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La provincia cluniacense de España

Fidel Fita Colomé (S.I.)





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Su estudio crítico, iniciado por la Corónica de Yepes, desarrollado por notables monografías, como la de Colmenero sobre el monasterio de San Martín de Jubia, la de Villanueva sobre San Pedro de Camprodón, y la de La Canal sobre San Salvador de Breda, ilustrado, finalmente, en nuestros días con el examen arqueológico y artístico de los monumentos, ha pasado entre nosotros sin libarlas por alto las mejores fuentes de la documentación, ó el archivo general de la Orden de Cluny. Buen acopio, que ha hecho, de este rico manantial, nos brinda M. Ulysse Robert, insigne historiador de los Papas Esteban X y Calixto II. Cuando se busca y encuentra la pura verdad en sus fuentes, gózase el ánimo de servir de antorcha al juicio irrevocable de la posteridad y á la ciencia practica de la vida. ¿A quién se ocultan las diatribas del hipercrítico y alucinado Masdeu? Yepes mismo   —432→   escribió1: «el imperio que tenía la Abadía de Cluni sobre sus anexos, era muy grande y casi despótico y servil.» Como causas eficaces de la decadencia, postración y desagregación de los de España, señala únicamente tres; conviene á saber: 1.ª, que los abades de Cluny no podían con presteza acudir á sus necesidades, pues tardaba tanto la cabeza de influir en los miembros; 2.ª, que salía mucho dinero de las provincias para enriquecer un (solo) monasterio; 3.ª, que los sujetos estaban tan oprimidos, que no solo no eran señores de sus haciendas, pero ni aun de las personas, pues los novicios habían de ir á profesar á San Pedro de Cluni. Las actas de visita y las de los Capítulos generales de la Orden, que ha recogido y sabiamente expuesto M. Robert, demuestran que Yepes se equivocó por completo. La distancia no estorbaba la vigilante solicitud del pastor; á las ovejas enclenques, ó amodorridas, no les faltaba curación ni estímulo; no padecían menoscabo las heredades, sin que amparo y reparo les diese el centro; aquí se castigaban y corregían, después de estar bien oídos en descargo y convictos los malhechores; el propio Abad, á quien sin razón Yepes inculpó de tirano, era residenciado y advertido de sus faltas por los definidores del Capítulo general; y harto claro es que la manía de sustraerse el gobierno de los regulares de España al establecido para toda la Orden, craso nacionalismo que les atrajo males sin cuento, no ha de argüir censura, sino apología de Cluny. ¿Qué más? Aquel Hugo de Rochecorbon2, que durante su abadiazgo (1236-1244) se vió obligado á transigir con Teobaldo I y ceder al alcalde, favorito de este rey de Navarra, la encomienda de San Adrián de Valduengo en las cercanías de Sangüesa3, ¿no nos dice de dónde tomó cuerpo y savia la hondísima raíz del inveterado mal, cuya extensión é intensión por fin conocemos?





Madrid, 23 de Febrero de 1892.



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