treinta y un años de edad.

Como esta nota no aspira a convertirse en catálogo, dejaré de citar otros excelentes poetas que junto a los cuatro mencionados aseguran la continuidad de una poesía que en las generaciones anteriores cuenta (citando sólo a los vivos) con hombres como Reverdy y Claudel, Supervielle y Breton.





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