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La polémica entre Sarmiento y Alberdi: un debate cultural

Mónica Scarano






I

La singularidad y trascendencia de Domingo Faustino Sarmiento como carácter han dejado sus huellas en la producción literaria del publicista sanjuanino. Sus escritos son siempre acciones políticas, que, directa o indirectamente, contienen ingredientes autobiográficos. Con acierto lo definió Bernardo Canal Feijóo: «lo que mejor logró fue "decirse"»1. En su escritura, todo apunta, en última instancia, a la emergencia del «yo». La declaración expresa y reiterada del valor de lo personal desde sus primeras páginas: «Yo no conozco, en los asuntos que son personales, otra persona que el yo»2, le valió que sus contemporáneos lo apodaran, con mayor o menor malicia, «don Yo», expresión que él mismo utilizará para autodefinirse, en 1879, desde una banca del Senado de la Nación.

Su prosa franca y eficaz soportó la carga de su extrema sinceridad sin temer a nada ni a nadie. Si falta a la verdad, su escritura se consagra a crearla, como ocurre en Recuerdos de provincia, donde se inventa un linaje falso, con la asistencia del poder persuasivo de su palabra3. Como personalidad contradictoria y conflictiva, Sarmiento traslada a su producción escrita su condición esencialmente polémica. Impregnada de fines pragmáticos inmediatos, su escritura revela una voluntad tenaz de ver sus ideas hechas realidad. Su dogmatismo lo llevó a disponerse a «luchar» para imponerlas, sin detenerse a considerar que pudiesen existir otras ideas que las de él.

Por su temperamento no sólo polemizó como publicista, sino que su obra y su acción suscitaron polémicas: canonizado cívicamente por los liberales del ochenta y condenado por los revisionistas o los clericales, aún hoy en día Sarmiento suscita opiniones encontradas y se erige como emblema de nuestra cultura desgarrada.

La actitud polémica en la producción textual de Sarmiento es síntoma de su alma ardiente, apasionada, de hombre impulsivo y combatiente, y arranca al mismo tiempo de su concepción de la escritura como «medio y arma de combate», como lo expresa en el Prólogo a la Campaña en el Ejército Grande: «... Soldado, con la pluma o la espada, combato para poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento»4.

Los críticos no siempre han sabido comprender la dimensión polémica del discurso sarmientino; es frecuente encontrar juicios subestimativos de esta faceta de la obra de Sarmiento que enfatizan sus aspectos negativos, adjudicándolos a una actitud acre, violenta y egoísta, propia de la mezquindad destructiva del prócer. Desde una postura opuesta, María Emma Carsuzán señala una funcionalidad positiva en las primeras polémicas sarmientinas: «... para atraversar la corteza obstinada de la indiferencia pública; para extender la lectura del periódico y del libro; para que se formase la conciencia nueva de un país nuevo; para que se escribiese libremente por obra de las ideas y de los sentimientos propios y auténticamente nacionales, sin ajustarse a moldes arcaicos; para que las mujeres salieran de su marasmo hogareño; para que se formara el hábito de la concurrencia al teatro, y se apoyaran las manifestaciones artísticas y, también, los ensayos de autores noveles»5.




II

Desde los primeros artículos chilenos, en su mayoría, antirrosistas, emerge la figura de Sarmiento como polemista brillante y apasionado. Desde la perspectiva de una literatura predominantemente social y política, no desentendida de la circunstancia que le loca padecer: el exilio, la escritura de Sarmiento alza vuelo y cobra vigor, al vislumbrar un adversario real y constituirlo en destinatario negativo de la enunciación. La función del enfrentamiento con un adversario / enemigo, contribuye a robustecer la capacidad expresiva del discurso que busca «sacudir», «conmover» y «convencer» a sus lectores chilenos. El discurso polémico de Sarmiento se configura, desde sus escritos chilenos, como una «lucha entre enunciadores», en la que adquiere un papel singular la cuestión del «adversario». Al respecto, advierte Eliseo Verón que esta cuestión «... significa que todo acto de enunciación política supone necesariamente que existen otros actos de enunciación, reales o posibles, opuestos al propio. En cierto modo, todo acto de enunciación política a la vez es una réplica y supone (o anticipa) una réplica. Metafóricamente, podemos decir que todo discurso político está habilitado por un otro negativo...»6.

En su segundo exilio chileno, Sarmiento debe recurrir a su astucia para legitimarse como letrado. En su primer artículo de escritor desconocido sobre la batalla de Chacabuco y la dispersión y oscuridad de los héroes de la independencia, indica en la firma su participación en la contienda: «Un teniente de artillería en Chacabuco». Aquí el seudónimo funciona como portador de prestigio y sello de legitimidad para el joven emigrado argentino, al tiempo que llama la atención sobre su persona, como escritor desconocido en la sociedad ilustrada chilena. En este episodio de su iniciación, el autodidacta logra confundir a quienes serán más adelante sus adversarios en numerosas polémicas, al descubrirse la verdadera identidad del autor del artículo. A partir de este escrito, Sarmiento salió de la oscuridad a la vista del público y pasó a ser actor protagonista de las cuestiones culturales y políticas que se debatieron a través del periodismo chileno. Sus artículos serán elogiados por Andrés Bello y su estilo cautivará al público lector de Santiago y Valparaíso.

Ese primer artículo iniciará también su campaña periodística contra la tiranía de Rosas, batalla que se prolongará hasta la caída del «dictador» en Caseros. Lanzado a la tarea intelectual, sostuvo en Chile innumerables polémicas de diversa índole. Enrique Anderson Imbert denuncia la interpretación errónea de sus polémicas sobre la lengua y el romanticismo: «... no comprendieron que salían de una posición filosófica. Se lo acusó de defender la ignorancia, el desgaire, la anarquía. Prescindiendo de lo accidental de esas polémicas se descubre que el interés activo de Sarmiento, al que subordinaba todo lo demás, estaba en el progreso social. No le preocupaba ni el problema teórico de la lengua ni la definición teórica del romanticismo»7.

La primera polémica literaria se establece con relación a la lengua. Se enfrenta con Andrés Bello y el reducido grupo de intelectuales encabezado por el gramático y poeta venezolano. La polémica alcanzó a ser violenta como para agitar el ambiente intelectual de Santiago durante varios meses en el invierno de 1842. Sarmiento sostiene una postura antiacademicista que significa una ruptura con el grupo dominante de la sociedad chilena, en particular, los sectores ilustrados tradicionales, que defendían el estilo claro, racional y formal de la literatura neoclásica del siglo XVIII y la ilustración. La posición del sanjuanino significaba para ese grupo una tendencia al cambio, afincada en la concepción historicista de evolución dinámica permanente de la lengua. Señalaba Sarmiento, al comentar y emitir un juicio crítico sobre los Ejercicios populares en el lenguaje español, del profesor Pedro Fernández Garfias, que era el pueblo, y no los gramáticos y los escritores, quien daba vía a un idioma y sostenía que la única función de los gramáticos o de las academias era codificar en sus diccionarios las nuevas palabras y expresiones empleadas por el pueblo. Bello replicó al editorial de El Mercurio, con el seudónimo de «Un Quidam» y dio lugar a una de las más famosas polémicas en la literatura chilena. Sarmiento defendía la libertad de la escritura y abogaba por la primacía del contenido y las ideas sobre la forma. Bello se retiró pronto de la acalorada polémica, y la continuó uno de sus discípulos, José María Núñez, con el seudónimo de «Otro Quidam». El debate intelectual terminó finalmente con un artículo de Sarmiento, que resumía los diversos razonamientos expuestos con anterioridad. Después de publicarlo, reveló que era una compilación de las ideas del escritor español Mariano José de Larra. Tal revelación, cuando el grupo de Núñez se disponía a contradecir al argentino, por tratarse nada menos que de Larra, uno de los escritores más influyentes de la época, desarmó a los adversarios de Sarmiento y puso fin a la polémica8.

En la segunda polémica, sobre el romanticismo, Sarmiento denunció el cercenamiento de la libertad de expresión. García del Río, un destacado intelectual de la tradición neoclásica chilena, comenzó a publicar una nueva revista, titulada Museo de Ambas Américas, donde defendía la propagación de principios y doctrinas conservadoras en literatura. Sarmiento, junto a su amigo Vicente Fidel López, se convirtió en blanco de las críticas del nuevo grupo constituido, en torno a García del Río, como sociedad literaria, que publicaba una nueva revista titulada El Semanario. Sarmiento acogió con entusiasmo al nuevo adversario. El Semanario inició el ataque con un artículo sobre el romanticismo. Vicente Fidel López defiende una literatura progresista y revolucionaria en tres artículos en su periódico La Gaceta del Comercio. Sarmiento distingue entre lo que él denomina «romanticismo» y lo que llama «socialismo». Entiende por «romanticismo», el lado sentimental e intimista de su literatura -que para él ya estaba pasado y muerto-; y por «socialismo», el lado positivo de la revolución romántica, que es el romanticismo social adoptado por los jóvenes poetas y ensayistas rioplatenses, con una actitud crítica racionalista y práctica. Sarmiento se proclama partidario del socialismo «... que no escribe por escribir como la romántica, ni para imitar maquinalmente como la clásica, sino para servir los intereses de la sociedad...». «Hemos sido siempre -confiesa luego- y seremos eternamente socialistas, haciendo concurrir el arte, la ciencia y la política, los sentimientos del corazón, las luces de la inteligencia y la actividad de la acción, al establecimiento de un gobierno democrático fundado en bases sólidas, en el triunfo de la libertad y de todas las doctrinas liberales, en la realización de los santos fines de nuestra revolución»9. Por intercesión de José V. Lastarria, un miembro más moderado de la sociedad literaria, Sarmiento accedió a escribir una carta, ofreciendo la paz a sus adversarios y pidiendo que se pusiera fin al debate, que se había tornado excesivamente acalorado. Poco tiempo después El Semanario desapareció y sus redactores se dispersaron10.

Con Rafael Minvielle, sostiene una polémica sobre ortografía, donde aboga por simplificar la ortografía castellana, con la intención de facilitar a las masas el aprendizaje de la lectura y la escritura y prepararlas así para el gobierno propio11.

En éstas y en otras polémicas, Sarmiento se mostró siempre entusiasta, apasionado, y hasta de buen humor. Sólo se enfureció cuando se puso en duda la valentía y el honor de los emigrados argentinos12.

En las querellas personales, Sarmiento pierde su ecuanimidad, como lo ilustra la famosa polémica que sostiene con Juan Bautista Alberdi, pero en los demás casos ejercita esta posibilidad discursiva, como ejercicio intelectual propio de la época, que le brinda un medio eficaz para desarrollar la función pedagógica y moral de la literatura. Por medio de la polémica pone en práctica su afán de remover y sorprender al público lector, plantearle cuestiones sociales, políticas y culturales, obligarlo a formarse una opinión propia y sacudir su indiferencia, interesando a sus destinatarios en algunas cuestiones, que pudiese seguir en sucesivas publicaciones. En un artículo de la «Primera polémica literaria», Sarmiento sintetiza el valor que le otorga a la polémica: «Mucho tiempo hacía que El Mercurio no suscitaba una cuestión que interesase vivamente al lector y le hiciese seguir con ahínco las sucesivas publicaciones de la prensa, devorar al comunicado, aplaudir una réplica victoriosa, festejar un golpe en regla...» «¡Viva la polémica! Campo de batalla de la civilización en la que así se baten las ideas como las preocupaciones, las doctrinas recibidas como el pensamiento o los desvaríos intelectuales»13.

Cuando existieron asperezas, Sarmiento las justificaba por la falta de ejercicio de la facultad de polemizar libremente; el hábito y la intervención del público con el tiempo las suavizarían.

Además de las polémicas suscitadas por su apoyo al partido conservador de Manuel Montt, sostuvo polémicas de índole personal con sus enemigos. De las que mantuvo con los hermanos Godoy, produjo dos libros autobiográficos que despliegan una estrategia defensiva, vinculada con circunstancias biográficas. Los Godoy, militantes del partido opositor al del ministro Montt, hicieron a Sarmiento blanco de todo tipo de calumnias y humillaciones. En un primer momento, Sarmiento evitó responder mediante la prensa, en tanto que, manteniendo el decoro en la acción periodística, contestó con carteles y volantes, y con la demanda ante la justicia por calumnia. Finalmente la desazón de sentirse públicamente afrentado, en un dominio que afectaba a Sarmiento de manera particular por sus circunstancias biográficas de provinciano, plebeyo y autodidacta, junto con la necesidad impostergable de vindicarse ante la sociedad chilena, le dictaron las páginas de Mi defensa, rápida autobiografía escrita en hojas sueltas. El ex cónsul de Chile en San Juan se convirtió en portavoz de las animosidades y resentimientos provocados entre sus compatriotas por las batallas periodísticas de Sarmiento. Godoy lo ataca en su origen, en su autoridad intelectual y en su honor, tres puntos neurálgicos en Sarmiento. Afirma haberlo conocido en la propia San Juan y certifica que se trata de un hombre cuya baja extracción social, y cuya carencia de estudios y perversidad en los instintos, exacerbados alguna vez hasta el crimen, lo definen como al más despreciable y peligroso de los aventureros. Desde un discurso testimonial, Sarmiento confirma su entereza y obstinación expresiva, azuzadas por la presencia de sus enemigos: «Mi vida ha sido desde la infancia una lucha continua; menos debido esto a mi carácter, que a la posición humilde desde donde principié, a mi falta de prestigio, de esos prestigios que la sociedad recibe como realidades, y a un raro concurso de circunstancias desfavorables [...]. Es mi vida entera un largo combate, que ha destruido mi físico sin debilitar mi alma, acerando y fortaleciendo mi carácter [...]». Y más adelante dirá acerca de su justificación: «... No es una novela, no es un cuento; me apoyaré en cuanto pueda en testimonios que aún puedo usar aquí. En lo demás, desafío a mis enemigos privados y políticos que me desmientan»14.

Ocho años después, cuando Sarmiento había adquirido mayor celebridad dentro y fuera de Chile, cumple con lo prometido en las últimas páginas de Mi defensa: «... Ya he mostrado al hombre, tal como es, o como él mismo se imagina que es. En una segunda publicación mostraré al libelista famoso, al escritor en Chile, al maestro de escuela, mis principios políticos y sociales. Entonces no me dirigiré a Godoy, sino al público»15. Recuerdos de provincia es su «segunda defensa», en respuesta aquí a los dicterios personales con que la cancillería de Rosas contestaba a sus ataques. En la presentación de sus Recuerdos, escribe: «Ardua tarea es sin duda, hablar de sí mismo y hacer valer sus buenos lados, sin suscitar sentimientos de desdén, sin atraerse sobre sí la crítica, y a veces con harto fundamento; pero más arduo aún es consentir la deshonra, tragarse injurias, y dejar que la modestia misma conspire en nuestro daño»16.

Sus compatriotas no le otorgaron demasiado crédito a la intención que expresara el autor del libro ante los ataques del rosismo. Alberdi no se detuvo ante la defensa sarmientina, cuando pensó que había llegado la hora de decirlo todo. En su opinión, no era de buen gusto que un republicano hablara de sí de ese modo. Al mismo tiempo puso de manifiesto que el objeto de la obra era presentar la figura de un candidato17.




III

A diferencia de las otras polémicas chilenas, Sarmiento pierde con Alberdi la mesura y el decoro. Furibundo y más personalista, truena y centellea frente al frío y culto Alberdi. La polémica enfrenta a dos espíritus superiores.

En 1852, después de Caseros, Sarmiento rompe con Urquiza y se autoexilia en Chile una vez más. Al llegar a Valparaíso concuerda con Alberdi mantenerse ambos expectantes, para favorecer la unión nacional y la organización constitucional. Al poco tiempo se entera de que Alberdi había sido nombrado en Paraná enviado diplomático de la Confederación ante el Gobierno de Chile, para allegar las opiniones en torno a Urquiza y en contra de Buenos Aires. Con tal fin se forma el Club de Valparaíso y Alberdi comienza a escribir en El Diario de Valparaíso.

En ese mismo año, Sarmiento publica Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América, donde proclama su disidencia con el régimen que nacía en el interior argentino bajo la influencia del vencedor de Caseros. Plenamente identificado con Urquiza, Alberdi responde con las Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina llamada Cartas Quillotanas. Sarmiento tardó un mes hasta escribir Las ciento y una. Alberdi replicó con Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la República Argentina. Ya sancionada la Constitución Argentina, en 1853 Sarmiento dio a conocer los Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina, a los que siguieron los Estudios sobre la Constitución Argentina, de Alberdi. Dentro de este marco bibliográfico se ubica la polémica, entre recriminaciones y agravios y diálogos virulentos.

El debate puede ser contemplado desde distintos ángulos: lo histórico, lo político, lo psicológico, lo constitucional, lo cultural.

Nos detendremos, en este trabajo, en el debate ideológico que se plantea entre dos perfiles culturales que difieren en sus medios, fines y matices. El discurso polémico en ambos casos, tanto en Sarmiento como en Alberdi, apunta a un contradestinatario o a un Otro negativo, a quien deben descalificar en lo personal o en su producción literaria. Por un lado, señala Carsuzán, «la fría, aparentemente mansa, razonada argumentación de Alberdi, encierra la negación total de Sarmiento, su aniquilamiento. Para Alberdi, caído Rosas, Sarmiento había concluido su misión, y debía desaparecer ante la nueva Argentina»18.

La estrategia de Alberdi consiste en la realización de una «lectura destructiva»: se propone estudiar a Sarmiento como escritor y atacarlo y desarticularlo en sus escritos, especialmente, sus publicaciones agitadoras posteriores a Caseros. Hará una «crítica alta, digna» y respetuosa de la persona del adversario. Lo considera a Sarmiento, un representante de una tendencia y una faz de la prensa argentina: «... Por diez años ud. ha sido un soldado de la prensa, un escritor de guerra, de combate. En sus manos la pluma fue una espada, no una antorcha. Las doctrinas eran armas, instrumentos, medios de combate, no fines»19. La nueva época que se abre pide paz y reclama el reemplazo de la vieja prensa sudamericana y los «caudillos de la pluma» o «gauchos malos».

Sarmiento no resistirá la crítica demoledora que hace Alberdi hacia las obras de Sarmiento, que apunta a echar sombras sobre la eficacia y viabilidad de su programa. En la dedicatoria a Alberdi, en la Campaña..., Sarmiento le confiesa que no aceptará la polémica que le promovió en El Diario y le recuerda otros disentimientos que no alteraron la amistad entre ambos. En efecto, las «Cartas Quillotanas» son anteriores a «Las Ciento y una» y las provocaron. Sarmiento intenta, en esta obra, que podría ser considerada como su autobiografía intelectual, ordenar, con furia tremenda, los pensamientos: «En la olla podrida que ha hecho usted de Argirópolis, Facundo, La Campaña, etc., etc., condimentados sus trozos con la vistosa salsa de su dialéctica saturada de arsénico, necesito poner orden para responder y restablecer cada cosa en su lugar»20. Para desarticular a su adversario, Sarmiento recurrirá a la estrategia de volver las frases de aquél en su contra, aplicándolas a su persona y poniendo en evidencia la incoherencia de su discurso. Haciendo uso de una sutilísima y astuta ironía, le responde: «A Ud. no se le refuta. Con rectificar lo que Ud. dice, nada queda por hacer», puesto que todo lo que le ha imputado, de él mismo (Alberdi) lo sacó, o de los jóvenes de Buenos Aires de 1838, de que Alberdi formaba parte21.

Los ataques que le profiere Sarmiento se concentran en lo personal, con el fin de presentarlo con una figura de dudosa credibilidad y escasa originalidad.

En la segunda Carta Quillotana, Alberdi declara el propósito de hacer una crítica impersonal y desapasionada, que se distinga de la escritura del «montonero de la literatura» que ve en Sarmiento. En ésta como en las dos cartas siguientes, se dedicará a refutar los escritos del escritor sanjuanino y a condenar en ellos la excesiva emergencia del sujeto enunciador en su propio discurso, sus exageraciones y contradicciones. Alberdi llega a atacar la existencia de Sarmiento como «mito político», con argumentos que afectan hondamente el orgullo del sanjuanino, añadiendo cada vez mayor virulencia al debate, hasta el punto de desembocar en sucesivas enmiendas y rectificaciones.

En lo que respecta a las armas que se utilizaron en la polémica, queda claro que, mientras Alberdi atacó a Sarmiento sólo en carácter de escritor, es decir, en el dominio público, ejerciendo la facultad de la libertad de prensa para «la crítica y el examen sin traba», Sarmiento se apoderó de la persona y de la vida privada de Alberdi. Ambas estrategias persiguen un mismo fin: coaccionar para alcanzar el status de «lo verdadero», como efecto de sentido. La misma voluntad de verdad los lleva a entrar en conflicto poniendo en juego su capacidad persuasiva y su voluntad de generar verdades.

El debate ideológico cobra un interés singular, cuando dentro de un mismo cauce ideológico -el liberalismo burgués-, la polémica se instala en torno a dos cuestiones que están estrechamente vinculadas al proyecto político-cultural, que encarna cada contendor: la postura ante el gaucho y la visión de los términos de la antinomia civilización-barbarie.

En lo que respecta a la primera cuestión, Alberdi agrega una visión dual del gaucho y del caudillaje en general: hablará de «gauchos de poncho» y de «gauchos de frac» y verá en el gaucho la verdadera «palanca para el progreso»: «¿Si los gauchos en el gobierno son obstáculo para la organización de estos países, los gauchos de la prensa podrían ser auxiliares y agentes de orden y de gobierno regular? Todo es obstáculo para el establecimiento del gobierno en esta América inconmensurable, en que la ley es impotente, porque está a pie, sin caminos, sin armas y el desierto proteje lo mismo a sus defensores de espada que a sus ofensores de pluma. Y sin embargo, es menester caminar en la obra de la organización contra la resistencia del gaucho de los campos y de los gauchos de la prensa. Si los unos son obstáculos, no los son menos los otros; pero si ellos son el hombre sud-americano, es menester valerse de él mismo para operar su propia mejora o quitar el poder al gaucho de poncho y al gaucho de frac, es decir, al hombre de Sud-América, para entregarlo al único hombre que no es gaucho, al inglés, al francés, al europeo, que no tardaría en tomar el poncho y los hábitos que el desierto inspiró al español europeo del siglo XV, que es el americano actual: europeo degenerado por la influencia del desierto y de la soledad»22.

Sarmiento ve en el gaucho un elemento bárbaro que es necesario eliminar; en «Las ciento y una» critica la tesis que Alberdi expone en las «Cartas Quillotanas», que apoya una política desde los campos (gauchos), «única palanca» dentro de la organización y el progreso de nuestro país. Sarmiento declara: «Yo no he buscado jamás el progreso en esa base, ni la organización, tampoco. Ya nos la dieron Rosas; ya el experimento está hecho. Apoyado en los campos, con los caudillos, en los bandidos...»23.

Alberdi insiste en la Tercera Carta... en el despotismo del progreso y la incoherencia política de Sarmiento y sus amigos, les reprocha la utilización de métodos bárbaros y violentos para imponer la civilización y eliminar la barbarie, donde quedase aún un vestigio de ella24. En relación a la cuestión civilización-barbarie, define su postura, al comentar el Facundo de Sarmiento. Si bien coincide en la visión de la existencia de esas dos realidades, considera un error histórico de Sarmiento la localización de dichos elementos en las ciudades y en las campañas25; se inclina por ubicar a ambos polos en ambos lugares a la vez, en virtud de la complementariedad de los mismos, «que se necesitan y completan mutuamente». Propone una nueva visión de la realidad: «Si fuese preciso localizar el espíritu nuevo y el espíritu viejo en Sud-América, la simple observación nos haría ver que la Europa del siglo XIX, atraída por la navegación, el comercio, y la emigración, está en las Provincias del Litoral, y el pasado más particularmente en las ciudades mediterráneas. Esto se comprende, porque se ve, toca y palpa»26.





 
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