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Capítulo XII

Castilla (Segundo período)

SUMARIO

Averiguar si la revolución de 1854 fue necesaria es asunto que concierne a quien estudie la Historia del Perú.- Males morales y materiales que esa revolución causó al Perú.- La revuelta costó cuatro mil vidas y un gasto que no fue menor de trece millones de pesos.- Con la revolución de 1854 principia una crisis política y económica de consecuencias más graves que las anteriores.- La lealtad de los jefes y oficiales de Echenique fue castigada con la destitución y el hambre.- Los ascensos y las improvisaciones hicieron daño a los que habían hecho de la milicia una carrera de honor.- Juicios emitidos por el doctor Barriga (Timoleón).- Castilla gobernó sin la Constitución hasta el 14 de Julio de 1855.- Instalada la Convención, los asuntos políticos tomaron nuevo giro.- Las augustas funciones del sufragio se pusieron bajo el control de los jueces de paz y de los gobernadores.- Lo que fue la Convención a juicio del doctor Lissón.- Exceptuando la importancia que se dio a la marina de guerra para colocarla a la cabeza de todas las —83→ de América y la incorporación material y militar que en forma estupenda se hizo del Oriente, poco se hizo en las demás cosas.- Todo fue anormal en los tiempos de Castilla y hasta una guerra tuvimos con el Ecuador.- Mal Castilla con los conservadores, por haberlos encontrado en las filas de Echenique, al fin tuvo que gobernar con ellos, por su enemistad con los liberales.- Las represalias fueron terribles y hasta hubo el propósito de asesinarlo.- Ataques a su persona y a la estabilidad de su Gobierno.- Revoluciones iniciadas en Lima, el 15 de Agosto de 1856, y en Arequipa, el 31 de Octubre del mismo año.- Vivanco se pone al frente de la última, consigue la insurrección de la escuadra y ataca y es derrotado en el asalto que dio al puerto del Callao.- Descripción de la campaña de 1856 a 1858, hecha por el Deán Valdivia.- Dos hechos de verdadero interés económico imprimieron carácter a la función financiera de esos años y le señalaron el rumbo erróneo que se inicia en 1855.- La supresión del tributo separó al indio de la solidaridad nacional y preparó la crisis económica que vino más tarde.- Suprimido el tributo de indígenas, las Tesorerías dejaron de ser colectoras para ser simplemente pagadoras, y de la Caja Fiscal de Lima salieron los situados para hacer los pagos de provincias.- La libertad de los esclavos puso al negro fuera del trabajo y causó a la agricultura y a la vida social males de inmensa gravedad.- Junto con las Cartas de Libertad, dadas por el Gobierno a los esclavos, se pagó por el Fisco a los amos 300 pesos por cada uno de ellos.- El pago se hizo en vales amortizables en cinco años, los cuales en plaza se cotizaron únicamente en un 40 % de su valor.- Conceptos de Ulloa y Sotomayor.- La opinión, aunque tarde, al fin llegó a convencerse de que los despilfarros de 1852 y 1853 no tuvieron como único origen la condescendencia de Echenique, sino también el tenor de la ley de Consolidación, dada en 1851.- Manera como eran repartidos entre gentes incapaces de trabajar los millones que producía el guano.- Exposición hecha por Echenique de lo que eran las industrias del Perú en los años en que él gobernó.- Los productos del guano en la segunda administración de Castilla favorecieron poco la prosperidad nacional.- Nunca en el Perú, hasta entonces, un estado de bonanza causó mayores estrecheces.- —84→ Los millones que venían de Europa volvían a salir del país.- Con tanta riqueza, el Perú no solamente nada aprovechaba del guano, sino que vivía sin holgura.- Denuncia de Elías, en 1853.- Intervención que el Perú dio a Francia e Inglaterra en la soberanía de las islas de Chincha.- La riqueza del guano, no solamente ofuscaba a los políticos y se repartía entre unos pocos, sino que mataba de raíz los anhelos y propósitos de los que querían buscar fortuna en la agricultura y la minería.- El agio y la especulación, con fundamento, tomaron extraordinario vuelo.- Estado en que se encontraba la minería.- Contabilidad nacional y Aduanas.- Juicio sobre Castilla.

- I -

Conocer y apreciar los males morales y materiales que la revolución de 1854 causó en la República, es asunto inherente a nuestro estudio sociológico. Si tenemos el propósito de buscar las causas que nos condujeron, primero al desastre en 1879 y después en 1900 a la convalecencia, imposible nos es prescindir de los hechos adversos que nos llevaron a esa situación. Entre esos hechos adversos y sumando uno más a los ya apuntados, están los derivados de aquella revuelta que duró dos años, que causó en el extranjero notable descrédito, que costó a la Nación cuatro mil vidas y un gasto que no fue menor de trece millones de pesos. Con la revolución de 1854 principia una crisis política y económica de consecuencias más graves que las anteriores. Ella no solamente rompió en forma violenta un período de paz que había durado ya nueve años, sino que volvió a presentarnos ante el mundo como un pueblo levantisco, incorregible, falto de estabilidad y garantías para el capital y para el obrero extranjeros. Por esos años, el dinero inglés de preferencia encontraba fructífero campo de acción en los Estados Unidos, —85→ en el Brasil y aun en Chile. El horror que inspiraba al europeo el derramamiento de sangre y el cortejo de crímenes y atropellos que son consiguientes a la matanza, detuvieron el propósito de explotar las riquísimas minas de la cordilleras y los fértiles campos de la costa.

Fue consecuencia de la contienda que terminó en Enero de 1855 la profunda división que se provocó entre vencedores y vencidos. La lealtad de los jefes y oficiales de Echenique fue castigada con la destitución y el hambre. Todos ellos fueron perseguidos, algunos desterrados y no pocos encarcelados. ¿De qué se les acusaba? De no haber cumplido la disposición del gobierno revolucionario del general Castilla, expedida en la sierra en Mayo de 1854, disposición en virtud de la cual se dieron cuarenta días de plazo para que todos los militares que componían el ejército de Echenique, reconocido entonces como ejército constitucional, abandonaran las filas en que servían. Un decreto que así ordenaba la deserción, que imponía a los militares como un deber el quebrantamiento de la ley más esencial de la milicia, que es el honor y fidelidad a sus banderas, y que fue expedido por una autoridad extraña en la República y considerada como ilegal, no pudo ser obedecido. El sentimiento íntimo y general que reinaba en Jauja en el ejército de Echenique, era adverso a su persona. Sus vacilaciones e impericia, sus errores y despilfarros, le habían creado mala atmósfera. Sin embargo, nadie le traicionó. Esta lealtad, esta conducta moral fue castigada, siendo lo peor que el hecho creó escuela y tuvo imitadores en los años posteriores.

La mayor parte de los jefes que sirvieron con Echenique, anteriormente estuvieron a órdenes de Castilla, no siendo pocos los que habían hecho la guerra de la Independencia y triunfado en Ayacucho. A la hora de la destitución, para nada se tuvieron en cuenta estos méritos.

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Al daño que a la carrera militar hicieron estas destituciones, hubo que agregar otro no menos perjudicial, como lo fue el de los ascensos y el de las improvisaciones a favor de hombres, muchos de ellos sin escuela y que sólo tenían el mérito de haber peleado valientemente en la campaña revolucionaria.

Recordando un poco la Historia, debemos decir que el gobierno del General Echenique distribuyó mal las rentas del Estado, habiendo permitido abusos en la Consolidación y sido parcial y reservado en la Conversión. Estos hechos que la opinión pública condenó y que trajeron grave responsabilidad sobre los hombres del Gobierno, en principio no autorizaron una revolución. Haber querido remediar el mal empleo de las rentas públicas con una guerra civil, en la que ya no había un gobierno sino dos que gastaban sin tasa ni medida las rentas del Estado, fue un error. La guerra civil trae consigo la pérdida de vidas que vale más que la pérdida de dinero. Trae el ataque a la propiedad privada, la desmoralización de los pueblos, la ruina del comercio, de la minería y de la agricultura. Lo primero que la revolución hace es formar ejércitos, imponer a los pueblos la contribución de sangre, arrancando a los hombres del seno de sus hogares o dándoles caza como a bestias feroces, si acaso huyen. Hecho esto, toma el dinero que encuentra en las Tesorerías y averigua quién de los ciudadanos lo tiene para quitárselo por la fuerza. Si estos recursos no son suficientes, se crea papel moneda al que se le da curso por medio de la depreciación o se hacen contratos en los que se reciben diez para devolver cien de esas rentas fiscales que se pretende economizar. Ya hemos dicho que la revolución de 1854 costó a los revolucionarios cuatro y medio millones de pesos y que habiendo invertido Echenique en combatirla el doble, fueron trece millones los que se gastaron para castigar a quien en la Consolidación malversó menos de esa suma.

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Un notable publicista de la época, el doctor Barriga, que en un folleto escrito con el seudónimo de Timoleón condenó la revolución de 1854, expuso, al tratar de ella, las únicas causas que a su juicio facultaban a los ciudadanos para levantarse en armas contra el gobierno constituido. Al respecto dijo:

En teoría solamente cuando los elementos de la sociedad están minados en su base, cuando el Gobierno ataca por sistema aquellos derechos inherentes a la personalidad humana, la vida, el honor, la seguridad individual, la propiedad, que son el objeto primordial de toda asociación política, cualquiera que sea la forma de gobierno que se adopte, sólo entonces, siendo imposible la existencia moral y material del hombre, es lícito a los ciudadanos ocurrir al terrible medio de la insurrección armada. Cualesquiera otras faltas por graves y dolorosas que sean, deben corregirse por la discusión concienzuda de las cuestiones sociales, por el influjo lento pero seguro de las ideas y de la opinión, por la experiencia que, gobernantes y gobernados, adquieren mediante la aplicación práctica y tranquila de las leyes.

El sistema representativo en la República tiene además la excelencia de que encierra en sí mismo el germen de esas revoluciones pacíficas y legales, que desterrando de los gobiernos todos sus elementos malos los purifican y perfeccionan gradualmente. Estas revoluciones están en la renovación periódica del Jefe del Estado; porque es imposible que el Presidente de hoy sea idéntico, ni en miras políticas, ni en carácter privado, al Presidente de ayer. Estas diferencias inevitables lo conducirán a un antagonismo provechoso; y aleccionado por la experiencia, huirá de los vicios y de los errores que trajeron el descrédito, los embarazos, o la ruina de su antecesor. ¿Cuál es el objeto de la más justa revolución? Cambiar el Gobierno: pues esperad un momento; y dos o tres años son un momento en la vida de los pueblos. Entretanto armaos de valor cívico, sed infatigables, imprimid, discutid, hablad, distinguiéndoos ante todo por la buena fe y el patriotismo, obrad sobre la conciencia y la inteligencia del Jefe extraviado, dad energía a los otros resortes de la máquina política, despertad al cuerpo conservador y al cuerpo legislativo si acaso duermen en el cumplimiento de sus deberes. Allí tenéis sobre todo a los Ministros responsables, no les disimuléis sus errores, no les tengáis piedad, que sepan que ocupan un sitio de gloria para el hombre de patriotismo, de inteligencia y de miras elevadas: de dolor —88→ y tormentos para aquel que por toda política sólo quiera hacer triunfar sus pasiones o las del jefe que le paga; que sepan que cuando el odio público los haya arrojado del sitio como a insectos aplastados, les esperan no una Legación, sino el aislamiento y la vergüenza; que a un ministerio suceda, pues, otro incesantemente, hasta hallar los hombres que el país necesita, pero respetad al Presidente porque representa a la Nación y al orden público, y cuando haya terminado su período entonces pedidle cuenta de su administración, juzgadle y castigadle, si fue criminal, no inventéis sofismas para salvarle del juicio político que debe ser tan inevitable para todo el que gobierna hombres y maneja caudales públicos, como es inevitable el juicio a que Dios nos sujeta más allá de la muerte.


- II -

Investido de la autoridad que le dieron los pueblos, el general Castilla gobernó el Perú sin Constitución ni congreso, hasta el 14 de Julio de 1855, día en que la Convención Nacional por él convocada le eligió Presidente provisional. Con este título se mantuvo en el poder más de dos años, habiendo sido elegido Presidente constitucional, de acuerdo con la Constitución de 1856, el 24 de Octubre de 1858.

Dice el doctor Lissón:

El General Castilla, que durante la campaña no había sido más que el director de la guerra, se trasformó en verdadero dictador después de la batalla: habló en su propio nombre, en virtud de la autoridad que le había delegado el pueblo, y se declaró un poder independiente de cualquier otro. La Capital, centro y foco de la Consolidación, que no había tomado parte en la lucha, y a la que había sido menester conquistar, no le opuso resistencia alguna; cual diestra cortesana se plegó a él, rodeándolo de sus enemigos de la víspera, que lo halagaron, fomentando su ambición para el pago de los vales. Tampoco se le opusieron los revolucionarios, unos por no dar un escándalo y un placer a los contrarios; otros porque, desvanecidos con el incienso del triunfo, creían conseguido lo más importante, y esperaban que no habría desavenencias con él en lo venidero; y los más, porque la brevedad de la guerra y el poco estudio de las necesidades sociales, no les habían permitido formar y unificar sus ideas sobre la nueva organización política que debía —89→ darse a la República. Así desde el 15 de enero empezó a declinar la Revolución; y como si no bastara su influencia personal para falsearla, olvidando su noble conducta del 44, y pretendiendo obedecer sus mandatos, dictó leyes de proscripción a su antojo, dividiendo a la Nación en vencidos y vencedores y no en ladrones y honrados, como ella quería. Siendo el resultado que los verdaderos culpables escapasen a la sombra de los inocentes, y que todo el rigor cayese sobre éstos, preparando, con tan impolítica medida, el camino a las nuevas revoluciones, y con ellas a la reacción.


Instalada la Convención, los asuntos políticos tomaron nueva orientación. Elegidos sus miembros por acuerdos que tuvieron origen en un simple decreto gubernativo, las augustas funciones del sufragio se pusieron bajo el control de los jueces de paz y de los gobernadores, los mismos que respectivamente y con oportunidad habían sido nombrados por los jueces de primera instancia y los subprefectos.

Disposiciones tan adecuadas para que el Ejecutivo consiguiera mayoría parlamentaria, no dieron el resultado apetecido. Negose la Convención a formar parte del engranaje presidencial, y desde que se instaló como poder constitutivo, conociose que no había lugar para ella y para el vencedor en la Palma. Teniendo ambos autoridad propia, la conciliación se hizo imposible, y habiendo sido necesario que uno cediera, fueron los legisladores los que claudicaron. Abdicación tan irreflexiva, hecha seguramente en obsequio de la paz, provocó la división, y como consecuencia el nacimiento de la rama gobiernista en el seno de la Convención. Si ella hubiera tenido valor para reconstituir el país en el sentido radical que éste exigía, de seguro que hubiera durado menos tiempo, pero en cambio habría dejado una bandera que aunque vencida habría sido la insignia del porvenir. No lo hizo, consintió en su derrota, y hallándose vencida, comenzó a contemporizar de mala gana y a proceder con términos medios y con medias teorías. La Constitución de 1856 fue el resultado —90→ de una situación indecisa, indefinible y pusilánime. Ella restableció los municipios, creó las juntas departamentales y avanzó hasta una cámara única; pero al lado de estas teorías dejó al Ejecutivo dueño de la fuerza, del tesoro y de sus más antiguas atribuciones. Esta Constitución, que fue dada para satisfacer al general Castilla y a los liberales, no contentó a nadie. El Presidente declaró públicamente que con ella no podía gobernar y el pueblo la consideró inaplicable en su parte liberal. Dio esto por resultado que, aunque jurada y promulgada, no tuviera un solo día de existencia, y que sólo sirviera para confirmar en algunas personas de buena fe la idea de que las teorías democráticas eran irrealizables en el Perú.

- III -

La pacificación de la República y el buen manejo de las rentas nacionales, hechos que caracterizaron la primera administración de Castilla, no pudieron repetirse en los años que principiaron en 1855 y que terminaron en 1862. La marcha política y económica del Perú en esos años fue difícil, y exceptuando la importancia que se dio a la Marina de Guerra para colocarla a la cabeza de todas las de América, y la incorporación material y militar que en forma estupenda se hizo del Oriente, poco se hizo en las demás cosas, ninguna de las cuales tuvo el sello de previsión y de nacionalismo que fueron fruto de una visión extraordinaria y por las cuales la memoria que se tiene de un Castilla genial, patriota y honrado será imperecedera.

Todo fue anormal en esos ocho años y en ellos tuvimos hasta una guerra con el Ecuador, guerra de la que nada sacamos, sino aumentar en algunos millones los gastos extraordinarios de la Nación. Culpar a Castilla y repetir —91→ sin comentarios y sin analizar los sucesos cuanto por la prensa y por el folleto se le dijo por sus acusadores, es descubrir únicamente uno de los lados de la controversia. El hombre estuvo siempre a la altura de las circunstancias, y sin él, el país hubiera caído en la anarquía, anarquía que habría provocado la intervención armada de Inglaterra y de Francia, naciones que con sus buques hubieran principiado por ocupar las islas de Chincha, no en actitud de conquista, sino movidos por el deseo de cobrar sus deudas.

Mal Castilla con los conservadores, por haberles encontrado en las filas de Echenique, tuvo al fin que gobernar con ellos, convencido de lo difícil que era hacer buena política con gentes idealistas, como eran los liberales, todos ellos animados de propósitos irrealizables. Obligado a dar este paso, no solamente cambió de hombres, sino también de métodos, habiéndole sido necesario gobernar no solamente en forma dictatorial, sino con mano de hierro. El odio a su persona, los rumores de la proscripción y la conducta de sus corifeos provocaron la serie de conspiraciones, que culminaron en el movimiento insurreccional de Arequipa. Dos años duró la contienda y durante ellos los partidos no se detuvieron ante ningún respeto. Si el uno malbarataba el guano sin pudor, el otro comprometía la soberanía de las islas, dispersaba la Convención y despilfarraba más guano que en tiempo de Echenique. Resuelto el gobierno a sostenerse en el poder y a imitar los métodos que empleaban sus adversarios, gastó el dinero que producía el guano sin tasa ni medida, y no dejó tranquilo a uno solo de sus opositores. Las represalias contra Castilla fueron terribles y la lucha fue tan intensa que hasta hubo el propósito de asesinarlo.

El primer ataque a su persona se realizó el 20 de Enero de 1855, o sea 15 días después de la batalla de la Palma. El ofensor, coronel Antonio Florentino Villamar, luchó con él —92→ hasta derribarlo en tierra, en su intención de victimarlo. En otra forma, el mismo ataque se repitió en la noche del 25 de Julio de 1860. Un individuo, cubierto el rostro y a caballo, disparó contra el Presidente un tiro de pistola, que felizmente sólo le hirió en el brazo. El señor Calmet, que en esos momentos acompañaba al jefe del Estado, no pudo perseguir al asesino por largo rato, por haber huido éste velozmente en el caballo que montaba. Gran empeño se puso en descubrir al autor de tan alevoso atentado, mas fueron inútiles las averiguaciones hechas. Hasta hoy el crimen permanece en el misterio. Otro ataque, no se sabe si para tomarlo preso o para asesinarlo, se realizó sin éxito en la noche del 28 de Noviembre de ese mismo año. Cuando varios paisanos armados y conduciendo una compañía del batallón Lima llegaron al domicilio de Castilla, situado en la calle de Divorciadas, ya éste, que recibió el aviso de una rabona, había tomado medidas para no ser sorprendido.

Las conspiraciones fueron continuas y con muy cortas interrupciones, habiéndose realizado todas en el año de 1856. Dieron ellas origen a cinco levantamientos, tres de poca importancia, como el del 13 de Marzo, en Islay, y los de Julio y Agosto, respectivamente, en Trujillo y en Tacna. Fueron de gran magnitud las conspiraciones que estallaron en Lima, el 15 de Agosto, y en Arequipa, el 31 de Octubre. La primera fue encabezada por el general Castillo y estuvo sostenida por el batallón Yungay y otros más, que pusieron al gobierno y a sus fuerzas en muy azarosa situación. Castilla se hizo fuerte en Palacio, no habiendo pasado el jefe insurrecto de la plaza llamada entonces de la Inquisición. El combate en las calles duró todo un día, la mortandad fue grande, y al fin triunfó el gobierno constituido.

Fue mucho más larga la revolución que principió en Arequipa, el citado 31 de Octubre. Iniciada por dos hombres —93→ valerosos, como lo fueron Masías y Gamio, y sostenida con entusiasmo por las clases populares, pronto consiguió poner sobre las armas a numerosos ciudadanos, los que, falto de un caudillo, se acordaron de Vivanco. Estaba éste en Chile, y proclamado presidente de la República, se puso al frente de las fuerzas organizadas. Castilla, por medio de San Román, trató de entrar en arreglos amistosos y conciliatorios. Sus esfuerzos fueron desatendidos. No habiéndose levantado ninguna otra provincia, el movimiento quedó circunscrito a la zona de Arequipa, y fácilmente hubiera sido dominado, si la escuadra no se hubiera adherido a la revolución. Iniciado el alzamiento a bordo de la fragata Apurímac, por el alférez Lisardo Montero, de 27 años de edad, y conseguida la adhesión de las corbetas Loa y Tumbes, Vivanco dispuso de la movilidad marítima que perdió Castilla.

El Deán Valdivia discurre con veracidad y sin apasionamiento sobre los puntos históricos de la campaña del 56-58, y sobre ella nos dice lo siguiente:

Los revolucionarios en Arequipa invocaron a Vivanco por Jefe Supremo de la República: le escribieron a Chile, y a los pocos días se colocó a la cabeza de la revolución; plegándosele la mayor parte de la escuadra, y como Jefe de ella, D. Lisardo Montero.

Al estallar la revolución en Arequipa, se hallaban en el puerto de Islay el General San Román y el General Lerzundi. En Islay había una pequeña fuerza de infantería; y con ella se fue San Román al valle de Tambo. Pero temiendo que esa fuerza se sublevase, o que la sublevada de Arequipa fuese a atacarlo, dejó a Lerzundi en Tambo, y se fue a Puso, por Vitor y Yura, a organizar una división.

El General Vivanco contaba con la opinión del Callao y de Trujillo; y se embarcó con su tropa, con el doble objeto de apoderarse de las Islas de Chincha, y probablemente del Callao; pero la Convención, para evitar la toma de las Islas, por resolución de 13 de Mayo de 1857, autorizó al Consejo de Ministros, y éste al de Relaciones Exteriores, Manuel Ortiz de Zeballos, para una convención ad referendum con los Encargados de Negocios de S. M. B., Enrique Steven Sullivan, y el de S. M. —94→ el Emperador de los franceses, Alberto Huet, a fin de que dichos representantes reconociesen, a nombre de sus gobiernos, el derecho de la República del Perú, en virtud del cual no autoriza, consiente, ni permite que se explote, cargue, exporte, enajene, ni expenda guano de dichos depósitos, sino en virtud de los contratos legalmente celebrados, que regían en esa actualidad o que en lo sucesivo celebrase el Gobierno Nacional reconocido que exista; ni autorizaba, consentía, ni permitía en las Islas de Chincha, de Lobos, Puertos, Bahías o Caletas de otras guaneras que en lo sucesivo se exploten buques mercantes destinados a cargar y exportar guano, sin las licencias especiales del Gobierno reconocido, que exijan las leyes o reglamentos vigentes. Dicha Convención se hizo en Lima a 21 de Mayo de 1857, y fue firmada; quedando el guano bajo la protección de las dos naciones expresadas.

No pudo, pues, Vivanco apoderarse del guano de Chincha, pero había vendido antes algunas cantidades del guano del Pabellón. El Gobierno apresó algunos buques que después fueron a exportar más cantidad de ese punto; y el reclamo de esas presas costó fuertes cantidades al Perú por los buques de Norte América, y no así por los de Inglaterra, cuyo Gobierno conoció el buen derecho del Perú para apresarlos.

Vivanco llegó al Callao, de cerca del muelle se hizo llevar un buque de particulares peruanos, cargado de efectos de comercio. El General Castilla impidió que se hiciese fuego al buque raptor, a fin de que se hiciera más odiosa y pública la conducta de Vivanco. Con la confianza de haberse llevado impunemente ese buque, volvió el raptor por otro, y Castilla mandó romper el fuego de artillería sobre él. El buque raptor fue notablemente averiado; y Vivanco se abstuvo de cometer otro atentado en la bahía.

Mientras Vivanco estaba en el Callao, se revolucionó en su favor en Huanta un General colombiano y Castilla tuvo que mandar contra él al Coronel Segura, y al de los Andes. Estas fuerzas a las órdenes del General Pedro Diez Canseco, batieron al colombiano revolucionario en el mismo Huanta.

Vivanco se retiró del Callao para el Norte, a ocupar Trujillo y los valles de la costa. Cuando se hallaba en Trujillo, se acercaba contra él una columna, a las órdenes del Coronel López La Valle; y Vivanco, con los suyos, el Coronel Espinoza, que se denominaba él mismo el soldado embarcó en Huanchaco, y fue a unirse a su división en Chiclayo y Lambayeque. El Comandante Mariano Ignacio Prado, de orden de su Jefe López La Valle, atacó a la fuerza defensora de Trujillo, y tomó la Ciudad.

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El General Castilla se embarcó en el Callao en un vapor viejo, que sólo servía para conducir caballos o de pontón. La infantería, caballería y artillería iban apiñadas y expuestas, en un buque de poco andar, a ser tomadas por la escuadra de Vivanco. Sin embargo llegaron al Norte, desembarcaron con grandes peligros en esa mar tan brava, y se pusieron en marcha contra Vivanco. Éste, sorprendido con noticia tan inesperada y con hecho tan atrevido, emprendió su fuga para Piura, perseguido por Castilla.

El Coronel Lacotera, que con una guarnición se hallaba de Prefecto en Piura, se declaró neutral.

Vivanco con su tropa se embarcó en Paita; y Castilla, que no pudo alcanzarlo ni tenía buques, se quedó esperando el vapor de la línea.

Vivanco, habiendo dejado a Castilla a tanta distancia, y sabiendo que no tenían tropas suficientes Lima y el Callao, llegó a este puerto, que estaba a cargo del General Plaza con una pequeña guarnición y algunos cañones que se montaron sobre el muelle.

Vivanco se quedó a bordo en seguridad, y mandó su división a tierra, a las órdenes de los Generales Juan Antonio Vigil y Manuel Vargas Machuca y del Coronel Lopera. La división desembarcó en la noche, al Norte del Callao, sin ser sentida hasta que se aproximó a la población. A la llegada de Vivanco al Callao bajó de Lima con un batallón el General Diez Canseco.

Cuando los agresores ocuparon las primeras calles del Callao, y corrió la voz de «los enemigos están adentro», el General Plaza montó a caballo, y al pasar por la plaza del castillo lo mataron de un balazo. Canseco supo la muerte de Plaza cuando los enemigos estaban ya muy adentro de las calles, y tomó la dirección hacia el templo de Santa Rosa.

El Jefe de la batería del muelle, Coronel Rudesindo Beltrán, que no recibía orden alguna, teniendo noticia de que los enemigos se hallaban en la calle principal de la Prefectura, dejó la batería, y con la fuerza que tenía a su cargo corrió hacia los enemigos, y trabó un combate desesperado a menos distancia que un tiro de pistola. El Coronel Lopera cayó muerto: Vigil y Machuca quedaron tendidos con las piernas rotas. Canseco por otro lado se hallaba comprometido hasta llegar a las manos. Los Vivanquistas, en su mayor parte arequipeños, no cedieron el puesto hasta quemar sus últimos cartuchos, dando y recibiendo cargas sucesivas a la bayoneta. Quedó muerto el Comandante José Manuel Zeballos, llamado el Sosegón; y casi muerto el Comandante Sebastián Valcárcel; ambos arequipeños. Casi todos quedaron muertos, mal heridos o prisioneros —96→ en las mismas calles; y los pocos que trataron de embarcarse, se encontraron sin lanchas, porque se había dado orden de retirarlas. El triunfo fue completo por parte del Gobierno; y Arequipa perdió en ese combate la flor de su juventud.

Vivanco se retiró con su escuadra a Islay; y cuando nadie esperaba que, con la noticia de haber sacrificado la preciosa juventud de Arequipa, fuera recibido en esta Ciudad, lo fue y con ternura; dando esa prueba los hijos del Misti de cuán superiores son los contrastes a lo que calculaban los que se preciaban de políticos. Arequipa no sólo recibió a Vivanco asociándose a su desventura, sino que, con aquel patriotismo y actitud de que ha dado pruebas repetidas, improvisó un ejército, lo disciplinó y lo sostuvo a costa de inmensos sacrificios, hasta ponerlo en estado de honrosa defensa de su territorio y de la causa que había proclamado.

El General San Román, entretanto, había formado una preciosa división, y bajó sobre Arequipa a batir la tropa de Vivanco. San Román que conocía bien las posiciones de Arequipa, eligió la de Yumina. Vivanco, dejando la Ciudad que estaba atrincherada, fue en busca de San Román, y se colocó en el alto de Paucarpata, teniendo por frente el río y la posición de San Román. El 29 de Junio de 1857 ocupó Vivanco el Cerro Gordo con la artillería, dominando la posición de Yumina. Ni Vivanco ni San Román podían pasar de frente uno contra el otro; y como San Román sufría los fuegos de artillería gruesa, que no podía contestar con sus piezas de a cuatro, tomó el camino de Yumina para Sabandía, a fin de ocupar una parte del territorio de Paucarpata con la infantería, y mandó la caballería para que descendiendo por el alto de la Retama, subiese por la lloclla arriba de Paucarpata, cayendo a retaguardia del ala de Vivanco.

Como la fuerza de Cerro Gordo hacía mucho daño a la reserva que San Román dejó en Yumina a las órdenes del Coronel Freire, el coronel jefe de un batallón contra las órdenes de Freire se lanzó contra el Cerro Gordo, pasando el río y teniendo que subir una ladera difícil. Colocado en el fondo del río, inutilizó los fuegos de artillería, pero el Jefe Vivanquista Carlos Diez Canseco, atacó al batallón que subía con trabajo y sin formación, lo destrozó y dispersó completamente.

San Román no pudo llegar a situar su tropa hasta ponerla en orden de buena pelea, y después de pequeños encuentros tuvo que retirarse llegada la noche, lo mismo que hizo Vivanco, satisfecho de haberle dado una buena lección a San Román. Pero éste que no era tonto, luego que supo que Vivanco se había retirado hasta la Ciudad, reunió su tropa, y ocupó el alto de Paucarpata, donde amaneció, atribuyéndose justamente la —97→ victoria; como se le supone a todo ejército que, después de haber peleado, aparece ocupando el campo de batalla.

Cada uno de los beligerantes se atribuyó el triunfo, que en realidad no lo obtuvo ninguno de ellos. San Román se retiró después a Quequeña, con el objeto de colocarse a cubierto de una sorpresa.

El General Castilla, enfermo todavía del golpe de un caballo, se embarcó con la tropa que tenía, aventurándolo todo, y exponiéndose a ser tomado por la escuadra enemiga. Se lanzó mar afuera, recaló sobre el puerto de Ilo, y desembarcó su fuerza sin ningún contratiempo. Pero como había traído piezas de grueso calibre, que le era imposible conducir por tierra, las hizo colocar sobre toscas tarimas, remolcadas por lanchas, con el objeto de que fuesen varadas en la brava playa del valle de Tambo. Los lancheros, por temor a los buques enemigos se pegaron mucho a tierra, y una gran oleada arrojó las tarimas con las piezas de artillería sobre la punta de Ceorio, en medio de unas peñas, donde era muy difícil el descenso, y donde en pleamar eran batidas las piezas por las fuertes marejadas.

Castilla por tierra pudo conducir su tropa hasta reunirse con el General San Román en Quequeña; y dio orden para que sin reserva de trabajo ni de gasto se sacasen las piezas a la playa. La empresa pareció a muchos imposible, pero no lo fue para los tambeños y para el joven gobernador Manrique. Los cañones fueron sacados a tierra, y conducidos por bueyes hasta el pueblo de Sachaca, una legua al pie de Arequipa, donde Castilla puso su cuartel general.

El General Castilla, montó las piezas sobre el cerro que se halla detrás de la Iglesia de Sachaca, y cañoneaba la Ciudad. Los Jefes de Vivanco se esforzaron en disciplinar su tropa, y en reforzar las trincheras, que jamás se habían puesto en igual pie. La tropa era mantenida a costa de exacciones violentas; y para realizarlo se ordenó la prisión de personas notables, y aun se puso guardia a los enfermos en sus camas, y se negó a los presos toda especie de alimento, aun el agua. El Prefecto Berenguel y el Jefe denominado «el bayetillero» ejecutores de tales órdenes, dejaron en Arequipa la memoria más execrable.

El ardor de los Arequipeños, a pesar de ser ya proverbial para los combates, fue llevado entonces hasta la exageración. Sin orden de Vivanco salían gruesas partidas a pelear contra las avanzadas de Castilla. Los más días se traían a la Ciudad cuatro o seis muertos, y muchos heridos al hospital o a sus casas. Los paisanos habían reunido muchos féretros, y hacían a sus compañeros exequias pomposas, conduciendo los cadáveres con música hasta el panteón de Miraflores.

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Los ataques eran tan frecuentes y tan obstinados, que Castilla tuvo que destinar a San Román, con una división compuesta de las tres armas, para sostener el punto avanzado desde los arrayanes hasta Challapampa. Se nos ha asegurado que en vista de los muchos paisanos que morían suplicó a Vivanco la Señora Margarita La Torre que impidiese que los paisanos saliesen a esos combates, y que Vivanco contestó: «cada muerto es un chichero menos».

Castilla no atacaba, por hallarse ocupado en disciplinar su ejército, y en dar tiempo a que las exacciones que sufría Arequipa, hiciesen odiosa la causa de Vivanco. Armó también partidas de paisanos, a quienes los de la Ciudad, por traidores a su país, les dieron el odioso nombre de macca mamas, palabras del quechua que quieren decir pegadores de su madre.

El General Castilla arrasó varias cercas y terrenos de chacras, para pasar por su derecha, ya a Paucarpata, ya a Miraflores, hasta que se situó en Paucarpata, y proyectó la formación de una acequia para conducir el agua de Paucarpata hasta el llano de Miraflores.

Como Vivanco conoció ya ese plan, hizo fosos al pie de las trincheras, y formó otras desde los altos de Santa Rosa hasta Santa Teresa. A los de los altos, frente y laterales de San Pedro se les denominó Sebastopol. Castilla, para pasar los fosos y tomar los altos, mandó hacer plataformas fornidas para tirarlas, y escaleras.

El General Vivanco, invitado por San Román para que cediese de su propósito y ahorrase tanta sangre, y que reconociese la Constitución, ofreciéndole que Castilla sería separado del mando, nombrándose una junta de Gobierno compuesta de San Román, Vivanco y Ureta, accedió a todo, menos a reconocer la Constitución.

El General Castilla a los ocho meses se determinó a atacar a Vivanco por el lado de San Antonio de Miraflores. El sábado 6 de Marzo de 1858 se situó el General Castilla con su ejército en el pueblo de San Antonio y pampa de Miraflores, como a las cuatro de la mañana. Sus gruesos cañones, arrastrados por bestias, los situó al pie de la iglesia de San Antonio, al frente de las trincheras de la casa de San Pedro. Castilla tomó el centro, destinando a su derecha al Coronel Pedro Bustamante. Éste tomó la casa del presbítero Mateo Valdivia Alarcón; y la fuerza de San Román ocupó la izquierda, por la calle Grande de Miraflores, como también buena parte del centro, apoyando la artillería.

Los fuegos se rompieron poco después de las cinco de la mañana. Cuando al General Vivanco se le dio el aviso respectivo de la aproximación de Castilla, contestó: «No ataca: como —99→ el correo para Lima está próximo hace ese amago para mandar noticias. ¡Ojalá que nos atacara; pero no soy tan feliz!». Y no salió de su casa, que era la que tenía en arrendamiento la viuda del Dr. D. Andrés Martínez. Esa señora mantuvo al General Vivanco y a su gran comitiva con esplendor, habiendo quedado la familia adeudada en muchos miles.

Vivanco no salió de su casa hasta las ocho de la mañana y Corrales Melgar, que se hallaba en su casa, viendo pasar a Vivanco, lo reconvino por su demora. Vivanco contestó casi lo mismo que hemos dicho antes. Vivanco, sin comprometerse, regresó a su casa, pensando siempre en que Castilla se retiraría poco después, a pesar de que hasta esa hora la pelea fue tan encarnizada, que pocas veces se ha ostentado por ambas partes más valor y obstinación. Las pérdidas de ambos ejércitos eran ya tan grandes, que por la acequia que baja de Santa Marta para la Palma corría sangre desde poco después de las 11 de la mañana.

Castilla logró tomar el fuerte del alto de San Pedro, y la gran trinchera de la calle y del costado. A todo eso le llamaban Sebastopol. Subió a lo alto, y con el anteojo recorría la serie de trincheras de los altos y bajos de toda la extensión, desde San Pedro hasta el chorro de Santa Teresa. Una bala de fusil le quitó el anteojo de la mano, pero él continuó sobre la bóveda, y le alcanzaron otro anteojo. Castilla había dado orden a San Román para que tomase la parte del Monasterio de Santa Rosa, fronteriza al Palacio del Buen Retiro, rompiese la pared, entrase al Monasterio por la huerta, y a cualquier sacrificio batiese la tropa que ocupaba el alto de la Iglesia de Santa Rosa. Como San Román, por sostener otro ataque, no hubiese ejecutado pronto la orden que se le dio, Castilla, que no sabía perder los momentos, precipitó al Coronel Beingolea, diciéndole: «Antes de 20 minutos espero verlo a Ud. sobre aquel alto que nos hace fuego tan mortífero». Beingolea desempeñó la comisión: penetró al monasterio sin ser sentido, y por las mismas escaleras por donde habían subido los vivanquistas, subió con parte de sus fuerzas, despejó las bóvedas a balazos, no sin dificultad. Allí murieron muchos, desbarrancados. Fue atacado también en los altos por la tropa situada sobre la bóveda inmediata de la Iglesia de Santa Marta, y cuando él se acogió a la torre de Santa Rosa, cuyos arcos estaban cubiertos con un enrejado de madera, sufrió también los fuegos de la trinchera puesta en la bóveda de la casa de los Garzones. Beingolea, acosado en cierto modo por dos fuegos, y con poca tropa, por haber dejado parte de la suya en el patio del monasterio para que abriese la puerta atrancada y saliese a la calle (la que también fue batida por la tropa de una trinchera baja), tuvo que hacerse llevar los —100→ colchones de las monjas, para atrincherarse con ellos por dentro y por los lados de la torre.

Castilla, que seguramente reconoció el riesgo en que se hallaba Beingolea, le mandó un pequeño refuerzo, que sirvió oportunamente, y Beingolea logró despejar las fuerzas enemigas que lo batían, pero sin poder pasar adelante, como lo habría hecho, si no hubiese quedado también imposibilitado, y se limitó a conservar su puesto.

A pesar de tales pérdidas y de la muerte de varios Jefes y de muchos oficiales, continuó todo el día la defensa y el ataque sin tregua, hasta que llegó la noche, muy oscura.

La tropa de Vivanco, a pesar de que en el día pidió repetidas veces víveres y agua especialmente, no recibía tales auxilios, ni aun las municiones que faltaron en varios puntos. Cuando se le hacían los pedidos a Vivanco, los remitía donde el Prefecto Berenguel, el que cuanto fue impasible en su crueldad para exigir contribuciones, fue de cobarde en esa ocasión; pues desde temprano se había pasado a la otra banda del río para fugar a Bolivia, como lo verificó; murió en la ciudad de La Paz.

Desde la tarde se apercibió la población del mal estado en que se hallaba el ejército defensor, y por la noche, D. Basilio de la Fuente y otras personas respetables fueron donde Vivanco a decirle que se había ya derramado mucha sangre, y que por los datos que habían adquirido estaban perdidos: que salvase a la Ciudad, y a ese resto de tan heroicos defensores.

Vivanco, con resistencia, cedió a las muchas y sentidas razones de los peticionarios, y mandó una esquela al Ministro Plenipotenciario de Chile, que se hallaba en Socabaya, legua y media lejos de la Ciudad, para que hiciese el servicio de venir y hablar con Castilla, y obtener un armisticio, a fin de llegar a un acuerdo definitivo.

El Sr. Irarrázabal, Ministro de Chile, que había salido de Lima con el plausible objeto de interponer sus buenos oficios, a pesar de hallarse enfermo, partió inmediatamente a verse con el General Castilla. Éste lo recibió con el respeto que merecía su alto empleo, y con la cordial amistad que habían cultivado desde tiempo atrás. El Sr. Irarrázabal, sujeto de gran capacidad y de finísimos modales, esforzó su pedido con muchas y buenas razones; pero Castilla le contestó rotundamente: «mucha sangre se ha derramado por la ambición terca de ese hombre vano. Ya soy dueño de la plaza; no le queda otra cosa que rendirse a discreción».

Al amanecer del domingo 7 de Marzo se rompieron los fuegos con el mismo brío que el día anterior, y se sostuvo el ataque hasta cerca de las 11 del día, en que concluida la munición de —101→ los defensores, y tomadas por Castilla todas las trincheras fronterizas a Santa Marta, se retiraron defendiéndose como pudieron. Vivanco se había ya asilado en una casa extranjera de comercio, sin haber dejado orden alguna. Castilla, y San Román herido, ocuparon la Ciudad. Castilla pasó a la otra banda, ocupó la casa de Ramos, para dictar providencias y mandar propios a todas partes.

Vivanco, de quien Castilla no hizo caso, porque no quiso que lo sacasen del asilo en donde se hallaba, se fue a Chile, a la tierra de sus afecciones, como él decía. A bordo, en Arica, dijo a una persona respetable: que iba escarmentado, y que no volverá a meterse con esos chicheros que lo habían traicionado.


- IV -

Dos hechos de verdadero interés caracterizaron la función financiera de esos años, y le dieron el rumbo erróneo que a partir desde 1855 se inicia en la Hacienda pública del Perú. Fueron ellos, la supresión del tributo que pagaban los indígenas y la libertad de los negros.

El primero separó al indio de la solidaridad nacional, y por causa de tal segregación le puso fuera del engranaje administrativo. El tributo era módico, y aunque no lo hubiera sido, tenía la virtud de hacer trabajar a los indígenas y de ponerlos en contacto con las autoridades constituidas. El tributo nunca causó menoscabo en la dignidad ni en las rentas de los contribuyentes. Fue pagado sin protesta durante tres siglos, llegó a constituir una costumbre y su recaudación nunca se hizo por medios que fueran causa de una insurrección. Túpac-Amaru condenó la mita, pero no el tributo. Es cierto que recaía únicamente sobre el indio y no sobre todos los pobladores o sobre las otras castas, como entonces se decía, mas no fue suprimiéndolo como el mal debió haberse remediado, sino habiéndolo hecho extensivo a todos. Nadie atribuyó nunca la infelicidad del indígena a la contribución que pagaba. Es evidente que podía abonarla y que debía abonarla, porque no hay sistema de gobierno que —102→ pueda subsistir (excepto el que se pretendió implantar en el Perú en el tiempo del guano) sin que todos los habitantes contribuyan con algo a los gastos públicos.

La consabida supresión preparó la crisis económica que sobrevino más tarde, y la rebeldía del indio. Se le hizo creer que era injusto cobrarle contribuciones. Se le declaró libre y a Castilla su libertador, y se le dio oportunidad para vivir completamente ocioso. Por causa de la supresión, el ayllo, o sea la comunidad, adquirió mayor solidaridad. El indio se dedicó a cultivar de la tierra únicamente la parte que les daba de comer a él y a sus escasos carneros, carneros de los cuales sacaba lana para vestirse.

Alarmado el gobierno de 1855 por la disposición de 5 de Julio de 1854, disposición que suprimió en pleno período revolucionario la contribución de indígenas, y deseando subsanar lo que ya no tenía remedio, con fecha 26 de Junio de 1855 dio un decreto-ley, en virtud del cual todo peruano debía pagar una contribución personal, en la sierra de uno y medio pesos y en la costa de tres. Además, en la sierra, y los indios, el cuatro por ciento sobre el producto de las tierras. Al respecto dijo Timoleón en 1855.

Con el pago del tributo llenaba antes el indio todas sus obligaciones, y sólo con este fin tenía que pasar por las garras de los dependientes fiscales. Ahora los avaluadores de los fundos rústicos podrán ya poner la mano en las tierras del indio, y exagerarán sus productos para aumentar su tanto por ciento de premio. El pobre dueño recibirá también adelantos, sobre sus frutos para pagar esta nueva gabela, y las tierras de los indios, objeto siempre de la codicia de los subprefectos, de los gobernadores o de los colindantes hacendados, se escaparán de las manos de sus primitivos poseedores para ir a engrosar otras fortunas. El pobre indio al cabo de pocos semestres se verá despojado y errante con su familia y desaparecerá muy pronto porque es esencialmente agricultor. En la costa y en la sierra hay lugares desiertos y arruinados, porque sus pobladores los —103→ abandonaron desde que vendieron sus tierras o les fueron arrebatadas por la violencia y el engaño.


Antes de la supresión, las Tesorerías departamentales recaudaban el tributo de indígenas y cubrían con los productos los presupuestos provinciales, remitiendo a Lima los sobrantes. El decreto de 1854 invirtió aquella labor. Las Tesorerías dejaron de ser colectoras, para ser simplemente pagadoras. La Caja Fiscal de Lima situaba fondos en casi toda la República, y ya es de suponer lo que sería la vida provincial en esos días en que el orden público se alteraba y las autoridades departamentales no recibían los contingentes que periódicamente se les enviaban de la capital.

Dice Ortiz de Zeballos, en su memoria del año de 1858.

Sabéis, Señores, que suprimidas las contribuciones de Castas y de indígenas, quedaron todos los Departamentos, a excepción de los de Lima y Moquegua, sin recursos suficientes para atender a las necesidades de su servicio interior, lo que hizo indispensable que la Tesorería de la capital suministrara los fondos para llenar ese vacío.

De este suceso, sencillo en la apariencia, fluían dos cuestiones de Administración, aunque no de la misma valía, ambas de bastante interés: la una relativa a la planta de las Tesorerías departamentales, la otra a la manera de hacer ingresar en ella sólo los fondos precisos, de tal modo que no se diera lugar a egresos indebidos.

Las Tesorerías de los Departamentos que antes eran recaudadoras y pagadoras, se puede decir con bastante verdad, que en la actualidad sólo sirven para lo segundo. Es pues indispensable que su organización esté en relación con su manera actual de ser, y con tal fin en breve os presentará el Gobierno un proyecto.

El presupuesto de un año no puede servir para calcular los gastos que habrían de hacerse fuera de la capital en cada uno de los meses del siguiente; porque la mayor parte de las necesidades son eventuales, o se modifican sucesivamente. Porque el Gobierno destinó en el período que doy cuenta las cantidades precisas para abrir o mejorar los caminos del interior que conducen hacia los ríos navegables, cuyas márgenes se colonizarán en breve, ¿se podría deducir que al siguiente en esos lugares sería conveniente realizar las mismas inversiones?

—104→

El Gobierno no debe jamás dar lugar a que sus obligaciones sean desatendidas en un punto cualquiera de la República por falta de dinero preciso; pero tampoco está en el caso de mantener en las arcas públicas de éste o el otro lugar sumas que sean innecesarias. Por evitar estos dos extremos, se expidió la circular que encontraréis bajo el N. 3.


Destruida la organización tributaria que existió hasta 1854, el recaudo de la contribución personal de tres pesos en la costa y doce reales en la sierra (un peso tenía ocho reales), no pudo ser cobrado, o mejor dicho hubo desgano en el recaudo. Respecto a la segunda, de cuatro por ciento sobre el producto de la tierra, ella causó innumerables abusos. Dice Dancuart sobre este tópico de contribuciones:

Los extraordinarios y cuantiosos recursos del guano, que bastaban a satisfacer las necesidades del Estado, en la época que describimos, permitían a los Poderes Públicos mirar como secundaria la renta de contribuciones, única, sin embargo, que podía ofrecer las condiciones de seguridad y permanencia necesarias para la vida normal de la Administración.

La revolución de 1854, por decreto de 5 de Julio del mismo año, suprimió la contribución de indígenas y la de pastas, y la Convención Nacional reunida después hizo lo mismo respecto de los diezmos eclesiásticos, el cupo de molinos, el tomín de hospitales y los derechos de importación sobre las maquinarias.

Poco después del triunfo de la revolución, comprendió su caudillo que era imposible que el país viviera sin contribuciones y deseando adoptar un sistema permanente y arreglado a las condiciones económicas de la Nación, encargó a una Comisión de las personas más caracterizadas e ilustres el estudio y adopción de un plan general de impuestos públicos. Esta Comisión, nombrada por decreto de 3 de Abril de 1855, fue compuesta por los ss. D. Felipe Pardo, Gran Mariscal D. Miguel San Román, D. Nicolás Rodrigo, D. José Fabio Melgar, D. Manuel Ferreyros y D. F. Barreda.

Probablemente inspirado por esta Comisión el Gobierno dictó el supremo decreto de 26 de Junio de dicho año, que renovó y declaró en vigencia las contribuciones existentes y creó otras que completan un verdadero plan sobre esta delicada materia.

Abolida la contribución de indígenas que existía desde el año 1826 y que se había recaudado siempre sin la menor dificultad, —105→ el Fisco perdió los 1.400,000 pesos anuales que le producía. Para reemplazarla se creó la contribución personal que debían pagar todos los varones de más de 21 años de edad y los casados, excepto los extranjeros, transeúntes, los eclesiásticos y los individuos del ejército y de la Armada.

El Supremo decreto de 26 de Junio de 1855 que estableció esta contribución, declaró al mismo tiempo existentes las de predios, patentes, eclesiástica y la del crédito público. La cuota anual de la primera fue fijada en 12 reales por individuo en la sierra y tres pesos en la costa; y en 4 % sobre la renta para las de predios, patentes, eclesiástica y crédito público.


Si la supresión del tributo segregó al indio de la solidaridad nacional, la libertad de los esclavos puso al negro fuera del trabajo y causó a la agricultura y a la vida social de esos años males de inmensa gravedad. La conmoción que produjo el decreto de 5 de julio de 1854 fue tan terrible en los campos y aun en las ciudades, que el mismo gobierno de Castilla, autor de tan inconsulta medida, dejó a los hacendados de la costa la posesión de sus negros, casi en las mismas condiciones en que habían estado antes. En teoría el decreto fue muy hermoso, pero en la práctica fue lesivo a los intereses del Fisco y a los que vivían del trabajo de los esclavos.

Si en el campo la libertad de los negros fue casi nominal, se entiende con numerosas excepciones, en las ciudades, donde el esclavo tenía la relativa cultura de que carecía el negro de las haciendas, la situación fue diferente. Hombres, mujeres y niños, en inmensa mayoría, dejaron la casa del amo donde habían nacido, y no teniendo hábitos de libertad se entregaron a los vicios del alcohol, de la lujuria, de la ociosidad y del bandolerismo. Fue necesario crear un tribunal, que se llamó de la Acordada, para contener la licencia de esas gentes, y por mucho tiempo la horca dio intensa ocupación al verdugo. Esto que ocurrió en el orden social, fue pálido al lado de lo sucedido en la vida económica. Algunos hacendados quedaron a merced de gentes casi alzadas, —106→ y dispuestas a trabajar únicamente cuando tenían hambre. Los productos agrícolas quedaron gravados con un jornal que antes no existió, y que por módico que hubiera sido encareció el precio del azúcar, del algodón y del arroz y de los otros cereales.

Muchas familias pobres en Lima vivían del jornal que a diario les pagaban sus propios esclavos, a cambio de trabajar y vivir en completa libertad, entendiéndose que del jornal que dicho esclavo ganaba una parte pertenecía al amo. La libertad de los negros puso a esas familias en la miseria. Se les dieron en papeles que se vendieron en plaza con 60 por ciento de descuento y no en efectivo, 300 pesos por cada esclavo, suma que si la hubieran recibido al contado y la hubieran colocado al 18 por ciento, que era el tipo anual de interés en la época, sólo le hubiera rendido cincuenta y cuatro pesos por año.

Veamos lo que dijo Timoleón, en 1855, sobre esta peregrina idea que el doctor Ureta y otros intelectuales de la época llevaron a la mente del general Castilla, idea que, como más adelante expondremos, aumentó la deuda interna del Perú en siete y medio millones de pesos.

La libertad de los negros es otra ley de la misma especie (siempre el gobierno es legislador).

En el terreno positivo de la administración, esta materia no podía considerarse bajo un aspecto puramente sentimental y filosófico; pero sin dejar ni el sentimiento ni la filosofía, un hombre de Estado, es decir verdaderamente hombre de Estado, y sobre todo de buena fe, hubiera discurrido de este modo.

La esclavitud de los negros es una ofensa a la humanidad.

Los feroces españoles extinguieron casi la raza peruana, inteligente y dulce, para sustituirla con negros esclavos.

Pero de este mal sólo son responsables los españoles que lo hicieron, no la República ni yo su Ministro.

Sobre la esclavitud del negro que tiene trescientos años de antigüedad, está levantada mucha parte de este edificio social que se llama República Peruana, como puede haber en el cimiento de un edificio material una piedra de mala calidad. —107→ Antes de quitarla es necesario hallar otra buena y proveerse de andamios y pies derechos para que el edificio no se desplome.

Sobre la esclavitud reposa la extensa y valiosísima agricultura de la costa, y la agricultura es algo, porque recuerdo que hojeando un libro de Economía Política, vi que el primer signo de un pueblo que se civiliza es que cultiva la tierra y que ningún país puede ser comerciante, manufacturero ni tener siquiera materias primas ni artes, ni industrias si antes de todo no es agricultor. Es necesario además que el pueblo coma, que el ejército coma, que yo coma y que comamos todos y que esta necesidad se satisfaga a un precio racional, porque lo menos que un Gobierno debe procurar a los que tienen la complacencia de obedecerle, de trabajar para darle grandes rentas y llamarle Excelencia y Usía es procurarle el alimento barato y no encarecerlo con medidas absurdas. Nada de esto puede hacerse si el campo no se cultiva.

Muchos son ricos porque de buena fe y bajo la protección de las leyes han invertido en esclavos el trabajo de toda su vida: algunas familias pobres sólo viven de sus jornales. Debo, pues, procurarme antes de todo brazos para sustituir a los negros en el trabajo del campo, debo indemnizar inmediatamente a los propietarios para no reducir a muchos hombres honrados a la miseria y a la desesperación.

Al llegar a esta parte de sus meditaciones el hombre de Estado ha sentido cruzar por su mente estas otras ideas. La esclavitud degrada tanto el cuerpo y el alma del que desgraciadamente la ha sufrido, que no puede hacerse de él un ciudadano como no puede darse vista a un ciego. Veinte mil esclavos fuera de sus galpones, son otros tantos enemigos de la sociedad, que sería necesario exterminar para que no la devoren. Los esclavos la costa valen lo menos seis millones de pesos, y el Erario Nacional está recargado con una deuda interna y externa tan enormes, que lo amenazan con una bancarrota. Aun en el caso de hallar estos seis millones y de que yo tenga facultad para disponer así de las rentas públicas, debo atender con ellos a otras necesidades más urgentes, como el rescate de la moneda falsa de Bolivia, que es un cáncer que devora al Perú.

El verdadero hombre de Estado ha concluido de todo esto que es necesario aplazar por lo menos la cuestión sin perjuicio de atenderla lo más pronto posible, y que los momentos de trastornos y crisis políticas en los que todo sufre y se conmueve, son los más inaparentes para dar a la sociedad entera el espantoso sacudimiento de una violenta libertad de esclavos.

Pero los hombres de Estado de la República no han pensado así. Los esclavos, dijeron, desde Huancayo hostilizarán a —108→ Echenique si les damos libertad. Veinte mil esclavos son veinte mil votos en las elecciones; pues sean libres los esclavos.

La sociedad entera ha sufrido ya las consecuencias: hay hombres que han pasado violentamente de la fortuna a la miseria, por la pérdida de sus esclavos y de sus valiosas sementeras; los campos están abandonados y el pueblo paga cuatro por lo que antes valía uno. Los esclavos incapaces de trabajar asaltan las casas y los viajeros y el Gobierno ha creado un tribunal, que llama Acordada, para enviarlos por las vías más expeditas al presidio o al banco.


Conjuntamente con las cartas de libertad dadas por el Gobierno a los esclavos, pagó el Fisco a los amos 300 pesos por cada uno de ellos, precio que por ese entonces tenían en el mercado los negros. El pago se hizo en vales amortizables en cinco años, vales que ganaron un interés de cinco por ciento. En 1855 se expidieron cartas de libertad a 15,871 esclavos, por las cuales se pagaron en efectivo 1.432.050 pesos y en vales 3.329.250.

El número de esclavos manumisos alcanzó en 1860 a 25,505, y el importe de lo pagado por ellos llegó a 7.651.500 pesos. Todavía en 1861, quedaban pendientes de pago por concepto de estos vales 1.905.741 pesos cinco y medio reales. Hasta 1857 estos vales nunca tuvieron en el mercado un precio mayor de 40 por ciento. Fue después de ese año, y en virtud de una ley que se dio para su rápida amortización, que fue posible que el comercio los comprara al 80 y al 85.

Estas cifras confirman lo que ya hemos dicho, esto es, que si la manumisión fue gravosa para el Estado, también lo fue para los amos, muchos de los cuales quedaron en la ruina al tener que recibir por sus esclavos vales que en plaza sólo se cotizaron en un cuarenta por ciento de su valor nominal. Para quienes resultó un gran provecho la manumisión, fue para aquellos que recibieron del Gobierno el importe de la venta de sus esclavos, esclavos a los cuales no pusieron en libertad por haber tenido el apoyo de la autoridad —109→ para retenerlos en sus haciendas. Este hecho, que casi en su totalidad ocurrió en las haciendas de Chincha y Cañete, lo encontramos mencionado en el libro de Ulloa y Sotomayor, titulado La organización social y legal del trabajo en el Perú. Dice al respecto:

Al suprimir Castilla la esclavitud, los negros que habían estado habituados al trabajo bajo la dependencia del amo, permanecieron casi unánimemente en una condición de la que sólo varió la forma, y aun cuando mantuvieron su libertad en situación legal, renunciaron tácitamente a ella y fueron muchas veces los propios patrones quienes modificaron la condición de la servidumbre, para no chocar con la opinión o con la ley. Muy pocos se acogieron a la declaración redentora y salieron al aire libre en busca de lugar para su esfuerzo y de esos pocos la mayoría volvió al lado de sus antiguos amos, porque, faltos de iniciativa, no hallaron ese lugar ni supieron formárselo.


Domingo Elías, como Ministro de Hacienda, en su memoria de Agosto de 1855, dijo en ella lo siguiente respecto a la manumisión de esclavos:

Uno de los hechos más notables y que más honra la revolución, es el decreto de Huancayo de 3 de Diciembre último, declarando libres los esclavos. Pero como el texto mismo del decreto, las necesidades de la agricultura y un deber de equidad y de justicia, demandaban el pago a los propietarios, de los que fueron sus esclavos, se dispuso la distribución inmediata de un millón de pesos. Posteriormente se ha creído necesario pagar íntegramente el valor de sus esclavos a los propietarios que sólo han reclamado uno o dos, y satisfacer la cuarta parte en dinero y las tres cuartas partes en papel que ganen un interés del seis por ciento anual a los propietarios de más de dos esclavos. Para llenar estos objetos, el Erario ha destinado la cantidad de un millón y setecientos mil pesos. Este negocio se confió a una junta de personas competentes, y cábeme la satisfacción de anunciaros, que está casi arreglado este asunto tan importante, por la contracción, probidad e inteligencia de los individuos de la junta.

Con todo, llamo muy especialmente vuestra atención al deber que tiene la República de pagar, si es posible antes del plazo prefijado de tres años, a los propietarios. Éstos tienen hoy sus fundos casi abandonados por la carencia de brazos, y si por —110→ una parte la justicia y la humanidad reclaman imperiosamente el decreto de Huancayo, por otra es también de estricta justicia, que se procure remediar en lo posible el mal que esta medida ha causado a la agricultura. La respectiva liquidación de la junta de manumisión os hará conocer más por extenso el monto de la deuda y el detalle de las operaciones practicadas. No me cansaré de insistir sobre este punto y recomendarlo a vuestra ilustrada consideración.


- V -

El sentimiento de justicia y el rigor de los vencedores contra los hombres del régimen vencido poco a poco fue enfriándose, y a pesar de los numerosos decretos dados, algunos de carácter muy radical, ninguno rindió provecho al Estado, no obstante la facilidad con que fueron evidenciados los abusos cometidos por los encargados de la administración fiscal de Echenique. Ocurrió este enfriamiento, porque la opinión, aunque tarde, al fin llegó a convencerse de que los despilfarros de 1852 y 1853 no tuvieron como único origen la condescendencia de Echenique, sino también el tenor de la ley de Consolidación dada en 1851. Dicha ley fue mala. En ella se incluyeron suministros, cupos, contribuciones de guerra, empréstitos voluntarios y forzosos y toda otra clase de créditos, habiéndose ordenado que en los casos dudosos se siguieran los principios de equidad a favor de los acreedores del Estado. Sería injusto encontrar únicamente la culpa de lo ocurrido en la conducta observada por los legisladores de 1851, habiendo estado el mal en los conceptos, en las ideas malsanas y en esa tendencia febril a hacer reclamos al Estado que principió a generalizarse desde 1847, tendencia que, como dice un escritor de la época, echó raíces por el guano, con el guano y para vivir únicamente del guano.

Dice Dancuart:

Las riquezas del guano derramadas en tales circunstancias sobre el exhausto Tesoro Nacional debieron servir preferentemente —111→ para satisfacer los compromisos más sagrados, para satisfacer las necesidades más urgentes y aliviar al Erario de un crecido desembolso en intereses.

Pero no pensaron de este modo ni el Congreso ni el Gobierno, ni los hombres influyentes en la marcha de uno y otro Poder. Se creyó preferible distribuir la nueva e inesperada riqueza del guano entre todos los que tuvieran cualquiera reclamación contra el Estado, a cualquier título, de cualquier tiempo; sin comprobación legal muchas veces, y sin conocer ni aproximadamente el monto a que pudieran llegar tales reclamaciones.

Los graves y notorios abusos que se cometieron en la organización de los expedientes de consolidación, y más todavía, los contratos celebrados por el Gobierno en Julio de 1853 con las casas de Urribarren y Montané para convertir a la condición de deuda externa 13.000,000 de la deuda consolidada, fueron uno de los principales motivos que dieron justificación y origen a la revolución encabezada por el General Castilla en Arequipa, en Febrero de 1854 y vencedora en la Palma el 5 de Enero de 1855.

Pero, como ya lo hemos dicho, la revolución, en lo que respecta a la deuda interna del Estado, no produjo efecto alguno, sin embargo de que los esclarecimientos que practicó a raíz de su triunfo, le dieron evidencia de la festinación de los procedimientos y de la gravedad de los fraudes cometidos.

Por supremo decreto de 7 de Febrero de 1855 se creó una junta de examen fiscal, encargada de la revisión de los expedientes de consolidación. Esta junta, cuyas actas están publicadas formando un volumen, encontró y declaró que había tacha contra la legalidad de expedientes por más de 12.000,000 de pesos.

El Coronel D. Joaquín Torrico se presentó al Jefe del Estado denunciándole ciertas falsificaciones cometidas en el expediente de D. José Buitrón, y por consecuencia de esto, se mandó seguir juicio criminal a los empleados que intervinieron en dicho expediente.

Publicáronse por último los tres contratos secretos celebrados en Europa con las casas de Urribarren y Montané que reproducimos en este volumen y que dieron serio fundamento a los cargos contra ese Gobierno.

Sin embargo de todo esto, la ley y decreto de 2 de Enero de 1857 sin dejar de contener prescripciones reparadoras respecto de los abusos mencionados, como la de someter los créditos tachados por la Junta de examen a una depuración judicial, abrió caminos para eludir esta prueba a los que no les conviniera someterse a ella; permitiéndoles optar por una reducción de 3 % de interés y el 2 % de amortización.

—112→

El Ministro de Hacienda Sr. Ortiz de Zeballos encontró todavía poco generosa esta ley para con los favorecidos con abusos de la consolidación y refiriéndose a ella dijo que no había llenado su benéfico objeto y redobló su esfuerzos «para obtener del Cuerpo Legislativo otra resolución más equitativa, amplia y ajustada a la conveniencia pública, a las exigencias de la política, a los principios de la buena fe, y más que todo, a la magnanimidad que debe desplegar la Nación en cuanto atañe a la preservación de su crédito».

En estos términos apoyó el mismo Gobierno un proyecto de ley de indemnidad de los mismos abusos que habían dado origen a la revolución, dando origen a la ley de 11 de Marzo de 1857 cuyo primer artículo dice lo siguiente:

«Se rehabilita el curso de los vales de consolidación, que proceden de los expedientes del crédito público, tachados por la Junta de examen, creada en 7 de Febrero de 1855; y se nivelan, sin restricción alguna a los demás vales de la deuda consolidada, en cuanto a la cuota y pago de los intereses, beneficio de amortizaciones y demás goces prescritos por las leyes vigentes».

En una palabra, la expresada ley, cuyo texto se registra en este volumen, hizo desaparecer en todos sus efectos las disposiciones dictadas para llevar a la práctica los fines y propósitos generadores de la revolución de 1854.

El Congreso y el Gobierno no pudieron desatenderse mucho tiempo de las gestiones de los tenedores de vales de consolidación: mandaron a una nueva y definitiva revisión judicial los expedientes tachados de falsos y aun admitieron el pago de intereses de éstos con rebaja al 3 % y a elección de los tenedores que no quisieran sujetarse a dicha revisión.

No satisfechos todavía los interesados, reclamaron a la Convención, con el apoyo oficial del Gobierno llegando a obtener que se les reconociesen sus derechos, al igual que los acreedores de créditos legítimos e incuestionables, como si no hubiese protestado contra ellos la Nación, levantándose en armas contra el Gobierno que los reconoció, y como si semejantes actos no hubiesen costado raudales de sangre y de dinero.


Sobre el mismo tópico encontramos algo más preciso en la memoria de Hacienda (1858), del doctor Manuel Ortiz de Zeballos. En ella, en el capítulo Crédito Público, se explican los motivos que tuvo el Gobierno para reconocer y pagar la deuda consolidada de Echenique, deuda que, como dice Dancuart, fue repudiada en 1855, motivo por el —113→ cual se cotizó en ese año a menos de 30 por ciento de su valor.

En pocas Naciones se ha hecho sentir más inmediatamente la influencia del crédito, y por lo mismo debiera haberse apreciado con mayor razón su importancia, que en el Perú, puesto que el crédito le proporcionó recursos para su emancipación, y sobre el crédito subsistió por cerca de treinta años; y sin embargo, con dolor sea dicho, en pocas naciones cayó el crédito en un estado de más lamentable postración que en el Perú, hasta que la Administración de 1845, aprovechando del desahogo que la exportación y expendio del guano franquearon al Erario, se contrajo con solícito esmero a reanimar la confianza pública, y a cumplir las obligaciones nacionales, empezando desde entonces la era de rehabilitación para el crédito peruano.

Desgraciadamente los elementos, con tanto trabajo preparados y acumulados por aquella Administración, para sustentar y robustecer el crédito, fueron malogrados, y casi aniquilados, por los escandalosos fraudes y abusos de la Consolidación, que impuso a la República un gravamen, en su mayor cuantía, indebido, injusto e insoportable.

Sabido es que aquella ominosa dilapidación de la hacienda pública fue una de las causas más eficientes que excitó la indignación general, provocando la revolución popular de 1854: así que el Gobierno Provisional tan luego como sepultó en el glorioso campo de la Palma al que había sido herido con el anatema nacional, se apresuró a cumplir uno de los más austeros deberes de la misión que le confiaran los pueblos: la reparación y castigo de los crímenes cometidos en la Consolidación.

Para lograr tan vasto objeto, era preciso esclarecer previamente los fraudes, descubrir a los autores y cómplices, y emplear medidas sagaces y prudentes, que diesen por resultado el condigno castigo de los delincuentes y la indemnización fiscal, sin comprometer los intereses de los accionistas inocentes, o de buena fe.

Con este próvido intento se suspendió el curso legal y el pago de los réditos de los vales de Consolidación emitidos por el anterior Gobierno, e igualmente la ejecución de los contratos celebrados para la traslación a Inglaterra y Francia de una parte de la deuda interna; y se creó una Junta, compuesta de funcionarios íntegros, hábiles y amaestrados por la experiencia en el manejo de los negocios fiscales, a fin de que examinase concienzuda y prolijamente todos los expedientes de Consolidación, e informase sobre las faltas o defraudaciones que en cada uno de ellos notara.

—114→

Una operación tan extensa y complicada, no podía absolverse en corto tiempo; y cuando la Junta de examen presentó al Gobierno el fruto de sus asiduas labores, se había ya instalado la Convención Nacional, habían cesado también las facultades dictatoriales del Presidente Provisional, y con ellas la de verificar el arreglo de las mencionadas deudas; quedando, por lo tanto, reservado a la decisión del Cuerpo Legislativo.

Tal fue la emergencia que depreciando y paralizando gran porción del capital flotante, vino a menoscabar el único beneficio que reportaría el país de la Consolidación, y que hiciera soportable su desbordamiento, y ella fue, también, la causa del detrimento que sufrió el crédito nacional.

La ley de 29 de Diciembre de 1856, que sancionó la Convención, lejos de llenar el benéfico objeto para que se dictó, empeoró la situación del crédito y aumentó a tal extremo la excitación producida por el estado indefinido y vacilante a que se hallaba reducido, que el Gabinete hubo de redoblar sus esfuerzos para obtener del Cuerpo Legislativo otra resolución más equitativa, amplia y ajustada a la conveniencia pública, a las exigencias de la política, a los principios de buena fe, y, más que todo, a la magnanimidad que debe desplegar la Nación en cuanto atañe a la preservación de su crédito.

Siguiendo, en esta parte, la senda que me habían dejado trazada mis predecesores, presenté a la Convención un nuevo proyecto para el arreglo de la deuda pública: proyecto que mereció la aprobación de esa Asamblea, dando por resultado la ley de 11 de Marzo de 1857, a cuya sanción coadyuvó esencialmente la demostración que hice de los recursos con que contaba el Fisco para hacer frente a sus obligaciones.

Grande es la complacencia que experimento, Señores, al manifestaros que no han sido fallidos esos cálculos, y que la precitada ley, a más de haber influido de un modo eficaz y favorable en la mejora del estado político, y en el aumento y desarrollo de la riqueza pública, ha elevado el crédito nacional a una altura verdaderamente admirable. Los vales de Consolidación, emitidos por el anterior Gobierno, que a principio de 1857 estaban cotizados en el mercado de 28 a 30 por ciento, han subido al 72 y aun al 74: los de manumisión que se hallaban entonces al 40, han subido del 80 al 85; y los procedentes de intereses diferidos, pagaderos al portador corren actualmente del 96 al 97. Iguales alzas han tenido los bonos de la deuda externa hallándose los de la anglo-peruana primitiva al 91 y medio por ciento, y al 80 los de la trasladada.

Tan espléndidos resultados han sido debidos a los actos de justicia que han marcado la conducta del Gobierno, y a la regularidad y exactitud con que ha atendido al servicio de la deuda —115→ pública, abonando puntualmente sus intereses, y proporcionando los dividendos necesarios para las estipuladas amortizaciones; sin que por esto haya dejado de cubrir, con igual solicitud, todas las demás obligaciones ordinarias y los cuantiosos gastos extraordinarios de guerra.

Para poner sello al restablecimiento del crédito, era menester que la justicia nacional no se circunscribiera a acoger propiamente las reclamaciones de los interesados en la deuda flotante, sino que se extendiera a otras clases más menesterosas y postergadas: esto es, a los acreedores por empréstitos levantados y suministros hechos al Ejército desde el año 1854, a los militares amnistiados, y a los empleados que, a consecuencia de las últimas reformas, habían quedado reducidos a la condición de cesantes, cuyos haberes han sido liquidados y satisfechos.


- VI -

Si se tienen en cuenta lo que era el territorio en tiempo de Castilla y la decadencia en que se hallaban la minería, la agricultura y el comercio, hay que deplorar y considerar como causa adversa a nuestra prosperidad la manera como se repartían entre gentes incapaces de trabajar los millones que producía el guano, y, por causa de tal reparto, el que sumas insignificantes se dedicaran al fomento de la República.

Echenique, en un manifiesto que publicó en 1858, en su deseo de probar que la revolución de 1854 por haber sido innecesaria había causado inmensos daños morales y materiales, hizo una exposición de lo que eran las industrias en esa época. En ella puso en claro el estado del país, a pesar de las ingentes riquezas que producía el guano. Repetir lo que dijo Echenique, en 1858, es para nosotros asunto de importancia. Sus conceptos afirman nuestras afirmaciones y evidencian lo que era la nacionalidad bajo su aspecto industrial en los años que antecedieron al de 1858. Con poca diferencia, la narración del expresidente es casi la misma que Bilbao hizo del Perú de 1836 en lo que toca a su situación económica. Dijo Echenique:

—116→

Nadie podrá negar las siguientes verdades que constituyen la situación material del Perú. 1.ª- Posee un tesoro riquísimo que la Providencia le deparó en sus guaneras, donde yacen amontonados muchos millones que no producen y son como un efecto o una alhaja que tiene un valor del que no hay otra cosa que esperar que el importe en que pueda venderse y cuyo efecto desaparece tan luego se vende, sin dejar otro provecho que el buen destino que se haya dado a su producto. De otro modo es un montón de dinero que se invierte y consume sin que pueda aumentarse y que por tanto se ha de extinguir desde que no se reemplaza lo que se extrae, como sucedería al que tiene una cantidad de que cada hora gasta sin reembolsar. Es una suma, es una riqueza agotable que al fin no existirá cuando lo que todos los años se toma de ella no es ni el más ínfimo interés de lo que el capital representa y de lo que pudiera producir empleado en cualquier objeto o negocio. 2.ª- El Perú es una nación sin riqueza pública y sin capitalistas: de tal modo que el minero no tiene cómo atender a sus labores y se sujeta a vivir y trabajar de las habilitaciones que algunos especuladores le proporcionan, sólo para el pago de jornaleros y materias precisas para el beneficio, con un fuerte interés y con calidad de un pronto reembolso de los primeros productos, sin poder por eso acometer esas grandes operaciones que demanda aquel trabajo, como desagües, maquinarias para los beneficios; así se ve obligado a trabajar pobre y superficialmente y a entregar las pocas pastas que saca a su habilitador, quedando en el mismo estado en que se encontró al pedir la habilitación: es decir, de necesitar otra para hacer igual mezquino trabajo. El agricultor no tiene cómo ensanchar sus sembríos, sujeto a vivir casi del producto diario que invierte en el pago de jornaleros, y en sostenerse pobremente sin tener cómo expender sus frutos, sin vías de comunicación para obtener algún provecho de ellos, sin medios para ninguna obra que pueda impulsar sus fundos, sin principal para poder formar sementeras que produzcan mucho y en poco tiempo, sin tener tal vez las herramientas y animales de labranza o de transporte necesarios y quizás sin facultades aun para abrir una acequia que pudiera aumentar sus aguas. El ganadero no tiene cómo hacer rediles y ramadas para conservar sus ganados que siempre están a la intemperie, ni los medios para aumentar el fruto de éstos, ni cómo hacerse de buenas crías para mejorar esos ganados, contentándose los dueños con vivir pobremente en lugares desiertos y temperaturas insoportables bajo el peso de todo género de privaciones. El movimiento por menor, que es a lo que están sujetos los hijos del país, no tiene medios para hacer frente a sus compromisos, ni cómo transportarse a otros puntos para buscar mayor —117→ utilidad: depende siempre de cortos plazos y con la precisión, por tanto, de malbaratar sus efectos, al aproximarse aquéllos, para llenar sus compromisos y pierde por consiguiente las utilidades que pudiera obtener en las primeras ventas. El manufacturero de telas burdas, que es la única manufactura que hay en el país, no tiene medios para mejorar sus fábricas, ni cómo hacerse de maquinarias, que lo condujeran a la elaboración de telas más finas, limitándose a esos toscos bayetones y cordellates que venden a muy bajos precios y sin utilidad. El Perú está virgen puede decirse en el ramo mineral de que lo dotó la Providencia, tal vez como a ningún país de la tierra, pues se encuentra cubierto de veneros de diversos metales en toda la extensión de su territorio. A pesar de esto, los hombres no se atreven a emprender, porque no tienen absolutamente cómo hacer frente a los primeros e indispensables gastos que requiere aquel trabajo. Con inmensos terrenos incultos y ríos con que pudieran hacerse fructíferos muchos de ellos, nadie puede emprender por falta de los capitales que serían necesarios para hacerlos regaderos. Siendo imposible un vasto comercio, por las dificultades de los caminos y por falta de capitales particularmente, los hombres no pueden entregarse a él. Abundantísimo en terrenos aparentes para ganadería no hay cómo formar haciendas ni encapitarlas. Teniendo en muchos lugares materias primas y brazos suficientes, no pueden establecerse manufacturas por falta de fondos para tener maquinarias. Es, pues, el Perú, a causa de la pobreza, un país sin minería, sin agricultura, sin comercio, sin ganadería, sin manufacturas. 3.ª- El Perú tiene pésimos caminos, carece de medios de movilidad; no tiene los puentes necesarios y está lleno de ríos caudalosos que obstruyen el tráfico. Tiene inmensos despoblados, y esos ríos van a perderse intactos en el mar, o en el Amazonas. Escaso de aguas en algunas de sus principales ciudades y aun en la capital, sin embargo de que de Sur a Norte lo atraviesa la cordillera de los Andes a pequeña distancia de esas ciudades: tiene en sus alturas inmensas lagunas, que se evaporan e insumen, sin que llenen esas necesidades. Los pueblos no tienen lugares de ornato, de salubridad, ni desahogo, mi panteones, ni alamedas, y a cada uno le faltan ese germen de vida y esos elementos indispensables para su comodidad, seguridad e higiene. 4.ª- Tiene una deuda interna y externa que debe pagar pronto, para no verse después en estado de no poderla satisfacer. 5.ª- El Perú está lleno de capacidades, con hombres aptos para todo, con una juventud lucida, ansiosa de entregarse a toda clase de trabajos; y sin embargo, ninguno de esos jóvenes ve un porvenir, ni ellos, ni esos hombres útiles pueden acometer una empresa, porque no tienen principal, porque nadie se presta —118→ a protegerlos: bien que tampoco hay quien lo haga, pues son poquísimos los que tienen alguna fortuna y éstos la escatiman, cuando la generalidad apenas consigue con qué vivir y llenar las más urgentes necesidades de ellos y de sus familias. Tal es, pues, la situación del Perú en la parte material de la que me ocupo: tal es el estado de un país que tiene un tesoro riquísimo pero agotable, concluido el cual, como naturalmente ha de suceder, vendrá a ser tan pobre como lo son hoy los particulares, si no se ha sacado el provecho que deben dar las guaneras, llamadas a remediarlo todo. ¿Habrá quién niegue semejantes verdades? ¿No es cierto que esas guaneras son las llamadas a remediar todas esas necesidades para que cuando llegue a faltar se encuentre el país en aptitud de no necesitar su producido y que rico, lleno de capitales, sin deudas, efectuadas las obras que necesita, arreglados sus caminos, hechos sus puentes, impulsados todos sus ramos de producción y diseminada en el país esa inmensa riqueza que hoy se ve tristemente amontonada en guano, llegue a verse el Perú opulento y floreciente?


- VII -

El consumo del guano en la segunda administración de Castilla aumentó notablemente, y como la superioridad del fertilizante se hizo evidente en los mercados del mundo, se permitió a los consignatarios de Londres y de otras ciudades elevar a trece libras el precio de la tonelada.

De 1840 a 1856, inclusive, salieron del Perú 1.650,290 toneladas de guano, cuyo producto bruto alcanzó a cien millones de pesos, habiendo quedado a favor del Fisco, después de pagar los fletes, gastos, comisiones, intereses, deudas, etc. etc., 39.254,637 pesos y siete reales. En los siguientes años, según Dancuart (tomo 6.º), el guano produjo las siguientes cantidades:

En1857$15.296.9882 1/4
"1858"11.421.3342 1/2
"1859"16.317.5363 1/2
"1860"16.259.8225 1/2
—119→

Nunca en el Perú un estado de bonanza causole mayores estrecheces y angustias pecuniarias. No habiendo sido posible dedicar las ingentes sumas que producía el guano a obras de carácter reproductivo, los millones que venían de Europa y que sólo servían para pagar sueldos, enriquecer favoritos y amortizar deudas, no teniendo empleo en el país, volvían a salir inmediatamente al extranjero. La balanza económica de aquellos tiempos es un buen indicador de lo que era el comercio en esos pasados tiempos y una prueba de lo que afirmamos. Un análisis, tomado de Dancuart, nos lleva a la convicción de que el guano apenas saldaba el déficit nacional, o, lo que es lo mismo, de que siendo el Perú un país de míseras exportaciones, el saldo por concepto de importaciones se pagaba íntegramente con lo que se recibía del guano. Esta riqueza ficticia, este bienestar aparente, tiene semejanza con lo que le pasa hoy a Chile con el salitre.

Con tanta riqueza, el Perú no solamente nada aprovechaba de ella, sino que vivía sin holgura. A fines de 1858, según la Memoria de Salcedo (1860), se adeudaban a las casas consignatarias 6.969.798 pesos, dos y medio reales. Por deuda flotante $ 782.931.5 1/2 reales y por adelantos de dinero entregado en tesorerías, 1.768.914 pesos y un real. En 12 de Enero de 1859, día en que dicho ministro tomó la cartera de Hacienda, sólo encontró en Tesorería 3.599 pesos y 2 1/2 reales, necesitando para cubrir el presupuesto de ese mes 700,000 pesos. ¿Qué se hacía el dinero que con tanta abundancia entraba en las arcas fiscales y por qué se vivía en situación económica tan azarosa? Copiemos algo de lo que dijeron los ministros de la época. Sus párrafos corroboran lo que hemos dicho acerca de la balanza comercial de esos años, como también los motivos por los cuales se gobernaba siempre sin un centavo de sobrante y con el peso de enormes deudas. Oigamos —120→ primero al doctor Manuel Ortiz de Zeballos, que nos dijo lo siguiente en su memoria de 1858.

Gracias doy a la Divina Providencia, por el singular beneficio que me ha dispensado, proporcionándome la grata oportunidad de cumplir el deber que me impone el artículo 94 de la Constitución, dando cuenta a los representantes del pueblo de mis actos administrativos.

Mas, antes de trazar el cuadro de la situación financiera de la República y de manifestar el movimiento de los ramos de Hacienda, desde el día en que me fue confiada su dirección, permitidme, Señores, que eche una rápida ojeada sobre el crítico y lamentable estado a que se hallaba reducida la Nación cuando, mal de mi grado y cediendo tan sólo al imperioso llamamiento de la amistad y el patriotismo, abandoné el solaz de la vida privada para consagrarme a las ímprobas y arduas tareas del Gabinete, inmolando al servicio público mis intereses, mi quietud y quizá mi pobre reputación; sin que al recordar aquellas circunstancias, proceda yo impulsado por la innoble mira de realzar el mérito de mi corto y estéril trabajo, sino por el ardiente deseo de presentar algún título a vuestra indulgencia, por no haber hecho en pro de la patria todo lo que de mí tuviera derecho de exigir.

No bien cicatrizadas las hondas heridas, que la conflagración del 54 había hecho a la República, el funesto grito de rebelión, lanzado en Arequipa, nutrido por traiciones proditorias y trasmitido de Sur a Norte, conmovió en sus bases las nuevas instituciones y puso en inminente peligro al Gobierno Constitucional. Defeccionada la Escuadra, atenuada la fuerza pública, paralizada la acción del Poder Ejecutivo, menoscabado el prestigio de su autoridad, agotado el Tesoro, perdidas las islas de Chincha, abatido el crédito: por todas partes cundía el desaliento, y la única esperanza de salvación estaba fincada en el incontrastable valor y constancia del Jefe del Estado, y en la harto probada lealtad del Ejército que le obedecía.

Una complicación tan grave y azarosa debía, sin duda, arredrar el alma de mejor temple, pero yo me resigné a perecer en la tormenta, si la confianza que había depositado en la justicia de la causa, en el buen sentido de los pueblos y en la eficaz cooperación de los verdaderos patriotas, llegaba por desgracia a escollar en el torbellino de las maquinaciones de la sedición.

Dividida la atención del Consejo, entre las vastas y complicadas tareas del Gabinete, los trabajos de la Convención, y la vigilancia para sofocar incesantes conspiraciones; poco se ha podido avanzar en la vía del progreso y de las mejoras que —121→ reclaman los pueblos; sin embargo, cábeme la complacencia de aseguraros, que a merced de una severa economía, y de medidas justas y adaptadas a la situación la hacienda pública, si no se halla en el auge que era de desearse, por lo menos no ha sufrido el quebranto con que la amenazaba el desquiciamiento general, causado por las revueltas; empero, ahora que luce para el Perú el tan ansiado porvenir de paz, de orden y de concordia, a vosotros, Señores, está reservada la grandiosa obra de sistemar la hacienda, adoptando las medidas que su perfecto arreglo, desarrollo y adelantamiento de tiempo atrás, con urgencia demandan.


Son de más interés los párrafos de la Memoria del coronel Juan José Salcedo. La parte correspondiente a nuestro tópico, dice:

De la cuenta general que acompaño, resulta que en 1859 el guano, las aduanas y las demás contribuciones produjeron la suma de 20.954,791 ps. 2 3/4 rs. inclusos la existencia que quedó en fin de 858 en todas las oficinas fiscales de la República, y el aprovechamiento de las amortizaciones practicadas en dicho año de 59.

El balance practicado por la Dirección del Crédito público a fines de Diciembre de 1858 manifiesta que, a las casas consignatarias del guano, se les adeudaba por saldos a su favor la cantidad de 6.969,798 ps. 2 1/2 rs. Por libramientos girados sin cumplirse, y por adelantos de dinero entregados en Tesorería, 1.768,914 ps. 1 rl. Total de saldos 8.738,712 ps. 3 1/2 rs. La deuda flotante interna por órdenes de pago sin cumplirse, ascendía a 782,931 ps. 5 1/2 rs. Todo lo cual monta a 9.521,644 ps. 1 rl.

En el pago de intereses y amortización de la deuda externa e interna, incluyendo la de manumisión, se invirtió en 1859 la cantidad de 6.148,255 ps. 1 1/2 rs., menos 958,055 ps. 5 1/4 rs. que importan los aprovechamientos cargados como ingresos en 1859.

Por manera que en el mismo tiempo las entradas generales sólo contribuyeron para atender a las otras necesidades del servicio público con la suma de 5.284,892 1/4.

La Armada, el Ejército, la lista civil y las demás pensiones del Estado demandaban aproximadamente por la situación excepcional de la República, para ser fielmente satisfechos los haberes, como lo han sido, la enorme suma de 13.053,978 ps. 1/4 rl.

En el muelle de Pisco, en la Penitenciaría, en las vías de comunicación del Departamento de Junín con dirección al Pachitea, río navegable que afluye al Ucayali, del de Cajamarca, —122→ Amazonas y Loreto, y en otros trabajos públicos de no menor importancia, se han invertido 730,305 ps. 5 rs.

Y sin embargo, Señores Representantes, cuando en 12 de Enero de 1859 me hice cargo de la cartera de Hacienda, como os lo he dicho al principio de esta Memoria, el parte de la Tesorería de Lima me hacía saber que la existencia en arcas era de 3,599 ps. 2 y medio rs., necesitándose para los gastos de ese mes más de 700,000 pesos.

Empeños anteriores, la guerra exterior en perspectiva, el bloqueo de Guayaquil, los preparativos para expedicionar a ese país, y la actitud de Bolivia, demandaban gastos ingentes, y pusieron al Gobierno en el caso de cubrir el déficit que, por el momento se experimentaba, pidiendo anticipaciones sobre los productos del guano.

Como el producto del guano es el más efectivo, y como la naturaleza misma de su negociado ofrece prontos reembolsos por los adelantos que se hacen al Gobierno por las casas consignatarias, conforme a las estipulaciones de los contratos vigentes, llamé a los Sres. Gibbs, Zaracondegui y Rey, y les manifesté, no obstante los fuertes saldos que tenían en su favor en esa fecha, la situación de la Hacienda, las enormes inversiones que había que hacer en los gastos ordinarios, en llevar a cabo las disposiciones de la ley de 28 de Octubre de 1858, y para las atenciones del crédito público por intereses y amortizaciones extraordinarias, y las que se realizan en períodos fijos a que no era justo ni conveniente faltar sin comprometerlo en su esencia, en su vida misma. Aquí es menester hacer una mención honrosa en favor de los jefes de las indicadas casas, por la voluntad con que se prestaron a proporcionarme, en circunstancias tan aflictivas, los auxilios mensuales que necesitaba en proporción a los capitales que manejaban; y yo cumplo con este deber de gratitud personal ante vosotros, Representantes de la Nación.

En medio de los conflictos que me rodearon entonces, y de las asechanzas del agio devorador, que trazaba un círculo de hierro en torno al Gobierno, y de las consideraciones que excitaban mi preferente cuidado por la deuda externa, a cuyo pago está vinculada la mitad de los productos del guano, me decidí a recibir adelantos al 5 por ciento pactado, antes que tocar el medio de empréstitos a que en iguales casos han ocurrido las primeras potencias de Europa; de esa Europa que abunda en esclarecidos economistas, y que en la misma ciencia toca ya en la perfección.

Si hubiese apelado a Londres, que es la capital del mundo industrial y teatro de tantas y tan colosales operaciones de crédito, se habría efectuado indudablemente el nuestro por la disminución —123→ de la capacidad hipotecaria que allí existe cubriendo el capital e intereses de nuestra deuda externa actual, y ante una probabilidad cualquiera de que tal cosa pudiera suceder, he retrocedido constantemente, porque así lo exigen el decoro y la conveniencia pública.

Si hubiera levantado un empréstito dentro del país, suponiendo la existencia de suficientes capitales, hallándose, como se hallaba entonces, el interés del dinero al tres cuartos por ciento, no habría podido el Gobierno obtenerlo a menos de uno.

Llegando a surgir cualquiera de las dos eventualidades, hubiera retrocedido el fisco hacia aquellos tiempos de funesto recuerdo para los buenos ciudadanos, y la palpitante apostasía de mis principios hubiera cubierto mi frente de rubor y a la Hacienda de obligaciones onerosísimas.

En el año trascurrido de 1.º de Enero hasta el 31 de Diciembre de 1859, el Perú ha exportado ps. 16.715,672 y 3/4.

Por el puerto de IquiquePs.3.271,612
Por Arica"463,046
Por Islay"944,919
Por el Callao"2.509,323
Por Huanchaco"359,261
Por San José"389,237
Por Payta"215,0892
Por Loreto"27,450
Por las Islas de Chincha"8.535,720

Fácilmente se colige que del último puerto sólo puede extraerse guano, y parecerá reducida la suma en atención a los datos suministrados en otro lugar: pero téngase presente que la extracción del año representa las ventas, que pueden ser mayores por haber siempre existencia en poder de los consignatarios.

Pero aun así resulta que excede la exportación a la importación en pesos 1.396,450 1/4.

Sin embargo, para apreciar ese resultado conviene tener presente que la industria nacional no alcanza a concurrir con la mitad de los retornos enviados al extranjero, puesto que la exportación de guano monta a ps. 8.535,720, y que por Islay pasan artículos de producción boliviana.

Un resultado tan poco satisfactorio no sólo proviene de la falta de vías de comunicación que permitan acarrear a poco costo las ricas producciones de la sierra, sino de la escasez de brazos, de la inseguridad de los campos, de las revoluciones que apartan de las empresas útiles los capitales, y del atraso de los procedimientos industriales.

Con todo, el mal no es tan extenso como parece, porque una parte harto considerable de las exportaciones se hace por —124→ contrabando. No es posible encontrar datos fijos para apreciarla; pero si se toma en cuenta que las importaciones deben montar al menos a la suma de 20.000,000, y que las exportaciones según los datos oficiales ascienden a 16.715,532 7 3/4, resultaría que todos los años nos regalaba el comercio extranjero, o le quedábamos a deber cerca de 4.000,000, y que el comercio y el país estaban en bancarrota, porque consumían más de lo que producían, lo cual es absurdo, porque nadie da efectos valiosos por promesas sin valor.

Las leyes del cambio no se alteran jamás. Si las naves acuden a un puerto, si los efectos se depositan en almacenes, si se despachan en las Aduanas y se compran para ser vendidos, es, porque en el lugar donde esas operaciones se verifican hay valores equivalentes que se pueden recibir en pago.

Sucede a veces que importándose doce millones, se exportan quince, porque los cinco restantes encuentran dentro del país ventajosa colocación.

El capital extranjero que se invierte en la deuda pública, en la propiedad raíz, en la urbana, y en todas las demás cosas negociables, entra en la forma de mercaderías; y si la Estadística corresponde a sus fines, se echa de menos, al tomar razón de las exportaciones.

En el año de que doy cuenta se verificaron las operaciones siguientes:

Comparación de las importaciones con las exportaciones, verificadas en el año trascurrido de 1.º de Enero a 31 de Diciembre de 1859
PuertosImportacionesExportacionesDiferencias parciales
Iquique2.255,99421/22.271,6181.015,62351/2
Arica975,0294463,046511,9834
Islay1.454,358944,919509,439
Callao9.697,80451/22.509,32343/47.188,4813/4
Huanchaco296,31431/2359,261462,9471
San José91,3851/2389,2375297,85241/2
Payta521,8423215,0892306,7531
Loreto26,49427,458964
Islas de Chincha8.535,7208.535,720
___________________________________________________
Totales15.319,22221/216.715,67273/41.396,45051/4
—125→
RESUMEN
ImportacionesPs.15.319,22221/2
Exportaciones"16.715,67273/4
____________________
Saldo a favor del PerúPs.1.396,45051/4

De los precedentes datos resulta, que Lima con un valle fértil, regado y extenso, con dos ferrocarriles y carreteras en todas direcciones, paga sus importaciones con las letras compradas por los comerciantes, lo cual deja ver que, sin las considerables sumas que reparte el Tesoro público, sería, a pesar de sus ventajas naturales, uno de los Departamentos más pobres.

Una mirada sobre los campos basta para hacer aguardar el resultado que la Estadística arroja. La décima parte del suelo se cultiva mal, lo demás está abierto y yermo.

No es difícil remover los obstáculos que se oponen a la prosperidad de Lima, y, aunque no sea de mi resorte este asunto, séame permitido llamar la atención del Congreso sobre el peligro que resulta para la República de la influencia que ejerce la capital, cuando la mayor parte de los pobladores de ella viven del Tesoro público.

Los intereses de los pueblos esencialmente consumidores, son muy diversos de aquellos que, con un trabajo más o menos penoso, conquistan el bienestar de que disfrutan.

En los primeros, el poder puede granjearse una funesta popularidad repartiendo empleos y prodigando favores: en los segundos, el aprecio sólo se conquista con servicios positivos a las verdaderas necesidades, tanto materiales como morales del país.

No siendo posible amalgamar cosas tan opuestas, con la mira de evitar una lucha constante, que puede degenerar muchas veces en anarquía, juzgo de suma importancia tratar de abrir nuevas esferas de acción a la población de Lima.

En esta ciudad, más que en cualquiera otra de la República, es en alto grado precaria la situación de la juventud que recibe la educación que se proporciona en los colegios nacionales. Las profesiones científicas sólo pueden ocupar a un cierto número: la agricultura es de muy limitada extensión, y por el sistema de los traspasos, el que no hereda la tierra, para arrendarla necesita enormes capitales: el comercio de menudeo lo hacen con ventaja los extranjeros que tienen relación con los fabricantes. Por eso hay tantos ciudadanos que desean ingresar al servicio militar y a la carrera civil.


—126→

No siendo nuestro propósito hacer la historia del guano sino únicamente conocer la forma como su riqueza contribuyó a la corrupción y a la ociosidad de los ciudadanos, y como consecuencia a la paralización de las industrias, omitiremos todo lo relativo a la controversia que se suscitó en esos años sobre la manera de venderlo. Prevaleció el método de las consignaciones, que indudablemente fue el más adecuado para la situación precaria del Fisco, situación que le tenía continuamente endeudado con los consignatarios. Pasaremos también por alto los denuncios que se hicieron en 1857, por Carlos Barroilhet, denuncios bien fundamentados y que dieron origen a la ley de 9 de Septiembre de 1857. De acuerdo con sus disposiciones se enviaron delegados fiscales a Inglaterra, a Francia y a Estados Unidos, funcionarios que en nada mejoraron la situación del Fisco, a causa de la omnipotencia en que, por muchas razones, entre ellas la de ser banqueros y acreedores, se habían colocado los consignatarios, especialmente la casa de Antonio Gibbs e hijos de Londres.

Dos hechos de importancia para quien escriba la historia del guano son la denuncia de Elías, en 1853, y la intervención que el Perú dio a Francia e Inglaterra en la soberanía de las islas guaneras. Habiéndose propuesto Elías cerrarle el crédito a Echenique, afirmó que el guano de las islas de Chincha estaba por agotarse. La autoridad que en asuntos de guano daba el público al denunciante, por haber tenido a su cargo el carguío en las islas, influyó en el mercado. La denuncia produjo efecto en Europa, los bonos peruanos bajaron en Londres, y sólo se supo la verdad después que se hizo un estudio científico de las islas, estudio que en 1853 puso en evidencia que el contenido del guano en las tres islas, ascendía a 12.680.675 toneladas.

Ilustran la materia algunos párrafos de las memorias de Ortiz de Zeballos y de Salcedo, en los cuales leemos lo siguiente:

—127→

El Perú es en la actualidad un país especial en materia de rentas, puesto que la principal de todas, la que contribuye con cuatro quintos para los gastos públicos, no emana de la industria nacional, sino de una riqueza netamente fiscal: el guano. Sobre la manera de administrar este valioso tesoro, se discurre con variedad, y cada uno de los opinantes se ha juzgado con derecho para hacer fuertes cargos al Gobierno porque no sigue la línea de conducta que le traza.

Tan grande es el valor de este ramo de la riqueza nacional, que sin exageración puede asegurarse, que en su estimación y buen manejo estriba la subsistencia del Estado, el mantenimiento de su crédito, el porvenir de su engrandecimiento, y la conservación del orden público: así es que, el Gobierno se ha contraído con acendrado celo al profundo estudio de este negociado en todas sus dependencias, recogiendo, por fruto de sus incesantes y prolijas labores, resultados en extremo satisfactorios, y los datos estadísticos necesarios para que el Congreso tenga pleno y cabal conocimiento de los contratos referentes a guano, movimiento, progreso y monto de las exportaciones, gastos que han causado, y producto líquido que han rendido, desde que comenzó el expendio hasta el fin del primer semestre del presente año.

A merced de exquisitas diligencias se han logrado reunir y concertar los muchos y complicados antecedentes, que yacían confundidos o diseminados en las diversas oficinas de hacienda, y con el auxilio de empleados inteligentes y laboriosos, se han obtenido cuantas noticias y datos se necesitaban para la formación del estado adjunto, que a un rápido golpe de vista manifiesta la exportación, ventas, productos y existencias de guano por todos los contratos celebrados desde 1840 hasta 1856, el movimiento del año 1857 y el del primer semestre del presente.

Principió la exportación en 1841, en virtud del primer contrato celebrado con Quiroz Allier y C.ª en 1840: hasta fin del año 1856, se había extraído de las Islas la cantidad de 1.967,079 toneladas, de las cuales fueron vendidas 1.626,405, se perdieron 23,885, y quedaron existentes 316,789. El producto bruto de todas aquellas ventas ascendió a la suma de 100.263,519 ps. 6 rs.: los gastos importaron 61.008,881 ps. 7 1/2 rs.; y el producto líquido fue de 39.254,636 ps. 1/2 rs.

En el año de 1857 se exportó la cantidad de 472,965 toneladas, que, unidas a las 316,789 que habían quedado en depósitos a fin de 1856, componen la suma de 789,754 toneladas; de ellas se vendieron 304,589, se perdieron 19,156, y quedaron en depósito 466,009: el producto líquido de las ventas de ese año —128→ con utilidades del cambio de intereses, ascendió a la suma de 12.538,016 ps. 6 % rs.

Últimamente, en el primer semestre del presente año se ha exportado la cantidad de 169,580 toneladas, que, unidas a las 466,009 que al fin del año anterior habían quedado en depósito, componen la suma de 635,589 toneladas.

Superando contrariedades y embarazos de todo género, que el combinado interés de los agricultores y especuladores sobre abonos suscitará perennemente para depreciar el guano del Perú, y a costa del sistemado trabajo de algunos años, habíase conseguido apenas cimentar su crédito, y generalizar su consumo, mediante el conocimiento de la eficacia y poder de sus propiedades, elevándose su precio al respecto de 13 libras por tonelada, cuando la ocupación de las Islas por los facciosos, y la consiguiente exportación iniciada en virtud de contratas enormemente lesivas, celebradas con ellos, preparó una nueva y peligrosa crisis en el expendio de nuestro abono, pues la expectación de obtenerlo barato de manos de los especuladores, y la probabilidad de que éstos lo adulterasen, eran motivos, harto fundados, para inspirar los más serios temores de una considerable baja en el precio y disminución en el consumo del guano consignado por el Gobierno.

Afortunadamente, con la recuperación de las Islas se puso expedito el ajuste e inmediata ejecución del convenio de 21 de Mayo, celebrado en cumplimiento de la resolución legislativa de 13 del mismo mes, y aprobado por otra de la Convención de 6 de Julio de 1857; y esa medida, corroborada últimamente con la influencia moral que produjo la captura de algunos buques contrabandistas en «Punta de Lobos» y «Pabellón de Pica», no sólo ha salvado a la Nación de la pérdida de trescientas mil toneladas de guano, (o sean diez millones y medio de pesos) que por cálculo mínimo habrían extraído los revolucionarios desde el citado mes de Mayo hasta el de Marzo último, en que tuvo lugar el asalto y toma de Arequipa, sino que, evitando el mayor quebranto, consiguiente a la baja del precio y paralización de las ventas, ha sostenido el crédito nacional.

Si en todo tiempo había sido necesario una oficina fiscal en las Islas de Chincha, se hizo sentir con mayor razón su falta cuando fueron restituidas a la obediencia del Gobierno legal, por cuanto era indispensable y urgente reparar el desorden causado por los agentes de la revolución, y establecer un buen sistema de contabilidad y arreglo en el manejo de los intereses fiscales.

Con tal objeto, se pasó a la Convención un proyecto para la plantificación de una oficina de Hacienda en dichas Islas, compuesta de un Interventor, un amanuense y el número suficiente —129→ de Inspectores; y a fin de atender a tan importante servicio, mientras se recababa la aprobación legislativa, se comisionó para que la desempeñasen provisionalmente al empleado gravante D. Francisco María Frías y a algunos guardas cesantes.

Uno de los más graves quebrantos que ha sufrido el Fisco, en la exportación del guano, ha provenido del considerable desperdicio que causa el uso de mangueras para su embarque, sin que se hubiese podido alcanzar medio bastante adecuado para evitarlo.

Felizmente he logrado encontrar un arbitrio que llenará, muy pronto, tan importante objeto. Habiéndose concluido el muelle que empezó a construirse en 1856, muelle que sólo había sido calculado para que pudiesen atracar a él embarcaciones menores, siguiendo siempre el uso de mangueras, se proyectó y se ha ejecutado su prolongación hasta ponerlo en estado de que puedan atracar buques del mayor porte, de manera que por líneas de ferrocarril se conduzca el guano desde el lugar donde se explote y amontone, hasta las escotillas de la nave que haya de recibirlo, en la que lo descargarán los carros abriendo sus fondos corredizos: a inmediaciones del muelle se colocará un puente de pesar, por donde pasarán los carros dejando marcado el peso en una escala situada en una oficina subterránea, que correrá a cargo de un empleado. También se han construido dos muelles accesorios para lanchas, con el exclusivo objeto de que se embarque por ellos el guano ensacado, que se pone al fondo y costado de los buques para resguardo del que llevan a granel.

Muchos millones importa el ahorro que esta mejora proporcionará a la Nación, pues nunca ha bajado de un dieciséis por ciento la pérdida que hasta ahora ha sufrido el guano a su embarque.


- VIII -

El brillo aparente que la riqueza del guano dio a las cosas del Fisco, llegó visiblemente pálido al comercio y a las industrias nacionales. Las minas de Copiapó dieron un impulso grande al progreso de Chile, el oro extraído de las minas de California inició la estupenda agricultura de aquel Estado. Potosí, Cerro de Pasco, Hualgayoc, Huancavelica, Puno, etc., hicieron un Perú riquísimo para España y para los españoles que residían en el virreinato. En 1862, año en —130→ que terminaron los ocho que gobernó Castilla, el guano sólo servía para dar de comer a los servidores de la Nación. Su riqueza no solamente ofuscaba a los políticos y se repartía entre unos pocos, sino que mataba de raíz los anhelos y propósitos de los que querían buscar fortuna en la agricultura y en la minería. El agio y la especulación, con fundamento tomaron estupendo vuelo. Mucho más provecho y seguridad se tenía en comprar vales de consolidación al 28 por ciento y deuda de manumisión al 40 que sembrar algodón o caña de azúcar o explotar minas. Para los cultivos faltaban capitalistas que prestaran su dinero, operarios, puertos y garantías, estando los campos y caminos a merced de numerosos bandoleros o de partidas armadas que proclamaban revoluciones políticas. Para la minería faltaba todo esto, y además buena legislación y conocimientos científicos. Nadie sabía fundir, la lixiviación no existía y el proceso de Medina sólo era aplicable a los minerales sulfurados, siendo ya escasísimos los óxidos y pocos los expertos en el tostado de minerales. Respecto a la propiedad, a ningún individuo se le concedían más de 60 varas sobre una veta. (Hoy la posesión es ilimitada). Siendo tan grande el cúmulo de impedimentos industriales y habiendo el temor de perderlo todo al primer amago de revuelta, ¿no era mejor especular con papeles del Estado al 28 y 40 por ciento y dos o tres años después, como pasó con los vales de Echenique y con los títulos de manumisión, cobrarlos al 80 y 85 por ciento?

Los pocos ricos que comerciaban con su dinero eran los que habían aprendido de los ingleses a dar uno para recibir dos en el estupendo negocio de las consignaciones. Los de fortuna mediana, que también comerciaban con su dinero, y que a diferencia de la mayoría no vivían en la ociosidad comiéndose el capital, especulaban en pequeño con papeles del Estado. Por último, los que tenían míseras fortunas —131→ negociaban con la miseria, haciendo del agio un honrado modo de vivir, o sea, dando, por ejemplo, cien pesos para cobrarlos, recibiendo un peso al día durante un año. Dice Salcedo, del agio, en su memoria citada:

La usura oprime a las clases pobres de la sociedad, cuando por enfermedades, imprevisión y otras causas, se ven en la necesidad de pedir dinero a interés, a pesar de que ofrecen la más segura de las garantías: la prenda. Todas las ciudades se encuentran plagadas de casas que especulan cobrando premios por los préstamos de dinero que hacen imposible el rescate de las cosas que se dan en prenda.

Acudir al remedio de esa necesidad, es un deber social, por fortuna de fácil cumplimiento.

El Monte de Piedad de París, que corre por cuenta de los hospicios de la capital, presta desde tres francos hasta una cantidad ilimitada; y da por los objetos muebles los dos tercios de su valor, y las cuatro quintas partes cuando son de oro o plata: el préstamo se hace por un año al interés de 9 %, que es bastante crecido.

La Sociedad de Beneficencia de Lima podría ser autorizada para realizar un giro parecido, levantando para crearlo un empréstito en Europa con la garantía del Gobierno, y haciendo las anticipaciones en vales al portador, con lo cual se podría reducir el interés, y obtener en beneficio de los pobres mayores ganancias.


Son pertinentes a nuestro estudio y corroboran en parte cuanto hemos afirmado, algunos párrafos de las memorias de Elías (1855), Ortiz de Zeballos (1850) y Salcedo (1860). La de Elías insinuó la «necesidad de proteger a la minería y a la agricultura, abatidas fuentes de riqueza pública». Se ocupa también en proyectar obras portuarias en el Callao y de irrigación en la costa. Con más extensión, Ortiz de Zeballos discurre sobre el estado de nuestra agricultura y comercio, exponiendo con precisión las causas cardinales que produjeron el abatimiento de la propiedad rural y deduciendo de estas causas los hechos que tenían en postración a la agricultura en el Perú. Algo parecido dice de —132→ la minería; pero quien se extiende sobre este tema con más conocimiento de la materia es el coronel Salcedo.

Deseosos de no omitir ninguna de las causas que mantuvieron estacionario el progreso material del Perú, algo debemos decir sobre la contabilidad nacional, como también del manejo de las aduanas y sobre los motivos por los cuales las rentas de ellas no guardaban proporción con el estado de la riqueza pública. Hecho el estudio de estos tópicos, daremos fin a cuanto nos corresponde decir sobre lo que fue la vida económica del Perú durante la segunda administración del general Castilla. En esta labor de carácter sociológico, debemos hacer constar que en ninguna ocasión nos hemos expresado mal del gobernante. Si alguna vez en política o en el manejo de las rentas le hemos encontrado arbitrario, no es a él ni a la Constitución y leyes a las que debemos culpar, sino al estado naciente y casi impalpable en que se hallaba la democracia, como también al espíritu inculto y rebelde de los hombres de la época, los que, por hallarse en tales condiciones, sólo podían ser gobernados dictatorialmente. Un país en el que ninguno de los intereses que afianzan la nación estaba creado, y en el que la vida pública era una mentira, no podía gobernarse con la declaración de principios dados en una Carta. Es leyendo conceptos que fueron emitidos en esa época, como es posible reconstruir lo que fue en ella la situación política y social del Perú. El doctor Lissón, que nació a la vida del magisterio en esos años y que fue un profundo sociólogo, nos ha dejado una admirable descripción de lo que era el Perú en aquellos pasados días. Decepcionado como vivía, y siendo intransigente por su puritanismo, tal vez pasó los límites de la tolerancia y exageró la situación. Sin embargo, por duro que hubiera sido, y por mucho que al margen de sus opiniones queramos ponernos, hay en el fondo de sus conceptos un realismo del que es imposible prescindir. He aquí sus palabras:

—133→

La mala educación, el sistema de Gobierno, los incesantes disturbios, el trastorno de ideas que es su consecuencia, y la conducta de los hombres públicos, con la abundancia y mal uso de la riqueza nacional, ha producido un fenómeno que no es común en la historia.

El Perú es un país que goza de paz hace siete años (1864); que tiene una forma de Gobierno admitida en el derecho público, cuyos poderes se llaman independientes y se ejercen con regularidad; una legislación propia civil y criminal; una ley de presupuesto que arregla sus gastos; pingües entradas y fama de rico; embajadores y ministros en Europa y América, que cultivan sus relaciones en ambas partes del mundo; ejército y escuadra vestidos y armados a la europea; universidades; empresas de ferrocarriles; ley liberal de imprenta; garantías individuales, reconocidas en su Carta; y en fin, todo el aparato de los países civilizados. Esto supuesto, ¿qué puede pensar el extranjero que lea, allá en los solaces de su hogar, su diario de debates, su periódico oficial, su crónica de tribunales y su movimiento de aduanas? Dirá que el Perú es un país culto, que marcha a sus destinos en armonía con la humanidad. ¿Y qué dirá el mismo extranjero, si venido a estas playas, pregunta, averigua y palpa que el Presidente de la República es hijo de la intriga y no del sufragio; que no hay tal separación de poderes; ni tal ley del presupuesto; ni universidades, ni cosa que lo valga; sino que todo es una farsa? Apartará de él los ojos, y dirá: esto no es sociedad, ni gobierno, sino guano. Repugnante, vergonzoso, desesperante y doloroso es decirlo; pero es la verdad. En el Perú no hay más que esa dorada superficie que toman las cosas cuando se dispone del oro; y que éste con su influencia les da un prestado puesto social, que se desvanece en el instante en que aquél falta, o se pone a prueba su consistencia. Levántese con mano imparcial el áureo paño que lo cubre, y cualquiera verá lo mismo que el extranjero: es decir, que esto no es república ni sociedad. No es república, porque su Constitución se funda en la idea de delegación de poderes y no en la de comisión; porque no hay democracia donde el individuo y la sociedad son absorbidos por el Estado; porque no hay independencia de poderes, donde el ejecutivo es todo; y porque no hay ni puede haber voto popular donde domina el absolutismo; resultando de aquí, a mérito de este simulacro de república, de la realidad del inmenso poder del ejecutivo y de los trastornos políticos, que empezando por el Presidente de la República hasta el último empleado de la administración, nadie es lo que representa; y que no hay destino al que cualquiera no puede aspirar, si pierde la vergüenza, para arrostrarlo todo, y pone en actividad el vil —134→ empeño. Así el Presidente de la República no es tal; ni los ministros, ministros; ni los coroneles, coroneles; ni los canónigos, canónigos; ni persona alguna está en su puesto sino en el que le place ocupar. Menos existe la sociedad en el genuino sentido de la palabra: la de una reunión de hombres que se propone un fin moral. Ésta presupone por base la educación popular y la moralidad que es su corolario; y ambas cosas no son moneda corriente en el Perú. Aunque en el presupuesto se lean algunas partidas destinadas al fomento de las escuelas primarias, éstas no existen en el número que en él se dice; y tan poco se ha pensado en ellas, que hasta ahora no se ha adoptado un texto para todas, que es por donde debía haberse empezado. Momentos ha habido, es cierto, en que tocada la conciencia de los mandatarios, por el mucho oro que había en cajas, algo han hecho en el particular, fundando escuelas especiales para el desarrollo y organización de aquéllas. Pero obligados eternamente a pensar en su propia conservación, pronto las han descuidado, entregándolas a manos inhábiles, por las mismas necesidades de la política; contentándose, como se dice vulgarmente, con vestir el expediente para tener el derecho de hablar, y la gloria de unir su nombre a fundaciones tan importantes. La instrucción media y superior no ha sido más feliz: aunque en los establecimientos de esta especie se presenten, en la capital, algunos programas satisfactorios, en el resto de la República es casi nula; sucediendo que no es raro ver en dichos programas, sostener unas veces las doctrinas liberales, y otras las ultramontanas, a voluntad de los profesores, porque no están sistemadas; resultando de aquí la mayor anarquía en la enseñanza. Agréguese a esto el carácter totalmente teórico que se da a ambas, y que ponen al joven que se dedica a los estudios, en la necesidad de conseguir un destino para vivir, el día que los ha concluido y obtenido sus grados universitarios; si no se resigna a morir de hambre, lo cual las hace muchas veces inútiles y algunas veces perjudiciales, por la falsa posición en que los coloca. La moralidad, que como se ha indicado, debía ser el corolario de esa educación, ha seguido la marcha de su premisa. A consecuencia de la carencia de ésta, de la anarquía que en ella reina y de la fuerza del ejemplo, ha perdido su unidad, fraccionándose en milésimas partes, según las variadas situaciones de la vida; dándose para cada una de ellas una regla particular. De aquí que no sea raro ver en el Perú, que un hombre altamente honorable en sus relaciones privadas, sea un estafador del tesoro, sin que por esto pierda la estimación pública; y que otro mal padre de familia o mal hijo, sea también atendido, si presenta alguna otra exterioridad. Conforme a estos principios es el aspecto social: la opinión —135→ pública no existe, porque careciendo de base, todo lo olvida y lo disculpa; y no hay género de faltas que lleguen a inhabilitar completamente a un hombre. La prensa sigue el mismo aire: y de consiguiente los hechos consumados son inamovibles; el éxito todo lo justifica; y el más atrevido se coloca en el lugar que le agrada, y aún si le place se forma una nombradía intelectual. Nótase más este desconsolador aspecto en los pretendidos partidos liberal y conservador que se dicen existir en el Perú. En las monarquías puede admitirse que haya ambos; pero en una república americana, o al menos en el Perú, son un contrasentido. Partido conservador no puede haber; porque el coloniaje y los primeros días de la Independencia nada han creado en materia de intereses que merezca conservarse. Liberal en sentido contrapuesto a éste, tampoco; porque todos tienen que serlo. ¿Qué son pues estos nombres en el Perú? El primero se compone de los hombres que están en el mando y que procuran conservarse en él a toda costa, que es lo que tienen de conservadores; y el segundo, de los que están fuera de él, e intentan derrumbar a los anteriores para colocarse en su lugar; haciendo para ello lo que se llama la oposición, de cuyo hecho pretenden deducir el título de liberales: nombres prestados que ninguno de ellos merece, porque en realidad todo está reducido, en último análisis, a figurar en el presupuesto. Esto es lo que hay en el Perú bajo los epítetos de liberales y conservadores. Los que realmente merecen este último nombre, o más bien el de demócratas, se hallan en minoría. Ellos esperan pacientemente los tiempos de la justicia divina que ya se anuncia, con los estragos de la guerra y de la miseria, por la mano del extranjero.

General Castilla y Presidentes todos de la República, ¿qué queda pues de vuestro mando en el Perú? Rasgando el reluciente barniz que lo cubre se ven en él dos cosas: una farsa de República y una aglomeración de hombres divididos en dos clases: una formada de un pueblo inculto, indiferente a su suerte y a la de su patria; y la otra de una cuadrilla de hombres regimentados para repartirse el guano con títulos que no merecen; que se lo comen holgadamente, confiados en que ya vendrá otra boya que lo reemplace; y de los cuales se llama feliz el que puede darle una manotada y fugar con ella al extranjero. ¿Qué condiciones de duración tiene esa mentida república y sociedad? Desaparecerá con el guano el día en que se agoten los depósitos o aquel en que una mano extraña toque su cómica decoración.


Para nosotros, Castilla fue el hombre más grande de su época, y ninguno que hubiera estado en el mando por —136→ ausencia de él hubiera dado al Perú la firmeza interior y exterior que su política le dio, ni tampoco el respeto al principio de autoridad que consiguió imponer en la República. Su labor material no fue intensa en puentes, caminos, irrigaciones etc., porque el guano casi en su noventa por ciento servía para pagar deudas atrasadas y dar de comer a la Nación.

Se ha dicho que la libertad de los esclavos y la supresión del impuesto de indígenas tuvieron origen político. Nada de lo que hemos leído evidencia esta afirmación, debiendo advertir que nunca la literatura política fue tan abundante, lo cual se explica por la amplia libertad de imprenta que existía en la época.

Volviendo sobre el tema de contabilidad y aduanas, debemos decir, sobre la primera que ella fue en extremo deficiente, no tanto por estar mal organizada y por la incompetencia de los empleados, como por el desbarajuste de la administración y por la pérdida y muchas veces por la sustracción de documentos. Dice Ortiz de Zeballos en su memoria citada:

Incesantes y premiosas habían sido las exigencias de la Convención Nacional, desde su instalación, para obtener la Cuenta General, correspondiente a los años de 1854, 55 y 56, y el proyecto de Presupuesto general; y aunque, a merced de esfuerzos extraordinarios, logré presentar a esa Asamblea los indicados documentos, confesé, francamente, que se hallaban muy distantes de la debida exactitud y extensión, pues que, aparte de imprescindibles vacíos y omisiones, adolecían del cardinal defecto de no haberse fijado en ellos, por falta de oportunas circunstancias y consiguientes liquidaciones, el monto de lo debido pagar y pendiente, que por empréstitos forzosos, suministros al Ejército Libertador, y sueldos insolutos, había quedado sin cubrirse a fin de cada año.

Manifesté, entonces, al Cuerpo Legislativo las principales causas que poderosamente se oponían a la adquisición de datos cabales y seguros sobre el estado de la hacienda pública; causas que, por desgracia, subsisten todavía, y que a vuestro alto discernimiento cumple remover.

—137→

La falta de un método de contabilidad uniforme, sencillo y claro en las Oficinas fiscales; la insuficiencia del número de empleados necesario para atender cumplidamente a todas las labores del servicio, y la separación de algunos antiguos, hábiles y versados funcionarios, que originó el decreto de 10 de Julio de 1855, la supresión de la Dirección General de Hacienda, y por su consecuencia el abandono de la Cuenta General, que le estaba encomendada; el trastorno y desgreño en la administración y manejo de las rentas, que necesariamente han causado las convulsiones intestinas; y la diseminación, desorden, pérdida o sustracción de las cuentas parciales o documentos comprobantes de las Comisarías y Oficinas que han estado a las órdenes de los sediciosos, son, en suma, los principales motivos que han provocado los inconvenientes que van apuntados.

No habiendo, pues, sido posible, cuando se formó la Cuenta general correspondiente al año de 1857, incluir en ella las de todos los Departamentos, se ha suplido esa omisión por medio de un estado adicional, y se ha organizado otro Estado de Valores hasta fin de Junio del presente año.


Respecto al ramo de aduanas, parece que fue una sola causa lo que menoscabó los intereses del Fisco, y esta causa fue el contrabando. Contribuyeron a él los derechos casi prohibitivos que tenían algunas manufacturas, a las cuales se quería alejar para proteger a la similar peruana y para implantar industrias nacionales. Parece también que fue el reducido número de empleados de aduana y sus exiguos sueldos lo que minó la honradez que el Estado esperaba de ellos. Sobre estos asuntos de contabilidad y aduanas algo dice Salcedo en su memoria. Éstos son sus conceptos:

Las cuentas de las oficinas del Estado no se cierran por lo común a fin de Diciembre, y el examen de ellas está por muchos años atrasado por lo complicado que es el sistema de contabilidad que se sigue.

La partida doble parece reunir todas las cualidades para simplificar, facilitar y comprobar las operaciones de contabilidad. Pero ese mismo sistema admite mayor o menor número de libros auxiliares, y por lo mismo convendría para adoptarlo crear una comisión que lo implante en todas las oficinas públicas, dando al efecto reglas fijas, y atendiendo por cierto —138→ tiempo a la ejecución práctica, primero en la capital y después en los Departamentos.

Un experto contador buscado entre las personas que conocen el régimen seguido sobre esta materia en los países que han perfeccionado más el servicio administrativo, y uno o dos empleados de buenas aptitudes que se le asocien, podrían obrar la reforma en pocos años.

El Gobierno ocurrirá al Congreso solicitando una autorización con ese objeto, y en vista de su alta importancia no dudo que le será concedida.

El retardo para formar y examinar las cuentas, embaraza sobremanera, así la distribución legal de las rentas, como el esclarecimiento de los derechos y obligaciones del Fisco.

La cuenta de inversión es el complemento necesario, indispensable del Presupuesto: poco se habría adelantado con señalar las sumas que deben emplearse en las diversas necesidades del servicio público, si no se pudiera probar que los mandatos del Congreso son fielmente cumplidos.

La moral administración de los intereses públicos no sólo requiere que el país los destine libremente, sino también que los encargados del Poder Ejecutivo y sus agentes inmediatos cumplan las prescripciones que estatuyen su inversión.

La cuenta de inversión es una exposición comparativa de los gastos nacionales con la ley que los autorizó, la cual en caso necesario se comprueba por los documentos con que se forma, y de allí fluye lógicamente la responsabilidad del Gobierno o de los agentes de que necesariamente se vale, en el destino dado a los capitales de la Nación.

La enumeración de su objeto deja ver con absoluta claridad el interesante papel que ese documento juega en el Gobierno representativo, y cuanto interesa al poder para poner de manifiesto la moralidad con que se maneja, y al país para hacer efectivos sus más esenciales derechos.

En un pueblo donde el Fisco administra tan cuantiosos caudales, la conveniencia de presentar junto con las Memorias y los Presupuestos la Cuenta de Inversión, es de más premiosa necesidad, porque los alicientes del abuso son más poderosos, y el peligro que por esta causa corren todas las garantías constitucionales de más alta trascendencia.

Teniendo el Gobierno la certidumbre de haber administrado los caudales de la República con una pureza que nadie puede sobrepujar, a pesar de lo que se prestaba para el abuso la irregular situación de que afortunadamente vamos saliendo, nada desea tanto como poner en relieve todas sus operaciones para que sean severamente juzgadas, no sólo por sus sostenedores, sino por los más empecinados entre sus adversarios políticos, —139→ que todos son peruanos, y por eso hace muchos meses trabajo incesantemente en acopiar datos para darles publicidad en esta Memoria.

Para los que conocen la organización administrativa de la República, no carecerá de mérito la luz que he podido traer sobre el régimen rentístico; pero disto mucho de pensar en que se ha realizado en el corto tiempo que desempeño el Ministerio de Hacienda todo lo que a este respecto conviene, y por eso esperaba la reunión de los Representantes del pueblo para solicitar con el mismo fin su poderoso concurso.

Y la necesidad de perfeccionar la contabilidad de nuestras oficinas no sólo es de suma importancia para los intereses generales, sino que lo es también para los privados.

Inmenso es el número de personas que entran en relaciones de interés con el Gobierno, y como la responsabilidad de aquéllas subsiste aunque se estipule lo contrario, hasta que sus cuentas son aprobadas y finiquitadas, porque toda convención contraria a las leyes es nula, resulta de ahí que se perturban los intereses privados, y que en muchos casos un padre al morir se lleva a la tumba las explicaciones que pudiera dar, y lega a la fortuna de sus hijos un germen de inseguridad funesto para la sociedad, y de que la autoridad a nadie puede excepcionar, pues jamás será equitativa la violación de los preceptos legales.

Y el peligro alcanza asimismo a los funcionarios públicos por la responsabilidad que la legislación nacional hace justamente pesar sobre ellos.

Si la administración correspondiera mejor a los fines de su institución; si sus diversos brazos se movieran con la apetecible regularidad, muchos de los elementos anárquicos que por todas partes encontramos, llegarían a desaparecer, y el orden sería la consecuencia necesaria del encadenamiento y armonía de todos los intereses morales de la sociedad.

El producido de las Aduanas está siempre en razón directa de la riqueza pública, porque cuando las industrias se desarrollan con facilidad, cuando con una suma igual de trabajo, o sólo por el mayor impulso que éste recibe, se obtiene mayor cantidad de productos, crece en los consumidores el deseo ardiente de extender las comodidades de la vida que se siente en todas partes, y con especialidad en los países que carecen de la costumbre de hacer ahorros.

Sin embargo, entre nosotros la renta de Aduanas parece contradecir ese principio de inconcusa evidencia, permaneciendo estacionaria hace algunos años; pero este fenómeno, que tal calificación merece, proviene de causas de fácil explicación: son las siguientes;

—140→

Con la mira de poner la industria nacional al abrigo de la concurrencia que pudiera hacerle la extranjera, hemos creado derechos protectores; y como ellos son un estímulo para el contrabando, el fin de la ley, que no acepto, queda eludido, y el Fisco defraudado.

Se piensa generalmente que un país para ser rico necesita producirlo todo, y con tanto empeño, como si la baratura de los consumos pudiera envenenar a las poblaciones, con la mira de alcanzarlo se trata de aclimatar lo que la naturaleza acoge espontáneamente, con lo cual para dar una existencia ficticia a una industria forzada, se extenúan las fuerzas verdaderamente productivas.

En el estado de desarrollo que ha adquirido el comercio del mundo por el poder de los cambios, el país que obtenga con economía un solo producto se proporcionará todos los demás que necesite con mayores ventajas que si tratara de conseguirlos, empleando para producirlos, las prohibiciones, millones de brazos y de capitales en numerario. En esa estrecha relación en que están las necesidades del género humano, y en las ventajas prácticas del comercio libre, creo divisar la mano de la Providencia que tiende a reunir lo que nuestra ignorancia procura separar.

También contribuye a la escasa producción de las aduanas, la organización de sus diversos departamentos: la actual oficina de fielatura que es la que recibe la carga depositada en los almacenes del Estado y la entrega una vez despachada para el consumo interior o de tránsito, no corresponde a sus fines.

Entre las diversas secciones de las aduanas, ninguna desempeña funciones que requieran más asidua atención, ni mayor número de empleados de una probidad incorruptible. Evitar en playa el cambio de bultos, colocarlos de la mejor manera para su conservación y para la facilidad del reconocimiento y los despachos, evitar que en los almacenes se altere y se divida el contenido, son operaciones que demandan muchos y buenos empleados. De todas las aduanas, acaso las del Perú sean las que ocupan en esas labores un personal más reducido y con dotaciones más exiguas.

La supresión de los manifiestos por menor abre, a no caber duda, un ancho campo al contrabando; establecerlos en la forma antigua, ofrece dificultades de alguna consideración; pero el mal se puede atenuar duplicando el plazo que antes se concedía para presentarlos, e imponiendo a los jefes de las aduanas la obligación de que en el momento de llegar un buque lacren y sellen las escotillas de las bodegas y de los camarotes que contengan carga, y que establezcan desde ese instante a bordo, y hasta que se presente el manifiesto, un empleado —141→ responsable encargado de cuidar que nada salga de la embarcación. Puede suceder que alguna vez un comisionado indigno se deje corromper, pero como después de conseguirlo quedarían otros muchos riesgos que correr, los alicientes ofrecidos al fraude no serían muy fuertes, y por consiguiente había de ser poco frecuente el delito.

La tarifa y el reglamento de las aduanas han creado una multitud de calificaciones relativas a la especie y calidad de los géneros para determinar los derechos que deben pagar, lo que da a los Vistas un poder omnímodo y absolutamente irresponsable. Ese sistema convendría simplificarlo, estableciendo un número reducido de clasificaciones, basadas sobre hechos evidentes, y determinar para ellas el aforo. Con ligeras modificaciones, el sistema propuesto por Bastiat me parece adoptable, no sólo con gran ventaja para los consumidores, sino con un incremento seguro para las rentas.

Aceptando como cosa indubitable la moralidad de todo empleado que no esté procesado por malos procedimientos, estoy persuadido de que los Vistas, aunque estén animados del más vivo celo, pueden ser cotidianamente sorprendidos al hacer los avalúos. Para evitarlo, se necesitaría poseer y renovar incesantemente los conocimientos adquiridos sobre la fabricación del número inmenso de artefactos, para los cuales nuestra legislación aduanera determina derechos especiales.

Hay dos clases de contrabandos: el que se hace a menudo por los pacotilleros pero jamás por las grandes casas de comercio, y el que preparan los fabricantes por instrucciones de sus comitentes, que está basado en una especie de infracción legal de los reglamentos.

Los Resguardos de la República distan mucho de corresponder a sus fines. El personal, a pesar de las muy honrosas excepciones que se encuentran de ordinario en los Comandantes y Tenientes, no es ni puede ser tan selecto como fuera de desear. Convendría pues buscar en otras esferas los subalternos, y dividirlos en dos cuerpos: el uno para el servicio marítimo, el otro para el de tierra.