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La primera aventura cinematográfica de Eduardo Zamacois

Marcelino Jiménez León


Universidad de Barcelona



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La dilatada vida de Eduardo Zamacois (18731-1972) permite recorrer una de las épocas más interesantes de la literatura española. Interesante tanto en lo que atañe a la gran calidad estética de los periodos literarios que tan amplio lapso temporal abarca, como en cuanto a los múltiples cambios históricos y tecnológicos que van a revolucionar la vida y el arte. En el presente estudio nos interesa especialmente uno: la aparición del cinematógrafo y, más concretamente, sus relaciones con la literatura española del primer cuarto de siglo.

La primera noticia del filme objeto de nuestro estudio aparece en las páginas 63-64 de las memorias de Eduardo Zamacois, tituladas Un hombre que se va... (Memorias):2

En un trozo de la película con que ilustré las «Charlas de sobremesa» que me permitieron recorrer América, desde Nueva York a Bahía Blanca, aparecían sentados, alrededor de una mesa de café, Santiago Rusiñol, Mariano Benlliure, Romero de Torres, Linares Rivas, Zozaya, Hoyos y Vinent, Pedro de Répide... Todos se mostraron satisfechos, menos Zozaya. Me dijo:

-Usted me ha tomado de comparsa, y yo soy mucho más que un comparsa. Usted debía haberme retratado solo, como a Pérez Galdós, a Blasco Ibáñez, a Valle Inclán, a Ramón y Cajal, a Baroja...

-A ésos les retraté solos -repuse- porque, con o sin razón, todos son más famosos que usted.3


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Aunque la cita es larga, vale la pena reproducirla, no sólo por ser la primera noticia del documento fílmico, sino también porque aparecen datos interesantes sobre la estructura del mismo, lo cual resulta particularmente importante si tenemos en cuenta que de esta película hasta ahora sólo se han podido localizar 210 metros aproximadamente, es decir, unos diez minutos. Por lo tanto, lo que vamos a hacer es intentar reconstruirla a partir de los testimonios escritos4.

La feliz idea le surgió a Zamacois en los primeros días de 1916:

Por aquellos días tuve esta idea que había de trastornar profundamente mi vida, la de preparar unas «charlas familiares» ilustradas con proyecciones cinematográficas. Me veía paseándome por un escenario en tanto explicaba, durante doce o quince minutos, cómo vivían y trabajaban las grandes figuras españolas de mi época. Luego me acercaría a una mesa para apoyar un timbre que repicaría dentro de la caseta del «operador». Automáticamente el teatro quedaría a oscuras, y en la pantalla aparecería la ratificación gráfica de cuanto yo acababa de exponer. Seguidamente, a una nueva señal, la sala volvería a iluminarse, para que yo continuase hablando, y así hasta concluir. El espectáculo podría durar hora y media, dos horas...

Estas pláticas habían de ser, para su mayor lucimiento, improvisadas y dichas en el estilo más acorde con la llaneza de mi carácter. Antes que erudito pretendía ser ameno [...] Así, en mis charlas, lo «culminante» no sería la obra, sino el autor, desde el punto de vista personal y anecdótico -anécdotas hay que valen un retrato- y el cine se ocuparía de presentarle en toda la suprema sinceridad de su vida íntima.


(págs. 333-334)                


Tenemos, pues, el esbozo de lo que pretendía ser la película. Tamaña empresa necesitaba un apoyo digno de su envergadura. Zamacois, como en la película aparecerían casi todos los autores de la editorial Renacimiento, no dudó en acudir a Gregorio Martínez Sierra, entonces director literario de dicha editorial, quien comprendió perfectamente las posibilidades propagandísticas que el proyecto le abriría en el mercado americano, «y con la aprobación de don Victorino Prieto se brindó a financiarla». Desgraciadamente, no hemos encontrado ningún documento que hable de este proyecto, ni tampoco en las obras sobre Martínez Sierra que hemos consultado; el mismo resultado obtuvimos en el archivo de la familia Lejárraga, en Madrid; la hija de Gregorio Martínez Sierra nos comunicó que tampoco conserva carta alguna al respecto. Aunque no sabemos las razones   —375→   exactas por las cuales se dirigió a «Renacimiento», lo cierto es que se trataba de una editorial que incluía en su catálogo a lo mejor de la literatura española del momento (mezclado, todo hay que decirlo, con un buen número de bohemios y nombres menores que la historia se ha encargado de juzgar). Por otra parte, no faltan afinidades entre el proyecto que Zamacois plantea en 1916 y la trayectoria de dos personajes importantes de «Renacimiento»: Martínez Sierra y Ruiz-Castillo. Del primero sabemos que era hombre ambicioso de dinero y de fama y que deseaba conquistar el mercado americano (lo consiguió en su viaje a América en 1925)5. En cuanto a José Ruiz-Castillo Franco, ya algunos años antes (en 1910) había ido a América «para impulsar sus actividades editoriales, ampliando el mercado, ya muy considerable, de los libros por él publicados en la Biblioteca Renacimiento»6. Teniendo estos factores en cuenta, se deduce que también debió inclinar la balanza a favor del proyecto de Zamacois el hecho de que algunas obras de éste supusieran ventas de diez mil ejemplares, cifra nada desdeñable, así como el éxito de otras empresas aparentemente descabelladas del novelista, como sucedió con «El Cuento Semanal»7. Quizá también influyó en la buena acogida a este proyecto publicitario de Zamacois otro (vinculado también a la difusión de la imagen de los escritores) que había llevado a cabo la editorial Renacimiento un año antes (en 1915): nos referimos a la publicación de «un catálogo en el que figuran unas extraordinarias caricaturas de varios grandes escritores contemporáneos vistos por Luis Bagaría».8

Aunque son hipótesis plausibles, no deja de sorprender que no haya ninguna mención al documental objeto de nuestro estudio ni en el citado libro de Ruiz-Castillo9 ni en la documentada obra de Antonina Rodrigo: María Lejárraga: una mujer en la sombra, máxime si tenemos en cuenta que Zamacois coincidió en su exilio argentino con María Lejárraga; y es seguro que se vieron, porque hay una foto en que aparecen ambos charlando en 195310.

Volviendo a la película, hubo cierta reticencia al principio:

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...procedente de la repugnancia que el rebaño tiene a lo nuevo. Porque los artistas, frecuentemente, también «llevan el paso» y son rebaño. Y por eso fue que todos los autores, con uniformidad insospechada, se negaron a dejarse filmar.

-¡Qué ocurrencia!... Eso no es serio -decían.


En cierto modo, esta resistencia inicial se entiende si tenemos en cuenta el amplio debate que en aquellos años tenía lugar en la prensa sobre los efectos benéficos o nocivos del cine. Tampoco es ajeno a esta polémica el hecho de que muchas de los primeras críticas de cine aparezcan firmadas con seudónimos.

Pero Zamacois, tan buen conocedor de sus contemporáneos como demuestra en sus memorias, decidió atacar por otra vía:

Visto que mis contemporáneos no me hacían caso, me dirigí a los Maestros: por ellos debí empezar. Visité a Pérez Galdós [...] El glorioso y bondadoso don Benito elogió mi intento, calificándolo de cultural y de patriótico. Después, sus ojos, ya casi inútiles, lloraron.

-Todos me verán -balbuceó-, pero yo no podré verme...

Diciendo esto se acercó a una pared de su despacho y con ambas manos la palpó, acariciándola como si fuera la pantalla y su imagen estuviese allí.

No bien circuló la idea de que don Benito y el maestro Ramón y Cajal habían accedido a ser filmados todos los del gremio se pusieron, en manada, a mi disposición.


Aquí hay una incoherencia por parte de Zamacois, porque más adelante dirá que a Ramón y Cajal lo filmó en 1920 (vid. pág. 388 de Un hombre que se va).11

A continuación, Zamacois hace una interesante descripción de la película:

En pocos meses el film quedó terminado. En él aparecían: Pérez Galdós, en el jardín de su casa; Ramón y Cajal, en su laboratorio; Jacinto Benavente, dirigiendo un ensayo; Valle-Inclán metido en la cama, escribiendo; los inseparables Azorín y Baroja, en la calle, ante un puesto de libros viejos; Blasco Ibáñez en su quinta de Fontana-Rosa; Santiago Rusiñol, en Aranjuez, pintando y navegando por el Tajo; Romero de Torres, en su museo de Córdoba; Emilio Carrere, representando, asistido por una bella actriz, su poesía «La musa del arroyo»; los hermanos Álvarez Quintero, dialogando una comedia, según hacían antes de sentarse a escribirla. Y en distintos lugares y situaciones: Wenceslao Fernández Flórez, Villaespesa, Hoyos y Vinent, Mariano Benlliure, Linares Rivas.12


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Como vemos, Zamacois mezcla en su memoria la primera versión con la que realizó en 1920. Respecto a la versión de 1916, sabemos que debió terminarse antes del 2 de septiembre de ese año, porque en esta fecha se suicidó Felipe Trigo, quien, según acabamos de ver, figuraba en el film.

Al parecer Eduardo Zamacois confiaba en el éxito, incluso económico, de la empresa, si bien el motivo de su viaje era otro: «Yo no apetecía riquezas, ni honores. Yo husmeaba aventuras, buscaba vida. Pero hasta que ella [Bianca Valoris] me lo dijo no lo supe».13

Sin embargo, no todos compartían su entusiasmo:

Los compañeros de los que iba despidiéndome, no parecían darle importancia a mi viaje: los no incluidos en la película, porque se sentían menospreciados, los otros, porque su vanidad les aseguraba que, dejándose filmar, me habían hecho un favor. La misma editorial «Renacimiento» no pensó en ofrecerme un homenaje del que los periódicos hubieran hablado.


(336)                



La primera gira por América

Conviene aclarar que éste no es el primer viaje a América que realizó Eduardo Zamacois. De hecho, nuestro escritor había nacido en Cuba, si bien se trasladó con su familia a España cuando todavía era un niño. Algunos años después, en 1911, regresó a América, fruto de ese viaje sería el libro titulado Dos años en América. Impresiones de un viaje por Montevideo, Chile, Brasil, Nueva York y Cuba, así como los múltiples contactos que estableció, y que le serían de gran ayuda en sus siguientes visitas al continente americano. Señalamos a continuación las distintas escalas de su viaje:


Puerto Rico

Eduardo Zamacois y la película salieron de Valencia (embarcados en el Montevideo) rumbo a Puerto Rico el 11 de diciembre de 1916, casi un año después de haber concebido el proyecto.

La bienvenida que le tributaron cuando llegó a tierra americana debió endulzar el mal sabor que le había dejado la partida:

...apenas desembarcado conocí a José de Diego, ilustre campeón de la independencia puertorriqueña, y a los periodistas Pérez Pierret [...], a Pérez Losada, a Guerra Mondragón, a Romualdo Real, director de Puerto Rico Ilustrado, Caneja... Todos me colmaron de atenciones, y al saber el objeto de mi viaje hicieron de mí la «figura del día». Mi nombre estaba en todos los labios, los coleccionistas de autógrafos me enviaban sus álbumes y los teléfonos del Teatro Municipal sonaban continuamente pidiendo localidades para mis conferencias.


(336)                


La función debía comenzar a las ocho y media de la noche, «minutos antes de las ocho don Abelardo de la Haba, Presidente de la Casa de España, fue en su   —378→   automóvil a recogerme» (338). Al parecer, la primera conferencia resultó un tanto accidentada, pero Zamacois logró salir airoso, consiguiendo dar a la charla todo lo que pretendía: «Quiero darles cierto saborcillo bohemio; pretendo que sean íntimas, muy madrileñas, muy "Puerta del Sol"» (337).

El éxito de las charlas le permitió conocer a importantes personajes del mundo de la cultura y de la política. De estos últimos, el primero fue al dictador venezolano Cipriano Castro, luego desbancado por Juan Vicente Gómez.




Nueva York

En la ciudad de los rascacielos departía en una tertulia del hotel «Félix Portland», donde se alojaba, con «don Juan Rivero, ex redactor del Diario de la Marina, de La Habana y su hermano Anastasio; el periodista Francisco Pendás, el poeta venezolano René Borgia, José Manuel Bada, escritor a ratos y a ratos hombre de negocios, la compositora María Joaquina de la Portilla -llamada María Graver- y José Camprubí, director de "La Prensa"» (340).

Delfín González, secretario de la Unión Benéfica Española, y José Manuel Bada se encargaron de buscarle el teatro para sus conferencias, que en esta ocasión fue

el Teatro 37, para dar dos funciones, a razón de trescientos dólares por noche. Cuando la Graver [«María Graver, la inspirada autora de Bésame mucho, Cuando vuelva a tu lado y otras canciones que recorrieron victoriosas los Estados Unidos y conquistaron Europa»] lo supo, quiso figurar en el programa de la función inaugural. Deseaba cantar Ojos tapatíos y que yo, al terminar la primera parte de mi conferencia, la presentase al público. Así lo hice, y al aparecer la Graver, la concurrencia, puesta en pie, la ovacionó.


(341)                


Nos hemos permitido reproducir este fragmento para que se pueda apreciar el carácter abierto y desenfadado de las charlas. Después de la segunda -y última- conferencia, la poetisa yucateca Dolores Boglio de Peón le ofreció un banquete y pocos días después salió rumbo a Tampa porque «varias personas, allí avecinadas, me habían escrito diciéndome que la colonia cubana quería oírme, y que no vacilase en ir, pues hablaría a "teatro lleno", como así sucedió» (341-42).




Cuba

A su llegada a la tierra que le vio nacer los amigos no se hicieron esperar: «A las pocas horas de desembarcar volvieron a rodearme mis amigas y amigos de 1911 -Pepe Lastra, Antonio Covas Guerrero, Fanny Crespo, Mercedes Borrero, Pizarro, Soler...» (344).

Esta nueva aventura americana de Zamacois tenía un fuerte aire bohemio. Hasta ahora hemos podido comprobar que no parece haber una exhaustiva organización de las conferencias, así como tampoco se aprecia un excesivo control sobre el éxito económico de la empresa, por tanto no es de extrañar que, como les sucedía a menudo a los bohemios -y a Zamacois particularmente, según sus memorias-, los problemas económicos finalmente aparezcan. Según testimonio del propio autor:

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los miles de dólares -no muchos- que coseché en mis incipientes andanzas de conferencista, me permitían vivir con una tranquilidad nueva para mí [...] Hasta que la incontenible disminución de mis ahorros me cercioró de que tan dulce «no hacer» había terminado. Para recobrarme necesitaba un aconsejador, un secretario, que se ocupara de conseguirme teatros, de ponerle precio a las localidades y de anunciar mis conferencias lo bastante para que el público, de suyo indiferente y olvidadizo, supiese quién yo era y qué misión me traía a Cuba.


(345)                


El hombre en cuestión será José Márquez, antiguo representante de Esperanza Iris y hombre más que taimado, a juzgar por estas palabras:

Al preguntarle en qué condiciones podríamos asociarnos, me dijo que si sus gastos de viaje -no de hotel- eran de mi cuenta, con el diez por ciento de las ganancias tenía suficiente. En eso quedamos. Luego, a lo largo de una excursión que había de prolongarse cerca de tres años, me parece que quien llevaba el diez por ciento era yo.

No me importa, porque su diligencia en servirme no tuvo límites.


(345)                


En Cuba, José Márquez consiguió

que la directiva del Centro Gallego me cediese gratuitamente el Teatro Nacional, uno de los más hermosos y bellos de América; decidió a Lozano Casado, al viejo León Ichazo, a Carricarte, y a otros periodistas a entrevistarme, y cubrió los lugares céntricos de la ciudad con carteles anunciantes de mis Conferencia s; unos carteles bicolores, que me hicieron en New York, en los que aparecía con media cara blanca y la otra media roja, sobre un fondo negro. El éxito total que obtuvieron mis charlas lo refiero más a la cortesía del público habanero que a los cortos méritos del disertante...


(345-46)                


Para aprovechar el éxito de La Habana, Márquez decide hacer una gira por Cuba, trazando él mismo el itinerario, que, de oeste a este, recorría los núcleos mas importantes: Matanzas, Cárdenas, Santa Clara, Cienfuegos, Camagüey, Holguín, Palma Soriano, y Guantánamo.

Con la llegada de Márquez se aprecia una notable mejora en las cuestiones de publicidad, lo que debió repercutir en el éxito no sólo económico sino también cultural del proyecto: «De vanguardia, con un adelanto de cuarenta y ocho horas, iba mi secretario, y cuando yo llegaba a una ciudad, la prensa local ya había hablado de mí, los carteles, con mi retrato, "gritaban" mi nombre en todas las esquinas y la propaganda de mis conferencias estaba hecha» (346). En cuanto al resultado de los tres meses que duró la gira, fue el acostumbrado: «en todas partes coseché aplausos, afectos y dinero» (id.).




México

El siguiente destino fue Mérida, en México: «Allí conocí al poeta Mediz Bolio, y abracé a Villaespesa y a María, su compañera, que en aquellos días celebraban unas funciones en el Teatro Peón, donde yo iba a actuar» (id.). Pocas noticias más tenemos de esta corta estancia en tierras mexicanas.



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Guatemala, El Salvador y Honduras

Agrupamos aquí estos tres países centroamericanos porque son muy pocos los datos que sobre las conferencias que pronunció en cada uno de ellos proporciona Zamacois.

Su visita a Guatemala se produjo en los oscuros años de dictadura de Estrada Cabrera (la figura retratada por Miguel Ángel Asturias en El señor presidente, como el propio Zamacois recuerda). Desgraciadamente, sobre el aspecto que aquí más nos interesa nuestro novelista da pocos datos, pues sólo sabemos que en Guatemala las funciones se realizaron en el Teatro Colón. Lo que el autor de La enferma destaca de este viaje son unas anécdotas que tienen que ver con el dictador. Siguiendo el consejo del astuto Márquez, Eduardo Zamacois, a su llegada, saludó con un telegrama al dictador. Respaldándose en su buena fama, el novelista consiguió del dictador la excarcelación de un súbdito español, don Lucas Ibáñez, así como la resolución del problema que tenía con el gobernador otro individuo, don Aquilino Sánchez.

A su llegada a El Salvador, su primer destino fue la capital, San Salvador; luego siguieron San Vicente y Sonsonate. No sabemos nada sobre la duración o el lugar de las representaciones.

Poco es, también, lo que Zamacois dice sobre su visita a Honduras. Son apreciaciones de tipo político y social, que podemos resumir en esta frase: «Honduras me produjo una impresión similar a la que me causaron Guatemala y El Salvador, y a la que había de producirme Nicaragua, y también, aunque en menor grado, Costa Rica. Esos países donde la agricultura, las industrias y el comercio, son rudimentarios, estaban viviendo su Edad Media...» (353). Sabemos también que cuando llegó a la capital, Tegucigalpa, salieron a recibirle el entonces joven poeta Rafael Heliodoro Valle y el «veterano comediante español don Pedro Vázquez» (id.).




Nicaragua

Después de Honduras pusieron rumbo a Nicaragua, a bordo del City of Para. Nada más desembarcar en el muelle de Corinto recibieron un telegrama del presidente, el general Chamorro, en estos términos: «Doy orden para que introduzca usted sus películas libremente» (355). Sin embargo, el telegrama no surtió el efecto deseado, hubo problemas para hacer entrar las películas, aunque finalmente se consiguió. De entre las peripecias del viaje que narra Zamacois entresacamos la noticia de que los periódicos de la época también reseñaron la llegada del «ilustre huésped», como dice la nota de prensa que se recoge en las memorias: «El Gobierno ha obtenido de la Dirección de los Ferrocarriles, que nuestro ilustre huésped, en su viaje por el interior de la República, pague únicamente su billete» (357). El primer destino en la patria de Rubén Darío fue, como en otras ocasiones, la capital: Managua.

Desgraciadamente, Zamacois no menciona el itinerario punto por punto, sino que va hablando de los lugares en función de su importancia o de las peripecias que le sucedieron, con lo cual sólo tenemos una reproducción aproximada. También   —381→   es de lamentar la falta de precisión en las fechas, lo que sucede no sólo en lo relativo a este viaje por América sino también en el resto de sus memorias. Sabemos que durante su estancia en Nicaragua rindió homenaje a Rubén en León, la ciudad donde murió. Además, dio tres conferencias en el Teatro Variedades.




Costa Rica

Como de costumbre, la primera visita fue a la capital, San José, donde se alojó en el Hotel Francés. Gracias a una aventura (con rapto incluido) de Zamacois, sabemos que este viaje a Costa Rica se produjo antes del once de abril de 1918. Es decir, hasta ahora han transcurrido exactamente dieciséis meses desde su llegada a América, durante los cuales ha recorrido nueve países. Al parecer, la estancia en Costa Rica se prolongó durante una semana, pero no hay noticias (en las memorias) sobre si se proyectó la película. Suponemos que sí, porque a la partida recibió una carta del Presidente de la República.




Panamá

Márquez se adelantó para hacer las oportunas labores de propaganda; así, cuando Zamacois llegó (hacia el primero de mayo de 1918) a su habitación del «International Hotel» su secretario le anunció: «Los periódicos se han ocupado mucho de usted, y esta tarde recibirá la visita del cónsul de España [don Luis San Simón y Ortega]» (366). Aunque tampoco abundan las noticias sobre la proyección de la película en este viaje, hay un detalle importante, que muestra hasta qué punto el cinematógrafo iba conquistando terreno, desplazando hábitos antiguos y creando otros nuevos. Una noche, el siempre solícito Márquez llegó desalentado y cariacontecido; tras la obvia pregunta de Zamacois, su secretario responde así: «Vengo [...] de hablar con los empresarios de Eldorado y de Cecilia, y como los dos exhiben películas, hasta pasados algunos meses no tendremos teatro donde trabajar» (368). Sabemos, en cambio, que dio una conferencia gratuita en la Sociedad Española de Beneficencia; lo que no especifica es si empleó la película, aunque suponemos que sí, porque en otras ocasiones en que sí nos consta que utilizó el film también habla de «conferencia» o «charla».




Colombia

Variando la táctica empleada en otras ocasiones, el primer lugar de destino no fue la capital, sino Cartagena de Indias, donde pronunció las conferencias en el Teatro Municipal. En Barranquilla solamente estuvo un día, aunque también hubo función. De allí, a bordo del Lopes-Penha, zarparon rumbo a Bogotá. A continuación vamos a recoger, porque nos parecen interesantes desde el punto de vista de la recepción, unas frases: «La noche de mi "debut" en Bogotá, los jesuitas, para quitarme público, celebraron una gran fiesta escolar gratuita. De nada les valió, porque el alumnado y la prensa, El Tiempo, de Eduardo Santos, la revista Cultura, de Nieto Caballero, El Espectador, de Luis Cano... estaban conmigo, y con el esfuerzo de todos por tres veces se agotaron las localidades del Teatro Colón. De Bogotá [fuimos] a Medellín» (369). En total, estuvieron en Colombia casi un trimestre.

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De nuevo es uno de los problemas amorosos de Zamacois el que nos proporciona un dato interesante sobre la organización del viaje. El novelista traza un plan para divorciarse de la mujer con la que se había casado (aunque ya tenía su esposa en España). Márquez, que aunque no veía bien estos asuntos estaba obligado a colaborar en ellos, contesta: «Debernos renunciar al itinerario que nos habíamos trazado [...] y volver a Cuba» (370; la cursiva es nuestra).

El eco que esa aventura amorosa tuvo en España (hubo artículos en la prensa) le impulsa a regresar, pero un acontecimiento fortuito (como sucedió tantas veces en su vida, a juzgar por estas memorias) lo lleva a París, como corresponsal de La Lucha (cargo que le había ofrecido Hernández Guzmán). Sin duda contribuiría a su decisión el cheque de diez mil dólares que el entonces presidente de Cuba, el general Mario Menocal, le había dado «para que hable usted de Cuba en París» (372).

Sin embargo, su regreso al viejo continente no implica la renuncia al proyecto de difusión cultural, lo que sabemos por una carta que le envía a Márquez, diciéndole «... que no renunciaba a nuestro vivir nómada, le tranquilicé prometiéndole reanudar, a mi regreso, nuestra proyectada peregrinación por Sudamérica» (373).

En realidad, Zamacois volvió a viajar a América con su película (modificada) en 1920 y en 1924; además, hay noticias de que continuó su periplo por Europa y el norte de África, como hemos estudiado en otro lugar. En cuanto a la significación de esta obra, es evidente el valor histórico y documental de la película en su totalidad y, obviamente, del fragmento conservado. Nos indica cuál fue la posición de personajes de muy distintas edades y ámbitos ante el fenómeno del cine, pero además sirve como testimonio gráfico de indudable valor particularmente en el caso de Pérez Galdós, Felipe Trigo y Emilia Pardo Bazán, que morirían poco después de la primera filmación (si bien hasta ahora sólo hemos podido rescatar las imágenes sobre la novelista gallega). No hace falta volver a incidir aquí en el valor pionero de la idea y su éxito14; sí conviene señalar la falta de continuación de la fórmula. Otra conclusión inevitable es que aún quedan muchos interrogantes por responder.









 
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