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En el folleto de Tariol aparece siempre la palabra con la grafía «caphé». Hay ed. facsímil con un estudio preliminar de Antonio Carreras Panchón (Madrid, Fundación de Ciencias de la Salud, 1994).

 

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«Obliga la necessidad a que una u otra vez falten autoridades para algunas voces, singularmente para aquellas cuya vulgaridad las excluye de escritos serios y no ha logrado el cuidado encontrarlas en los de assunto jocoso» (XVIII).

 

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«Delicadeza, sutileza, primor de alguna cosa», con la marca coloq[uial]. Fililí ha de ser variante del arabismo filelí 'tela muy ligera de lana y seda', también fileile.

 

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En la tesis doctoral, inédita, de Elena Cianca Aguilar (1996), tesis para la que se utilizaron los materiales acumulados en los ficheros léxicos de la Real Academia Española, no se aporta ningún texto para la palabra.

 

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Sic. Debería decir n[eutro]; la Academia rectificó esta marca en 1803.

 

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Véase, sin embargo, lo que se dice de niquiscocio 'negocio de poca importancia, cosa poco útil': «Es voz bárbaramente inventada entre la gente vulgar». La palabra sigue hoy en el diccionario, pese a su extrema rareza (sólo conozco un par de textos del XIX).

 

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«Calificada la voz por limpia, pura, castiza y Española por medio de su etymología y autoridades de los Escritores, y, al contrario, castigada por antiquada, o por jocosa, inventada o usada solo en estilo libre y no serio, viene a salir al público, con notoriedad de hecho, que la Academia no es maestra, ni maestros los Académicos, sino unos Jueces que con su estudio han juzgado las voces, y, para que no sea libre la sentencia, se añaden los méritos de la causa, propuestos en las autoridades que se citan» (XIX).

 

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Por ejemplo, los que hacían referencia al carácter de anticuada de una voz. Por otra parte, sólo leyendo los preliminares descubrimos esa cierta enemiga a las voces anticuadas (el tiempo «las ha hecho ya incultas y despreciables», II), y nos enteramos de que, en el caso de los arcaísmos, las citas textuales tenían para los académicos (al menos teóricamente...) un diferente valor: «Las citas de los Autores para comprobación de las voces, en unas se ponen para autoridad y en otras para exemplo, como las voces que no están en uso y el olvido las ha desterrado de la Lengua, de calidad que se haría extraño y reparable el que hablasse en voces Castellanas antiguas que ya no se practican» (V). Con ser sumamente interesante (pues marca cómo se va abriendo paso, junto a la intención normativa, el enfoque descriptivo e histórico), se antoja demasiado lábil la distinción entre «autoridad» y «ejemplo». ¿No hubieran tenido serias dificultades los propios académicos si se les hubiera requerido para que, ante todas y cada una de las citas, dijeran a cuál de los dos grupos pertenecían? Podría argüirse que acaso se quisiera dar carácter de «autoridad» sólo a los textos procedentes de los autores y obras que figuran en la programática «Lista» inicial, mas no a todos los ítems de la «Explicación de las abreviaturas...». Pero enseguida se comprueba que no es así, pues el título de esa relación no alude en absoluto a tal intención («Lista de los autores elegidos por la Real Academia Española para el uso de las voces y modos de hablar que han de explicarse en el Diccionario de la Lengua Castellana...»; subrayado mío), y, sobre todo, no se excluyen las obras medievales, que precisamente -de nuevo el «historicismo» abriéndose paso- encabezan la lista. En fin, está muy en lo cierto S. Ruhstaller cuando escribe: «Si se incluyen -y masivamente- también los arcaísmos, ello es, pues, reflejo del interés filológico por conocer la historia lingüística del español» (2000: 198).

 

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Tuvo una segunda impresión en 1721. Sobre el autor, véase Luis S. Granjel (1979: 29, 229).

 

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Y hasta no nacional, como hemos visto.

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