Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


ArribaAbajo

La resurrección de Lázaro

Juguete cómico en dos actos y en prosa

Enrique Gaspar



[4]

               PERSONAJES        ACTORES
FAUSTA SRTA. D.ª AMELIA FERNÁNDEZ.
AURORA SRTA. D.ª CARMEN GONZÁLEZ.
DOÑA MARCIA SRTA. D.ª CONCHA SOLÍS.
LÁZARO SR. DON MANUEL CATALINA.
TADEO SR. DON MANUEL PASTRANA.
DON GAUDENCIO SR. DON JOSÉ ALVERÁ.

[5]



ArribaAbajo

Acto primero





Una bohardilla, habitación común de LÁZARO y TADEO. Puerta en el fondo y formando ángulo con ella, un biombo que oculta dos camas. Algunos yesos deteriorados y bosquejos al óleo y al lápiz adornan las paredes. Una escasa docena de libros rotos colocados sobre una tabla, constituyen la biblioteca. El mobiliario lo componen tres sillas viejas y una mesa desnivelada, sobre la cual, entro otros objetos, hay una baraja y un flautín. Delante de una ventana se ve un caballete con un enorme lienzo, en cuyo centro está pintado el pueblo israelita con sus ganados, bebiendo el agua que Moisés hace brotar de la peña de Horeb, los lados del cuadro los llena esta inscripción: «Casa de comidas». Entra los objetos de adorno y de corte, figuran un tambor y una trompeta. Al levantarse el telón, LÁZARO da las últimas pinceladas al cuadro y TADEO consulta un libro de medicina.



Escena I



LÁZARO y TADEO.



     LÁZARO.- Se acabó. El dueño podrá venir esta misma tarde a recoger su muestra y nuestros oídos recrearse con el armonioso campanilleo de los veinte duros de su importe.

     TADEO.- Barato es para la gente que se lleva. [6]

     LÁZARO.- Le sale a diez cuartos por cabeza, inclusas las de ganado.

     TADEO.- Y las letras de balde.

     LÁZARO.- Porque son bellas, y ese es el tipo a que hoy se cotiza la literatura.

     TADEO.- Lo que no me explico, es que como alegoría para un bodegón se elija a Moisés haciendo brotar el agua de una peña.

     LÁZARO.- Es muy sencillo. ¿No son los callos la especialidad del establecimiento?

     TADEO.- Sí.

     LÁZARO.- Pues el cuadro no puede ser más alegórico.

     TADEO.- ¿Porque hay reses vacunas?

     LÁZARO.- No, porque todos los israelitas van con los pies descalzos.

     TADEO.- Me convencistes.

     LÁZARO.- Ese mismo argumento le presenté al comprador, y merced a mi lógica, mi pobre peña de Horeb, rehusada en tres exposiciones, ha encontrado acogida en su casa con sólo añadirle esos dos como a modo de brazos de tela sobre que campea el rótulo.

     TADEO.- Merced al cual, logras que tu cuadro hable con el público.

     LÁZARO.- Sí, pero este puede decirse que habla por los codos. ¡Hombre, bostezo!

     TADEO.- Tendrás hambre; ¡como ayer no comimos!

     LÁZARO.- Entonces no hago caso; este bostezo es de la víspera. En breve poseeremos cuatro monedas de a cinco duros y hay que enseñarle al estómago el almanaque de la esperanza para que no cometa anacronismos.

     TADEO.- ¿Qué hora debe ser ya?

     LÁZARO.- Muy cerca de los cuatrocientos reales.

     TADEO.- ¿Supongo que comeremos a los veinte duros?

     LÁZARO.- En punto. ¿Tienes tabaco?

     TADEO.- No, pero ayer fumamos aún.

     LÁZARO.- Es verdad.

     TADEO.- De modo, que fiscalizando bien las costuras de los bolsillos, [7] acaso hallemos partículas contumaces.

     LÁZARO.- He aquí un sumando. (Escurriéndose los bolsillos.)

     TADEO.- He aquí el otro. (Escurriéndose los suyos y haciendo un cigarro con el tabaco que reúnen.)

     LÁZARO.- ¿Qué da la adición?

     TADEO.- Un número dígito. (Presentándole el cigarro.)

     LÁZARO.- ¡Cómo! ¿un solo cigarro?

     TADEO.- No creo que necesites dos a la vez.

     LÁZARO.- ¿Pero y tú?

     TADEO.- Yo voy a dejar el vicio; me ensucia los dedos.

     LÁZARO.- ¡Siempre sacrificándote por mí, hasta en las cosas más pequeñas! Basta. El que saque la carta mayor se lo fuma.

     TADEO.- Pero...

     LÁZARO.- Un rey. (Levantando una carta.)

     TADEO.- Un as... (Levantando otra.)

     LÁZARO.- Ganaste.

     TADEO.- No, perdí. El as no marca más que uno.

     LÁZARO.- Pero cuenta once.

     TADEO.- Debiste estipularlo.

     LÁZARO.- Dirimamos la contienda. Juguémoslo al as de oros.

     TADEO.- Da.

     LÁZARO.- Corta; as en puerta, es tuyo.

     TADEO.- Ahora déjame que te lo regale, Lázaro.

     LÁZARO.- ¡Es mucho cuento! Concluyes por humillarme con tanta preferencia. Nada, partamos como hizo San Martín con su capa, chupada el uno chupada el otro. (Encendiendo el cigarro que se pasan fumando por turno.)

     TADEO.- Diríase que te enoja el cariño que te profeso.

     LÁZARO.- No es eso, Tadeo, sino que parece que te halaga el deprimirte por el solo placer de ensalzarme, y eso no es equitativo.

     TADEO.- Deja que te manifieste así mi reconocimiento. ¿No me sacaste de nuestra aldea para traerme a Madrid a estudiar la carrera de medicina, cuyos gastos no pueden sufragar mis pobres padres? ¿No has compartido conmigo todas las vicisitudes de tu existencia?

     LÁZARO.- ¡Valiente mérito, que cuando mi suerte era próspera y [8] yo me encontraba solo en el mundo, trocase un puñado de oro por los beneficios de tu cariño fraternal! Pero después, cuando la fortuna voluble y caprichosa como mujer, nos volvió las espaldas, ¿no has sido tú harto diligente en pagar con exceso tu deuda de gratitud? (Rehúsa el cigarro que TADEO le ofrece.) Fuma dos veces, que yo he repetido inadvertidamente en mi arranque oratorio.

     TADEO.- ¡Calla!

     LÁZARO.- No callo. Tú te has convertido en enfermero de la humanidad doliente, y te pasas las noches en vela por aportar el salario de un ejercicio que te desdora y repugna. Antes de ayer, sin ir más lejos, tuvimos un festín de Lúculo con el producto de una aplicación de sanguijuelas.

     TADEO.- En cambio tú trasnochas copiando papeles para los teatros.

     LÁZARO.- Eso nos procura fuero militar. Formamos parte del cuerpo de alabarderos.

     TADEO.- Sí, pero tu salud se resiente.

     LÁZARO.- Y dale con la salud. Desde que sabes que estoy atacado de una enfermedad incurable, ni vives ni sosiegas.

     TADEO.- ¿Incurable? ¿Tú enfermo? Ya te he dicho que no tienes más que el cansancio producido por las vigilias.

     LÁZARO.- ¿Si creerás habértelas con un niño o con una tímida mujer? La muerte es una transición ordinaria, como la dentición o la adolescencia; un fenómeno natural que Dios ha colocado en el término de la vida.

     TADEO.- Ahora te da por hacerte el interesante.

     LÁZARO.- ¡Pues hombre! ¿Crees que no reparo en que te pasas la vida estudiando la tisis lenta?

     TADEO.- Porque pienso dedicarme a esa especialidad.

     LÁZARO.- Porque ves que cada quince días hay que estrechar una pulgada la trincha de mi pantalón.

     TADEO.- ¡Lázaro!

     LÁZARO.- Está bien. No hablemos más de ello. (Oyendo una polka brillante, ejecutada al piano.) ¡Ah! ¡Fausta! [9]

     TADEO.- ¿Ya ha vuelto de dar sus lecciones?

     LÁZARO.- Y nos anuncia su llegada con la consabida polka. Voy a acusarla el recibo. (Acompaña con su flauta la polka que toca FAUSTA.)

     TADEO.- (Aparte.) (¡Cuánto se aman! A defecto de la propia, es un consuelo asistir al espectáculo de la dicha ajena. ¡Pobre Lázaro!... ¿Qué no daría yo por hacerle venturoso y devolverle la salud?)

     LÁZARO.- (Dejando el flautín.) Decididamente los signos convencionales que el amor elige para la inteligencia, son la taquigrafía del sentimiento. Con estos compases, que en un indiferente hubieran despertado a lo sumo la comezón de bailarlos, Fausta y yo nos hemos dirigido todo un discurso de cortesía y de cariño.

     TADEO.- ¿Y a qué altura se hallan vuestros amores?

     LÁZARO.- A noventa y siete escalones sobre el nivel de la calle, y a cuatro repeticiones de polka por día.

     TADEO.- ¿Pero no te has declarado aún?

     LÁZARO.- Todavía no.

     TADEO.- ¿Por qué?

     LÁZARO.- Porque para declarar cualquier bulto, hay que clasificarlo, y yo no sé a qué grupo acogerme en el arancel de la aduana matrimonial.

     TADEO.- ¿Cómo?

     LÁZARO.- Si me considero enfermo (1), no soy artículo de libre circulación, pues amenazo contagiar a las mercancías que se pongan en contacto conmigo, y sobre todo a los productos que se elaboren en mi primera materia.

     TADEO.- ¡Y vuelta con la manía de tu enfermedad!

     LÁZARO.- ¡Nada, me curo de repente para evitar otra discusión inútil! Si me declaro pobre, estoy seguro de que me decomisan como género de ilícito comercio en el mercado de la coyunda.

     TADEO.- Eso es poco lisonjero para Fausta, a quien creo incapaz de posponer el cariño a la conveniencia.

     LÁZARO.- Corriente. Me precintan y circulo. Pero dime: ¿y si mi declaración resulta falsa y con marca apócrifa traspusiese [10] la aduana cometiendo un fraude?

     TADEO.- Eso último no lo entiendo.

     LÁZARO.- Tadeo. ¿Tú no amas a Fausta?

     TADEO.- ¿Yo? (¿Sabrá algo?) Me ofendes juzgándome capcioso.

     LÁZARO.- No, sino que me quieres tanto, que serías capaz por verme dichoso de sacrificarte tú y de sacrificar a esa criatura, que acaso desearía darte la preferencia.

     TADEO.- ¿Y es ese el único motivo que demora tu declaración?

     LÁZARO.- Si no es el único es a lo menos el más poderoso.

     TADEO.- Pues quememos las naves.

     LÁZARO.- ¿Cómo?

     TADEO.- Llama a la portera.

     LÁZARO.- Pero...

     TADEO.- Hazla subir, dame gusto.

     LÁZARO.- ¿La llamo con el toque de los casos apremiantes o basta el de las circunstancias comunes?

     TADEO.- El que quieras.

     LÁZARO.- No procedamos autoritariamente. Guardémosla las consideraciones que reclama una señora a quien debemos tres meses de salario. (Coge el tambor y toca marcha con él acercándose a la puerta.) Antes de un cuarto de hora la tenéis aquí. Pero dime al menos, ¿de qué se trata?

     TADEO.- De una carta que vas a escribir a la vecina declarándola tu pasión, y que doña Marcia va a trasmitirla sin perder minuto.

     LÁZARO.- ¡Chico!

     TADEO.- Es la sola manera de probarme que no dudas de mi amistad.

     LÁZARO.- Es que yo...

     TADEO.- ¿No la amas?

    LÁZARO.- ¿Quién si no el amor me hubiera hecho aprender a tocar este instrumento?

     TADEO.- ¿No te crees correspondido?

     LÁZARO.- Musicalmente creo que sí.

     TADEO.- Pues aquí hay tinta y papel; manos a la obra.

     LÁZARO.- (Viéndola entrar.) ¡Calle, doña Marcia tan pronto? ¿Ha confundido usted el toque? [11]



Escena II



Dichos y DOÑA MARCIA.



     MARCIA.- No señor, sino que por casualidad me encontraba en la bohardilla de al lado.

     LÁZARO.- ¿En la de la vecina?

     TADEO.- Vamos, despáchate.

     MARCIA.- Por cierto que tenía que pedirles a ustedes un favor en beneficio de mi comodidad.

     LÁZARO.- Hable usted. Salvo el pagarle los atrasos, todo le será concedido.

     MARCIA.- Quisiera que cuando necesiten de mí, aprovechen la ocasión en que la señorita Fausta me llame, y de ese modo me ahorro algunas subidas y puedo hacer de una vez dos mandados.

     LÁZARO.- ¿Y cómo averiguar nosotros cuando la llama ella a usted?

     MARCIA.- Es muy sencillo. Cada vez que oigan ustedes tocar al piano esa polkita, que ya saben de memoria todos los vecinos, es que se reclama mi presencia.

     LÁZARO.- ¿Qué? (Desilusionado por la ventana.)

     TADEO.- ¡Chico!

     MARCIA.- Sí, porque una campanilla no se oye desde abajo; y como cuando pusimos un cordel que iba hasta mi cuchitril, había muchos chuscos que se entretenían en tirar de él por el solo placer de molestarme, la señorita Fausta ha apelado a este recurso.

     TADEO.- Como nosotros al del tambor.

     MARCIA.- Y ese menos mal; ¡pero cuando tocan ustedes la trompeta y me hacen subir echando los bofes!...

     LÁZARO.- ¡Adiós, ilusiones mías! ¡Yo que había hecho el sacrificio de comprarme un flautín para hablarnos en corcheas!

     TADEO.- Pero ¿está usted segura que esa polka no encierra una segunda intención?

     MARCIA.- ¿Cuál?

     LÁZARO.- Ninguna, venerable anciana. [12]

     TADEO.- Sí señora, la de manifestarle su simpatía a Lázaro.

     MARCIA.- ¿Y quién dice que no? (Sonriendo maliciosamente.)

     TADEO.- ¿Lo ves?

     LÁZARO.- ¿Cómo? (Con inmensa alegría.)

     MARCIA.- El que sirva para llamarme no impide lo otro.

     LÁZARO.- ¡Oh! ¡placer supremo!... ¿Tiene usted ahí una peseta, doña Marcia?

     MARCIA.- Sí señor. (Dándosela.)

    LÁZARO.- Démela usted. (Devolviéndosela con énfasis.) Ahora dígnese usted aceptarla, como recompensa de nueva tan feliz.

     MARCIA.- Pero...

     LÁZARO.- La debo a usted treinta y cuatro cuartos más. Diga usted, ¿qué piensa Fausta de mí?

     MARCIA.- Lo que usted piensa de ella. Cuando la acompaño a dar (2) las lecciones de música a sus discípulas no nos ocupamos más que de usted, y ya en casa todo se la vuelve tocar la polka para que suba a hablarla del mismo asunto.

     TADEO.- ¿Te convences?

     LÁZARO.- ¡Doña Marcia! Vuélvame usted a prestar esa peseta. (En el colmo de la alegría.)

     MARCIA.- Deje usted, la añadiremos a las otras.

     TADEO.- ¡Vamos! Siéntate y escribe.

     LÁZARO.- Voy a complacerte. (Pónese a escribir una carta; entre tanto MARCIA y TADEO hablan aparte.)

     MARCIA.- Me parece que para portera soy un modelo de discreción.

     TADEO.- Crea usted que la quedo reconocido. Que no sepa nunca que yo he tenido pretensiones sobra Fausta.

     MARCIA.- ¡Eso es abnegación!

     TADEO.- Su salud y el cariño que le profeso lo exigen.

     MARCIA.- ¿Y cómo va? ¿mal?

     TADEO.- Por desgracia.

     LÁZARO.- Ya está. Es corta; pero buena. Escucha. (Leyendo.) «Señorita: no tengo nada, pero cuanto poseo lo pongo a la disposición de usted. Esta traducción escrita de [13] nuestros diálogos musicales tiene la pretensión de ser exacta y espera tan sólo que usted la sancione. Besa respetuosamente sus pies, etc.» ¿Qué te parece?

     TADEO.- Espartana.

     LÁZARO.- Doña Marcia. Va usted a hacerme el favor de llevar este billete a nuestra encantadora vecina, y si la respuesta es favorable...

     MARCIA.- ¿Volverá usted a pedirme prestado?

     LÁZARO.- Mejor que eso. Amortizaremos hoy mismo parte de nuestra deuda.

     MARCIA.- Voy en seguida. (Tomando la carta.) ¡Ah! A propósito de cartas. En el bolsillo tengo na que esta mañana ha traído el cartero para usted. (Dándosela.)

     LÁZARO.- ¿Para mí? Imposible, soy solo en el mundo y no conozco a nadie.

     MARCIA.- Sin embargo, las señas...

     LÁZARO.- Sí, son mortales. Tal vez me encarguen algún cuadro. En fin, lo otro es lo que urge. Vuele usted.

     MARCIA.- ¡Volar! ¡son ya sesenta!

     LÁZARO.- No, cincuenta y seis.

     MARCIA.- ¿Mis años?

     LÁZARO.- Creí que hablaba usted de los reales que se la deben.

     MARCIA.- Cada loco con su tema. (Vase.)



Escena III



LÁZARO y TADEO.



     LÁZARO.- ¿Quién podrá escribirme?

     TADEO.- Abre la carta y saldrás de dudas.

     LÁZARO.- Y es bastante voluminosa... ¿Si nos avisarán alguna herencia?

     TADEO.- ¿Tú no tienes tíos en Indias?

     LÁZARO.- Si yo tuviera tíos tendría algo.

     TADEO.- Vamos, lee.

     LÁZARO.- (Abre la carta y ve una letra de cambio doblada.) ¡Eh! ¿Qué es esto? Si la memoria no me es infiel, este papel así doblado se parece como dos gotas de agua a las letras de [14] cambio que nos mandaban en épocas más bonancibles.

     TADEO.- En efecto, ¿a ver?

     LÁZARO.- No, leamos antes. Un susto en estas circunstancias podría sernos fatal.

     TADEO.- ¿Quién firma?

     LÁZARO.- Un desconocido.

     TADEO.- Entonces es una broma.

     LÁZARO.- Sentémonos para precaver las consecuencias de una emoción. (Leyendo.) «Caballero: Hace seis días he tenido el gusto de visitar su estudio.»

     TADEO.- ¡Ah! Será aquel señor inglés que a cada cuadro que le presentabas, no hacía más que mirarte y decirte -chókig- y que se fue sin comprar nada.

     LÁZARO.- No puede ser otro. En un año no he tenido más clientela que él y el bodegonero.

     TADEO.- ¡Sigue!

     LÁZARO.- «Estoy seguro que las Bellas Artes no vestirán luto el día en que usted las abandone.» -Me adula. -«Sin embargo, siento por usted un afecto particular que se explica bien fácilmente. Es usted el vivo retrato de mi hijo único, a quien he tenido la desgracia de perder hace ocho meses, cuando contaba precisamente la edad de usted.»

     TADEO.- Eso es que te encarga su retrato y te lo paga con antelación.

     LÁZARO.- ¡Y los ingleses pagan bien! «Yo poseo una fortuna de tres millones de libras esterlinas.»

     TADEO.- ¡Qué bárbaro!

     LÁZARO.- ¡Quince millones de duros! Le voy proponer que nos adopte. -«Fortuna que sin mi hijo casi me es enojosa.» ¿Pues tiene más que regalárnosla?

     TADEO.- ¡Esos ingleses son lo más originales!

     LÁZARO.- «En mi calidad de médico he creído ver en usted las huellas de una enfermedad que nosotros llamamos el cólico del pintor, y que reconoce por causa la aspiración constante de los ingredientes que están compuestos los colores.» ¡Valiente médico serás tú! [15]

     TADEO.- ¿Y por qué no?

     LÁZARO.- Adelante. «Le prohíbo a usted que vuelva a tocar los pinceles, pues al velar por su salud creo hacerlo por la de mi hijo.» -Pues que me mantenga. -«Soy pobre, me dirá usted.» -Chico, empiezo a conmoverme.- «Adjunto es a la vista una letra por veinte mil reales.»

     TADEO.- ¿Qué? (Reconociendo la letra.)

     LÁZARO.- ¡Veinte mil reales! No, bromas de esta especie no debían permitirse.

     TADEO.- Qué broma... ¡Si es un documento intachable! Lee, lee.

     LÁZARO.- No puedo, se me va la vista. Prosigue tú.

     TADEO.- (Leyendo.) «Hágala usted efectiva, provéase de cuanto necesite para el viaje y persónese usted en la cada de comercio del señor Heredia, de Málaga.»

     LÁZARO.- ¿Y para qué?

     TADEO.- «No trate usted de averiguar mi nombre; todo será inútil. Pero acepte usted en el de mi hijo el donativo que para usted he entregado al señor Heredia, de... dos mil... veinte mil... doscientos mil...»

     LÁZARO.- ¡Hombre, acaba! ¿Cuántos ceros hay?

     TADEO.- ¡Seis, Lázaro, seis!

     LÁZARO.- ¡Dos millones!

     TADEO.- Sí, dos millones de reales; abrázame.

     LÁZARO.- Nuño, no puedo más, sosténme, amigo. (Se deja caer en brazos de TADEO.)

     TADEO.- ¿Te sientes mal?

     LÁZARO.- Al contrario, me siento muy bien. ¡Oh, Albión, bendito seas! Tú me has dado a conocer la verdadera posición de tus hijos, pues hasta hoy todos los ingleses que yo conocía figuraban en el pasivo de mi balance. ¡Tú has disipado las nieblas que me envolvían, y de las doce de la noche me has trasportado a las doce de la mañana en el horario de mi existencia! ¡Tadeo! Ya somos ricos.

     TADEO.- Lo eres tú.

     LÁZARO.- ¡Cómo! ¿Rehusarías compartir conmigo esta fortuna?

     TADEO.- Por supuesto. Te pertenece exclusivamente.

     LÁZARO.- Bueno, bueno. No es esta ocasión de discutir. El que [16] ha sido solidario conmigo de los bostezos, está en deber de serlo en las indigestiones. Pellízcame, Tadeo.

     TADEO.- Pero...

     LÁZARO.- Pellízcame. Más fuerte. ¡Así! me duele, no sueño. Comeremos todos los días, nos vestiremos con la estación y tendremos la chimenea encendida perpetuamente para resarcirnos de los fríos de los pasados inviernos.

     TADEO.- Opino que sigas la máxima inglesa de, el tiempo es oro, y que dejando para otra ocasión tus declamaciones te ocupes de lo que importa.

     LÁZARO.- Tienes razón; convinamos (3) el plan. Lo primero es cobrar la letra. De eso te encargas tú, porque si voy yo, de fijo, me desmayo al ver tanto dinero junto.

     TADEO.- Corriente. Pon el recibí. (LÁZARO lo hace.) Precisamente el cajero de la casa pagadora es nuestro amigo Gabriel.

     LÁZARO.- Yo saldré contigo para encargar en la fonda contigua un banquete, un festín, una orgía de dos cubiertos. Toma un coche por horas que conservaremos hasta mañana al amanecer. ¿Si Fausta quisiera aceptar nuestra invitación?

     TADEO.- Puede que sí.

     LÁZARO.- ¡Oh! es preciso corregir la carta que antes la mandé. Hay que ponerle una postdata de dos millones.

     TADEO.- Dices bien.

     LÁZARO.- Llamemos a Doña Marcia.

     TADEO.- Con la trompeta, caso apremiante.

     LÁZARO.- Y con el tambor. Así se la indica que debe venir despacio, a fin de que suba más pronto. (LÁZARO bate marcha con el tambor mientras que TADEO toca la trompeta.) Aprieta sin temor. Tenemos el derecho de alborotar; somos los inquilinos más capitalistas de la casa.



Escena IV



Dichos, DOÑA MARCIA.



     MARCIA.- (Entrando azorada.) ¡Jesús! ¡Qué escándalo! ¿Qué es lo que ocurre? ¿Hay fuego? [17]

     LÁZARO.- Hay dinero, Doña Marcia, que es el primer combustible de la tierra. Mire usted. (Enseñándole la letra.) ¡Esto vale mil duros!

     MARCIA.- ¡Mil duros!

     LÁZARO.- Sí señora. Esto se llama letra de cambio, y es como si dijéramos onzas en lata, riqueza en glóbulos, ¡extracto Liebig de dinero!

     MARCIA.- ¡Qué cosas inventan los hombres! ¿Pero de dónde ha llovido ese fortunón?

     TADEO.- Del otro lado del Canal de la Mancha.

     LÁZARO.- ¡Fortunón! ¡Llama fortunón a una miseria, a una bicoca! Portera, estos mil duros son al grueso de nuestra riqueza lo que una escuadra de gastadores a un regimiento de tres mil plazas.

     TADEO.- Lo que un plato de aceitunas a la lista de una comida de boda.

     LÁZARO.- ¿Entregó usted el billete a Fausta?

     MARCIA.- De hacerlo vengo.

     LÁZARO.- ¡Tan pronto! Pero no importa. Y ¿qué ha dicho?

     MARCIA.- Se ha enjugado una lágrima.

     LÁZARO.- ¿Sí? La secaremos.

     TADEO.- Por supuesto, de felicidad.

     MARCIA.- Lo presumo.

     LÁZARO.- Los extremos se tocan, y cuando la alegría va más allá de sus límites naturales, invade los dominios de la tristeza y se manifiesta con el traje del dolor.

     TADEO.- Sepa usted que Lázaro es rico. Posee cien mil duros.

     MARCIA.- ¡Ave María Purísima! ¿Qué me cuentan ustedes?

     LÁZARO.- La verdad. Se acabaron las privaciones.

     MARCIA.- Estoy atónita. ¿Alguna herencia?

     LÁZARO.- Una cuestión de trazos. He tenido la suerte de parecerme a un muerto.

     MARCIA.- Sea enhorabuena.

     LÁZARO.- Hoy mismo quedaremos en paz y será usted poseedora de una propina en especie que reemplace a las que en gratitud y reconocimiento ha recibido usted hasta hoy. Conque, Tadeo, en marcha. Ten la letra, dame el brazo [18] y que el viento de la prosperidad impela hoy nuestro bajel por el extenso piélago de la dicha. (Pónense los sombreros.)

     TADEO.- Yo a cobrar la libranza.

     LÁZARO.- Y yo a preparar la comida.

     TADEO.- ¿Oro o papel?

     LÁZARO.- Hasta cobre. Todas las clases de numerario deben figurar en esta revista monetaria.

     TADEO.- Encarga langosta.

     LÁZARO.- Por supuesto. Se la daremos al estómago en plaga para que destruya nuestra cosecha de inanición.

     TADEO.- Hasta luego, doña Marcia.

     LÁZARO.- Salud, anciana respetable.

     MARCIA.- Vayan con Dios los cresos.

     LÁZARO.- Si encuentro en la calle a Salamanca le convido.

     TADEO.- ¿Le conoces?

     LÁZARO.- No, pero entre colegas... (Vanse.)



Escena V



DOÑA MARCIA.



     MARCIA (4).- Válgame Dios. Si no vuelvo de mi asombro. Ayer llenos de trampas y deudas y hoy convertidos en unos capitalistas. Voy a arreglar un poco este cuarto. Hay que redoblar las atenciones ahora que tienen dinero. Pues la que va a bailar en un pie cuando lo sepa, es la vecinita Fausta; hela allí como de costumbre, puesta de muestra en su ventana. (Se asoma a la del cuarto y habla con FAUSTA.) Gran noticia, señorita Fausta. Venga usted, venga usted un momento; no hay nadie, se han marchado y Dios sabe cuándo volverán. Ya viene. ¡Ahí es nada! Encontrarse con que la pide en matrimonio un hombre que la dice que no tiene nada y que luego resulta tener talegas a centenares. [19]



Escena VI



DOÑA MARCIA y FAUSTA, y a poco LÁZARO.



     FAUSTA.- ¿Han salido!

     MARCIA.- Como unos cohetes. Amigo, amigo. Déjeme usted que le dé la enhorabuena.

     FAUSTA.- ¿Y quién sabe, doña Marcia, si debo admitirla?

     MARCIA.- Pues podía usted quejarse, cuando parece que Dios se digna llover dones sobre usted.

     FAUSTA.- Ciertamente que el cariño que profeso a Lázaro hace que su preferencia me lisonjee; pero ¿quién me asegura que no es todo puro devaneo de su parte?

     MARCIA.- Sí, sí, devaneo, y no vivo más para usted.

     FAUSTA.- ¿De veras?

     LÁZARO.- (Aparte y entrando sin ser visto.) (He pensado que lo primero es invitar a Fausta, por si son tres en vez de dos los cubiertos que debo encargar. (Viéndola.) ¡Qué veo! ¡Ella aquí... y con la portera! ¿Qué dirán? apuesto a que hablan de mí.) (Se esconde detrás del biombo.)

     MARCIA.- ¿Por supuesto que contestará usted a su carta?

     FAUSTA.- No sé si debo... Pero dígame usted, ¿qué noticia es esa de que me hablaba usted hace poco?

     MARCIA.- La más estupenda. ¡Figúrese usted que don Lázaro acaba de heredar nada menos que dos millones de reales!

     FAUSTA.- ¿Sí? ¿Tanto? (Sorprendida y con sentimiento.)

     MARCIA.- Vaya.

     FAUSTA.- ¿Pero cómo?

     MARCIA.- No sé. Creo haber entendido que es porque parece ser un muerto. En fin, el resultado es que los tiene, y que casándose con él será usted rica.

     FAUSTA.- Qué lástima.

     MARCIA.- Se diría que lo siente usted.

     FAUSTA.- Mucho.

     MARCIA.- Qué aberración.

     FAUSTA.- Doña Marcia, lo que acabo de saber me regocija infinitamente [20] por Lázaro; pero en estos momentos, ¿una respuesta afirmativa por mi parte no argüiría deseo de especular con su cariño?

     LÁZARO.- (¡Oh! Corazón de oro.) (Sacando la cabeza por el biombo.)

     MARCIA.- Esos son escrúpulos ridículos. Si usted le amó pobre, ¿va usted a dejar de amarle porque tiene fortuna? Cásese usted, hija, que los duelos con pan son menos.

     FAUSTA.- Y ¿no es de temer que con su nueva posición se entibie su cariño hacia mí? Si por un exceso de delicadeza mantuviese su palabra y fuese yo obstáculo para que contrajera un enlace ventajoso...

     MARCIA.- ¡Qué mayor ventaja que unirse a una mujer honrada, hacendosa y huérfana por añadidura!

     FAUSTA.- Preferiría el modesto porvenir que yo soñaba. Yo hubiera trabajado para los dos, y él habría encontrado en el reposo la salud que la fatiga y las privaciones le han hecho perder.

     LÁZARO.- (Aparte.) (¿Cuánto va a que presento mi dimisión de rico?)

     MARCIA.- Esa es otra cuestión. Que don Lázaro está muy malo no cabe duda, y yo, en lugar de usted, lo pensaría mucho antes de decidirme.

     FAUSTA.- Dios es misericordioso, y rodeándole de cuidados y de solicitud, Lázaro lograría reponerse.

     MARCIA.- No lo crea usted.

     FAUSTA.- ¿Cómo?

     LÁZARO.- (¡A que la dejo viuda antes de casarme con ella!)

     MARCIA.- Ayer, sin ir más lejos, al bajar el doctor González de visitar al inquilino del cuarto segundo, se encontró con el señorito don Tadeo. La conversación recayó sobre don Lázaro como de costumbre; pues sin que éste lo sepa, su amigo, que le quiere con idolatría, no hace más que consultar a cuanto médico ve acerca de su enfermedad. Pues bien, el doctor González pronunció esta terrible sentencia. Está perdido; a la caída de la hoja se nos va.

     FAUSTA.- ¡Oh, no puede ser! (Alarmada.)

     LÁZARO.- (Imbécil de portera. La ha asustado. ¡Tenía más que decírmelo [21] a mí, y yo la hubiera ido preparando poco a poco!)

     MARCIA.- Yo sé que la doy a usted un disgusto; pero vale más que lo sepa usted antes, porque... en fin, yo no soy habladora; pero a veces por callar sobrevienen desgracias, que con una palabra oportuna podrían evitarse.

     FAUSTA.- ¿Qué quiere usted decir?

     MARCIA.- Que si la riqueza imprevista de don Lázaro no la seduce a usted, y por otra parte, su enfermedad parece estar indicando que esa boda debe dejarse sin efecto, no es justo que alguien que se está imponiendo un sacrificio sobrehumano, se quede sin la recompensa que merece su conducta.

     FAUSTA.- No entiendo.

     MARCIA.- Pues ea, clarito, que don Tadeo la ama a usted.

     FAUSTA.- ¿Es posible? (Sorprendida.)

     LÁZARO.- ¡Qué oigo! ¿Egoísta? (Aparte con profunda amargura.) (Me lo ocultaban sabiendo que sólo faltan dos meses para que los árboles se vistan de otoño.)

     MARCIA.- Un día, hace ya bastante tiempo, en sazón en que había usted salido a sus lecciones, me dio una carta para que se la entregara a usted cuando entrase; pero a los pocos momentos le veo bajar todo azorado gritándome, la carta, la carta... Se la devuelvo, y respirando entonces más tranquilo, me dice: -Acabo de descubrir que Lázaro ama a Fausta. Para mí él es antes que todo el mundo. Si trasluce, ni remotamente, que yo he solicitado el cariño de esa niña, soy capaz de matarla a usted. ¡Qué abnegación la suya y qué discreción la mía! Porque aunque se lo confío a usted, lo que es don Lázaro no sabrá ni una palabra por mi boca.

     LÁZARO.- (Está bien, se acabó todo.)

     FAUSTA.- Me ha hecho usted mucho daño en sus revelaciones.

     MARCIA.- Hija mía, yo se lo he dicho a usted por su bien. Ahora forme usted su composición de lugar, que cada cual hace de su capa un sayo.

     FAUSTA.- La dejo a usted. [22]

     MARCIA.- ¿Tan pronto?

     FAUSTA.- Pueden venir.

     MARCIA.- Es verdad, la prudencia es la madre de la ciencia.

     LÁZARO.- (Pero la ciencia no tuvo nunca a una portera por madre.)

     FAUSTA.- Hasta luego. Necesito reposo.

     MARCIA.- Llámeme usted si quiere algo.

     FAUSTA.- (¿Por qué habrá hablado esta mujer? ¡Era yo tan feliz en mi ignorancia!) (Vase.)



Escena VII



DOÑA MARCIA, LÁZARO.



     MARCIA.- ¡Pobrecita! Se comprende que la aflija su situación; pero es preferible que sepa a qué atenerse. Luego, don Lázaro vale mucho; pero su amigo tampoco le va en zaga y tiene un alma angelical. (Viendo a LÁZARO que finge entrar en aquel instante tarareando.) ¡Ah! ¿Ya está usted de vuelta?

     LÁZARO.- Sí señora, al entrar he visto a la puerta el coche del doctor González.

     MARCIA.- Está visitando al enfermo del segundo.

     LÁZARO.- Pues hágame usted el favor de suplicarle que suba en cuanto haya concluido.

     MARCIA.- ¿Se siente usted mal?

     LÁZARO.- No, sino que como ya soy rico, quiero entrar en el ejercicio de mi nuevo estado sin alifafe alguno que me moleste, y al efecto voy hacer que le eche a mi economía tapas y medias suelas.

     MARCIA.- Hace usted muy bien.

     LÁZARO.- Pues esté usted a la mira para verle salir.

     MARCIA.- Bajaré a prevenirle, es lo más directo.

     LÁZARO.- Como usted quiera.

     MARCIA.- (Aparte.) (No harás tú los huesos viejos.) (Vase.) [23]



Escena VIII



LÁZARO, a poco TADEO.



     LÁZARO.- (Tras breve pausa.) ¡Vamos!, ¡vamos! Lázaro... resolución. ¿No eres filósofo? ¿No has observado siempre el principio de no sorprenderte de nada? Pues adelante. Cumple con tu deber, que los grandes recursos son para las situaciones extremas. Las cosas vienen así, y el revolverte contra tu destino sería dar coces contra el aguijón. (Dando una sacudida como para alejar el marasmo con una resolución enérgica.) ¡Ea! Ya está hecho.

     TADEO.- Aquí me tienes de vuelta.

     LÁZARO.- ¿Cómo has tenido tiempo de contar tanto dinero en tan poco rato?

     TADEO.- Echa aquí una (Colocando sobre la mesa mil duros en toda clase de moneda.) ojeada y dime si el Bósforo, el Rhin y la bahía de Río-Janeiro, pueden compararse al golpe de vista que ofrecen mil duros en todas las clases de moneda en circulación en los dominios de su majestad católica.

     LÁZARO.- También hay (Mirando con indiferencia.) ochavos morunos.

     TADEO.- Para recordar el triunfo de nuestras armas en Marruecos. Mira, perros chicos, perros grandes, plata en todas sus manifestaciones, oro con todas sus fisonomías, billetes de todos los tamaños; el numerario, en fin, en todas sus bases, gradaciones y jerarquías. Pero paréceme como que miras con desprecio estos provocativos agentes de la alegría humana.

     LÁZARO.- Al contrario, estoy acariciando un plan en que mi fortuna va a representar el papel de protagonista.

     TADEO.- ¿Y qué plan es ese?

     LÁZARO.- Tadeo, tú amas a Fausta.

     TADEO.- ¿Yo?

     LÁZARO.- Son inútiles los subterfugios, todo lo sé.

     TADEO.- Te aseguro... [24]

     LÁZARO.- Basta. Sé también que yo las lío muy pronto, en cuanto la hoja caiga.

     TADEO.- Pero hombre, esto es recibirme a tiros.

     LÁZARO.- Por consiguiente, he pensado hacerte un donativo de quince mil duros.

     TADEO.- Lo agradezco, pero...

     LÁZARO.- Dotar a Fausta con otra suma igual y casaros.

     TADEO.- Decididamente te has vuelto loco.

     LÁZARO.- Yo recogeré mi herencia y me marcharé por ahí a gastarme alegremente los setenta mil duros restantes, a razón de tanto por día, según los que aún me queden de peregrinación. No computaré el tiempo sino por el estado de mi peculio, y al desembolsar la última peseta, podré exclamar sin remordimiento: Fin del año, treinta y uno de Diciembre en el almanaque de mi existencia; santo del día, San se acabó.

     TADEO.- Por supuesto, que todo esto reconoce por causa alguna habladuría de la portera.

     LÁZARO.- Te engañas.

     TADEO.- Ahora lo sabré, y si es lo que presumo, la desuello viva.

     LÁZARO.- ¡Escucha!

     TADEO.- No escucho nada. (Vase precipitadamente.)

     LÁZARO.- Buen viaje. Ahora yo a preparar los baúles para la marcha, no será muy larga la operación. Los sacos ya están medio llenos para que sirvieran de almohadas. (Separa el biombo y toma dos sacos de noche, que hacían el papel de almohadas en su cama, llenándolos de objetos que saca de un armario.) No pondré más que lo mejorcito de mi guardarropa (5), porque objetos como esta camisa de dormir, no hay para qué llevárselos. ¿Quién va? (Enseñando una hecha jirones.)



Escena IX



LÁZARO y D. GAUDENCIO.



     GAUDENCIO.- ¿Da usted su permiso? [25]

     LÁZARO.- Pase usted adelante.

     GAUDENCIO.- Me ha dicho la portera que me llamaba usted, pues aunque nunca he tenido el honor de tratarle, creo tener el de dirigirme a don Lázaro Villegas.

     LÁZARO.- Servidor de usted, tome usted asiento. ¿Es usted el señor doctor González?

     GAUDENCIO.- El mismo.

     LÁZARO.- Pues señor doctor, al grano. ¿Cuánto acostumbra usted llevar por una consulta ordinaria?

     GAUDENCIO.- Según la posición del cliente.

     LÁZARO.- Principiaré por decirle a usted que yo poseo dos millones de capital.

     GAUDENCIO.- Dos millones, ¿y vive usted tan alto?

     LÁZARO.- Como soy el más rico de la casa he creído deber habitar la bohardilla, a fin de sobreponerme a los demás inquilinos. ¿Conque sus honorarios de usted son?...

     GAUDENCIO.- Gratis para el proletariado; cinco duros para la clase media, y una onza para la nobleza o la banca.

     LÁZARO.- Pues yo que soy un advenedizo, me tomo la libertad de ofrecerle a usted estos mil reales a condición de... (Dándole dicha suma.) que va usted a decirme la verdad.

     GAUDENCIO.- Prometo hablarle a usted sinceramente. (Aparte.) (Pues sí que es rico.)

     LÁZARO.- Júremelo usted.

     GAUDENCIO.- Se lo juro.

     LÁZARO.- Basta el mirarme para convencerse de que no hay necesidad de auscultación (6). No obstante, obsérveme usted a su placer, examíneme con detención, reflexione lo que quiera y dígame cuánto tiempo, a todo tirar, cree usted que me queda de vida.

     GAUDENCIO.- Hombre, es brutal esta consulta.

     LÁZARO.- Nada de eso; tranquilícese usted. En primer lugar conozco perfectamente mi estado; además no soy de los que se asustan porque se les acabe pronto la cuerda; y últimamente, aquí no se trata de salud sino de dinero.

     GAUDENCIO.- ¡Cómo!

     LÁZARO.- Figúrese usted que, como he tenido el honor de decirle, [26] poseo dos millones que acabo de heredar. Soy solo en el mundo; no puedo crear familia por no exponer a mis hijos a que contraigan mi enfermedad por sucesión, y por lo tanto, quiero comerme mi fortuna repartiéndola de modo que con el último día de mi existencia se acabe mi último real.

     GAUDENCIO.- Está muy bien pensado, pero...

     LÁZARO.- No se asuste usted; se necesita comer mucho diariamente; tengo el apetito atrasado.

     GAUDENCIO.- Es que, francamente, por más que sea usted un hombre de temple superior, hay cosas a las que no se sabe responder porque nadie las pregunta.

     LÁZARO.- Yo le facilitaré a usted el camino. Ayer, sin que ustedes me viesen, he oído cómo le decía usted a mi amigo Tadeo que a la caída de la hoja... esto se va.

     GAUDENCIO.- ¡Ah! Usted oyó...

     LÁZARO.- Todo. De manera que está usted cogido en sus propias redes.

     GAUDENCIO.- Sin embargo, debo advertir a usted que ese pronóstico lo hice creyendo a usted sujeto a privaciones y agobiado por el trabajo; pero ahora que con su desahogada posición puede usted viajar, tomar aguas...

     LÁZARO.- Y vinos.

     GAUDENCIO.- Porque una buena alimentación, un régimen severo...

     LÁZARO.- Vaya, hablemos como dos cofrades; yo sé algo de medicina. Consideremos la cosa como un caso y...

     GAUDENCIO.- Es que...

     LÁZARO.- En resumen... ¿Podré tirar un año?

     GAUDENCIO.- ¡Oh! Más.

     LÁZARO.- ¿Tres?

     GAUDENCIO.- ¡Hombre!...

     LÁZARO.- Recuerde usted que me ha jurado decir verdad, y que su responsabilidad es inmensa. Conque ¿tres? (Pausa.) ¿Son muchos?

     GAUDENCIO.- Muchos son, ya que es preciso hablar con franqueza.

     LÁZARO.- Pues nada, partamos la diferencia y dejémoslo en dos; ¿acomoda? [27]

     GAUDENCIO.- Sí, dos años con temperancia y método.

     LÁZARO.- Un bienio, corriente. Es todo cuanto necesitaba saber. No quiero detenerle a usted más, porque para usted el tiempo es oro. Beso a usted la mano.

     GAUDENCIO.- (Aparte.) (Ahora me despide.) (Alto.) Servidor de usted. (Aparte.) (¡Ente más original!) (Vase.)

     LÁZARO.- Es francote el tío este. Treinta y cinco mil duros por año; mucho tienen que gastar. Con todo, dándose maña... En fin, concluyamos de poner en orden nuestros bártulos; no me llevo nada que huela a pintura, ya que es una condición precisa de mi riqueza el no volver a tocar los pinceles! ¡Ah! el flautín. Al bolsillo. (Lo toma de la mesa y se lo guarda.) Este es el objeto más esencial de mi equipaje.



Escena X



LÁZARO, TADEO y a poco DOÑA MARCIA.



     TADEO.- Pero, Lázaro, ¿qué es lo que acaba de decirme el doctor? Tú has perdido el juicio.

     LÁZARO.- Bien me vienes. Ayúdame a arreglar el equipaje.

     TADEO.- ¿El equipaje?

     LÁZARO.- Sí, me voy a Málaga esta misma noche.

     TADEO.- Cómo... me voy... ¿No te acompaño yo?

     LÁZARO.- No, viajo solo.

     TADEO.- Pero ¿es que no vas a volver?

     LÁZARO.- Y qué necesidad hay de venir a daros el espectáculo de una marcha fúnebre.

     TADEO.- Lázaro, por Dios, dime que todo esto es una extravagancia tuya sin el menor asomo de verdad... ¿Dejarnos para siempre? ¿Separarte de ella y de mí?

     LÁZARO.- Sí.

     TADEO.- Eres cruel. Reflexiona...

     LÁZARO.- Lo hice ya detenidamente, y está todo decidido. Ahora nos vamos a comer juntos, y desde la fonda a la estación. (Sigue haciendo el equipaje.)

     MARCIA.- ¿Yo habladora? Lo veremos... Que diga don Lázaro si [28] jamás he abierto mi boca sobre el particular!

     TADEO.- (Afligido.) ¡No es esta ocasión de justificaciones, nos abandona, huye de nosotros!

     MARCIA.- Cómo... ¿Se atrevería darle a usted semejante disgusto? Hay que evitarle a todo trance.

     LÁZARO.- El pantalón de los domingos y el frac de las solemnidades artísticas. (Guardando después de examinarlas dos piezas de ropa muy deterioradas (7).)

     TADEO.- (A MARCIA.) ¡Oh! ¡Qué idea! Si hiciese usted venir a Fausta, ella acaso lograrla convencerle.

     MARCIA.- Tiene usted razón; voy volando.

     LÁZARO.- Ahora esto a granel. En Málaga aparecerá todo. (Metiendo varios objetos en los sacos y cerrándolo todo.)

     TADEO.- Por última vez, Lázaro.

     LÁZARO.- ¡Ah! (Rehuyendo siempre el contestar y persistiendo en su proyecto.) ¡Toma! Aquí te dejo la mitad de estos fondos para que vayas viviendo, mientras te mando lo consabido. (Guardando en el cajón la mitad del dinero que está sobre la mesa y metiéndose el resto en los bolsillos.)

     TADEO.- Y ¿crees tú que voy a aceptar tu donativo, cuando ya no es una mano fraternal quien me lo ofrece?

     LÁZARO.- Declamaciones y nada más que declamaciones. Niégate cuanto quieras yo sabré obligarte a que lo admitas.



Escena XI



Dichos, FAUSTA y DOÑA MARCIA.



     MARCIA.- Sí, entre usted, entre usted. Su presencia es necesaria. Quiere irse.

     LÁZARO.- (Aparte.) (¡Ella!)

     TADEO.- ¡Ah! Fausta. Una usted sus ruegos a los míos; interponga usted toda su influencia para que no lleve a cabo su proyecto.

     FAUSTA.- ¿Y qué ascendiente puedo yo tener sobre el hombre que se entretiene en alimentar mis esperanzas por el solo placer de destruirlas?

     LÁZARO.- ¿Se refiere usted a mi carta? No haga usted caso... Que un [29] atolondramiento... una ráfaga... olvídela usted, no sentía (8) lo que escribía.

     TADEO.- Es falso, diga usted que la quiere con delirio...

     LÁZARO.- Callarás.

     TADEO.- Pero se ha empeñado en que está muy enfermo.

     FAUSTA.- ¿Y por eso rehuye el calor de la amistad?

     TADEO.- Y después, no sé quién le ha dicho que yo aspiraba (9) el cariño de usted.

     MARCIA.- No he sido yo.

     TADEO.- Y ahí le tiene usted dispuesto a romper los vínculos que nos unen, y empeñado en sacrificarse en aras de lo que él juzga erróneamente nuestra felicidad.

     FAUSTA.- ¿Puedo aventurar una súplica extrema?

     LÁZARO.- No, Fausta, todo es inútil... Ustedes, los seres privilegiados, discurren con el corazón; nosotros, los razonadores, sentimos con la cabeza. Tomamos el asunto como es en sí. Esto es un calcetín al que se le ha soltado un punto y no tenemos algodón con que zurcirlo... Yo puedo jurarle a usted que conservaré siempre su recuerdo; y tanto es así, que como un anodino para esta enojosa separación voy a pedirla a usted una gracia. Mientras piense usted en mí no deje usted ni un solo día de consagrar a mi memoria esa polka en cuyos compases hemos entrelazado tantas ilusiones y leído tantos poemas de ventura. Pero prométame usted solemnemente que desde el momento en que ya no se acuerde usted más de mí; no profanará esa melodía dando lectura a los extraños de ese libro de memorias en que hemos consignado las impresiones de nuestras almas. Así pues, no me guarde usted rencor, y cuando el tiempo se haya encargado de borrar mi silueta, acuérdese usted de que a su lado quedan todavía seres (Por TADEO.) cuya dicha puede usted labrar.

     FAUSTA.- (Muy conmovida.) No insisto más, y le suplico a usted que haga lo propio conmigo; porque si usted es muy dueño de destruir su propia obra, yo lo soy de conservar la mía. Viviendo con el recuerdo de una felicidad [30] soñada. (Vase.)

     TADEO.- Eres de roca.

     MARCIA.- ¡Pobrecita! ¡Pues cuidado, que para hacerme llorar a mí!

     LÁZARO.- ¡Ea! se acabó. Tome usted, doña Marcia, sus atrasos, y esto para que se compre usted una basquiña nueva. (Dándole dinero.)

     MARCIA.- Muchas gracias. (Aparte.) (Rumboso lo es.)

     LÁZARO.- Ahora sin pérdida de tiempo haga usted venir un coche.

     MARCIA.- ¿Por horas?

     LÁZARO.- Desde luego.

     MARCIA.- Ya pueden ustedes ir bajando, no hay otra cosa en la esquina. (Vase.)



Escena XII



LÁZARO y TADEO.



     TADEO.- Es decir, que tu resolución es irrevocable.

     LÁZARO.- Es una resolución que no tiene vuelta de hoja.

     TADEO.- Está bien, yo sé lo que hacer me toca.

     LÁZARO.- Por lo pronto, ayúdame a bajar esto al coche. (Dándole un saco de noche y enganchando el otro en el brazo.) ¡Ah! cuando venga el bodegonero le regalas el cuadro. Quiero que todos participen de mi prosperidad. Conque andando.

     TADEO.- Dame. (Toma el saco y vuelve.)

     LÁZARO.- (Acercándose a la ventana.) Allí está, me ha visto, se enjuga una lágrima. ¡Y decir que el tiempo, que todo lo devora, hasta el dolor, se encargará de secarla y aun de trocarla en sonrisa! Este es el mundo... (FAUSTA toca al piano la polka de la escena primera.) ¡Ah! Capaz sería de guardarme constancia y fidelidad... ¡A que me quedo!... (Titubea, se acerca más a la ventana, siente que un objeto le azota la mejilla.) ¿Qué es esto? (Reconociéndole.) ¡Una hoja del rosal de su ventana! ¡Cómo! ¿ya caen? ¡Tan pronto! Adiós, Fausta, adiós... Yo me marcho con la música a otra parte. (Saca el flautín y vase acompañando la polka que toca FAUSTA y que sigue hasta caer el telón.)



FIN DEL ACTO PRIMERO

Arriba

IndiceSiguiente