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Sobre el aspecto
formativo y didáctico, coinciden diversos autores (Pozuelo,
1996; Talens, 1994 y 1996; García Gual, 1999). Señala
Pozuelo Yvancos en un artículo de título tan
significativo como «Canon: ¿Estética o
Pedagogía?» (1996:3), que la actual reflexión
sobre la cuestión del canon «quizá ayude a profundizar sobre el
fenómeno de la constitución de la Historia Literaria,
sobre los criterios en los que se asienta una tradición,
sobre la noción de clásico, sobre el papel de los
estudios literarios en las sociedades avanzadas o sobre la docencia
de la Literatura en las universidades y escuelas»
. J. M.
Pozuelo ha señalado la esencial «conjunción entre Antología y
Pedagogía. Ese intento de fijar, detener y preservar,
seleccionando, suele ir unido a una instrucción. Nunca se
genera o se justifica como un capricho. Si toda Antología es
un acto, fallido o no, de canonización es porque, en rigor,
el concepto de Antología y el de canon guarda también
una interdependencia notable con otro tercer elemento: la
instrucción, la paideia. [...] vinculando
la selección a una pedagogía, a una
instrucción, a una enseñanza. [...] Las
polémicas actuales sobre el canon en los estudios literarios
y en los contextos académicos norteamericanos no son otra
cosa que discusión sobre ¿qué enseñar?,
¿qué seleccionar? y ¿qué valores
transmitir?»
(Pozuelo Yvancos, 1996:4).
También
García Gual (1996:5): «El canon
adquiere un peso normativo en la educación tradicional: se
debe leer a esos grandes autores por su valor formativo (aunque no
se vea muy claro qué es lo que forman) y por su
función de modelos (aun cuando la idea de mímesis no
sea ya un factor importante en la propedéutica del
escritor)».
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«A European canon of Literature», European Boletin, I, 1993 p. 21.
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El intertexto, que se ha definido como la percepción por el lector de relaciones entre una obra y otras que le han precedido o seguido (Riffaterre, 1980). El intertexto del lector es un componente básico de la competencia literaria; este intertexto integra saberes discursivos, pragmáticos y metaliterarios y estrategias receptoras; actúa como mediador entre la competencia literaria y las estrategias de lectura e interviene en la integración y contextualización pragmática de los re-conocimientos, las evocaciones, las referencias y las asociaciones que un texto concreto es capaz de suscitar en el lector (Mendoza, 1998a y 1998b).
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La redefinición de los sucesivos cánones ha sido una constante en la historia de la cultura, como medio para señalar la presencia de criterios de valoración y modelos a imitar. La mutabilidad de las pautas de elección de los textos responde a los cambios de criterios y de concepciones en la valoración literaria que marca la evolución histórica. Borges señala lo positivo de la modificación evolutiva del canon, porque permite actualizar y adaptar el corpus a las nuevas valoraciones.
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«No estará de más que se recuerden
dos o tres preliminares conceptuales básicos sobre la
relación entre Antología, canon e Historia Literaria.
En primer lugar, la interdependencia de los tres conceptos y la
universalidad de las Antologías en todas las culturas
literarias (y no literarias). [...] El acto de selección del
antólogo no es distinto al que preside la
constitución de la Historia Literaria. [...] En segundo
lugar, quisiera apuntar la idea de la necesaria conjunción
entre Antología y Pedagogía. Ese intento de fijar,
detener y preservar, seleccionando, suele ir unido a una
instrucción. Nunca se genera o se justifica como un
capricho. Si toda Antología es un acto, fallido o no, de
canonización es porque, en rigor, el concepto de
Antología y el de canon guarda también una
interdependencia notable con otro tercer elemento: la
instrucción, la paideia. [...] vinculando
la selección a una pedagogía, a una
instrucción, a una enseñanza. [...] Las
polémicas actuales sobre el canon en los estudios literarios
y en los contextos académicos norteamericanos no son otra
cosa que discusión sobre ¿qué enseñar?,
¿qué seleccionar? y ¿qué valores
transmitir?»
(Pozuelo Yvancos, 1996:4).
También
García Gual (1996:5): «El canon
adquiere un peso normativo en la educación tradicional: se
debe leer a esos grandes autores por su valor formativo (aunque no
se vea muy claro qué es lo que forman) y por su
función de modelos (aun cuando la idea de mímesis no
sea ya un factor importante en la propedéutica del
escritor)».
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En este sentido se
expresa J.L. Borges
(1965/1985:199-201) cuando matiza la concepción de
«clásico»: «Clásico es aquel libro que una
nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido
leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal,
profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin
término. Previsiblemente, estas decisiones
varían»
. La LIJ también tiene sus
clásicos; pero no se pretende que la introducción de
la LIJ en el contexto escolar se limite a la lectura de unas
determinadas grandes obras.
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«Creo que la escuela, como señalaba Calvino, debe
mantener un papel de primer orden en la orientación de esas
lecturas. Es ahí donde el alumno debe encontrarse con
algunos libros maravillosos y con inolvidables nombres de la
literatura [...] Habría de indagar también si muchas
veces es una inadecuada programación de las mismas lo que
hace algunos libros indeseables. Sólo una amena y clara
presentación, en una selección adecuada a los
intereses y gustos de los alumnos puede hacer feliz el encuentro y
estimular la relación con los textos»
(García Gual, 1999: 32).
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El canon
actualmente es punto de revisiones tanto en su concepción,
cuanto en la revisión y opcionalidad de contenidos que puede
(debe) incluir. En los últimos años se ha planteado
la reactualización del canon, tanto en el contexto
social como en el filológico y en nuestro ámbito de
la didáctica. Posiblemente esta tendencia haya surgido
entorno a la publicación de la obra de Harold Bloom, El canon
occidental (1994, The Western Canon. Riverhead
Books, Nueva York). Señala Pozuelo (1996:3):
«El libro de Harold
Bloom venía a ser una reacción frente
al nuevo orden impuesto por las que él llama escuelas del
resentimiento, que son quienes han venido a dar fuerza
epistemológica a tal desplazamiento del poder en el seno de
las universidades»
. Probablemente esta obra haya sido
sólo el detonante para manifestar ciertas inquietudes y
reservas que estaban ya latentes entre especialistas y
docentes.
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Entre estos convencionalismos hay que mencionar: el condicionante sociocultural que permite reconocer en un texto de la marca + literario; la propia experiencia de mundo; el aprendizaje de los códigos literarios y de las relaciones de intertextualidad; y los particulares conocimientos metaliterarios (Mendoza, 1988a: 21).
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La necesidad de la
conceptualización y descripción de la competencia
literaria desde los supuestos de la teoría literaria ya fue
preconizada por M. Bierwisch, al señalar
que: «La poética debería
elaborar una tipología de la comprensión
poética». Respecto a las dificultades para delimitar
el concepto y la amplitud de «competencia
literaria»
véase A.
Mendoza, 1988 y Colomer, 1998. En los primeros trabajos, la
competencia literaria aparecieron diversas opciones. Fue definida
como una adquisición sociocultural, surgida del contacto
directo con creaciones valoradas como literarias. Así,
M. Bierwisch y Aguiar e Silva
consideran que el conocimiento de los mecanismos poéticos
son de adquisición sociocultural, y distintos a los que
regulan la adquisición del lenguaje.